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“RAGTIME” de MILOS FORMAN, en CINE ARCHIVO

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Cine Archivo publica estos días un dossier dedicado al interesante cineasta checo Milos Forman, al cual contribuyo con un texto en torno a Ragtime (ídem, 1981), su más que apreciable adaptación de la magnífica novela homónima de E.L. Doctorow: “una buena película, a ratos excelente, a la que el tiempo está tratando estupendamente. Al igual, por otra parte, al grueso de la obra de Forman, un cineasta que, al menos en España y salvo honrosas excepciones, todavía no ha alcanzado el reconocimiento del que disfrutan muchos otros que no han meritado tanto como el checo”.

Cine Archivo:
Especial Milos Forman (1963-2006):
Nueva York, principios del siglo XX: Ragtime (1981):


“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de JUNIO 2014, ya a la venta

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El estreno más espectacular de este mes de junio, X-Men: Días del futuro pasado(X-Men: Days of Future Past, 2014), de Bryan Singer, cuyo reportaje se complementa con una entrevista con uno de sus protagonistas, Hugh Jackman, y un artículo sobre cuáles serán las posibles líneas argumentales de, ¡ya!, su continuación, X-Men Apocalypse (2016), llena la portada del número 347 de Imágenes de Actualidad.


Otros contenidos destacados de este número, asimismo en portada, son las dos películas de la sección Primeras Fotos: Jersey Boys (ídem, 2014), de Clint Eastwood, y Maps to the Stars (2014), reciente su paso por el Festival de Cannes, de David Cronenberg. Y los reportajes de estrenos: Transcendence (ídem, 2014), de Wally Pfister, que se complementa con un artículo sobre los Universos sintéticos que ha dado el cine de estos últimos años; Solo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013), de Jim Jarmusch; Maléfica(Maleficent, 2014), de Robert Stromberg, complementado a su vez con una mirada a otras “brujas” de la factoría Disney en imagen real, Pobres almas en desgracia; The Invisible Woman (ídem, 2013), de y con Ralph Fiennes; Las dos caras de enero (The Two Faces of January, 2014), de Hossein Amini; No hay dos sin tres (The Other Woman, 2014), de Nick Cassavetes, que se complementa con una entrevista a su principal protagonista, Cameron Diaz; El sueño de Ellis (The Immigrant, 2013), de James Gray; El cielo es real (Heaven is for Real, 2014), de Randall Wallace; La jaula dorada (La cage dorée, 2013), de Ruben Alves; y El protector (Homefront, 2013), de Gary Fleder, por más que su estreno acaba de atrasarse a última hora hasta el mes de julio. Y las secciones Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


Chinatown(ídem, 1974), la famosa película retro de Roman Polanski que este año celebra el 40 aniversario de su estreno, es el título del cual me he hecho cargo en la sección Cult Movie de este mes: “la prueba más fehaciente de que el policíaco retro nada tiene que ver con el cine negro clásico, más allá del hecho de compartir unas tramas complicadas que tampoco son exclusivas de ambos géneros cinematográficos, sino una herencia de la literatura negra de Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Ross Macdonald, Ed McBain o Mickey Spillane. Lo que en el cine negro era cuestión de atmósfera y de estética, en el cine retro (policíaco o no) es una cuestión de reconstrucción y esteticismo”.


Dos críticas, la de la notable nueva versión de Godzilla (ídem, 2014) firmada por Gareth Edwards…


…y la de la, ejem, bastante menos notable Divergente (Divergent, 2014, Neil Burger), cierra mi contribución de este mes a Imágenes de Actualidad.   

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“DIRIGIDO POR…” de JUNIO 2014, ya a la venta

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Dirigido por… dedica la portada de su núm. 445 ala segunda entrega del dossier de dos partes que hemos dedicado a Francis Ford Coppola, y que se compone de los siguientes artículos: Ascenso y caída de un imperio. Un mundo de neón es posible, de Ricardo Aldarondo; Sigues siendo oro, Ponyboy. El acercamiento de Coppola al universo de Susan E. Hinton, de Tonio L. Alarcón; Tiempos inciertos. A propósito de “Cotton Club”, “Peggy Sue se casó” y “Jardines de piedra”, de Ramon Freixas y Joan Bassa; Coppola en formato corto. Cortos, series, films de episodios, de Beatriz Martínez; Tucker: Un hombre y su sueño. De coches, sueños y cine, de Ángel Sala; Drácula de Bram Stoker. El vampiro posmoderno, de Antonio José Navarro; La última supervivencia en Hollywood. El adiós a la industria, de Quim Casas; La diáspora. La reinvención de Coppola en la era digital, de Israel Paredes Badía; y Twixt. Regreso al terror de serie B, de un servidor.


La actualidad cinematográfica del mes está marcada, en primer lugar, por una extensa crónica del Festival de Cannes 2014, que firma Ricardo Aldarondo. A ello hay que añadir los comentarios destacados de films como Solo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013), de Jim Jarmusch, que rubrica Quim Casas, quien también firma los de El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice, con motivo de su reciente reedición en formato Blu-ray, dentro de la sección Flashback; y de la 1ª temporada de la serie Believe (ídem, 2014- ), para la sección Televisión. A ello hay que sumar las críticas asimismo extensas de El sueño de Ellis (The Immigrant, 2013), de James Gray, que comenta Aurélien Le Genissel; y X-Men: Días del futuro pasado(X-Men: Days of Future Past, 2014), analizada por Ángel Sala. Dentro de la sección Paralelismos, Christian Aguilera aborda la figura del recientemente fallecido director de fotografía Gordon Willis, lo cual viene a complementar, de manera inesperada, el dossierCoppola. La sección Televisióntambién incluye el análisis de la 2ª temporada de la serie Hannibal (ídem, 2013- ), elaborado por Tonio L. Alarcón. Completan el número las secciones de Críticas; Pantalla Digital, de José María Latorre; Banda sonora, de Joan Padrol; y En busca del cine perdido, que este mes recupera The Seventh Cross (1944), de Fred Zinnemann, reseñada por Antonio José Navarro.  


Ya he avanzado que mi contribución a este número consiste, en primer lugar, en un artículo para el dossier Coppola, el dedicado a la para mí (y sospecho que para muy pocos más) muy interesante última película hasta la fecha de este realizador, Twixt (2011), que ya tuve ocasión de comentar extensamente en este mismo blog (1): “El proceso de creación artística, el gran tema de fondo que recorre las extrañas imágenes de “Twixt”, es lo que da pie a Coppola a llevar a cabo una puesta en escena a ratos naíf, a ratos poética, que se apoya en sus mejores momentos sobre unas imágenes deliberadamente artificiales y en el límite de lo ingenuo (¿de lo inocente?), que realzan la valentía de una propuesta iconoclasta y de un indiscutible encanto”.


También firmo la crítica de una película, vayan ustedes a saber por qué, harto celebrada, y en mi opinión de una llamativa mediocridad: Big Bad Wolves (ídem, 2013), de Aharon Keshales y Navot Papushado.


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Apuntes, apuntes: “JIMMY P.” – “EL GRAN HOTEL BUDAPEST” – “EL DESCONOCIDO DEL LAGO” – “CAPITÁN AMÉRICA: EL SOLDADO DE INVIERNO” – “SNOWPIERCER (ROMPENIEVES)”

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[ADVERTENCIA: SE REVELAN DETALLES DE ESTOS FILMS.] Hace tiempo que, como ando metido en diversos menesteres, no actualizo este blog con la frecuencia de antaño, y no por falta de ganas sino, sencillamente, de tiempo. Pese a todo, y para compensarlo, he querido hacer una entrada un tanto especial, a base de apuntes, o si lo prefieren, pequeñas impresiones personales sobre algunas películas vistas en estos últimos meses y que no comento en las páginas de Dirigido por… e Imágenes de Actualidad, y escritos como hago siempre aquí por el mero placer de hacerlo. Allá vamos.


Jimmy P. (ídem, 2013), de Arnaud Desplechin.- Estrenada en España casi de incógnito hace meses, la pésima recepción en nuestro país del segundo largometraje que estrena en cines españoles el francés Arnaud Desplechin —el primero fue Un cuento de Navidad (Un conte de Noël, 2008), su anterior trabajo tras las cámaras (1)—, no ya a nivel de público (era difícil que fuera una película popular) como sobre todo de crítica, es de las que producen vergüenza ajena, y disculpen la franqueza. Sorprende que los que siempre están exigiendo un cine denso, adulto, arriesgado y riguroso hayan arrugado la nariz, salvo honrosas excepciones, ante un film tan interesante y bellamente realizado como es Jimmy P., por más que no han sido los primeros en hacerlo: el varapalo empezó en Cannes 2013, donde los “refinados” ya la pusieron a caldo; y, ya se sabe, si en Cannes, el mejor-festival-de-cine-del-mundo, dicen que una película es mala, pues será que lo es… ¿o no? En fin. Sea como fuere, Jimmy P. me parece una bella apuesta por parte de Desplechin a favor de un cine reflexivo que, cierto es, se apoya mucho en los diálogos, o si se prefiere, en la palabra; mas, a diferencia de tantos y tantos films actuales en los cuales lo que se dice importa más bien poco, o nada, al menos en esta ocasión los diálogos son interesantes y dicen cosas. Es bien sabido a estas alturas que la película gira en torno a la relación de amistad que se establece entre dos hombres de lo más dispar, el piel roja Jimmy Picard (Benicio del Toro), combatiente en Europa durante la Segunda Guerra Mundial afectado de unos taladrantes dolores de cabeza cuyo origen los médicos son incapaces de diagnosticar, y Georges Devereaux (Mathieu Amalric), un psicólogo francés aficionado a la paleontología que se encarga del caso de Picard, “Jimmy P.”. Sobre esta base dramática, Desplechin construye un sobrio y sombrío melodrama de factura aparentemente “clásica” (siempre comillas bien grandes), pero que en el fondo no deja de ser, como ya lo era Un cuento de Navidad o sobre todo la que me parece su obra maestra de entre todo lo que conozco de su obra, la maravillosa Rois et reine (2006), una brillante digresión sobre los mecanismos del relato. En este caso, tanto los elegantes flashbacks que ilustran momentos del pasado de Picard, o esa bellísima lectura de cara a la cámara, “a lo Bergman”, de Madeleine (Gina McKee), la novia de Devereaux, cuando se despide de este último probablemente para siempre, van construyendo un complejo entramado narrativo, de tal manera que esos flashbackso la lectura de esa carta no son tanto una mera “representación” de lo que Picard está recordando o de lo que Devereaux está leyendo respectivamente como, sobre todo, una “especulación”, que pone en evidencia la fragilidad, ergo relatividad, de lo que se está narrando: tanto la subjetividad de los recuerdos de Picard como la propia “subjetividad” del propio film. Extraordinariamente interpretada por Benicio del Toro y Mathieu Amalric, Jimmy P. me parece una magnífica película, que bien merece una segunda oportunidad.        



El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, 2014), de Wes Anderson.-Debo confesar de entrada que soy poco amigo del cine de Wes Anderson, de quien me interesan, sin apasionarme, Bottle Rocket (1996), Rushmore (1998), Los Tenenbaums. Una familia de genios(The Royal Tenenbaums, 2001) y sobre todo Viaje a Darjeeling (The Darjeeling Limited, 2007), esta última su mejor película hasta la fecha; no he visto Fantástico Sr. Fox (Fantastic Mr. Fox, 2009) —lo lamento, pero me dio mala espina; la recuperaré cuando esté de humor—, y en cuanto a Life Aquatic (The Life Aquatic with Steve Zissou, 2004), más me valdría no haberla visto nunca… De ahí que, tras la decepción que me llevé con Moonrise Kingdom (ídem, 2012), un film del que me esperaba mucho más, he vuelto a sentirme defraudado ante la visión de El Gran Hotel Budapest, otra película que, a mi entender, está muy, pero que muy por debajo de lo que inicialmente promete. Vaya por delante que ni Moonrise Kingdom ni El Gran Hotel Budapest me parecen malas películas; es más, no faltan en ellas ni los suficientes elementos de interés ni los buenos momentos; pero tengo claro que ambas están lejos, muy, muy lejos de ser esas obras maestras que hoy en día se proclaman más alegremente que nunca. Desde luego que, y centrándonos ya en El Gran Hotel Budapest, resulta admirable el sentido de la estética de su realizador, de tal manera que el establecimiento hotelero donde transcurre, si no toda, sí buena parte de lo narrado (y el hecho de que el film “salga” fuera de ese decorado me parece uno de sus más graves defectos), llama poderosamente la atención. El problema, serio problema, es que una vez presentados el hotel y sus pintorescos personajes, es como si Anderson, confiando en exceso en la fuerza estética del decorado y la caracterización de las figuras que pueblan el relato (servidas, todo hay que decirlo, por un espléndido elenco de intérpretes, entre los cuales sobresale, por su inesperada vis cómica, un magnífico Ralph Fiennes), da por hecho de que poco más hay que hacer, y se equivoca de cabo a rabo. De ahí, como digo, que una vez presentado ese excelente decorado, Anderson lo desaprovecha con una planificación muy pobre y mucho menos imaginativa de lo que alardean sus admiradores, de modo que el plano fijo acaba convirtiéndose no ya en la principal figura de estilo…, sino prácticamente en la única, algo terrible en un film que se promociona como sofisticado y elegante pero que en la práctica acaba siendo más rutinario y desganado de lo que sería de desear. Ello no obsta, vuelvo a insistir, para que haya buenos momentos que justifican, hasta cierto punto, el prestigio de esta obra, pero no lo suficiente: las buenas ideas se hacen esperar, y el aburrimiento asoma su triste semblante en más de una ocasión. 


El desconocido del lago (L’inconnu du lac, 2013), de Alain Guiraudie.- La expectación generada en torno a esta película me parece, directamente, de juzgado de guardia, y más a la vista de la completa nulidad de sus teóricas propuestas artísticas. A falta de conocer otras películas de su realizador, quien estrena por primera vez en España, El desconocido del lago me parece el típico, y tópico, “prestigio de festival”, una pompa de jabón dentro de la cual no hay absolutamente nada y que, a poco que se analiza con un mínimo de rigor, se desinfla sin más. Puedo entender que la manera franca de mostrar la homosexualidad puede resultarle chocante a más de uno, pero de ahí a alabar las presuntas bondades de esta insignificante obra dista un abismo. El presunto mérito de esta pequeña y sencillísima película no es otro que el de mostrar una serie de personajes y acontecimientos desde una perspectiva, digamos, “natural” o “naturalista”, con vistas a extraer de los mismos un determinado potencial abstracto: un decorado único (un lago y el bosque que lo circunda), un puñado de hombres que acuden allí para dar rienda suelta a su condición sexual, y más tarde un asesinato y una investigación policial. Lo primero, el decorado, carece de fuerza, entre otras razones por la aburrida forma que el realizador lo muestra en su planificación; en este sentido, los planos del coche del protagonista, Franck (Pierre Deladonchamps), aparcando cerca del lago, que Alain Guiraudie repite hasta la extenuación, quieren ser el reflejo de una determinada rutina, pero lo que acaban siendo es la expresión de la propia rutina de un cineasta que no se plantea excesivos problemas de puesta en escena. Los personajes, asimismo, son unidimensionales, cuando no descritos mediante no pocos estereotipos del mundillo gay: muchos de los diálogos de los personajes parecen, directamente, sacados de la peor fotonovela que imaginarse pueda. ¿Y qué decir del terrible, penoso, increíble personaje del inspector de policía a cargo de Jérôme Chappatte, pésimo actor donde los haya que cree que basta con salir andando petulantemente y con las manos a la espalda para parecer un agente de la ley? ¿O de la horrible escena de la muerte de este personaje a manos de Michel (Christophe Paou), de una torpeza difícil de superar? Hacía tiempo que no me echaba a los ojos un bluff de semejantes proporciones, y ahora mismo no dudaría en considerar El desconocido del lago la peor, más ridícula y burdamente pretenciosa película estrenada en lo que va de año en nuestro país.


Capitán América: El Soldado de Invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014), de Anthony y Joe Russo.- La más reciente película de los Marvel Studios me produce sentimientos un tanto encontrados. Por un lado, todo lo que se refiere a su entramado dramático me parece positivamente magnífico, hasta el punto de que me atrevería a afirmar que el guión de Capitán América: El Soldado de Invierno es el mejor que hasta la fecha haya salido de la división cinematográfica de la Casa de las Ideas. Pero, ay, creo que muchas de las excelentes propuestas teóricas del film, si no se estrellan, cuanto menos quedan relativizadas y casi minimizadas por la labor tras las cámaras, correcta aunque algo gris, del dúo de realizadores formado por Anthony y Joe Russo. Una pena porque, como digo, la idea de combinar en esta película una aventura de superhéroes con una trama digna del thriller político estadounidense de los 70 —y no es casual, en este sentido, la presencia en el elenco de Robert Redford— es harto atractiva. Desde luego que lo mejor de esta segunda e inesperadamente politizada nueva peripecia del superhéroe patriótico de Marvel por excelencia reside en lo que sugiere entre líneas, esto es, la idea de que una célula nazi de Hydra, los viejos enemigos del “Capi” durante la Segunda Guerra Mundial, se encuentre “dormida” en el corazón de S.H.I.E.L.D., la agencia secreta que defiende a los Estados Unidos y al mundo entero de amenazas planetarias. Dicho de otra manera, no cuesta nada ver en S.H.I.E.L.D. una versión magnificada de la CIA, y en los neo-nazis ocultos en ella una caricatura acaso poco sutil, pero efectiva, de las “guerras sucias” de la Centralde Inteligencia Americana; o, si se prefiere, que esa presencia de neo-nazis no es sino una mirada satírica y a la vez una crítica soterrada a los métodos fascistas de la propia CIA. La idea tiene gracia, e insisto, está mostrada con cierta energía, resultando convincente y dándole a Capitán América: El Soldado de Invierno personalidad propia en el contexto de las producciones de los Marvel Studios en particular y del cine de superhéroes en general. La pena, vuelvo a insistir, es que Anthony y Joe Russo se limitan a cumplir con corrección y efectividad con el encargo, y nada más. Era esta una película que requería a un cineasta robusto a lo Paul Verhoeven o John McTiernan, o incluso el nada despreciable Joe Johnston de Capitán América: El primer Vengador(Captain America: The First Avenger, 2011) (1); cierto es que el film hace gala de una secuencias de acción notables, pero a pesar de ello incluso estas últimas funcionan más por su hábil acumulación de efectos visuales y dinámicas coreografías en las peleas cuerpo a cuerpo que porque hagan gala de estilización alguna. Aunque superior a la mediocre última entrega de las aventuras de Spider-Man(2), creo que a Capitán América: El Soldado de Invierno, aun dando mucho, podía exigírsele más.



Snowpiercer (Rompenieves) (Snowpiercer, 2013), de Bong Joon-ho.- La nueva película del director de la magnífica Memories of Murder (Salinui chueok, 2003) y de la meramente correcta y muy, muy sobrevalorada The Host (Gwoemul, 2006) me ha supuesto una considerable decepción. Desde luego que no es un mal film: está hecho con estilo, y eso hace que se sostenga su interés durante la mayor parte del metraje, aunque no todo. Mas lo peor no es eso: lo peor es que, a poco que se analice con detenimiento, la película no hace otra cosa que plantear una fábula “distópica” de ciencia ficción que, con escasas variaciones de fondo, no es más que la enésima reformulación de un mundo del mañana donde las diferencias entre los humildes y los poderosos, los pobres y los ricos, se han acentuado más que nunca. Nada que Metrópolis(Metropolis, 1927, Fritz Lang) o Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973, Richard Fleischer) no nos hubiesen explicado cien veces mejor. En este sentido, las escenas de Snowpiercer (Rompenieves) en las que, cerca del final, la película literalmente se detiene para mostrarnos las motivaciones ocultas que se ocultan en el teórico héroe del relato, Curtis (Chris Evans), quien esconde bajo sus nobles intenciones un pasado oscuro y sucio, o en particular el pesado discurso del jerarca Wilford (Ed Harris) sobre la necesidad de que haya pobres a los que aplastar para que el sistema no se derrumbe (sic), acaban produciendo un sonoro bostezo. Se dice que los tristemente célebres hermanos Bob y Harvey Weinstein pretendían cortar esta película de cara a su estreno en los Estados Unidos; dejando aparte el hecho cierto de que cortar cualquier film sin el consentimiento de su director es y será siempre una aberración, no es menos cierto que a Snowpiercer (Rompenieves)—y lo lamento— no le hubiese sentado mal una reducción de su metraje, pues la película es muy larga, demasiado, y no mantiene en todo momento el interés de sus mejores instantes. Mucho mejor resulta en el terreno estrictamente visual, que es en donde se percibe el esfuerzo de Bong Joon-ho de imprimirle interés a base de golpes de estilo. Hay que reconocer, en este sentido, que el film se beneficia enormemente del trabajo del director de fotografía Hong Kyung-pyo y del director artístico Ondrej Nekvasil, quienes han logrado captar a la perfección las ideas del realizador a la hora de mostrar, por ejemplo, los diferentes decorados, tonos de color y atmósferas de cada uno de los vagones que componen ese súper-tren futurista donde viajan los últimos supervivientes de la raza humana tras una nueva época glacial provocada artificialmente para combatir el proceso de calentamiento del planeta. Bong Joon-ho intenta, asimismo, combinar distintos estilos de filmación en función de cada nuevo y teóricamente sorprendente decorado; pero, incluso en sus buenos momentos, Snowpiercer (Rompenieves) transmite la sensación de que sus ideas funcionan mejor en la teoría que en la práctica, y que el resultado intenta ser brillante a toda costa pero al final solo consigue ser artificial y pintoresco.

“PLAN SINIESTRO” de BRYAN FORBES, en CINE ARCHIVO

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En una iniciativa que tan solo merece el aplauso, pues pocas son las ocasiones en las que se dedica tanto espacio a un cineasta tan poco conocido en estos momentos, pero aún así tan necesitado de la más urgente reivindicación, Cine Archivo acaba de publicar la primera entrega de un dossier en dos partes dedicado al interesantísimo cineasta británico Bryan Forbes.


Mi contribución al mismo es un comentario de una de sus mejores y más conocidas películas, la magnífica Plan siniestro (Seance on a Wet Afternoon, 1964): “tercer largometraje como realizador de Bryan Forbes tras las no menos interesantes “Cuando el viento silba” (1961) y “La habitación en forma de L” (1962), reportó en su momento una (merecida) candidatura al Oscar a su actriz protagonista, la norteamericana Kim Stanley, pero no menos magnífico está Richard Attenborough en una de sus mejores interpretaciones. Esta extraordinaria pareja de actores lleva sobre sus espaldas el peso de este excelente melodrama con toques de intriga policíaca escrito por el propio Forbes a partir de la novela de McShane, brillantemente fotografiado en atmosférico blanco y negro por Gerry Turpin y con una interesante partitura musical de John Barry, muy lejos del “sonido Bond” que desarrolló a lo largo de esa misma década. Film denso y repleto de sugerencias, basa su eficacia en una cuidada dirección de actores y, sobre todo, en una elaborada puesta en escena que combina clasicismo y modernidad (siempre teniendo en cuenta, claro, lo discutible de ambos términos), ya que lleva a cabo un interesante contraste entre las abundantes escenas en interiores, rodadas en estudio, y las escenas en exteriores, de notable aire documental”.

Cine Archivo:
Especial Bryan Forbes (Parte I, 1961-1968):
El secuestro de Amanda: Plan siniestro (1964):
http://www.cinearchivo.com/site/Fichas/Ficha/FichaFilm.asp?IdPelicula=63613&IdPerson=15889

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de JULIO-AGOSTO 2014, ya a la venta

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Guardianes de la Galaxia(Guardians of the Galaxy, 2014, James Gunn), la película-Marvel para este verano, ocupa la portada del núm. 348 de Imágenes de Actualidad, que cubre los meses de julio y agosto por descanso estival de la redacción. El reportaje de este film se complementa con una entrevista con uno de sus principales protagonistas, Chris Pratt.


También se destacan en portada las películas que ocupan la sección Primeras Fotos: los avances de films como Insterstellar (ídem, 2014, Christopher Nolan), Kingsman: The Secret Service(Matthew Vaughn, 2014), Fury (David Ayer, 2014) y [Rec] 4: Apocalipsis (Jaume Balagueró, 2014).


El resto de contenidos destacados de estos dos meses lo conforman los reportajes de: Lucy (ídem, 2014, Luc Besson); Cómo entrenar a tu dragón 2 (How to Train Your Dragon 2, 2014, Dean DeBlois); El amanecer del planeta de los simios (Dawn of the Planet of the Apes, 2014, Matt Reeves); Los mercenarios 3 (The Expendables 3, 2014, Patrick Hughes), que se complementa con una entrevista con uno de sus protagonistas, Jason Statham, quien este verano estrena otro film, El protector (Homefront, 2013, Gary Fleder; ver reportaje en el número anterior); Anarchy: La noche de las bestias (The Purge: Anarchy, 2014, James DeMonaco); Tokarev (ídem, 2014, Paco Cabezas); El extraordinario viaje de T.S. Spivet (The Young and Prodigious T.S. Spivet, 2013, Jean-Pierre Jeunet); La chica del 14 de julio (La fille du 14 juillet, 2013, Antonin Peretjatko); Mil maneras de morder el polvo (A Million Ways to Die in the West, 2014), complementado con un retratode su director y protagonista, Seth MacFarlane; Infiltrados en la universidad (22 Jump Street, 2014, Phil Lord y Chris Miller), que se complementa con un artículosobre otras adaptaciones al cine en clave de humor de famosas series de televisión, No te rías, que es TV; Begin Again (ídem, 2013, John Carney); Chef (ídem, 2014), dirigida y protagonizada por Jon Favreau; Sabotage (ídem, 2014, David Ayer); y Las vidas de Grace (Short Term 12, 2013, Destin Daniel Cretton). Como siempre, todo ello acompañado de las secciones Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


El Cult Movie que firmo este mes es ciertamente singular; se trata, nada más y nada menos, que de un clásico del cine fantástico español: No profanar el sueño de los muertos(1974), de Jordi (Jorge) Grau: “«Jordi Grau. Confidencias de un director de cine descatalogado» es el título del estupendo libro de memorias recientemente publicado por Calamar Ediciones en el que su autor, Jordi Grau Solà (n. 1930), firmante de una atípica filmografía en la cual hallamos títulos de muy variados estilos –muchos de ellos firmados como Jorge Grau–, nos desgrana con minuciosidad y sentido del humor sus vivencias como realizador, en una carrera que abarca 33 títulos dirigidos entre 1957 y 1994. Por más que en la carrera de Grau, que fue ayudante de dirección de Sergio Leone en el rodaje de “El coloso de Rodas” (1961) y amigo personal de Federico Fellini, hallamos, literalmente, de todo (…), este director debe buena parte de su popularidad entre los cinéfilos a una película de género fantástico cuyo prestigio no ha dejado de crecer: “No profanar el sueño de los muertos””.


Completo mi contribución a este número con un par de críticas; la primera, la de la citada El protector (un film mejor de lo que pueda parecer a simple vista)…,


…y la de la irregular pero a pesar de todo curiosa nueva versión animada de Tarzán(Tarzan, 2013, Reinhard Kloos).   

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“DIRIGIDO POR…” de JULIO-AGOSTO 2014, ya a la venta

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Los cien años del inicio de la Gran Guerrada pie a que Dirigido por… publique en su núm. 446, correspondiente al período estival, la primera parte de un dossiertitulado Cine y I Guerra Mundial. 100 Aniversario. Esta primera entrega consta de un artículo de introducción, La I Guerra Mundial y el cine. 1914-1918, escrito por Antonio José Navarro  y de diez antologías de otras tantas grandes películas sobre el tema, ordenadas por orden cronológico: Armas al hombro (Shoulder Arms, 1918), de Charles Chaplin [Jordi Batlle Caminal]; J’accuse! (1919), de Abel Gance [Quim Casas]; El gran desfile (The Big Parade, 1925), de King Vidor [Ricardo Aldarondo]; Alas (Wings, 1927), de William A. Wellman [Juan Carlos Vizcaíno Martínez]; Cuatro hijos (Four Sons, 1928), de John Ford [Tonio L. Alarcón]; Sin novedad en el frente (All Quiet on the Western Front, 1930), de Lewis Milestone [Antonio José Navarro]; Ángeles del infierno(Hell’s Angels, 1930), de Howard Hughes [Antonio José Navarro]; Cuatro de infantería (Westfront 1918, 1930), de Georg Willhelm Pabst [de un servidor]; Adiós a las armas (A Farewell to Arms, 1932), de Frank Borzage [Jordi Batlle Caminal]; y Les croix de bois (1932), de Raymond Bernard [Roberto Alcover Oti].


Otro interesante contenido, ya de actualidad, es una entrevista exclusiva con Clint Eastwood, quien nos habla extensamente de su más reciente film, Jersey Boys (ídem, 2014), cuyo estreno en España tendrá lugar el próximo mes de septiembre, momento en el cual publicaremos también la reseña del mismo.


Entre las películas más importantes cuyo estreno en España está previsto para los meses de julio y agosto, se destacan las críticas de títulos como El extraordinario viaje de T.S. Spivet (The Young and Prodigious T.S. Spivet, 2013), de Jean-Pierre Jeunet, que comenta Anna Petrus, la cual también firma la reseña de Un toque de violencia (Tian zhu ding, 2013), de Jia Zhang-ke; Sabotage(ídem, 2014), de David Ayer, reseñada por Tonio L. Alarcón; La chica del 14 de julio (La fille du 14 juillet, 2013), de Antonin Peretjatko, analizada por Gerard Casau; Las vidas de Grace (Short Term 12, 2013), de Destin Daniel Cretton, que escribe Beatriz Martínez, asimismo firmante de la reseña de Borgman (ídem, 2013), de Alex van Warmerdam. El número se completa con los comentarios escritos por Quim Casas de las series 24: Muere otro día (24: Live Another Day, 2014) y la primera y segunda temporadas de House of Cards (ídem, 2013- ), para la sección Televisión; la semblanza del recientemente fallecido director de fotografía Oswald Morris que le dedica Christian Aguilera dentro de la sección Paralelismos; y las secciones de Críticas; Pantalla Digital, de José María Latorre; y Banda sonora, de Joan Padrol.  


Como he escrito líneas atrás, este mes contribuyo al dossiersobre cine y Primera Guerra Mundial con la antologíadedicada a una extraordinaria película de Georg Wilhelm Pabst, Cuatro de infantería: “es muy representativa del estilo del cineasta alemán Georg Wilhelm Pabst (1885-1967), uno de esos pioneros de la historia del cine que, a medida que va pasando el tiempo, su figura y su obra se van oscureciendo en la lejanía a pesar de haber firmado no pocas obras notables, muchas de las cuales bastarían por sí solas para asegurarle un lugar destacado en la historia del cine”.


También firmo las críticas de títulos tan dispares como El cielo es real (Heaven is for Real, 2014), de Randall Wallace, un film, lo adelanto ya, mucho mejor de lo que pueda parecer a simple vista…;


…la más bien insignificante comedia No hay dos sin tres (The Other Woman, 2014), dirigida por Nick Cassavetes, hijo de John Cassavetes y Gena Rowlands (como si eso fuera sinónimo de calidad al instante)…;


…el film fantástico-para-jóvenes del verano, Vampire Academy (ídem, 2014), de Mark Waters, poquita cosa, pero menos malo de lo esperado…;


…el correcto thriller de Hossein Amini Las dos caras de enero (The Two Faces of January, 2014)…;


…y la asimismo menos desdeñable de lo predecible Maléfica (Maleficent, 2014), de Robert Stromberg.


Concluyo mi aportación a este número de Dirigido por…firmando el comentario de la última página de la revista, dedicado a la muy curiosa película de Dan Curtis Sombras en la oscuridad (House of Dark Shadows, 1970), dentro de la sección Cinema Bis.

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De vampiros y zombis: “SOLO LOS AMANTES SOBREVIVEN”, de JIM JARMUSCH

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] En Solo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013), Jim Jarmusch hace gala a ratos de ese repelente distanciamiento propio del intelectual pagado de sí mismo que parece mirarse por encima del hombro el cine de vampiros, con la conciencia que no es sino un mero punto de partida “innoble” para que él, un Artista con mayúsculas, pueda modelar a su gusto un material más “noble”. No es la primera vez que su cine transmite esta sensación cuando ha usado códigos genéricos, digamos, convencionales para elaborar a partir de los mismos su discurso: ya ocurría en la lejana Bajo el peso de la ley (Down by Law, 1986) en relación a las convenciones del “género carcelario”, y sobre todo en la fallida Dead Man (ídem, 1995) respecto al western; no así, empero, en la que me sigue pareciendo su mejor película hasta la fecha, Ghost Dog, el camino del samurái(Ghost Dog: The Way of the Samurai, 1999), donde había un equilibrio entre la asunción de las convenciones de otro género codificado, el policíaco, y el discurso de su autor. Empero, la mirada de Jarmusch hacia el cine de vampiros es tan heterodoxa como lo era la arrojada en Ghost Dog, el camino del samurái con respecto al thriller, por más que el resultado me parezca menos conseguido. Digamos que en Solo los amantes sobreviven hay una mayor conciencia por parte de su director de estar tratando un género que, por muchas y muy diversas razones, le resulta ajeno —por más que en su cine no falten las connotaciones fantásticas; recuérdese, por ejemplo, la aparición del fantasma de Elvis Presley en Mystery Train (ídem, 1989)—, y precisamente por eso mismo lo aborda con una frialdad, digamos, “instrumental”. 


Dicho de otro modo, los vampiros protagonistas del film son, más que nunca, “metáforas” o “símbolos” (táchese lo que no proceda) para exponer otras cosas. En este sentido, hay que reconocer que Jarmusch hace gala de una notable honestidad, en cuanto no intenta hacer una “película de vampiros” (aunque, como digo, tampoco arrincona por completo las convenciones de las mismas) y ni tan siquiera trabajar una atmósfera en el sentido más fantastiquedel término (lo cual no significa que, en ocasiones, el film no sea muy atmosférico). Lo único que impide que Solo los amantes sobreviven llegue a ser la gran película que podría haber sido es que, al contrario que Ghost Dog, el camino del samurái, esa utilización instrumental de las convenciones del género cinematográfico “vampiros” carece de la potencia visual y la capacidad expresiva que sí atesoraba aquélla en su empleo de los tropos del thriller policíaco; más que una cuestión de estilo o habilidad a la hora de manipular esas convenciones, es una cuestión de intensidad y fuerza en el manejo de las mismas; puede que eso se deba a que, por esa cuestión de sintonía personal o sencillamente por su sensibilidad y carácter, Jarmusch parece sentirse más cercano al género del thriller que al de terror. En cualquier caso, se nota.


Solo los amantes sobreviven tiene un arranque muy bello. A un plano picado sobre un tocadiscos en marcha, en el cual suena una versión de la canción Funnel of Love, de Wanda Jackson, interpretada por SQÜRL —la banda del propio Jarmusch— y Madeline Follin, le siguen por encadenado otros planos, asimismo en picado, que relacionan a Eve (Tilda Swinton), tumbada en su dormitorio, y Adam (Tom Hiddleston), que hace otro tanto en el sofá de su vivienda. Hemos visto cómo la cámara efectúa un movimiento rotatorio sobre la platina en la que gira el vinilo, y sigue rotando sobre Eve y Adam, estableciendo así, como digo, una relación entre los personajes y la música (pronto sabremos que Adam es compositor, y Eve, una melómana), y acaso sugiriendo al mismo tiempo, en virtud de ese movimiento circular, “cerrado”, que los protagonistas son personajes también cerrados en sí mismos, aislados del mundo. Impresión que el devenir del relato no tardará en confirmar: Adam y Eve son vampiros, y por tanto, viven siempre de noche; su existencia es solitaria: el primero reside en Detroit, y la segunda, en Tánger; aunque los dos son pareja quizá desde hace siglos, ahora mismo están separados, pero sin que esa separación sea el resultado de animadversión alguna entre ellos (tal y como parece sugerir la película, la impresión es que, aprovechando su condición de inmortales, Adam y Eve se separan unos cuantos años, o décadas, cuando se cansan de estar juntos, y luego vuelven a reencontrarse como si tal cosa). A pesar de la compañía y el mutuo afecto que se profesan el uno al otro este par de no-muertos, ello no obsta para que, en ocasiones, el peso del muchísimo tiempo vivido no les afecte de un modo u otro: Adam le encarga a Ian (Anton Yelchin), el joven humano que trabaja para él, una bala de madera, con la cual juguetea tentado por la posibilidad de poner fin a una existencia de siglos que ya empieza a aburrirle pegándose un tiro en el corazón…


El aspecto más interesante y conseguido de Solo los amantes sobreviven reside en su soterrada pero muy intensa reivindicación de la cultura. No es casual, en este sentido, que Jarmusch elija a sus vampiros como acaso los últimos representantes de una especie de seres refinados, amantes como ya he dicho de la música pero también de la literatura y el teatro, por señalar aquellos aspectos culturales por los cuales muestran aprecio: las viejas grabaciones en vinilo que escuchan Adam y Eve en la mencionada primera secuencia (la vampiresa además aparece, como digo, tumbada y rodeada de antiguos volúmenes); las guitarras eléctricas que colecciona Adam y que le proporciona Ian, quien por cierto ignora por completo la condición de no-muerto de su cliente y, para él, medio amigo (en lo cual puede verse un guiño malévolo a la tradición, instaurada por la literatura y el cine, del “criado humano” a lo Renfield puesto al servicio, en este caso inconscientemente, de un vampiro); la escena en la cual Adam se detiene a escuchar, embelesado, la canción de una mujer marroquí, Yasmine (Yasmine Hamdan)… No por casualidad, entre las más antiguas amistades de los protagonistas figura nada menos que… ¡Christopher Marlowe! (John Hurt), el anciano vampiro que le proporciona sangre fresca a Eve en Tánger y que siglos después todavía continúa reivindicando su autoría sobre las obras de teatro oficialmente atribuidas a William Shakespeare. Resulta asimismo muy significativo que los vampiros llamen a los seres humanos “zombis” (sic), pues a fin de cuentas ellos, que son “muertos” (o no-muertos), están más “vivos” que las personas teóricamente vivas, convertidas por el contrario en mediocres “muertos vivientes”.


La reflexión de Jarmusch es indiscutiblemente hermosa: los vampiros de Solo los amantes sobreviven son los últimos garantes de una cultura, y sobre todo, de una forma de entender la vida entera, la cual tan solo es verdaderamente rica y plena si se utiliza para disfrutar de los parabienes artísticos creados por la humanidad a lo largo de su historia; los vampiros, por tanto, gozan del privilegio de tener ante sí una eternidad que llenar con todas las maravillas culturales concebidas por el pensamiento humano, en tanto que los que antes fueron “seres humanos” y ahora solo son “zombis” no hacen sino despreciar toda esa herencia, ese bagaje artístico e intelectual, a favor de un mundo edificado alrededor del más absoluto de los vacíos. En coherencia con este planteamiento, Jarmusch muestra los entornos urbanos donde viven sus vampiros como espacios nocturnos fríos y prácticamente solitarios, tanto da que sea una Tánger cuyas estrechas callejuelas están saturadas de portales en la sombra y rincones oscuros donde únicamente asoman hombres de aspecto torvo anunciando vayan a saber ustedes qué oferta en materia de sexo, drogas o similares; o las calles de la nocturna Detroit que Adam y Eve recorren en coche, camino del edificio abandonado y pintarrajeado donde se desharán del cadáver de Ian: unas calles en las que, paradójicamente, los no-muertos protagonistas son los únicos seres “vivos” que las transitan.


La propuesta de Jarmusch es al mismo tiempo tan interesante como irregular, sobre todo en su primer tercio, el más moroso e innecesariamente diletante dado que el film tarda un poco en entrar en materia y le cuesta ganar en intensidad. Hay un momento en que lo demagógico asoma su temible rostro con la introducción de un nuevo personaje que viene a erigirse en un ejemplo práctico, ergo personificado, de todo aquello que Jarmusch y “sus” vampiros detestan. Me refiero a la hermana vampiresa de Eve, Ava (Mia Wasikowska), una no-muerta que al contrario que aquélla o que Adam, no solo es una bebedora de sangre indisciplinada y descontrolada —Eve no para de repetir que ahora “[los vampiros] vivimos en el siglo XXI”, y recurren al asesinato para alimentarse solo en muy contadas ocasiones: la primera, como hemos mencionado, subsiste gracias a las raciones de sangre que le proporciona Marlowe, y Adam, en Detroit, soborna a un médico (el Dr. Watson: Jeffrey Wright) para que le abastezca del banco de plasma—, sino que además ha adquirido todos y cada uno de los peores vicios y tics de los “zombis” jóvenes: el gusto por las fiestas, por divertirse, por colocarse y, obedeciendo a un impulso caprichoso, alimentarse de la sangre de Ian sin importarle las consecuencias. Dejando aparte el hecho de que Mia Wasikowska está tan bien como siempre (al igual que el resto del excelente elenco de la película), y de que Jarmusch tampoco estira el episodio centrado en Ava antes de que se haga cargante, es lo único que chirría un poco, por obvio, en un conjunto donde, a cambio, el cineasta brinda uno de los momentos más bellos de su carrera: la muerte de Marlowe, envenenado por sangre en mal estado (sic), en compañía de Adam, Eve y su fiel criado humano Bilal (Slimane Dazi), que Jarmusch visualiza con la solemnidad que requiere el óbito no ya de un icono cultural, sino incluso vital: es la humanidad entera la que expira su último aliento junto con el anciano autor no reconocido de Hamlet... La secuencia final tiene mucho de melancólico: hambrientos y sin provisión de sangre, Adam y Eve eligen a una pareja de amantes para saciar su sed; el film concluye con un contraplano, desde el punto de vista subjetivo de las futuras víctimas de los vampiros, viéndolos acercarse a ellos/a la cámara, colmillos a punto, antes de fundir a negro, en lo que puede verse una especie de representación de la imposible reconciliación entre dos mundos: para los vampiros, los humanos son y siempre serán “zombis”, y para estos los primeros siempre serán “vampiros”… 

Psicoanálisis de un fantasma: “I AM A GHOST”, de H.P. MENDOZA

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] I Am a Ghost (ídem, 2012), film escrito y dirigido por H.P. Mendoza e inédito en salas españolas pero comercializado en formato doméstico por la firma Tema/Cameo, arranca con una imagen que coincide exactamente con su final: la pantalla está en negro, y un siniestro sonido no identificable inunda la banda sonora de una película que, por cierto, tiene en esa utilización dramática de la pista de sonido una de sus mejores bazas expresivas. De repente, pasamos a un plano general diurno de una casa unifamiliar de estilo sureño. Una serie de planos nos detallan el edificio, primero su puerta de acceso principal, y luego su interior: escaleras, pasillos, habitaciones… Este pequeño “prólogo”, o si se prefiere secuencia de introducción, concluye con un nuevo plano de una escalera, por la cual desciende una mujer joven vestida de blanco de pies a cabeza (Emily: Anna Ishida), mientras se superpone el título de la película: “I Am a Ghost”.


Esta inmediata asociación de ideas entre la imagen de la muchacha y la inserción del rótulo donde figura el título del film, y que al mismo tiempo nos está sugiriendo que Emily “es” un fantasma, no es la única que el realizador lleva a cabo por medio del montaje. Hay al respecto un momento que me parece magnífico, por su manera sencilla pero tremendamente eficaz de expresar la naturaleza fantástica de la situación que retrata mediante dos simples cortes de montaje: Mendoza emplea un plano general para mostrarnos a Emily, frente a la puerta de la casa, disponiéndose a salir para hacer compras (la vemos y oímos repasar la lista de la compra); la joven se coloca una gorra blanca atada bajo la barbilla (cuya antigüedad ya sugiere que Emily es un personaje del pasado), coge una cesta y abre la puerta; a continuación, el realizador inserta un nuevo plano de la puerta, pero tomado desde el exterior de la casa y con la cámara, por tanto, frente a esa puerta, la cual vemos que se abre… ¡sola!; el siguiente plano nos muestra a Emily de nuevo dentro de la casa, cerrando la puerta y dejando la cesta con la compra en el suelo mientras se quita el sombrero: podemos entender que se trata de una elipsis (es decir, que quizá ha transcurrido un lapso de tiempo entre que Emily ha salido a comprar y ha regresado), pero la celeridad con que Mendoza monta estos tres planos sugiere algo que se confirmará poco después: que Emily en realidad nunca ha salido de la casa porque es un espíritu atrapado en ella.


Sin embargo, antes de llegar a la revelación del carácter espectral del personaje de Emily (revelación relativa, habida cuenta de que el espectador atento ya se habrá dado cuenta, dada la naturaleza anómala de la planificación, de esa característica de la muchacha), el film aparentemente se “entretiene” en mostrarnos los quehaceres diarios de la protagonista: cómo se despierta por la mañana en su dormitorio; cómo se prepara el desayuno (huevos fritos); cómo, mientras desayuna, hace un extraño gesto de amenaza con un cuchillo (alzándolo con la mano izquierda por encima de su cabeza); cómo se mira en el espejo del cuarto de baño y exclama: “¡Oh, Dios mío!”, al mismo tiempo que vemos su mano derecha envuelta en una toalla con una mancha de sangre; cómo sonríe al mirar la foto de una familia y luego rompe a llorar (su mano derecha ya no presenta herida alguna); como ya hemos explicado, cómo sale a hacer la compra; cómo quita el polvo de una habitación y se detiene al oír un ruido que procede del ático, al cual se accede por una escalera de caracol; o cómo recorre un pasillo con un cubo y una fregona, se detiene ante una habitación, mira a su interior, exclama: “¡Nada!”, y de pronto, asustada, deja caer los bártulos que llevaba en las manos y echa a correr asustada… Todo es más o menos raro, sobre todo teniendo en cuenta que no se ve ni se oye a nadie más en la casa, pero no tarda en devenir algo completamente anormala partir del momento en que el realizador va repitiendo esos mismos gestos empleando, asimismo, idénticos encuadres, de manera que se sugiere algo que se confirmará poco después: que, de acuerdo con esa idea según la cual los fantasmas no hacen sino repetir después de muertos los gestos y desplazamientos que hacían en vida, Emily está atrapada en una especie de bucle espacio-temporal sin darse cuenta de ello.


El punto de inflexión al respecto reside en el momento en que Emily, o Emily la fantasma, entra en contacto con la voz de una mujer, Sylvia (Jeannie Barroga), que tan solo oye en una determinada habitación —la que, explica Emily, perteneció a su madre— y que dice ser una médium contratada por la familia (se supone que viva) que habita en la casa y que le ha pedido que expulse de la misma al espíritu de Emily. Llegados a este punto del relato, resulta difícil no pensar en Los otros (2001), de Alejandro Amenábar, quien a su vez se inspiró en El sexto sentido (The Sixth Sense, 1999), de M. Night Shyamalan, quien a su vez se inspiró en Carnival of Souls (1962), de Herk Harvey. La diferencia estriba en que, en I Am a Ghost, el “estoy-muerta-y-no-lo-sabía” de la protagonista no es la conclusión, sino el punto de partida de un relato que, a partir de ese momento, plantea —al menos, en teoría— una singular variante de los relatos de casas encantadas desde el insólito punto de vista de un alma en pena que, al contrario de lo que suele ser usual, está tan asustada ante la conciencia de ser un fantasma y estar habitando en una dimensión espacio-temporal que no es la suya, como sobre todo ante la posibilidad, hasta ese momento completamente ignorada por ella, de que en esa misma casa haya otro fantasma que —afirma Sylvia— no es sino la otra mitad de su propia personalidad escindida y que a ella, que hasta hace poco estaba convencida de que seguía estando con vida, la asusta, tal y como un espectro venido del más allá asusta a cualquier persona viviente. De hecho, puestos a ser retorcidos, y si aceptamos que —tal y como insiste Sylvia— Emily padece un trastorno de personalidad múltiple, ¿qué nos impide pensar que la propia Sylvia no es sino otra personalidad oculta de Emily, una muchacha atormentada por fugaces recuerdos del pasado que ella se ha empeñado en olvidar y que implican acontecimientos tan traumáticos como el abandono de su padre a manos de una madre que la odiaba, haber protagonizado estallidos de violencia que casi acaban con la vida de su hermana pequeña, ser abandonada en esa casa por su madre con la esperanza de que muriera pronto, o salvajemente asesinada por un hombre a cuchilladas en el mismo dormitorio de la madre?


I Am a Ghost es, como digo, un film teóricamente interesante y bastante atractivo en sus líneas generales, por más que en la práctica la gracia del planteamiento no siempre encuentre una resolución a la altura de la misma. Ello no obsta para que no atesore momentos excelentes, tal es el caso de la ya mencionada secuencia fantastique de la (falsa) salida de la casa de Emily supuestamente para ir a comprar; y de otra, asimismo, harto llamativa: aquélla en la que la protagonista, una vez informada por Sylvia de su naturaleza espectral y de que la casa no se encuentra realmente en el mundo de los vivos, decide “romper” su rutina fantasmal y abre la puerta de la casa para ver qué hay en el exterior: lo que ve es una oscuridad total, una nada absoluta, que Mendoza visualiza mediante un espectacular plano, de nuevo con la cámara en el exterior de la vivienda, en el cual vemos a Emily en el dintel de la puerta mientras el objetivo se va alejando paulatinamente hasta convertir esa puerta en un minúsculo punto de luz en medio de las tinieblas, para luego reencuadrar lentamente hacia el ángulo original y mostrarnos a una aterrorizada Emily gritando, pero cuyos alaridos están suprimidos de la pista de sonido: solo cuando cierra la puerta y se aleja de la misma, oímos esos gritos.


Pese a todo, no puede evitarse que la propuesta acabe sosteniéndose más sobre la singularidad de la premisa dramática que sobre un trabajo de puesta en escena imaginativo tan solo en los momentos que hemos destacado. Por el resto, H.P. Mendoza se limita a aplicar cierta mecánica asociativa entre los encuadres que ha mostrado sobre todo en el primer tercio del relato y los que se van añadiendo a continuación, con vistas a conseguir, por medio de variaciones en la planificación, proporcionar una especie de sentido al sinsentido: por ejemplo, repite los mismos ángulos, pero más cerrados, en aquellas escenas destinadas a ilustrar la visualización completa de los temores de Emily, caso del extraño gesto con el cuchillo mientras desayuna (el cual, previsiblemente, se descarga sobre el dorso de su mano derecha, la misma que vemos herida y sangrando cuando la joven visita el cuarto de baño); o recurre a la repetición de los encuadres abiertos con los que nos ha mostrado la rutina de Emily por la casa, pero en esta ocasión incorporando la imagen duplicada de la muchacha viéndose por primera vez a sí misma llevando a cabo esas acciones; también incorpora, subrepticiamente, la pantalla partida en dos, y en un momento dado, la subdivide todavía más, llevando el concepto al paroxismo.  La idea, como digo, es válida, pero su resolución deviene un tanto mecánica y en el borde de la obviedad. Tampoco resulta muy convincente el clímax del relato, la aparición del “monstruo” (Rick Burkhardt) que, en vida, anidaba en el interior de Emily obligándola a hacer daño a los demás y a cometer suicidio, y que, tras la muerte de Emily/de ambos, sigue atrapado en la misma casa. El “monstruo” en cuestión es un hombre desnudo y sin ojos en las cuencas que contrasta sobremanera con la frágil figura de la muchacha, pero sus apariciones son lo menos convincente del relato. Queda para el final un nuevo apunte de gran inquietud: una vez que Emily y el “monstruo” hacen frente juntos a lo que en el fondo no son sino los miedos de una misma persona dividida en dos personalidad antitéticas, y al contrario de lo que le ha prometido la voz de la médium Sylvia —que vería ese famoso “túnel de luz” hacia el cual las almas se dirigen a su descanso eterno—, la casa y los dos espectros que la habitan terminan sumiéndose en esa oscuridad impenetrable que, como decía al principio, es la misma con la que se abre el film.

“LA MÁSCARA Y LA PIEL” de MICHAEL APTED, en CINE ARCHIVO

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Publico estos días en Cine Archivo un comentario de una rareza firmada por el realizador británico Michael Apted, más concretamente su poco conocida ópera prima para el cine tras una larga experiencia previa en la televisión, dentro de la sección Films de culto del siglo XX. Me estoy refiriendo a la interesante La máscara y la piel (The Triple Echo, 1972), basada en una obra de H.E. Bates y espléndidamente interpretada por Glenda Jackson, Oliver Reed y Brian Deacon: “Por más que Apted no es de los que “cotizan alto” en el baremo de la crítica española, por culpa (todo hay que decirlo) de la mediocridad de algunas de sus propuestas dirigidas con capital parcial o totalmente norteamericano (…), es injusto despacharlo sin más por estos títulos teniendo en cuenta que en su haber hay un buen puñado de obras correctas y/o apreciables a caballo del cine de Gran Bretaña y los Estados Unidos: la muy curiosa “Agatha” (1979); la digna “Gorilas en la niebla” (1988); la irregular pero atractiva “Corazón trueno” (1992); uno de los mejores “Bond film” de Pierce Brosnan, “El mundo nunca es suficiente” (1999); la mejor entrega de la saga “Las crónicas de Narnia”, “La travesía del Viajero del Alba” (2010); y, sobre todo, el estupendo y, por desgracia, rápidamente olvidado “thriller” ambientado en la Segunda GuerraMundial “Enigma” (2001). ¡Hay cineastas que, con peores alforjas que las suyas, gozan de una mayor reputación!”.


Cine Archivo:
Films de culto del siglo XX (toma 53): “La máscara y la piel” (1972):
http://www.cinearchivo.com/site/subPortalRecomendaciones.asp?idRubText=7573

“THE TWILIGHT ZONE”, Temporada 4, ya a la venta

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Ya está en tiendas el pack de 5 DVDs recientemente editado por L’Atelier 13que contiene la cuarta temporada de la legendaria serie de televisión norteamericana The Twilight Zone (1959-1964), conocida en España como Dimensión desconocida. Además de numerosos extras de notable interés, el packse complementa con un folleto de 40 páginas en cuya redacción hemos participado los autores del volumen The Twilight Zone(Scifiworld – Festival de Sitges), Jordi Ardid, Àlex Barba, Sergi Grau, Joan Renter, Lluís Vilanova y un servidor.


Como bien sabrán los amantes de este clásico imprescindible de la (mal llamada) “pequeña pantalla”, la particularidad de esta cuarta temporada es que, a diferencia del resto de la serie, sus 18 episodios tenían una duración de alrededor de una hora, algo único que se rectificó en la quinta y última temporada, en la cual se regresó al formato habitual de 30 minutos. Eso no supuso ningún detrimento para la calidad de la serie, pues —como comento en el folleto— “a poco que la miremos a vista de pájaros hallamos en ella joyas de formidable valor: “In This Image”, y su sugestiva visión de la robótica (de la cual James Cameron tomó buena nota para su Terminator…, primer plano de un brazo mecánico literalmente copiado incluido); “The Thirty-Fathom Grave”, relato de fantasmas ambientado en un submarino; “Valley of the Shadow”, con una situación abstracta digna del Buñuel de “El ángel exterminador” (1962); “He’s Alive”, y su singular digresión sobre un posible resurgimiento del nazismo; “Mute”, en el cual percibimos ecos de la posterior “Carrie”, la novela de Stephen King y la película de Brian de Palma; “Death Ship”, y su inquietante ilustración sobre la identidad en clave de ciencia ficción; “Jess-Belle”, y su hermosa tonalidad de cuento de hadas para adultos; “Miniature”, preciosa miniatura (valga la redundancia) en torno al sentimiento amoroso; “Printer’s Devil”, brillantísima ilustración de un pacto satánico; “No Time Like the Past”, y su singular viaje por el tiempo; “The Parallel”, ese inesperado precedente de “Doppelgänger/Journey to the Far Side of the Sun” (Robert Parrish, 1969); “I Dream of Genie”, divertida variante del mito de los “tres deseos”; “The New Exhibit”, acaso uno de los episodios más terroríficos de toda la serie; “Of Late I Think of Cliffordville”, y su alucinante reflexión sobre el pasado; “The Incredible World of Horace Ford”, otra rara digresión sobre la infancia y la madurez; “On Thursday We Leave for Home”, curiosísima fábula de ciencia ficción de sorprendente calado dramático; “Passage on the “Lady Anne””, inquietante cuento de miedo disfrazado de metáfora sobre el matrimonio; y “The Bard”, sarcástica mirada sobre el mundo de la televisión a costa de… ¡el fantasma de William Shakespeare! ¿Quién es capaz de pasar de largo ante algo tan atractivo?”. 












Un mundo sin piedad: “SABOTAGE”, de DAVID AYER

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Hacía tiempo que no veía una película actual en la que los tonos marcados por el guión y la puesta en escena se complementaran con tanta armonía como en Sabotage (ídem, 2014). Por más que la cuestión de la coherencia siempre es peligrosa, pues no basta con que haya un equilibrio entre intenciones y resultados para considerar que nos hallamos ante una buena película (la coherencia por sí sola no quiere decir nada, a no ser que esas intenciones y esos resultados sean el resultado de un tratamiento personal y creativo de los mismos), hay que reconocer que en el film parcialmente escrito y dirigido por David Ayer existe una relación tan estrecha entre lo que narra y el cómo se narra que llegan a ser indisociables. En este sentido, la dureza y aspereza de la descripción psicológica de todos los personajes se corresponde con el tono “sucio” y abrupto de la realización; en cierto modo, la armonía existente entre trama y realización es tal que resulta difícil discernir si el tono del relato viene marcado por el estilo que le imprime Ayer tras las cámaras, o si es a la inversa.


Es verdad que el guión, parece ser que originalmente escrito por Skip Woods y cuya versión definitiva surgió de una reescritura llevada a cabo por Ayer, es lo menos interesante del film; es más, el libreto en cuestión se ha llevado estos días los más severos “palos”, si bien hay serias dudas en torno a si la versión que ahora conocemos de la película es la definitiva, y parece ser que no. Según algunas informaciones Ayer habría declarado que el primer montaje del film rondaba las tres horas pero fue radicalmente cortado por el estudio para potenciar sus escenas de acción en perjuicio del tono de thriller de misterio que él quería resaltar (estos días se ha dicho hasta la saciedad que Sabotage es una especie de variante actioner de los célebres Diez negritos de Agatha Christie; de hecho, uno de sus primeros títulos de rodaje fue Ten, “diez”); otros reportes apuntan a que se cambió hasta tres veces el final para “suavizar” al personaje interpretado por Arnold Schwarzenegger (1).


Desde este punto de vista, y suponiendo que dichas informaciones sean veraces, eso no hace sino más meritorio el resultado, habida cuenta su notabilísima intensidad. Como digo, resulta muy raro encontrar una producción hollywoodiensecomo esta (por más que modesta para los parámetros actuales: 35 millones de dólares de presupuesto) que haga gala de tanta aspereza a la hora de describir a sus personajes, un puñado de indeseables a las órdenes del veterano John “Breacher” Wharton (un envejecido Arnold Schwarzenegger) que forman un equipo de fuerzas especiales de la DEA(Drug Enforcement Administration) caracterizado por la brutalidad de sus métodos de represión del crimen organizado. Al principio del relato, vemos a “Breacher” y sus hombres irrumpiendo a sangre y fuego en la mansión de un narcotraficante; entre los componentes del equipo de “Breacher” hay una mujer, Lizzy (Mireille Enos), que se ha infiltrado previamente en la casa fingiéndose prostituta para facilitar desde dentro la entrada de “Breacher” y los suyos. La crudeza de esta secuencia corre pareja a la “suciedad” de la apariencia de los personajes —hombres rudos, tatuados y de aspecto amenazador; y la única mujer del grupo, la mencionada Lizzy, no les anda a la zaga—, y sobre todo, la turbiedad de sus intenciones: además de matar a todos los narcotraficantes que encuentran a su paso sin hacer detenciones, el propósito de “Breacher” y su equipo es llegar al sótano de la mansión, acceder al impresionante botín de cientos de millones de dólares producto del narcotráfico, y pegarle fuego…, no sin antes haber “apartado” y escondido en el sistema de alcantarillado diez millones para su propio beneficio.


Todos ellos son interrogados por la policía, que ha descubierto que faltan esos diez millones. Dinero que, por cierto, ha desaparecido misteriosamente de su escondrijo en la alcantarilla sin que ningún miembro del grupo tenga la menor idea de su paradero. La investigación se cierra sin resultados, y el superior de “Breacher”, Floyd Demel (Martin Donovan), se ve obligado a devolverles a él y a su equipo al servicio activo. Pero, poco después, los hombres de “Breacher” empiezan a ser asesinados uno a uno: el primero, “Pyro” (Max Martini), muere arrollado por un tren dentro de la autocaravana donde vive cuando alguien la coloca sobre la vía del tren mientras duerme; el segundo, “Neck” (Josh Holloway), aparece grotescamente clavado en el techo de su propia casa (sic), y destripado; un tercero, “Tripod” (Kevin Vance), es acribillado en los alrededores de su cabaña… La detective de la policía a cargo de la investigación de los asesinatos, Caroline  Brentwood (Olivia Williams), y el propio “Breacher” llegan a la conclusión de que las matanzas son obra de un grupo de mercenarios guatemaltecos contratados para asesinarles por el cártel mexicano de Brujo, el mismo que tenía en propiedad la mansión asaltada y los diez millones de dólares desaparecidos.


Me he detenido a desgranar el argumento de Sabotage porque, si bien de la lectura del mismo puede inferirse que nos hallamos ante el clásico relato maniqueo en el cual el Bien y el Mal aparecen bien delimitados, lo cierto es que en la práctica la descripción que el film ofrece de “Breacher” y su equipo dista mucho de ser halagüeña. Ya hemos visto su actitud y su brutalidad en la secuencia del asalto a la mansión del “narco”: no son agentes-de-la-ley-y-el-orden, sino asesinos legalmente autorizados a matar que aprovechan esa impunidad para cometer un atraco. Después del asalto a la mansión, vemos a “Breacher” y su gente corriéndose una juerga en un club de stripteasedonde corre el alcohol en abundancia; en una fiesta posterior de similares características, la gente de “Breacher” la emprende a golpes con un encargado de seguridad del local cuando intenta que se tranquilicen… Antes de que “Breacher” vuelva con ellos para organizarles de nuevo tras haber sido reincorporado al servicio activo, les vemos en otra secuencia compartiendo una sala en el campamento que utilizan para entrenarse, y la sensación que se tiene es la de estar asistiendo a una reunión de criminales…, por no hablar de que, fuera de sus actividades paramilitares, parecen no tener ninguna otra vida ni ninguna otra compañía que la de ellos mismos. Más tarde, en el curso de una fiesta celebrada en casa de “Breacher”, este y los suyos reciben la visita de Caroline, y “Grinder” (Joe Manganiello)  y “Neck” la toman por la bailarina de striptease que ha sido contratada por su jefe para amenizar la juerga, tratándola con un desprecio machista y misógino al cual la detective responde firme y amenazadoramente. Tan pronto como una serie de evidencias apuntan a la posibilidad de que no son los mercenarios guatemaltecos quienes están diezmando a su grupo, sino que alguien del equipo es un traidor, la desconfianza no tarda en implantarse entre los únicos supervivientes de la masacre: “Breacher”, Lizzy, su marido “Monster” (Sam Worthington), “Sugar” (Terrence Howard) y “Grinder”. Antes hemos oído a “Breacher” apelar al sentido de la camaradería y hasta de la familia que había entre ellos para recuperar el sentimiento de unidad del equipo, pero a la hora de la verdad nada de eso sirve ante una situación en la cual solo vale el instinto de supervivencia.


Este desolador paisaje humano, al cual podemos añadir algunas pinceladas relativas a personajes como el de Lizzy —que arrastra desde hace tiempo una adicción a las drogas a duras penas consentida por “Breacher” y “Monster”— o incluso el de Caroline —una agente de policía ligeramente andrógina y de vida solitaria que comete la imprudencia de pasar una noche de sexo con el sospechoso “Breacher” (en un giro de guión, todo hay que decirlo, demasiado forzado y poco convincente)—, está enmarcado por David Ayer en un contexto de extrema violencia. Además de la repetidamente mencionada secuencia del asalto a la mansión del “narco”, hay que anotar momentos de tanta insospechada crudeza como el hallazgo de los pedazos del cuerpo de “Pyro” en los alrededores de la vía férrea por donde ha pasado el tren que ha arrollado su autocaravana, y que culmina con el descubrimiento del cadáver triturado del personaje, un amasijo de carne y entrañas prácticamente sin forma humana reconocible; o el asimismo citado hallazgo por parte de “Breacher” y Caroline del cuerpo sin vida de “Neck”: los dos primeros entran en la casa a oscuras del segundo, y Caroline localiza el cadáver tras haber resbalado en el gran charco de sangre que hay debajo de su cuerpo, como hemos dicho, clavado en el techo y con las tripas colgando…; o el hallazgo de más cadáveres, en este caso el inesperado de los mercenarios guatemaltecos arrojados a un lago envueltos con una tela metálica y pudriéndose en el agua desde hace una semana. A ratos parece que estemos viendo una película de Paul Verhoeven —quien dirigió a Schwarzenegger en el que sin duda es uno de los mejores films de la carrera del austriaco, Desafío total (Total Recall, 1990)—, pues Sabotagerecupera siquiera en parte ese carácter turbio tan propio del gran cineasta holandés y su gusto por la exhibición del comportamiento del ser humano, entendido como una máquina de matar y de follar para la que el concepto de civilización es una mera apariencia que no hace sino reprimir/encubrir sus instintos primarios reales.


El tono abrupto de los personajes guarda una concordancia casi perfecta con la tonalidad heterodoxa de la planificación, la cual se amolda a cada momento a la situación marcada por el estado emocional de los personajes. En este sentido, la de nuevo mencionada primera secuencia del asalto a la mansión del “narco”, y sobre todo la posterior y extraordinaria de la redada llevada a cabo por “Breacher” y su gente al bloque de apartamentos donde esperan encontrar a los miembros del cártel que les están pisando los talones, hacen gala de una planificación “limpia” y precisa, a pesar de un subrepticio uso de la cámara en mano, que era la base de la puesta en escena de Ayer en su anterior Sin tregua (End of Watch, 2012), la cual lamento no haber visto todavía, y que supera lo logrado en su nada despreciable Dueños de la calle (Street Kings, 2008). Puesta en escena “limpia”, como digo, que está a tono con el carácter triunfalista y fanfarrón de las brutales operaciones de limpiezallevadas a cabo con probada eficacia por “Breacher” y lo suyos, y que no por casualidad coinciden con sendos momentos de exaltación de los protagonistas, el primero perpetrando un “golpe” que saben que va a reportarles mucho dinero, y el segundo ejecutando una redada en la cual esperan encontrar, y matar, a los responsables de sus problemas.


En cambio, el tono de otras escenas de violencia es más seco y cortante cuando está enmarcado, tampoco casualmente, en momentos en los cuales la situación se les va de las manos. Es el caso de los aterradores planos, con la cámara colocada en el interior de la autocaravana, mirando “impasible”, inhumana, cómo “Pyro” es zarandeado hasta la  muerte al ser arrollado por el tren; el plano imposible, con la cámara aparentemente colocada sobre el cañón de la pistola que “Tripod” usa para intentar defenderse y filmando de cara a él; la sangrienta resolución de la disputa en la cocina entre “Monster” y Lizzy; el fulminante asesinato en la cafetería de “Grinder” en presencia de “Breacher” y Caroline; el contundente ajuste de cuentas entre “Breacher” y Lizzy. En otras ocasiones la violencia con la que se describe el entorno de estos personajes es, por así llamarla, cinematográficamente formal, en cuanto es la “suciedad” de los encuadres —suciedad entendida como algo opuesto a clasicismo— la que perturba con rudeza el ojo del espectador. Me estoy refiriendo a los momentos en los que se insertan imágenes de los supuestos vídeos que se han filmado en comisaría cuando “Breacher” y cada uno de los componentes de su equipo son sometidos a interrogatorios por separado por parte de los agentes de asuntos internos para que den explicaciones sobre lo que ocurrió en la mansión del “narco” que asaltaron: el interrogatorio de cada personaje se abre con un primer plano muy cerrado sobre sus rostros y con sus nombres superpuestos en pantalla, como si su sola presencia ante el objetivo de una cámara bastara para “perturbar” el limpio/clásico comportamiento de la misma. Sabotageme parece, por eso mismo, una película moderna en el mejor sentido de la expresión: sabe utilizar heterodoxos recursos de puesta en escena cuando la ocasión lo requiere y con vistas a imprimir un determinado sentido a lo narrado en virtud de la textura proporcionada por la cámara utilizada y el ángulo escogido. A esto yo lo llamo cine.    


Pero acaso lo mejor y más arriesgado de este espléndido film reside en el tratamiento que se le da al personaje de “Breacher”, y con él, al carácter icónico dentro del género de acción del astro que lo interpreta. En cierto sentido, podría decirse que Sabotage no solo es una película “de” Schwarzenegger, sino también una película “sobre” Schwarzenegger, en cuanto se erige en una sorprendente digresión de la figura cinematográfica del actor y su carácter de héroe-de-la-pantalla (dicho sea de paso, no es la primera vez que Schwarzenegger se somete a un —sutil— cuestionamiento de su imagen heroica: antes lo hizo precisamente en la mencionada Desafío total, donde, como se recordará, se sugería la posibilidad de que todas las hazañas heroicas del protagonista no fueran sino una fantasía implantada en su cerebro).


En primera instancia, “Breacher” viene a representar las mejores virtudes (pocas, eso sí) atribuibles a su forma de ganarse la vida: veteranía, profesionalidad, cierto sentido de la ética… Dicho de otro modo, el film juega hábilmente con la edad y la imagen prototípica de Schwarzenegger de cara a mostrar a su personaje como alguien relativamente más honorable, ergo preferible, que la gente que tiene a su mando, más jóvenes, impulsivos y violentos; por tanto, peores. Pero incluso ese retrato teóricamente positivo se va tiñendo de ambigüedad, de oscuridad, a medida que vamos descubriendo sus motivaciones a través de la revelación de ciertos aspectos ocultos de sus circunstancias personales. Una serie de pinceladas a través de otras imágenes grabadas en vídeo, como las que abren el relato antes de situarnos temporalmente dos años después y que se repiten más adelante, nos descubren a “Breacher” observando la terrorífica grabación de la tortura y el asesinato a sangre fría de su esposa (Catherine Dyer) a manos de criminales de un cártel mexicano; hay aquí un gran momento: antes de morir de un disparo en la cabeza, la mujer de “Breacher” mira hacia la cámara y sus últimas palabras son: “te quiero, amor mío”; podemos pensar que “Breacher” mira una y otra vez esta grabación —haciéndolo, además, con la terrorífica tranquilidad de alguien que ha terminado acostumbrándose a ver ese horror de tantas veces que ha llegado a verlo durante dos años…—, no tanto para volver a ver el calvario y la muerte de su esposa y también de su hijo (Patrick Johnson), alimentando así su odio y su deseo de venganza, como por el hecho de que el vídeo recoge esas últimas palabras de su mujer expresamente dirigidas hacia él. Más adelante, un brillante flashbacksituado en un aeropuerto nos descubre cómo “Breacher” y su equipo entregaron a un importante dirigente “narco” a la policía mexicana, y cómo este último fue inmediatamente asesinado por una agente corrupta para impedirle hablar: a pesar de que el “narco” fue silenciado, el cártel ordenó el secuestro, tortura y asesinato de la familia de “Breacher” para darle un escarmiento por su intromisión.


Antes incluso de que poseamos esa información, David Ayer vuelve a sugerir a través de su trabajo tras la cámara que hay algo turbulento en el aparentemente intachable “Breacher”. Está, por un lado, ese plano general en el cual vemos a “Breacher” conversando con “Monster” en una sala del campamento de entrenamiento, construido de tal manera que la luz solar que penetra a través de un conducto de ventilación cae directamente sobre “Breacher” y le “descubre”, a los ojos del espectador avezado, como el responsable (indirecto) de todo lo que está pasando. O en particular esa excelente secuencia que muestra, recurriendo al montaje en paralelo, por un lado a “Breacher” y Caroline acercándose a la cabaña en el bosque donde vive “Tripod”, y por otro a este último haciendo frente a tiros a los mercenarios guatemaltecos que vienen a ejecutarle. Recurriendo a un montaje en paralelo “engañoso” que en su época patentó Jonathan Demme en El silencio de los corderos (The Silence of the Lambs, 1990), acabamos descubriendo al final de la secuencia que el momento en el que “Breacher” y Caroline se acercan a la casa de “Tripod” tiene lugar temporalmente después de la muerte de aquél a manos de los matarifes enviados por el cártel; pero, montando ambas escenas de esta manera en una sola secuencia, Ayer no solo crea la ilusión de que las dos acciones están sucediendo al mismo tiempo (como ya hacía Demme), sino que incluso llega más lejos al sugerir de este modo que “Breacher” es, de nuevo, en parte responsable de la muerte de su hombre: el protagonista está presente en pantalla (sin estarlo) justo cuando “Tripod” cae acribillado, quien ha caído víctima de su omisión y su silencio interesado.


Fuera o no una imposición del estudio, el epílogo propuesto por Ayer en el presente montaje de este film atípico y recomendable me parece harto atractivo. Por un lado, reafirma el carácter hasta cierto punto románticodel personaje de “Breacher”, quien se apoderó de los diez millones de dólares con la única finalidad de pagar con ellos el elevado soborno necesario para dar con la identidad del hombre que torturó y asesinó a su esposa e hijo y así poder vengarse del mismo; cierto es que puede verse, claro está, como una concesión al estrellato de Schwarzenegger en el conjunto de una película, por cierto, muy coral y poblada por comparsas del astro de no menos fuerte personalidad, pero también como una nueva y definitiva utilización dramática del carisma de la vieja estrella del actioner, en cuanto representante de un “sentido del honor” que ya no se encuentra en los matarifes jóvenes que tenía a su cargo. Por otro lado, la sórdida ambientación mexicana del epílogo le confiere una cierta pátina de western crepuscular —ese gesto final de un malherido “Breacher”, tomándose un whisky y encendiendo el característico puro “a lo” Schwarzenegger, una vez ha consumado su venganza—, que hace pensar vagamente en Peckinpah y, sobre todo, en el Walter Hill de la estupenda Traición sin límites (Extreme Prejudice, 1987), otro film que, sospecho, nos gusta más bien a pocos y que, al igual de Sabotage, todavía dormirá durante un tiempo el sueño de los justos hasta que llegue el día de su reivindicación. 


              

 (1) Se han difundido imágenes publicitarias en las cuales se ve a “Breacher” y Caroline enfrascados en un tiroteo nocturno que tiene lugar en un muelle y que no aparecen en el film; pueden verse en los siguientes enlaces:
Asimismo, y según una información publicada en The Internet Movie Database: “La película tenía originalmente un final completamente diferente. En ese final Caroline y “Breacher” capturan a Lizzy, la cual confiesa. “Breacher” dispara contra Lizzy antes de que pueda revelar demasiado, y entonces Caroline comprende que “Breacher” es el responsable de los asesinatos. “Breacher” desaparece rápidamente sin dejar rastro. Caroline y su colega Jackson se dirigen a un lago para recuperar el dinero. “Breacher” aparece, apuñala a Jackson y termina luchando con Caroline en el agua. David Ayer filmó dos versiones alternativas de este final. En el primero Caroline logra escapar y “Breacher” se encuentra con dos coches patrulla que le interceptan cuando intenta huir con el dinero. “Breacher” mata a los agentes de policía y se dispone a escapar en uno de los coches patrulla. Entonces aparece Caroline y le mata disparándole con su pistola. En la segunda versión del final “Breacher” mata a Caroline antes de que ella le dispare y huye con el dinero. Pero ambas versiones fueron rechazadas por los productores, los cuales obligaron a Ayer a idear un nuevo final en el cual se viera que el personaje de Arnold Schwarzenegger no es un villano sino un antihéroe”: http://www.imdb.com/title/tt1742334/trivia?ref_=tt_ql_2

Apuntes, apuntes (2): “CAPITÁN PHILLIPS” – “X-MEN: DÍAS DEL FUTURO PASADO” (+ “VALKIRIA”)

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTOS FILMS.]


Piratas somalíes: Capitán Phillips(Captain Phillips, 2013), de Paul Greengrass.- No había tenido ocasión hasta hace muy poco de ver esta película estrenada a primeros de año del muy irregular Paul Greengrass, cineasta británico bien afincado en Hollywood (y que conste que no lo digo con envidia) y capaz de obras tan interesantes —por más que, sorprendentemente, poco o nada apreciadas— como la magnífica Bloody Sunday (Domingo sangriento)(Bloody Sunday, 2002) o ese film bastante mejor de lo que se dijo en su momento, Green Zone: Distrito protegido(Green Zone, 2010) (1), frente a mediocridades como Extraña petición(The Theory of Flight, 1998) —¿no la recuerdan?: pues ni falta que les hace—, y de cosas, en cambio, aplaudidas a rabiar del calibre de United 93 (ídem, 2006), El mito de Bourne (The Bourne Supremacy, 2004) y El ultimátum de Bourne (The Bourne Ultimatum, 2007), secuelas estas dos últimas de una película no menos mala, El caso Bourne (The Bourne Identity, 2002, Doug Liman). Por fortuna, Capitán Phillips está por encima de las cinco mencionadas en último lugar, aunque el resultado final me parece algo decepcionante.


Hasta cierto punto, Capitán Phillips viene a ser, dentro de la obra de Greengrass, una nueva introspección, corregida y aumentada, del empleo del estereotipo llevada a cabo en Green Zone: Distrito protegido, con la diferencia, empero, de que en esta última eso estaba más conseguido. Recordemos que en ella Matt Damon interpretaba (tan mal como siempre, pero eso ahora no cuenta) a un típico “héroe made in USA” involucrado en una guerra, si cabe (es una forma de hablar), más “sucia” que la de Vietnam, la de Irak, con la determinación de desvelar la que seguramente es la excusa política para justificar una guerra más repugnante llevada a cabo en lo que llevamos de este frenético siglo XXI: la presunta existencia de armas de destrucción masiva. En ese film el héroe convencional encarnado por Damon chocaba ferozmente con una realidad que le sobrepasaba y que ponía al desnudo su condición de estereotipo incapaz de alterarla substancialmente, en lo que puede verse una enésima demostración de ese famoso dicho según el cual la realidad siempre supera a la ficción. En Capitán Phillips, Greengrass y el guionista Billy Ray parten de otro tipo de estereotipos, el representado cada uno a su manera por Richard Phillips (Tom Hanks), capitán de un carguero que navega con bandera norteamericana por las costas de África, y Muse (Barkhad Abdi), líder de un puñado de desnutridos piratas somalíes que, con sorprendente audacia, abordan el barco comandado por Phillips e intentan, primero, robar el dinero y mercancía de valor que transporta, y luego secuestran al propio Phillips con el propósito de pedir un fuerte rescate a cambio de su libertad. Si, como digo, en Green Zone: Distrito protegido había una utilización no exenta de cierta ironía del estereotipo heroico encarnado por Damon, Capitán Phillips pivota sobre el enfrentamiento, físico pero sobre todo psicológico entre dos arquetipos humanos: por un lado, el capitán de carguero que, en el estricto cumplimiento de su deber, intenta evitar el abordaje de los piratas somalíes, y tras no conseguirlo, que la mercancía y en particular sus hombres no sufran daño alguno; y por otro, un expescador somalí de aspecto desnutrido (le apodan, cómo no, “El Flaco”) tras el cual se halla la determinación de alguien al que la pobreza le ha arrebatado lo seguramente poco que tenía y que, desesperado y ya sin nada que perder, está dispuesto a arriesgar la propia vida a cambio de sacar la máxima tajada de su peligrosa aventura.


No es casual, en este sentido, que antes de “entrar en materia” el film nos muestre en primer lugar a Phillips y a Muse en su entorno cotidiano antes de llegar al momento de su enfrentamiento: el primero, despidiéndose de su esposa (Andrea: una fugaz Catherine Keener), quien antes le lleva al aeropuerto en coche, momento que aprovechan ambos para hablar de sus hijos y manifestar cuánto les preocupa su futuro (en conversación, deliberadamente, de actualidad: “nuestros hijos lo tendrán más duro que nosotros…”); mientras que el segundo, en cambio, es presentado en un escenario mucho más duro y áspero que el del anterior, un poblado somalí donde la pobreza se palpa en el ambiente y en el que los hombres se pelean con tal de ser elegidos por Muse u otros desesperados como él para unirse a sus pandillas, cuyos miembros, armados con metralletas, se han organizado para convertirse en piratas y atracar los cargueros que se acercan a sus costas. El contraste es evidente, cuando no obvio: los “problemas”, entre comillas, de Phillips y su cónyuge en relación al rendimiento en los estudios de sus hijos y la incertidumbre de su futuro laboral quedan así reducidos a la nada en comparación con los Problemas, con mayúscula, de Muse y los que, como él, se lanzan al mar movidos por el hambre y la miseria. En uno de los momentos culminantes de ese enfrentamiento psicológico al que me refiero, Phillips le dice a Muse que un pescador como él no tiene porqué convertirse en un secuestrador, a lo cual el somalí le replica: “Puede que en América no…”.


El problema de esta película reside en su descompensación. Si bien intenta mostrarse ecuánime a la hora de mostrarnos tantos datos sobre Phillips como sobre Muse, en ambos casos el resultado es estereotipado y superficial. En este sentido, lo mejor reside en el contraste existente entre los intérpretes elegidos para encarnarles, un sobrio Tom Hanks que confiere una notable humanidad a su personaje (las interpretaciones más recientes de este actor me parecen mucho mejores que las que le dieron la fama en los momentos “culminantes” de su carrera), y el intérprete no profesional Barkhad Abdi, cuyo aspecto famélico y mirada soñolienta se bastan por sí solos para conferirle grandes dosis de verdad a su papel. Por otra parte, el film incurre en otra grave descompensación narrativa a la hora de plantear y resolver el conflicto dibujado; dejando aparte su duración, un tanto exagerada para lo más bien poco que cuenta (134 minutos), hay un exceso de escenas destinadas a glosar con excesiva complacencia el todopoderoso despliegue que la marina estadounidense lleva a cabo con aparente facilidad en la zona marítima donde ha tenido lugar el abordaje del carguero de su país y el secuestro de Phillips, con vistas a solucionar uno y otro. Puede que se tratara de crear otro irónico contraste, la contraposición entre la nación rica y armada hasta los dientes que es capaz de mover una parte importante de su contingente marítimo-militar para acudir solícita al rescate de uno solo de sus ciudadanos, y la angustia de unos somalíes mostrados como desgraciados que no tienen otra alternativa que no sea dedicarse a la piratería o morir de inanición, pero el resultado acaba siendo tan ambiguo y, en el fondo, tan complaciente como a ratos lo era el de la demagógica United 93 (en ocasiones se dice de Greengrass y de otros realizadores de origen no estadounidense que se encuentran integrados-en-Hollywood; él lo está, y mucho). La prueba palpable de esa descompensación reside en sus escenas finales: los tres somalíes que retienen a Phillips en la lancha salvavidas con la que han huido del carguero son abatidos a tiros por los siempre repelentes marines, y su líder, Muse, es detenido tras haberle engañado para que acudiera a bordo del buque de la marina para negociar las condiciones de la liberación de Phillips; este centra, como digo, esas escenas finales, en las cuales le vemos aterrorizado, cubierto de pies a cabeza por la sangre de sus captores y en estado de shock, mientras es atendido por los médicos de a bordo, en una imagen antiheroica, cierto, pero que no encuentra su compensación / contraposición / contraste con la del detenido Muse: el sufrimiento del capitán norteamericano se antepone siempre al del pirata somalí, y con él la concesión al divismo de un, a pesar de todo, excelente Tom Hanks.


Ello no obsta para que Capitán Phillips sea en su conjunto una película más agradable de ver que las secuelas de las aventuras del horrible Jason Bourne perpetradas por Greengrass. Se nota, y mucho, que hay una moderación del plano corto y la cámara móvil que hasta hace poco eran su marca de fábrica estilística, aunque eso estaba mejor —vuelvo a insistir— en la superior Green Zone: Distrito protegido. Es de justicia anotar que el realizador británico demuestra buena mano para los momentos de acción, tal es el caso de la secuencia, magnífica, del abordaje de los piratas somalíes al carguero; que el suspense de todas las escenas desarrolladas a bordo de ese navío está excelentemente dosificado; y que, a pesar de que la acción abandona demasiado pronto el carguero, escenario atractivo dadas sus posibilidades plásticas y escenográficas, para situarse en el claustrofóbico interior de la lancha de salvamento donde viajan Phillips, Muse y los tres compinches de este, el film no por ello pierde ni ritmo ni intensidad, a pesar de que ambos se encuentren perjudicados por la esporádica inserción de esas “inevitables” y más bien molestas escenas desarrolladas en paralelo a las de la lancha y centradas en los aguerridos hijos del Tío Sam desplegando, para tranquilidad del espectador de nacionalidad estadounidense, la imagen de que la policía del mundo también reina allende los mares de la lejana, hostil y cada vez más olvidada África.        




Hipertexto mutante: X-Men: Días del futuro pasado (X-Men: Days of Future Past, 2014), de Bryan Singer.- La nueva entrega de la franquicia cinematográfica de los X-Men vuelve a hacer gala de una tendencia cada vez más consolidada dentro del cine estadounidense. Me refiero a la influencia del lenguaje de las series de televisión norteamericanas actuales, en el sentido de que, cada vez más, las “series” o “sagas” del cine hollywoodienseestán construidas de manera que cada secuela (o si se prefiere, “continuación”, “parte” o “entrega”) está tan intrínsecamente relacionada con la o las precedentes, que el desconocimiento de una o varias de estas dificulta sobremanera la comprensión argumental de la más reciente. Esto no tiene nada de nuevo, por descontado: la narración fragmentada de una misma trama o hilo argumental se remonta a la época del serial y no se ha dado solo en la televisión o en la radio, sino también a nivel literario en el caso del folletín o de cierta literatura popular “de bolsillo”, así como, por descontado, en los cómics, la materia prima de la que se nutre el nuevo film de un Bryan Singer felizmente recuperado (para la franquicia de los X-Men, quiero decir; no para ese buen cine que nunca ha dejado de practicar: mal que les pese a algunos, Superman Returns (ídem, 2006), Valkiria(Valkyrie, 2008; ver adenda) y Jack el caza gigantes (Jack the Giant Slayer, 2013) son buenas películas). Bajo esta perspectiva, en el fondo pocas cosas hay más “viejas” dentro del cine actual que las ya largo tiempo consolidadas franquicias de James Bond 007, Star Wars, Indiana Jones, Harry Potter, Batman, Rambo, Jason Bourne y tantas y tantas otras: vino añejo en odres nuevos, o todo lo más renovados.


Existe cierto consenso en que en buena parte del cine de hoy se ha implantado esa manera de narrar en función del recuperado y en la actualidad plenamente consolidado carácter “serial” de lo que, para entendernos, conocemos como franquicias (o dicho de otro modo, que hay una forma de narrar renovada, pues como hemos apuntado no es del todo nueva). Una cuestión es que esa forma de narración cinematográfica nos guste a nivel personal y/o particular: la sempiterna, y bendita, interferencia del gusto. Pero algo muy distinto de lo anterior es que rechacemos esa narrativa en base a un argumento, en el fondo, tan frágil y limitado como es el del propio gusto; desde esa perspectiva, y como experimento, me parece interesante esa adopción que está llevando a cabo el cine de la narrativa fragmentada en episodios propia de la televisión; adopción, o quizá mejor dicho, recuperación, si tenemos en cuenta una vez más, no lo olvidemos, que antes de las series de televisión o de la misma televisión existió el serial cinematográfico. Desde este punto de vista, y tomando como ejemplo la franquicia de los X-Men y la constituida paralelamente a modo de lo que se conoce como spin-off suyo, la de Lobezno, nos hallamos ante una “saga” que, al menos hasta el momento (y nada parece indicar que más adelante no sea así), se retroalimenta de sus propios hallazgos y giros de argumento, de manera que X-Men: Días del futuro pasado retoma la trama de la franquicia en el mismo punto en el cual concluyó X-Men: La decisión final (X-Men: The Last Stand, 2006, Brett Ratner), por más que esta nueva entrega también viene a ser, por un lado, un cruce de la línea narrativa abierta en esas tres primeras películas de la franquicia junto con la explorada en la —horrible palabreja— “precuela” X-Men: Primera generación (X-Men: First Class, 2011, Matthew Vaughn), y en lo que se refiere al personaje de Lobezno (Hugh Jackman), una continuación del hilo argumental abierto en Lobezno inmortal (The Wolverine, 2013, James Mangold), cuya secuencia final post-créditos, recordemos, ya anunciaba en cierto sentido X-Men: Días del futuro pasado mediante una inesperada aparición de los personajes del profesor Charles Xavier (Patrick Stewart) y Magneto (Ian McKellen) (1). Coda que se da asimismo en el nuevo film mediante la inserción de una breve y enigmática secuencia tras los títulos de crédito, que viene a erigirse en una especie de must de la ya anunciada X-Men: Apocalypse(2016).


Por tanto, la “ventaja” —si es que se le puede llamar así— de X-Men: Días del futuro pasado reside en que, con su carácter de obra que se nutre de otras obras, contribuye a matizar y/o completar a sus predecesoras, de manera que el film permite no solo otra profundización en la juventud de los personajes de Xavier, Magneto y Mística en la línea de la planteada en X-Men: Primera generación (y con el concurso de sus mismos intérpretes, James McAvoy, Michael Fassbender y Jennifer Lawrence respectivamente), sino también un nuevo giro final en virtud del cual la trama, que previamente ha “saltado” del futuro más lejano al pasado más pretérito (valga la redundancia) de los mutantes, termina regresando al pasado-presente en el cual se inició la franquicia, con Lobezno reencontrándose nuevamente en la escuela del profesor Xavier, por la cual se dejan ver —fugazmente— Pícara (Anna Paquin), Cíclope (James Marsden) y sobre todo su amada difunta, Jean Grey (Famke Janssen), que atormentaba las pesadillas del mutante de las zarpas en Lobezno inmortal y que de este modo reaparece “viva” —al igual que el mencionado Cíclope— porque en realidad en este nuevo plano temporal nunca ha “muerto”. Desde este punto de vista, podría decirse que la franquicia de los X-Men y otras construidas de similar forma conforman cada una a su manera una especie de hipertexto (o intertexto, como prefieren llamarlo algunos), más o menos similar a como lo define el teórico francés Gérard Genette. El “inconveniente”, como ya he apuntado, reside en que el carácter “serial” de las actuales franquicias comporta un factor de obligatoriedad, en virtud del cual es, si no necesario, sí altamente recomendable haber visto previamente X-Men (ídem, 2000, Bryan Singer), X-Men 2 (X2, 2003, Singer), X-Men: La decisión final, X-Men orígenes: Lobezno (X-Men Origins: Wolverine, 2009, Gavin Hood), X-Men: Primera generación y Lobezno inmortalpara captar todos los flecos de X-Men: Días del futuro pasado.


Sea como fuere, y viéndola en sí misma considerada, esta nueva entrega de la saga mutante me parece, como mínimo, tan interesante como las dos primeras contribuciones de Singer a la franquicia o como X-Men: Primera generación, cuyos méritos a mi entender se debían en no poca medida a la presencia en la misma de Singer en calidad de coautor del argumento y productor, por más que no falte quien considere que lo mejor de aquélla y de Días del futuro pasado reside en la presencia e influencia de Matthew Vaughn como responsable de parte del guión y de la realización de Primera generación y como coguionista de Días del futuro pasado, aunque esto último dependerá de la estima que cada cual sienta hacia Vaughn y su anterior aproximación al así llamado universo de los cómics de superhéroes, Kick-Ass: Listo para machacar (Kick-Ass, 2010), muy escasa en mi caso.


Días del futuro pasado atesora fragmentos memorables, empezando por la excelente secuencia de la llegada de Lobezno al pasado (años sesenta), despertándose en una habitación junto a una mujer desnuda y viéndose asaltado por unos mafiosos, en un fragmento al cual la cálida fotografía de Newton Thomas Sigel confiere una acertada atmósfera “sesentera” cuyo realismo contrasta con la irrealidad de la situación que allí se desarrolla, con el mutante de las zarpas mostrando otra vez su talento para que su cuerpo escupa las balas que acaban de dispararle. También destaca la particularmente brillante secuencia del rescate del joven Magneto del interior del edificio del Pentágono a cargo de Lobezno, el joven Xavier, el joven Bestia (Nicholas Hoult) y Quicksilver (Evan Peters), y por descontado, los magníficos “planos imposibles” en los cuales vemos al último de los citados recorriendo una habitación a cámara ultrarrápida y apartando de su trayectoria las balas de los agentes de seguridad que intentan acribillarles, en una nueva muestra, corregida y aumentada, de la habilidad demostrada por Singer en X-Men 2 para integrar en unos mismos encuadres la eficacia narrativa y la espectacularidad de los efectos visuales. Otro gran momento, en el cual el film alcanza la cota de dramatismo que no siempre consigue, es aquel en el que un enfurecido Magneto sacude amenazadoramente la estructura del avión en el que viaja junto con Lobezno, Xavier y Bestia, manifestando de nuevo el resentimiento que siente hacia una raza humana que no ha dejado de perseguirle desde que era niño: el crujido del avión expresa muy bien la medida del odio del personaje. Cabe señalar, asimismo, la secuencia del intento de asesinato de Bolivar Trask (Peter Dinklage) a manos de Mística saboteado por Lobezno, Magneto, Xavier y Bestia, ahora aliados en una causa común, en la cual la inserción de planos con estética de reportaje televisivo (justificados por la presencia de las cámaras de televisión) confiere cierto surrealista aire de política-ficción que no puede menos que hacer recordar, vagamente, a lo logrado por Zack Snyder en su lectura de Watchmen (ídem, 2009) (2); o el no menos brillante clímax, con Magneto alzando por los aires un estadio deportivo entero para utilizarlo como encerrona para Trask, el presidente Nixon (sic) y su equipo de colaboradores. El único reparo serio que impide que Días del futuro pasado sea la película-X-Men-definitiva que quiere ser reside, acaso, en cierta frialdad tonal que remonta, empero, en sus secuencias más “fuertes”, asimismo las más elaboradas y conseguidas.


Adenda: Con motivo de la publicación de mi comentario de X-Men: Días del futuro pasado, aprovecho la ocasión para recuperar un texto mío dedicado a otro film de Bryan Singer, Valkiria, originalmente publicado en la desaparecida primera versión de mi blog, en Blogspot.es, el 14 de  febrero de 2009.



Una vez más, me ha vuelto a ocurrir: casi todo el mundo me ha estado lanzando pestes contra la nueva película de Bryan Singer (que si aburrida, que si no se entiende porqué los conspiradores quieren asesinar a Hitler, que si hacer un film de suspense con un hecho histórico que todo el mundo sabe cómo acabó es ridículo, etc., etc.). Una vez vista, y sin la menor pretensión por mi parte de ir a contracorriente, me ha parecido una película cuanto menos interesante. Vaya por delante que no creo que sea un gran film y que le reconozco defectos, entre ellos un exceso de frialdad expositiva; además, y esto casi siempre suele condicionar el resultado de una película de sus características, se nota que nos hallamos ante una producción hecha a mayor honra y gloria de Tom Cruise (por otro lado aquí muy correcto como actor, si bien una vez más anulado por los excelentes compañeros de reparto de los que se empeña en rodearse y que le eclipsan con facilidad). A pesar de todo ello, Valkiria me ha parecido un encargo asumido por Bryan Singer con honestidad y sentido del oficio. Más que la descripción de hechos que lleva a cabo el realizador en torno al famoso intento de golpe de estado contra Adolf Hitler por medio de un atentado con bomba, conocido como Operación Valkiria —ya presente en films alemanes como el recientemente editado en DVD Sucedió el 20 de Julio (Es geschach am 20. Juli, 1955), de Georg Wilhelm Pabst, o el telefilm Stauffenberg(Jo Baier, 2004), editado en DVD como Operación Valkiria y emitido por Antena 3 como Valkiria—, lo que me ha llamado la atención del relato, filmado y resuelto de una manera, digamos, “clásica” (por otra parte, algo nada raro en un realizador que, a pesar de su aureola de “moderno”, siempre me ha parecido extrañamente elegante para los tiempos que corren), es su sentido del detalle.


Explicado a grandes rasgos, Valkiria, versión Bryan Singer, vendría a ser un pedazo de Historia, objetivo, en medio del cual aparecen “fugas” subjetivas que se esfuerzan en profundizar —con mejor o peor fortuna— en el perfil humano de los personajes. Eso justificaría que el “clasicismo” (comillas bien grandes) de la puesta en escena se vea a ratos perturbado por la inserción de gestos y miradas que sugieren la existencia de algo soterrado, agazapado bajo la aparente “lección de Historia” que se nos pretende contar. Hay, en primer lugar, un curioso juego dramático con el ojo izquierdo de Stauffenberg (Cruise), el órgano que perderá como consecuencia de sus heridas en combate en el norte de África: se inserta un primer plano del mismo mientras el protagonista expresa en su diario su rechazo hacia Hitler; luego, Stauffenberg tiene una entrevista secreta con Fellgiebel (Eddie Izzard) en los lavabos, a la cual le ha convocado… mezclando su ojo de cristal con los cubitos de hielo de su copa (sic); en su primera entrevista con Hitler (David Bamber) para que le firme la nueva versión de la Operación Valkiria, Stauffenberg usa ese ojo de cristal; al final, durante el intento de asesinato en la Guarida del Lobo, cruzará su mirada con la del dictador sin esa prótesis, con su único ojo sano y el otro cubierto con el parche (yendo más lejos, la única vez que vemos el ojo mutilado del protagonista es en un espejo, mientras se está afeitando poco antes de viajar a la Guaridadel Lobo: Stauffenberg se hace un pequeño corte en el cuello, que mancha de sangre el de su camisa, lo cual será la excusa para pedir una habitación privada donde conectar la bomba que lleva en el maletín). Esta clase de detalles también aparecen en relación a los demás personajes o en determinadas situaciones, lo cual confiere una lograda fuerza dramática al conjunto: Brandt (Tom Hollander) depositando con brusquedad sobre la mesa la caja con la botella de licor (y, dentro, otra bomba) que ha preparado Tresckow (Kenneth Branagh); Fromm (Tom Wilkinson) desconectando el cable del teléfono en el momento en que comprende que Stauffenberg y Olbricht (Bill Nighy) le están sugiriendo su participación en un golpe de estado; en particular, ese gran momento en que Fromm obliga a Stauffenberg a hacer el saludo nazi y este último lo lleva a cabo mostrando el muñón en el que termina su brazo derecho… Hay al respecto un par de apuntes sofisticados: el plano general de la iglesia sin techo (probablemente, por efecto de un bombardeo aliado) que cierra la secuencia de la entrevista secreta que ha tenido lugar allí entre Stauffenberg y Tresckow; y el poético flashback en el cual Stauffenberg, en el avión que le conduce a la Guarida del Lobo la mañana del atentado, rememora la despedida de su esposa Nina (Carice van Houten) en la calle: Singer mantiene el sonido del avión en vuelo, sin música, haciendo así más íntimo y emotivo el recuerdo del personaje; puede que su reiteración final sea innecesaria, pero resulta coherente con el tono general del relato.  


“THE STRANGE DOOR”, de JOSEPH PEVNEY &“THE BLACK CASTLE”, de NATHAN JURAN, editadas por L’ATELIER 13

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Acaba de editarse en DVD un pack de la firma L’Atelier 13 que reúne dos producciones de la Universal más que interesantes, cuyo denominador común reside en la presencia en el reparto de Boris Karloff y la atmósfera gótica que las envuelve. Me estoy refiriendo a The Strange Door (1951), de Joseph Pevney, libre adaptación del relato de Robert Louis Stevenson The Sire de Maletroit’s Door (La puerta del señor de Maletroit) co-protagonizada por Charles Laughton; y The Black Castle (1952), ópera prima de Nathan Juran en cuyo reparto también hallamos a Richard Greene, Stephen McNally y Lon Chaney Jr. El libreto que acompaña a esta edición contiene un par de extensos textos míos al respecto.


Espléndidamente fotografiada en blanco y negro por Irving Glassberg, y con modestos pero eficaces decorados realizados por Bernard Herzbrun, Eric Orbom y el futuro director de The Black Castle Nathan Juran, The Strange Door es una película atmosférica, cuya densidad dramática se deriva del trabajo con los encuadres y la atención puesta en el detalle por parte de Joseph Pevney, todo lo cual da pie a momentos tan espléndidos como la misteriosa primera aparición de Alain de Maletroit (Laughton) en la taberna, donde le esperan sus cómplices para elegir a Beaulieu (Richard Wyler, aquí acreditado como Richard Stapley) a fin de involucrarlo en el diabólico plan del primero; el gesto de repugnancia del criado Talon (Michael Pate) ante los sonoros modales de su amo mientras come, premonitorio del giro que dará el personaje en el tercio final del relato; la bella irrupción de Blanche (Sally Forrest) en el dormitorio de Beaulieu, apareciéndosele como un fantasma para prevenirle del peligro que corre; el descubrimiento de Edmond de Maletroit (Paul Cavanagh) en las mazmorras, fingiéndose loco con la complicidad de su fiel Voltan (Karloff); el momento en que Voltan, siguiendo las instrucciones de Edmond, ayuda a Beaulieu a huir (en realidad, para intentar asesinarle a la menor ocasión…); la tenebrosa secuencia en el cementerio, con el hallazgo por parte de Beaulieu de que su amigo, el conde Grassin (Alan Napier), ha sido asesinado, y el intento de asesinato del propio Beaulieu, evitado in extremis por Voltan; en particular, ese inolvidable clímax en el cual tienen parte activa los engranajes de un molino de agua que ponen en marcha el mecanismo que amenaza con aplastar a Beaulieu, Blanche y Edmond en la celda de este último. Una pequeña joya.


Nathan Juran, en su primer trabajo tras las cámaras y posiblemente uno de los mejores de su carrera, resolvió con solidez y energía un conjunto que bordea en todo momento el exceso pero sin caer nunca en él, extrayendo una inusitada fuerza a los fragmentos más memorables, tal es el caso de las espléndidas secuencias que dibujan el retorcido sadismo de von Bruno (McNally): el momento en que él y su criado Gargon (Chaney Jr.) golpean con un bastón a la pantera negra que tienen encerrada y sin comer en una jaula, con la finalidad de que, tan pronto como la liberen para darle caza, el animal sea lo más peligroso y feroz posible a fin de hacer más excitante su captura; la secuencia de la cacería, en la cual se combinan el riesgo inherente a la caza de esa misma pantera hambrienta y enfurecida con el peligro que sufre Burton (Greene) de ser asesinado “accidentalmente” por von Bruno y sus hombre durante la batida (en lo que pueden percibirse ciertos ecos de la célebre “caza más peligrosa” del malvado Zaroff); la huida de Burton y Elsa (Rita Corday, aquí acreditada como Paula Corday) atravesando los alrededores de la letal mazmorra repleta de cocodrilos (acaso una nueva alusión al universo de Zaroff); y la brillante resolución, que no “destriparemos” en atención a quien todavía no haya visto la película, la cual culmina con ingenio esta interesante producción.

De John Updike a George Miller: “LAS BRUJAS DE EASTWICK”

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Hace poco he tenido ocasión de leer Las brujas de Eastwick (1984), la novela de John Updike (1932-2009) que dio pie a una popular adaptación al cine, Las brujas de Eastwick (The Witches of Eastwick, 1987), dirigida por el australiano George Miller, además de a un telefilm de 30 minutos, The Witches of Eastwick (1992), firmado por Rick Rosenthal y con interpretación de Julia Campbell (Jane Hollis), Catherine Mary Stewart (Sukie Ridgemont), Ally Walker (Alexandra Spofford) y Michael Siberry (Darryl Van Horne), en realidad el piloto de una serie que nunca se llegó a desarrollar; un musical homónimo estrenado en el West End londinense en 2000, con libreto de John Dempsey, música de Dana P. Rowe, dirección de Eric Schaeffer y producción de Cameron Mackintosh; otro telefilm, Eastwick (2002), dirigido por Michael M. Robin y protagonizado por Marcia Cross (Jane Spofford), Kelly Rutherford (Alexandra Medford), Lori Loughlin (Sukie Ridgemont) y Jason O’Mara (Darryl Van Horne); y una efímera serie de televisión también titulada Eastwick (2009-2010), interpretada por Jaime Ray Newman (Kat Gardener), Lindsay Price (Joanna Frankel), Rebecca Romijn (Roxie Torcoletti), Paul Gross (Darryl Van Horne) y Veronica Cartwright, esta última asimismo presente en el reparto del film de Miller, si bien llevando a cabo un papel diferente. El propio Updike llegaría a firmar una secuela de su libro, Las viudas de Eastwick (2008), que como es sabido fue su última novela.


La experiencia de leer una novela que inspiró una película después —o, como en mi caso, mucho tiempo después— de haber visto esta última suele ser estimulante, y en el caso de Las brujas de Eastwick, harto reveladora, habida cuenta de que libro y film discrepan profundamente, o dicho de otra manera, que el guionista de la película de Miller, Michael Cristofer, tomó la novela de Updike como mero punto de partida para llevar a cabo algo en apariencia muy diferente, por más que en la práctica se percibe en todo momento que el film siempre está remitiéndose de un modo u otro al original literario.


Lo primero que llama poderosamente la atención de la lectura de la novela es que, al contrario que en la película, las protagonistas del relato, Alexandra Spofford —llamada Alexandra Medford en el film, donde está a cargo de Cher—, Jane Smart —que en la película toma el apellido de la Alexandradel libro, Spofford, adoptando los rasgos de Susan Sarandon— y Sukie Rougemont —cuyo apellido, en la versión de Miller, se transforma en Ridgemont: la interpreta Michelle Pfeiffer—, ya tienen poderes mágicos antes de la llegada a Eastwick del misterioso Daryl Van Horne —Jack Nicholson—, que es como se llama este personaje en el film: en la novela su nombre de pila es Darryl, con doble “r”. Es decir, que Alexandra, Jane y Sukie son brujas desde el principio de la trama y no, como en la película, hechiceras novatas que adquieren sus poderes mágicos en los últimos tramos del relato para deshacerse del satánico amante de las tres. De hecho en el libro, y a pocas páginas del principio, Alexandra sale a pasear con su perro por la playa y, fastidiada por la aglomeración de gente que encuentra en ella, desata con sus poderes una tormenta destinada a despejar la zona para poder cruzar tranquilamente por ella… El film, recordemos, arranca con un discurso que el alcalde, Walter Neff (Keith Jochim), dirige a los vecinos de Eastwick y que se ve inoportunamente interrumpido por una lluvia copiosa que se desata de improviso anticipando así la pronta llegada del demoníaco Van Horne, pero que no es provocada por ninguna de las protagonistas femeninas; con todo, esa coincidencia en la idea de la tempestad es la primera de las varias que se dan entre novela y película, o mejor dicho, es una de las diversas ideas del original literario que son reaprovechadas en la versión de Miller.


En el libro, Alexandra, Jane y Sukie son mujeres-sin-hombre: la primera y la tercera están divorciadas, y de la segunda nunca se nos dice que haya estado casada o emparejada. Pero, al contrario que en el film, el hecho de que vivan solas o, en el caso de Alexandra y Sukie, en compañía de sus hijos —en la película solo Sukie tiene descendencia (seis niñas), pero tanto aquí como en la novela la misma no juega un papel relevante—, no significa ni mucho menos que en su existencia no haya sexo. Lo hay, y a espuertas, pues precisamente las tres mujeres tienen cierta “mala fama” en Eastwick por la notable cantidad de amantes del sexo masculino y de estado civil soltero o casado que hay en sus vidas: su promiscuidad está contemplada con disgusto. En el film de Miller, sigamos recordando, Alexandra, Jane y Sukie se citan todos los jueves por la noche en la casa de la primera (igual que en el relato de Updike), y al contrario que sus homólogas literarias, en sus existencias hay una notable sequía sexual: la noche que se reúnen para beber cócteles, el mismo día que se desató esa inesperada e inexplicable tormenta, se presenta en Eastwick, respondiendo a la plegaria silenciosa de las tres mujeres (visualizada en un malintencionado montaje paralelo) Daryl Van Horne, acompañado de su silencioso chófer, llamado Fidel tanto en el relato de Updike como en la versión de Miller (Carel Struycken lo asume en esta última). A pesar de ello, en la novela la llegada de Van Horne provoca asimismo una gran excitación, no solo sexual, en las protagonistas femeninas, pues a pesar de que no les falta compañía masculina cuando quieren y como quieren comparten con sus homólogas fílmicas un poso de insatisfacción.


A propósito de los malos ojos con que los habitantes de Eastwick se miran la promiscuidad de las tres brujas en la novela de Updike, es necesario señalar que la acción de la misma transcurre a finales de la década de los sesenta y coincidiendo con la guerra de Vietnam; la película, en cambio, está ambientada en época actual. De este modo, Jane, Sukie y sobre todo Alexandra devienen una especie de hippies subversivas cuyo carácter trasgresor en el film ha desaparecido casi por completo: si bien Alexandra hace gala en la versión de Miller de cierta imagen bohemia, tanto Jane —reconvertida en una solterona violonchelista y profesora de música muy necesitada de vida sexual— como Sukie —una joven prematuramente cargada de hijos que nada tiene que ver con la dinámica reportera del periódico local descrita por Updike— responden a arquetipos femeninos de mujeres dóciles y/o hogareñas. A pesar de todo, llama la atención de que en el libro la ambientación en la América de los sesenta y el conflicto vietnamita tengan escasa relevancia, más allá de algún episodio concreto pero secundario dentro de la trama, hasta el punto de que su supresión no ya en la película sino incluso en la propia novela de Updike podría pasar perfectamente desapercibida.


Otra sorpresa que depara la lectura de aquélla es que el personaje de Darryl (o Daryl) Van Horne es relativamente secundario. Ni siquiera resulta tan evidente como en la película la oculta naturaleza demoníaca del personaje, más allá de alguna que otra insinuación (alguna tan irónica como, escribe Updike, la enigmática debilidad del personaje por los pactos por escrito); y, al final del libro, sencillamente se va de Eastwick, sin más: si en la película Van Horne es expulsado del pueblo por medio de un aparatoso hechizo ejecutado en mágico triunvirato por Alexandra, Jane y Sukie, en el original literario lo hace porque los negocios le han ido mal, ha perdido mucho dinero y no puede seguir manteniendo la lujosa mansión en la que vive.  Pese a todo, la película se mantiene fiel a Updike en la que es una de las mejores ideas de la versión de Miller: la misteriosa dificultad inicial que tienen todas las personas que han visto una vez a Van Horne para recordar su nombre y apellido.


Asimismo, en la novela Van Horne deviene amante de las tres brujas de Eastwick, las cuales van a pasar juntas los fines de semana a la mansión del primero, donde comparten cena, bebidas, baños en un jacuzzi y sexo, con Van Horne o incluso entre ellas mismas: el lesbianismo de las tres mujeres flota constantemente a lo largo de las páginas urdidas por Updike. En cambio, en el film queda claro que las protagonistas femeninas comparten sexualmente a Van Horne, pero nunca se especifica si su relación es un ménage à quatre o si más bien cada una espera pacientemente su turno para ser satisfecha por —como él mismo se autodefine— “el diablillo cachondo” que las ha hechizado. Además, Updike introduce en el libro un personaje inexistente en la versión de Miller: Jenny, la joven hija de Clyde y Felicia Gabriel, apellidados Alden en la película (y respectivamente encarnados por Richard Jenkins y Veronica Cartwright). Tanto en la novela como en el film, Felicia se obsesiona hasta el límite de la demencia por Van Horne y sus tres amantes, y Clyde (que en el libro es amante de Sukie) termina acabando con su esposa (rompiéndole el cráneo con un atizador según Updike, de un escopetazo según Miller); pero, a diferencia de la película, los Gabriel/Alden tienen dos hijos; uno de ellos es Jenny, la cual no solo se hace amiga de Alexandra, Jane y Sukie, sino que incluso acaba acompañándolas a sus sesiones de jacuzzi en la mansión de Van Horne. La sorpresa reside en que, contra todo pronóstico, Van Horne termina casándose con Jenny y olvidándose del resto de sus amantes; es entonces cuando las tres brujas, despechadas, llevan a cabo un conjuro en virtud del cual (aparentemente) Jenny desarrolla un cáncer que la lleva a la muerte. En esta última idea puede verse, quizá, la inspiración de ese episodio del film —que, tal y está resuelto, guarda asimismo (coherentes) ecos de La semilla del diablo, la novela de Ira Levin y la película homónima de Roman Polanski de 1968— en el cual, tras rechazar a Van Horne junto al resto de sus amigas, Sukie contrae una dolorosísima enfermedad que nadie le sabe diagnosticar ni mucho menos curar, y que recuerda el cáncer que acaba con Jenny. De hecho, el conjuro contra Jenny que describe Updike, con un muñeco de cera convenientemente ensartado de alfileres, es prácticamente idéntico al que emplean las brujas de Miller para echar al diablillo Van Horne de Eastwick.


Otros detalles de la versión de Miller que beben de la obra de Updike son, por ejemplo, los relativos a la seducción que Van Horne lleva a cabo de Jane usando el lenguaje que mejor entiende esta última: el de la música. Así como en el libro Van Horne toca el piano, en la película toca el violín, popularmente considerado el instrumento musical favorito del diablo. Asimismo, la Jane finalmente “liberada” de la película, que deja atrás su imagen de modosa y anticuada profesora de música para convertirse en una mujer sensual y desinhibida, está más cerca de la que describe Updike, una mujer asimismo dura y casi antipática de tan segura de sí misma que está, la cual a veces asusta a la Alexandra de la novela por su fiera determinación. También aparecen en el libro las referencias al tenis, y más en concreto al partido que juegan a cuatro bandas Van Horne y sus brujas, con la diferencia de que en la obra de Updike son ellas las que llevan a cabo acciones mágicas con las pelotas. También son las brujas, y no Van Horne como se ve en el film, quienes provocan el misterioso hechizo que provoca que Felicia y otras mujeres de Eastwick que están en contra suyo escupan plumas o ranas que de repente aparecen en sus bocas, y que sin duda inspiran la secuencia en la que la Felicia de la obra de Miller empieza a escupir los huesos de las cerezas que las protagonistas están comiendo en la mansión de Van Horne.


Finalmente, en la película las protagonistas consiguen, como hecho dicho, crear un hechizo con una figura de cera de Van Horne lo suficientemente poderoso como para hacerle daño y conseguir, en apariencia, destruirle. Recordemos que, como consecuencia de ese conjuro, Van Horne empieza a retorcerse de dolor y es arrastrado por un viento misterioso —las brujas que pinchan y soplan sobre su representación en cera— hasta ir a parar a la iglesia, donde en medio de vómitos de más huesos de cereza termina pronunciando, ante los asombrados feligreses, un ácido discurso en torno al porqué de la creación de la mujer por Dios: “¿Él nos la ha jugado de nuevo?”, es su sarcástica conclusión. Pues bien, en el libro Van Horne es invitado a pronunciar un sermón en la iglesia de Eastwick, siguiendo una costumbre local, y lo que hace es soltar una hilarante digresión sobre los gusanos, a modo de ejemplo de las paradojas de la Creación: si hemos de amar la obra de Dios, y esta incluye a seres tan repugnantes, ¿acaso no es verdad que el Creador hace que el amarle sea en ocasiones demasiado difícil?


La película de Miller concluye mostrándonos a Alexandra, Jane y Sukie viviendo en la mansión de Van Horne y criando a los tres bebés que han dado a luz casi simultáneamente, fruto de su emparejamiento con el diablillo; algo que, por cierto, no ocurre en el libro, donde ni las brujas ni la desdichada Jenny llegan a tener descendencia con Van Horne. A pesar de su notoria irregularidad, fruto al parecer de un rodaje conflictivo, y de sus discutibles méritos como adaptación de la densa novela de Updike, el film de Miller es una obra simpática y a ratos brillante, aunque excesivamente acaparada por el histrionismo de Jack Nicholson, y en el que las actrices (en particular, una magnífica Veronica Cartwright) y una excelente partitura de John Williams acaban siendo sus puntos más relevantes. La lectura del libro permite comprender, asimismo, que se intentara hacer de él la base para series de televisión, dado que su espesor daba para ese formato; a falta de conocer las adaptaciones televisivas citadas al principio de estas líneas, pero a la vista de su carácter efímero, cabe sospechar que tampoco en este caso se lograron adaptaciones satisfactorias.



Cacharros veraniegos: “LOS MERCENARIOS 3” – “TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN” – “GUARDIANES DE LA GALAXIA”

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTOS FILMS.]


Abuelitos belicosos: Los mercenarios 3 (The Expendables 3, 2014), de Patrick Hughes.- Ya expliqué en el momento de su estreno que una cosa es que Los mercenarios (The Expendables, 2010, Sylvester Stallone) (1) pueda divertir/divertirnos a quienes conocen/conocimos el cine de acción, o como se le llama ahora, el actioner norteamericano de la década de los ochenta, y otra muy diferente que ese “placer culpable” tenga calidad. Mal que pese a los simpatizantes de Stallone, Schwarzenegeer, Bruce Willis et altrii, Los mercenarios, cinematográficamente hablando, era una completa nulidad (divertida, sí, pero nulidad a fin de cuentas), y lo mismo puede aplicarse a sus secuelas, Los mercenarios 2 (The Expendables 2, 2012, Simon West) y la recientemente estrenada Los mercenarios 3, que consigue lo que parecía imposible: que, de tan mala, las dos películas que la preceden casi parezcan, por comparación, buenos films.


Los mercenarios 3 resulta, contra todo pronóstico, una película patética, por lo que tiene de certificado de defunción de sus (ejem) “ilustres” protagonistas de mayor edad. Con franqueza, no puedo comprender cómo en su época todo el mundo protestaba ante la decadencia física del actor Roger Moore, quien llegó a interpretar a James Bond hasta los 57 años antes de retirarse, y nadie (o casi) dice nada con respecto a los mucho más avejentados protagonistas de esta franquicia, los cuales en esta tercera entrega alcanzan cotas tan sublimes como el atroz tinte del cabello que luce Arnold Schwarzenegger aplicado aparentemente por su peor enemigo —y pensar que este verano el astro austriaco ha sido capaz de jugársela con un thriller tan espléndido, atípico y arriesgado como Sabotage (ídem, 2014, David Ayer) (2)—, o la terrible aparición de un Harrison Ford que parece con un pie en la sepultura; por no hablar de un aterrador Antonio Banderas haciendo de secundario cómico (¡por favor!), o de un recuperado Wesley Snipes soltando chistes sobre la evasión de impuestos (real) que hizo que diera con sus huesos en la cárcel y le mantuvo apartado del cine durante unos años; o de un recauchutado Jet Li visto y no visto… El único que salva un poco los papeles es Mel Gibson, quien a pesar de sus considerables arrugas (fruto, en su caso, de una aparente asunción del paso de los años) todavía hace gala de una forma física considerablemente buena; incluso es la única persona del reparto que parece tomarse un poco en serio su papel de gran villano de la función, lo cual, nobleza obliga, dice mucho a favor de la profesionalidad de quien en su momento fuera el mejor cineasta norteamericano surgido en la década de los noventa, últimamente convertido en un “maldito” como consecuencia de varias desafortunadas meteduras de pata.


Carcamales aparte, el principal problema de Los mercenarios 3 es que no solo no tiene gracia, sino que incluso como película de acción pura y dura resulta terriblemente soporífera. Solo se anima en sus últimos treinta minutos, en los cuales se da rienda suelta a una aparatosa secuencia de acción que, cierto es, brilla por su espectacularidad, pero que más allá de su generosa exhibición de medios técnicos tampoco hace gala de creatividad alguna en lo que a puesta en escena se refiere. Esperemos que su director, el hasta ahora prácticamente desconocido Patrick Hughes mejore el tiro (nunca mejor dicho) en sus próximas películas, y si no lo hace, que vuelva rápidamente al limbo (profesional) del cual salió.




Cine “que mola” para un mundo “guay”: Transformers: La era de la extinción (Transformers: Age of Extinction, 2014), de Michael Bay.- Antes que nada, recomiendo encarecidamente el artículo sobre Michael Bay que los colegas Roberto Alcover Oti y Diego Salgado van a publicar en el próximo número de Dirigido por…, donde haciendo gala de una capacidad analítica que les honra, y sobre todo de una paciencia para aproximarse al cine de Bay de la cual, lo reconozco, yo carezco por completo, se atreven a estudiar la figura de este cineasta como alguien muy representativo, mal que pese, no ya del cine moderno sino de la sociedad moderna.


Desde este punto de vista, más sociológico que cinematográfico (por más que esa carga sociológica se vehicule a través de un lenguaje específicamente fílmico), tanto el cine de Bay en general como Transformers: La era de la extinción en particular son “cacharros” que, gusten o no, conectan de manera muy íntima con el mundo en que vivimos. Como exponen Alcover y Salgado en su texto (reitero la recomendación), las películas de Bay vienen a ser fantasías hiperbólicas y deliberadamente exageradas, astutamente diseñadas para gustar al público adolescente-juvenil que las devora con fruición. No puede entenderse de otro modo que, en el caso de su más reciente film, buena parte del mismo insista (hasta el ahogo, añado) en el conflicto paterno-filial que se da entre el mecánico (Cade Yeager: lo interpreta Mark Wahlberg como podría haberlo hecho cualquier otro) y su hija adolescente (Tessa: Nicola Peltz) porque esta se ha enamorado de un, digamos, “chico malo” (Shane: Jack Reynor) —aclaremos que es “malo” porque solo-sabe-conducir-coches-de-carrera—; o las en verdad increíbles escenas de la primera aparición de la chica, bajándose de un coche lleno de compañeras de clase —ergo, macizas que parecen haber salido todas, como ella, de una pasarela de moda— y contoneándose sobre sus tacones, sobre un camino de tierra, hacia la granja que comparte con su progenitor…; o la delectación a la hora de filmar coches, ordenadores y los (espléndidos, eso sí) efectos visuales que dan vida a los Autobots, donde no puede faltar, otra vez, el largo, muy largo clímax en las calles de una gran ciudad, en este caso Hong Kong, convertida en escenario susceptible de ser digitalmente destrozado de la nueva guerra de los Autobots y los engendros mecánicos organizados por un resucitado Megatrón… ¿Hace falta añadir que, of course, Bay lo filma todo, todo, todo a base de planos muy, muy, muy cortos, no sea que la peña se aburra mucho, mucho, mucho…? No se le puede negar la coherencia a Transformers: La era de la extinción: es cine mediocre para un mundo mediocre, pero mola porque lo que enseña es guay del Paraguay.   


Una “space opera” con fondo musical: Guardianes de la Galaxia(Guardians of the Galaxy, 2014), de James Gunn.- De todos los “cacharros” comentados en esta entrada del blog, este es sin duda el mejor de los tres, por más que me parezca que esté lejos, muy lejos de ser una gran película, y sobre todo no se encuentra a la altura de Sabotage, El amanecer del planeta de los simios(Dawn of the Planet of the Apes, 2014, Matt Reeves) y Lucy (ídem, 2014, Luc Besson), los tres mejores blockbusters de este verano. Pese a todo, Guardianes de la Galaxia, adaptación del cómic homónimo de Marvel que no he tenido el gusto de leer, tiene algunos aspectos a favor.


El primero es su sentido del humor, que aporta una mirada irónica bastante bien dosificada y nada cargante sobre las convenciones de la space opera. Desde esta perspectiva, el film hace gala de un logrado equilibrio entre el relato de aventuras galácticas a lo Star Wars y cierto tono ligero deudor de las producciones Amblin de los ochenta —algo perceptible, sobre todo, en su secuencia inicial: la abducción del pequeño Peter Quill (Wyatt Oleff)—, que lo hace razonablemente simpático. Funciona bien, en este sentido, la inserción de canciones, las que escucha el ya adulto Peter Quill/Star-Lord (Chris Pratt) en su anticuado walkman reproductor de casetes, el único vestigio de su infancia en la Tierra y recuerdo que guarda de su madre muerta, las cuales llenan la pista de sonido en determinados momentos que guardan relación con la audición de música por parte del protagonista o de otros personajes con los auriculares, pero que sirven al mismo tiempo para marcar ese tono jocoso y ligero: las canciones tienen aquí una especie de efecto “revulsivo” con respecto a las convenciones, vuelto a insistir, de la space opera. De ahí que, a pesar de las “obligadas” secuencias trascendentalescaracterísticas de la superproducción de superhéroes —en particular sus escenas finales: toda la batalla de Quill/Star-Lord, Gamora (Zoe Saldana), Drax (Dave Bautista), Rocket (voz y gestos de Bradley Cooper) y Groot (voz y gestos de Vin Diesel) contra el súper-villano Ronan el Acusador (Lee Pace)—, el contrapunto humorístico hace más llevadero un relato que, por otro lado, acusa graves deficiencias dramáticas. Hay momentos en que la película, sencillamente, no interesa, por más que nunca deja de desinteresar por completo gracias al buen ritmo de la trama y, sobre todo, la más que correcta labor de puesta en escena del realizador James Gunn: por lo menos aquí las secuencias de acción —como la notable de la huida de los protagonistas de la nave-prisión, o la batalla aérea sobre la ciudad— están bien filmadas. Dejo al margen una cuestión en la que simplemente no entro porque, como ya he explicado, desconozco el cómic de Marvel que la inspira: el valor que Guardianes de la Galaxia pueda tener de adaptación del original gráfico; llámenme anticuado si quieren, pero soy de la opinión de que una película, cualquier película, tiene que valer en sí misma considerada y funcionar para cualquier espectador al cual su material de procedencia le resulte ajeno.   

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de SEPTIEMBRE 2014, ya a la venta

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Un avance de Mad Max: Furia en la carretera(Mad Max: Fury Road, 2015), de George Miller, ocupa la portada del núm. 349 de Imágenes de Actualidad. Dentro de la sección Primeras Fotos, la revista de este mes ofrece avances de otros títulos tan esperados como Exodus: Dioses y reyes (Exodus: Gods and Kings, 2014), de Ridley Scott; Cincuenta sombras de Grey (Fifty Shades of Grey, 2015), de Sam Taylor-Johnson; Into the Woods (2014), de Rob Marshall; y El hobbit: La batalla de los cinco ejércitos (The Hobbit: The Battle of the Five Armies, 2014), de Peter Jackson.


La actualidad cinematográfica del mes se cubre con sendos reportajes de: Hércules (Hercules, 2014), de Brett Ratner, que se complementa con una entrevistacon su protagonista, Dwayne Johnson, y un artículo dedicado a Los otros Hércules; El Niño (2014), de Daniel Monzón; Casi humanos (Almost Human, 2013), de Joe Begos; Líbranos del mal (Deliver Us from Evil, 2014), de Scott Derrickson, complementado a su vez con un retrato de su protagonista femenina, Olivia Munn; El corredor del laberinto(The Maze Runner, 2014), de Wes Ball; El hombre más buscado (A Most Wanted Man, 2014), de Anton Corbijn; Joe (idem, 2013), de David Gordon Green; Jersey Boys (ídem, 2014), de Clint Eastwood; Boyhood (Momentos de una vida) (Boyhood, 2014), de Richard Linklater; y Destino Marrakech (Exit Marrakech, 2013), de Caroline Link. Y las secciones Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Víay Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


Este mes dedico el Cult Movie a una película ligera pero entrañable para mucha gente, con motivo del 30 aniversario de su estreno: Los cazafantasmas (Ghostbusters, 1984), de Ivan Reitman: “Podemos aducir, como razones para su enorme popularidad en el momento de su estreno, el enorme tirón taquillero del cual gozaban dos de sus protagonistas masculinos, Bill Murray y Dan Aykroyd. (…) A ello hay que añadir las presencias destacadas de una insólita Sigourney Weaver, ofreciendo una (cómica) imagen sexy que nada tenía que ver con su famosísima Ripley de la saga “Alien”, y de Rick Moranis, que a partir de “Los cazafantasmas” (…) inició una notable carrera en el terreno del humor fílmico. Otros factores determinantes del éxito de “Los cazafantasmas” fueron la popularidad de la discotequera canción «Ghostbusters» compuesta e interpretada por Ray Parker Jr., que incluso llegó a ser nominada a un Oscar en su categoría (…), y sus efectos visuales, supervisados por Richard Edlund, John Bruno, Mark Vargo y Chuck Gaspar, asimismo candidatos al premio de la Academia”.


Mi contribución a la revista se completa con un par de críticasdedicadas a dos de las mejores películas que se han estrenado este verano en España: El amanecer del planeta de los simios (Dawn of the Planet of the Apes, 2014), de Matt Reeves...


…y Sabotage (ídem, 2014), de David Ayer, de la cual he hablado extensamente en este mismo blog (1). 


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Libre albedrío: “EL CONGRESO”, de Ari Folman

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Este es un año de sorpresas, al menos para mí. No me esperaba gran cosa de El Congreso (The Congress, 2013), y más en concreto de su guionista y realizador, el israelí Ari Folman, quien goza de un incomprensible prestigio gracias a la (insisto: hablo por mí) horrenda Vals con Bashir (Vals im Bashir, 2008), falso prestigio donde los haya como ya tuve ocasión de comentar en su momento desde las páginas de Dirigido por… en una reseña que me valió no pocos varapalos en algunos foros de Internet enemigos de la discrepancia. A falta de conocer el resto de la obra de Folman —Clara Hakedosha (1996) y Made in Israel (2001)—, y de haber leído El congreso de futurología (1971), la novela de Stanislaw Lem que inspira el largometraje que ahora se estrena entre nosotros y que puede hallarse en la base de algunas de las mejores ideas de El Congreso —lo cual no sería de extrañar a la vista del aterrador guión de Folman para Vals con Bashir—, lo cierto es que la película me ha supuesto una sorpresa tan grata como la que me ha representado el más reciente trabajo —Lucy(ídem, 2014)— de otro realizador —Luc Besson— del cual hacía muchos años que no esperaba absolutamente nada bueno.


En contra de mis peores temores, El Congreso es un film bello y casi perfecto, donde prácticamente en cada secuencia, casi en cada plano, Folman hace gala de una inventiva que le honra. De entrada, el arranque ya es tremendamente sugestivo. Un primer plano de la actriz Robin Wright, excelente como siempre e interpretándose a sí misma, se va abriendo paulatinamente para mostrarnos que dentro del encuadre la acompaña su agente, Al (Harvey Keitel). Este le está exponiendo a Wright una dolorosa realidad: que su trayectoria como actriz es un fracaso como consecuencia de su tendencia a elegir películas que se estrellan en taquilla; que él lleva años intentando sacar adelante su carrera aguantando sus dudas, sus miedos y sus indecisiones, las mismas que la han llevado a abandonar algunos rodajes incluso después de haberse comprometido contractualmente; y que la única solución que le queda no ya para seguir trabajando, sino incluso para subsistir, es aceptar un nuevo contrato: el último. ¿Y en qué consiste el mismo? Pues en dejarse escanear de cuerpo entero, captando todos sus gestos, miradas y emociones, y comprometerse a que jamás volverá a actuar ni tan siquiera en teatro o radio, porque su doble virtual, creada a partir de esa “captura de movimiento”, será la que se encargará de hacer todas sus películas en el futuro, pero sin que ella tenga ni voz ni voto sobre qué trabajos aceptará la “nueva Robin Wright”, incluido el cine pornográfico…


Dejando aparte —sin despreciarla, pues es digna de todo elogio— la valentía de Robin Wright a la hora de protagonizar un film que “fantasea” con su trayectoria profesional real, poniendo el dedo en la llaga en cuestiones, si no auténticas, quizá sí amargamente plausibles (como que la actriz confiesa tener ya 44 años y eso, en cine, sobre todo en el hollywoodiense, equivale para una mujer, por culpa del prejuicio y la estupidez reinantes, a una especie de “condena a muerte” o de “muerte en vida”), El Congreso propone un acerado discurso sobre el cine actual a través de esa aguda utilización de su famosa actriz protagonista, convirtiéndola en un icono que simboliza el mundillo de Hollywood,. Desde luego que no faltará quien diga que lo que le ocurre a Folman es que en el fondo es un envidioso que quiere-y-no-puede trabajar con una major norteamericana y disponer de los medios de un Spielberg o un Cameron, y por eso se dedica a criticar aquello que no posee, cual zorro que acaba despreciando las uvas de la rama que no alcanza. Puede verse así, por descontado, pero eso no obsta para que su discurso sea inteligente, y sobre todo convincente dentro del contexto de ciencia ficción en el que se encuadra. A fin de cuentas, ¿acaso no es cierto que las  nuevas generaciones de espectadores están empezando a darle la espalda al cine porque el star-system—esto es, el carisma de los intérpretes, sea natural o prefabricado— ya no constituye un aliciente para acudir a las salas de exhibición? ¿No han empezado muchos actores y actrices a dejarse escanear para protagonizar videojuegos o films rodados mediante la técnica de la “captura de movimiento” (entre ellos, la propia Robin Wright)? ¿No es verdad que la posibilidad de que el público interactúe con la película que está viendo, tal y como hace un jugador de videojuegos, puede llegar a ser una salida válidapara la industria del cine? ¿O, como se plantea más adelante en el film, que la audiencia tenga la posibilidad de “tocar” a sus estrellas favoritas de ayer y de hoy por medio de la estimulación psicotrópica, la cual permitiría bailar codo con codo con Gene Kelly o acostarse con Marilyn Monroe, pongamos por caso? ¿Acabará siendo una realidad (pues casi lo es) que el cine, además de ofrecer imágenes de alta definición y estereoscópicas, transmitirá sensaciones físicas que parecerán auténticas, como lo describe Aldous Huxley en su imprescindible Un mundo feliz?


Sea como fuere, y digresiones al margen (por apasionantes que estas sean), Folman expone este discurso de dos maneras, explícita y directa la una, implícita y sugerente la otra; ambas son excelentes, por más que la segunda sea la más hermosa. Filma con dureza y sequedad las secuencias en las que Wright y Al tienen una conversación con el capitoste del estudio Miramount (sic), Jeff Green (Danny Huston), en el despacho de este último, quien expone de forma asimismo cruda y descarnada la realidad de la carrera de la actriz: que está envejeciendo irremisiblemente (ya no es, afirma con crueldad, “la princesa prometida”, refiriéndose a la película homónima de Rob Reiner de 1987 que la dio a conocer); que el público dominante (el joven) no quiere ver a actrices que les recuerden a sus madres o a sus abuelas; y que, si acepta el contrato que le ofrecen (principalmente, porque no tendrá más remedio que hacerlo), jamás volverá a actuar: la Robin Wrightreal (“real” dentro de la acción de El Congreso, se entiende) dejará paso para siempre a la Robin Wright virtual, eternamente joven y que hará sin rechistar todos los films que el estudio le proponga protagonizar, precisamente ese tipo de películas que la Wright de carne y hueso se negó a interpretar por no encajar con su sensibilidad personal: su libertad de elección; retengamos esta idea, el libre albedrío, porque es en esencia el concepto principal en torno al cual pivota el grueso del relato.


La cuestión alcanza su punto culminante en la mejor y más intensa secuencia del film: la de la sesión de escaneado. Robin Wright se pone una malla y se coloca en medio de una sofisticada estructura semiesférica plagada de luces y cámaras destinadas a captar todos y cada uno de sus ángulos físicos. En el último momento, la actriz intenta desistir, y para que no lo haga Al la convence explicándole una larga historia por megafonía —la de cómo empezó en el negocio de ser representante de artistas desde niño, y lo que sintió la primera vez que la vio y decidió convertirse en quien guiara su carrera—, la cual produce primero la sonrisa, luego la risa y más tarde la melancolía, las lágrimas y el llanto de Wright…, emociones todas ellas puntualmente “capturadas” por el ingeniero informático encargado del escaneado. La secuencia, espléndidamente filmada y superlativamente interpretada por Wright y, sobre todo, Harvey Keitel, remata con brillantez la reflexión sobre el negocio del cine enunciada líneas arriba, demostrando, a fin de cuentas, que las barreras entre emoción y espectáculo, y la comercialización de ambos, son en cine más que difusas.


La acción da un salto temporal de 20 años. Vemos a una Robin Wright de 64 años que circula por la carretera conduciendo su descapotable. Se para en un puesto de control y un guarda de seguridad (John Lacy) comprueba su identidad y le da a beber el contenido de una pequeña ampolla, recordándole que va a entrar en una “zona de animación”. En un momento que parece un cruce entre la estética de El submarino amarillo (Yellow Submarine, 1968, George Dunning) y la entrada en Dibullywood de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit, 1988, Robert Zemeckis), Wright y su vehículo se convierten en… dibujos animados. La animación va a presidir el relato hasta casi el final, salvo algunas dosificadas imágenes donde aparece la Robin Wright aparentemente de carne y hueso (en realidad, la virtual) interpretando, siempre joven, escenas de la nueva película de acción producida por el estudio que sigue rigiendo Jeff Green, haciendo entrevistas de promoción del nuevo bodrio en cuestión…, o protagonizando un guiño a una famosísima escena de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove, 1963, Stanley Kubrick) que es lo único malo y prescindible de El Congreso, por más que venga a refrendar su discurso crítico.


El propósito de la auténtica y envejecida Wright es asistir a un congreso de futurología organizado por la Miramount al cual ha sido invitada y que tiene lugar en un gigantesco hotel. En el curso del mismo se presentará el invento virtual definitivo, la posibilidad de convertirse —con la ayuda de un nuevo estupefaciente— en el protagonista de las propias “películas” que surjan directamente de la imaginación del espectador, lo cual supone, de facto, la desaparición completa del cine: nadie querrá ver las películas que han ideado otros cuando se puede “vivir” dentro de la “película” que cada cual, libremente, se invente. La idea lleva todavía más allá el concepto de perversión del cine enunciado líneas atrás, hasta el punto de que este puede acabar/acabará desapareciendo en beneficio del libre albedrío del público y su capacidad personal para idear lo que se le antoje, de un modo similar a la (todavía relativa, pero cada vez menos) libertad de conducir la trama de un videojuego que tiene un jugador. Más allá, incluso, de su condición de crítica, sátira o reflexión sobre el cine, lo que en el fondo de El Congreso se dirime es la posibilidad de que la supeditación del cine al libre albedrío total y absoluto del espectador puede acabar desembocando, a la larga, en una nueva forma de tiranía prácticamente imposible de destruir. Un yugo que parte del paradójico planteamiento de que, ofreciendo el máximo de libertad, lo que en verdad está haciendo es ofrecer un máximo de represión: un orbe donde la imaginación ilimitada, pero concentrada dentro de cada individuo, acabará matando a la auténtica fantasía al no poderse comunicar, ergo compartir, con los demás.


A medida que avanza la narración, descubrimos que los invitados del hotel no son sino una parte de la élite mundial que ha acabado refugiándose en la fantasía total y absoluta que permite vivir como se quiera, y ser quien se quiera —un personaje histórico, una estrella de cine, un artista del pop—, por medio del estupefaciente que ha tomado Wright al entrar en la zona del establecimiento. La dura verdad es que el mundo está dividido entre quienes han decidido evadirse de la realidad viviendo para siempre en un paraíso artificial de dibujos animados mediante la ingesta de la droga…, y los parias que malviven en la vida real pasando hambre, frío y enfermedades. A falta, vuelvo a insistir, de haber leído la novela de Stanislaw Lem de la que parte el film, de nuevo me resulta difícil no pensar en el “mundo feliz” descrito por Huxley, donde también se daba una dicotomía similar a la que al final acaba asumiendo la protagonista de El Congreso: vivir lo que le quede de vida en ese paraíso animado de placer y colores sin miedo ni dolor, o regresar a la realidad con tal de reencontrarse con su hijo Aaron (Kodi Smit-McPhee).


Antes de llegar a la parte de la película dominada por el dibujo animado, hemos presenciado la relación existente entre Wright y su hijo Aaron; también con su hija mayor, Sarah (Sami Gayle), si bien el vínculo con ella es muy distinto, hasta el punto de que, en ese futuro hipotético que tiene lugar veinte años después del primer tercio del film, Sarah —o, mejor dicho, una versión suya en dibujos animados— acabará formando parte del grupo terrorista antisistema que asalta el hotel con la intención de arruinar los planes alienantes de Miramount. En cambio, Aaron es, en ese primer tercio en imagen real, un niño sensible y sobre todo gravemente enfermo; una rara dolencia le está dejando sordo y, según comenta el Dr. Baker (Paul Giamatti), en un futuro no muy lejano acabará siendo ciego. Las escenas que giran alrededor del personaje de Aaron son de una gran sensibilidad: en el arranque del film, el chico es presentado haciendo volar sus cometas más allá del límite de seguridad del aeropuerto, muy cerca de donde Wright y sus hijos tienen el hangar remodelado que les sirve de vivienda; una inteligente utilización de la reducción del sonido cuando la cámara adopta el punto de vista de Aaron ya nos sugiere, de entrada, los problemas auditivos del muchacho; más tarde, Aaron es llevado por su madre a la consulta del Dr. Baker, y a pesar de su casi sordera y el grueso cristal que les separa, el chico sabe leer los labios de Wright y el médico y acaba siendo consciente de que la sordera y la ceguera es lo que le depara la vida. Ello también puede interpretarse como una bonita manera de simbolizar cuál es el siniestro futuro que prepararán a su vez Miramount y otros de su calaña, los cuales acabarán urdiendo, en ese “mañana” solo idílico en apariencia, una forma de convertir a toda la humanidad en personas “sordas” y “ciegas” ante la realidad que les rodea.


La conclusión de El Congreso es tan lírica y melancólica como, en el fondo, desoladora. Wright consigue huir del mundo de la animación gracias a la droga que neutraliza la que ha ingerido al entrar en el hotel y que le proporciona un personaje (de dibujos animados, pero con la voz de Jon Hamm) que la conoce y lleva tiempo secretamente enamorado de ella: Dylan Truliner, el antiguo ingeniero informático que durante veinte años estuvo estudiando todas sus viejas películas a fin de recrear fielmente sus gestos y expresiones en la Robin Wright virtual. Un espléndido travelling subjetivo visualiza magistralmente la “salida” de Wright del mundo animado y su regreso al arrasado mundo real donde, tras una fugaz visita a otro antiguo y envejecido amigo, el Dr. Baker, y ante la imposibilidad de volver a reencontrarse con Aaron —el médico le cuenta que su hijo estuvo diecinueve años esperando su regreso, después perdió toda esperanza y decidió irse voluntariamente al mundo animado—, la protagonista acabará regresando a ese mundo de la irrealidad psicotrópica…, pero haciéndolo dentro de un espacio que le resulta confortable y confortador: las fantasías de su hijo. Es difícil no pensar, en este caso, en la conclusión de otra novela de Lem, Solaris, así como en el bellísimo plano de cierre de su excepcional lectura fílmica de 1972 a cargo de Andrei Tarkovsky.  

“DIRIGIDO POR…” de SEPTIEMBRE 2014, ya a la venta

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El núm. 447 de Dirigido por… dedica su portada a uno de sus artículos centrales: El renacimiento del “peplum”, escrito por Antonio José Navarro a propósito del reciente estreno de Hércules (Hercules, 2014, Brett Ratner).


Otro destacado artículo, que ya está dando mucho de qué hablar, es el que han firmado Roberto Alcover Oti y Diego Salgado en torno a la figura y la obra de Michael Bay: Pensamiento efímero, imágenes absolutas.


El centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial ve aquí la segunda parte del dossierque la revista le ha dedicado, y que concluye con los siguientes artículos: Cinematografía heroica. Apuntes de guerra de un operador de cámara, de Quim Casas, y La I Guerra Mundial vista por el cine nazi. Revisionismo belicista, de Antonio José Navarro, además de otras diez antologíassobre otros tantos films que han abordado esta temática: La gran ilusión (La grande illusion, 1937), de Jean Renoir [Ramon Freixas & Joan Bassa]; Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957), de Stanley Kubrick; La Gran Guerra (La grande guerra, 1959), de Mario Monicelli [Ramon Freixas & Joan Bassa]; Rey y patria (King and Country, 1964), de Joseph Losey [Quim Casas]; Las águilas azules (The Blue Max, 1966), de John Guillermin [Antonio José Navarro]; Hombres contra la guerra (Uomini contro, 1970), de Francesco Rosi [Juan Carlos Vizcaíno Martínez]; El barón rojo (Von Richthofen and Brown, 1971), de Roger Corman [Quim Casas]; Gallipoli (ídem, 1981), de Peter Weir [Tonio L. Alarcón]; Capitán Conan (Capitaine Conan, 1996), de Bertrand Tavernier [Ricardo Aldarondo]; y Deathwatch (ídem, 2002), de Michael J. Bassett.


También se destacan los comentarios críticos de Jersey Boys (ídem, 2014), de Clint Eastwood, que reseña Quim Casas, quien también comenta otro de los grandes estrenos del cine norteamericano para este mes de octubre, Boyhood (Momentos de una vida) (Boyhood, 2014), de Richard Linklater; El Congreso (The Congreso, 2013), de Ari Folman, escrita por Anna Petrus; El Niño (2014), de Daniel Monzón, analizada por Tonio L. Alarcón; Sacro GRA (ídem, 2013), de Gianfranco Rosi, que disecciona Joaquín Torán; Líbranos del mal (Deliver Us from Evil, 2014), de Scott Derrickson; que comenta Antonio José Navarro, quien hace otro tanto con la primera temporada de la serie Penny Dreadful (ídem, 2014- ), dentro de la sección Televisión. El número se completa con la crónica del Festival de Bolonia 2014, a cargo de Rafel Miret; el análisis de los populares films colectivos de terror V/H/S(ídem, 2012) y V/H/S/2 (ídem, 2013), con motivo de su edición en formato doméstico, dentro de la sección Flashrecenty a cargo de Ramon Freixas & Joan Bassa, siendo Freixas quien escribe sobre el film de la sección En busca del cine perdido: La calle sin sol (1948), de Rafael Gil; además de las secciones de Críticas; Pantalla Digital, de José María Latorre; y Banda sonora, de Joan Padrol.  


Mi contribución a este número de Dirigido por… incluye dos de las antologías incluidas en el dossier sobre cine y Primera Guerra Mundial, las dedicadas, en primer lugar, a Senderos de gloria: “Si no fuera porque atesora algunos de los momentos más brillantes de toda la filmografía de Stanley Kubrick (un cineasta más irregular de lo que suele pregonarse, y cuya consideración como «genio» sigue primando dentro del estado de opinión creado en torno a su mitificada carrera), estaría tentado de afirmar que la película no solo no me parece eso que suele denominarse una obra-maestra-absoluta (¡como si hubiera obras maestras relativas!), sino que tampoco se merece la elevadísima consideración de la que sigue gozando en base a razones que dependen de factores ajenos a la propia película, o dicho de otra manera, a argumentos no cinematográficos”…


…y a Deathwatch: “vendría a ser una demostración de hasta qué punto el paso del tiempo ha convertido la Primera GuerraMundial en algo más que un acontecimiento histórico, o si se prefiere, en algo con una relevancia aparte de su condición de período perteneciente a la Historia, con mayúsculas. Me vengo a referir a que el siglo transcurrido desde su desencadenamiento la ha convertido también en un imaginario cultural, un icono popular, un referente artístico y, también, en un espacio para la mítica. El paso del tiempo crea una distancia, y asimismo un distanciamiento, y este a su vez genera un espacio en el inconsciente colectivo dentro del cual florecen la fantasía y la imaginación”.


También firmo, dentro de la sección Televisión, un comentario de la espléndida cuarta temporada de la serie Juego de tronos (Game of Thrones, 2011- ): “La cuarta y por ahora última temporada emitida llama poderosamente la atención por el hecho de que todos los elementos que han cimentado el prestigio de esta excelente serie alcanzan aquí su punto culminante: notable realismo ambiental, pese a transcurrir en una especie de imaginaria edad media; atmósfera oscura y sórdida; personajes duros, ambiciosos y despiadados, brindados por unos intérpretes superlativos; y grandes dosis de sexo y violencia, pero siempre al servicio de la historia, es decir, como refuerzos dramáticos y expresivos (al estilo, para entendernos, de la magnífica serie “Roma” / ídem, 2005-2007; nada que ver con la, en este y en otros sentidos, vomitiva “Spartacus: Sangre y arena” / Spartacus: Blood and Sand, 2010-2013)”.


Concluyo esa contribución con la crítica de la inesperadamente excelente Lucy(ídem, 2014), de Luc Besson.

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“MI DOBLE EN LOS ALPES” de FRANKLIN J. SCHAFFNER, en CINE ARCHIVO

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Cine Archivopublica estos días un dossierdedicado al interesante cineasta norteamericano Franklin J. Schaffner, al cual he contribuido con un texto centrado, precisamente, en una de sus obras menos conocidas: el thriller de espionaje Mi doble en los Alpes (The Double Man, 1967): “Dirigida entre dos de sus mejores trabajos de esa década, la extraordinaria “El señor de la guerra” (1965) y la notable primera versión de “El planeta de los simios” (1968), “Mi doble en los Alpes” (1967) es hasta la fecha la única adaptación a la pantalla de una obra del escritor Henry S. Maxfield (1923-2013), en este caso su primera novela, originalmente titulada “Legacy of a Spy” y publicada en 1958, si bien conocería una reedición con el mismo título en inglés que el original del film, “The Double Man”. Salvo error del que suscribe, Maxfield es un autor prácticamente desconocido en España: tan solo poseo referencias de la edición española de otro de sus libros, “Investigador solitario”, publicado por Molino en 1960 dentro de su famosa colección Biblioteca Oro (núm. 411), y no me consta si se trata de una traducción de “Legacy of a Spy/The Double Man””.



Cine Archivo:
Especial Franklin J. Schaffer (1964-1989):
El hombre doble: “Mi doble en los Alpes”:
http://www.cinearchivo.com/site/Fichas/Ficha/FichaFilm.asp?IdPelicula=266&IdPerson=16079
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