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“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de OCTUBRE 2014, ya a la venta

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Ninja Turtles (Teenage Mutant Ninja Turtles, 2014), de Jonathan Liebesman, es la película de portada del núm. 350 de Imágenes de Actualidad, cuyo reportaje se complementa con un artículo sobre otros remakesproducidos, asimismo, por Michael Bay: Discos (rayados) de platino. Otros estrenos destacados del mes son los de Perdida(Gone Girl, 2014), de David Fincher; El juez (The Judge, 2014), de David Dobkin, acompañado a su vez con una entrevistacon su principal protagonista, Robert Downey Jr.; [Rec] 4 (2014), de Jaume Balagueró; Drácula: La leyenda jamás contada(Dracula Untold, 2014), de Gary Shore; The Equalizer (El protector) (The Equalizer, 2014), complementada con una entrevistacon su realizador, Antoine Fuqua; Caminando entre las tumbas (A Walk Among the Tombstones, 2014), de Scott Frank; El chico del millón de dólares (Million Dollar Arm, 2014), de Craig Gillespie; Annabelle (ídem, 2014), de John R. Leonetti; Coherence(ídem, 2013), de James Ward Byrkit; Loreak (2014), de José Mari Goenaga y Jon Garaño; y La jungla interior (2013), de Juan Barrero. A ello se suman las secciones Primeras Fotos, que este mes incluye avances de los films By the Sea (2015), dirigido y co-protagonizado por Angelina Jolie, El séptimo hijo (Seventh Son, 2015), de Sergei Bodrov, Jurassic World (2015), de Colin Trevorrow, y Birdman (2014), de Alejandro González Iñárritu; Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


El Cult Movie que he escrito este mes guarda una estrecha relación con el dossiersobre cine de terror norteamericano de la generación de los años 70 cuya primera entrega publicará en breve Dirigido por…, dado que se trata de una de las películas y de los realizadores comentados en el mismo: Creepshow (ídem, 1982), de George A. Romero, a partir de un guión original de Stephen King: “la amistad entre el realizador George A. Romero (n. 1940) y el escritor Stephen King (n. 1947) se remonta a finales de los setenta, cuando el segundo halagó profundamente al primero afirmando que “Zombi” (1978), la secuela de su célebre “La noche de los muertos vivientes” (1968; ver Cult Movie en núm. 230), le parecía el mejor film de terror de la década. Posteriormente, King tendría una pequeña aparición como actor en el extraño film de Romero “Los caballeros de la moto” (1981). Por esa época ambos se pusieron a preparar una adaptación de la novela de King «Apocalipsis», pero como este proyecto se preveía demasiado caro idearon “Creepshow” con la intención de conseguir dinero para aquél. La idea era hacer una película que homenajeara los cómics de horror de las editoriales EC –«The Haunt of Fear» (1950-1954), «The Vault of Horror» (1950-1955), «Tales from the Crypt» (1954-1955)– y DC, esta famosa por ser la casa-madre de Superman y Batman pero también con una extensa contribución dentro del género gráfico fantástico, como demuestran «The House of Mystery» (1951-1983), «The House of Secrets» (1956-1978) y «The Witching Hour» (1969-1978). De paso, Romero y King querían evocar el cine de terror de episodios: recordemos que algunas producciones Amicus –“Condenados de ultratumba” (Freddie Francis, 1972), “The Vault of Horrors” (Roy Ward Baker, 1973)– ya adaptaban o se inspiraban en los cómics EC”.


También firmo dos críticas; la del magnífico film de Clint Eastwood Jersey Boys (ídem, 2014)…,


…y la de la no menos espléndida El Congreso (The Congress, 2013), de Ari Folman, de la cual hace poco hablé extensamente en este blog (1).  


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“DIRIGIDO POR…” de OCTUBRE 2014, a la venta

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Con notable retraso con respecto a su salida en puntos de venta, pues lo hizo a principios de este mes de octubre (no me cansaré que repetir que hago este blog como hobbie y en mi tiempo libre, y últimamente no he gozado de demasiado), anuncio el contenido del núm. 448 de Dirigido por…, cuya portada ocupa la esperada nueva película de David Fincher Perdida (Gone Girl, 2014), cuya crítica ha firmado Ricardo Morato, y que se complementa con una entrevista exclusiva con Fincher, que escribe Gabriel Lerman.


También hay que destacar el estudio dedicado a Antoine Fuqua que ha escrito Quim Casas, con motivo del estreno en cines españoles de la más reciente propuesta de este realizador: The Equalizer (El protector) (The Equalizer, 2014).


Ahora bien, otro plato fuerte de este número, si no el que más, es la primera entrega de un dossier en dos partes dedicado al Terror USA: Generación de los 70. Esta primera entrega está compuesta por un artículo de presentación, Renovación temática y nuevas apuestas formales, escrito por Quim Casas. Lo acompañan sendos artículos dedicados a tres personalidades del cine fantástico estadounidense surgidos y/o consolidados en el período estudiado: George A. Romero. Las crónicas del gran declive, de Ángel Sala; John Carpenter. El clasicismo sin coartadas, de Jordi Batlle Caminal; y Larry Cohen. Serie B y pensamiento radical, de Antonio José Navarro. Los artículos van acompañados de una serie de antologías de films de los cineastas mencionados: La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968) [Gerard Casau], Zombi (Dawn of the Dead, 1978) [Diego Salgado], Creepshow(ídem, 1982) [de un servidor], La mitad oscura (The Dark Half, 1993) [Beatriz Martínez], La noche de Halloween (Halloween, 1978) [Roberto Alcover Oti], La niebla (The Fog, 1980) [Ricardo Aldarondo], La cosa (The Thing, 1982) [que también firmo yo], En la boca del miedo (In the Mouth of Madness, 1994) [Antonio José Navarro], ¡Estoy vivo! (It’s Alive, 1974) [Tonio L. Alarcón] y La serpiente voladora(Q/The Winged Serpent, 1982) [Gerard Casau].


El resto del contenido del número incluye una crítica destacada de Winter Sleep (Sueño de invierno)(Kis uykusu, 2014), de Nuri Bilge Ceylan, obra de Quim Casas; la crónica del Festival de Venecia 2014, firmada por Nicolás Ruiz; las siguientes series recogidas en la sección Televisión: Orange is the New Black(ídem, 2013- ), cuya 2ª temporada comenta Tonio L. Alarcón, The Leftovers (ídem, 2014- ), 1ª temporada, vista por Quim Casas, y The Strain (ídem, 2014 ), 1ª temporada, abordada por Antonio José Navarro; y las secciones Críticas; Pantalla Digital, de José María Latorre; Banda sonora, de Joan Padrol; y Cinema Bis, dedicada este mes a Il demonio (1963), de Brunello Rondi, analizada por Ramon Freixas.  


Contribuyo, como digo, a este número de Dirigido por… con un par de antologías del dossierTerror USA: Generación de los 70, las ya mencionadas de la simpática Creepshow, de George A. Romero (de la cual también hablé recientemente en el núm. 350 de Imágenes de Actualidad, dentro de la sección Cult Movie —1—)…


…y la magnífica La cosa, de John Carpenter.


También firmo tres críticas: la del excelente film del siempre interesante Lasse Hallström Un viaje de diez metros (The Hundred-Foot Journey, 2014)…


El veredicto (Het vonnis, 2013), una buena película de Jan Verheyden…


… y Mi vida ahora (How I Live Now, 2013), otra atractiva aportación de Kevin Macdonald.




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“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de NOVIEMBRE 2014, ya a la venta

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El núm. 351 de Imágenes de Actualidad dedica el grueso de su portada a dos de las más esperadas películas de las cuales se ofrecen extensos reportajes dentro de la sección Primeras Fotos: Vengadores: La era de Ultrón (Avengers: Age of Ultron, 2015), de Joss Whedon, y American Sniper (2014), de Clint Eastwood. La sección se completa con sendos avances de la nueva película de Michael Mann, Blackhat (Amenaza en la red)(Blackhat, 2015), y de Venganza 3 (Taken 3, 2015), de Olivier Megaton. El protagonista de esta última, Liam Neeson, quien asimismo estrena dentro de poco entre nosotros el thrillerCaminando entre las tumbas (A Walk Among the Tombstones, 2014, Scott Frank), es objeto de una entrevista.


Otros destacados contenidos son los extensos reportajes de los dos estrenos con mayor potencial comercial de este mes de noviembre: Interstellar (ídem, 2014), de Christopher Nolan, que se complementa con Los confines del universo, artículo dedicado al cine de ciencia ficción que ha abordado de un modo u otro el tema de los agujeros de gusano; y Los juegos del hambre: Sinsajo – Parte 1 (The Hunger Games: Mockingjay – Part 1, 2014), de Francis Lawrence. Este reportaje, y el del film Escobar: Paraíso perdido (Escobar: Paradise Lost, 2014), de Andrea Di Stefano, se complementan con un retrato de Josh Hutcherson, intérprete de ambas películas. Otros films destacados son La conspiración de noviembre(The November Man, 2014), de Roger Donaldson; la ganadora del Festival de Sitges Orígenes (I Origins, 2014), de Mike Cahill; John muere al final (John Dies at the End, 2012), de Don Coscarelli; Blue Ruin (ídem, 2013), de Jeremy Saulnier; Matar al mensajero (Kill the Messenger, 2014), de Michael Cuesta; Alexander y el día terrible, horrible, espantoso, horroroso (Alexander and the Terrible, Horrible, No Good, Very Bad Day, 2014), de Miguel Arteta; y Juegos sucios (Cheap Thrills, 2013), de E.L. Katz, que se complementa con un artículo dedicado al Mumblegore. El terror de estar vivo; Y las secciones Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


La leyenda de la mansión del infierno (The Legend of Hell House, 1973), de John Hough, escrita por Richard Matheson a partir de su excelente novela La casa infernal, es el Cult Movie que he escrito este mes: “una producción de nacionalidad británica producida bajo el sello Academy Pictures Corporation y distribuida por Fox. Queriendo jugar sobre seguro en lo que iba a ser su nueva etapa en solitario,[el productor James H.] Nicholson reincidió en un género y un autor que conocía bien: el terror y el gran escritor Richard Matheson (1926-2013), bien conocido por los amantes del fantástico por su formidable obra literaria y las adaptaciones a cine y televisión de novelas como «Soy leyenda» –“The Last Man on Earth” (Sidney Salkow, 1964), “El último hombre... vivo” (Boris Sagal, 1971; ver Cult Movie en núm. 275), “Soy leyenda” (Francis Lawrence, 2007)–, «El hombre menguante» –“El increíble hombre menguante” (Jack Arnold, 1957; núm. 338)–, «En algún lugar del tiempo» –“En algún lugar del tiempo” (Jeannot Szwarc, 1980)–, «Más allá de los sueños» –“Más allá de los sueños” (Vincent Ward, 1998)– o «El último escalón» –“El último escalón” (David Koepp, 1999)–, y de los cuentos que dieron pie a “El diablo sobre ruedas” (Steven Spielberg, 1971; núm. 335), “The Box” (Richard Kelly, 2009) y “Acero puro” (Shawn Levy, 2011)”.


Completo mi contribución a este número con las críticas de [Rec] 4 (2014), de Jaume Balagueró, que miren ustedes por dónde no me ha parecido tan despreciable como se ha dicho…,


…y de la magnífica película de Alberto Rodríguez La isla mínima (2014), una más que grata sorpresa. 

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Apuntes, apuntes (3): “LUCY” – “EL NIÑO” – “BOYHOOD (MOMENTOS DE UNA VIDA)” – “HÉRCULES”

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTOS FILMS.]


Al cien por cien bis: Lucy(ídem, 2014), de Luc Besson.- Estas líneas son un complemento de las que escribí para el núm. 447 de Dirigido por… (septiembre 2014) (1), donde ya mostraba mi entusiasmo por la que me parece, de lejos, la mejor película realizada hasta la fecha por Luc Besson, o al menos —a falta de haber visto Angel-A, la trilogía de los Minimoys, Adèle y el misterio de la momia, The Lady y Malavita en el momento de escribir estas líneas— la mejor de las que le conozco. Ignoro, por tanto, si en los films citados ya se apreciaba una evolución positiva en el estilo de un cineasta al que hacía tiempo que había dejado de seguirle la pista, harto como estaba de la vacuidad estéril y gratuita de Kamikaze 1999, Subway (En busca de Freddy), El gran azul, Nikita, dura de matar, El profesional (Léon), El quinto elemento y Juana de Arco. ¡Menudo lote!. Lo más gracioso del asunto es que, además de girar alrededor de la hipótesis (científicamente infundada, por cierto) de que los seres humanos tan solo usamos como máximo el 20% de nuestra capacidad cerebral, Lucy es, en teoría o, como a veces se dice, “sobre el papel”, una típica película de Besson al 100%, empezando por la ligereza con la que aborda una temática, digamos, “seria y/o trascendente” —la misma que, dentro de lo que cabe, hacía más tolerable El profesional (Léon) si se la comparaba con la petulancia de Nikita, dura de matar, o, cielos, El quinto elemento en relación a las pretensiones de El gran azul o Juana de Arco—, y acabando por cierta predilección hacia las heroínas, tan evidente a estas alturas que no requiere comentario alguno.


Lo que marca la diferencia es, en primer lugar, la gracia con la que Besson resuelve lo que plantea, de manera que esa ligereza acaba haciéndose agradable de ver. O dicho de otra forma: Besson eleva el resultado de Lucy muy por encima de lo esperable gracias a una inventiva tras la cámara que sabe conjugar, como digo, ese tono ligero con un sentido del encuadre y el movimiento de cámara que realzan y, a ratos, embellecen la propuesta llevándola estéticamente mucho más allá de la modestia de su planteamiento. De ahí que situaciones tan literalmente cogidas por los pelos como las de los primeros minutos —el ardid gracias al cual Richard (Pilou Asbaek) obliga a Lucy (Scarlett Johansson) a entregar el maletín con drogas al mafioso Sr. Jang (Cho Min-sik): el primero ciñe a la muñeca de la segunda el maletín mediante unas esposas que tan solo puede abrir el gánster— acaben funcionando, inesperadamente, gracias a la convicción con la que Besson las resuelve tras la cámara. No menos afortunada resulta, en este sentido, el momento en que la aterrorizada Lucy entra en el despacho del Sr. Jang: la aparición de este último, con el rostro cubierto de sangre… y unas gafas protectoras destinadas a evitar que las salpicaduras le vayan a parar a los ojos, unido a ese plano de las piernas de dos personas muertas que asoman por la puerta de una habitación, bastan para crear tensión. Nos movemos en un terreno próximo a la inmediatez de la literatura pulp o del cómic, cierto, pero Besson aquí sabe visualizarlo con habilidad e ingenio.


Una vez planteado el meollo del asunto —la conversión de Lucy en una “mula” al servicio del Sr. Jang, transportando un alijo de droga experimental escondida en su vientre—, el film va progresando en virtud de impactantes escenas de una intensidad y convicción insólitas en su director: desde la secuencia en la que, después de haber recibido una paliza, el paquete de droga que Lucy transporta en sus entrañas revienta y su contenido se derrama por su torrente sanguíneo, con resultados inesperados (el momento en el que el cuerpo de la chica sufre una serie de violentos espasmos, que Besson visualiza por medio de una planificación calculadamente “desquiciada”, sugiriendo de este modo la entrada de Lucy en una especie de “plano alternativo de la realidad”, es uno de los más logrados de su director); hasta la brillante demostración de los superpoderes de los cuales empieza a hacer gala la joven —la huida del cubil donde estaba encerrada; el momento en que deja inconscientes únicamente con el pensamiento a un buen puñado de agentes de policía en una comisaría parisina, o la posterior pelea contra los asesinos del Sr. Jang que asaltan ese mismo lugar—, pasando por un singular experimento narrativo: en determinados momentos, Besson va insertando imágenes documentales que pretenden ser no tanto una especie de irónico comentario visual sobre el desarrollo de la acción argumental de Lucy, a modo de contrapuntos, como un intento (a mi entender, conseguido) de convertir su film en una suerte de (falso) documental sobre la actriz Scarlett Johansson.


Es famosa la afirmación de Jean-Luc Godard de que cada película es un reportaje sobre sus intérpretes. En cierto sentido, Besson lleva este axioma al paroxismo, de manera que la falta de información sobre el personaje de Lucy —salvo la notable escena en la que, en un sostenido primer plano, conversa por teléfono con su madre: su último instante de sincera humanidad antes de convertirse en una imparable y fría supermujer— queda suplida mediante una utilización de la imagen más popular y característica de la intérprete de la Viuda Negra: es Scarlett Johansson, convertida en una suerte de icono de la mujer-perfecta-de-hoy-en-día, la que en la espléndida secuencia final —una serie de “saltos mentales” de Lucy a distintas ciudades del mundo hasta viajar… al inicio de los tiempos— se enfrenta a “Lucy”, el primer espécimen homínido del cual se tiene noticia, antes de rematar el relato mediante otra bella idea: Lucy desaparece como ser humano, para “renacer” fusionada, al 100% de su capacidad mental, con todo el entorno del planeta: “estoy en todas partes”, afirma. Un film excelente, aún partiendo de materiales, aparentemente, de derribo.



El policía y el traficante: El Niño(2014), de Daniel Monzón.- Por más que El Niño plantea un contexto de corrupción generalizada, su acción pivota en torno a la descripción de dos personajes aparentemente antitéticos pero más relacionados entre sí de lo que pueda parecer a simple vista. Uno es Jesús (Luis Tosar), un agente de policía encargado junto a sus compañeros Sergio (Eduard Fernández) y Eva (Bárbara Lennie), y bajo la supervisión de su superior Vicente (Sergi López), de vigilar e intentar contener el imparable tráfico de estupefacientes que se produce entre Marruecos y las costas andaluzas. El otro es un muchacho al que únicamente conoceremos por el apodo de El Niño (Jesús Castro), acaso porque —tal y como comenta el traficante marroquí Rachid (Moussa Maaskri)— para él llevar a cabo locas travesías entre España y las costas marroquíes en su moto acuática y luego a bordo de una potente lancha neumática cargada de drogas, no es más que “un juego” cuya ejecución le proporciona más placer que el mucho dinero que percibe por ello.


En cierto sentido, tanto Jesús como El Niño son, a su manera, personajes “puros”, y por eso mismo, “irreales”. El primero es un policía que, en puridad de conceptos, no existe: un agente de la ley honrado e incorruptible, que ha llevado al extremo de sacrificar su vida personal con tal de lograr la detención de cuantos traficantes y la requisa de cuantos alijos sea posible. Es un hombre solitario y casi podría decirse que romántico, por lo que tiene de versión sublime, o si se prefiere sublimada, de lo que sería o es un policía real. El Niño también es un personaje romántico y sublimado: un delincuente sin alma de criminal, que participa en el contrabando de drogas gracias a su excepcional pericia como piloto, guiado más que nada por su amistad con sus colegas y cómplices, El Compi (Jesús Carroza) y Halil (Saed Chatiby), y por su atracción hacia la joven marroquí, Amina (Mariam Bachir), de la que terminará enamorándose.


Dicho de otra manera: los personajes de Jesús y El Niño vendrían a ser la demostración más fehaciente de la dificultad de mostrar la temática de fondo que muestra este interesante film de Daniel Monzón, el tráfico de estupefacientes, sin recurrir, como aquí se recurre, a personajes, digamos, necesariamenteconvencionales. Jesús y El Niño vienen a demostrar, cada uno a su modo, justo lo contrario de lo que parece inferirse de ellos: que no hay romanticismo, ni nobleza, ni heroísmo, ni aventura, en un mundo que no para de entorpecer los planes de ambos protagonistas. Jesús sospecha que su superior, el mencionado Vicente, es un agente corrupto comprado por los traficantes de Marruecos, y tan solo cuando ya sea demasiado tarde se dará cuenta de que tenía que haber mirado en otra dirección y hacia otra persona… Y El Niño ve cómo se complican sus planes de vida en común con Amina como consecuencia de la amenaza de Rachid y de un personaje que permanece en la sombra y a quien apodan El Inglés (Ian McShane), los cuales vienen a recordarnos que el “negocio” en el cual El Niño y sus colegas andan metidos es en la realidadsucio, cruel, peligroso y despiadado.


Desde este punto de vista, hay en la película de Monzón dos películas en una: la primera, la “romántica”, la irreal, que es la que se sustenta sobre los personajes de Jesús y El Niño, base de un thriller sólidamente construido y que, si bien bebe de numerosos y bien conocidos referentes —desde Contra el imperio de la droga hasta el policíaco de Michael Mann: la relación de admiración y/o respeto entre antagonistas, Jesús y El Niño, recuerda a la que se daba entre Al Pacino (el policía) y Robert De Niro (el ladrón) en Heat—, el resultado no molesta, e incluso resulta altamente estimulante gracias al vigor de su realización, donde destacan sus magníficos momentos de acción: por una vez y sin que sirva de precedente, recurriremos al tópico y diremos que las secuencias de persecución en alta mar desde el helicóptero de la policía en pos de la lancha conducida por El Niño no tienen nada que envidiar a las mejores muestras del actioner made in USA.    


Pero hay en El Niño, como digo, “otra” película: un retrato realista de ambientes, una somera descripción de las actividades del narcotráfico y las de la policía destinadas a desbaratar a las primeras, cuya crudeza choca de frente con el, vuelvo a insistir, “romanticismo” representado por el buen policía Jesús y el “buen” traficante El Niño. Desde esta perspectiva, la historia de amor de El Niño con Amina es lo más endeble de una ficción que no necesitaba esa love story, pero que a pesar de ello al mismo tiempo sabe sacar provecho de la misma porque resulta coherente para demostrar que, a fin de cuentas, lo que el film narra no admite embellecimiento alguno. Y, a pesar de esa concesión a lo convencional, la inserción de la misma permite que, en última instancia, la película se mire a sí misma como lo que en puridad de conceptos es: una fantasía romántica con trasfondo realista, pero con conciencia de serlo. Como en Celda 211, Monzón vuelve a demostrar que ha sabido “captar” la onda del mejor thriller estadounidense pero sin empacharse con el mismo: tanto Celda 211 como El Niño son el resultado de una buena digestión.


Crece, crece, mi chiquitín: Boyhood (Momentos de una vida) (Boyhood, 2014), de Richard Linklater.- No creo que Boyhood (Momentos de una vida) sea, como se dice, una obra maestra del cine, y ni tan siquiera la mejor película de Richard Linklater —esa distinción creo que sigue mereciéndola Antes del anochecer(2)—, pero comparto la opinión mayoritaria de que el resultado atesora un notable interés. Lo mejor de este film tampoco creo que sea lo más obvio, es decir, la idea de tomar a un niño —Mason: Ellar Coltrane— e irlo filmando durante doce años a fin de que le veamos crecer de verdad en pantalla (y no solo a él: también crece de verdad la pequeña que interpreta a su hermana —Samantha: Lorelei Linklater, hija del realizador en la vida real— y, en otro sentido, “crecen” —ergo, envejecen— los actores —unos magníficos Patricia Arquette y Ethan Hawke— que encarnan a sus padres), pues la idea, en sí misma considerada, no tiene nada de original en cuanto existen diversos precedentes de otras películas que han llevado a cabo experimentos parecidos. Lo mejor, como digo, no reside en eso, sino en la manera como se utiliza eso: de qué forma Linklater trenza con habilidad el proceso de crecimiento y madurez de su protagonista, desde que es un niño y hasta que empieza a ir a la universidad, construyendo un relato que a pesar de su larguísima duración —165 minutos— no pesa en absoluto, lo cual tiene mucho mérito.


Dejando aparte que una película de estas características puede dar pie a todo tipo de disquisiciones del tipo de cuántos posibles montajes podrían haberse llevado a cabo con las seguramente cientos de horas filmadas a lo largo de más de una década, de forma que Boyhood hoy podría ser un film muy diferente del que conocemos, lo más atractivo reside, como digo, en la pericia de Linklater para hilvanar un relato que hace gala de un espléndido sentido de la elipsis, sin duda su principal arma narrativa y expresiva. Desde este punto de vista me sorprenden, insisto, las constantes afirmaciones en torno a la genialidad y creatividad de una película en el fondo muy sencilla e incluso me atrevería a decir que modesta, dado que en última instancia es consciente de que incluso filmando a un chico de verdad durante doce años, y haciendo con todo ese material un film de una duración cercana a las tres horas, es imposible plasmar en una sola película doce años de vida real mes a mes, día a día, hora a hora. Salvando las distancias, Boyhood comparte con El Niño el hecho de atesorar en su seno su propia autocrítica.


Desde este punto de vista, Boyhood vendría a ser una experiencia en cierto modo “frustrante”: una vida entera no cabe dentro de los márgenes no ya del cine, sino del relato en términos generales, pero al mismo tiempo se da la paradoja de que el relato, o una determinada concepción del mismo, es necesaria para intentar ofrecer, si no esa vida entera, al menos sí un buen resumen de doce años de la misma, en base a fragmentos de los mismos seleccionados por Linklater en su doble función de guionista y  director con vistas a crear ese relato y hacerlo de la manera más atractiva posible. Boyhood es, por eso mismo, un “fracaso” con conciencia de serlo, pero al que no puede reprochársele que lo sea (siempre, vuelvo a insistir, desde este punto de vista teórico) porque ese “fracaso”, siempre entre comillas, no es solo el fruto de una limitación intrínseca del cine en particular y del arte en general para contener lo Absoluto, sino también una consecuencia lógica de la naturaleza del relato y su canónica “obligación” de “contar algo” (y, a poder ser, atractivamente). Lo único que quizá se le puede reprochar a Boyhood, cinematográficamente hablando, es que al conjunto le falte algo más de intensidad y fuerza, por más que pueda afirmarse en su descargo que la existencia humana tampoco está siempre llena de momentos “fuertes” y/o “trascendentales”; afortunadamente.   


Ello no obsta para que el resultado sea extremadamente agradable de ver, lo cual es muy notable teniendo en cuenta sus características. Boyhood hace de esa narrativa aparentemente ligera pero en el fondo muy elaborada su mejor arma. Desde luego que podría hacerse una relación exhaustiva de cuántas maneras utiliza Linklater la elipsis para lograr que el relato progrese, mas lo interesante no creo que sea tan solo eso (por más que sea valioso en sí mismo considerado), sino, vuelvo a insistir, en cómo Boyhoodacaba convirtiéndose, aparentemente de manera consciente, en una especie de demostración práctica de la imposibilidad de meter una vida entera en los márgenes de un relato cinematográfico, o si se prefiere, la imposibilidad última del cine de captar todos los matices de una existencia humana en toda su plenitud. Loable es que lo haya intentado, como también lo es que ponga de relieve esa imposibilidad.


Imprime la leyenda: Hércules(Hercules, 2014), de Brett Ratner.- Acaso fuera porque, con franqueza, no me esperaba nada del director de, cielos, las tres entregas de Hora punta, Family Man o El gran golpe, y de las algo mejores —no mucho— X-Men: La decisión final y El dragón rojo, mas lo cierto es que esta nueva versión de Hércules me ha supuesto una grata sorpresa. A falta de haber visto la reciente Hércules: El origen de la leyenda—hace ya mucho tiempo que perdí todo interés por el cine de Renny Harlin—, el Hércules de Brett Ratner me ha parecido harto curioso y, a ratos, mucho más logrado de lo que cabía esperar, hasta el punto de que ahora mismo no me costaría demasiado afirmar que nos hallamos ante el mejor trabajo de su habitualmente desafortunado realizador.


A falta de conocer el cómic de Steve Moore en el que se inspira, y por tanto partiendo de que lo que voy a explicar a continuación puede ser mérito de aquél, este nuevo Hércules llama la atención por su mirada irónica y su sarcástica desmitificación del héroe mitológico. Su primera secuencia resulta significativa. En la misma, asistimos a una escueta visualización de algunas de las más famosas hazañas del fornido héroe mitológico, concretamente tres de los doce célebres “trabajos” de los cuales habla la mitología grecorromana: matar a la Hidra de Lerna, al Jabalí de Erimanto y al León de Nemea. La visualización va acompañada por la voz de off de un narrador, la de Iolaus (Reece Ritchie), como luego sabremos sobrino de Hércules (Dwayne Johnson). No tardaremos en descubrir que el relato de Iolaus no es sino un ardid para distraer a los guerreros que le han capturado y que están a punto de matarle mientras su tío viene a rescatarle. Por cierto, durante la visualización de esos tres “trabajos”, el rostro del protagonista permanece oculto en la oscuridad, potenciando en este caso la aureola mitológica-legendaria que rodea al héroe, en concordancia con el carácter fabuloso de sus hazañas. No será hasta que Hércules acude al rescate de Iolaus cuando su rostro se revela al espectador en un primer plano que hace ostentoso, por cierto, que la piel de león con la que cubre su cabeza, y que se supone es la del León de Nemea, no se corresponde con la gigantesca testuz de la bestia visualizada en los flashbacks. Hay algo, en definitiva, que no “cuadra”.


Poco tardaremos en averiguar que, efectivamente, “este” Hércules no es el de toda la vida, sino un rufián que ni tan siquiera ha llevado a cabo sus “doce trabajos” en solitario, sino con la ayuda de un grupo de mercenarios que le acompañan y a los que lidera; de hecho, los títulos de crédito finales —imitación, todo hay que decirlo, de los de 300 (ídem, 2006, Zack Snyder)— reiteran que los compañeros de Hércules, Amphiaraus (Ian McShane), Autolycus (Rufus Sewell), Tydeus (Aksel Hennie), Atalanta (Ingrid Bolso Berdal) y su ya mencionado sobrino Iolaus, le echaron algo más que una mano a la hora de consumar esas hazañas… Hércules, versión 2014, arroja por tanto una inesperada mirada irónica y suavemente desmitificadora sobre el héroe mitológico, que se refuerza además mediante el añadido de la sospecha —por más que Ratner y los guionistas Ryan Condal y Evan Spiliotopoulos no se atrevan a llevarla hasta el final— de que el mismísimo Hércules podría haber sido el responsable del asesinato de su propia esposa Megara —una Irina Shayk vista y no vista, a pesar de que buena parte de la campaña publicitaria de cara al lanzamiento del film se haya fabricado en torno a su imagen— y sus tres pequeños hijos, bajo los efectos de una droga alucinógena. Todo ello está contado con considerable eficacia, dentro de su condición de producto mainstream de rápido consumo, no faltando a pesar de todo algunos momentos inspirados. Señalo el vigor de las secuencias de acción, y en particular, las de batalla, en las cuales Ratner inserta en los momentos adecuados planos generales en picado que permiten distinguir la posición de los bandos enfrentados y el desarrollo del combate. Se agradecen las pinceladas, bien dosificadas, mediante las cuales se describen algunos personajes secundarios, caso de Amphiaraus, quien afirma saber cuándo y cómo va a morir, o de Tydeus, un guerrero que no habla y cuyas noches son un hervidero de pesadillas como consecuencia de los horrores que presenció de niño; no puede decirse lo mismo del personaje de Atalanta, la consabida concesión a la “corrección política”, o el de Autolycus, el cual se ve a la legua que en el último momento regresará al lado de sus compañeros de fatiga para echarles una mano aún habiéndolos abandonado con su parte del botín.       

(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2013/06/viaje-grecia-antes-del-anochecer-de.html

“DIRIGIDO POR…” de NOVIEMBRE 2014, ya a la venta

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La película del momento, Interstellar(ídem, 2014), ocupa la portada del núm. 449 de Dirigido por…, anunciando una entrevista exclusiva con su realizador, Christopher Nolan.


El contenido más extenso del mes vuelve a ocuparlo la segunda parte del dossierTerror USA: Generación de los 70, compuesta por una serie de artículos dedicados a los realizadores Tobe Hooper. Más acá del arco iris [Ramon Freixas y Joan Bassa], Wes Craven. El hombre a quien nunca le interesó el terror [Israel Paredes Badía], Joe Dante. Pirañas, aullidos, gremlins… “cartoons”, comedias y relatos cortos [Quim Casas] y William Lustig. La oveja negra de la familia [Tonio L. Alarcón], además de otros textos centrados en Los “otros” clásicos del cine de terror americano de los setenta [Antonio José Navarro] y la serie de televisión Masters of Horror[Quim Casas], y una selección de antologías de los cineastas destacados en primer lugar: La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, 1974) [Beatriz Martínez], La casa de los horrores (The Funhouse, 1981) [Quim Casas], Poltergeist (Fenómenos extraños) (Poltergeist, 1982), La última casa a la izquierda(The Last House on the Left, 1972) [Diego Salgado], Las colinas tienen ojos(The Hills Have Eyes, 1977) [Tonio L. Alarcón], Pesadilla en Elm Street(A Nightmare on Elm Street, 1984), Piraña (Piranha, 1978) [Tonio L. Alarcón], ¡Aullidos! (The Howling, 1981), Maniac (ídem, 1980) [Quim Casas] y Maniac Cop (1988) [Roberto Alcover Oti].


Otros destacados contenidos del número son: la crítica de [Rec] 4 (2014), de Jaume Balagueró, a cargo de Antonio José Navarro; las crónicas de los festivales deSan Sebastián, Sitges y Valladolid, respectivamente firmadas por Beatriz Martínez, Roberto Alcover Oti y Àngel Comas; y un comentario de la reciente edición en Blu-ray de la serie de televisión de David Lynch Twin Peaks (ídem, 1990-1991), abordado por Quim Casas dentro de la sección Flashback. El número se completa con las secciones habituales Banda Sonora, de Joan Padrol; y En busca del cine perdido, espacio que este mes ocupa el comentario de Escape (1948), de Joseph L. Mankiewicz, a cargo de Juan Carlos Vizcaíno Martínez. Resulta obligado destacar un par de novedades: en primer lugar, que la sección Travelling ha sido ligeramente remodelada, incluyendo una nueva sub-sección, Cine online, que comentará películas estrenadas directamente en plataformas digitales, y que debuta con la crítica de Frank (ídem, 2014), de Lenny Abrahamson, escrita por Tonio L. Alarcón; y luego que este mes, y durante una pequeña temporada, la sección Pantalla Digital la firma Juan Carlos Vizcaíno Martínez, mas un par aportaciones de, en este caso, Israel Paredes Badía y Antonio José Navarro.  
  

Mi contribución a la revista de este mes consiste, en primer lugar, en tres antologíaspertenecientes al dossierTerror USA: Generación de los 70, las ya mencionadas de Poltergeist (Fenómenos extraños), de Tobe Hooper,…


Pesadilla en Elm Street, de Wes Craven,…


…y ¡Aullidos!, de Joe Dante.


También firmo otras tantas críticas: las de El juez (The Judge, 2014), de David Dobkin,…


Serena (ídem, 2014), de Susanne Bier,…


… y Drácula: La leyenda jamás contada(Dracula Untold, 2013), de Gary Shore.

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La asombrosa Amy: “PERDIDA” (+ “EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON”), de DAVID FINCHER

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] Vaya por delante que Perdida(Gone Girl, 2014) me parece una buena película, a ratos excelente, no siempre brillante pero casi en todo momento interesante. Vaya por delante, asimismo, que a pesar de sus méritos, los cuales están por encima de otras obras de su director con las que no termino de comulgar —pienso en Alien 3 (en su montaje para cines; el director’s cut ya es otra cosa, o mejor dicho, otra película), La habitación del pánico, la meramente correcta Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, ya comentada en este blog en el momento de su estreno (1), o la horrenda The Game—, Perdida no es, ni por asomo, esa obra maestra absoluta que se está pregonando estos días mediante unos arrebatos de entusiasmo que, por descontado, respeto aun considerándolos desproporcionados. Basta con jugar al juego de las comparaciones (“odioso”, como lo llaman algunos, pero altamente instructivo) para darse cuenta de que, aún siendo un film atractivo, Perdida está por debajo de Seven, El club de la lucha, Zodiac, El curioso caso de Benjamin Button y La red social. A su lado, no da la talla.


El problema de Perdida—si es que de “problema” puede hablarse— reside en que casi todas sus mejores ideas ya se encontraban previamente en la novela homónima de Gillian Flynn que le sirve de base y que ha sido adaptada al cine por su misma autora. Al contrario que en Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, aquí Fincher ha partido de un buen libro y eso se nota en el resultado, sensiblemente superior, pues se advierte que el realizador hace gala aquí de un vigor y una energía en la puesta en escena que connotan un mayor grado de interés que el exhibido en su lectura de la endeble novela de Stieg Larsson. Cierto: que Fincher se haya —por así decirlo— “limitado” a seguir un buen libro no supone de entrada un descrédito para su labor, y más si tenemos en cuenta que lo ha hecho bien. También cierto: hay que tener muy en cuenta que no es de recibo atribuirle a Fincher las mejores ideas dePerdida: the movie, habida cuenta la notabilísima fidelidad de la película a la novela (si todavía no han visto el film pero conocen el libro, no hagan caso de las informaciones que han circulado, previas al estreno, que afirmaban que Flynn había cambiado el final de la película con respecto al de su libro: no son ciertas). Lo digo porque he leído u oído ciertos comentarios estos días alabando el film por lo que tiene de aguda disección del matrimonio —lo cual es verdad: la imagen que proporciona de esta institución es durísima—, pero mencionándolo como si formara parte de los méritos que tienen que atribuírsele forzosamente a Fincher, cuando esa mirada cruel y despiadada sobre la institución matrimonial, así como, vuelvo a insistir, muchas de las mejores ideas de la película estaban previamente expuestas, y muy bien desarrolladas, en el original literario: la alternancia de los puntos de vista subjetivos y en primera persona de los dos protagonistas: Nick Dunne (Ben Affleck) y su esposa Amy (Rosamund Pike); el giro radical que experimenta la trama hacia la mitad del relato, dándole una perspectiva completamente diferente; la acidez con que se observa el trabajo de investigación policial y el sensacionalismo de los medios de comunicación.


Dejando aparte que muchos de los méritos del film residan en la novela de Flynn, ello no obsta para que Fincher haya hecho, por méritos propios, una buena película. Lo que ocurre es que el resultado, aunque estupendo, no tiene la excelencia que se le pregona, y ello se debe a que el grado de interés del cineasta hacia lo que está narrando no se mantiene de manera uniforme a lo largo de todo su extenso metraje (149 minutos), dando por resultado una obra irregular. Llama la atención el hecho de que, durante la aproximadamente primera mitad de la proyección, Fincher imprima a la trama una notoria frialdad; tanta, que hay serias razones para creer si, sencillamente, le ha salido así, o por el contrario se trata de una opción deliberada. Me explico: a pesar de que toda esa primera mitad debería ser impactante, al menos en teoría, en la práctica el relato no termina de prender con toda la fuerza que sería de desear en función del efecto “distanciador” de una puesta en escena fría que a ratos hace pensar en Fritz Lang, pero con la diferencia de que esa gélida temperatura narrativa no es “dolorosa”, como sí lo era la del autor de Más allá de la duda, sino apática.


Puede argumentarse en descargo de Fincher que haberse leído primero la novela, y conocer de antemano sus “sorpresas” y/o “golpes de efecto”, contribuye a reducir el impacto que pueda tener en quien no conozca el libro, y por tanto acuda a ver el film dispuesto a dejarse arrastrar por su efectismo argumental, “jugando”, por tanto, con desventaja. Desde luego que puede verse así, pero dejando aparte el hecho de que conocer la trama del libro precisamente debería servir para potenciar los teóricos méritos de la labor de puesta en escena de Fincher en detrimento de los golpes de efecto del guión, eso no justifica ese exceso de frialdad de la primera mitad de la película. La pregunta más bien es: ¿Fincher pretende de este modo que nos miremos con distancia al personaje de Nick, de forma que asistamos desde una perspectiva lejana al proceso de degradación social de un hombre sobre el cual van recayendo todas las sospechas de haber asesinado y haberse deshecho del cadáver de su esposa el mismo día de su quinto aniversario de boda? ¿Una “pobre chica rica” que ha ido recogiendo en su diario —que Fincher visualiza con unos convencionales (y tramposos) flashbacks acompañados por voz en off— cómo se ha ido deteriorando su matrimonio con un escritor fracasado, hasta el extremo, ha dejado escrito, de verse obligada a comprar una pistola y tenerla cerca porque teme-que-su-marido-podría-matarla?


Si la intención era que nos mirásemos desde la lejanía el drama de Nick, y de paso, los sufrimientos de Amy por culpa de su desconsiderado marido, hay que reconocer que, en este sentido, Perdida sería una película realmente conseguida, si no fuera porque este procedimiento narrativo termina provocando más bien que esa primera mitad se siga con decreciente interés: el aburrimiento está tan solo a un paso. Baste, por ejemplo, con ver qué poca fuerza tienen —sobre todo, comparándola con la que tienen en el libro de Flynn— los personajes que pululan alrededor de la intriga, caso de la hermana gemela de Nick, Margo (Carrie Coon), los agentes de policía Rhonda Boney (Kim Dickens) y Jim Gilpin (Patrick Fugit), los padres de Amy, Rand y Marybeth Elliott (David Clennon y Lisa Banes), el abogado Tanner Bolt (Tyler Perry), la joven amante de Nick, Andie (Emily Ratajkowski), y hasta la necia “calientapollas” Ellen Abbott (Missi Pyle). Llama la atención, negativamente, el tono que de tan frío roza lo soporífero de momentos cruciales como las primeras escenas del descubrimiento de indicios de violencia en el hogar de los Dunne por parte de Nick; el rápido dibujo en retrospectiva del inicio de la relación de Nick y Amy en Nueva York cinco años atrás; la escena en la que el protagonista masculino, agobiado por la tensión y el nerviosismo, sonríe estúpida y temerariamente frente a los flashes de los periodistas junto a la foto de su esposa desaparecida (“la sonrisa de un asesino…”); o sobre todo, la secuencia de la visita al centro comercial abandonado, convertido ahora en un improvisado refugio para mendigos y homeless: la ausencia de sordidez de dicha secuencia resulta pasmosa proviniendo del hombre que filmó Seven.


Pero, sea porque Fincher ha pretendido hacerlo así —es su opción, y como tal es legítima, del mismo modo que es mi opción, también legítima, no estar conforme con ella—, o simplemente porque no ha sabido o podido hacerlo mejor, lo cierto es que, llegada su segunda mitad, Perdida lleva a cabo un giro argumental (“una sorpresa”, como se dice coloquialmente), a partir de la cual el interés no solo remonta mucho, sino que es a partir de este momento cuando el film alcanza, aunque un poco tarde, las cotas de intensidad pretendidas. Por más que esto establezca otra notable diferencia con la novela a nivel de tonalidad y fuerza dramática, pues en el libro el suspense se mantiene desde la primera hasta la última página, es a partir de ese giro que la película realmente empieza a parecer de David Fincher. Y no me refiero únicamente a lo más obvio: a la revelación de que Amy Dunne no solo no ha sido secuestrada ni asesinada por su marido, sino que es una psicópata que ha urdido un elaborado “plan diabólico” destinado a castigar a Nick por haberla desatendido durante su vida en común; es decir, que la Amy de Perdidapodría hacer buenas migas con el John Doe de Seven, el asesino del Zodíaco o el despiadado Mark Zuckerberg de La red social. Me refiero más bien a que es a partir de ese momento en que la novela de Flynn deja de ser un mero soporte y pasa a convertirse en un apoyo en el cual el autor de El curioso caso de Benjamin Button se reconoce, sirviéndose del libro para elaborar un nuevo y acerado retrato de una sociedad enferma. Aquí reaparece la sombra de Lang, pero en el mejor sentido de la expresión.


La segunda mitad de Perdida ya es otra cosa, haciendo comprensibles —por más que me sigan pareciéndome exagerados— los calurosos halagos hacia un film que en este segundo acto no solo muestra las ideas de Flynn de forma excelente, sino que lo hace aportando además una mirada personal sobre ellas que se traduce, a la postre, en mayores cotas de intensidad. Se produce entonces una fusión de intereses Flynn-Fincher, que da pie a momentos tan afortunados como las escenas en las que Amy se lanza a congeniar con Greta (Lola Kirke), una chica a la que ha conocido mientras se oculta bajo una falsa identidad en un motel de tercera fila; sobre todo, esa escena en la que, viendo juntas un sensacionalista programa de televisión en torno a la desaparición de Amy, Greta le comenta a esta última —que ignora, insisto, su verdadera identidad— que Amy Dunne no le parece sino una ricachona caprichosa que no le inspira lástima ni simpatía alguna; contrariada por sus palabras, la vengativa Amy aprovecha una breve ausencia de Greta para escupir en su refresco… El detalle está literalmente tomado del libro, pero el gesto del personaje —espléndidamente interpretado por una magnífica Rosamund Pike— tiene aquí la fuerza revulsiva propia del mejor Fincher.


Es Amy, o mejor dicho La Asombrosa Amy, protagonista de los libros infantiles-juveniles que sus propios padres escribieron inspirándose —dicen— en las grandes cualidades de su-maravillosa-hija, la que parece centrar el interés de Fincher. Una demente despiadada y egoísta hasta límites enfermizos, que siempre tiene que decir la última palabra y que, como hemos visto, no soporta que la contraríen, dada su totalmente asumida “perfección”. Una enferma que vive y “triunfa” dentro de una sociedad que esconde a monstruos de hermosa apariencia como esta Amy bella y elegante, en realidad cruel y sin sentimientos. La mordacidad que aflora a partir de esta segunda mitad en el relato —por más que ese aspecto también está mejor expresado en el libro— se hace patente cuando Amy “reaparece” públicamente tras haberse deshecho, de cara a sus propósitos, de su examante Desi Collings (Neil Patrick Harris), y regresa-a-los-brazos-de-su-amado-marido: a pesar de que la detective Rhonda Boney no ve nada claras las circunstancias que rodean a la reaparición de Amy, su voz es silenciada por esa mayoría que tan solo sabe ver en la protagonista femenina a una-pobre-chica que ha-sufrido-mucho y que al final ha regresado junto a su esposo comme il faut. La estupidez generalizada de un estado de opinión forjado alrededor de prejuicios e ideas preconcebidas, y debidamente difundido a través de televisión e Internet, es la mejor manera para que un monstruo como Amy pase desapercibido entre nosotros.


No es de extrañar, insisto, que sea La Asombrosa Amy y todo su retorcido despliegue de maldad lo que realmente interesaba a Fincher, y eso se nota en los buenos momentos de la segunda mitad de Perdida: la secuencia en la que Amy sufre el atraco a manos de Greta y su novio Jeff (Boyd Holbrook), quienes la han reconocido y le roban el dinero que lleva encima con la confianza de que ella no les denunciará a fin de no descubrirse; y, por descontado, todo lo relativo al obsesivo dibujo de la relación de Amy con Desi: su reencuentro en el drugstore, con Amy ganándose su confianza fingiéndose una mujer desvalida-y-maltratada; las escenas en la mansión de Desi, donde Amy no tarda en sentirse prisionera en manos de ese examante que la perdió en el pasado y que ahora está más dispuesto que nunca a no volver a perderla, aunque Amy pronto descubrirá cómo sacar partido del sistema de cámaras de seguridad que, según Desi, la protege, pero que como ella bien sabe, la vigila. Especialmente, la dura secuencia del asesinato de Desi a manos de Amy, que cual araña negra ha atraído sexualmente a su víctima a su red de engaños, y a la que degüella dejándose empapar convenientemente en su sangre, en una mezcla de Eros y Tanathos como no habíamos vuelto a ver desde el famoso arranque de Instinto básico, y que Fincher resuelve mediante un sugestivo montaje de planos cortos cerrándose sobre fundidos en negro. Como en la novela de Flynn, Nick se ve condenado a purgar sus debilidades y pecados volviendo a convivir junto a la perversa mujer que va a ser la madre de su hijo, por más que en el libro queda más claro que lo que mueve también al protagonista a aceptar ese infierno en vida junto a la araña negra que tiene como esposa es el hecho de que permanecer con ella es la única manera de detenerla e impedir que siga haciendo daño a más personas. “Pero sé que nunca volveré a dormir. No puedo cerrar los ojos cuando estoy a su lado. Es como dormir con una araña”, escribe Flynn en su novela.  

Adenda: Con motivo de la publicación de este comentario de Perdida, aprovecho la ocasión para recuperar un texto dedicado a otro film de David Fincher, El curioso caso de Benjamin Button, originalmente publicado en la desaparecida primera versión de mi blog, en Blogspot.es, el 14 de  febrero de 2009.



El curioso caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button, 2008), de David Fincher.- A falta de haber leído el relato homónimo de Francis Scott Fitzgerald en el que se inspira, cosa que espero hacer en breve, la nueva película de David Fincher me parece su mejor trabajo hasta la fecha. [Nota bene a posteriori: Tuve ocasión de leer poco después el relato de Fitzgerald, y todo que curioso, está por debajo del film, el cual asimismo, y una vez vistas sus posteriores “La red social”, “Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres” y “Perdida”, sigue pareciéndome por ahora su mejor película.] Cineasta tan interesante como irregular, sobre todo en sus primeros años alternó productos fallidos, aunque curiosos, como Alien 3 (ídem, 1992) —el director’s cut que circula en las actuales ediciones en DVD es infinitamente superior—, y títulos mediocres, por muy vistosos que fueran, como The Game (ídem, 1997) o La habitación del pánico (Panic Room, 2002), junto con dos obras extremadamente interesantes: Seven (ídem, 1995) y El club de la lucha (Fight Club, 1999). Gracias a la excelente Zodiac (ídem, 2007), Fincher dio un gran paso adelante, demostrando que, sin perder ni un ápice de su capacidad para ofrecer ficciones turbadoras y sugestivas, además había pulido sus dotes como narrador, sin abusar de los efectismos que en algún pequeño momento perjudicaban a Seveny El club de la lucha en su propósito de impresionar.


Con El curioso caso de Benjamin Button, Fincher ha alcanzado una madurez narrativa insospechada en el hombre que empezó con Alien 3 (la cual, insisto, con todos sus defectos no me parece lo peor de su director, ni siquiera en su fallido montaje para cines), demostrando además una gran inteligencia al saber estar a la altura de las circunstancias para narrar una historia cuyo tono nostálgico, sentimental y melancólico rehuye el tratamiento impactante de Seven, El club de la lucha y, en parte, Zodiac, por más que en El curioso caso de Benjamin Buttonatesore unas considerables dosis de dureza y menos complacencia de cara al espectador de lo que pueda parecer a simple vista. Hay tantos elementos magníficos en este film, que abordarlos aquí en su integridad desbordaría sobradamente las pretensiones de esta entrada en este blog; además, los interesados pueden encontrar en el reciente número 386 de Dirigido por… un detallado análisis de cuatro páginas a cargo de Antonio José Navarro.


Únicamente me limitaré a apuntar un par de aspectos que me han llamado la atención en particular. El primero, el refinado tratamiento estético de la película, mediante el cual Fincher retoma, sutilmente, el estilo de “relato(s) dentro del relato” con el que ya experimentara en El club de la luchay, parcialmente, en Zodiac; aquí, el excelente tratamiento fotográfico (responsable: Claudio Miranda) no solo sirve para marcar los cambios temporales de la narración, de tal manera que, por ejemplo, escenas como las del arranque de la película, con la anciana Daisy (Cate Blanchett) postrada en su lecho de muerte en el hospital y acompañada por su hija Caroline (Julia Ormond), tienen una iluminación fría, azulada, “real”, que contrasta sobremanera con las escenas del nacimiento y primeros años de Benjamin (Brad Pitt) en la residencia para ancianos, filmadas con tonos dorados o resplandecientes pero siempre cálidos, un tanto “irreales”, de cara a contraponer las vivencias finales de Daisy en tiempo presente con el recuerdo ensoñador de un bello pasado que quizá solamente existe en su memoria.


El tratamiento fotográfico es, asimismo, un reflejo poético de las sensaciones y sentimientos de los personajes, de tal manera que la belleza de la fotografía se corresponde armoniosamente con el tono dramático que está en juego: no es mero esteticismo, sino una estética con un sentido y un contenido concretos; pienso, al respecto, en la hermosa secuencia nocturna en la que Benjamin y Daisy conversan en la glorieta del parque, donde la muchacha se descalza y se pone a bailar mientras el hombre la contempla inmóvil: una magnífica manera de contrastar la diferente percepción de la vida que en ese momento todavía tienen los personajes y que todavía no es el momento de su encuentro definitivo (ya que, paradójicamente, Benjamin todavía no es lo suficientemente “joven” ni Daisy lo suficientemente “madura” para compartir su amor). Señalo, asimismo, la extraordinaria secuencia de la muerte del padre de Benjamin, el Sr. Button (Jason Flemyng), a la luz de un lánguido amanecer a la orilla del mar. O la visualización, en formato de “película casera” gastada y parcialmente descolorida, de la simbólica historia del relojero (Elias Koteas) que tras perder a su hijo en la Gran Guerra construyó un gigantesco reloj cuya segundera avanzaba en dirección contraria, y que funciona a modo de contrapunto poético del periplo vital de Benjamin; incluso los divertidos insertos, rodados con estética de cine mudo, que visualizan el relato del anciano que explica que ha sido alcanzado por un rayo en siete ocasiones (¿acaso un homenaje a Buster Keaton, al igual que Benjamin una especie de niño-hombre, u hombre-niño, que hace frente a las adversidades de la vida con impasibilidad?).


El segundo aspecto al cual quiero referirme, brevemente, es el relativo al tratamiento subjetivo de la narración, el cual está, desde luego, muy ligado al tratamiento estético que acabo de mencionar. Dejando aparte el hecho de que el relato se desarrolle a base de los flashbacks que va evocando, a partir de la lectura de un diario, una moribunda, ese sentimiento nostálgico queda reforzado por el talento demostrado aquí por Fincher a la hora de sumergir al espectador en el insólito punto de vista de un personaje que vive la vida “al revés”, de ahí la atmósfera de intimidad que impregna la narración incluso en sus momentos más ásperos (por ejemplo, la espléndida secuencia del combate naval contra el submarino alemán, planificada desde el punto de vista de los tripulantes del barco donde Benjamin presta su servicio de armas). El curioso caso de Benjamin Button es una exaltación de la vida, la madurez y la experiencia iluminada desde el umbral mismo de la muerte, entendida aquí como culminación del hecho de vivir.

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2012/01/david-fincher-vs-stieg-larsson.html

JOSÉ MARÍA LATORRE en el recuerdo

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Recuerdo que la primera vez que vi a José María Latorre… ¡no le reconocí! Era la época en que él acababa de publicar su ya clásico libro El cine fantásticopara la colección Serie Mayor de Dirigido por…, y yo, por aquel entonces ávido lector de la revista y sobre todo de las críticas de Latorre, fui a hacerme con un ejemplar a la misma redacción de la revista (cuando todavía estaba ubicada en la Rambla Catalunya de Barcelona). Latorre en persona me atendió, pero sin que yo supiera que era él y sin que él tampoco se identificara, enseñándome un ejemplar del libro, y me lo cobró. Fue luego, al llegar a casa, quitar el plástico que envolvía el volumen y fijarme en la foto del autor en la solapa cuando me di cuenta. ¡Mierda, y yo sin pedirle que me lo dedicara! Cosa curiosa, nunca le pedí que lo hiciera con ninguno de sus libros.


La segunda vez que le vi fue en un pase especial que hizo la Filmoteca de la Generalitat de Catalunya con motivo del estreno del último (y horrible) film de Samuel Fuller, Calle sin retorno (Street of No Return, 1989), al cual asistió el propio Fuller y buena parte de la plantilla de Dirigido por…, entre ellos Latorre. Cosas de la vida, pocos meses después, en enero de 1990, empezaba yo a colaborar en la revista, primero en Imágenes de Actualidad, donde publiqué mi primera crítica —Melodía de seducción(Sea of Love, 1989, Harold Becker)—, y poco después en Dirigido por…, si bien antes, por así decirlo, pasé una especie de “examen”: me pidieron que escribiera una crítica para la revista, y me recalcaron que “Latorre se la va a mirar con lupa”. Era la crítica de El escándalo Blaze (Blaze, 1989, Ron Shelton). Pasé el “examen”, y a partir de ese momento empecé a colaborar en ambas revistas todos los meses. Ya han transcurrido desde entonces casi veinticinco años.


Sé que en ocasiones se me ha reprochado el ser una especie de “discípulo” de José María Latorre. Es una herencia que asumo sin problemas, habida cuenta de que tanto antes como ahora, y dicho sea con el debido respeto a mis compañeros (y excompañeros) de Dirigido por…, Latorre ha sido el mejor crítico que ha pasado por la revista y uno de los mejores críticos de cine de España de su generación, si no el mejor. No se me caen los anillos a la hora de reconocer que aprendí mucho de sus textos sobre cine, los que publicó en Dirigido por… y los que hizo para otras editoriales, como su excelente ensayo sobre cine y literatura Los sueños de la palabra o su imprescindible Nino Rota. La imagen de la música, dedicado, huelga decirlo, a un compositor que fue siempre una de sus “filias” más reconocidas y difundidas.


De Latorre asimilé muchas de las intuiciones que luego me sirvieron a la hora de ver cine. “Cosas” que, para muchos a los cuales ahora se les llena la boca con palabrería indefinida que ni dice nada ni sabe a dónde va del tipo hay-otras-maneras-de-ver-el-cine (pero sin aclarar cuáles…), probablemente tampoco significan nada, pero que a mí me han resultado de enorme utilidad a la hora de establecer e ir creando y (espero) perfeccionando mi propio criterio. “Cosas” que, dicen esos mismos, ya están superadas (pero sin presentar la más mínima prueba ni el menor argumento sólido al respecto), como el concepto de puesta en escena, o como a Latorre le gustaba decir en algunos de sus últimos textos, puesta en imágenes, en virtud del cual la calidad de un film se desprende de la calidad de su planificación: del sentido que imprime el realizador sobre lo que está narrando mediante la elección de un determinado encuadre o la inserción de un movimiento de cámara: de su mirada. “Cosas” como que una película puede tener un buen guión y a pesar de eso ser un mal film por culpa de la falta de pericia de quien está tras las cámaras, y al revés, cómo en ocasiones un buen director es capaz de sacar provecho de un libreto convencional o hasta mediocre en virtud de su trabajo creativo tras esas cámaras. “Cosas” como la valoración de la novela u obra de teatro, y su conocimiento de las mismas, a la hora de determinar qué ideas de una película son aportación de los autores de los originales literarios que las inspiran y cuáles pertenecen al director, o también, a su guionista o guionistas. “Cosas” como que el valor de un film no se mide en virtud de sus cualidades “temáticas” (“el tema”: ¡el puto “tema”!), sino que a veces se encuentra en texturas enfocadas más bien hacia las emociones y la sensibilidad más recónditas del espectador: ese conjunto de entelequias de difícil o a veces imposible definición, pero al mismo tiempo perfectamente claras a simple vista, que se conoce genéricamente como atmósfera. “Cosas” como que el cine de género no es un código preestablecido a partir del cual elaborar ficciones fílmicas convencionales sino, por el contrario (y siempre y cuando se haga con talento), una herramienta de expresión en virtud de la cual los así llamados géneros codificados —el cine fantástico, el western, la comedia, el cine de aventuras, el melodrama— eran caudales repletos de arte y talento.


Si aceptar esto significa ser un “discípulo” de Latorre, sin duda alguna lo soy. Y, como yo, muchos otros compañeros de oficio cuyos nombres resulta ocioso mencionar, incluyendo en no pocos casos a algunos de los detractores del propio Latorre, cuya opinión acaso podían no compartir —yo mismo no siempre la compartía—, pero que a pesar de ello le tenían por un referente, aunque pudiese ser uno de tipo negativo: un ejemplo de lo que no les gustaba de la crítica de cine pero al que les resultaba imposible dejar por completo de lado. Según como se mire, Latorre ha tenido y tiene dos clases de “discípulos”, los que han disfrutado con sus textos sobre cine y los que no, pero de un modo u otro todos ellos han acabado convirtiéndolo en ese referente. Gustaran o no, las críticas de cine de Latorre eran un portento de excelente redacción, desarrollo minucioso de sus argumentos y ejemplos prácticos de lo que afirmaba; es decir, estaban argumentadas, y además regadas con sus grandes conocimientos en materia de literatura, arte y música, no solo la de Nino Rota, por descontado. Críticas eruditas escritas por alguien muy culto, pero con una enorme capacidad de comunicación, perfectamente comprensibles para cualquier lector.


Contrariamente a lo que mucha gente pueda creer, nunca tuve mucho trato personal con Latorre en estos veinticinco años. La mayor parte de nuestras conversaciones eran de tipo profesional y por teléfono. Recuerdo haber asistido a algunas de las presentaciones de sus libros, coincidir en el Festival de Sitges, hacerlo una vez al mes en la redacción de Dirigido por… e Imágenes de Actualidad, en los consejos de redacción y poco más. No presumo en absoluto de haberle conocido bien ni de ser uno de sus mejores amigos. Él y yo éramos muy distintos. No soy un “continuador” de su obra ni nada por el estilo; que carguen otros con ese papel, si quieren, o pueden. Pero la importancia que ha tenido en mí como crítico de cine está fuera de toda duda, y si eso no gusta —me consta—, basta con no leer lo que escribo: yo suelo ser el primero en decir que hay cosas mejores que leer. Las necedades de este estilo hace tiempo que no hacen otra cosa sino aburrirme.


Me consta que la devoción de Latorre por Rota (entre otras muchas cosas) iba más allá de lo intelectual y entraba, de lleno, en el terreno de lo sentimental, algo que un profesional del escepticismo como él jamás habría querido reconocer. Un escéptico que se miraba con respeto, pero también con prudente distancia, la creencia en la vida ultraterrena, algo que dejó en evidencia en una necrológica que escribió para Dirigido por… sobre su admirado (y admirable) Peter Cushing, a quien le dedicó su libro de cine fantástico, donde se hacía eco de la famosa creencia del actor según la cual confiaba que, cuando muriera, se iba a reencontrar con su querida esposa y su viejo amigo Terence Fisher (realizador que, huelga decirlo, debe no poco a Latorre su posterior reconocimiento entre la crítica de cine de nuestro país). ¿Se imaginan ustedes un encuentro en el otro barrio entre Latorre y Rota? Caso de haberse producido —chi lo sa?—, seguro que tienen cuerda para rato.

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” y “DIRIGIDO POR…” de DICIEMBRE 2014, a la venta

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El estreno más espectacular de estas Navidades, El hobbit: La batalla de los cinco ejércitos (The Hobbit: The Battle of the Five Armies, 2014), de Peter Jackson, es el principal motivo de portada del núm. 352 de Imágenes de Actualidad.


Destacan, asimismo, una entrevista con Jennifer Lawrence, con motivo del estreno de Los juegos del hambre: Sinsajo – Parte 1 (The Hunger Games: Mockingjay – Part 1, 2014, Francis Lawrence); Exodus: Dioses y reyes (Exodus: Gods and Kings, 2014), que se complementa con una entrevista con su director, Ridley Scott,  y un artículosobre otras versiones para el cine y la televisión de la historia del Moisés, Relatos bíblicos; Magia a la luz de la luna(Magic in the Moonlight, 2014), de Woody Allen; Frío en julio (Cold in July, 2014), de Jim Mickle; Big Hero 6 (ídem, 2014), de Don Hall y Chris Williams, que se complementa con un artículo sobre la asociación de Disney con Marvel, Marvel, 75 años: Del “pulp” al pop. Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo (2014), de Javier Fesser; En tercera persona (Third Person, 2014), de Paul Haggis; Hombres, mujeres & niños (Men, Women & Children, 2014), de Jason Reitman; St. Vincent (ídem, 2014), de Theodore Melfi; Big Eyes (ídem, 2014), de Tim Burton; e Invencible (Unbroken, 2014), que se complementa con una entrevistacon su realizadora, Angelina Jolie. A ello hay que añadir las secciones Primeras Fotos, con avances de los films Furious 7 (2015), de James Wan, In the Heart of the Sea (2015), de Ron Howard, y Mortdecai (ídem, 2015), de David Koepp; Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos. Una mención especial merece el hecho, desdichado, de que este número contenga la última sección de Libros firmada por nuestro malogrado compañero José María Latorre.


El Cult Movie que he escrito este mes está dedicado a la simpática película de ciencia ficción de Richard Fleischer Viaje alucinante (Fantastic Voyage, 1966): “Por más que no fueran muy abundantes, películas como “Planeta prohibido” (Fred McLeod Wilcox, 1956; núm. 265) o “Viaje alucinante” demuestran que, antes de “2001: Una odisea del espacio” (1968; núm. 173), el cine norteamericano ya había realizado incursiones dentro del cine de ciencia ficción de alto presupuesto, en una nueva demostración que –dejando aparte sus indudables virtudes– el film de Stanley Kubrick fue, entre otras cosas, una síntesis de anteriores aportaciones cinematográficas dentro del género sin las cuales acaso nunca hubiese existido”.


Mi contribución al Imágenes de Actualidad de este mes se completa con las críticas de la excelente Interstellar (ídem, 2014), de Christopher Nolan...,


…y de la irregular pero curiosa Orígenes(I Origin´s, 2014), de Mike Cahill.


Por su parte, el núm. 450 de Dirigido por… dedica una semblanza en honor de José María Latorre, con motivo de su reciente fallecimiento.


El tema de portada es la primera entrega de un dossier dedicado al Free Cinema, que consta a su vez del artículo ¿Qué fue el “Free Cinema”? Una presentación, escrito por Antonio José Navarro, que se complementa a su vez con las antologías de tres películas que pueden considerarse precursoras de este movimiento: Ruta infernal (Hell Drivers, 1957), de Cy Endfield [Ricardo Aldarondo], Un lugar en la cumbre (Room at the Top, 1959), de Jack Clayton [Ricardo Aldarondo], y Crimen al atardecer (Sapphire, 1959), de Basil Dearden [Antonio José Navarro]; Gente en sitios. Los cortos documentales, elaborado por Quim Casas; Tony Richardson. Mirando hacia atrás con ironía, que se complementa a su vez con tres antologías de otros tantos films suyos, Mirando hacia atrás con ira(Look Back in Anger, 1958) [Diego Salgado], Un sabor a miel (A Taste of Honey, 1961) [Quim Casas] y La soledad del corredor de fondo (The Loneliness of the Long Distance Runner, 1962) [Tonio L. Alarcón]; y Karel Reisz. La frustración del corredor de fondo, de Óscar Brox Santiago, complementado a su vez por las antologías de dos de sus películas, Sábado noche, domingo mañana (Saturday Night and Sunday Morning, 1960) [Quim Casas] y Night Must Fall (1964) [Tonio L. Alarcón].


Otro destacados contenidos son los extensos comentarios críticos de Insterstellar, que firma Quim Casas, quien asimismo firma los dedicados, dentro de la sección Flashback, a Dorothy Arzner, con motivo de la pronta edición en formato doméstico en nuestro país de varios títulos de esta realizadora, y a Akira Kurosawa, por la edición en formato doméstico de tres de sus mejores trabajos: Vivir, Trono de sangre y Yojimbo. También se incluye la crítica de Magia a la luz de la luna, que aborda Israel Paredes Badía; un pequeño estudio dedicado al realizador Jim Mickle, con motivo del próximo estreno de Frío en julio, que firma Tonio L. Alarcón, y que se completa con una entrevista firmada al alimón por Alarcón y Nicolás Ruiz; Alarcón también firma el comentario de la 3ª temporada de la serie Arrow (ídem, 2012- ), dentro de la sección de Televisión; también hallamos crónicas de las últimas ediciones de los festivales de Cine Europeo de Sevilla [Gerard Casau], Zinebi (Festival de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao) [Ángel Comas] y la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, que firma Antonio José Navarro, quien a su vez rubrica el comentario de uno de los títulos reseñados en la sección Pantalla Digital (los otros siete corren a cargo de Juan Carlos Vizcaíno Martínez y Quim Casas) y del film que cierra el número dentro de la sección Cinema Bis: Sherlock Holmes and the Voice of Terror (1942), de John Rawlins. Joan Padrol firma nuevamente su sección de Banda Sonora.


Contribuyo a este número con la extensa crítica de un film, a mi entender, extraordinario: Mr. Turner (ídem, 2014), de Mike Leigh…;


…y con el mencionado artículo dedicado a Tony Richardson. Mirando hacia atrás con ironía, para el dossier Free Cinema…;


…además de las críticas de otras tres películas bastante menos memorables: Los juegos del hambre: Sinsajo – Parte 1…,


La ignorancia de la sangre (2014), de Manuel Gómez Pereira…,


…y París-Manhattan(Paris-Manhattan, 2012), de Sophie Lellouche.

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España, 1980: “LA ISLA MÍNIMA”, de ALBERTO RODRÍGUEZ

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[ADVERTENCIA: EL PRESENTE ARTÍCULO ES LA VERSIÓN ÍNTEGRA DE MI CRÍTICA PUBLICADA EN EL NÚM. 351 DE “IMÁGENES DE ACTUALIDAD”.] Aún siendo una obra fallida, Grupo 7, la anterior película de Alberto Rodríguez, albergaba maneras y atesoraba apuntes que ahora brillan, en todo su esplendor, en La isla mínima: la atmósfera de turbulencia, la ambigüedad de los personajes, la densidad en la descripción de ambientes y la fuerza dramática de los silencios: La isla mínima es uno de esos films cada vez más raros de ver en los que lo que se calla es tanto o más importante que lo que se dice.  


Rodríguez y su coguionista habitual Rafael Cobos presentan una intriga de ficción, levemente inspirada en algunos sucesos de la crónica negra tan famosos como el de las niñas de Alcàsser, para desarrollar a partir de la misma una espesa trama policíaca –la investigación de la desaparición y asesinato de unas adolescentes en un pequeño pueblo marismeño por parte de dos antitéticos agentes de policía, Pedro y Juan (espléndidos Raúl Arévalo y, sobre todo, Javier Gutiérrez)– que se desarrolla en la España de 1980, un país renacido desde hace poco a la democracia pero que todavía esconde en su seno muchos vestigios de la horrenda moralidad nacional-católica del franquismo, esa época de la cual tan solo hablan bien quienes no la padecieron o se beneficiaron de ella. 


La isla mínima se suma con todos los honores a la reciente (y brillante) nueva ola del policíaco español –No habrá paz para los malvados (Enrique Urbizu), El Niño (Daniel Monzón)–, y a una ilustre tradición de durísimos retratos del lado tenebroso de la piel de toro donde hallamos títulos todavía pendientes de reivindicación como El aire de un crimen (Antonio Isasi-Isasmendi) o El 7º día (Carlos Saura).


Sombría y a la vez humana, misteriosa y al mismo tiempo diáfana de exposición, La isla mínima arroja una mirada desencantada y dolorosa en la que subyace una visión muy pesimista de la España de la época (¡y qué poco que hemos avanzado desde entonces!). Lo hace, además, por medio de una puesta en escena elegante y rigurosa, en la cual el abrupto realismo de determinadas situaciones –cf. la espléndida persecución automovilística nocturna, o la inquietante pelea final en las marismas bajo un manto de lluvia– se combinan, con armonía, con algunas pinceladas de irrealidad en el borde de lo fantástico –cf. la aparición de una chica caminando de noche y a oscuras al lado de la cuneta– que confieren una estimulante personalidad al conjunto. Llaman la atención los extraordinarios planos generales en picado sobre los paisajes de la zona, convertidos así en una especie de geografía onírica donde cualquier horror es posible.

Homenaje a JOSÉ MARÍA LATORRE en MIRADAS DE CINE

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Los amigos del portal Miradas de Cine han dedicado un estupendo homenaje al recientemente desaparecido José María Latorre. Aquí están los enlaces para todos los interesados:

En recuerdo de José María Latorre (presentación general):

Contra el lugar común, por Quim Casas:

Elegía a una especie en vías de extinción, por Antonio Castro:

José María Latorre o la escritura revelada, por Carlos Losilla:

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de ENERO 2015, ya a la venta

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Corazones de acero (Fury, 2014), de David Ayer, es la película de portada del número de Año Nuevo de Imágenes de Actualidad: el núm. 353; reportaje que se complementa a su vez con una entrevista con el principal protagonista del film, Brad Pitt. También se destacan en la cubierta los films que ocupan este mes la sección Primeras Fotos: los avances de Star Wars: El despertar de la fuerza (Star Wars: The Force Awakens, 2015), de J.J. Abrams; Pan (2015), de Joe Wright; Terminator Génesis (Terminator Genisys, 2015), de Alan Taylor; y Chappie (ídem, 2015), de Neill Blomkamp.


Dentro del mismo número destacan los reportajes dedicados a Into the Woods (ídem, 2014), de Rob Marshall; Babadook (The Babadook, 2014), de Jennifer Kent; Autómata(2014), de Gabe Ibáñez; V3nganza (Taken 3, 2015), de Olivier Megaton; Somos lo que somos (We Are What We Are, 2013), de Jim Mickle; La teoría del todo (The Theory of Everything, 2014), de James Marsh, que se complementa con una entrevistacon su protagonista masculino, Eddie Redmayne, y un retrato de su protagonista femenina, Felicity Jones; la nueva versión de Annie (ídem, 2014), de Will Gluck; The Imitation Game (Descifrando Enigma) (The Imitation Game, 2014), de Morten Tyldum; Maps to the Stars(ídem, 2014), de David Cronenberg [que tras el cierre de esta edición ha visto atrasada su estreno al mes de marzo]; Whiplash(ídem, 2014), de Damien Chazelle; Blackhat (Amenaza en la red)(Blackhat, 2015), de Michael Mann; Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia) (Birdman or (The Unexpected Virtue of the Ignorance), 2014), de Alejandro González Iñárritu; y El jugador (The Gambler, 2014), de Rupert Wyatt. A todo ello hay que sumar, como siempre, las secciones Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Víay Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de Antonio José Navarro; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


Complementando (vagamente) el dossier dedicado al Free Cinema que aparece estos días en Dirigido por…, el Cult Moviedel mes lo he dedicado a un excelente film rodado en los Estados Unidos por el británico John Schlesinger: Marathon Man (ídem, 1976), “Durante mucho tiempo se consideró que la obra del realizador británico John Schlesinger carecía de interés más allá de sus aportaciones al movimiento del “Free Cinema” de principios de su carrera (…), y que tras su inmersión en el cine estadounidense, y además por la puerta grande gracias a “Cowboy de medianoche”, poco o nada de lo que hizo luego estuvo a esa altura. Todo eso es harto discutible, pues si bien es verdad que hasta el final de su carrera llevó a cabo títulos fallidos (…), también firmó algunos muy interesantes (…). “Marathon Man” se encuentra en este último grupo, y es su mejor película realizada en los Estados Unidos”.


Mi contribución a este número concluye con una crítica de la muy agradable (y sorprendentemente vilipendiada) Magia a la luz de la luna(Magic in the Moonlight, 2014), de Woody Allen. ¡Qué duros que se ponen algunos a veces, hombre! 

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“29 MIRADAS SOBRE SPIELBERG”, ya a la venta

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Acaba de publicarse y ya ha empezado a distribuirse en grandes almacenes, con vistas a su pronta distribución en librerías especializadas, un volumen publicado por El Búho de Minerva Ediciones y coordinado por Pau Gómez que, con el título 29 miradas sobre Spielberg, agrupa otros tantos artículos firmados por muy diversos autores —Emilio Aragón, Aurora Bosch, Quim Casas, Borja Cobeaga, Eduard Cortés, Rodrigo Cortés, Luis Alberto de Cuenca, Sergio G. Sánchez, Enrique Gato, Kike Maíllo, César Mallorquí, Rafael Maluenda, Carlos Marañón, Luis Martínez, Vicente Molina Foix, Daniel Monzón, Guillem Morales, Enric Pardo, Oriol Paulo, Santiago Posteguillo, Paco Roca, Alberto Rodríguez, Ángel Sala, Antonio Sánchez-Escalonilla, Eduardo Segura, Javier Serra, Lorenzo Silva, Nuria Vidal y un servidor—, los cuales repasan veintinueve largometrajes para el cine que conforman la filmografía de Steven Spielberg. El libro cuenta, además, con una introducción de Alejandro Amenábar, un prólogo de Jaume Balagueró y un epílogo de J.A. Bayona, y está profusamente ilustrado con fotografías en color. Aunque mi aportación se centra en uno de los films menos afortunados de Spielberg —El mundo perdido (Jurassic Park) (The Lost World: Jurassic Park, 1997)—, ha sido un placer participar en una obra que tiene el indiscutible atractivo que siempre supone la pluralidad de opiniones y puntos de vista sobre un cineasta de semejante categoría.

Forastera en Tierra extraña: “UNDER THE SKIN”, de JONATHAN GLAZER

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Under the Skin(2013), tercer largometraje del realizador londinense Jonathan Glazer tras diversos trabajos en el terreno del videoclip, y habiendo demostrado hasta la fecha un muy desigual talento cinematográfico —su primer largo, Sexy Beast (ídem, 2000), era excelente; el segundo, Reencarnación (Birth, 2004), nefasto—, hace gala de una fascinante formulación visual, que sitúa al espectador en un terreno frágil y quebradizo.


El arranque de Under the Skin guarda ecos, acaso inevitables, de 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968). La imagen se encuentra en negro. Lentamente, un pequeño punto de luz va creciendo en el centro de la pantalla hasta convertirse en un resplandor cegador que la cubre casi por completo. Dicha imagen da paso a una serie de planos, estos sí ya más claramente “espaciales”, en los cuales vemos una asociación de imágenes entre lo que parece una alineación de planetas —es aquí donde resulta difícil no pensar en la famosa película de Stanley Kubrick—, algo que se diría una especie de ojo negro en primerísimo primer plano (de hecho es un ojo, y más concretamente un ojo no humano, pero eso no lo sabremos hasta justo el final de la película), y finalmente lo que claramente sí es un ojo humano. La abstracta secuencia que acabamos de describir proporciona algunas claves relacionadas con la propia trama del film, como por ejemplo el (teórico, pues nunca se dice en voz alta) origen extraterrestre del personaje protagonista, la muchacha sin nombre interpretada por una sorprendente Scarlett Johansson (de ahí la justificación de las imágenes, digamos, “siderales” o “planetarias”), y la de ese ojo que no parece/no es de nadie perteneciente a la raza humana. Pero, a otro nivel, podemos interpretar esta primera secuencia como un aviso por parte del realizador de que la mirada va a tener una enorme importancia a lo largo del relato. Salvando las distancias, esos ojos en primer plano no son sino una advertencia de cara al espectador, parecidos o incluso equivalentes a ese otro y no menos intrigante primer plano de un ojo que hallamos en el arranque de Blade Runner (ídem, 1982, Ridley Scott), otra película que, como Under the Skin, juega con la apariencia “humana” de seres “no humanos”, tanto da que sean unos androides “replicantes” o una alienígena.  


Desde este punto de vista, en Under the Skin la mirada resulta fundamental. Sirve, por un lado, para establecer vínculos entre los personajes. La protagonista sin nombre recorre las calles de una localidad escocesa —Under the Skin ha sido rodada principalmente en Glasgow— al volante de su camioneta, y desde esa perspectiva se va fijando en los hombres jóvenes que se encuentra, y a los que, usando el truco más viejo del mundo (su belleza), atrae hacia una misteriosa trampa mortal de la que casi ninguno regresará. Subrayo el “casi”, pues habrá una excepción: un joven con el rostro deformado por la neurofibromatosis —personaje que encarna Adam Pearson, quien sufre realmente dicha enfermedad—, que en un crucial arranque de piedad de la chica, el primer indicio de su proceso de “humanización”, será el único superviviente de la encerrona preparada por la joven en colaboración con su compañero, otro (supuesto) extraterrestre que ha adoptado la apariencia de un motorista (Jeremy McWilliams). En contrapartida, la atracción que sienten los hombres hacia la protagonista está asimismo vehiculada sobre la mirada: varios incautos caerán en sus redes, atraídos como las moscas a la miel, tanto los viandantes que acabarán atendiendo a sus peticiones de ayuda para localizar una dirección —la protagonista siempre tiene el cuidado de interrogarles sutilmente, a fin de averiguar si son hombres solitarios a los que nadie va a echar de menos caso de que desaparezcan—, como los hombres que irá encontrando cuando se vea obligada a abandonar la ciudad y buscar refugio en el campo, caso del que accederá a ayudarla, dándole refugio en su propia casa tras conocerla en el autobús; o el guarda forestal que, aparentando también querer ayudarla, más tarde intentará violarla en el clímax del relato. No por casualidad, muy distinta es la impresión que la chica causa en las mujeres humanas: completamente ajenas al origen alienígena de la protagonista, un grupo de amigas que van de fiesta no dudan en cogerla y llevársela consigo a una discoteca (sic).


Glazer y el guionista Walter Campbell, partiendo de la primera novela escrita por el holandés Michel Faber publicada en 2000 y conocida entre nosotros con el título de Bajo la piel (Anagrama, 2002), y que lamento desconocer —Faber también es autor de Pétalo carmesí, flor blanca (Anagrama, 2007), adaptada a televisión por la BBC en formato miniserie: The Crimson Petal and the White (Marc Munden, 2011)—, plantean Under the Skin, como ya he apuntado, desde una perspectiva abstracta. En ningún momento se nos da lo que se conoce como “explicación racional” en torno al origen de la principal protagonista; se ha dicho que puede tratarse de una alienígena, explicación plausible a la vista de sus extrañas actividades, por más que el espectador puede interpretar asimismo que se trata de una criatura procedente de una dimensión paralela cuya puerta de acceso esté ubicada en nuestro mundo.


Esta última explicación resulta asimismo tan “coherente” como pueda serlo la de la teórica procedencia extraterrestre de la chica, habida cuenta que la secuencia que nos la presenta por primera vez en la película hace gala de un rotundo desprecio del verosímil. Ya hemos mencionado la secuencia de apertura de ambientación “sideral”. La misma enlaza con la imagen de un motorista —el mencionado colaborador de la protagonista—, tomada con la cámara colocada aparentemente sobre el manillar de su motocicleta y encuadrándolo en primer plano, como si de este modo “surgiera” de la oscuridad de la secuencia inicial y se internara así en la carretera nocturna que le lleva hasta la ciudad. Una ciudad donde pronto veremos a dicho personaje llevando a cabo una actividad misteriosa: cargando sobre el hombre con el cadáver de otra mujer joven (Lynsey Taylor Mackay), e introduciéndolo en la parte trasera de la camioneta que luego conducirá la protagonista femenina. Aquí se produce la ruptura del verosímil a la que me refería: la secuencia cambia completamente, situándonos en un irreal escenario de un blanco cegador (de nuevo, un poco Kubrick), sin paredes, techo y prácticamente sin suelo visibles, donde la protagonista, desnuda, procede a desnudar el cadáver de la chica para colocarse ella misma la ropa y el calzado de la difunta; a continuación, vemos a la protagonista ya vestida y saliendo por la parte trasera de esa camioneta para ponerse al volante de la misma, dando a entender así que ese escenario blanco y sin límites se encontraba dentro del vehículo, lo cual es físicamente imposible.


No es de extrañar que, una vez rota de manera tan contundente cualquier asomo de verosimilitud, Under the Skin introduce al espectador en un universo fantástico que se encuentra literalmente agazapado tras el estilo aparentemente realista y/o naturalista de las andanzas de la protagonista a la caza de hombres jóvenes y solitarios. Hombres que son absorbidos por la trampa a las que les conduce la chica de una manera asimismo completamente ajena a la dictadura de la realidad racional: en una serie de escenas espléndidamente filmadas y de una rara capacidad de sugestión, asistimos al fatídico destino de las presas capturadas por la muchacha; en esta ocasión, el escenario se sitúa en el interior de un bloque de viviendas situado en las afueras de la ciudad y aparentemente abandonado; dicho interior, al contrario que el de la camioneta, está dominado por una oscuridad total, si bien “iluminada” y/o “retocada” de tal manera que permite ver los cuerpos de la muchacha, caminando en ropa interior por ese espacio de oscuridad interminable, y el de los hombres a los que ha seducido, desnudándose por completo y siguiéndola hasta que, de pronto, empiezan a hundirse en el suelo de la estancia dentro de lo que parece un líquido denso, casi amniótico: ¿las víctimas de la joven, efectivamente, “mueren”, o acaso son transportados a algo parecido a otro nivel de la existencia? Si bien al principio tan solo vemos el comienzo de ese misterioso “proceso de absorción”, al final terminaremos viéndolo en detalle: la cámara sigue a uno de los infortunados bajo el líquido, hundiéndose en la negrura pero sin mostrar, curiosamente, signo alguno de ahogamiento; dentro de ese líquido, la víctima ve a otro hombre desnudo y todavía vivo que, de repente, parece “implosionar” (explotar hacia adentro), quedando solamente la piel del cuerpo entero flotando vacía de carne, sangre y huesos; otra “implosión” no tarda en poner fin a la angustiosa situación del primer hombre…


Hemos mencionado líneas atrás que uno de esos jóvenes logra salir con vida de esa extraña trampa: uno que padece neurofibrotamosis y que, más solitario y carente de compañía femenina que sus compañeros de infortunio, cae fácilmente en las redes de la protagonista: “debo estar soñando…”, murmura, encontrándose ya en la fatídica estancia oscura… Pero, además de introducir mediante esa frase un apunte sobre el carácter onírico que preside la totalidad del relato, el hecho de que, como también hemos avanzado, este hombre de rostro deforme sobreviva a la trampa tendida por la protagonista no es sino uno de los indicios del progresivo proceso de humanización de esta última. No es el único, aunque dicho proceso no se da de manera brusca sino, por el contrario, lenta y gradual. Ahí está, por ejemplo, el episodio que se produce, aquí a la luz del día, en la playa; la protagonista capta con su belleza la atención de otro joven que está nadando en el mar usando un traje de neopreno; de pronto, se produce un incidente inesperado: en otro extremo de la playa, un hombre se lanza vestido al mar embravecido, en un desesperado intento por rescatar a una mujer que está siendo tragada por las olas, mientras que en la orilla les aguarda, sentado, un niño de pocos meses, aparentemente su hijo; el joven del traje de neopreno echa a correr hacia ese extremo de la playa, se lanza al agua e intenta rescatar, al menos, al hombre (la mujer ya ha sido tragada por el mar); pero el hombre rescatado vuelve a lanzarse al mar, intentando de nuevo el rescate desesperado de la mujer, mientras que su rescatador, exhausto, se desploma en la orilla, inconsciente; la protagonista, que ha sido testigo indiferente de toda esta tragedia, se acerca al joven y lo arrastra por los brazos para llevárselo consigo, dejando a su suerte al otro hombre en el mar y al bebé en la playa. Más adelante, Glazer inserta un plano con la patética imagen del bebé, llorando a la orilla del mar, ya de noche, expuesto a los elementos. Más avanzado el metraje, el realizador resuelve elípticamente el momento en que la muchacha perdona la vida del joven con neurofibrotamosis: primero le vemos entrar y empezar a desnudarse en el interior de la casa abandonada, siguiendo la pauta de quienes le han precedido; Glazer corta, y nos muestra de nuevo el exterior de la casa, y cómo a través de los matorrales ese mismo joven deforme huye, desnudo, corriendo tan rápido como puede…: sus torpes andares no pueden menos que recordarnos esa imagen del bebé en la playa, la otra víctima de la protagonista que no ha tenido tanta suerte.


Perdonar la vida del joven deforme tendrá consecuencias para ella. Sabiendo que ha “desobedecido” aquello que hasta ese momento estaba desempeñando, la joven se da a la fuga fuera de la ciudad, siendo perseguida por el mismo motorista que le servía de cómplice, y al cual no tardan en unirse otros motoristas, que se reparten por distintos puntos cardinales para localizarla. El relato entra entonces en otra dinámica narrativa, no menos interesante que la que ha estado desarrollando. El proceso de humanización de la protagonista va avanzando a marchas forzadas: no solo, como acabamos de ver, por la diferencia de su conducta entre lo ocurrido en la playa y el episodio con el joven deforme (en lo que puede verse un primer indicio del proceso de estimación del instinto de supervivencia de los seres humanos por parte de la alienígena), sino por una serie de detalles y acontecimientos posteriores de carácter físico, carnal, que harán que la muchacha lleve a cabo una suerte de descubrimiento de su propia entidad corporal humana: la mancha de sangre que palpa con sus dedos y que contempla con embeleso; más adelante, esa secuencia —muy “capturada” por internet pero sin tener en cuenta, claro está, el sentido que tiene dentro de la narración propuesta por este magnífico film; es decir, quedándose en lo más frívolo y superficial— en la que, como digo, la muchacha examina su cuerpo desnudo ante un espejo, maravillándose por primera vez ante la belleza del mismo en sí mismo considerado, es decir, acaso dejándolo de ver tan solo como un ardid para “cazar” (hay que reconocer aquí la inesperada valentía de una Scarlett Johansson que, hasta la fecha, no había mostrado en una pantalla semejante carencia de inhibiciones y prejuicios); o ese momento, excelente, en el cual la chica accede a una improvisada cópula con el hombre que la ha recogido y alojado en su vivienda: de repente, la muchacha se incorpora del lecho en el instante mismo de la penetración, coge una lámpara y (de espaldas a la cámara) examina “algo” en el interior de su sexo, en un gesto que tendrá un sorprendente significado en las bellísimas escenas finales del relato.


Hermoso final, como digo, en el que —por mediación, como ya hemos apuntado, del intento de violación de un desaprensivo guarda forestal— la protagonista revelará su naturaleza “no-humana”, descubriendo literalmente lo que oculta bajo la piel, antes de morir asesinada: el plano en el que “la alienígena” mira, cara a cara, el rostro humano que hasta ese momento ha cubierto sus auténticas facciones, como interrogándose sobre qué extraño proceso físico y emocional ha hecho de ella una criatura diferente, es uno de los mejores que nos haya legado el cine fantástico de estos últimos años. Under the Skin es una extraordinaria película, cuya ausencia no ya de nuestros cines como de las ediciones nacionales en formato doméstico o —salvo error del que suscribe— en plataformas de visionado dice muy poco a favor de la perspicacia y sensibilidad de nuestros distribuidores.

“Dossier” DAVID CRONENBERG (2ª parte), en CINE ARCHIVO

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¿Qué mejor manera de empezar el nuevo año en este blog que con uno de los mejores realizadores de la actualidad, David Cronenberg? El portal Cine Archivo publica estos días la segunda parte de un completo dossierdedicado a la obra de este magnífico cineasta canadiense, con motivo del próximo estreno de su más reciente propuesta, Maps to the Stars (ídem, 2014), al cual contribuyo con un par de textos que, en su momento, difundí a través de este blog: uno dedicado a la, para mi gusto, extraordinaria Un método peligroso (A Dangerous Method, 2011) (1)..., 


...y otro que incluye un análisis de la novela de Don DeLillo que dio pie a la también muy interesante Cosmópolis (Cosmopolis, 2011) (2). Dos películas, a mi entender, absurda y perezosamente maltratadas en el momento de su estreno, salvo honrosas excepciones, y que bien merecen ser reconsideradas.


Cine Archivo:
Especial David Cronenberg (Parte II, 1993-2014):
“Un método peligroso”: Conocimiento carnal:
“Cosmópolis”: Dead Cats, Dead Rats, por Sergi Grau + comentario de la novela:

Apuntes, apuntes (2): “CAPITÁN PHILLIPS” – “X-MEN: DÍAS DEL FUTURO PASADO” (+ “VALKIRIA”)

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTOS FILMS.]


Piratas somalíes: Capitán Phillips(Captain Phillips, 2013), de Paul Greengrass.- No había tenido ocasión hasta hace muy poco de ver esta película estrenada a primeros de año del muy irregular Paul Greengrass, cineasta británico bien afincado en Hollywood (y que conste que no lo digo con envidia) y capaz de obras tan interesantes —por más que, sorprendentemente, poco o nada apreciadas— como la magnífica Bloody Sunday (Domingo sangriento)(Bloody Sunday, 2002) o ese film bastante mejor de lo que se dijo en su momento, Green Zone: Distrito protegido(Green Zone, 2010) (1), frente a mediocridades como Extraña petición(The Theory of Flight, 1998) —¿no la recuerdan?: pues ni falta que les hace—, y de cosas, en cambio, aplaudidas a rabiar del calibre de United 93 (ídem, 2006), El mito de Bourne (The Bourne Supremacy, 2004) y El ultimátum de Bourne (The Bourne Ultimatum, 2007), secuelas estas dos últimas de una película no menos mala, El caso Bourne (The Bourne Identity, 2002, Doug Liman). Por fortuna, Capitán Phillips está por encima de las cinco mencionadas en último lugar, aunque el resultado final me parece algo decepcionante.


Hasta cierto punto, Capitán Phillips viene a ser, dentro de la obra de Greengrass, una nueva introspección, corregida y aumentada, del empleo del estereotipo llevada a cabo en Green Zone: Distrito protegido, con la diferencia, empero, de que en esta última eso estaba más conseguido. Recordemos que en ella Matt Damon interpretaba (tan mal como siempre, pero eso ahora no cuenta) a un típico “héroe made in USA” involucrado en una guerra, si cabe (es una forma de hablar), más “sucia” que la de Vietnam, la de Irak, con la determinación de desvelar la que seguramente es la excusa política para justificar una guerra más repugnante llevada a cabo en lo que llevamos de este frenético siglo XXI: la presunta existencia de armas de destrucción masiva. En ese film el héroe convencional encarnado por Damon chocaba ferozmente con una realidad que le sobrepasaba y que ponía al desnudo su condición de estereotipo incapaz de alterarla substancialmente, en lo que puede verse una enésima demostración de ese famoso dicho según el cual la realidad siempre supera a la ficción. En Capitán Phillips, Greengrass y el guionista Billy Ray parten de otro tipo de estereotipos, el representado cada uno a su manera por Richard Phillips (Tom Hanks), capitán de un carguero que navega con bandera norteamericana por las costas de África, y Muse (Barkhad Abdi), líder de un puñado de desnutridos piratas somalíes que, con sorprendente audacia, abordan el barco comandado por Phillips e intentan, primero, robar el dinero y mercancía de valor que transporta, y luego secuestran al propio Phillips con el propósito de pedir un fuerte rescate a cambio de su libertad. Si, como digo, en Green Zone: Distrito protegido había una utilización no exenta de cierta ironía del estereotipo heroico encarnado por Damon, Capitán Phillips pivota sobre el enfrentamiento, físico pero sobre todo psicológico entre dos arquetipos humanos: por un lado, el capitán de carguero que, en el estricto cumplimiento de su deber, intenta evitar el abordaje de los piratas somalíes, y tras no conseguirlo, que la mercancía y en particular sus hombres no sufran daño alguno; y por otro, un expescador somalí de aspecto desnutrido (le apodan, cómo no, “El Flaco”) tras el cual se halla la determinación de alguien al que la pobreza le ha arrebatado lo seguramente poco que tenía y que, desesperado y ya sin nada que perder, está dispuesto a arriesgar la propia vida a cambio de sacar la máxima tajada de su peligrosa aventura.


No es casual, en este sentido, que antes de “entrar en materia” el film nos muestre en primer lugar a Phillips y a Muse en su entorno cotidiano antes de llegar al momento de su enfrentamiento: el primero, despidiéndose de su esposa (Andrea: una fugaz Catherine Keener), quien antes le lleva al aeropuerto en coche, momento que aprovechan ambos para hablar de sus hijos y manifestar cuánto les preocupa su futuro (en conversación, deliberadamente, de actualidad: “nuestros hijos lo tendrán más duro que nosotros…”); mientras que el segundo, en cambio, es presentado en un escenario mucho más duro y áspero que el del anterior, un poblado somalí donde la pobreza se palpa en el ambiente y en el que los hombres se pelean con tal de ser elegidos por Muse u otros desesperados como él para unirse a sus pandillas, cuyos miembros, armados con metralletas, se han organizado para convertirse en piratas y atracar los cargueros que se acercan a sus costas. El contraste es evidente, cuando no obvio: los “problemas”, entre comillas, de Phillips y su cónyuge en relación al rendimiento en los estudios de sus hijos y la incertidumbre de su futuro laboral quedan así reducidos a la nada en comparación con los Problemas, con mayúscula, de Muse y los que, como él, se lanzan al mar movidos por el hambre y la miseria. En uno de los momentos culminantes de ese enfrentamiento psicológico al que me refiero, Phillips le dice a Muse que un pescador como él no tiene porqué convertirse en un secuestrador, a lo cual el somalí le replica: “Puede que en América no…”.


El problema de esta película reside en su descompensación. Si bien intenta mostrarse ecuánime a la hora de mostrarnos tantos datos sobre Phillips como sobre Muse, en ambos casos el resultado es estereotipado y superficial. En este sentido, lo mejor reside en el contraste existente entre los intérpretes elegidos para encarnarles, un sobrio Tom Hanks que confiere una notable humanidad a su personaje (las interpretaciones más recientes de este actor me parecen mucho mejores que las que le dieron la fama en los momentos “culminantes” de su carrera), y el intérprete no profesional Barkhad Abdi, cuyo aspecto famélico y mirada soñolienta se bastan por sí solos para conferirle grandes dosis de verdad a su papel. Por otra parte, el film incurre en otra grave descompensación narrativa a la hora de plantear y resolver el conflicto dibujado; dejando aparte su duración, un tanto exagerada para lo más bien poco que cuenta (134 minutos), hay un exceso de escenas destinadas a glosar con excesiva complacencia el todopoderoso despliegue que la marina estadounidense lleva a cabo con aparente facilidad en la zona marítima donde ha tenido lugar el abordaje del carguero de su país y el secuestro de Phillips, con vistas a solucionar uno y otro. Puede que se tratara de crear otro irónico contraste, la contraposición entre la nación rica y armada hasta los dientes que es capaz de mover una parte importante de su contingente marítimo-militar para acudir solícita al rescate de uno solo de sus ciudadanos, y la angustia de unos somalíes mostrados como desgraciados que no tienen otra alternativa que no sea dedicarse a la piratería o morir de inanición, pero el resultado acaba siendo tan ambiguo y, en el fondo, tan complaciente como a ratos lo era el de la demagógica United 93 (en ocasiones se dice de Greengrass y de otros realizadores de origen no estadounidense que se encuentran integrados-en-Hollywood; él lo está, y mucho). La prueba palpable de esa descompensación reside en sus escenas finales: los tres somalíes que retienen a Phillips en la lancha salvavidas con la que han huido del carguero son abatidos a tiros por los siempre repelentes marines, y su líder, Muse, es detenido tras haberle engañado para que acudiera a bordo del buque de la marina para negociar las condiciones de la liberación de Phillips; este centra, como digo, esas escenas finales, en las cuales le vemos aterrorizado, cubierto de pies a cabeza por la sangre de sus captores y en estado de shock, mientras es atendido por los médicos de a bordo, en una imagen antiheroica, cierto, pero que no encuentra su compensación / contraposición / contraste con la del detenido Muse: el sufrimiento del capitán norteamericano se antepone siempre al del pirata somalí, y con él la concesión al divismo de un, a pesar de todo, excelente Tom Hanks.


Ello no obsta para que Capitán Phillips sea en su conjunto una película más agradable de ver que las secuelas de las aventuras del horrible Jason Bourne perpetradas por Greengrass. Se nota, y mucho, que hay una moderación del plano corto y la cámara móvil que hasta hace poco eran su marca de fábrica estilística, aunque eso estaba mejor —vuelvo a insistir— en la superior Green Zone: Distrito protegido. Es de justicia anotar que el realizador británico demuestra buena mano para los momentos de acción, tal es el caso de la secuencia, magnífica, del abordaje de los piratas somalíes al carguero; que el suspense de todas las escenas desarrolladas a bordo de ese navío está excelentemente dosificado; y que, a pesar de que la acción abandona demasiado pronto el carguero, escenario atractivo dadas sus posibilidades plásticas y escenográficas, para situarse en el claustrofóbico interior de la lancha de salvamento donde viajan Phillips, Muse y los tres compinches de este, el film no por ello pierde ni ritmo ni intensidad, a pesar de que ambos se encuentren perjudicados por la esporádica inserción de esas “inevitables” y más bien molestas escenas desarrolladas en paralelo a las de la lancha y centradas en los aguerridos hijos del Tío Sam desplegando, para tranquilidad del espectador de nacionalidad estadounidense, la imagen de que la policía del mundo también reina allende los mares de la lejana, hostil y cada vez más olvidada África.        




Hipertexto mutante: X-Men: Días del futuro pasado (X-Men: Days of Future Past, 2014), de Bryan Singer.- La nueva entrega de la franquicia cinematográfica de los X-Men vuelve a hacer gala de una tendencia cada vez más consolidada dentro del cine estadounidense. Me refiero a la influencia del lenguaje de las series de televisión norteamericanas actuales, en el sentido de que, cada vez más, las “series” o “sagas” del cine hollywoodienseestán construidas de manera que cada secuela (o si se prefiere, “continuación”, “parte” o “entrega”) está tan intrínsecamente relacionada con la o las precedentes, que el desconocimiento de una o varias de estas dificulta sobremanera la comprensión argumental de la más reciente. Esto no tiene nada de nuevo, por descontado: la narración fragmentada de una misma trama o hilo argumental se remonta a la época del serial y no se ha dado solo en la televisión o en la radio, sino también a nivel literario en el caso del folletín o de cierta literatura popular “de bolsillo”, así como, por descontado, en los cómics, la materia prima de la que se nutre el nuevo film de un Bryan Singer felizmente recuperado (para la franquicia de los X-Men, quiero decir; no para ese buen cine que nunca ha dejado de practicar: mal que les pese a algunos, Superman Returns (ídem, 2006), Valkiria(Valkyrie, 2008; ver adenda) y Jack el caza gigantes (Jack the Giant Slayer, 2013) son buenas películas). Bajo esta perspectiva, en el fondo pocas cosas hay más “viejas” dentro del cine actual que las ya largo tiempo consolidadas franquicias de James Bond 007, Star Wars, Indiana Jones, Harry Potter, Batman, Rambo, Jason Bourne y tantas y tantas otras: vino añejo en odres nuevos, o todo lo más renovados.


Existe cierto consenso en que en buena parte del cine de hoy se ha implantado esa manera de narrar en función del recuperado y en la actualidad plenamente consolidado carácter “serial” de lo que, para entendernos, conocemos como franquicias (o dicho de otro modo, que hay una forma de narrar renovada, pues como hemos apuntado no es del todo nueva). Una cuestión es que esa forma de narración cinematográfica nos guste a nivel personal y/o particular: la sempiterna, y bendita, interferencia del gusto. Pero algo muy distinto de lo anterior es que rechacemos esa narrativa en base a un argumento, en el fondo, tan frágil y limitado como es el del propio gusto; desde esa perspectiva, y como experimento, me parece interesante esa adopción que está llevando a cabo el cine de la narrativa fragmentada en episodios propia de la televisión; adopción, o quizá mejor dicho, recuperación, si tenemos en cuenta una vez más, no lo olvidemos, que antes de las series de televisión o de la misma televisión existió el serial cinematográfico. Desde este punto de vista, y tomando como ejemplo la franquicia de los X-Men y la constituida paralelamente a modo de lo que se conoce como spin-off suyo, la de Lobezno, nos hallamos ante una “saga” que, al menos hasta el momento (y nada parece indicar que más adelante no sea así), se retroalimenta de sus propios hallazgos y giros de argumento, de manera que X-Men: Días del futuro pasado retoma la trama de la franquicia en el mismo punto en el cual concluyó X-Men: La decisión final (X-Men: The Last Stand, 2006, Brett Ratner), por más que esta nueva entrega también viene a ser, por un lado, un cruce de la línea narrativa abierta en esas tres primeras películas de la franquicia junto con la explorada en la —horrible palabreja— “precuela” X-Men: Primera generación (X-Men: First Class, 2011, Matthew Vaughn), y en lo que se refiere al personaje de Lobezno (Hugh Jackman), una continuación del hilo argumental abierto en Lobezno inmortal (The Wolverine, 2013, James Mangold), cuya secuencia final post-créditos, recordemos, ya anunciaba en cierto sentido X-Men: Días del futuro pasado mediante una inesperada aparición de los personajes del profesor Charles Xavier (Patrick Stewart) y Magneto (Ian McKellen) (1). Coda que se da asimismo en el nuevo film mediante la inserción de una breve y enigmática secuencia tras los títulos de crédito, que viene a erigirse en una especie de must de la ya anunciada X-Men: Apocalypse(2016).


Por tanto, la “ventaja” —si es que se le puede llamar así— de X-Men: Días del futuro pasado reside en que, con su carácter de obra que se nutre de otras obras, contribuye a matizar y/o completar a sus predecesoras, de manera que el film permite no solo otra profundización en la juventud de los personajes de Xavier, Magneto y Mística en la línea de la planteada en X-Men: Primera generación (y con el concurso de sus mismos intérpretes, James McAvoy, Michael Fassbender y Jennifer Lawrence respectivamente), sino también un nuevo giro final en virtud del cual la trama, que previamente ha “saltado” del futuro más lejano al pasado más pretérito (valga la redundancia) de los mutantes, termina regresando al pasado-presente en el cual se inició la franquicia, con Lobezno reencontrándose nuevamente en la escuela del profesor Xavier, por la cual se dejan ver —fugazmente— Pícara (Anna Paquin), Cíclope (James Marsden) y sobre todo su amada difunta, Jean Grey (Famke Janssen), que atormentaba las pesadillas del mutante de las zarpas en Lobezno inmortal y que de este modo reaparece “viva” —al igual que el mencionado Cíclope— porque en realidad en este nuevo plano temporal nunca ha “muerto”. Desde este punto de vista, podría decirse que la franquicia de los X-Men y otras construidas de similar forma conforman cada una a su manera una especie de hipertexto (o intertexto, como prefieren llamarlo algunos), más o menos similar a como lo define el teórico francés Gérard Genette. El “inconveniente”, como ya he apuntado, reside en que el carácter “serial” de las actuales franquicias comporta un factor de obligatoriedad, en virtud del cual es, si no necesario, sí altamente recomendable haber visto previamente X-Men (ídem, 2000, Bryan Singer), X-Men 2 (X2, 2003, Singer), X-Men: La decisión final, X-Men orígenes: Lobezno (X-Men Origins: Wolverine, 2009, Gavin Hood), X-Men: Primera generación y Lobezno inmortalpara captar todos los flecos de X-Men: Días del futuro pasado.


Sea como fuere, y viéndola en sí misma considerada, esta nueva entrega de la saga mutante me parece, como mínimo, tan interesante como las dos primeras contribuciones de Singer a la franquicia o como X-Men: Primera generación, cuyos méritos a mi entender se debían en no poca medida a la presencia en la misma de Singer en calidad de coautor del argumento y productor, por más que no falte quien considere que lo mejor de aquélla y de Días del futuro pasado reside en la presencia e influencia de Matthew Vaughn como responsable de parte del guión y de la realización de Primera generación y como coguionista de Días del futuro pasado, aunque esto último dependerá de la estima que cada cual sienta hacia Vaughn y su anterior aproximación al así llamado universo de los cómics de superhéroes, Kick-Ass: Listo para machacar (Kick-Ass, 2010), muy escasa en mi caso.


Días del futuro pasado atesora fragmentos memorables, empezando por la excelente secuencia de la llegada de Lobezno al pasado (años sesenta), despertándose en una habitación junto a una mujer desnuda y viéndose asaltado por unos mafiosos, en un fragmento al cual la cálida fotografía de Newton Thomas Sigel confiere una acertada atmósfera “sesentera” cuyo realismo contrasta con la irrealidad de la situación que allí se desarrolla, con el mutante de las zarpas mostrando otra vez su talento para que su cuerpo escupa las balas que acaban de dispararle. También destaca la particularmente brillante secuencia del rescate del joven Magneto del interior del edificio del Pentágono a cargo de Lobezno, el joven Xavier, el joven Bestia (Nicholas Hoult) y Quicksilver (Evan Peters), y por descontado, los magníficos “planos imposibles” en los cuales vemos al último de los citados recorriendo una habitación a cámara ultrarrápida y apartando de su trayectoria las balas de los agentes de seguridad que intentan acribillarles, en una nueva muestra, corregida y aumentada, de la habilidad demostrada por Singer en X-Men 2 para integrar en unos mismos encuadres la eficacia narrativa y la espectacularidad de los efectos visuales. Otro gran momento, en el cual el film alcanza la cota de dramatismo que no siempre consigue, es aquel en el que un enfurecido Magneto sacude amenazadoramente la estructura del avión en el que viaja junto con Lobezno, Xavier y Bestia, manifestando de nuevo el resentimiento que siente hacia una raza humana que no ha dejado de perseguirle desde que era niño: el crujido del avión expresa muy bien la medida del odio del personaje. Cabe señalar, asimismo, la secuencia del intento de asesinato de Bolivar Trask (Peter Dinklage) a manos de Mística saboteado por Lobezno, Magneto, Xavier y Bestia, ahora aliados en una causa común, en la cual la inserción de planos con estética de reportaje televisivo (justificados por la presencia de las cámaras de televisión) confiere cierto surrealista aire de política-ficción que no puede menos que hacer recordar, vagamente, a lo logrado por Zack Snyder en su lectura de Watchmen (ídem, 2009) (2); o el no menos brillante clímax, con Magneto alzando por los aires un estadio deportivo entero para utilizarlo como encerrona para Trask, el presidente Nixon (sic) y su equipo de colaboradores. El único reparo serio que impide que Días del futuro pasado sea la película-X-Men-definitiva que quiere ser reside, acaso, en cierta frialdad tonal que remonta, empero, en sus secuencias más “fuertes”, asimismo las más elaboradas y conseguidas.


Adenda: Con motivo de la publicación de mi comentario de X-Men: Días del futuro pasado, aprovecho la ocasión para recuperar un texto mío dedicado a otro film de Bryan Singer, Valkiria, originalmente publicado en la desaparecida primera versión de mi blog, en Blogspot.es, el 14 de  febrero de 2009.



Una vez más, me ha vuelto a ocurrir: casi todo el mundo me ha estado lanzando pestes contra la nueva película de Bryan Singer (que si aburrida, que si no se entiende porqué los conspiradores quieren asesinar a Hitler, que si hacer un film de suspense con un hecho histórico que todo el mundo sabe cómo acabó es ridículo, etc., etc.). Una vez vista, y sin la menor pretensión por mi parte de ir a contracorriente, me ha parecido una película cuanto menos interesante. Vaya por delante que no creo que sea un gran film y que le reconozco defectos, entre ellos un exceso de frialdad expositiva; además, y esto casi siempre suele condicionar el resultado de una película de sus características, se nota que nos hallamos ante una producción hecha a mayor honra y gloria de Tom Cruise (por otro lado aquí muy correcto como actor, si bien una vez más anulado por los excelentes compañeros de reparto de los que se empeña en rodearse y que le eclipsan con facilidad). A pesar de todo ello, Valkiria me ha parecido un encargo asumido por Bryan Singer con honestidad y sentido del oficio. Más que la descripción de hechos que lleva a cabo el realizador en torno al famoso intento de golpe de estado contra Adolf Hitler por medio de un atentado con bomba, conocido como Operación Valkiria —ya presente en films alemanes como el recientemente editado en DVD Sucedió el 20 de Julio (Es geschach am 20. Juli, 1955), de Georg Wilhelm Pabst, o el telefilm Stauffenberg(Jo Baier, 2004), editado en DVD como Operación Valkiria y emitido por Antena 3 como Valkiria—, lo que me ha llamado la atención del relato, filmado y resuelto de una manera, digamos, “clásica” (por otra parte, algo nada raro en un realizador que, a pesar de su aureola de “moderno”, siempre me ha parecido extrañamente elegante para los tiempos que corren), es su sentido del detalle.


Explicado a grandes rasgos, Valkiria, versión Bryan Singer, vendría a ser un pedazo de Historia, objetivo, en medio del cual aparecen “fugas” subjetivas que se esfuerzan en profundizar —con mejor o peor fortuna— en el perfil humano de los personajes. Eso justificaría que el “clasicismo” (comillas bien grandes) de la puesta en escena se vea a ratos perturbado por la inserción de gestos y miradas que sugieren la existencia de algo soterrado, agazapado bajo la aparente “lección de Historia” que se nos pretende contar. Hay, en primer lugar, un curioso juego dramático con el ojo izquierdo de Stauffenberg (Cruise), el órgano que perderá como consecuencia de sus heridas en combate en el norte de África: se inserta un primer plano del mismo mientras el protagonista expresa en su diario su rechazo hacia Hitler; luego, Stauffenberg tiene una entrevista secreta con Fellgiebel (Eddie Izzard) en los lavabos, a la cual le ha convocado… mezclando su ojo de cristal con los cubitos de hielo de su copa (sic); en su primera entrevista con Hitler (David Bamber) para que le firme la nueva versión de la Operación Valkiria, Stauffenberg usa ese ojo de cristal; al final, durante el intento de asesinato en la Guarida del Lobo, cruzará su mirada con la del dictador sin esa prótesis, con su único ojo sano y el otro cubierto con el parche (yendo más lejos, la única vez que vemos el ojo mutilado del protagonista es en un espejo, mientras se está afeitando poco antes de viajar a la Guaridadel Lobo: Stauffenberg se hace un pequeño corte en el cuello, que mancha de sangre el de su camisa, lo cual será la excusa para pedir una habitación privada donde conectar la bomba que lleva en el maletín). Esta clase de detalles también aparecen en relación a los demás personajes o en determinadas situaciones, lo cual confiere una lograda fuerza dramática al conjunto: Brandt (Tom Hollander) depositando con brusquedad sobre la mesa la caja con la botella de licor (y, dentro, otra bomba) que ha preparado Tresckow (Kenneth Branagh); Fromm (Tom Wilkinson) desconectando el cable del teléfono en el momento en que comprende que Stauffenberg y Olbricht (Bill Nighy) le están sugiriendo su participación en un golpe de estado; en particular, ese gran momento en que Fromm obliga a Stauffenberg a hacer el saludo nazi y este último lo lleva a cabo mostrando el muñón en el que termina su brazo derecho… Hay al respecto un par de apuntes sofisticados: el plano general de la iglesia sin techo (probablemente, por efecto de un bombardeo aliado) que cierra la secuencia de la entrevista secreta que ha tenido lugar allí entre Stauffenberg y Tresckow; y el poético flashback en el cual Stauffenberg, en el avión que le conduce a la Guarida del Lobo la mañana del atentado, rememora la despedida de su esposa Nina (Carice van Houten) en la calle: Singer mantiene el sonido del avión en vuelo, sin música, haciendo así más íntimo y emotivo el recuerdo del personaje; puede que su reiteración final sea innecesaria, pero resulta coherente con el tono general del relato.  



“DIRIGIDO POR…”, ENERO 2015, ya a la venta

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Con motivo del estreno de Corazones de acero (Fury, 2014), el núm. 451 de Dirigido por… dedica un estudioa la figura de su realizador, David Ayer, que firma Antonio José Navarro.


El contenido más extenso del mes lo ocupa la segunda parte del dossier dedicado al movimiento del Free Cinema, la cual incluye los siguientes contenidos: un artículo dedicado a la figura del realizador Lindsay Anderson. Contra lo establecido, que firman Ricardo Aldarondo y Quim Casas, que se complementa con tres antologías de otras tantas películas características de este cineasta: El ingenuo salvaje (This Sporting Life, 1963) [Tonio L. Alarcón], The White Bus (1967) [Antonio José Navarro] e If… (Si…) (If, 1968) [Óscar Brox Santiago]; un artículo dedicado a la figura de otro cineasta representativo del movimiento, John Schlesinger. El compañero de viaje, que firma Diego Salgado, acompañado a su vez de otras tres antologías, las dedicadas a Esa clase de amor (A Kind of Loving, 1962) [Gerard Casau], Billy el embustero (Billy Liar, 1963) [Rafel Miret] y Darling (ídem, 1965); y un artículo centrado en Los herederos del “Free Cinema”: La “British New Wave”, que ha escrito Joaquín Vallet Rodrigo, complementado a su vez con las antologíasdedicadas a La habitación en forma de L (The L-Shaped Room, 1962), de Bryan Forbes, The Caretaker (1963), de Clive Donner [Antonio José Navarro], The War Game (1965), de Peter Watkins [Quim Casas], Mujeres enamoradas (Women in Love, 1969), de Ken Russell [Tonio L. Alarcón] y Performance (ídem, 1970), de Donald Cammel y Nicolas Roeg [Quim Casas].


También destacan las extensas reseñas dedicadas a títulos de actualidad, como es el caso de Leviatán (Leviafan, 2014), de Andrey Zviangintsev, que firma Aurélien Le Genissel; The Imitation Game (Descifrando Enigma) (The Imitation Game, 2014), de Morten Tyldum, reseñada por Israel Paredes Badía; Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia) (Birdman or (The Unexpected Virtue of the Ignorance), 2014), que analiza Nicolás Ruiz, y se complementa con una entrevista con el realizador Alejandro González Iñárritu; y Babadook (The Babadook, 2014), de Jennifer Kent, comentada por Roberto Alcover Oti. A todo ello hay que añadir la crónica del Festival de Gijón 2014que firma Diego Salgado; el comentario de un reciente pack de películas de Alain Robbe-Grillet que firman Ramon Freixas y Joan Bassa para la sección Flashback; los de las series Boardwalk Empire (5ª temporada) y The Knick (1ª temporada), que corren a cargo de Quim Casas dentro de la sección Televisión; la sección de novedades en formato doméstico Home Cinema (antigua Pantalla Digital), con textos escritos por Juan Carlos Vizcaíno Martínez, Tonio L. Alarcón, Roberto Alcover Oti, Quim Casas, Antonio José Navarro y Héctor G. Barnés; la sección Banda Sonora, de Joan Padrol; y la sección En busca del cine perdido, en la cual Ramon Freixas analiza el film de Ladislao Vajda Barrio (1947).


Este mes he firmado un par de antologías para el mencionado dossier Free Cinema: las dedicadas a las asimismo mencionadas La habitación en forma de L…,


…y a Darling.


Ya para la sección de críticas, he escrito los comentarios de El hobbit: La batalla de los cinco ejércitos (The Hobbit: The Battle of the Five Armies, 2014), de Peter Jackson…,


La señorita Julia (Miss Julie, 2014), de Liv Ullmann…,


Walesa, la esperanza de un pueblo(Walesa. Czlowiek z nadziei, 2013), de Andrzej Wajda…,


…y Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo (2014), de Javier Fesser.

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“CHUKA”, de GORDON DOUGLAS, en CINE ARCHIVO

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Con motivo del fallecimiento del famoso actor australiano Rod Taylorel pasado 7 de enero, Cine Archivorecupera un texto mío dedicado a una de las mejores películas protagonizadas por este malogrado actor: el espléndido westernde Gordon Douglas Chuka (ídem, 1967), dentro de la sección Films de Culto del Siglo XX.

Cine Archivo:
Films de culto del siglo XX (toma 59): “Chuka” (1967) (Homenaje a Rod Taylor):


Las MEJORES PELÍCULAS de 2013-2014, según “DIRIGIDO POR…”

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La Filmoteca de la Generalitat de Catalunya pidió a la revista Dirigido por… una lista de las diez mejores películas estrenadas en cines en España entre el 31 de octubre de 2013 y el 31 de octubre de 2014, con vistas a realizar, a partir de esa lista y de las solicitadas a otros medios, un ciclo con las mejores películas del último año estrenadas, insisto, entre esas fechas, de ahí que el lector pueda echar en falta algunos films notorios estrenados en cines españoles entre el 1 de noviembre y el 31 de diciembre de 2014, ausentes en virtud del criterio establecido por Filmoteca. El resultado, susceptible de no ser compartido (¡como debe ser!), es el resultado de un simple cálculo matemático, consistente en sumar las puntuaciones de las películas estrenadas en ese período que aparecen mensualmente en el Cuadro Crítico de la revista. Si bien la lista solicitada era, como digo, de diez títulos, el resultado final es de catorce películas, como consecuencia de los empates de votos en los puestos números 3 (dos films), 6 (otros dos) y 8 (tres films); las películas más votadas, de menor a mayor, son:


En el número 10: EL LOBO DE WALL STREET, de Martin Scorsese.


En el número 9: UPSTREAM COLOR, de Shane Carruth.


En el número 8: empate entre LA VENUS DE LAS PIELES, de Roman Polanski…


BOYHOOD (MOMENTOS DE UNA VIDA), de Richard Linklater, y…


LA CABAÑA EN EL BOSQUE, de Drew Goddard.


En el número 7: SNOWPIERCER (ROMPENIEVES), de Bong Joon-ho.


En el número 6: empate entre HER, de Spike Jonze…


…y PERDIDA, de David Fincher.


En el número 5: LA GRAN BELLEZA, de Paolo Sorrentino.


En el número 4: A PROPÓSITO DE LLEWYN DAVIS, de Joel y Ethan Coen.


En el número 3: empate entre EL CONGRESO, de Ari Folman…


…y NEBRASKA, de Alexander Payne.


En el número 2: SOLO LOS AMANTES SOBREVIVEN, de Jim Jarmusch.


En el número 1: EL SUEÑO DE ELLIS, de James Gray.

Diálogo con JOSE MARÍA LATORRE sobre “FELLINI SATIRICÓN”, en CINE ARCHIVO

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Nuevo homenaje a José María Latorre, en este caso en el portal Cine Archivo, que acaba de publicar un dossier donde se comentan películas de diversos géneros que se encontraban entre sus preferencias particulares. Mi aportación es un comentario sobre un extraordinario film de Federico Fellini, Fellini Satiricón (Fellini – Satyricon, 1969), que “es una combinación de un texto mío, y revisado, que se publicó originalmente en “Dirigido por…”, núm. 390 (junio 2009), dentro del artículo titulado “Los viajes fantásticos de Fellini”, y del texto de José María Latorre “La aventura de la romanidad”, dedicado asimismo a “Fellini Satiricón” y publicado en su libro “La vuelta al mundo en 80 aventuras (Libros Dirigido Por, Serie Mayor, núm. 7. 1995), concebido así a modo de “diálogo” con Latorre, cuyo texto se destaca en cursiva”.

Cine Archivo:
Especial José María Latorre:
Un diálogo con José María Latorre, a propósito de Fellini:


“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de FEBRERO 2015, a la venta

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La esperadísima Cincuenta sombras de Grey(Fifty Shades of Grey, 2015), de Sam Taylor-Johnson, es la película que acapara la portada del núm. 354 de Imágenes de Actualidad. El reportaje del film se complementa con sendos retratos de su ya famosa pareja protagonista, Dakota Johnson y Jamie Dornan.


También se destacan películas como El destino de Júpiter (Jupiter Ascending, 2015), de Andy y Lana Wachowski, y Foxcatcher(ídem, 2014), de Bennett Miller, las cuales se complementan con una entrevista con el protagonista masculino de ambos films, Channing Tatum; El francotirador (American Sniper, 2014), de Clint Eastwood, que se complementa a su vez con el artículo Operación libertad irakí, dedicado a otras películas que han abordado la guerra de Irak; Tusk (ídem, 2014), de Kevin Smith; La señal (The Signal, 2014), de William Eubank; El año más violento (A Most Violent Year, 2014), de J.C. Chandor, y Ex Machina (ídem, 2014), de Alex Garland, que se complementan con su retratode su protagonista, Oscar IsaacLa mujer de negro: El ángel de la muerte(The Woman in Black: Angel of Death, 2014), de Tom Harper; Kingsman: Servicio secreto(Kingsman: The Secret Service, 2015), de Matthew Vaughn, complementado a su vez con una entrevista con uno de sus protagonistas, Colin Firth; The Interview (ídem, 2014), de Seth Rogen y Evan Goldberg; Capitán Harlock (Space Pirate Captain Harlock, 2013), de Shinji Aramaki; y Nightcrawler(ídem, 2014), de Dan Gilroy. Por otro lado, Ant-Man (ídem, 2015), de Peyton Reed, y Run All Night (2015), de Jaume Collet-Serra, son las películas que ocupan la sección Primeras Fotos; y, como cada mes, el número se completa con otras secciones: Noticias; Stars; Ranking; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Él dice, ella dice; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Gran Vía y Se rueda, de Boquerini; Zona Sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Además…; Críticas; Videojuegos, de Marc Roig; Libros, de Antonio José Navarro; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


Como avance del dossier que Dirigido por…dedicará a la figura de Brian de Palmaa partir de este mes de febrero, este mes el Cult Movie está dedicado a una de sus mejores películas de la década de los setenta: La furia (The Fury, 1978). “No es la primera vez que un film de Brian de Palma ha necesitado del paso del tiempo para ser colocado en el elevado pedestal que se merece: había pasado antes con “Fascinación” (1976), volvería a ocurrir con “Impacto” (1981) y “El precio del poder” (1983; núm. 311), y a día de hoy todavía no se ha consumado en el caso de “Femme Fatale” (2002), una de las películas más bellas de la primera década del siglo XXI. “La furia” pertenece a este grupo de obras ignoradas o poco consideradas, y que a pesar de ello bien merecería figurar entre las más logradas de su autor”.


Completo mi contribución a este número de la revista firmando las críticasde la magnífica The Imitation Game (Descifrando Enigma) (The Imitation Game, 2014), de Morten Tyldulm…


…y de la menos despreciable de lo que se ha dicho La teoría del todo (The Theory of Everything, 2014), de James Marsh.


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