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Los límites del relato: “NYMPHOMANIAC. Vol. 1”, de LARS VON TRIER

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] Las características que han rodeado el estreno en salas comerciales de Nymphomaniac (ídem, 2013) son especiales, y por tanto condicionan irremediablemente cualquier análisis que se haga del nuevo film de Lars von Trier. Con un metraje original completo de alrededor de 330 minutos, cinco horas y media, la película llega de momento al espectador dividida en dos partes de alrededor de dos horas cada una, y parece ser que la versión íntegra con todas sus escenas de carácter pornográfico al completo, ya famosas antes de que nadie las haya visto salvo Von Trier, sus montadores y sus productores, se proyectará en el Festival de Berlín. Mientras tanto, aterriza en nuestras salas la primera parte de las dos que componen el, digamos, “montaje comercial” de Nymphomaniac, adecuadamente subtitulada Volumen 1 al igual que un célebre artefacto de Quentin Tarantino de infausto recuerdo, a la espera de que se estrene el Volumen 2 el próximo 24 de enero. Huelga decir que, por tanto, las siguientes líneas no son sino una aproximación forzosamente parcial a una obra que, por ahora, nos llega mutilada e incompleta por decisión de sus productores, los cuales, tal y como advierte un rótulo inicial, han elaborado con el consentimiento expreso de Von Trier este montaje en dos partes pero en el cual su realizador, se dice, no ha intervenido expresamente. Algo parecido ocurrió en su momento con otro film del mismo cineasta, Dogville (ídem, 2003), del cual a partir de su metraje original de 178 minutos se llevó a cabo una edición “comercial” reducida en 45 minutos y asimismo autorizada y aprobada por Von Trier. A lo que se ve, y parafraseando a un director norteamericano por el cual siento poca estima pero al que por una vez y sin que sirva de precedente hay que darle la razón, Robert Altman, existe una especie de ley no escrita en virtud de la cual las duraciones de las películas están condicionadas por algo así como el tiempo máximo que puede aguantar un espectador un visionado antes de que le venza la necesidad de tener que ir al lavabo…


Nymphomaniac forma parte de lo que el propio Von Trier ha definido como su “trilogía de la depresión”, junto con Anticristo (Antichrist, 2009) (1) y Melancolía (Melancholia, 2011) (2). Al menos en lo que a este Volumen 1se refiere, Nymphomaniac vuelve a ser, como sus compañeras de trilogía, una nueva y todavía más audaz exploración de los límites convencionales del relato cinematográfico. Como en Anticristo, el Volumen 1 de Nymphomaniacincluye entre sus agradecimientos finales uno dedicado a Andrei Tarkovsky; lo cierto es que las primeras escenas del nuevo Von Trier no pueden menos que recordar al Tarkovsky más atmosférico y pantanoso de Stalker (ídem, 1979): la pantalla se abre en negro, mientras oímos en off el sonido de la lluvia y un goteo durante alrededor de dos minutos; de ahí pasamos a las imágenes de un callejón; una serie de planos de detalle se detienen a mostrarnos las gotas de rocío mojando paredes y ventanas o deslizándose por cañerías y salientes; en un momento dado, la cámara “descubre” el cuerpo de una mujer (Joe: Charlotte Gainsbourg), tumbada en el suelo, aparentemente sin sentido y con la nariz sangrando. A poco que se observe este arranque con un mínimo de detenimiento, queda claro el carácter no-narrativo, ergo no-convencional, del mismo; sobre todo, en lo que se refiere al “descubrimiento” de Joe en el suelo del callejón: la cámara recorre en lentos travellingslaterales el escenario, “pasa” cerca de Joe y continúa su misterioso itinerario; es decir, el propósito del movimiento de la cámara no es centrar la acción y la mirada del espectador en Joe sino, más bien, sugerir que el personaje forma parte de un entramado narrativo no-lineal, algo que las siguientes secuencias se encargarán de confirmar. Más aún: ¿acaso no puede interpretarse ese arranque “en negro” de una película, se dice, “escandalosa” y repleta de sexo explícito, como una especie de guiño frustrante para el espectador que viene a ver el film atraído por esa aureola morbosa y que, por el contrario, se encuentra de bruces con una película en la cual, para empezar y literalmente, no se ve nada, y que además le obliga a mirar en otras direcciones acaso más incómodas que unos genitales masculinos y femeninos entrando en contacto físico?


Joe es, asimismo, descubierta (en este caso, literalmente) por Seligman (Stellan Skarsgard), quien la ve en el suelo y se acerca a socorrerla. La mujer se niega a que Seligman llame a una ambulancia o a la policía, pero acepta su ofrecimiento de llevarla a su casa y darle una taza de té mientras se recupera. En pijama, metida en la cama y saboreando ese té caliente, Joe empieza a relatarle a Seligman la historia de su vida, o mejor dicho, la historia de su vida como ninfómana. Pero, desde el primer momento, Von Trier traza un singular paralelismo entre, por un lado, las explicaciones de Joe y su detallismo a la hora de especificar cómo se las ha ingeniado siempre para seducir a los hombres que necesita para intentar satisfacer su insaciable apetito sexual, y por otro, las que, punteando el relato de Joe, proporciona a su vez Seligman a propósito de su afición a la pesca con mosca. De este modo, y más allá del evidente paralelismo y comparación entre los métodos de Seligman para pescar con mosca y los de Joe para “pescar” hombres, a partir de este instante Nymphomaniac (al menos, insisto, en lo que a este Volumen 1 se refiere) se convierte en un apasionante experimento audiovisual en el cual, por medio de una brillantísima conjunción de imagen, diálogo y música, Lars von Trier reinventa y al mismo tiempo pone en evidencia los límites no ya de “su” relato (el que ha escrito y dirigido), sino incluso los del concepto mismo de “relato” en general. Véase, por ejemplo, ese momento magistral en el cual Seligman interrumpe la narración de Joe en el mismo momento en que Von Trier visualiza, mediante uno de los enésimos flashbacksque giran alrededor del relato de la protagonista femenina, el momento en que la joven Joe (Stacy Martin) se reencontró en un parque con su antiguo amante Jerôme (Shia LaBeouf): las circunstancias en las cuales se produce ese reencuentro son, literalmente, increíblesdesde un punto de vista lógico —Joe explica que, paseando casualmente por ese parque, se encontró, asimismo casualmente, con fotos rotas de Jerôme y su antigua secretaria y ahora exesposa Liz (Felicity Gilbert), y al cabo de un momento se tropezó, ¡también casualmente!, con el propio Jerôme—; en consecuencia, Seligman interrumpe lo que Joe le está contando porque tanto él como el espectador son incapaces de seguir creyéndose la suspensión de la incredulidadpropuesta por Joe en su relato. Llegados a este punto, podemos considerar que todos los flashbacks que no están “ilustrando” las explicaciones de Joe sobre su ninfomanía no son sino una fantasía. De hecho, hay un momento en el cual Joe le explica a Seligman cómo fue el inicio de su etapa con estudiante; entonces, Von Trier inserta unas escenas imaginarias, una por plano, en las cuales vemos a la joven Joe vestida de colegiala y masturbándose con distintos objetos ante una pizarra de la escuela; de pronto, descubrimos que esas imágenes no son ilustraciones de lo que Joe está contando, sino fantasías de Seligman al albur del relato de la mujer, tal y como esta última le recrimina en un momento dado, pidiéndole que no se distraiga…


A falta de ver, vuelvo a insistir, lo que nos deparará el Volumen 2, Nymphomaniac. Volumen 1 me parece el mejor y más bello ejercicio narrativo de su autor, hasta el punto de que prácticamente desde los primeros minutos y hasta el final del metraje de esta, repito, primera entrega o si se prefiere primera toma de contacto, la película hace gala de una inventiva que supera con creces la del que, hasta la fecha, me parecía el mejor trabajo de su firmante, Anticristo. Asimismo, viene a demostrar que lo más meritorio del cine de Von Trier no reside en sus planteamientos puramente temáticos sino en los formales. No puede sino entenderse de otro modo que un film que, vuelvo a insistir, viene precedido de fama de “escandaloso”, acabe demostrando de manera práctica, y sobre todo muy cinematográfica, que lo que pretende su principal responsable no es tanto sacudir los cimientos morales y éticos del espectador como, principalmente, los cimientos de lo que en cine conocemos como “narrativa convencional”.


Desde este punto de vista, resulta difícil para que el suscribe tener que elegir solo uno entre los múltiples aciertos de esta película extraordinaria, dado que hay mucho donde escoger. Aparte de la ya mencionada relación temática y visual entre los métodos de pesca con mosca de Seligman y las artes de seducción de la promiscua Joe, cabe apuntar momentos como la inserción, a lo Peter Greenaway, de números sobreimpresionados en la pantalla, que recuentan el número de veces que la adolescente Joe fue desvirgada por Jerôme vaginal y analmente, en lo que puede verse un nuevo mecanismo de advertencia para el espectador atento destinado a hacerle notar que lo que está viendo es, a fin de cuentas, un “relato” ante el cual debe adoptar una especie de prudente “distancia”; o ese fragmento genial, construido alrededor de tres acciones simultáneas de la joven Joe con otros tantos amantes, que Von Trier visualiza por medio de la partición en tres de la pantalla y contraponiéndolo a la explicación de Seligman en torno a los otros tantos acordes musicales que componen una polifonía de Bach. Si Nymphomaniac. Volumen 1 no es, a nivel narrativo, una obra maestra del cine, se le parece mucho…


Dejando aparte todo este virtuosismo formal y narrativo, otro aspecto que llama poderosamente la atención, y que por sí solo debería desmontar toda la monserga “escandalosa” que viene rodeando a esta hermosa película desde el momento mismo del anuncio de su producción (por más que el propio Von Trier haya sido el primero en promocionarla de este modo), es de qué modo el sexo es utilizado como mecanismo narrativo y elemento de introspección psicológica de los personajes. Más allá del hecho obvio de que Nymphomaniaces el relato en primera persona de una mujer que vive por y para el sexo (y eso tan solo puede escandalizar a personas que hayan nacido ayer), el film hace gala de un sensible conocimiento de la naturaleza humana por medio, repito, de un relato discontinuo e inconformista en el cual la evolución de la protagonista femenina viene marcada por una constante interrelación entre su insaciable deseo sexual y sus emociones personales. Del mismo modo que, tal y como se apunta en el ya mencionado arranque de la película con su puesta en relación entre el agua de lluvia y una Joe inconsciente, golpeada y arrojada a un callejón como si fuera un trapo, que dibuja así una singular asociación entre dos elementos naturales, el rocío y el cuerpo de la protagonista, la evolución de Joe a lo largo del relato va estableciendo una serie de contrapuntos entre  su inacabable apetito de sexo y su proceso de madurez, no solo sexual, por descontado, sino también emocional y afectivo.


De esta manera, vemos cómo Joe le explica a Seligman que su primera práctica sexual, precedente de su actividad ninfomaníaca de adulta, consistía en un juego infantil con su amiga, consistente en hacer “la rana” sobre el suelo mojado del cuarto de baño: de nuevo, el agua como elemento asociado a la “humedad” natural de la protagonista. Más adelante, la adolescente Joe y su amiga de la infancia —ahora una muchacha no menos promiscua que ella, B (Sophie Kennedy Clark)—, llevan a cabo una apuesta de índole sexual…, consistente en jugarse una bolsa de caramelos rellenos de chocolate que ganará la que logre tirarse más tíos en el curso de un trayecto en tren; la secuencia, construida de una manera que me parece modélica, culmina en la felación que Joe le practica a un pasajero que viaja en primera clase (Clayton Nemrow) y que se resistía a las directas insinuaciones eróticas de la protagonista alegando su condición de hombre casado: es —al menos, no me cansaré de repetirlo, en la versión que hemos visto hasta ahora— el primer momento sexualmente más explícito de todo el film, en cuanto es aquel que muestra con claridad (tal y como la propia Joe reconoce) el poder de seducción de la protagonista, marcando por tanto el instante en que ella pasa a tomar conciencia y posesión de lo que será su futura existencia como ninfómana. Resulta coherente, en este sentido, esa secuencia en la que Joe narra, y Von Trier lo resume “visualmente”, otra etapa de su existencia en la que logró conciliar su vida cotidiana y horarios laborales con una furiosa cadena de hasta diez amantes diarios, y que se expresa, como digo, por medio de una serie de primeros planos de genitales masculinos, hombres sin rostro que para la protagonista no son más que pollas destinadas a satisfacerla.


¿Satisfacción? Lo cierto es que, a pesar de la naturaleza sexual de las memorias de Joe y de su incontable riada de amantes penetrándola, según afirma ella misma, a diario (con todo lo que de relativa tiene, como hemos visto, la sinceridad y verosimilitud de este relato eminentemente subjetivo), la visión que del sexo ofrece Nymphomaniac. Volumen 1 no es en absoluto complaciente. Por el contrario, en más de una ocasión el sexo está asociado al sufrimiento: de la primera vez que fue penetrada por Jerôme, Joe recuerda sobre todo el dolor en su cuerpo; cuando la protagonista rememora la agonía en el hospital de su padre (Christian Slater) —el único, de todos los bloques o “capítulos” en los cuales se divide el relato, rodado en blanco  y negro—, Joe busca un fugaz consuelo en un par de hombres que se tira en ese mismo centro hospitalario, a modo de paliativo de la angustia que le provoca ver a su amado progenitor devorado por la enfermedad, abandonado por su madre (Connie Nielsen) en sus últimos días de vida, y convertido en alguien que necesita asistencia para que le limpien las necesidades fisiológicas que se hace encima (¿hace falta recordar que la protagonista femenina de Anticristose lanzaba vorazmente sobre el sexo de su esposo para intentar aliviar así su dolor por la pérdida de su hijo?); a mayor ahondamiento, el hecho de que este episodio sea como digo el único de todo el film, o de esta parte que conocemos del mismo, que está rodado en blanco y negro sugiere el estado anímico de una Joe afectada ahora por una dramática situación familiar y personal cuya simplicidad contrasta con su “colorido” mundo de amantes en cadena; este episodio se cierra con una imagen bellísima: el plano de las piernas de Joe, a través de las cuales vemos el cadáver de su padre en su cama del hospital, y cómo una gota de flujo vaginal baja por una extremidad, como si fuera una lágrima… Pero sin duda el momento más intenso reside, en este sentido, en la espléndida secuencia en la que Joe y su amante H (Hugo Speer) reciben la incómoda e inesperada visita de la esposa de este último (Uma Thurman), la cual, acompañada por sus tres hijos pequeños, quiere enseñarles de primera mano a la mujer por la cual su padres les ha abandonado, y el lugar “donde ocurrió todo”: la cama de Joe. No por casualidad, la protagonista de Nymphomaniac. Volumen 1 es consciente de que su perpetua insatisfacción sexual ha acabado arrastrándola al lugar donde Seligman la ha encontrado: a un callejón sin salida; “me lo tengo merecido”, comenta cuando Seligman le pregunta quién le ha pegado en la cara; “soy una mala persona”, dice en más de una ocasión. Los títulos de crédito finales del Volumen 1 incluyen escenas de un Volumen 2 lleno, a simple vista, de un dolor físico y emocional más acentuado, si cabe, por la vía del masoquismo y la vejación. Esperemos que su nivel de creatividad esté a la misma altura.         


“DIRIGIDO POR…”, OCTUBRE 2013, ya a la venta

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La nueva película de James Wan, Insidious: Capítulo 2 (Insidious: Chapter 2, 2013), es el film de portada del núm. 437 de Dirigido por…; firma su comentario Roberto Alcover Oti. La revista de este mes viene cargada de comentarios de películas de primerísima actualidad: The Bling Ring (ídem, 2013), de Sofia Coppola, analizada por Israel Paredes Badía; Las brujas de Zugarramurdi (2013), de Álex de la Iglesia, según Diego Salgado; Una cuestión de tiempo (About Time, 2013), de Richard Curtis, abordada por Carlos Tejeda, quien también firma la reseña de La espuma de los días (L’écume des tours, 2013), de Michel Gondry; La vida de Adèle (La vie d’Adèle, 2013), de Abdellatif Kechiche, que reseña Beatriz Martínez, quien asimismo firma el comentario crítico de Capitán Phillips (Captain Phillips, 2013), de Paul Greengrass; Gravity(ídem, 2013), de Alfonso Cuarón, reseñada por Ángel Sala; y Blackfish(ídem, 2013), de Gabriela Cowperthwaite, analizada por Tonio L. Alarcón, quien igualmente firma para la sección Televisiónel comentario de la serie La cúpula (Under the Dome, 2013- ). Otros destacados contenidos son la crónica delFestival de Cine de Venecia, escrito por Carlos Elorza en colaboración con Fernando Iradier, Iñaki Ortiz Gascón y Maite Echeburúa; y Escrituras y reescrituras en el último cine español, un artículo de Quim Casas que aborda el comentario conjunto de La herida (2013), de Fernando Franco, Todos queremos lo mejor para ella (Tots volem el millor per a ella, 2013), de Mar Coll, La plaga (2013), de Neus Ballús, El miedo (La por, 2013), de Jordi Cadena, Gente en sitios (2013), de Juan Cavestany, y Caníbal (2013), de Manuel Martín Cuenca. Más cosas aún: en la sección Flashbackhallamos, por un lado, el artículo de Ramon Freixas y Joan Bassa Jesús Franco todavía cabalga, comentando la edición en DVD de las seis últimas películas del malogrado cineasta; y, por otro, el comentario de la edición en DVD de la 2ª temporada de la mítica serie de televisión The Twilight Zone (1959-1964), a cargo de Antonio José Navarro; y la sección Paralelismos, que se centra este mes en la figura del recientemente fallecido director de fotografía Gilbert Taylor, abordada por Christian Aguilera. El número se completa con las secciones de Críticas; Pantalla Digital, de José María Latorre; Banda Sonora, de Joan Padrol; y En busca del cine perdido, dedicada en esta ocasión al film de Jean Negulesco Tres extraños (Three Strangers, 1946), que firma Lluís Satorras.

El núcleo central del número de este mes vuelve a ser el “dossier” Roger Corman, que concluye en esta segunda entrega, la cual incluye, entre otros, los siguientes artículos: A tiro limpio. Roger Corman y el cine negro, de Ramon Freixas y Joan Bassa, sobre las aportaciones como director y productor de Corman al policíaco; Un “nuevo mundo” en Hollywood. Roger Corman en la New World, de Ángel Sala, en torno a su etapa en dicha productora; y Hechos y recelos. ¿Es Roger Corman un autor?, en torno a las interpretaciones sobre su personalidad cinematográfica, cuestión que aborda Antonio José Navarro. El dossier se completa con una entrevista exclusiva con Corman, por parte de nuestro colaborador en Los Ángeles Gabriel Lerman.

Mi contribución a la revista de este mes consiste, precisamente, en un artículo para esta segunda parte del dossier Corman: el titulado Los hijos de la factoría. Roger Corman descubridor de talentos, en torno a la larga lista de famosos directores del cine estadounidense de los años setenta y ochenta que debutaron a sus órdenes (Coppola, Hellman, Scorsese, Bogdanovich, Dante, Demme, Cameron…): “Hábil propagandista de sí mismo y su leyenda, Roger Corman siempre ha hecho gala de una de las cualidades por la cual es más recordado dentro de su faceta como productor, si no la que más: su «olfato» como descubridor de talentos que, en la mayoría de los casos, luego han llevado a cabo famosas carreras dentro del mundo del cine norteamericano”.

También firmo el comentario del controvertido film de Lee Daniels El mayordomo (The Butler, 2013): “Acaso como consecuencia de los encendidos elogios de los que disfrutó “Precious” en los Estados Unidos con motivo de su estreno –ganó dos premios Oscar, y obtuvo otras cuatro candidaturas, entre ellas las de Mejor Película y Mejor Director–, y por el contrario, los tremendos varapalos críticos y el fracaso comercial de “El chico del periódico” (cuya magnitud no puedo valorar al no haberla visto), el tratamiento fílmico de “El mayordomo” parece condicionado por un posible esfuerzo a la desesperada de Daniels por recuperar el prestigio que le deparó “Precious” mediante una nueva y más ambiciosa mirada al tema del orgullo afroamericano, a través de un relato basado, además, en-hechos-reales, con toda la (supuesta) aureola de seriedad y rigor que suele flotar alrededor de los films inspirados en ese tipo de hechos, de cara a impresionar a un público que esté (pre)dispuesto a dejarse intimidar por ello”.

Concluyo con mi crítica de Al final todos mueren(2013), film colectivo firmado por Javier Fesser, Javier Botet, David Galán Galindo, Roberto Pérez Toledo y Pablo Vara.  

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“DIRIGIDO POR…” de ENERO 2014, ya a la venta

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Dirigido por… empieza el nuevo año dedicando la portada de su número 440 a la nueva y esperada película de Martin Scorsese El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), cuya crítica firma Roberto Alcocer Oti. Dicha reseña va acompañada de una entrevista con Martin Scorsese a cargo, como siempre, de Gabriel Lerman.


También se destacan los estrenos de otras películas, como Nymphomaniac, Vol. 1(Nymphomaniac, 2013), de Lars von Trier, reseñada por Quim Casas; La vida secreta de Walter Mitty (The Secret Life of Walter Mitty, 2013), de y con Ben Stiller, comentada por Tonio L. Alarcón, quien también firma el comentario del telefilm de Stephen Frears El gran combate de Muhammad Ali(Muhammad Ali’s Greatest Fight, 2013), para la sección de Televisión; The Grandmaster (Yi dai zong shi, 2013), de Wong Kar-wai, reseñada por Ángel Sala; y Centro histórico (2012), film colectivo firmado por los prestigiosos Pedro Costa, Manoel de Oliveira, Víctor Erice y Aki Kaurismäki que comenta Beatriz Martínez. A ello se suman las secciones Críticas; Pantalla Digital, de José María Latorre; Banda Sonora, de Joan Padrol; y Cinema Bis.


El núcleo central de este número está ocupado por dos dossieres. El primero, titulado Cine y terrorismo global, que aborda la cuestión del tratamiento cinematográfico del fenómeno del terrorismo de estos últimos años por medio de una serie de artículos temáticos: Terrorismo global y cine. La mirada de Hollywood y “Matarlos a todos”. El terrorismo islámico como espectáculo y discurso político, ambos firmados por el coordinador del dossierAntonio José Navarro; Action President, en torno a los films que muestran al presidente de los Estados Unidos convertido en héroe de acción, que rubrica Quim Casas; y Recordaremos el fuego y las cenizas: El terrorismo global en las series televisivas contemporáneas, firmado por Tonio L. Alarcón.


El segundo no es sino un intento por parte de la revista de resolver una vieja deuda que tenía pendiente: dedicarle un dossier de dos entregas al cineasta alemán Werner Herzog, uno de los nombres fundamentales del cine contemporáneo. La primera entrega de este dossier consta de un artículo de introducción, La conquista del cine total, que firma el coordinador del dossier Quim Casas; Herzog, Kinski: creación, poder, delirio… Entre el tormento y el éxtasis, artículo de Ramon Freixas y Joan Bassa centrado en la célebre colaboración de Herzog con el actor Klaus Kinski; y Más allá del documental, artículo de introducción a la labor de Herzog como documentalista, asimismo firmado por Quim Casas, que da paso a una serie de pequeñas antologías centradas en su contribución al documental, tal es el caso de: El país del silencio y la oscuridad (Land des schweigens und der dunkelheit, 1971) [Tonio L. Alarcón], El gran éxtasis del escultor Steiner(Die grobe ekstase des bildschnitzers Steiner, 1974) [Gerard Casau], La Soufrière (La Soufrière / Warten auf eine unausweichliche katastrophe, 1977) [Quim Casas], Ecos de un reino oscuro(Echos aus einem düsteren Reich, 1990) [Israel Paredes Badía], Lecciones de oscuridad (Lektionen in finsternis, 1992) [Quim Casas], Grizzly Man (ídem, 2005) [Ángel Sala], Encuentros en el fin del mundo  (Encounters at the End of the World, 2007) [Antonio José Navarro] y La cueva de los sueños olvidados(Cave of Forgotten Dreams, 2010) [Beatriz Martínez].
   

Contribuyo a la edición de enero de 2014 de Dirigido por…con un artículo para el dossierCine y terrorismo global titulado Tom Clancy. La nueva “policía del mundo”: “Nacido en Baltimore (Maryland) el 12 de abril de 1947, y fallecido en la misma localidad el pasado 1 de octubre, Thomas Leo Clancy Jr., más conocido como Tom Clancy, probablemente será más recordado por la popularidad alcanzada por sus novelas, muchas de las cuales aparecían con frecuencia en las listas de “best-sellers” a escala planetaria, y por la de las adaptaciones al cine de algunas de aquéllas, que por haber «pronosticado» el método empleado por Al Qaeda para atentar contra el World Trade Center el 11 de septiembre de 2001, estrellando dos aviones de pasajeros contra ambas Torres Gemelas, el cual aparecía descrito en su novela «Deuda de honor» (1994), en la que un aviador japonés se arroja, cual kamikaze, sobre el edificio del Capitolio en Washington D.C.”.


También escribo el comentario de uno de los documentales de Werner Herzog, el extraordinario Into the Abyss (2011), que ya tuve ocasión de comentar más extensamente en este mismo blog (1).


A todo ello, añado una serie de críticas: las de El hobbit: La desolación de Smaug (The Hobbit: The Desolation of Smaug, 2013, Peter Jackson), Los juegos del hambre: En llamas(The Hunger Games: Catching Fire, 2013, Francis Lawrence), Frozen: El reino del hielo(Frozen, 2013, Chris Buck y Jennifer Lee) y Agosto (August: Osage County, 2013, John Wells).


Finalmente, firmo el comentario del film que ocupa este mes la sección Cinema Bis, el estupendo The Kiss of the Vampire (1963), de Don Sharp: “Dentro de la historia de Hammer Films, “The Kiss of the Vampire” (1963) goza de una «mala fama» relativa (¿hay alguna que no lo sea?) al tratarse, por así decirlo, de una especie de cajón de sastre deudor de anteriores y mayores logros del estudio. Parece ser que fue concebida inicialmente por el productor y guionista Anthony Hinds (firmando el guión, tal y como solía hacerlo, bajo el seudónimo John Elder) como un tercer episodio de la serie Drácula extraordinariamente iniciada por Terence Fisher con “Drácula” (“Dracula”, 1958) y “Las novias de Drácula” (“The Brides of Dracula”, 1960), pero la trama original fue modificada posteriormente, habida cuenta de que, como es notorio, el célebre conde vampiro creado por Bram Stoker no aparece en este film”.



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Clara y Eleanor: “BYZANTIUM”, de NEIL JORDAN

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] Por más que Byzantium(2012) supone, casi huelga decirlo, la segunda incursión del realizador irlandés Neil Jordan en la temática vampírica después de Entrevista con el vampiro (Interview with the Vampire, 1994), y a pesar de que su nueva mirada sobre el tema guarda, entre otros, ecos puntuales de su (superior) versión de la irregular novela de Anne Rice, hay muchas y notables diferencias entre ambos films. Los vampiros de Byzantium, o mejor dicho, las vampiresas protagonistas del relato, Clara (Gemma Arterton) y su hija Eleanor (Saoirse Ronan), son seres tristes que pasean en soledad sus doscientos años de existencia, malviviendo como mejor pueden una vida trashumante. Eternamente “congeladas” en la apariencia física de la edad en la que adquirieron la inmortalidad, Clara dentro de los 20 años y Eleanor en los 16 (como Claudia/Kirsten Dunst, la inolvidable niña-vampiro de Entrevista con el vampiro), la escasa diferencia de edad existente entre ellas a simple vista las obliga a fingirse hermanas: Clara va por ahí afirmando tener la custodia legal de su “hermana” menor.


Clara consigue dinero para pagarse un alojamiento en apartamentos u hoteles dedicándose a la prostitución o trabajando como bailarina en clubes nocturnos de segunda categoría (al principio del film, la vemos ejecutando un lap dance a beneficio de un cliente con las manos demasiado largas); y ambas mujeres sacian su sed de sangre mediante idéntico procedimiento, usando no sus colmillos (no los tienen), sino la uña de su dedo pulgar, que crece a voluntad, para clavarla en las gargantas o muñecas de sus víctimas y luego succionar su sangre por la herida, si bien las vampiresas difieren por completo a la hora de elegir a aquéllas: Clara se aprovecha de los individuos de baja estofa que van detrás suyo para follársela (como explica Eleanor en voz over, su madre siempre ha tenido “facilidad” para atraer a los hombres: ¿acaso no resulta lógico que una vampiresa use su poder de seducción para conseguir lo único que le interesa para subsistir: dinero y sangre?); en cambio, Eleanor busca a personas ancianas y enfermas, a las cuales les ofrece algo que a ella le está negado: acabar lo más suavemente posible con el sufrimiento inherente a una existencia demasiado prolongada que ya ha devenido intolerable y fatigosa. Aunque pueden pasearse a la luz del día, las vampiresas de Byzantiumprefieren la noche, las mejores horas para esconderse y pasar desapercibidas, hasta que llega el momento en que Clara toma la decisión, obedecida de mala gana por Eleanor, de cambiar de refugio: el concepto de hogar no existe para ellas.


Neil Jordan no parte en esta ocasión de un guión propio —es la primera vez que no lo hace desde La extraña que hay en ti (The Brave One, 2007), ese excelente thrillerque incomoda a tanta gente por el mero hecho de que, horror, obliga a pensar—, sino de uno firmado por Moira Buffini, firmante de los guiones de la interesante nueva versión de Jane Eyre (ídem, 2011) de Cary Fukunaga estrenada hace un par de temporadas y de Tamara Drewe (ídem, 2010), la comedia de Stephen Frears asimismo protagonizada por la actriz Gemma Arterton, con lo que cabe la posibilidad de que fuera esta última, quien actualmente goza de cierto estrellato dentro de la industria del cine británico, la que interesara a Jordan en el guión de Buffini para Byzantium, el cual parte a su vez de una obra de teatro de la propia Buffini, titulada A Vampire Story, estrenada en 2008. A falta de conocer esta última, y a juzgar por las informaciones que circulan sobre Buffini, esta autora es amiga de incluir en algunos de sus textos teatrales referencias históricas y culturales de todo tipo; por ejemplo, Silence(1999) gira alrededor del reinado de Etelredo II el Indeciso, monarca de Inglaterra entre el 978 y el 1016 de nuestra era, y su esposa Emma de Normandía, trazando un paralelismo entre los “años oscuros” de la edad media (476-1000) y el cambio de milenio del 2000/2001; y Welcome to Thebes (2010), representada en el Royal National Theatre de Londres bajo la dirección de Richard Eyre, juega al anacronismo presentándonos una ciudad de Tebas en pleno siglo XX y una trama que contiene referencias a la Antígona de Sófocles, al Hipólito de Eurípides y a la Lisístratade Aristófanes. Buffini también cuenta en su haber con una adaptación teatral de la novela infantil de fantasía de Catherine Storr Marianne Dreams, representada en 2007. Desconociendo, insisto, las mencionadas obras de teatro de Buffini, e ignorando si Jordan ha tenido alguna intervención directa en el guión (la tuvo, por ejemplo, en el de Entrevista con el vampiro, que reescribió por completo, aunque luego tuviera que renunciar a su crédito como guionista en beneficio exclusivo de Anne Rice), cabe especular con que las referencias culturales que asoman en Byzantiumson de la cosecha de Buffini, o que entre esta última y Jordan puede haberse dado una estrecha colaboración o al menos un reconocimiento e identificación del cineasta irlandés en la obra de la guionista y dramaturga hasta cierto punto similar a los que se dieron entre Jordan y la escritora Angela Carter cuando ambos firmaron el guión de En compañía de lobos (The Company of Wolves, 1984) (1).


Byzantium no es tanto el nombre del hotel que acaba de heredar Noel (Daniel Mays) de su difunta madre, y en el cual se instalan Clara y Eleanor, como una referencia a Bizancio, que como recuerda en un momento dado un personaje secundario pero relevante del film llamado Savella (Uri Gavriel), fue donde consiguió la enorme espada sarracena (participando en una de las Cruzadas, explica) con la cual intenta decapitar a Clara… Puede interpretarse esa referencia a Bizancio como un reflejo de lo que es asimismo la película: como la antigua capital de Tracia, que primero fue colonia griega y luego romana, pasando a ser Constantinopla tras ser refundada por el emperador Constantino y finalmente se convirtió Estambul tras caer en manos de los turcos otomanos, el film de Jordan se presenta asimismo como una especie de obra “apátrida” que bebe de numerosas fuentes. Ya hemos apuntado el tratamiento atípico del vampirismo que brinda en primera instancia. Hay, asimismo, pequeños guiños que contribuyen a ese contexto de fondo: Clara acostumbra a utilizar nombres falsos, entre ellos Claire y… Camilla, que tan solo por una letra suena prácticamente igual que Carmilla, la célebre vampiresa de Sheridan Le Fanu; otro personaje, el interpretado por Jonny Lee Miller, se llama Lord Ruthven, exactamente igual que el no-muerto protagonista de El vampiro, el no menos famoso cuento de John William Polidori; de hecho, un tercer personaje que asimismo comparte con el anterior las escenas situadas a principios del siglo XIX, Darvell (Sam Riley), tiene un ligero aire a lo Lord Byron. Llama la atención, asimismo, que aquí el proceso de conversión en vampiro no pasa por el contagio de otro bebedor de sangre, sino por medio de la realización de una especie de rito en una cueva, donde por así decirlo los iniciados invocan a su “otro yo vampiro” (una idea interesante: todos llevamos un vampiro dentro), con el acompañamiento de una negra bandada de pequeños pájaros que, por un lado, hacen pensar fácilmente en las de murciélagos que hemos visto en algunos de los largometrajes dedicados a Batman, pero que parecen más bien una referencia al mito de los psicopompos: los animales encargados de llevar las almas de los difuntos al más allá, que ya aparecían caracterizados en forma de pequeñas aves en La mitad oscura, tanto la novela de Stephen King como la adaptación homónima de la misma realizada en 1993 por George A. Romero.


Todo esto que acabamos de apuntar, y seguramente alguna otra referencia que ahora mismo se me escapa pues solo he visto el film una vez, contribuye, con su heterodoxa mezcla de conceptos culturales y mitos históricos de diversa índole, a enriquecer el trasfondo de un relato fantástico no menos heterodoxo, si bien ya transitado por Jordan en anteriores ocasiones. No me refiero solo a Entrevista con el vampiro, por descontado, sino más bien a películas con las que Byzantiumguarda una relación acaso más estrecha. Desde este punto de vista, las protagonistas de este film son, como consecuencia de su condición de vampiresas, seres inadaptados y tan desclasados como los personajes principales de Danny Boy (Angel, 1982), Juego de lágrimas (The Crying Game, 1992), The Butcher Boy (1997) o Desayuno en Plutón (Breakfast on Pluto, 2005). Además, la historia de amor platónica, por imposible, entre Eleanor y el joven que se prende de ella, Frank (Caleb Landry Jones), recuerda las frágiles love stories de Mona Lisa (ídem, 1986) o sobre todo la de Amor a una extraña (The Miracle, 1991). Pero, más allá de cuestiones de (indudable) coherencia temática con buena parte del resto de su filmografía, a las cuales podríamos añadir la reincidencia en determinadas pautas estéticas —la manera, por ejemplo, de retratar el “local de ambiente” donde al principio del relato vemos a Clara ejecutando el lap dance, que evoca ambientes parecidos de Danny Boy, El buen ladrón(The Good Thief, 2002) o Desayuno en Plutón; los flashbacks decimonónicos que recuerdan a Entrevista con el vampiro; la ciudad de la costa a donde se trasladan las protagonistas, de paisajes similares a los de Amor a una extraña, The Butcher Boy y la todavía inédita en España Ondine (2009)—, lo mejor de Byzantium acaba siendo, una vez más, el admirable sentido que tiene Jordan de lo que podríamos definir como una especie de “realismo mágico”, no en el mismo sentido con el que suele emplearse la expresión en relación a la literatura latinoamericana pero sí muy similar, de forma que, en última instancia, el hecho de que sus protagonistas sean vampiresas tiene una relativa importancia en el conjunto del relato. O dicho de otra manera: que, en el fondo, lo que menos importa en las películas de Jordan es lo que sean sus personajes (aún sin, por ello, despreciarlo), aunque a veces tengan formas “extremas” de vivir o de ganarse el sustento, bien sean vampiros, mafiosos, terroristas del IRA o travestidos, sino la descripción de esas maneras de subsistir y el retrato de lo que aquéllas suponen para los personajes a la hora de enfrentarse a la incomprensión de la sociedad. El cine de Neil Jordan gira en torno a seres solitarios, y Byzantium no constituye una excepción.


Tanto si es de Jordan como de Buffini, o de ambos, Byzantiumarranca con una bella idea: Eleanor escribe en su diario, relatando su increíble historia; pero, tan pronto como completa el anverso y el reverso de las hojas del cuaderno, las arranca y se deshace de ellas arrojándolas por el balcón de su apartamento, o como vemos luego, tirándolas al mar, como los mensajes en una botella, para que puedan ser leídos por cualquiera que los recoja. Eleanor descarga así su necesidad de expresarse, de reflejar de algún modo la paradoja de su existencia como un ser eternamente joven y eternamente solo, que a pesar de sus 200 años de edad sigue “anclada” en los 16 en los que accedió a la inmortalidad, pero al mismo tiempo siendo consciente de que es inútil escribir un diario que nunca terminará y que, caso de ser leído por terceros, nadie se creerá. El peso de la inmortalidad, del vivir eternamente a no ser que (como se hace aquí) alguien te decapite —espléndido el momento en que Werner (Thure Lindhart) persigue a Clara por las calles de la ciudad, y que culmina en la sangrienta pelea en el apartamento que la segunda comparte con Eleanor—, está todavía mejor expresado que en Entrevista con el vampiro: no solo en lo que se refiere al mencionado diario de Eleanor de hojas arrancadas, sino a instantes como aquel en el que la digamos “joven” toca con virtuosismo el piano del restaurante donde trabaja Frank, y luego comenta, con tristeza, que ha tenido “mucho tiempo para practicar…”.


A pesar de que no faltan puntuales momentos de violencia (la muerte de Werner a manos de Clara), las hermosas imágenes de Byzantium, la película más bella de Neil Jordan de estos últimos años, están dominadas por el intimismo y la elegancia. Resulta obligado señalar la bonita manera de introducir los flashbacks que nos ponen en antecedentes del origen de las vampiresas; en particular ese gran momento en el cual, recién llegadas al pueblo de la costa, Eleanor ve o cree ver a un grupo de chicas con caperuza caminando en fila de a dos por la playa, hasta que se da cuenta de que una de las jóvenes es… ella misma, cuando todavía tenía 16 años reales a principios del siglo XIX y vivía en el convento para niñas huérfanas donde su madre la abandonó recién nacida. Ya he mencionado el heterodoxo atractivo que tiene aquí el proceso de conversión al vampirismo, que entrevemos fugazmente cuando lo llevó a cabo Eleanor a instancias de su madre, y que contemplamos en su integridad en el caso de Darvell: este último, quien se halla gravemente enfermo y próximo a la muerte, viaja hasta una isla en un bote de remos acompañado de Ruthven y unos remeros, escala la rocosa ladera y llega hasta una cueva, al pie de un manantial que mana abundantemente como si fuera una catarata; Darvell entra en la cueva y allí se encuentra con otro hombre, que, como en el caso de la visión/recuerdo de Eleanor, no es sino él mismo (por lo demás, otro tema recurrente en el cine de Jordan: en él, la violencia y el horror siempre surgen del interior de las personas, por inocentes que sean: el Bien como contenedor del Mal y el Mal como contenedor del Bien); el “doble” de Darvell bebe su sangre, desatando dentro de la cueva un tornado de pájaros “psicopompos” y, en el exterior de la misma, la espectacular conversión de la catarata de agua en catarata de sangre.   
      

Hemos mencionado, asimismo, el contraste existente entre la manera de “alimentarse” de las protagonistas. Eleanor elige a personas ancianas y, como ella, hartas de vivir, para poner fin a su sufrimiento: es el caso del hombre viejo que, al principio del film, descubre una de las hojas del diario que Eleanor acaba de arrojar por el balcón; o de la anciana intubada en el hospital al cual acude Eleanor para visitar a Frank, descubriendo a esa mujer agónica a la que le aplica su propia forma de eutanasia (en una escena, asimismo, muy bella, resuelta en un único plano construido alrededor del efecto sugerente y estético del cristal opaco y “deformante” que permite intuir desde fuera lo que está sucediendo dentro de la habitación de la enferma). En cambio, Clara se vale de cualquiera de los tipejos que la rondan para calmar su sed: véase la excelente escena en la cual la vampiresa da cuenta de la sangre de uno de esos hombres en la playa, visualizada en virtud de un sugerente travellingque recorre la parte cubierta del paseo marítimo del pueblo, de tal manera que, desde ese punto de vista, la actitud depredadora de Clara casi parece un juego amoroso… Nunca hay placer en el hecho de matar para subsistir, tan solo la triste necesidad de hacerlo. Resulta significativo que la historia de amor platónica que se da entre Eleanor y Frank tenga como nexo de conexión la sangre: Frank padece leucemia, lo cual quiere decir que su sangre es la que está enferma y lo que le está matando; en un momento del relato, el muchacho sufre un banal accidente en bicicleta que casi está a punto de acabar con su vida, pues se hace un corte en la muñeca y desata una profusa hemorragia que amenaza con desangrarle; Eleanor acompaña a Frank hasta su casa, y de allí le llevan al hospital; entonces, la muchacha recoge el pañuelo empapado con la sangre de Frank y la saborea con fruición, dándose de este modo el primer contacto “físico” y “amoroso” entre ambos; para Eleanor, supone la certeza de que ha encontrado por fin a un compañero de vida que paliará su soledad en el futuro, y la única manera de conservarlo a su lado es curar su sangre enferma mediante el antídoto de esa inmortalidad que tan solo suministra el misterioso conjuro de la cueva en esa isla de la que también mana sangre. No me parece casual que Frank, cuyo aspecto físico y enfermedad le proporcionan, por así decirlo, cierto aire decadente y casi “decimonónico”, consiga despertar el amor de Eleanor; como ella, Frank parece un joven fuera de su tiempo, atrapado en una época que no siente como suya.


Llama la atención que, a pesar de la atmósfera fantástica del relato, delicada e intimista pero a fin de cuentas fantastique(lo uno no está reñido con lo otro), hay en Byzantium un singular pero siempre extraño “realismo” de fondo, de tal manera que, por ejemplo, la película establece un inteligente contraste entre el personaje de Eleanor y los del profesor (Tom Hollander, no acreditado) y la psicóloga (Maria Doyle Kennedy) del instituto de secundaria a la que asiste la primera, los cuales tratan de “racionalizar” (ergo, vulgarizar) la “increíble” historia real que ha escrito la muchacha sobre sí misma y su condición de vampiresa en sus trabajos escolares, donde puede verse una aguda digresión por parte de Jordan y Buffini sobre la mediocridad de un “realidad cotidiana” que, en nombre de la Razón, ha excluido la presencia de la Fantasía; como tan bien apuntara Akira Kurosawa en su espléndido último film, Madadayo (1993), las personas que no le tienen miedo a la oscuridad son personas sin imaginación. A ese “trasfondo realista” se añade el hecho de que tanto Clara como Eleanor sean, cada una de distinta forma, dos marginadas sociales por el hecho de ser diferentes (vampiresas) y, sobre todo, mujeres, pues los vampiros varones las tratan con el mismo desprecio que los varones humanos aplican a sus congéneres femeninas: para todo el mundo, vampiros o humanos, Clara y Eleanor son “la puta” del pueblo y “la friki” del instituto. No me parece casual, en este sentido, que el único guiño cinéfilo directo que incluye Jordan en su película sea la famosa escena (vista por un televisor) de Drácula, príncipe de las tinieblas (Dracula, Prince of Darkness, 1965, Terence Fisher) en la cual Barbara Shelley, puritana dama victoriana convertida en vampiresa rebosante de sexualidad, muere a manos de los monjes del convento que le hunden una estaca en el corazón, expresiva, exacta y jamás igualada metáfora de la subyugación de la carne, que dijera David Pirie. A todo ello hay que añadir la descripción de la relación de Clara con Noel, el hombre que acaba de perder a su madre y que ha heredado de la misma el hotel Byzantium, lugar en el que Clara organizará un negocio lucrativo en base a lo que mejor conoce, la prostitución, así como la descripción en paralelo de la investigación que un par de agentes de policía llevan a cabo de las misteriosas muertes que va diseminando Clara aquí y allá, lo cual proporciona al relato otra tonalidad paralela a lo que hemos explicado, y próxima en este caso al tipo de cine policíaco practicado por Jordan sobre todo en Danny Boy, Mona Lisa o La extraña que hay en ti. Se trata, no obstante, de una especie de “espejismo genérico” que demuestra hasta qué punto el cineasta irlandés domina ya los recursos de su arte, de forma que el rocambolesco clímax del relato, que combina una inesperada situación límite vivida por Eleanor atrapada dentro de un ascensor y una confrontación decisiva entre Clara, Darvell y Savella y su enorme espada sarracena a la luz de una atracción de feria, puede verse como un desprejuiciado juego de Jordan con las convenciones del cine de género. Byzantiumbebe abundantemente de las mismas, pero en última instancia el resultado final le pertenece solo a él.

(1) Véase mi artículo en Imágenes de Actualidad, núm. 329 (noviembre 2012): http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2012/10/imagenes-de-actualidad-noviembre-2012.html

“Dossier” JOHN CARPENTER (2ª parte), en CINE ARCHIVO

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Cine Archivo publica estos días la segunda parte del dossierque ha dedicado a John Carpenter, al cual contribuyo con un texto que rompe una lanza a favor de una película suya bastante mejor de lo que suele pregonarse, Fantasmas de Marte (Ghosts of Mars, 2001): “reincide, a simple vista, en temáticas, escenarios y situaciones característicos del cine de John Carpenter bajo la forma de una trama de ciencia ficción futurista que bebe, a partes iguales, de la fascinación de su realizador por Howard Hawks, el “western” y el “relato de grupo”. El argumento, en principio sin aparentes complicaciones, nos sitúa en Marte durante el año 2176, momento en el que, mediante una argucia de guión muy típica de la economía narrativa de la serie B, las colonias terrestres han habilitado el planeta rojo de manera que más de un 80% de su atmósfera sea respirable”.

Cine Archivo:
Especial John Carpenter (Parte II, 1988-2010):
“Rashomon” en el Planeta Rojo: Fantasmas de Marte (2001):

Buena película, sí; obra maestra, no: “LA CLASE”, de LAURENT CANTET

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[NOTA PREVIA: Coincidiendo con la reciente publicación del nuevo número de la revista de cine “Shangrila” dedicado al tema de la educación (1), aprovecho para recuperar un texto sobre este film, que se publicó originalmente el 8 de febrero de 2008 en mi anterior versión de este blog en Blogspot.es.] Uno de los estrenos más destacados de principios de este año es el film de Laurent Cantet La clase (Entre les murs, 2008), que desde que vio la luz pública no ha parado de recibir parabienes de la prensa especializada y premios tan reputados como la Palma de Oro en la última edición del Festival de Cannes. Respecto al merecimientode los galardones que se dan en los certámenes cinematográficos, como ya he tenido ocasión de pronunciarme en otras ocasiones, creo que la entrega de premios como culminación de los festivales de cine resulta contraproducente, pues ese componente competitivo desvirtúa lo que tienen los certámenes de aparadores de la diversidad del cine, y el tener que elegir entre unas determinadas películas de muy variados estilos para premiarlas, distinguiéndolas así de entre el resto, me parece una manera de acotar el gusto cinematográfico y enfocarlo hacia unas también determinadas y quién sabe si interesadas direcciones, ya que a la hora de la verdad la concesión de premios cinematográficos (tanto los que dan los festivales como, añado, academias de cine y todo tipo de jurados), y sobre todo el aparato publicitario que los envuelve, acaba siendo a la postre una forma más de marcarle a la opinión pública el-cine-que-hay-que-ver, de la misma manera que los galardones literarios le marcan, o pretenden marcarle, la literatura-que-hay-que-leer; por descontado, también puede (y debe) tildarse de manipuladora la campaña publicitaria destinada a favorecer el éxito taquillero de las películas más comerciales de Hollywood, pero al menos estas no lo hacen en nombre del arte…


Dicho de otro modo, La clase es una interesante película a pesar de haber ganado la Palma de Oro en Cannes, y también a pesar de que se esté hablando de ella como de una obra revolucionaria, un film que parece renovar el lenguaje mismo del cine; en pocas palabras, una obra maestra. Naturalmente, hay que partir de la base de que esto último, la consideración de una película como obra maestra del cine, dependerá (y, de hecho, depende) de lo que cada cual considere como tal. Y, con el debido respeto a quienes crean, honesta y sinceramente, que La clase lo es, sin dejarse llevar por posturas combativas contra el cine norteamericano adoptadas de antemano, o en el fondo tan conservadoras —por más que alardeen de un supuesto progresismo— como las que ven en cada nuevo cineasta francés a un cachorro de la sacrosanta Nouvelle Vague, por mi parte solo puedo decir que el film de Laurent Cantet “palidece” irremisiblemente si lo coloco no ya al lado de obras maestras del cine estadounidense como Amanecer (Sunrise, 1927, Friedrich Wilhem Murnau), ¡Qué verde era mi valle!(How Green Was My Valley, 1941, John Ford), El manantial (The Fountainhead, 1949, King Vidor), Más allá de la duda (Beyond a Reasonable Doubt, 1956, Fritz Lang) o Sed de mal (Touch of Evil, 1958, Orson Welles), sino también contrastándolo con títulos de semejante envergadura procedentes de cinematografías europeas u orientales, como La chute de la maison Usher (Jean Epstein, 1928), Alarma en el expreso (The Lady Vanishes, 1938, Alfred Hitchcock), Vivir (Ikiru, 1952, Akira Kurosawa), Historias de Tokio (Tokyo monogatari, 1953, Yasuhiro Ozu), La emperatriz Yang Kwei-Fei (Yokihi, 1955, Kenji Mizoguchi), Ordet (ídem, 1955, Carl Theodor Dreyer), Drácula (Dracula, 1958, Terence Fisher), Vivir su vida (Vivre sa vie, 1962, Jean-Luc Godard), 8 y medio (8 e mezzo, 1963, Federico Fellini), Andrei Rublev (Andrey Rublyov, 1966, Andrei Tarkovski), Persona(ídem, 1966, Ingmar Bergman) o La habitación verde (La chambre verte, 1978, François Truffaut), por citar una pocas, poquísimas, y a voleo. Comprendo que haya quien replique a esto que no se pueden comparar películas tan diferentes entre sí; respondo que no las comparo, pues sé que son incomparables, sino que las coloco en un determinado escalafón respetando sus (obvias) diferencias. También puede alegarse, ciertamente, que todavía no ha pasado suficiente tiempo para que La clase alcance la categoría de “clásico”, dado que está recién estrenada; pero yo pienso que un film que realmente es extraordinario lo es desde el momento mismo de su estreno; de hecho, cualquier película que, mientras la estás viendo, sabes que la repetirás en un futuro próximo porque te está ofreciendo una “segunda película” escondida entre los pliegues (ergo, planos) de la primera, suele ser una obra maestra; y, por citar ejemplos recientes, esto mismo es lo que experimenté mientras veía Pozos de ambición y El intercambio o lo que he sentido recientemente con El curioso caso de Benjamin Button. La clase no me dio esta impresión, a pesar, vuelvo a insistir, de que es un film totalmente digno de estima.


La clase se suma a una serie de títulos recientes que de un modo u otro abordan el tema de la educación, tal es el caso de otras celebradas producciones francesas de estos últimos años con las cuales la película de Laurent Cantet está más estrechamente emparentada, como Hoy empieza todo (Ça commence aujourd’hui, 1999, Bertrand Tavernier) y Ser y tener (Être et avoir, 2002, Nicolas Philibert), si bien dicha temática también se encuentra presente de un modo u otro en títulos tan distintos y dispares como la producción hollywoodienseDiarios de la calle (Freedom Writers, 2007, Richard LaGravenese) o la española Cobardes(José Corbacho y Juan Cruz, 2008). La clase parte de un libro autobiográfico de François Bégaudeau convertido en guión por este último junto con Cantet y Robin Campillo (este último, coguionista habitual de Cantet y realizador de una muy interesante e inquietante película fantástica, Les revenants, 2004, estrenada en DVD con el título de La resurrección de los muertos). El propio Bégaudeau interpreta a François Marin, el profesor de instituto en torno al cual gira la acción de un relato que se coloca, deliberadamente, a medio camino entre el documental y la ficción, la reconstrucción y la dramatización: los chicos que interpretan a los alumnos de Marin son auténticos estudiantes de secundaria, cuyas escenas partían de unas pautas preestablecidas pero con un amplio margen de improvisación y se rodaban con más de una cámara, con la finalidad de que Cantet dispusiese así de un amplio material a la hora de montar la película y darle una estructura coherente. Con semejante planteamiento, La clase bastaría por sí sola para dar pie a un ensayo en torno a los siempre borrosos límites que, en cine, se dan entre lo real y lo imaginario.


La clase es un film “de tesis”, dicho sea en el sentido más positivo de la expresión. Su estructura narrativa es clásica, con un planteamiento, un nudo y un desenlace, por más que este último sea muy abierto, como no podía ser de otra manera tal y como se plantea y desarrolla su trama, que se corresponde con la duración de un curso académico en el instituto de barrio donde se desarrolla íntegramente la acción. Ni siquiera sabemos grandes cosas en torno a François Marin, dado que el realizador y sus guionistas nos escamotean deliberadamente dicha información: hay un momento en el cual le vemos regresar a su casa después de trabajar y, tan pronto como el personaje accede al rellano de la escalera donde vive, el realizador corta y pasa a la siguiente secuencia, sugiriendo de este modo que, por más que quede claro que este y el resto de personajes tienen una vida fuera del instituto, lo que principalmente le interesa mostrar es lo que ocurre dentro del mismo (de ahí, como se ha repetido frecuentemente estos días, la mayor conveniencia del título original del film, Entre les murs, más explícito y abstracto en este sentido que el castellano).


Laurent Cantet desarrolla con habilidad una digresión sobre las dificultades cotidianas de los maestros para intentar que sus jóvenes alumnos aprendan no solo conocimientos, sino lo que es más importante a pensar por sí mismos, el resultado de la cual es, indirectamente, un acerado dibujo sobre la aparente imposibilidad de comunicación, de diálogo, entre esa juventud y sus profesores. El realizador tiene mucho cuidado a la hora de mostrar el quehacer cotidiano del protagonista, tanto en el aula donde imparte la asignatura de lengua francesa como en las reuniones de profesores, llevando a cabo de este modo un agudo dibujo que combina lo didáctico y lo humano. Las conclusiones a las que llega no son nada halagüeñas, habida cuenta que, en sus momentos de mayor tensión, la sensación de que nadie escucha a nadie, ni los alumnos al profesor ni este último a aquéllos (por más que, en no pocas ocasiones, lo intenta), se hace patente en los momentos álgidos del relato, que son aquellos que se centran en el problema con el alumno “conflictivo”, un chico de padres africanos que ni aprende ni deja aprender a sus condiscípulos, y a renglón seguido la polémica que se desata cuando dos alumnas de Marin se quejan a la dirección del centro cuando el profesor, en un momento de debilidad, les dice que se comportan “como fulanas”. Resulta desoladora y muy significativa, en este mismo sentido, la escena final —si alguien no ha visto todavía la película y quiere ser sorprendido cuando lo haga, que no lea lo que viene a continuación—, en la que una alumna de raza negra le confiesa a Marin, en el último día del curso, que no solo no ha aprendido nada a lo largo todo ese año, sino que además no quiere hacerlo. Como no podía ser de otra manera, el film concluye aquí, dando un toque de atención al espectador, dada la imposibilidad de hallar una solución satisfactoria a un problema que a estas alturas ya es demasiado grande.

(1) http://shangrilaediciones.com/pages/bakery/intertextos-libros-4-96.php

“EL LOBO DE WALL STREET”, de MARTIN SCORSESE: unas impresiones

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] Vaya por delante que, a pesar o incluso por encima del hecho de que El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013) relate una historia (así la definen) “excesiva”, o considerada como tal, el film en sí mismo no lo es en absoluto. Lo digo porque existe cierta tendencia a considerar “excesiva” una película por el mero hecho de que narra una historia protagonizada por personas amigas de los (así se los llama) “excesos”, apelativo bajo el cual se agrupa a los adictos al alcohol y las drogas en grandes cantidades. Asimismo, vaya por delante la cuestión de la coherencia de este film de Martin Scorsese con el conjunto de su filmografía: El lobo de Wall Street vuelve a ser, de nuevo, la descripción de la ascensión-y-caída de un arribista que se mete en un juego que cree dominar y que acaba volviéndose en su contra; en este sentido, el Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio) de El lobo de Wall Street guarda una estrecha relación sobre todo con el Henry Hill (Ray Liotta) de Uno de los nuestros(Goodfellas, 1990) —comparten incluso el procedimiento gracias al cual salen más o menos bien librados de sus problemas: la delación—, pero también con el Sam “Ace” Rothstein (Robert De Niro) de Casino(ídem, 1995), los tres inmersos en un negocio que en un momento dado les sobrepasa, con la diferencia de que los dos mencionados en último lugar son conscientes desde el principio de que están metidos en un asunto criminal, y además peligroso, mientras que en Belfort hay algo de esa entusiasta inconsciencia, o digámoslo mejor, estupidez sin límites que también caracterizaba a Robert Pupkin (Robert De Niro), el demente arribista que centraba la acción del que, al menos hasta la llegada de El lobo de Wall Street, era el más corrosivo comentario social que hubiese pronunciado nunca Scorsese: El rey de la comedia (The King of Comedy, 1982); no es que Belfort ni Pupkin no sean conscientes de la ilegalidad de sus acciones: sencillamente, eso les trae sin cuidado… Pero, más allá de esta coherencia temática, que no tendría (ni tiene) más valor que el anecdótico si no fuera porque viene respaldada, digámoslo ya, por una puesta en escena de enorme brillantez e inventiva, avancemos también que El lobo de Wall Street me parece la mejor de las hasta la fecha cinco colaboraciones de Scorsese con Leonardo DiCaprio —superior, incluso, a la magnífica Shutter Island (ídem, 2010)— y una obra maestra del cine.


Sin perjuicio, vuelvo a insistir, de lo brillante de la labor de Scorsese tras las cámaras, hay que reconocer que El lobo de Wall Street se beneficia mucho del excelente guión escrito por Terence Winter, dicho sea sin perjuicio de la espléndida manera como el ya veterano realizador ha sabido captar las posibilidades del mismo y potenciarlas al máximo, y al mismo tiempo dándoles un tratamiento muy personal. No se trata de discutir la “autoría” del cineasta, sino sencillamente de constatar el hecho de que la película es una feliz conjunción de talentos. Sea como fuere, y por más que las primeras escenas del film puedan dar a entender lo contrario —esa corta primera secuencia en las oficinas de la empresa de Belfort, en la cual vemos al protagonista y sus ayudantes enfrascados en una loca celebración cuyo punto culminante es el lanzamiento de un enano con casco contra una diana (sic)—, reitero que la forma que tiene Scorsese de filmar ese y todo el resto de “excesos” es, por el contrario, muy frontal, casi serena; el realizador brinda todas las “escenas de juerga” con encuadres muy precisos y en absoluto con apariencia de improvisados; no hay, por ejemplo, los consabidos planos cámara en mano a la altura de los actores, de manera que la cámara sea “uno más” en la escena; y es que una cosa es, repito a riesgo de ponerme pesado, que el realizador muestre los “excesos” de personajes asimismo “excesivos” y otra muy diferente que todo ese “exceso” se contagie a la construcción de los encuadres utilizados para mostrarlo. No es el caso: Scorsese sabe mantener un equilibrio magistral en la visualización de todo ese delirio, de manera que hace partícipe al espectador del caótico mundo donde se mueven los personajes, transmitiéndole la alegría y el desenfreno de esas fiestas orgiásticas sin que eso vaya en detrimento del carácter descriptivo y a la vez reflexivo de dichas secuencias. Y a pesar de que el cineasta recurre abundantemente a sus ya conocidos recursos estilísticos en materia de montaje y utilización trepidante del travelling, basta con ver la película con un mínimo de atención para cerciorarse de qué extraordinaria forma está conjugada aquí la descripción de los personajes y su entorno y la reflexión sobre todo ello; por tanto, no hay “exceso” en la labor de Scorsese, sino una mirada sobre el exceso.


Por otro lado, me parece perfecto que el film explote esos, digamos, “excesos” habida cuenta de que son un reflejo directo de la mentalidad del protagonista. En este sentido, la película no llama a engaño: nada más empezar, tanto el empleo de la voz en off de Belfort como el hecho de que se dirija directamente hacia el espectador hablando a la cámara establecen la preeminencia del punto de vista subjetivo del personaje a lo largo de la mayor parte del relato. No me parece casual, en este sentido, que las breves escenas que nos presentan al antagonista de Belfort, el agente del FBI Patrick Denham (Kyle Chandler), tengan un tono muy diferente de las que describen la “buena vida” del protagonista: las escenas relacionadas con el agente Denham son secas y frías, a tono con el tono rutinario y en absoluto divertido de la labor del policía. Resulta espléndido, asimismo, ese breve momento cerca del final de la película en el cual vemos al agente Denham viajando en el metro y mirando con tristeza el entorno gris y mediocre que le rodea, acaso preguntándose si no debería haber aceptado la suculenta oferta económica mediante la cual Belfort intentó sobornarle.


Como suele ocurrir en el cine de Scorsese, El lobo de Wall Street es la crónica de una adicción, en este caso la adicción al dinero, que es la principal, por más que venga aderezada por adicciones más pragmáticas como el alcohol, las drogas y el sexo; con el debido respeto al cineasta neoyorquino, lo cierto es que viendo su último y extraordinario trabajo se nota —como se notaba, de distinta forma, en Taxi Driver (ídem, 1976), Uno de los nuestros, Casino o la estupenda e injustamente menospreciada Al límite (Bringing Out the Dead, 1999)— que, cuando habla de drogas, Scorsese, exdrogadicto él mismo tal y como es notorio y ha reconocido en diversas ocasiones, sabe de qué habla. Pero, a diferencia de muchos de sus trabajos más atormentados de los años setenta y ochenta —a Taxi Driver cabría añadir Toro salvaje (Raging Bull, 1980) y La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988), no por casualidad, como se ha dicho en infinidad de ocasiones, escritas junto con Al límite por el casi siempre tortuoso Paul Schrader—, en estos últimos años Scorsese ha sabido desarrollar no solo una cada vez más fructífera relación con DiCaprio —El lobo de Wall Street, como digo, supera a Shutter Island, de la misma manera que esta era ya muy superior a Infiltrados (The Departed, 2006), la cual también resultaba más compacta que El aviador (The Aviator, 2004), y esta, con todas sus irregularidades, era más sólida que Gangs of New York, (ídem, 2002)—, relación que le ha permitido, por fin, llegar al gran público sin por ello dejar de ser él mismo. Ahora, Scorsese rueda con una alegría y un desparpajo que habrían sido insólitos en él tan solo una década atrás: por aquel entonces, nadie hubiese dicho nunca que su director acabaría realizando un film tan tierno y fantasioso como La invención de Hugo (Hugo, 2011), y además, haciéndolo tan bien.


Uno tiene la sensación de que Scorsese ha logrado, por fin, superar la mayoría de sus demonios interiores —los mismos que forjaron la materia prima de su cine: la culpa y el perdón, el tormento y la redención, el sacrificio y la purificación—, pero sin abandonarlos por completo: sin dejar de ser él mismo. Si La invención de Hugo fue una especie de ajuste de cuentas de su firmante con la inocencia del cine primitivo, el cinematógrafo entendido como magia, El lobo de Wall Street hace gala de una ironía y un sentido del humor que, salvando todas las distancias del mundo, emparientan esta obra, a mi entender magna, con esa mirada cruel y divertida sobre las debilidades humanas que arrojaba Alfred Hithcock en muchas de sus mejores películas. O dicho de otra manera: si, en el pasado, Scorsese parecía que hacía cine porque necesitaba purgar esos demonios interiores, en la actualidad, una vez purgados, la vieja turbulencia de su cine se ha visto reemplazada aquí por una mirada cínica y descreída sobre el ser humano como probablemente nunca se había visto en su obra hasta la fecha (a pesar, por descontado, de los abundantes momentos irónicos de films como Uno de los nuestros o Casino). En este sentido, puede afirmarse con escaso margen de error que El lobo de Wall Street convierte la estupidez humana en espectáculo, o si se prefiere, pone en solfa el espectáculo de la estupidez humana: las fronteras entre uno y otra nunca están del todo claras.


¡Y menudo espectáculo! El lobo de Wall Streetdura tres horas; es la película más larga de su director, si dejamos aparte los extensos metrajes de varias horas de algunos de sus no menos excelentes trabajos documentales. Sin ánimo de ser exhaustivo, hay mucho con que quedarse a lo largo de esos dinámicos ciento ochenta minutos en perpetuo crescendo, hasta el punto de que resulta difícil determinar qué es mejor: si el espléndido montaje orquestado nuevamente, como no podía ser menos, con la gran Thelma Schoonmaker, y que da pie a momentos tan excepcionales como la ya mencionada auto-presentación de Belfort de los primeros minutos, o las apariciones/presentaciones, uno a uno, de su alucinante equipo de colaboradores; o el dominio demostrado por el cineasta en materia de dirección de actores, en virtud de la cual secuencias como la inolvidable comida del joven y novato Belfort con el experimentado “tiburón” de Wall Street Mark Hanna (Matthew McConaughey disfrutando del gran momento artístico que atraviesa ahora su carrera), en la cual este último le enseña al primero esa especie de cántico primitivo que apunta a algo que el resto del film se encarga de ir resaltando: que aquí hay escasas diferencias entre el comportamiento de las así llamadas personas y el de los animales; las mordaces escenas que ilustran la vida matrimonial de Belfort con Naomi (Margot Robbie), su “polo de limón” que diría el Tom Wolfe de La hoguera de las vanidades, una novela de esas que no suelen gustar a aquéllos que jamás escribirán nada semejante y cuyo espíritu ácrata casa bien con el tono no menos corrosivo de lo propuesto en esta ocasión por Scorsese; el momento, ya antológico, en el que un Belfort “colocado” sufre los devastadores efectos retardados de una droga caducada, produciendo daños colaterales en su cuerpo y en su deportivo blanco, y que culmina con el estúpido accidente hogareño que casi acaba con la vida de su socio Donnie (un espléndido Jonah Hill); o una secuencia final, que procuraremos no destripar en demasía dado el reciente estreno del film, y que aporta la definitiva pincelada sobre el carácter del personaje como alguien capaz de apropiarse de ideas ajenas y explotarlas en su propio beneficio. No he pretendido en esta ocasión hacer una “crítica” en sentido estricto, sino sencillamente dejar anotadas unas pocas impresiones: El lobo de Wall Street, por metraje y por densidad de exposición, es un manantial para la mente del cual podría hablarse, o escribirse, largo rato.  

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD”, FEBRERO 2014, ya a la venta

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Ya se encuentra a disposición de los lectores el núm. 343 de Imágenes de Actualidad, dedicando su portada al estreno más espectacular previsto para este mes de febrero: la nueva versión de RoboCop(ídem, 2014) que ha dirigido el brasileño José Padilla. Otros estrenos que merecen una atención destacada son los de La Venus de las pieles (La Vénusà la fourrure, 2013), de Roman Polanski; Jack Ryan: Operación Sombra (Jack Ryan: Shadow Recruit, 2014), dirigida y co-protagonizada por Kenneth Branagh, reportaje que se complementa con una entrevista y un retrato de su principal protagonista, el ascendente Chris Pine; Monuments Men (The Monuments Men, 2014), asimismo dirigida y co-protagonizada por George Clooney; Una vida en tres días (Labor Day, 2013), de Jason Reitman (que justo después del cierre de esta edición anunciaba la posposición de su estreno hasta el mes de marzo); Nebraska(ídem, 2013), de Alexander Payne; Her (ídem, 2013), de Spike Jonze; La gran estafa americana (American Hustle, 2013), de David O. Russell, acompañado de una entrevista con uno de sus protagonistas, Christian Bale; y Cuando todo está perdido (All Is Lost, 2013), de J.C. Chandor. El número se completa con un artículo especial, Atracciones de cine, escrito por Josep Parera, sobre los diversos parques de atracciones norteamericanos que se inspiran en famosas películas para crear espectaculares áreas temáticas de entretenimiento; y con las secciones habituales: Primeras Fotos, que incluye avances de Al filo del mañana (Edge of Tomorrow, 2014), de Doug Liman, Transcendence (2014), de Wally Pfister, y Jupiter Ascending (2014), de The Wachowski Brothers; Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Víay Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


En el Cult Movie mensual rindo en esta ocasión homenaje a Robert Redford con motivo del estreno de Cuando todo está perdido evocando la película que hizo de él una estrella: Dos hombres y un destino (Butch Cassidy and the Sundance Kid, 1969), de George Roy Hill, co-protagonizada por Paul Newman y Katharine Ross: “He dicho que “Dos hombres y un destino” es un film casi crepuscular. Si no termina de serlo es como consecuencia de su soterrado sentido del humor, tanto en lo que se refiere al dibujo de la relación del extravertido y parlanchín Butch y el introvertido y algo sombrío Sundance, como a los gags (algunos muy divertidos) que afloran en secuencias como las de los asaltos a los trenes. El film de George Roy Hill es, en este sentido, una especie de película-puente entre cierta nostalgia por las formas y el espíritu del así llamado “western” clásico y el pujante “western” crepuscular representado, sin ir más lejos, por “Grupo salvaje””.

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“DIRIGIDO POR…” de FEBRERO 2014, ya a la venta

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George Clooney, en su faceta como director, es la estrella indiscutible del núm. 441 de Dirigido por…, correspondiente al mes de febrero de este año, que acaba de salir a la venta. Carlos Tejeda firma la crítica de su más reciente trabajo tras las cámaras, Monuments Men (The Monuments Men, 2014), comentario que se complementa con una entrevista con el propio Clooney a propósito de este nuevo film, a cargo de Gabriel Lerman, y un estudiosobre su carrera como realizador, firmado por Quim Casas.


En un mes cargado de interesantes novedades cinematográficas, la revista ofrece extensas reseñas de: Nymphomaniac, Vol. 2 (ídem, 2014), de Lars von Trier, escrita asimismo por Quim Casas, quien también reseña la película de Alexander Payne Nebraska(ídem, 2013), el más reciente trabajo del siempre controvertido Albert Serra Historia de mi muerte (Història de la meva mort, 2013) y, para la sección de Televisión, la serie Ray Donovan (ídem, 2013- ); a estas críticas hay que añadir las de Her(ídem, 2013), de Spike Jonze, abordada por Tonio L. Alarcón, quien también firma el comentario de la 3ª temporada de la serie Sherlock (ídem, 2014) para la sección Televisión, y ya para la sección Flashrecent, el del film de Johnnie To Drug War: La guerra de la droga (Du zhan, 2012), recientemente editado en formato doméstico; a ello hay que sumarle la reseña de la nueva película de Roman Polanski, La Venus de las pieles (La Venusà la fourrure, 2013), que firma Antonio José Navarro, quien hace lo mismo con un artículo titulado Pornografía y cine de autor, y con el comentario del film de Maja Milos Klip(2011), para la sección de cine inédito Fuera de Campo; el apartado de reseñas destacadas se completa con las de La gran estafa americana (American Hustle, 2013), que ha elaborado Israel Paredes Badía, y la de Jack Ryan: Operación Sombra (Jack Ryan: Shadow Recruit, 2014), de Kenneth Branagh, que firma Carlos Tejeda; así como con la de I Am a Ghost (ídem, 2013), de H.P. Mendoza, otra novedad en formato doméstico que comenta Roberto Alcover Oti para la sección Flashrecent.  


A las secciones de todos los meses —Críticas; Pantalla Digital, de José María Latorre; Banda Sonora, de Joan Padrol; y En busca del cine perdido, centrada este mes en el film de Frank Borzage China Doll (1958), que comenta Lluís Satorras—, hay que añadir la segunda entrega del dossieren dos partes dedicado a Werner Herzog, y que este mes consta, entre otros, de los siguientes artículos: Los inicios. A la búsqueda de un estilo, escrito por Rafel Miret; Bruno S. Soldado universal del desamparo, firmado por Ricardo Aldarondo; El cine de género, abordado por Antonio José Navarro; Un lago teñido de rojo. El acercamiento a los relatos míticos, de Tonio L. Alarcón; un par de despieces, obras de Quim Casas: Herzog actor. Cuerpo y voz y Los libros de Herzog. La fatiga de los hombres; y Filmografía.


Mi contribución a este número consiste precisamente en un artículo para la segunda parte del dossier Werner Herzog, titulado Rarezas inclasificables, dentro del cual se engloban los comentarios de tres películas de su director: Invencible(Invincible, 2001), Rescue Dawn (2006) y My Son, My Son, What Have Ye Done(2009), esta última comentada tiempo atrás en este mismo blog (1).


Firmo también la crítica del film de J.C. Candor Cuando todo está perdido (All Is Lost, 2013).


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“LA VIDA SECRETA DE WALTER MITTY”, de JAMES THURBER, en CINE ARCHIVO

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Acaba de publicarse en el portal Cine Archivoun comentario mío del cuento de James Thurber La vida secreta de Walter Mitty, recientemente reeditado por Acantilado en el volumen homónimo que incluye otros relatos del mismo escritor: “El reciente estreno de la nueva versión de “La vida secreta de Walter Mitty” (2013), dirigida y protagonizada por Ben Stiller, habrá servido de acicate a la editorial Acantilado para difundir de nuevo, dentro de su colección Narrativa del Acantilado (núm. 71), el cuento homónimo de James Thurber que dio pie tanto al film de Stiller como a la primera versión cinematográfica del mismo, “La vida secreta de Walter Mitty” (1947), dirigida por Norman Z. McLeod y protagonizada por Danny Kaye, de la cual el lector encontrará un comentario mío en este mismo portal. Decíamos que Acantilado difunde nuevamente este ejemplar de la obra de Thurber porque la primera edición a cargo de la editorial se remonta a julio de 2004 y ya con el título del que probablemente es el relato más famoso de Thurber en España, pero, dada la brevedad del mismo, el volumen, de poco más de 150 páginas, se completa con nada menos que otros veinticuatro cuentos de su autor”.

Cine Archivo:
Del libro a la pantalla: La vida secreta de Walter Mitty:

ORSON WELLES, ALFRED HITCHCOCK y ANTHONY MANN, en CINE ARCHIVO

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Cine Archivo publica estos días tres comentarios míos dedicados a otras tantas películas de notorio interés firmadas por cineastas que a estas alturas no necesitan presentación alguna: Orson Welles, Alfred Hitchcock y Anthony Mann.


El primer film es The Stranger (1946), el cual forma parte de un dossier que Cine Archivo dedica a Orson Welles, cuyo comentario publiqué hace casi cuatro años atrás en Dirigido por…: “film inédito en cines españoles pero emitido por televisión y editado en DVD como “El extraño”, fue, nunca mejor dicho, un extraño pero feliz accidente en la carrera de Orson Welles. Supuso una tabla de salvamento en un momento crucial de su carrera como realizador, dado que acababa de ser despedido de la productora RKO por culpa de los numerosos problemas de producción generados por su anterior e inacabada película “It's All Trae” (1941-42), de ahí que este film acabara siendo su tercer largometraje completado como director, después de su celebrado debut con “Ciudadano Kane” (1941) y de haber fracasado en taquilla con su bellísima “El cuarto mandamiento” (1942). Con “The Stranger”, una producción de Sam Spiegel (aquí acreditado como S.P. Eagle) para International Pictures Inc., distribuida por RKO en el momento de su estreno, Welles se había propuesto demostrar a Hollywood que era capaz de hacer buen cine comercial”.


La segunda película a la que me refiero es Downhill (1927), uno de los primeros trabajos de Alfred Hitchcock, todavía inscrito en el período silente, con motivo de su reciente edición en formato doméstico con el título de Declive: “film inédito en España —de ahí que en la mayoría de fuentes figure por su título original inglés, “Downhill”—, fue el quinto largometraje dirigido por Alfred Hitchcock y el cuarto que le produjo el luego afamado jefe de los Estudios Ealing Michael Balcon; los otros cuatro fueron “The Pleasure Garden” (1925) —su debut—, “El águila de la montaña” (1926), “El enemigo de las rubias” (1927) y “Easy Virtud” (1928). Fue, asimismo, la segunda de sus dos películas protagonizadas por Ivor Novello después de “El enemigo de las rubias””.


Finalmente, Cine Archivo recupera un comentario mío del extraordinario western de Anthony Mann Hombre del Oeste (Man of the West, 1958), con motivo asimismo de su edición en formatos domésticos: “dentro de la brillante serie de “westerns” realizada por Anthony Mann durante la década de los cincuenta, “Hombre del Oeste” supone, probablemente, la culminación de una de las mayores especialidades del cineasta: su talento para conjugar dentro de una misma secuencia, a veces incluso dentro de un mismo plano, gestos y miradas de los personajes que remiten significativamente a hechos del pasado de los mismos”.

Cine Archivo:
Especial Orson Welles (1941-1973):
Un nazi en la “América Profunda”: The Stranger (1946):
Declive/ Downhill (1927):
Hombre del Oeste (1958):

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” y “DIRIGIDO POR…” de MARZO 2014, ya a la venta

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Como he tenido este blog bastante desatendido durante estas últimas semanas, “despacho” en una sola entrada la reciente salida al mercado del núm. 344 de Imágenes de Actualidad y del núm. 442 de Dirigido por… La primera dedica su portada al estreno más espectacular de estas fechas: Capitán América: El Soldado de Invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014, Anthony y Joe Russo). Otros estrenos destacados del mes son los de La bella y la bestia (La belle et la bête, 2014, Christophe Gans); Non-Stop (ídem, 2014), cuyo reportaje se complementa con una entrevistacon su realizador, el catalán Jaume Collet-Serra; Byzantium (ídem, 2012, Neil Jordan); Enemy (ídem, 2013, Denis Villeneuve); 300: El origen de un imperio (300: Rise of an Empire, 2014, Noam Murro), que se complementa con un artículo de Tonio L. Alarcón sobre lo que podríamos llamar el neo-peplum, Los nietos de Steve Reeves; El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, 2014, Wes Anderson); Joven y bonita (Jeune & jolie, 2013, François Ozon); Dallas Buyers Club (ídem, 2013, Jean-Marc Vallée), reportaje acompañado de una entrevista con su oscarizadoprotagonista, Matthew McConaughey, y de un artículo sobre El sida en el cine, a cargo de Ignasi Juliachs; y The Woman (ídem, 2011, Lucky McKee). A ello hay que sumar el contenido de las secciones Primeras Fotos, que este mes aporta avances de Transformers: La era de la extinción (Transformers: Age of Extinction, 2014, Michael Bay), Maléfica(Maleficent, 2014, Robert Stromberg), Sabotage (David Ayer, 2014) y Mil maneras de morder el polvo (A Million Ways To Die in the West, 2014, Seth McFarlane); Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


El Cult Movie de este mes lo dedico a todo un clásico del cine popular: Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964), con motivo del cincuentenario de la filmación de este mítico eurowestern italiano dirigido por Sergio Leone que lanzó al estrellato a Clint Eastwood: “no solo resiste admirablemente bien el paso de los años, sino que a poco que se mire con detenimiento se revela una película de llamativa austeridad narrativa y un clarísimo precedente de los siguientes logros de su realizador dentro del género “western”, “La muerte tenía un precio” y sobre todo la que me sigue pareciendo su mejor película, “El bueno, el feo y el malo”, así como un eslabón coherente con el proceso de depuración formal y estilística que daría pie a sus obras visual y narrativamente más espectaculares e intrincadas, “Hasta que llegó su hora” y “Érase una vez en América””.


Este mes también firmo un par de críticas: la de la irregular aunque estimable Al encuentro de Mr. Banks (Saving Mr. Banks, 2013, John Lee Hancock), y de la decepcionante Jack Ryan: Operación Sombra(Jack Ryan: Shadow Recruit, 2014, Kenneth Branagh).


En cuanto al Dirigido por… correspondiente al mes de marzo, la portada la ocupa su contenido principal: la primera entrega de un dossierdedicado a Steven Spielberg, al cual está previsto que le sigan otros dedicados a cineastas norteamericanos de su misma generación a los que hace tiempo que no se les cede un gran espacio en la revista, como Brian De Palma y Francis Ford Coppola. La primera parte del dossierSpielberg consta de cuatro artículos, tres de los cuales son Fantasía amable y terror gigante, sobre sus contribuciones al género (más o menos) terrorífico, escrito por Quim Casas; Sueños de infancia. El cine de aventuras, abordado por Tonio L. Alarcón; y Futuro imperfecto. El cine de ciencia ficción, que analiza Antonio José Navarro.


En un mes cargado de estrenos, Dirigido por…dedica extensas reseñas a films como Enemy, cuya crítica firma Beatriz Martínez, quien también ha tenido ocasión de llevar a cabo una entrevista exclusiva con el director de la mencionada película, Denis Villeneuve, y de firmar la crítica de otro estreno destacado, Pelo malo (ídem, 2013), de Mariana Rondón. Otros comentarios son los de El Gran Hotel Budapest, de Wes Anderson, a cargo de Ángel Sala, quien asimismo firma la crónica de la última edición del Festival de Cine de Berlín; Joven y bonita, de François Ozon, que reseña Israel Paredes Badía, el cual también escribe el comentario crítico de Jimmy P. (ídem, 2013), de Arnaud Desplechin; Dallas Buyers Club, de Jean-Marc Vallée, que comenta Diego Salgado; y Oh Boy (ídem, 2013), de Jan Ole Gerster, reseñada por Joaquín Torán. A todo ello debe sumarse el comentario de la nueva edición en formato doméstico del clásico de Jean Vigo L’Atalante (ídem, 1934), que comenta Quim Casas para la sección Flashback, a lo cual hay que añadir un comentario suyo de Two Much Johnson (1938), el recuperado film inédito de Orson Welles, dentro de la sección Filmoteca, y otro de la serie True Detective (ídem, 2014- ), para la sección Televisión; otro artículo para la sección Filmoteca, el dedicado al Cine de propaganda nazi, que comenta Rafel Miret, el de Christian Aguilera para la sección Paralelismos, centrado en la figura del director de fotografía James Wong Howe; y las secciones Pantalla digital, de José María Latorre, Banda sonora, de Joan Padrol, y Cinema Bis, este mes centrada en la película Bestialità (1976), de Peter Skerl, analizada por Ramon Freixas.


Mi contribución al Dirigido por… de este mes consiste, en primer lugar en el artículo Steven Spielberg, hoy. El estado de la cuestión, donde abordo la valoración actual del cine de este cineasta: “Cuántas cosas han cambiado desde que el que esto firma publicó en esta misma revista un estudio primerizo (y, lo reconozco, bastante mediocre) sobre Steven Spielberg, escrito a la defensiva y casi con vergüenza, pensando demasiado en el «qué dirán» porque en esa época no se llevaba tanto el «hablar bien» sobre este cineasta como se hace ahora. Un estudio que, imagínense, concluía con la entonces recientemente estrenada “Hook (El capitán Garfio)” (1991); es decir, antes de que se produjera un “boom” de reconocimiento hacia Spielberg (acompañado, empero, de no poca controversia) a raíz de “La lista de Schindler” (1993), el film que supuso cierto giro en la valoración de su obra, en algunos casos para bien (creció su número de «admiradores»), en otros para mal (los detractores añadieron, a su lista de agravios, las pretensiones de «autoría»), pero partiendo en ambos casos de planteamientos equivocados: ni “La lista de Schindler” es la mejor película de Spielberg por el mero hecho de ser, horror, «una película seria» (argumento este, el de la «seriedad», que siempre me ha parecido de una estupidez extrema, y disculpen la franqueza), ni la falsa demostración de una «autoría» (prefiero escribir en su lugar personalidad) que a esas alturas estaba sobradamente demostrada”.


Firmo también la crítica del film de Neil Jordan Byzantium, el cual ya reseñé extensamente en este mismo blog (1): “Por más que “Byzantium” supone, casi huelga decirlo, la segunda incursión del realizador irlandés Neil Jordan en la temática vampírica después de “Entrevista con el vampiro”, y a pesar de que su nueva mirada sobre el tema guarda, entre otros, ecos puntuales de su (superior) versión de la irregular novela de Anne Rice, hay muchas y notables diferencias entre ambos films”.


También escribo la crítica de la película de Peter Webber Emperador (Emperor, 2012).


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“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de ABRIL 2014, ya a la venta

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La portada del núm. 345 de Imágenes de Actualidad la acapara el avance del film Guardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy, 2014), de James Gunn, incluido dentro de la sección Primeras Fotos. Los estrenos más llamativos del mes llenan el principal contenido de la revista: The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro (The Amazing Spider-Man 2, 2014), reportaje que se acompaña con una entrevistacon su director, Marc Webb; Noé(Noah, 2014), de Darren Aronofsky; El poder del Tai Chi (Man of Tai Chi, 2013), de y con Keanu Reeves; Need for Speed (ídem, 2014), de Scott Waugh; El tour de los Muppets (Muppets Most Wanted, 2014), de James Bobin; Divergente (Divergent, 2014), de Neil Burger, reportaje que se complementa con un retrato de su protagonista, Shailene Woodley; Mejor otro día (A Long Way Down, 2014), de Pascal Chaumiel; Yo les doy un año (I Give It a Year, 2013), de Dan Mazer; Frances Ha (ídem, 2012), de Noah Baumbach, que se complementa con un retrato de su protagonista, Greta Gerwig; Tren de noche a Lisboa(Night Train to Lisbon, 2013), de Bille August; Upstream Color (ídem, 2013), de Shane Carruth; Pompeya (Pompeii, 2014), artículo acompañado a su vez de una entrevistacon su director, Paul W.S. Anderson; La vida inesperada (2014), de Jorge Torregrossa; y Tres días para matar (3 Days to Kill, 2014), de McG. A ello hay que sumar las secciones Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Víay Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


El cuervo (The Crow, 1994), de Alex Proyas, es la película que ocupa este mes la sección Cult Movie: “Si por algo destaca “El cuervo” es por su enfermiza atmósfera gótica, visualizada por medio de una sofisticada labor de fotografía (Dariusz Wolski), y en especial, por el minucioso cuidado que pone el realizador Alex Proyas en convertir la mayoría de los encuadres en un deleite recargado de (algunas) luces y (muchas) sombras, en el contexto de un relato que siempre transcurre de noche y en interiores escasamente iluminados. El resultado es un film, como digo, dramáticamente poco o nada interesante, pero visualmente de enorme atractivo; tanto, que en sus mejores momentos en este terreno consigue paliar sus muchas deficiencias narrativas”.

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“DIRIGIDO POR…” de ABRIL 2014, ya a la venta

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El recientemente fallecido Alain Resnais ocupa con justicia la portada del núm. 443 de Dirigido por… Un dossier de urgencia sobre su figura y su obra, Recordando a Alain Resnais, es uno de los contenidos principales del número. Dicho dossier se compone de cuatro artículos: El cineasta del tiempo y la memoria, por Rafel Miret, que aborda diversos films repartidos entre los primeros años y la etapa intermedia de su carrera; La poética de lo incierto. Resnais y “Le fantastique”, por Antonio José Navarro, sobre la relación del cineasta con el cine fantástico; El gusto por la ficción popular, que entra en los diversos proyectos de Resnais jamás realizados a partir de novelas pulp y cómics, y Las dos últimas décadas. Una nueva relación entre cine y teatro, sobre los años finales de su carrera, sendos textos firmados por Quim Casas.


Otro contenido importante es el dedicado a la segunda parte del dossier Steven Spielberg, compuesta al igual que la del mes pasado por cuatro artículos temáticos: En el limbo de la fantasía. Lo fantástico en Spielberg, por Juan Carlos Vizcaíno Martínez; El cine de prestigio. Spielberg y la tradición del relato épico, por Israel Paredes Badía; Steven Spielberg. Fábulas de ayer y hoy, por Ramon Freixas y Joan Bassa; y La II Guerra Mundial. Entre el contexto referencial, el marco histórico y la pasión fabuladora, por Ángel Sala.


Destacan, asimismo, las extensas críticas de Upstream Color (ídem, 2013), de Shane Carruth, que comenta Tonio L. Alarcón, quien también firma el comentario de la serie Cómo conocí a vuestra madre (How I Met Your Mother, 2005-2014) dentro de la sección de Televisión; El desconocido del lago (L’inconnu du lac, 2013), de Alain Guiraudie, abordada por Quim Casas; Frances Ha (ídem, 2012), de Noah Baumbach, analizada por Carlos Tejeda; Crónicas diplomáticas: Quai d’Orsay (Quai d’Orsay, 2013), de Bertrand Tavernier, comentada por Héctor G. Barnés; Miel (Miele, 2013), de Valeria Golino, escrita por Joaquín Torán; El pasado (Le passé, 2013), de Asghar Farhadi, firmada por Israel Paredes Badía; un artículo In Memoriam dedicado a la figura del también recientemente desaparecido Miklós Jancsó, escrito por Ramon Freixas y Joan Bassa; y las secciones Fuera de Campo, de Antonio José Navarro, dedicada este mes al film Singapore Sling/Singapore sling: O anthropos pou agapise ena ptoma (1990), de Nikos Nikolaidis, y comentada por Antonio José Navarro, quien también firma un comentario de la primera temporada de la serie Agentes de S.H.I.E.L.D. (Agents of S.H.I.E.L.D., 2013- ) para la sección Televisión; Paralelismos, dedicada este mes a la figura del director de fotografía habitual de Steven Spielberg, Janusz Kaminski, elaborada por Christian Aguilera; Pantalla digital, de José María Latorre, Banda sonora, de Joan Padrol, y En busca del cine perdido, en la cual Ramon Freixas comenta el film de Antonio Román Intriga (1942).


Firmo este mes el extenso comentario de la película de Bille August Tren de noche a Lisboa(Night Train to Lisbon, 2013): “una inesperada recuperación de lo que fuera conocido como «europudding»: una coproducción europea destinada a un amplio sector de público y revestida del prestigio que otorga, en este caso, el hecho de tratarse de la adaptación de una famosa novela, escrita por Pascal Mercier”.


También firmo las más breves críticas de 300: El origen de un imperio (300: Rise of an Empire, 2014), de Noam Murro, y Jackie (ídem, 2012), de Antoinette Beumer.   

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El hombre troceado: “ROBOCOP”, de JOSÉ PADILHA

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] A pesar de que, ya de entrada, esta nueva versión de RoboCop (ídem, 2014) tiene todas las de perder con respecto al homónimo film original de Paul Verhoeven de 1987, sus resultados globales no terminan de ser tan despreciables como se ha dicho. Aún así, el problema, serio problema, del RoboCopfacturado por el brasileño José Padilha es que no quiere (o no puede) desprenderse por completo de la sombra de la brillante primera versión, respecto a la cual viene a ser una variante de la práctica totalidad de los temas y las ideas ya enunciados por aquélla: como comentaba hace poco el amigo Antonio José Navarro desde las páginas de Dirigido por…, lo mejor de RoboCop 2014 ya estaba en RoboCop 1987; y mejor, añadiría.


Como nueva versión, remake o reboot del primer RoboCop, el film de Padilha no tiene ningún interés, más allá del hecho (anecdótico) de volver a ofrecer buena parte de la parafernalia visual de la película de Verhoeven pasada por el filtro de la tecnología actual en materia de efectos visuales: ni que decir tiene que, signo de los tiempos, los trucajes digitales acaparan la función. Ahora bien, ello no tendría mayor relevancia si no fuera porque el film de Padilha insiste demasiado en hacernos recordar el de Verhoeven, lo cual, en vez de marcar las necesarias distancias, no hace sido provocar una especie de efecto rebote en virtud del cual la nueva versión sale perdiendo en la comparación (“odiosa”, como dicen aquellos que parecen ignorar que el análisis, la reflexión y el pensamiento no son sino procesos comparativos). Véase, sin ir más lejos, el cuidado puesto por no cambiar demasiado el diseño de la armadura llevada ahora por el actor Joel Kinnaman con respecto a la portada en su día por Peter Weller; o la reutilización del a estas alturas entrañable robot policía ED-209, aquí duplicado varias veces de cara a una mayor espectacularidad; o la exacerbación de los noticiarios televisivos del original, aquí reconvertidos en el one-man show de un sensacionalista presentador de televisión, Pat Novak, hecho a la medida del actor Samuel L. Jackson.


Otro grave inconveniente que pesa en contra de este nuevo RoboCop reside en el hecho de que algunas interesantes variaciones que plantea con respecto a la primera versión no acaban de estar desarrolladas hasta sus últimas consecuencias. Una de ellas es el hecho de que, al contrario que en la película de 1987, aquí la familia de Murphy (Kinnaman), su esposa Clara (Abbie Cornish) y su hijo David (John Paul Ruttan), sepan desde el principio que su respectivo marido y padre ha sido utilizado como conejillo de indias en  el experimento médico-robótico que le convertirá en el cyborg RoboCop. La lástima es que la cuestión no va más allá de unos meros apuntes, e incluso el momento teóricamente más melodramático al respecto, la secuencia en la que Murphy regresa a su hogar convertido ya en RoboCop, donde Clara y David le están esperando con una mezcla de felicidad y extrañeza, resulta demasiado corta y superficial, casi como si se interrumpiera antes de alcanzar su máximo apogeo; con franqueza, parece que tuviera que ser más larga, y que hubiese sido cortada para abreviar, algo que quizá aclaren las prontas ediciones en formatos domésticos del film.


RoboCop 2014 es una de esas engorrosas películas que requiere del espectador exigente una dosis adicional de paciencia; y, en estos tiempos acelerados y estresantes en los que nos ha tocado vivir, la impaciencia abunda… Mas si uno se toma la molestia de ver el film más allá de su condición de “nueva-versión-de”, hay en este RoboCop algunas cosas dignas de estima. Está, en primer  lugar, la visión ácida y cruel del capitalismo, que si bien carece del sentido satírico y el estimulante humor negro de la versión de Verhoeven, hace gala, por el contrario, de una frialdad hiriente, muy acorde con estos tiempos de penuria actuales: si a finales de los ochenta, cuando —dicen— las cosas iban “bien”, reírse del capitalismo exacerbado en el que ya nos hallábamos inmersos era un ejercicio “desengrasante”, un “si no puedes con ellos, ríete de ellos”, en la actualidad el capitalismo ha pasado a ser contemplado como lo que siempre ha sido: un mecanismo de dominación y esclavización del ser humano, al que nada le importan ni las personas ni su sufrimiento ahora que las cosas van “mal”. De ahí el retrato asimismo frío y despiadado, sin el menor asomo de humor, del personaje de Raymond Sellars, el propietario de la empresa de armamento OmniCorp que “fabrica” a RoboCop, interpretado con sobriedad y desparpajo por el excelente Michael Keaton, para el cual los problemas emocionales y sentimentales del policía Murphy no son sino un molesto estorbo a la hora de poner en marcha un negocio que le reportará grandes beneficios.


En cierto sentido, si RoboCop 1987 era una ácida digresión sobre el papel de la policía en una sociedad cada vez más obsesionada por la violencia presente en las calles de sus ciudades, RoboCop 2014 aparca esa cuestión (aquí la cuestión policial tiene menos relieve, o mejor dicho, menos fuerza dramática) para erigirse en una reflexión, o si se prefiere, en un relato en el cual se proyecta (¡de nuevo!) la sombra del 11-S. Ello es evidente en una de sus primeras secuencias, el fragmento de acción que se desarrolla en las calles de Teherán, donde los androides y los ED-209 de OmniCorp llevan a cabo un rastreo de terroristas en el cual hombres, mujeres y niños son sometidos a un impúdico escaneo para comprobar si van armados.


Pero quizá lo más atractivo del film reside en lo que tiene de discurso (este bastante más conseguido) sobre el capitalismo como mecanismo de desintegración del ser humano. Ello se hace evidente en el proceso que convierte a Murphy en RoboCop: si en la película de 1987, el protagonista se veía inmerso en el proceso de transformación en cyborg después de que su cuerpo hubiese sido cruelmente acribillado por una banda de delincuentes, para a continuación verse sometido a un proceso de rememoración de su vida anterior como ser humano hasta tomar conciencia de sí mismo y de su humanidad, por el contrario el film de 2014 incide en la idea de que Murphy es un hombre destrozado por el sistema al que sirve como agente de la ley, el cual se aprovecha incluso de sus despojos incluso después de que su cuerpo haya quedado destrozado tras un atentado con bomba. Resulta irónico en este sentido que, al contrario que en la versión de Verhoeven, aquí Murphy sí que conserva intactos sus recuerdos de su existencia al lado de su familia y que solo sea más adelante, cuando empieza a funcionar “mal” porque sus sentimientos humanos empiezan a interferir en su conducta y su obediencia a sus “fabricantes”, que haya que recurrir a procedimientos artificiales para volverle sumiso (ergo, deshumanizado). La paradójica situación que vive Murphy da pie al que sin duda es el mejor y más brillante momento de la función: ese plano extraordinario e inquietante en el cual el Dr. Dennett Norton (Gary Oldman) planta un espejo ante el protagonista y le muestra el estado actual de su cuerpo: una cabeza, parte de la columna vertebral, un corazón y unos pulmones insertados en un cuerpo mecánico. Murphy es un hombre al cual el capitalismo le exige aquí el mayor de los sacrificios: “vender” lo que queda de su cuerpo, sus restos, para un experimento paramilitar destinado en última instancia a ganar dinero.


RoboCop 2014 no es una mala película, por más que en última instancia sea un film insatisfactorio, a pesar de esos y otros apuntes interesantes diseminados aquí y allá, tales como el buen hacer del actor Joel Kinnaman en el papel protagonista, la caracterización frankensteiniana del Dr. Norton (ese científico que crea un monstruo con el convencimiento de estar haciendo un bien para la humanidad), o la mirada irónica que se arroja —esta sí— sobre los procedimientos policiales a través de la mecánica exposición de los métodos de investigación de RoboCop: los mismos que permiten llevar a cabo una cadena de interrogatorios y detenciones por todo Detroit gracias al acceso ilimitado de toda la información depositada en las bases de datos de la policía transferidas al cerebro electrónico de cyborg; o que permiten identificar a un delincuente que pasa desapercibido en medio de la multitud de periodistas y curiosos que asisten a la presentación de RoboCop (en otro apunte digno de estima: cualquier persona anónima puede convertirse, en una milésima de segundo, en alguien susceptible de ser “detenido” si su nombre y datos personales concuerdan, cual dedo acusador, con los de una base de datos). Sorprende, no muy gratamente, que las secuencias de acción sean eficientes y poco más que correctas, tratándose como se trata del firmante de las vigorosas set pieces de la interesante Tropa de élite (Tropa de Elite, 2007) —nada puedo decir con respecto a las de Tropa de élite 2 (Tropa de Elite 2 -  O Inimigo Agora É Outro, 2010), dado que no la he visto—, por más que entre todas ellas destaquen los curiosos planos en la oscuridad, iluminados por los fogonazos de los disparos, en la secuencia del ataque de RoboCop a la guarida de los narcotraficantes.       

“¡Ozú, mi arma!” vs. “¡Anda, la hostia!”: “OCHO APELLIDOS VASCOS”, de EMILIO MARTÍNEZ-LÁZARO

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] El arranque de Ocho apellidos vascos (2014) es de los que hacen temer lo peor: Amaia (Clara Lago), una joven vascuence que acaba de romper con su novio, se pasea por Sevilla junto con dos amigas, ahogando sus penas en alcohol. Las tres muchachas entran en un local para seguir bebiendo, y allí presencian casualmente la actuación de Rafa (Dani Rovira), un joven sevillano que se dedica a hacer chistes a costa de los tópicos sobre los vascos…, lo cual provoca la reacción airada de Amaia, que se siente ofendida. A pesar del tono excesivamente crispado de esta primera secuencia, y de la un tanto desaforada performancede Clara Lago (luego se entona), la misma marca bien el sentido de farsa que va a presidir el resto del relato: Rafa demuestra en el escenario que tiene habilidad para imitar el acento vascuence, esto es, para explotar un tópico (todos-los-vascos-hablan-así); y Amaia y sus amigas van vestidas de faralaes, con lo cual también ellas explotan un tópico, en este caso andaluz (todas-las-andaluzas-se-visten-así). Tal y como se verá a continuación, Ocho apellidos vascos es una comedia sobre los tópicos que diferencian a vascos y andaluces, la cual tras esa primera secuencia desafortunada va creciendo en interés gracias a su inesperada habilidad para construir un enredo humorístico que se sustenta sobre la falsedad de las apariencias y, sobre todo, la fragilidad de las barreras culturales y —así las llaman— nacionales que separan a los seres humanos.


Desde luego que Ocho apellidos vascos no propone (ni creo que lo pretenda) una reflexión profunda sobre las nacionalidades de España, pero en estos momentos en los cuales la cuestión de los nacionalismos se emplea como arma política para soliviantar el afán centralista de unos (“españolista” en el sentido más reaccionario de la expresión) y el anhelo independentista de otros, resulta refrescante que un film efectúe una burla (suave) sobre la cuestión “identitaria” que se dirime en el fondo del asunto. Lo más sorprendente es que lo haga con una destreza mayor de la esperada (al menos, por mí) por parte del veterano Emilio Martínez-Lázaro, quien con mejor o peor fortuna ha demostrado —en títulos como Amo tu cama rica (1992), Los peores años de nuestra vida (1994) o las dos entregas de El otro lado de la cama (2002-2005)— un interés por los relatos cómico-románticos centrados en personajes jóvenes, que en esta ocasión se cristaliza en un film ágil y divertido al que se le puede reprochar que su misma falta de pretensiones se traduzca en un tratamiento superficial de las cuestiones de fondo que sugiere pero que no quiere —o no puede— desarrollar en profundidad. Dicho de otro modo, Ocho apellidos vascos sería una película extraordinaria si se hubiese atrevido a ir más allá de la parodia (a ratos, lograda) de los tópicos entre vascos y andaluces, o si se prefiere, entre norte y sur, por más que el solo hecho de abordar la cuestión, y de hacerlo del modo en que lo hace —jocoso, desprejuiciado, frívolo, pero con un punto de respeto que, ¡ay!, quizá es lo que le impide tener más mordiente del deseable— resulta hasta cierto punto atípico no ya en el actual panorama de la (ejem) comedia española como del (otro ejem) cine español en general.


Sin perjuicio del mérito de Martínez-Lázaro tras las cámaras —que lo tiene, por más que la suya sea una labor, en cierto sentido, “invisible”, de puro discreta, que no por ello inexpresiva—, hay que reconoce que buena parte de la efectividad de Ocho apellidos vascos reside en la chispa del guión de Borja Cobeaga y Diego San José, quienes juegan hábilmente con el choque cultural entre norte y sur, sobre todo a partir del crucial momento en que Rafa, perdidamente enamorado de Amaia a pesar de haber pasado juntos una noche sin sexo (o, quizá, precisamente por eso), decide, para horror de sus amigos, viajar al País Vasco no tanto para devolverle a la chica el bolso que se dejó en su piso como, por descontado, para volver a verla… El jocoso diálogo de Rafa con sus colegas, quienes temen por la vida de Rafa  ante la posibilidad de que Amaia, por el mero hecho de ser vasca, ¡tenga alguna relación con la banda terrorista ETA! (sic); o el equívoco que se produce entre “piso piloto” (¡sic!) y “piso franco”, con la coletilla de la referencia al siniestro Generalísimo, proporciona la medida de una película que, cierto, juega sobre conceptos archisabidos y algo fáciles, pero sabe hacerlo desde una perspectiva tan desenfadada, y tan consciente de que se ríe de conceptos de por sí risibles, que acaba moviendo a la simpatía.


Pasado ese arranque, la película empieza realmentea partir de la llegada de Rafa al País Vasco, la cual, en otro notable rasgo de humor, está visualizada enmarcándola en un contexto de tormenta acompañada de rayos y truenos y justo a la salida del túnel que atraviesa el autobús donde viaja Rafa, por mediación de un plano subjetivo que viene a erigirse en una jocosa representación de los miedos del personaje. Será justo en ese autobús donde Rafa conocerá a Merche (Carmen Machi), a la que toma por vascuence cuando en realidad, le aclara, es extremeña. Es otro indicio de algo que el film terminará desarrollando —esto sí— con cierta profundidad: la idea (vieja, cierto) de que las apariencias engañan, pero que en el contexto del relato se reconduce a una caricatura aguda aunque quizá excesivamente amable sobre la estupidez inherente no solo a la conducta humana (esa es otra vieja idea), sino a la excesiva importancia que se le da a esas particularidades locales, llámese idioma, política, actitudes, costumbres o incluso cultura, y los efectos perjudiciales de las mismas cuando se utilizan —mejor dicho: se instrumentalizan— para marcar diferencias entre las personas y separarlas dolorosamente. Desde este punto de vista, que Rafa tenga que fingir que es el novio vasco de Amaia, “Antxón”, delante del padre de la muchacha, Koldo (un Karra Elejalde mejor que nunca, que ya es decir), base del enredo cómico que sustenta Ocho apellidos vascos, es, según como se mire, una comedia con fondo trágico, o si se prefiere, una tragedia de fondo cómico. Resulta sintomático el personaje de Koldo, un pescador vasco con sus exigencias (en el fondo ingenuas, pero insistentes) de que el supuesto novio de su hija sea un-vasco-de-pura-cepa, en el sentido más convencional y arquetípico del concepto (independentista, que sepa hablar euskera, que diga “¡anda, la hostia!” cada dos por tres, que sea pelotari, y que coma y beba hasta reventar…), y que al final acabará viendo tambalear sus convicciones tras un largo proceso de descubrimiento tanto de que “Antxón” no es sino el sevillano Rafa, como de que Merche —que, para ayudar a Rafa, se hace pasar por la madre de “Antxón”—, de la cual se ha enamorado, tampoco es una-vasca-de-pura-cepa.


Ocho apellidos vascos se sustenta sobre la idea del fingimiento: Rafa se hace pasar por “Antxón”, ese vasco estereotipado que, de cara a la galería, tiene que fingirse miembro de un ala juvenil de ETA, instigador de la kale borroka, que habla euskera con fluidez, odia todo lo que tenga que ver con el tristemente célebre “Estado represor” y tiene en su árbol genealógico esos ocho apellidos vascos que obliga la tradición; Amaia y Merche, ya lo hemos explicado, tienen que fingir que son la novia y la madre del falso “Antxón”, respectivamente; pero incluso el propio Koldo “finge”, a su manera, cuando tiene que disfrazar bajo una capa de dureza el amor que siente por su hija y, al final, también por Amaia, e incluso el afecto que acaba sintiendo hacia “Antxón”. En base a este planteamiento, Emilio Martínez-Lázaro solventa el film como si fuera, asimismo, una especie de representación burlesca, utilizando abundantemente los planos abiertos y confiando en la destreza de sus (excelentes) actores, con vistas a expresar cierta teatralidad que resulta coherente con el dramatis personae de un conjunto de personajes que no hacen sino llevar a cabo su propia y particular “obra de teatro” de cara a los demás; lo cual da pie a momentos tan logrados (e hilarantes) como aquél en el que Rafa se hace pasar por “Antxón” en la celda de comisaría ante un grupo de admirados jóvenes partidarios de la kale borrokaque le toman por una especie de “líder secreto”; la secuencia de la primera cena “en familia” entre “Antxón”, Amaia y Koldo; o la de la manifestación anti-española, con el apurado protagonista improvisando una extraña arenga política para animar a sus compañeros, que guarda ciertos ecos del célebre gag de la manifestación obrera de Tiempos modernos (Modern Times, 1936, Charles Chaplin). El burlesco final en Sevilla, con Amaia haciendo realidad el sueño romántico de Rafa gracias a una calesa… y la contratación de Los del Río cantando “Sevilla tiene un color especial” (¡), pone en evidencia lo que Ocho apellidos vascos tiene, en última instancia, de teatro de títeres humanos modelados por el peso de tradiciones enquistadas.

Salvar el arte: “MONUMENTS MEN”, de GEORGE CLOONEY

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Quizá se deba a que no me encuentro entre los admiradores incondicionales de las que, hasta la fecha, son las dos películas más apreciadas del actor George Clooney en su faceta como realizador, Buenas noches, y buena suerte (Good Night, and Good Luck, 2005) y Los idus de marzo (The Ides of March, 2011) —tampoco me parecen malas películas: tan solo sobredimensionadas—, pero lo cierto es que, a falta de haber visto Ella es el partido (Leatherheads, 2008) como consecuencia de mi tendencia a huir de la actual comedia norteamericana como si fuera la peste, lo cierto es que Monuments Men (The Monuments Men, 2014) no solo no me parece tan despreciable como se ha dicho, sino que incluso me atrevería a afirmar que se trata del mejor trabajo de Clooney tras las cámaras junto con su interesante ópera prima Confesiones de una mente peligrosa (Confessions of a Dangerous Mind, 2002). Ya antes de su premiere europea en el último Festival de Berlín, donde parece ser que la pusieron a caer de un burro, la película venía precedida de una rara “mala fama” como consecuencia de la renuencia de Clooney y/o su distribuidora (Columbia Pictures) a enseñarla a la prensa, casi como si les diera vergüenza. No me gustaría pensar que el relativo rechazo con que ha sido recibida Monuments Men se debe, antes que nada, a razones que nada tienen que ver con el hecho de que el film pueda interpretarse, en un momento dado, como un canto de exaltación patriótica al heroísmo de los norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial, la última “guerra santa” para muchos, y que dicha oda provenga de una figura del cine que como Clooney, y ciñéndonos a su labor como director, se ha distinguido según consenso por su posicionamiento ideológico izquierdista-demócrata y por sus ácidas diatribas contra el american way of life: ahí están las susodichas Buenas noches, y buena suerte y Los idus de marzo para corroborarlo.


Ahondando en esa cuestión de la “mala fama” de Monuments Men, tengo la sensación de que la misma acaso pueda sustentarse en la concepción misma de un film que —al igual que, en parte, Buenas noches, y buena suerte y, dicen, Ella es el partido, que vuelvo a repetir que no he visto— hace gala de una pátina “anticuada”, o como gusta decir, de “cine de antes”. En efecto, del mismo modo que, como director, Clooney tomó el “thriller conspiranoico” estadounidense de los años setenta como base de inspiración estética de Confesiones de una mente peligrosa y Los idus de marzo—por no hablar de algunos de sus trabajos como actor/productor: cf. Los hombres que miraban fijamente a las cabras (The Men Who Stare at Goats, 2009, Grant Heslov) o Argo (ídem, 2012, Ben Affleck)—, Monuments Men parece beber a ratos de muestras del cine bélico norteamericano de entre finales de los sesenta y mediados de los setenta, al estilo de Los violentos de Kelly (Kelly’s Heroes, 1970, Brian G. Hutton) o Ha llegado el águila (The Eagle Has Landed, 1976, John Sturges), por más que no termine de compartir ni la ligereza de la primera ni el tono sombrío de la segunda. Llama la atención que, a ratos, Monuments Men parezca el contrapunto o al menos una especie de complemento distendido de la famosa película de Steven Spielberg Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), algo que va más allá del hecho anecdótico de la presencia de Matt Damon en el reparto de ambos films. Lo digo porque hay una curiosas similitudes de construcción narrativa entre las dos películas; por ejemplo, una de las secuencias iniciales de Monuments Men muestra a Frank Stokes (Clooney) dando una conferencia ante miembros del alto mando del ejército de los Estados Unidos, para justificar la necesidad de preparar una unidad de especialistas en arte que viajen a Europa en pleno conflicto bélico y ayuden a localizar y clasificar las obras artísticas que los nazis han robado de los países que han invadido con vistas a engrosar un proyectado museo del Tercer Reich para Adolf Hitler; dicha secuencia vendría a ser un equivalente de otra de Salvar al soldado Ryan en la que los oficiales del alto mando deciden rescatar a Ryan a fin de que no engrose la lista de sus hermanos muertos en combate. Más aún: Stokes y varios de los hombres que ha elegido para esa misión de recuperación de tesoros artísticos —Richard Campbell (Bill Murray), Walter Garfield (John Goodman), Donald Jeffries (Hugh Bonneville) y Preston Savitz (Bob Balaban)—, llegan a Europa… desembarcando en Normandía, poco después de que se haya producido el desembarco aliado descrito en el film de Spielberg; más adelante, Garfield y su colega francés Jean Claude Clermont (Jean Dujardin) tienen un encuentro con un francotirador alemán que evoca, vagamente, un momento relativamente similar de Salvar al soldado Ryan. Luego, la secuencia final de Monuments Men, con un anciano Stokes visitando en compañía de sus nietos la madonna de Miguel Ángel por la cual Donald Jeffries sacrificó su vida, guarda ecos a su vez del epílogo de la película de Spielberg, con el ahora anciano Ryan visitando la tumba de su capitán.


Otra de las razones que parece haber servido para azuzar el látigo contra Monuments Men reside, todavía no lo he dicho, en que la película está basada en hechos reales, es decir, la existencia histórica de los Monuments Men. Con franqueza, no me he preocupado en averiguar si lo que relata el film es verosímil y fidedigno, pero vuelvo a sospechar de que el hecho de que la película aborde la historia de los Monuments Men, como digo, con cierta ligereza, habrá sido otro acicate en su contra por parte de quienes todavía se toman demasiado a pecho esa coletilla, tan frecuente en el cine de estos últimos años, que “vende” un film como “Basado en hechos reales”. A falta de saber, pues, si Monuments Men es una reconstrucción fiel de hechos (y la verdad sea dicha: importándome más bien poco el que lo sea o no), lo único que sí puedo afirmar es que todas esas disquisiciones —respetables, por descontado, pero que poco o nada tienen que ver con el cine— me parecen escasamente interesantes a la vista de lo que realmente me interesa de la película de Clooney: la elegancia de su realización. 


Con la inestimable ayuda de un reparto sumamente competente (¡incluso los habitualmente nefastos Murray y Damon están aquí aceptables!), el film atesora un puñado de buenos momentos, los suficientes además como para tenerla en mayor estima. En cuanto metteur en scène, Clooney hace gala aquí de un cuidado sentido de la planificación y la dirección de actores, que se traduce en tres secuencias tan logradas como son: la muerte de Donald Jeffries, intentando impedir el robo de la madonna de Miguel Ángel de una iglesia; la secuencia nocturna en el campamento, con el contrapunto de la canción que la hija de Campbell le ha enviado en un vinilo; y el momento de tensión que viven Garfield y Clermont en un campo abierto que está a punto de ser escenario de un combate entre alemanes y aliados. La primera de las tres secuencias mencionadas exhibe un excelente sentido del fuera de campo, el cual resulta patente en ese plano en el cual vemos, primero, la reacción asustada del sacerdote, y luego, la mano del oficial alemán, armada con una pistola, entrando en el cuadro y apuntándole; sobre todo, ese espléndido momento en que ese mismo oficial nazi dispara contra Jeffries, oculto tras una columna; a continuación, la cámara efectúa un lento travelling semicircular hacia esa misma columna que nos descubre detrás de ella los pies de Jeffries, derribado en el suelo y agonizando. Llama la atención, positivamente, la sensibilidad demostrada en la secuencia nocturna del campamento mencionada en segundo lugar, cuyo tono nostálgico y melancólico culmina en ese primer plano de Campbell emocionado al oír la voz de su hija (¡Bill Murray nunca había estado tan bien!). En tercer lugar, la secuencia de suspense centrada en los personajes de Garfield y Clermont está excelentemente construida; Clooney demuestra que sabe crear tensión con sencillez y eficacia, a partir de una situación, en principio, jocosa: en un claro del bosque, Clermont baja del jeep en el que viaja con Garfield, hasta que este último se da cuenta, alarmado, que entre la floresta están los dos bandos enemigos preparándose para abrirse fuego, y que ellos dos están justo en medio…


No menos destacables, aunque menos intensas, resultan las escenas que implican a los personajes de Claire Simone (Cate Blanchett) y James Granger (Matt Damon), en especial la de la cena teóricamente romántica de ambos en el apartamento parisino de la primera, y que finalmente deviene una mera “cena de trabajo” en virtud del deseo de Granger de mantenerse fiel a su esposa; o la resolución de los momentos más distendidos, tal es el caso de la secuencia en la que Campbell y Savitz tienen un inesperado encuentro nocturno con un joven soldado alemán que les apunta con su rifle, o aquélla otra —de espíritu vagamente fordiano— en la que Garner pisa una mina y Stokes, Campbell, Garfield y Savitz deciden permanecer a su lado aun siendo conscientes de que las precauciones que han tomado para que el artefacto no detone pueden fallar y la explosión resultante podría matarles a todos ellos. Acaso sea ese tono relajado, deliberado aunque quizá excesivamente complaciente, lo que ha provocado tanta decepción alrededor de esta, no obstante, agradable película “de” George Clooney.

Variaciones arácnidas: “THE AMAZING SPIDER-MAN 2: EL PODER DE ELECTRO”, de MARC WEBB

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro (The Amazing Spider-Man 2, 2014) arranca retomando una de las secuencias iniciales de The Amazing Spider-Man (ídem, 2012) (1): el momento en que Richard y Mary Parker (Campbell Scott y Embeth Davidtz) dejan en casa de Ben y Mary Parker (Martin Sheen y Sally Field) a su pequeño hijo Peter (Max Charles). Ello da pie a la inserción de nuevas escenas destinadas a ahondar en torno al misterio de la desaparición de los padres de Peter Parker, alias Spiderman (Andrew Garfield), entre ellas una aparatosa secuencia de acción a bordo de un avión a punto de estrellarse, que no hace sino abrir nuevas incógnitas sobre cuál fue el destino final de esos personajes, una de las varias líneas argumentales que la película deja abiertas de cara a su continuación en las ya anunciadas dos nuevas entregas de la renovada franquicia en torno al lanzador de redes. Pero, a pesar de que esta segunda parte reincide parcialmente en uno de los puntos fuertes del primer film, el cual contribuía en no poca medida a conferirle su notable tono denso, lo que termina llamado (desagradablemente) la atención de The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro es su práctica ausencia de densidad.


Si, como ya tuve ocasión de comentar en este mismo blog, The Amazing Spider-Man era una mirada personal sobre el Hombre Araña en la que el realizador Marc Webb llevó a cabo una competente labor de coordinación de talentos, en esta ocasión el mismo cineasta se ha limitado a orquestar con corrección y poco más un vistoso espectáculo en el que, como digo, la densidad brilla por su ausencia, por más que se intenta encontrar a toda costa tanto en la reiteración y relativa profundización en torno al misterio que sigue rodeando a los padres de Peter Parker, como en lo que se refiere a la caracterización de los nuevos villanos que se incorporan a la serie, el tímido e introvertido ingeniero electrónico Max Dillon al cual un accidente convertirá en Electro (Jamie Foxx), y el joven enfermo terminal Harry Osborn (Dane DeHaan) que buscando una cura para su dolencia acabará convirtiéndose en… ¡el Duende Verde!, así como en lo que atañe a la love storyprotagonizada por Peter Parker y Gwen Stacy (Emma Stone), cuya resolución es bien conocida por todos los lectores de las aventuras gráficas de Spiderman, en particular el ya mítico número 121 de The Amazing Spider-Man (junio de 1973), con guión de Gerry Conway y dibujos de Gil Kane y John Romita Sr.


Se ha dicho, probablemente con razón, que The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro es una especie de “episodio de transición” en el seno de la franquicia, de cara a allanar el terreno a la incorporación, en las entregas tercera y cuarta, de los Seis Siniestros, rivales del Hombre Araña que forman equipo para unir fuerzas a la hora de acabar con él desde su primera aparición conjunta en el número 1 de The Amazing Spider-Man Annual (enero de 1964). De ahí que el film recupere al misterioso personaje cuyas facciones siguen estando ocultas al amparo de la oscuridad que ya aparecía en la secuencia post-créditos del primer film de Webb, y que aquí conversa con el encarcelado Harry Osborn/Duende Verde de cara a formar un equipo de villanos armados con los ingenios militares de la empresa Oscorp: los aficionados al cómic reconocerán entre ellos los brazos articulados del Dr. Octopus y las alas del Buitre, los cuales junto con la gigantesca armadura que convierte en las escenas finales de la película al demente atracador de bancos ruso Aleksei Sytsevich (Paul Giamatti) en El Rino dejan la puerta abierta a lo que nos ofrecerá The Amazing Spider-Man 3 & 4. ¿Concurrirá a la cita el personaje de Mary Jane Watson, esté o no encarnada por la actriz Shailene Woodley, cuyas escenas en este mismo papel fueron descartadas en circunstancias poco claras, según dicen con vistas a no alargar más de la cuenta un film que, por cierto, peca también de una duración desmesurada, 142 minutos, absolutamente excesivos para la escasa entidad de lo que narra?


Que The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro sea una película de transición de cara a las entregas tercera y cuarta no debería justificar, ni justifica, la poca sustancia de esta entrega, que Marc Webb parece haber resuelto más por compromiso que porque se sintiera personalmente implicado con esta secuela (y, caso de ser así, ello no se percibe en el resultado). Dejando aparte el carácter un tanto engañoso del subtítulo añadido al título de la película con motivo de su estreno en España, pues como ya hemos apuntado Electro ni tan siquiera es el único villano de la función, el film hace gala de una tibieza dramática que, en sus peores momentos, termina por aburrir. Sobre todo, en lo que hace referencia al dibujo, convencional y estereotipado hasta la náusea, de la relación amorosa entre Peter Parker y Gwen Stacy, fiel al tópico esquema del chico-pierde-chica y chico-recupera-chica, que consume más minutos de los estrictamente necesarios. No resulta mucho mejor la descripción que se nos ofrece de Max Dillon, el ingenuo y pusilánime empleado de Oscorp que accidentalmente se transforma en Electro y aprovecha su nueva condición para vengarse de esa humanidad que siempre le ha ignorado: el mejor apunte reside en ese momento, en la secuencia del encuentro y posterior batalla contra Spiderman en pleno Times Square, en el cual Dillon/Electro ve su rostro apareciendo en los gigantescos paneles de televisión situados en el corazón de la Gran Manzana, y exclama: “¡Me ven! ¡Me ven!”. Tiene más interés, pero no por ello la fuerza que sería de desear, todo lo que atañe al personaje de Harry Osborn, viejo amigo de la infancia de Peter Parker y heredero de la inmensa fortuna de su padre, Norman Osborn (un fugaz Chris Cooper), gestionada a través de la empresa Oscorp; aquejado de la misma enfermedad incurable que ha acabado prematuramente con la vida de su padre y que amenaza con hacer pronto lo mismo con la suya, Harry Oborn ha llegado a la conclusión de que lo único que podría salvarle sería inyectarse la sangre de Spiderman (sic), y cuando este último se niega a facilitársela, temeroso de que ello pueda tener trágicas consecuencias todavía peores, Osborn utilizará a Electro en sus planes de venganza contra el Hombre Araña, y de paso, se convertirá en el Duende Verde (por más que, curiosamente, en ningún momento se le llame por ese nombre).


The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro no da lo que promete, entre otras razones porque la mera corrección de la puesta en escena de Marc Webb muestra a las claras la escasa implicación del cineasta en el proyecto. No convence ni el carácter grotesco de Max Dillon, quien idolatra a Spiderman después de que este le haya salvado la vida y que luego se siente traicionado por el Hombre Araña porque no responde al nivel de amistad que le exige, ni la faceta trágica del personaje de Harry Osborn, a pesar de los buenos trabajos interpretativos de, respectivamente, Jamie Foxx y sobre todo Dane DeHaan. También carece de fuerza el teóricamente sentimental epílogo del relato, con un Peter Parker/Spiderman volviendo a la acción tras cinco meses de ausencia para hacer frente a la renovada amenaza de Sytsevich/El Rino. Si a ello añadimos la, reitero, aburrida love story entre Peter Parker y Gwan Stacy y el escaso relieve del villano Sytsevich (a pesar del entusiasmo que le imprime, como siempre, Paul Giamatti), poco, muy poco hay por rascar en esta prometedora y a la postre fallida nueva entrega de la franquicia del lanzador de redes. Queda, pese a todo, la buena factura y brillantez visual de las secuencias de acción (no todas: la pelea en el avión de las primeras secuencias deja mucho que desear); algún apunte sugestivo, tal es el caso del hallazgo por parte de Peter Parker del laboratorio secreto de su padre, escondido en una estación de metro abandonada (y la idea funciona más por la belleza del decorado que porque Webb le imprima la adecuada atmósfera misteriosa); alguna bonita idea de puesta en escena, como por ejemplo el fundido a negro que se cierra sobre la imagen del avión del prólogo precipitándose al vacío, y que se encadena con la de Spiderman lanzándose sobre el cielo de Nueva York, estableciendo así un determinado vínculo dramático y emocional entre secuencias; o la subrepticia utilización del ralentí en las secuencias de acción, destinado a reproducir minuciosamente los ágiles movimientos del Hombre Araña que, caso de no ser mostrados así, serían imperceptibles para el ojo humano, y que en cierto sentido vienen a convertir esos planos a cámara lenta en homenajes a las dinámicas viñetas del cómic original. Pero todo eso es muy poco, sobre todo si volvemos a tener en cuenta el buen resultado de la primera película, un reboot que supo replantear con ingenio y elegancia una franquicia prematuramente “quemada” por la tercera entrega de la primera trilogía firmada por Sam Raimi, y que ahora, en The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro, vuelve a colocarse en la cuerda floja. 

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2012/07/the-amazing-spider-man-de-marc-webb.html

“QUAND TU LIRAS CETTE LETTRE” de JEAN-PIERRE MELVILLE, en CINE ARCHIVO

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Cine Archivo ha publicado un dossier dedicado al excelente cineasta francés Jean-Pierre Melville, dentro del cual se me ha presentado la ocasión de comentar uno de sus títulos menos conocidos en España: el melodrama con toques policíacos Quand tu liras cette lettre(1953): “El tercer largometraje de Jean-Pierre Melville contiene algunos de los elementos de trama policíaca que labrarían la posterior reputación de su autor dentro de ese género, mas a pesar de ello “Quand tu liras cette lettre” se inscribe dentro de los márgenes del melodrama. A partir de un guión de Jacques Deval, y parece ser que tomando prestada una frase de “Carta de una desconocida” (1948), como título del film —la nota de suicidio de la joven Denise (Irène Galter) empieza diciendo “Cuando leas esta carta habré muerto…”, como la que le escribía Joan Fontaine a Louis Jourdan en la bellísima película de Max Ophüls—, Melville desarrolla con encomiable solidez un argumento en el borde mismo de lo folletinesco, y que si no termina de caer en ello se debe en no poca medida a la minuciosa labor del realizador a la hora de construir los encuadres y utilizarlos para dotar al relato de un espesor adicional al planteado en el argumento”.

Cine Archivo:
Especial Jean-Pierre Melville:
La novicia y el boxeador: Quand tu liras cette lettre (1953):

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” y “DIRIGIDO POR…” de MAYO 2014, a la venta

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La reciente nueva versión de Godzilla (ídem, 2014), de Gareth Edwards, acapara la portada del núm. 346 de Imágenes de Actualidad. Otros contenidos destacados son una entrevistacon Shailene Woodley, con motivo del reciente estreno de  Divergente; los reportajes de Snowpiercer (Rompenieves) (Snowpiercer, 2013), de Bong Joon-ho; la nueva versión de Maniac (ídem, 2012), de Franck Khalfoun; Grace de Mónaco (Grace of Monaco, 2014), de Olivier Dahan, complementado con un artículo dedicado a Grace Kelly: La princesa descalza; Nueva vida en Nueva York (Casse-tête chinois, 2013), de Cédric Klapisch; Malditos vecinos (Neighbors, 2014), de Nicholas Stoller, complementado con un retrato de su protagonista femenina, Rose Byrne; Al filo del mañana (Edge of Tomorrow, 2014), de Doug Liman; Aprendiz de gigoló (Fading Gigolo, 2013), de y con John Turturro; En un lugar sin ley (Ain’t Them Bodies Saints, 2013), de David Lowery; y El viento se levanta (Kaze tachinu, 2013), de Hayao Miyazaki. La sección Primeras Fotos incluye este mes avances de El amanecer del planeta de los simios(Dawn of the Planet of the Apes, 2014, Matt Reeves), Lucy (Luc Besson, 2014), Hércules(Hercules, 2014, Brett Ratner), Teenage Mutant Ninja Turtles (Tortugas ninja) (Teenage Mutant Ninja Turtles, 2014, Jonathan Liebesman) y Sin City: Una dama por la que matar (Sin City: A Dame to Kill For, 2014, Robert Rodriguez). A todo ello hay que sumar las secciones Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


El Cult Movie que he escrito este mes está dedicado, como no podía ser de otro modo, a la primera versión de Godzilla(Gojira, 1954), dirigida por Ishiro Honda y estrenada en España como Japón bajo el terror del monstruo: “sigue siendo una de las más sólidas muestras del género del “kaiju-eiga”, o cine de monstruos gigantes japonés, y la fehaciente demostración de que las famosas teorías que asocian los momentos de auge del cine fantástico coincidiendo con períodos sociales de penuria económica, en especial la muy difundida que ve en el “kaiju-eiga” en general y en las películas de Godzilla en particular una metáfora de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, tienen mucha razón de ser”.


Por su parte, el núm. 444 de Dirigido por… dedica la portada a la primera entrega del extenso dossier centrado en la obra del famoso cineasta norteamericano Francis Ford Coppola, y que reúne, entre otros artículos, los siguientes: 50 años de cine americano. 1963-2013, de Quim Casas; Los inicios. Entre Corman y los grandes estudios, de Gerard Casau; En busca de una identidad. Antes del prestigio, de Juan Carlos Vizcaíno Martínez; Honor y crimen. La trilogía de la familia Corleone, de Tonio L. Alarcón; y Cinta magnética y conspiranoia. “La conversación”: Entre “Blow-Up y “Blow Out”, de Quim Casas.


Las películas de actualidad que aparecen destacadas son Snowpiercer (Rompenieves), comentada por Beatriz Martínez, quien asimismo firma una pequeña entrevista con el realizador Bong Joon-ho; El viento se levanta, de Hayao Miyazaki, analizada por Quim Casas, quien asimismo firma los comentarios de Los siete samuráis (Shichinin ni samurai, 1954), de Akira Kurosawa, y de los films Cézanne (ídem, 1989) y Una visita al Louvre (Une visite au Louvre, 2003), ambos de Jean-Marie Straub y Danièle Huillet, todos ellos con motivo de sus respectivas ediciones en formatos domésticos, dentro de la sección Flashback; y el comentario de la cuarta temporada de la serie The Walking Dead (ídem, 2013- ), a cargo de Roberto Alcover Oti, dentro de la sección Televisión. Además, claro está, de las secciones habituales: Pantalla digital, de José María Latorre, Banda sonora, de Joan Padrol, y Cinema Bis, dedicada al film de Byron Haskin Too Late for Tears (1949), que comenta Antonio José Navarro.


Contribuyo a este número de Dirigido por…, en primer lugar, con un artículo que forma parte del dossier Francis Ford Coppola y que está dedicado a una de sus películas más célebres: Apocalypse Now. Vietnam, trampa candente: “nació inicialmente como fruto del impacto que tuvo la novela de Joseph Conrad «El corazón de las tinieblas» en un joven estudiante de Colorado de diecisiete años llamado John Milius, quien proyectó con George Lucas una libre adaptación que había situado durante la guerra del Vietnam como resultado del interés de Lucas por dirigir una película sobre dicho conflicto tan pronto como acabara su trabajo como ayudante de dirección de Francis Ford Coppola en “Llueve sobre mi corazón” (“The Rain People”, 1969). El proyecto de Milius y Lucas tenía desde el principio el título de “Apocalypse Now”, que el primero se había inventado a partir del lema que por esa época exhibían los hippies en una chapa: «Nirvana Now». Coppola produciría el film a través de su compañía American Zoetrope, y Lucas tenía previsto dirigirlo en 1971, tan pronto concluyera su primer largometraje, “THX 1138”(ídem, 1970), también producido por Coppola. Su intención era rodarlo con un presupuesto muy bajo y filmando en 16 mm., para darle una textura documental, pero acabó retrasando el proyecto en beneficio de su segunda película, “American Graffiti” (ídem, 1973). En la primavera de 1974, mientras acababa “El Padrino. 2ª parte” (“The Godfather, Part II”, 1974), Coppola pensó que podría repetir la jugada que había llevado a cabo con “La conversación” (“The Conversation”, 1974), producida gracias a los beneficios generados por “El Padrino” (“The Godfather”, 1972), y realizar con “Apocalypse Now” un título que ofrecía grandes posibilidades de comercialidad”.


También he escrito un estudio dedicado a la figura del realizador estadounidense Darren Aronofsky, con motivo del estreno de su reciente Noé (Noah, 2014): ““Noé” atesora las mejores virtudes del cine de Darren Aronofsky y muy pocos de sus defectos. Está la práctica totalidad de sus constantes temáticas, o si se prefiere, de las inquietudes reflejadas hasta la fecha en sus películas: en primer lugar el retrato de personajes atormentados (…); luego, la relación que se establece entre el destino del protagonista y el torbellino mental y emocional que ello le acarrea (…); en tercer lugar, cierto afán de trascendencia que está estrechamente vinculado a las preocupaciones místicas / religiosas / espirituales del cineasta (…): como el grueso del cine de Aronofsky, “Noé” vuelve a ser una constatación del fracaso del ser humano a la hora de luchar contra los designios de un destino que un demiurgo parece haber escrito por nosotros”.


Cierro mi participación en este número con dos pequeñas críticas, las de los films Mejor otro día (A Long Way Down, 2014, Pascal Chaumeil) y Anochece en la India(Chema Rodríguez, 2014).

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