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Más peligrosas que los hombres: “LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI”, de ÁLEX DE LA IGLESIA

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] Qué película más extraña es la nueva propuesta de Álex de la Iglesia, un film que me ha suscitado contradictorias reflexiones en torno a su valía. Por un lado, Las brujas de Zugarramurdi (2013) es, en el sentido más amplio de la expresión, una “típica película de Álex de la Iglesia”, es decir, una especie de astracanada sazonada con un sentido del humor “vasco”, o considerado como tal, en la línea de los títulos que, según los casos y las opiniones, han cimentado su prestigio/su popularidad: Acción mutante (1993), El día de la bestia(1995), La comunidad (2000) o Crimen ferpecto (2004). Suele asociarse a De la Iglesiacon un estilo que se califica como “gamberro” y de tonalidad “excesiva” o marcada por el “exceso”. Puede entenderse así, por más que personalmente me inclino a considerar el cine de De la Iglesia más caricaturesco que “excesivo”, dado que el planteamiento de la mayoría de sus películas —hay excepciones: su episodio para las Películas para no dormir de Narciso Ibáñez Serrador La habitación del niño (2006); o Los crímenes de Oxford(2008)— suele girar alrededor de personajes o situaciones grotescos que se encuentran muy enraizados con determinados aspectos de la sociedad y la cultura popular españolas, contemplados bajo la perspectiva de un sentido del humor muy negro, casi sórdido: las referencias al País Vasco de Acción mutante, la “cultura del pelotazo” en El día de la bestia, la España del Desarrollo en Muertos de risa (1999), el microcosmos costumbrista de La comunidad, el eurowesternalmeriense en 800 balas (2002), el bienestar “a crédito” de Crimen ferpecto, “las dos Españas” de Balada triste de trompeta (2010) (1), y aparentemente, a falta de haberla visto y solo por referencias, la “telebasura” en La chispa de la vida (2011). En este sentido, sus films más “apátridas”, o si se prefiere menos “españoles”, serían Perdita Durango (1997) y la citada Los crímenes de Oxford, película esta última que supuso un antes y un después en su carrera: por un lado, la culminación del progresivo dominio de su oficio por parte del cineasta bilbaíno, con el que sin duda es su film más pulcramente filmado (y, acaso por eso mismo, uno de los más injustamente valorados y menospreciados de su carrera); por otra parte, cierto cuestionamiento (a mi entender, poco justificado) sobre su talento, que le habría llevado a rodar a continuación la que probablemente sea la película más radical, temática y formalmente, de su carrera: Balada triste de trompeta.


Las brujas de Zugarramurdi carece de las pretensiones, a mi entender mal hilvanadas y pero desarrolladas, que destrozaban Balada triste de trompeta, por más que su apariencia formal hace honor a la fama de “excesivo” de su autor. Desde este punto de vista, resulta una tarea fácil despachar este nuevo film como un mero intento por parte de De la Iglesia de recuperar a los fans de El día de la bestia, con la cual se vincula mediante su combinación de comedia y cine de terror, por más que tampoco se puede negar que tiene mucho de jugada comercial destinada a compensar la mala acogida en taquilla de Balada triste de trompeta y, sobre todo, La chispa de la vida: lo cortés no quita lo valiente. Sea como fuere, pues a fin de cuentas las motivaciones para hacer una película son una cosa y el resultado de la misma otra, Las brujas de Zugarramurdime parece una de las más insólitas mezclas de (aparente) ligereza y (soterrada) densidad que haya firmado hasta la fecha su realizador. Lo digo porque, por una parte, el film recupera mucho del feísmo formal, la planificación desquiciada y la tendencia al montaje corto que se hacían tan patentes en Balada triste de trompeta, pero en esta ocasión toda esa exuberancia estilística se ve debidamente compensada y hasta cierto punto atenuada por una tonalidad cómica que le confiere cierta coherencia, de manera que se crea así una especie de efecto de distanciamiento, en virtud del cual el “absurdo” de la realización casa bien con el “absurdo” del planteamiento argumental y dramático. Por otro lado, a pesar de la notoria “fealdad” del conjunto (sospecho que deliberada), y contra todo pronóstico, la película deja tras su visionado cierto poso reflexivo, de tal manera que “crece” en el recuerdo, y ello en virtud de no pocos apuntes interesantes, por más que muchos de ellos puedan pasar desapercibidos dentro del frenesí de su planteamiento y resolución.


Salvando todas las distancias del mundo, Las brujas de Zugarramurdi reincide en el discurso sobre el miedo ancestral del Hombre a la Mujer que ya subyacía en la espléndida Anticristo (Antichrist, 2009) (2). La diferencia, claro está, reside en la diferencia de estilos aplicados por Lars von Trier, sensual y enigmático, y De la Iglesia, ruidoso y petardista, pero en ambas películas subyace esa digresión, que en el caso de Las brujas de Zugarramurdiadopta los ropajes de la sátira grotesca. El planteamiento no deja lugar a dudas: José (Hugo Silva) y en menor medida su colega Tony (Mario Casas) son dos víctimas de lo que para ellos es la “maldad” de las mujeres, o dicho de otra manera, la malicia que los hombres suelen atribuir a los miembros del sexo femenino por el mero hecho de pertenecer a un género diferente de la especie humana. José —nombre castizo donde los haya— lleva a cabo el atraco a una tienda de compraventa de oro en pleno centro de Madrid por una razón principal: está agobiado por las deudas, en particular el pago de la pensión de alimentos para su hijito Sergio (Gabriel Delgado) que le exige su iracunda exesposa Silvia (Macarena Gómez); no por casualidad, José perpetra el atraco disfrazado de “estatua viviente” de… Cristo, a modo de sarcástica expresión de su situación y la de tantos y tantos “Josés” vampirizados por antiguas parejas que han cambiado su amor por el resentimiento. Por si fuera poco, a ello hay que sumar que José se ha traído al atraco a… Sergio, porque el día del “golpe” coincide con el día de visita del niño…, y ni tan siquiera una menudencia como un atraco a mano armada le impedirá disfrutar de la compañía del pequeño. Tampoco me parece casual, más allá de que pueda parecer a simple vista un chiste fácil, que Sergio participe activamente en el atraco organizado por su padre, armas de fuego en mano incluida, imagen “políticamente incorrecta” como pueda serlo también la muerte a tiros, abatido por la policía, del cómplice de José y Tony que participa en el “golpe” disfrazado de Bob Esponja (sic), habida cuenta de que el pequeño es, bajo cierto punto de vista, un “proyecto de hombre” acaso destinado, como su padre o como tantos otros hombres, a pagar en el futuro una pensión de alimentos a una mujer despechada; o el hecho de que, más adelante, Sergio sea “el elegido” para convertirse en el abanderado de las brujas de la localidad de Zugarramurdi gracias al cual las mujeres de todo el mundo podrán, por fin, arrebatar el cetro del poder de manos masculinas: ese “proyecto de hombre” será transformado en el protector que garantizará la implantación de lo femenino por todo el orbe, vía su sometimiento a un ritual mágico y primitivo, ser engullido por la gigantesca diosa-mujer y luego, literalmente, “cagado” por la misma, devorado y vuelto a nacer convertido en “el anticristo de los hombres” y el representante de una nueva divinidad que en realidad siempre ha sido la misma: “¡Dios es una mujer!”, como proclama la hechicera Graciana (Carmen Maura) en uno de los momentos culminantes del aquelarre.


En una línea similar ahondan cuestiones como el hecho de que se produzca una especie de solidaridad visceral entre los personajes masculinos del relato, unidos todos ellos por el hecho de haber sufrido de un modo u otro a manos de las mujeres: José, ya lo hemos dicho, a causa de las exigencias legales de su antigua cónyuge (la cual, coherentemente, se integrará sin problemas y como una más entre las brujas de Zugarramurdi, porque toda-mujer-lleva-una-bruja-dentro…); Sergio, que va dando bandazos entre sus padres en cumplimiento del régimen de visitas, y acabará convertido en objeto de los intereses de las hechiceras; Tony, quien confiesa haber sido maltratado por todas las novias que ha tenido, incluida la que tiene actualmente; Manuel (Javier Ordóñez), el taxista que conduce el vehículo donde José, Tony y Sergio se dan a la fuga, y que termina uniéndose a ellos en su deseo de ayudarles a llegar a Francia en base a razones personales muy similares; el desdichado pasajero de ese mismo taxi (Manuel Tallafé) que tan solo quería ir a Badajoz, y que sin comerlo ni beberlo terminará siendo pasto de la brutalidad de las brujas; los dos inspectores de policía, Calvo (Pepón Nieto) y Pacheco (Secun de la Rosa), que siguen la pista que les proporciona el seguimiento que está realizando Silvia en pos de su exmarido y su hijo; por no hablar de los escasos componentes de sexo masculino “aceptados” en el círculo próximo a las brujas dada su condición de esclavos, como el deficiente mental (Enrique Villén) que sirve a las hechiceras, o como Luismi (Javier Botet), el desdichado hermano de la joven bruja Eva (Carolina Bang), convertido en un guiñapo “quemado”, física y mentalmente, tras su contacto con las féminas de Zugarramurdi.


Las brujas de Zugarramurdi acaba siendo una sátira sobre los tópicos de los hombres a la hora de enfrentarse al misterio que para ellos representan las mujeres, convertidas en su imaginación en lo que son aquí: brujas. De ahí la caracterización de las principales hechiceras del pueblo, tal es el caso de Graciana, la líder, y su madre, la anciana Maritxu (Terele Pávez), mostradas ambas como arquetipos de las “brujas” nacionales: Graciana, la señora adinerada que hasta cierto punto evoca a una tal señora apodada “La Collares” (casada con un señor “generalísimo”) y otras siniestras damas parecidas a ella; y Maritxu, la personificación de tantas y tantas arpías de esa España, más que profunda, insondable, defensoras de oscuras tradiciones nacidas de entornos rurales marcados por la pobreza y el analfabetismo. Brujas a las cuales se opone en un momento dado la hija y nieta de ambas, llamada no por casualidad Eva: una “nueva mujer” que es presentada como una hechicera de estética “moderna” (ropa de cuero, ombligo al aire, tatuajes, piercings, corte de pelo agresivo) que viene a ser la versión actual de la brujería contrapuesta a la de épocas pretéritas representadas por sus dos antecesoras, pero que en un momento dado es capaz de evolucionar, por la vía de su progresivo enamoramiento de José, y dejar de ser “una bruja” y convertirse en “una mujer”, rompiendo con la tradición de su familia hasta el extremo de enfrentarse física y “mágicamente” contra su progenitora; resulta significativa la escena en la cual sus esquemas como bruja empiezan a venirse abajo como consecuencia del afecto que experimenta hacia José, lo cual culmina en una (aparatosa) pataleta que marca el final de su comportamiento como bruja y el inicio de su evolución hacia una mujer capaz de superar, en un momento dado, los prejuicios tradicionales de los hombres y las mujeres sobre los hombres y las mujeres. Asimismo, y más allá del evidente “guiño para amiguetes” que supone la incorporación de Santiago Segura y Carlos Areces como las brujas Miren y Conchi respectivamente, el travestismo de estos actores añade una sugerencia adicional a todo lo apuntado: parecen brujas-hombres que han adoptado la sed de poder y el anhelo de dominación del sexo opuesto característicos de los hombres-hombres, pero adaptándolo a la idiosincrasia femenina de las hechiceras; de ahí el avieso consejo que Conchi le da a Eva, diciéndole que tiene que aprovechar que todavía es joven para, poco más o menos, “follar como una perra, utilizar a los hombres y aprovecharte de ellos al máximo”: lo mismo que piensan muchos hombres en lo que respecta a su relación con las mujeres. En un polo diametralmente opuesto se sitúan ciertas referencias a la homosexualidad, entendida aquí como otro de los “horrores” de los hombres-hombres, que se manifiestan en escenas tales como esa en la que Eva obliga con sus poderes mágicos a que José y Tony se besen en la boca, o aquélla en la que, viéndose al borde de la muerte, Pacheco le declara a su compañero de patrulla Calvo su amor; bajo cierto punto de vista, ¿no podríamos especular con el hecho de que la apariencia hombruna de Miren y Conchi se debe a que en el pasado pudieron haber nacido hombres, y que su contacto e integración con las brujas ha acabado “transformándolas”?


Es una pena, como digo, que la puesta en escena de Las brujas de Zugarramurdi no esté a la altura de estas y otras diversas (y divertidas) sugerencias que Álex de la Iglesia va diseminando a lo largo del relato con la ayuda de su felizmente recuperado coguionista Jorge Guerricaechevarría. Pero al mismo tiempo resulta coherente con ese planteamiento caricaturesco que el film haga gala de una realización que evita la elegancia y se recrea en los aspectos más grotescos de personajes y situaciones; nos hallamos en el terreno de la astracanada. Ello no obsta para que, como siempre en De la Iglesia, ocasionalmente salten a la palestra imágenes sugestivas, tal es el caso de la primera aparición en moto de Eva en el prólogo del film, en particular ese plano en el que aparece iluminada bajo los rayos solares; el ya mencionado tiroteo en pleno centro madrileño que incluye la muerte, acribillado por la policía, de “Bob Esponja” y la pintoresca participación de otros miembros de la banda de José disfrazados de estrafalarias “estatuas vivientes”; el ojo (de Luismi) mirando a través del orificio de la letrina en la taberna que regenta la vieja Maritxu; los afilados dientes postizos que se coloca esta última a la hora de darle a alguien una buena dentellada; el sugerente movimiento de cámara alrededor de la misteriosa figura de madera que representa a la diosa-mujer, instalada al lado de la cantina de la bruja, dentro de la cual se caerá Sergio premonitoriamente; las escenas en las que José, Tony, Manuel y los inspectores de policía huyen por los pasillos y estancias del enorme caserón de Graciana, perseguidas por un alud enloquecido de brujas; el alucinante clímax en la cueva con la participación de la ya mencionada diosa-mujer, cuya oronda figura evoca la de la famosa Venus prehistórica de Willendorf (3). Por más que a simple vista pueda no parecerlo, Las brujas de Zugarramurdi se mueve con rara habilidad entre el feísmo de su concepción visual y la agudeza de su sarcástico planteamiento, y eso a pesar de que la línea entre lo uno y lo otro no siempre esté bien definida.             

(3) http://es.wikipedia.org/wiki/Venus_de_Willendorf

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD”, NOVIEMBRE 2013, ya a la venta

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Imágenes de Actualidad alcanza su núm. 340 dedicando su portada a Los juegos del hambre: En llamas(The Hunger Games: Catching Fire, 2013), de Francis Lawrence, la esperada nueva entrega de esta franquicia juvenil. Otras películas ampliamente destacadas son El consejero (The Counselor, 2013), de Ridley Scott, cuyo reportaje se complementa con una entrevista con su protagonista, Michael Fassbender; Somos los Miller (We’re the Millers, 2013), de Rawson Marshall Thurber; El juego de Ender (Ender’s Game, 2013), de Gavin Hood; Solo Dios perdona (Only God Forgives, 2013), de Nicolas Winding Refn; Blue Jasmine (ídem, 2013), de Woody Allen, complementada con una entrevista con Cate Blanchett, su intérprete principal; Grand Piano (2013), de Eugenio Mira; Dos madres perfectas (Adore, 2013), de Anne Fontaine; Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013), de David Trueba; Thor: El mundo oscuro (Thor: The Dark World, 2013), de Alan Taylor; Malavita(The Family, 2013), de Luc Besson; y Plan en Las Vegas (Last Vegas, 2013), de Jon Turteltaub. Y, como siempre, las secciones. Primeras Fotos ofrece este mes avances de Grace of Monaco (2013), de Olivier Dahan, Saving Mr. Banks (2013), de John Lee Hancock, y Oldboy(2013), de Spike Lee. A la misma se suman las secciones Primera Imagen; Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


El Cult Movie de este mes se centra en una de las películas que más hicieron a favor de la consolidación e incluso el prestigio del cine de superhéroes, X-Men (ídem, 2000), de Bryan Singer: “En el momento de su estreno, “X-Men” fue peyorativamente comparada con los “Batman” de Tim Burton (1989-1992; Cult Movie del primero en núm. 196), que entonces eran la única referencia importante dentro del cine de adaptaciones de superhéroes del cómic y que a estas alturas ha dejado de serlo. Se le reprochó al film de Singer precisamente todo aquello que constituía su punto fuerte: el afán de humanizar a sus superheroicos personajes”.


Firmo el reportaje del film dirigido y protagonizado por Robert Redford Pacto de silencio (The Company You Keep, 2012), del cual ya tuve ocasión de hablar en este mismo blog (1).


Asimismo, firmo las críticas de tres películas: la interesante La vida de Adèle (La vie d’Adèle, 2013), de Abdellatif Kechiche (quién lo hubiese dicho viniendo del firmante de la horrible Cuscús…); The Bling Ring (ídem, 2013), para mi gusto el mejor film que hasta la fecha haya dirigido Sofia Coppola (otra que tal); y La cabaña en el bosque (The Cabin in the Woods), de Drew Goddard, cuyo estreno en cines españoles se anuncia, por fin, para este 8 de noviembre, y que también comenté en el blog (2).


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Salvar a la cosmonauta Ryan: “GRAVITY”, de ALFONSO CUARÓN

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] Vaya por delante que, aun pareciéndome un excelente film, considero un tremendo error la catalogación de Gravity (ídem, 2013) dentro del género de la ciencia ficción, ni por temática ni por tonalidad, estilo o atmósfera visual. Más allá del hecho obvio de que los viajes por el espacio siguen estando vetados para la mayoría de los mortales, no hay en esta película una mirada fantástica lo suficientemente arraigada a sus imágenes como para comprenderla dentro del así llamado género fanta-científico. De ahí que me parezcan poco rigurosas las comparaciones que han circulado estos días entre Gravity y 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968, Stanley Kubrick), o entre el film de Alfonso Cuarón (vaya también por delante: su mejor película hasta la fecha) y Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979, Ridley Scott), por el mero hecho de mostrarnos desde un punto de vista cotidiano lo que significa vivir y trabajar en el espacio, y haciéndolo además de una manera que casi podríamos definir como hiperrealista (lo cual, de entrada, ya excluye mirada fantastiquealguna); o por la coincidencia, más bien anecdótica, de centrar el protagonismo en un personaje femenino al cual, en un momento dado, vemos desnudarse a cobijo de la protección que le depara el interior de una nave espacial, quedándose sucintamente ataviada con una camiseta y unos shorts, lo cual puede recordar la célebre escena de Ripley (Sigourney Weaver) en camiseta y bragas. Ello no obsta, por descontado, para que la visión de la exploración espacial que proporciona Cuarón en estrecha colaboración con su hijo Jonás en tareas de guión, y sobre todo la que proporciona con su labor tras las cámaras, no sea visualmente fascinante, expresando muy bien la experiencia de estar flotando en órbita alrededor de nuestro planeta, tan sobrecogedora como debe serlo cualquier aventura en escenarios inhóspitos para el hombre como la escalada al Everest o la exploración submarina. Cierto es, también, que hay un momento de Gravity, sobre el cual luego volveremos, en el que el film se interna por unos instantes en el terreno de lo onírico, pero ese momento tampoco me parece lo suficientemente relevante como para considerarlo un film fantástico (o fantástico variante temática ciencia ficción), estando más cerca, en cambio, de otros viajes cinematográficos centrados en la exploración espacial y sus peligros como puedan serlo Atrapados en el espacio (Marooned, 1969, John Sturges), Apolo 13 (Apollo 13, 1995, Ron Howard) o, si me apuran, el tercio final de Space Cowboys (ídem, 2000, Clint Eastwood).


Puestos a buscarle referentes fílmicos, y dejando aparte los clarísimos ecos que una escena crucial del film de Cuarón guarda con una brillante secuencia de la subvalorada película de Brian De Palma Misión a Marte (Mission to Mars, 2000) (1), Gravity vuelve a hacer gala de la, si no habitual, sí muy frecuente influencia  de otro famoso cineasta en la obra de Alfonso Cuarón (sobre todo, en sus trabajos en lengua inglesa): Steven Spielberg. Dejando aparte la clarísima “estética Amblin” que impregna A Little Princess (1995) y el primer tercio de su versión “contemporaneizada” de Grandes esperanzas(Great Expectations, 1998); los planos-secuencia (o planos largos) de las escenas “bélicas” del tercio final de Hijos de los hombres (Children of Men, 2006), estéticamente inspirados en Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998); o, ya en la propia Gravity, ese momento en el cual Ryan Stone (Sandra Bullock) y Matt Kowalski (George Clooney) descubren los cadáveres de sus compañeros de expedición, muertos como consecuencia de su exposición sin protección a la frialdad y ausencia del oxígeno del espacio asomando por un agujero en el casco de su nave, cuya planificación recuerda la famosa escena submarina de la aparición del cuerpo sin vida de un hombre devorado por el escualo, asomando por el agujero en el casco de un pequeño barco de pesca, en Tiburón (Jaws, 1975); dejando aparte todo esto, como digo, el film de Cuarón reincide en la que sin duda alguna es la temática favorita, o si se prefiere más recurrente, de Spielberg. Y no, no me refiero a las consabidas y perezosas afirmaciones que se limitan a apuntar que el cine de este último gira en torno a temas como la infancia, la ausencia del padre y/o esposo (por más que el mismo también se encuentra anotado en Gravity), o cómo no, la cacareada apología de la “familia feliz”, sino en algo que subyace en la práctica totalidad de la filmografía de aquél y que se convierte aquí también en el eje dramático de la película de Cuarón: la supervivencia.


Como es notorio a estas alturas, Gravity gira en torno a la lucha por sobrevivir de la doctora Ryan Stone y Matt Kowalski, dos cosmonautas que quedan flotando a merced de la ausencia de gravedad alrededor de la Tierradespués de que una lluvia de “basura espacial” haya destrozado su nave y matado a sus compañeros de expedición, hasta que, llegado un momento determinado, es Ryan en solitario quien debe continuar con sus esfuerzos para salvar la vida, en una lucha contrarreloj marcada por el riesgo constante de agotar la reserva de oxígeno de su traje o de salir disparada sin posibilidad de rescate alguno más allá de la órbita terrestre. Una lucha convertida en una suerte de carrera de obstáculos, pues Ryan y Kowalski deben alcanzar primero una estación espacial rusa en órbita y sin tripulación, y a continuación otra lanzada por los chinos pero dotada de la valiosa cápsula de salvamento que les permitirá regresar a la Tierra, cuya estructura narrativa, construida alrededor de una serie de metas que se deben alcanzar para aprovisionarse y la amenaza constante de peligros de aparición periódica (esa misma “basura espacial” que cada noventa minutos vuelve a “atacar” tras haber completado una órbita alrededor de nuestro mundo), recuerda la de tantos y tantos videojuegos, como bien apuntaba hace poco Tonio L. Alarcón (2). Comprendo que habrá quien vea en ello antes un defecto que una virtud, pero simplemente creo que se trata de una consecuencia lógica y casi me atrevería a decir que “natural” de la influencia de dos medios de expresión que tienen ya demasiados puntos en común como para que la interrelación entre ellos siga pasando desapercibida, y más teniendo en cuenta que, aparte de esa hibridación, lo relevante en el caso de Gravity no es la existencia de la misma sino la habilidad de su confección.


Otra cuestión que ha salido a relucir estos días reside en lo que Gravity tiene de descripción de la superación de un trauma personal, en este caso el del personaje de Ryan, la cual afirma haber perdido a una hija de tan solo 4 años como consecuencia de un estúpido accidente. De este modo, la angustiosa aventura de Ryan deviene no solo una lucha por la supervivencia como una catarsis en virtud de la cual la protagonista del relato acaba sacando fuerzas de flaqueza donde no las hay: su instinto de supervivencia es tan poderoso que no solo lucha por subsistir, sino hasta por seguir con vida incluso cuando ella ya no cree tener ninguna razón personal para seguir haciéndolo. Por más que este aspecto del guión está metido con calzador (véase la escena de la confesión de Ryan a Kowalski mientras este último tira de la primera usando el cable que, cual cordón umbilical, les mantiene unidos), y huele a concesión a la estrella protagonista de cara a darle “más carne”, ergo más posibilidades de lucimiento interpretativo, a su personaje (otro tanto puede afirmarse del encarnado por Clooney, respecto al cual ha trascendido recientemente que participó en la redacción del guión de forma no acreditada: Kowalski también parece un tanto “hinchado” a la medida de la estrella que lo encarna), ello no es óbice para que la motivación del personaje de Ryan no termine integrándose hábilmente en el sustrato dramático y visual del relato. Como sugiere al respecto Silvia Rins, la ausencia de gravedad que rodea a Ryan en el desempeño de su profesión deviene una metáfora que define a alguien que, desde que sufrió tan dolorosa pérdida, se encuentra literalmente flotando, “transmitiendo la sensación de ingravidez de una mujer que se ha desarraigado de lo terrestre, de la vida, de lo humano. Haciéndonos testigo de su evolución. Y de su renacimiento(3).


En cualquier caso, lo mejor de Gravity reside no en la calidad de sus propuestas teóricas (en sí mismas consideradas, tan válidas como cualesquiera otras), sino en la manera como las mismas se orquestan alrededor de una puesta en escena que es la que termina confiriéndoles toda su fuerza y, sobre todo, su sentido. Se ha hablado hasta la saciedad estos días del largo plano-secuencia de alrededor de veinte minutos con que se abre el film; más allá de su innegable virtuosismo técnico y la calidad de sus efectos visuales, lo más valioso del mismo estriba en lo que sugiere. Desde este punto de vista, la película parte de una realidad aparentemente rígida, es decir, dentro de un mismo plano o encuadre (por más que se encuentre literalmente lleno de gráciles reencuadres digitales que permiten pasar del plano general al plano medio y el primer plano alternando puntos de vista “objetivos” y “subjetivos”: es lo que se denomina montaje interno); realidad que más adelante se “rompe”, dejando paso a nuevos planos vía corte de montaje. Dicho de otra manera: la película se abre efectuando una lenta panorámica que pone en relación y al mismo tiempo contrapone el cosmos con la superficie de nuestro planeta, y luego continúa su movimiento hasta centrarse, relacionar y asimismo contraponer ese cosmos y esa superficie planetaria con la actividad de los cosmonautas orbitando alrededor del planeta; la panorámica inicial tiene la función de dibujar la realidad “cotidiana”, casi podría decirse que rutinaria, de los cosmonautas. Dentro de ese mismo plano, asistimos al quehacer de estos últimos y a sus conversaciones vía transmisión radiofónica, mientras que, de manera simultánea, el espectador se va familiarizando lentamente a la sensación de ingravidez, notable si se tiene ocasión de ver el film con un 3D aquí muy bien integrado a nivel visual y narrativo, de ahí la larga duración de dicho encuadre. Incluso cuando, pocos minutos después, se produce el fatal accidente que destroza la nave y deja a Ryan y Kowalski a merced del espacio, el plano se mantiene porque dicho accidente, el azar, forma parte asimismo de esa misma realidad inicial. Solo cuando se plantea la necesidad de sobrevivir como mejor se pueda, empiezan a aparecer con mayor frecuencia los cortes de montaje en el seno del relato; es decir, cuando esa realidad inicial ha quedado hecha añicos y el relato (y con él, la puesta en escena del mismo) necesitaevolucionar hacia otra realidad diferente, compuesta a su vez, necesariamente, por nuevos planos distintos.


La mejor prueba de la calidad de Gravity reside en que cada nuevo encuadre y cada sucesivo corte de montaje obedece a necesidades no solo de funcionalidad narrativa (en virtud de la cual el nuevo plano aporta información adicional a lo planteado y en cierto modo puede anticipar lo que ocurrirá a continuación), sino también, y por encima de todo, expresivas, lo cual confiere densidad a lo que se narra y transporta al relato más allá de los aparentemente estrechos márgenes de una narración planteada a modo de descripción de lo que se conoce como “situación límite”. Dentro de los abundantes ejemplos que proporciona al respecto esta magnífica película, resulta de justicia reiterar el extensamente citado y alabado plano que nos muestra a Ryan flotando dentro de la protección que le brinda la estación espacial rusa. Por más que la imagen guarde ecos, acaso involuntarios, del stripteaseen gravedad cero de Jane Fonda como la Barbarella de Roger Vadim (y no pretendo ser malicioso), su sentido es bastante más profundo: Ryan se desprende de su traje de cosmonauta, quedándose en camiseta y shorts, y adopta, agotada, una posición fetal que bien puede verse como el preludio de lo que, en las escenas finales, será su “(re)nacimiento”. No menos notables resultan los planos en cámara móvil que siguen las evoluciones “voladoras” de Ryan en el interior de la estación espacial, de tal manera que ese espacio inicialmente seguro, al cual la protagonista ha conseguido arribar con la reserva de oxígeno agotada y venciendo el riesgo de salir disparada fuera de órbita, se convierte en un infierno claustrofóbico en virtud de un fallo eléctrico que desencadena un incendio.


Es mérito de Cuarón el haber sabido dosificar todo ese virtuosismo técnico en virtud de esas estrictas necesidades narrativas y expresivas, de tal manera que no solo no abusa del mismo, sino que incluso llega al extremo de rechazarlo, asimismo, cuando aquellas mismas necesidades deben imponerse sobre el espectáculo. Llaman la atención, en este sentido, las dos excelentes secuencias en las que, dentro ya de la cápsula de salvamento china, Ryan pasa de la desesperación y el deseo de abandonarse y dejarse morir a la posibilidad de, por el contrario, seguir luchando e intentar una última vía de escape. La primera tiene lugar cuando la protagonista intenta enviar una llamada de socorro desde la radio de la cápsula, y conecta con la voz de un hombre que, aparentemente, está hablando en algo parecido al chino (en realidad, una lengua inuit; véase nota “bene” final). Ryan intenta comunicarse con el hombre hasta que comprende que no está hablando con ninguna emisora/receptora de las autoridades espaciales de China sino con un radioaficionado al que no entiende ni la entiende. Pero, más allá de esa limitación idiomática, el mero hecho de oír una voz humana en la soledad del espacio, además del llanto de un bebé, el ladrido de unos perros y la canción de cuna que el hombre dedica a ese infante, provoca en Ryan una nueva catarsis emocional: realimenta su deseo de vivir, por más que sea consciente en ese preciso instante de que ya no tiene salida alguna; es mérito de Cuarón el no ceder a la tentación de insertar contraplanos del interlocutor de Ryan, concentrando así la acción en las reacciones de esta última (una esforzada Sandra Bullock), y sin olvidar la perspectiva eminentemente subjetiva y por ende personal de la odisea de la protagonista. Más sorprendente resulta la secuencia inmediatamente posterior, en la cual Ryan se despierta, aparentemente, de su sueño con la inesperada (y deliberadamente inverosímil) reaparición de Kowalski: la imprudente forma como este último se introduce en la cápsula de salvamento es una pista clara del carácter onírico de una secuencia que contiene la clave de la última oportunidad de Ryan para regresar a la Tierra. Laresolución del relato me parece ejemplar: la protagonista consigue atravesar la atmósfera terrestre con su cápsula y amerizar en un lago; última prueba de supervivencia, su cápsula se llena de agua rápidamente a través de la escotilla abierta, hundiéndose hasta llegar al fondo; el traje de cosmonauta impide a Ryan nadar hasta la superficie, obligándola a efectuar un segundo striptease so pena de morir ahogada. Gravity se cierra con una bellísima escena: la protagonista consigue alcanzar la superficie a nado; Cuarón filma en un plano muy cerrado y con la cámara a ras del suelo a Ryan arrastrándose hacia la orilla y poniéndose lentamente en pie; la cámara sigue ese gesto, ascendiendo hasta tomar un plano cerrado del rostro de Ryan en ligero contrapicado y bajo la luz del sol, convirtiéndolo así en un gesto triunfal. Ryan, literalmente, ha vuelto a nacer, saliendo de un agua verdosa que ejerce funciones de líquido amniótico, y reemprende sus nuevos pasos/su nueva vida en tierra firme con la inseguridad del marinero que ha estado demasiado tiempo navegando, pero tras haber recuperado el centro de gravedad de su existencia.


(Nota bene: Jonás Cuarón ha dirigido recientemente un cortometraje de 7 minutos titulado Aningaaq (2013) que se erige en el contraplano de la mencionada secuencia de Ryan oyendo una voz anónima en la radio de la cápsula de salvamento china. Este corto nos descubre que esa voz no es sino la de Aningaaq (Orto Ignatiussen), un inuit que casualmente capta con su emisora la transmisión de radio de la protagonista de Gravity, y que luego canta la canción de cuna al bebé que sostiene su esposa a su lado, mientras al fondo ladran los perros cuyo aullido imita Ryan para reconfortarse. Como hace el film de su padre Alfonso, Jonás Cuarón mantiene en todo momento el punto de vista en el inuit, oyéndose la voz de Sandra Bullock como telón de fondo. Parece ser que está previsto que Aningaaqforme parte de los contenidos adicionales de las futuras ediciones de Gravity en formatos domésticos. Facilito enlace en You Tube para verlo, si bien aviso de que su calidad es pésima, y su procedencia, harto dudosa.):

(1) Me remito a mi comentario de este film para el portal Cine Archivo: http://www.cinearchivo.com/site/Fichas/Ficha/FichaFilm.asp?IdPelicula=913
(2) En su tweet del pasado 5 de octubre: https://twitter.com/toniolalarcon
(3) En su nota del pasado 22 de octubre en Facebook: https://www.facebook.com/silvia.rinssalazar?fref=ts

Especial HALLOWEEN

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El 8 de abril de 2009 “nacía” este blog, creado con la única finalidad de publicar en él textos propios no publicados en otros medios. Pero al mismo, instalado desde entonces en Blogspot.com, le había precedido otro de idéntico título en el seno de Blogspot.es. Diversas dificultades técnicas, y una generosa invasión de spams y gremlins de toda índole, tamaños y colores, me obligaron a cerrar ese primer blog, eliminar todos sus contenidos y abrir el actual. Desde entonces venía arrastrando la idea de recuperar algunos de los textos que publiqué en la versión “punto es”, y me he decidido a hacerlo empezando por retomar, con motivo de la festividad de Halloween, un par de esos viejos comentarios. Los demás irán apareciendo, igualmente, con ocasión de algún evento relacionado con los mismos.



Terror cámara en mano: “[REC]”, de JAUME BALAGUERÓ y PACO PLAZA
[NOTA PREVIA: Este artículo se publicó originalmente el 13 de noviembre de 2008 en la anterior versión de este blog en Blogspot.es.] Estos días ha sido noticia el inicio del rodaje, el pasado 10 de noviembre, de [Rec] 2, la “esperada” secuela de [Rec] (2007) codirigida nuevamente por Jaume Balagueró y Paco Plaza, la cual el año pasado acabó erigiéndose en el segundo film más comercial del cine español, con casi ocho millones de euros recaudados en su exhibición en salas cinematográficas (cifra muy notable si se tiene en cuenta que su coste de producción rondó, si no me equivoco, el millón de euros), solo superada por El orfanato (J.A. Bayona, 2007) y sus más de veinticuatro millones de euros acumulados en su explotación en cines. A ello hay que unir el próximo estreno —quizá para enero de 2009— de Quarantine(ídem, 2008, John Erick Dowdle), remakede producción norteamericana de [Rec] estrenado en los Estados Unidos el pasado 12 de octubre con aceptable éxito comercial (poco más de 30 millones de dólares recaudados hasta primeros de este mes de noviembre, que no está mal teniendo en cuenta que el film apenas ha costado 12 millones).


Pues bien, debo confesar que [Rec] me dejó frío, de ahí que ni la noticia del rodaje de una continuación ni la del estreno de su nueva versión estadounidense me inspire, a priori, ningún entusiasmo. Tanto Jaume Balagueró como Paco Plaza me parecen, por ahora, promesas cuyo potencial cinematográfico pienso que está por definir, y que a lo largo de sus respectivas filmografías, cortas pero muy celebradas (me temo que demasiado), nos han ofrecido destellos de buen cine, fragmentos de unos talentos que pueden fructificar a corto o medio plazo pero que todavía están lejos, muy lejos, de esa maestría que se les atribuye un tanto alegremente (a lo cual contribuye, sin duda alguna, el hambre de buenos realizadores de cine de género, de cineastas que abran nuevas vías de expresión en la cinematografía española, que nos asola desde hace años). Hay que reconocer, empero, que a [Rec] no le falta coherencia ni personalidad respecto a lo que hasta antes de su realización nos habían ofrecido sus codirectores: es una película cuyo planteamiento y resolución tienen mucho de esteticista, al igual que el grueso de la filmografía de Jaume Balagueró inscrita en el género fantástico: Los sin nombre (1999), Darkness(2002), Frágiles (2005) y Para entrar a vivir (2006), su episodio para la serie Películas para no dormiry, sin duda alguna, un precedente muy directo de [Rec]; y hay en ella cierto sentido de la crueldad característico de los trabajos de Paco Plaza que se encuadran, asimismo, en el cine de terror: El segundo nombre (2002), Romasanta (2004) y el telefilm Cuento de Navidad (2005), también para Películas para no dormir.


Generalizando mucho, [Rec] es una consecuencia más o menos directa y aún con cierto retraso del éxito (a mi entender, incomprensible) de El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, 1999, Eduardo Sánchez y Daniel Myrick), una nadería que en su momento causó un furor casi uterino por un capricho formal que fue vendido como la mayor innovación narrativa del cine fantástico contemporáneo, esto es, rodar un film de terror íntegramente desde el punto de vista de la cámara portátil de uno de los personajes; de esta manera, decían, se lograba una insólita sensación de “realidad” en el contexto de un relato fantástico, una inesperada convivencia entre dos mundos aparentemente irreconciliables, el real y el imaginario. Además, su influencia no se limitó al cine fantástico, dado que popularizó junto con el efímero movimiento Dogma95 el empleo de la cámara en mano; algo que, por cierto, existía desde mucho antes de que Lars von Trier y sus colegas lo convirtieran en la “marca de fábrica” de un estilo de cine que, paradójicamente, se promocionaba a sí mismo como ajeno a marca de fábrica alguna. No cuesta ver en la aceptación de aquella idea, primero, un síntoma de la posterior revalorización del género cinematográfico del documental, promocionado como el cine “realista” o “captador de la realidad” por excelencia, rotunda falsedad que todavía ahora sigue estando muy arraigada en el inconsciente colectivo, que da por hecho que documental equivale a “real”, o más aún, que equivale a “verdad” (cuando lo cierto es, mal que pese, que el documental es un género que, como los demás, se rige por el principio de la selección y manipulación de las imágenes, con sus propias y reconocibles convenciones codificadas, exactamente igual que el western o el cine negro, y cuyos mecanismos narrativos beben en no poca medida del así llamado cine de ficción). También da la sensación de que la aceptación de El proyecto de la bruja de Blair por parte de comentaristas poco o nada amantes del cine de terror era un intento más de domesticar al género fantástico, de “racionalizarlo”, ni que fuera en este caso por la vía del empleo de una estética “realista” destinada a inyectarle una dosis de “mundo real”, rebajando así sus supuestas ínfulas delirantes.


Hay que reconocer en honor a la verdad que, si bien [Rec]recoge en parte la herencia de El proyecto de la bruja de Blair, también corrige y hasta cierto punto perfecciona aquella idea, la intrusión de la realidad en un contexto fantástico por mediación del punto de vista fijo de una cámara, por más que acabe fallando en lo mismo de lo que cojea su calamitoso precedente: su ejecución. Dicho de otro modo, tanto El proyecto de la bruja de Blair como [Rec] me parecen buenas ideas, o teóricamente interesantes, pero mal resueltas, sobre todo en el caso de la primera. Centrándonos en la obra de Balagueró & Plaza, [Rec] intenta, al igual que El proyecto de la bruja de Blair y que muchas, muchísimas otras películas del género fantástico (la construcción narrativa de ambas es tan vieja como el propio género), introducir al espectador, cómodamente situado al principio del relato en un contexto cotidiano reconocible y familiar, dentro de un contexto terrorífico donde las leyes de la razón y la lógica son progresivamente abolidas por la imposición de un horror irracional y descontrolado. Esa introducción está planteada con más habilidad en [Rec] que en El proyecto de la bruja de Blair: aquí asistimos a la labor de una reportera de televisión, Ángela Vidal (Manuela Velasco), que va hablándole directamente a la cámara móvil que porta Pablo (Pablo Rosso, asimismo director de fotografía y operador de cámara del film), mientras lleva a cabo un reportaje sobre una unidad de bomberos de Barcelona. Si la idea de situar al espectador en un contexto inicialmente cotidiano mediante la presentación de un simpático reportaje sobre bomberos es tan válida como cualquier otra, de cara a aterrorizarle luego mediante el contraste con los horrores que se van a desencadenar a continuación, Balagueró & Plaza la destrozan por culpa de insistir demasiado en ella: la introducción en el parque de bomberos es larga, larguísima, y se hace francamente pesada, sobre todo porque se nota demasiado que está estirada de cara a conseguir, probablemente, una duración estándar para el film; no será la única vez en que esa dilatación gratuita del metraje dañe considerablemente el interés de la película.


Creo que hubiese resultado mucho más eficaz reducir a la mitad las primeras escenas en el parque de bomberos, o incluso empezar el film en el interior del coche de bomberos donde Ángela y Pablo realizan su reportaje acompañando a los bomberos a lo que al principio se anuncia como una salida rutinaria y sin complicaciones. La película realmente “arranca” aquí: con la llegada de reporteros y bomberos a un inmueble del Ensanche barcelonés, cuyos vecinos han pedido ayuda porque están oyendo inquietantes gritos y ruidos en el piso donde una anciana vive sola. Como todo está siempre visualizado desde el punto de vista de la cámara de televisión que emplea Pablo, se consigue de este modo que el espectador sea, por así decirlo, “uno más” en la aterradora peripecia de los personajes, acompañándolos en todo momento, sufriendo con ellos y, lo que quizá es peor, siendo testigo impasible de un terror contra el que no puede hacer físicamente nada, tan solo mirarlo. Esta manera de conseguir que lo cotidiano se vuelva terrorífico, que el mundo real y aparentemente racional donde creemos vivir se disuelva bajo el peso demoledor de un universo terrorífico e irracional, en el que algo parecido a un virus diseñado como arma química va convirtiendo a quienes infecta en una especie de seres violentos y monstruosos (zombis, suele decirse, lo cual no es del todo cierto, aunque en el contexto del relato poco importa cómo se definan), todo narrado desde la perspectiva de un testigo impotente (la cámara de televisión), resulta como digo muy atractiva pero, insisto, resuelta con poca convicción.


En [Rec] se produce, a mi entender, una clara disonancia entre ese atractivo punto de partida; parafraseando a José María Latorre, el “paisaje interior” de la película (todo lo que hemos mencionado respecto al empleo de la cámara en mano en el contexto de un relato fantástico), y su “paisaje exterior”, el compuesto por sus personajes. De acuerdo: hay muchas buenas películas de terror que también hacen gala de pobres personajes pero a cambio ofrecen admirables atmósferas y excelentes propuestas cinematográficas (un ejemplo rápido que me viene a la cabeza: Fantasmas de Marte/Ghosts of Mars, 2001, un muy subvalorado film de John Carpenter, sospecho, porque da pereza mirar su “paisaje exterior”, sus estereotipados personajes, en detrimento de su “paisaje interior”, lo que el realizador sugiere de esos mismos y a la postre no tan estereotipados personajes por medio de su puesta en escena; el tema da para mucho —de hecho, es la base de una amplia digresión sobre qué es o no buen cine fantástico, incluso buen cine en general—, y no es momento de desarrollarlo ahora). Pero, y volviendo a [Rec], creo que su “paisaje interior” no termina de compensar las deficiencias de su “paisaje exterior”. Dicho de otro modo: que una buena idea y su voluntariosa ejecución no son suficientes para sostener un largometraje cuya escasa hora y media de metraje se acaba haciendo cansina y repetitiva.


Una prueba de lo afirmado lo tenemos en que, tras su violento arranque, y la manifestación de los primeros momentos de tensión —la anciana convertida en una bestia salvaje a la que el agente de policía se ve obligado a abatir a tiros, la niña que ha recibido un mordisco, el aislamiento de todas las personas encerradas en el inmueble por un equipo de seguridad que recubre puertas y ventanas con plásticos—, el relato, literalmente, se detiene, y al igual que ocurría con las primeras escenas en el parque de bomberos empieza a estirar su metraje, “haciendo tiempo” de un modo, a mi entender, inútil: mientras esperan a que la situación se resuelva, Ángela y Pablo se dedican a entrevistar a los variopintos habitantes del inmuebles —de casi todas las razas, sexos y condiciones: hombres, mujeres, ancianos, japoneses, sudamericanos; por suerte, no hay una defensa de la Españasupuestamente multicultural (sic)—, los cuales ofrecen exactamente la misma versión de los hechos: que oyeron unos ruidos pero que no vieron nada. Y así vuelan unos cuantos minutos que vuelven a hacerse muy, muy largos.


Queda para el final un último tercio, similar al primero, en el cual los personajes van cayendo, víctimas del virus que los convierte en ciegos homicidas o de la agresión de sus vecinos infectados. Pero incluso aquí la tensión tan sólo funciona a ratos, y algunas de las muertes están resueltas con notable torpeza: la del policía, que cae bajo la letal dentellada en la garganta de la niña enloquecida (la escena no puede ser más previsible: el policía, agachado cerca de la niña y enfocándola en la oscuridad con su linterna, va girando la cabeza repetidas veces mientras habla con el bombero que está a su lado, dejando el cuello indefenso); o la del vecino homosexual (otro deceso que se ve a la legua: el personaje da una larga explicación poniéndose justo de espaldas al cristal de la puerta del almacén tras la cual está encerrado un miembro del equipo de desinfección que ha sido mordido por uno de los dementes y que está a punto de transformarse en, digamos, zombi: al rato, las manos de este último atraviesan la puerta y hacen presa en la cabeza del desprevenido vecino). En cambio, los cinco minutos finales en el piso superior, donde Ángela y Pablo acaban descubriendo la aterradora, sobrenatural verdad que se esconde tras el supuesto virus, me parecen sin duda alguna lo mejor de la función e incluso el fragmento mejor planificado; da la sensación, puede que equivocada por mi parte, de que todo el relato está construido en función de esa sorpresa final, en la que  la atmósfera se adentra “realmente” en el terreno de lo fantástico, valga la paradójica expresión. Pero, en última instancia, no consigue que [Rec] termine de remontar el vuelo después de ochenta minutos de inconsistencias dramáticas y, sobre todo, de estilo: resulta difícil superar la sensación de que, con esa manera de filmar unívoca, el film acaba escamoteando algo: de que lo más interesante está fuera de cuadro. Y lo digo aún siendo consciente de que haya quien vea una virtud en dicha ambigüedad.



El sabor del relato clásico de fantasmas: “HAUNTED”, de LEWIS GILBERT
[NOTA PREVIA: Este artículo se publicó originalmente el 9 de enero de 2009 en la anterior versión de este blog en Blogspot.es.] No he leído ninguna de las novelas del escritor británico James Herbert (Londres, 8 de abril de 1943), de entre las cuales hay unas cuantas que, salvo error del que suscribe, nunca han sido llevadas al cine (ciñéndome a las publicadas en lengua castellana, y sin ningún orden: Profanación, Luna, Sepulcro, Aullidos, La casa de campo mágica, Los fantasmas de Sleath, Santuario, Dominios), y otras en cambio que sí han conocido versión para la gran pantalla: la que dio pie (ignoro su título en inglés y si tiene o no edición española) a un curioso film fantástico dirigido por el actor David Hemmings, El superviviente (The Survivor, 1981), recientemente fusilado por Rodrigo García en su olvidable Passengers (ídem, 2008); The Rats (desconozco, asimismo, su posible traducción castellana), base de la película de Robert Clouse Fieras radiactivas (Deadly Eyes, 1982), sobre la cual nada puedo decir al no haberla visto; Fluke, a partir del cual se hizo el film homónimo de Carlo Carlei (1995), si no recuerdo mal estrenado entre nosotros directamente en vídeo (lo vi en su momento, y creo recordar que no era del todo desdeñable, pero hace tanto que no puedo escribir nada consistente al respecto); y finalmente Hechizo, que se encuentra en la inspiración de la película que aquí traigo a colación: Haunted (1996), coproducción anglo-norteamericana realizada por el británico Lewis Gilbert y, si sigo sin equivocarme, nunca estrenada en cines españoles, que se encuentra editada en DVD por Universal/Studio Canal en versión original subtitulada. Apuntar, como curiosidad, que la también mencionada novela de Herbert Los fantasmas de Sleuth está considerada una secuela de Hechizo, dato que dejo anotado insistiendo en el hecho de que no puedo corroborarlo al no haber leído ningún libro de Herbert.


A falta de saber por mí mismo si Haunted es o no una buena adaptación de Hechizo (cuestión esta que, junto con las dudas que he mencionado en el párrafo anterior, dejo abiertas para que algún amigo de este blog pueda decirnos algo al respecto), el film de Lewis Gilbert es toda una curiosidad que, aún no estando por completo conseguida, tiene los suficientes alicientes como para no pasar desapercibida. Hace gala de un excelente nivel de producción (uno de sus productores ejecutivos es Francis Ford Coppola; de hecho, coproduce su American Zoetrope) y de un competente elenco de intérpretes: Aidan Quinn, Kate Beckinsale, Anthony Andrews (también coproductor), John Gielgud, Anna Massey y Alex Rowe. Y ofrece un clásico relato de fantasmas que no por tradicional resulta menos meritorio, dada la solidez con que se narra. Empieza con una secuencia situada en el pasado del personaje protagonista, David Ash: siendo un niño, David (Peter England) jugaba con su hermanita gemela Juliet (Victoria Shalet) a la orilla de un río cerca de la casa de sus padres, en la Inglaterra de principios del siglo XX; con tal mala fortuna que, accidentalmente, David provocó una mala caída de Juliet, la niña se golpeó en la cabeza e, inconsciente o quizá ya muerta, se hundió en el río, siendo inútiles los esfuerzos de su hermano por rescatarla. Ya adulto, David (Aidan Quinn) se ha convertido en un prestigioso profesor de psicología en Cambridge, cuya fama viene acrecentada por una actividad particular que complementa su labor académica: al igual, pongamos por caso, que el mago Harry Houdini o que el protagonista de otro film gótico británico hasta cierto punto similar a Haunted, el excelente Fotografiando hadas (Photographig Fairies, 1997), del interesante Nick Willing (cuya reciente The River King/ídem, 2005, hubiese merecido más y mejor atención de la que tuvo), David Ash se dedica a desenmascarar falsos videntes y supuestos médiums que se dedican a timar a los incautos mediante sus presuntas facultades para contactar con las almas de los difuntos. Sin embargo, en el fondo de David —como el desarrollo posterior de la trama se encargará de confirmar— anida un escéptico que quiere creer en aquello que sus conocimientos científicos le niegan; durante una de esas falsas sesiones de espiritismo que David desenmascara, cree oír la voz infantil de su difunta hermana llamándole por su nombre; más adelante, recibe en su despacho la carta desesperada de una mujer, Tess Webb (Anna Massey), que trabaja como criada en la mansión Edbrook, propiedad de la familia Mariell, en la que le pide su ayuda, convencida de que está siendo atormentada por apariciones espectrales; además, el nombre de la mansión coincide misteriosamente con lo que ha visto escrito en el espejo de la médium y que en un principio ha tomado por el nombre y apellido de alguien (“Ed Brook”).


Movido por la curiosidad, David se desplaza a aquel lugar, donde conoce a los dueños de la casa, los tres hermanos Mariell, Robert (Anthony Andrews), Christina (Kate Beckinsale, casi una década antes de convertirse en la vampiresa cazadora de hombres lobo en Underworld 1 & 2) y Simon (Alex Lowe), los cuales, junto con el anciano médico que trabaja en las cercanías, el doctor Doyle (John Gielgud), le insisten en que los fantasmas que cree ver la señora Webb no son más que los delirios de una criada vieja y cansada. Naturalmente, las cosas no son lo que parecen, y a partir de ese momento David se verá absorbido por la mansión Edbrook y su entorno en base a dos polos de atracción: primero, los subrepticios fenómenos paranormales que se producen en la casa, y que al principio excitan su curiosidad científica (golpes en la puerta de su dormitorio y una fuerza extraordinaria detrás de ella que le impide abrirla, lo cual sin duda alguna recuerda la gran película de Robert Wise The Haunting, 1963; un balancín que se mueve aparentemente por sí solo en el jardín); y, por encima de todo, la cada vez mayor atracción amorosa que David siente hacia Christina, y que además es correspondida por esta última. El clima se va volviendo cada vez más enrarecido, sobre todo a partir del momento en que la virulencia de los fenómenos paranormales desafía abiertamente las explicaciones científicas y racionales que David intenta darles, y también como consecuencia de la extraña relación de dependencia que parece tener Christina con sus hermanos (en particular con el mayor, Robert), que le impide vivir abiertamente su amor hacia David, prevalencia en torno a la cual flota la sombra del incesto (apuntado, todo hay que decirlo, de una forma bastante tenue y más bien desaprovechada: Robert, aficionado a la práctica de la pintura, tiene por costumbre retratar a su bella hermana semidesnuda: esos retratos al óleo cuelgan por distintos rincones de la casa; en un momento dado, David espía a Robert y Christina, a solas en el estudio del primero: ella está completamente desnuda y él la besa en los labios de una manera poco fraternal).


No destriparemos el final de Haunted, en atención a quien todavía no haya visto este film tan poco difundido en España o a quien no haya leído la novela de Herbert, pero resulta curioso comprobar que, hasta cierto punto, se erige en un pequeño precedente de posteriores y más exitosas incursiones dentro del subgénero de las películas de fantasmas: El sexto sentido (The Sixtx Sense, 1999), realizada solo cuatro años después, en la que M. Night Shyamalan jugaría más a fondo que Lewis Gilbert (todo hay que decirlo) la baza de un relato que se sostiene en la dicotomía existente entre lo que el film parece que está mostrando a través de sus imágenes y lo que realmente está mostrando; asimismo, diversos planos de Haunted, en particular aquellos en los que vemos las lujosas estancias de la mansión Edbrook con los muebles cubiertos con sábanas, probablemente fueron muy tenidos en cuenta por Alejandro Amenábar para su Los otros (2001), la cual también comparte con Haunted una conclusión más o menos parecida (con lo cual, me temo, mi propósito de no contar el final del film de Gilbert habrá quedado un poco en entredicho…).


Es una pena que Haunted, aún contando con elementos tan interesantes en su guión, no termine de jugarlos a fondo, en gran medida como consecuencia de la contención de la cual hace gala aquí el veterano firmante de títulos tan dispares como Alfie(ídem, 1966), La espía que me amó (The Spy Who Loved Me, 1977) o Educando a Rita(Educating Rita, 1983), por citar los más conocidos y no por ello desdeñables. Hay buenos apuntes y momentos atmosféricos que contribuyen a que el interés no decaiga, por más que no terminen de hacer a la película todo lo apasionante que podría haber sido. Así, el ya mencionado prólogo que detalla el trauma infantil de David, cuyas imágenes subacuáticas rodadas al ralentí (las cuales reaparecen en la posterior secuencia en la que el adulto David es empujado al estanque de los Mariell por una misteriosa racha de viento, y salvado de morir ahogado por Christina) evocan un famoso momento de La noche del cazador (The Night of the Hunter, 1955, Charles Laughton), ya que aquí también hay una equiparación visual entre la larga vegetación plantada en el fondo del agua y los ondulantes cabellos de la pequeña Juliet mientras es tragada por el río. Anotemos, asimismo, la primera aparición de Christina, surgiendo de entre el vapor del tren del cual acaba de descender David, la cual se corresponde asimismo con la imagen final de la misma mujer en otra estación de tren. Todo, en conjunto, está bien mesurado y resuelto, y la convicción de los intérpretes ayuda sobremanera a mantener el interés. Con todo, resulta una lástima que a ese mismo conjunto le falte un poco más de atmósfera insana: su pulcritud visual, sostenida en base a secuencias diurnas de gran luminosidad y secuencias nocturnas de tonalidad asimismo muy clara, rebajan la sordidez que en ocasiones asoma en el fondo del relato; no por casualidad, la fotografía viene firmada por Tony Pierce-Roberts, un habitual del cine de James Ivory, lo cual se hace notar, y mucho, en el resultado.

“DIRIGIDO POR…” de NOVIEMBRE 2013, ya a la venta

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La primera parte de un dossier de dos entregas dedicado al famoso realizador norteamericano Sam Peckinpah, centrada este mes en su valiosísima aportación al género del western, es el tema de portada del núm. 438 de Dirigido por…, correspondiente a noviembre de 2013.


Como es lógico, la revista no se olvida de comentar la actualidad cinematográfica más inminente, de ahí que incluya extensas críticas de películas tan esperadas como Blue Jasmine (ídem, 2013), de Woody Allen, que reseña Carlos Tejeda; Solo Dios perdona (Only God Forgives, 2013), de Nicolas Winding Refn, analizada por Quim Casas; Camille Claudel 1915 (ídem, 2013), de Bruno Dumont, comentada por Anna Petrus; El juego de Ender(Ender’s Game, 2013), de Gavin Hood, que comenta Diego Salgado; y Grand Piano (2013), de Eugenio Mira, abordada por Tonio L. Alarcón, quien también firma un estudio dedicado a Edgar Wright, con motivo del próximo estreno de Bienvenidos al fin del mundo(The World’s End, 2013). Otros interesantes contenidos son una entrevista con Ridley Scott, con ocasión del estreno de su más reciente film, El consejero (The Counselor, 2013); las crónicas de los Festivales de Cine de San Sebastián y Sitges, respectivamente firmadas por Beatriz Martínez y Roberto Alcover Oti; un artículo In Memoriam dedicado al recientemente fallecido cineasta español José Ramón Larraz, que firman Ramon Freixas y Joan Bassa; y otro dedicado al film de Neil Jordan Ondine(2009), dentro de la sección Fuera de Campo, escrito por Antonio José Navarro, quien asimismo firma el comentario de la película de, también, José Ramón Larraz Symptoms (1973) dentro de la sección Cinema Bis. A esta sección hay que sumar, como siempre, las de Críticas; Pantalla Digital, de José María Latorre; y Banda Sonora, de Joan Padrol.


La primera parte del dossierSam Peckinpah, centrada en El Western, está compuesta por el siguiente contenido: el artículo Una introducción. “Western”, cine y televisión, escrito por Quim Casas; y las antologías dedicadas a las películas de Peckinpah inscritas en el género del western o bien limítrofes con el mismo: The Deadly Companions (1961), que comenta Juan Carlos Vizcaíno Martínez; Mayor Dundee(Major Dundee, 1965), analizada por Antonio José Navarro; Grupo salvaje (The Wild Bunch, 1969), respecto a la cual escribe Ricardo Aldarondo; La balada de Cable Hogue (The Ballad  of Cable Hogue, 1970), abordada por Jordi Batlle Caminal; Junior Bonner (ídem, 1972), que reseña Quim Casas; y Pat Garrett y Billy the Kid (Pat Garrett & Billy the Kid, 1973), asimismo abordada por Quim Casas.


Este mes contribuyo a la revista firmando, en primer lugar, una antología del dossierSam Peckinpah, la dedicada a la magnífica Duelo en la alta sierra(Ride the High Country, 1962): “Puede parecer a simple vista que los personajes y las situaciones de “Duelo en la alta sierra” esconden en el fondo un lamento nostálgico por «los viejos tiempos», por una parte los que han vivido los envejecidos protagonistas del relato, Steve Judd y Gil Westrum, y por otro el lamento del propio Peckinpah, cuyo abuelo había trabajado en una explotación minera de oro muy parecida a la que aparece en la película, ante el principio del fin de una manera de entender el género. Si bien es verdad que buena parte de la fuerza del film reside en esa nostalgia ante el pasado que va siendo sustituido por un presente que anticipa un siniestro futuro, no lo es menos que la visión que Peckinpah ofrece de sus viejos héroes está lejos de ser halagüeña”.


También firmo un par de críticas de la sección homónima, las dedicadas a Don Jon (ídem, 2013), dirigida y protagonizada por Joseph Gordon-Levitt, y Retornados (The Returned, 2013), de Manuel Carballo, ambas estimables por distintas razones.  

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“THE TWILIGHT ZONE” 3ª temporada, editada por L’ATELIER 13, a la venta

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Si bien no lo había comentado antes por premura de tiempo, hace semanas que ya se puede adquirir el pack de DVD que L’Atelier 13, dentro de su Vintage Serie, ha dedicado a la 3ª temporada de la serie de televisión de Rod Serling The Twilight Zone (1959-1964). Este pack, en la línea de los dos que lo preceden, está compuesto por cinco discos que recogen los 37 episodios de la 3ª temporada, con audio en español, inglés y catalán (24 episodios) y subtítulos en castellano. Lo acompaña un folleto de 56 páginas en el cual hemos participado los autores del volumen The Twilight Zone, que publicamos en 2011 con coedición de Scifiworld y el Festival de Sitges (1): Jordi Ardid, Àlex Barba, Sergi Grau, Joan Renter, Lluís Vilanova y un servidor. Como en las ediciones de las dos anteriores temporadas, el folleto incluye una presentación de la 3ª temporada, comentarios de todos los episodios y un texto sobre uno de los grandes guionistas de la serie, Charles Beaumont, y se completa con notas elaboradas por Tommy Meini y Carlos Díaz Maroto. Los extras están en consonancia con los contenidos del folleto, dado que consisten en: The Captain’s Guest(1959), episodio de la serie One Step Beyond adaptado por Beaumont; The Lady in the Wall (1960), episodio de la serie El pistolero de San Francisco adaptado por Beaumont y Richard Matheson, y dirigido por Ida Lupino; y Ursula, cortometraje basado en un relato, asimismo, de Beaumont; además de las presentaciones de Serling, al final de cada capítulo, del programa siguiente, y publicidades originales de la época. Una magnífica ocasión para seguir ampliando nuestro conocimiento sobre uno de los hitos de la televisión mundial de todos los tiempos.

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2011/09/proxima-presentacion-del-libro-sobre.html

“HISTORIA DEL CINE BRITÁNICO”, próximamente a la venta

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Me complace anunciar la próxima distribución en librerías de Historia del cine británico, un volumen publicado por T&B Editores que hemos escrito Christian Aguilera, Natalia Ardanaz, Llorenç Esteve y un servidor. Un libro de más de 500 páginas e ilustrado con cerca de 200 fotografías, que nace con el propósito de ser no tanto una obra reivindicativa de una cinematografía que durante mucho, demasiado tiempo ha sido tildada como “fría” o “académica” en base a apreciaciones superficiales fundamentadas en un escaso conocimiento de causa, como una obra que sirva para cubrir un hueco en la bibliografía sobre el tema en lengua castellana, así como un instrumento útil para curiosos en general y cinéfilos en particular que deseen ahondar en un cine nacional caracterizado por una extraordinaria diversidad de temáticas y contenidos, formas y estilos, tendencias e inquietudes.


A lo largo de once capítulos, rematados por apéndices como la bibliografía consultada y sendos índices onomástico y de películas citadas, Historia del cine británico recorre en orden cronológico lo que ha sido esta cinematografía, efectuando puntuales paradas en: 1) Sombras en la luz. El cine silente británico (1895-1929); 2) El inicio del sonoro. Las diferentes alternativas en los años 30; 3) La escuela documentalista británica (1929-1950); 4) Vitalidad en tiempos difíciles. El cine en guerra (1939-1945); 5) La edad de oro. Cine de posguerra (1945-1949); 6) El tormento y el éxtasis. Los años 50. Crisis, heterogeneidad y expansión del género; 7) Free cinema. Mirando hacia atrás con ira; 8) El cine de género. Del reinado del terror al servicio secreto de Su Majestad (1960-1976); 9) Un cine en transformación. Años 60 y 70; 10) Aires de renovación. Años 80 y 90; y 11) El cine británico actual. Final y principio (2000-2013). Hacía mucho tiempo que sentía la inquietud de escribir algo a favor del cine británico, el de ayer y el de hoy, y con esta obra he colmado en buena medida ese anhelo. God Save the Queen!

Especial Kennedy: “JFK, CASO ABIERTO”, de OLIVER STONE

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[NOTA PREVIA: El presente artículo fue originalmente publicado en el núm. 386 de “Dirigido por…” (febrero 2009), dentro del “dossier Cine político USA”.] Coincidiendo con un momento en que el cine norteamericano parecía haber perdido el menor atisbo de compromiso político, Oliver Stone culminó en gran medida con JFK, caso abierto (JFK, 1991) la tendencia crítica (por más que, en el fondo, profundamente estadounidense) que había caracterizado su filmografía desde mediados de la década de los ochenta, proponiendo en esta ocasión una reconstrucción de la investigación llevada a cabo en torno al asesinato de Kennedy narrada mediante una impactante mezcla de documental y ficción. 


1. Afalta de haber visto W. (ídem, 2008) en el momento de escribir estas líneas, JFK, caso abierto me parece la mejor película del muy irregular Oliver Stone junto con Salvador (ídem, 1986), Nixon (ídem, 1995), World Trade Center (ídem, 2006) y, parcialmente, Nacido el 4 de Julio (Born on the Fourth of July, 1989). [Nota bene: Tuve ocasión de ver W. posteriormente, y si bien no la incluiría entre lo peor de su director, tampoco lo haría entre lo mejor.] Hace gala de las mejores virtudes de su realizador (no muchas, todo hay que decirlo, aunque algunas de ellas hayan sido más influyentes de lo que tiende a reconocerse) y minimiza notablemente sus defectos (los mismos que, en demasiadas ocasiones, descompensan, cuando no destrozan, sus aciertos). Entre lo mejor, sin duda alguna, destaca el talento de Stone para llevar a cabo uno de los más brillantes experimentos con el montaje del cine de estos últimos años (Stone es un director de montaje, no de puesta en escena), de tal manera que las barreras entre documental y ficción quedan difuminadas hasta tal extremo que podría hablarse de JFK, caso abierto como un excelente ejemplo de reportaje «ficcionalizado» o de ficción «documentalizada», si se me permiten los barbarismos: la película, en sí misma considerada, prescindiendo de lo que cuenta y centrándose únicamente en el cómo lo cuenta, bastaría por sí sola para llevar a cabo una profunda digresión sobre el significante y el significado de las imágenes.


2. Por fortuna, lo que el film explica también resulta en sí mismo considerado harto interesante. A partir de un guión escrito en colaboración con Zachary Sklar, y basado a su vez en diversas teorías en torno al asesinato del presidente de los Estados Unidos John Fitzgerald Kennedy extraídas de los libros «Tras la pista de los asesinos», de Jim Garrison (Ediciones B, 1992), y «Crossfire: the Plot That Killed Kennedy», de Jim Marrs, la película reconstruye la investigación sobre ese magnicidio llevada a cabo por el fiscal del distrito de Nueva Orleáns Jim Garrison (Kevin Costner). Siguiendo aquí diversas declaraciones del propio Stone que fueron publicadas en su momento en esta misma revista (1), JFK, caso abiertoarranca con una serie de imágenes documentales (estas, en sentido estricto) del país y la época reflejados, los Estados Unidos a finales de la década de los cincuenta y principios de los sesenta, empezando con un discurso (real) del presidente Eisenhower: «Ahí tenemos a Eisenhower, el más conservador de los políticos, un héroe militar, presidente de presidentes. ¿Y qué es lo que hace en su discurso de despedida. Aprovecha la ocasión para advertir al pueblo americano de un giro hacia el fascismo…». Este prólogo documental, que incluye un resumen de la subida de Kennedy al poder y de su complicado mandato (la guerra de Vietnam, la crisis de los misiles cubanos, el incidente en Bahía Cochinos), hasta su asesinato en Dallas el 22 de noviembre de 1963, da paso a un relato en el cual, tras la presentación de Garrison viendo por televisión el discurrir de los acontecimientos, adopta una textura a medio camino entre el documental y la ficción. Si, en un primer momento, Stone juega a mezclar el material de archivo, procedente de noticieros y reportajes de televisión de la época, con su propia reconstrucción de los hechos (en particular, la secuencia del magnicidio, que va recuperando y ampliando a lo largo del metraje), a partir de cierto momento la propia ficción adopta, subrepticiamente, los ropajes formales del reportaje, y narrativamente, el empleo del flashback como principal recurso de estilo. Ello empieza a verse claro en una de las primeras secuencias del film, aquélla en la que el fascista Guy Bannister (Edward Asner) sospecha que su ayudante Jack Martin (Jack Lemmon) ha estado revolviendo en sus archivos y, en un arranque de ira, le golpea con la culata de su pistola: Stone planifica ese momento de violencia empleando unos ralentíes que deforman la imagen y le proporcionan una textura «irreal», en cuanto no natural, que en cierto sentido advierte al espectador que las escenas «de ficción» que va a presenciar no van a ser limpias y claras, en contraposición con las imágenes espontáneas e inmediatas de un reportaje in situ, sino tan imprecisas y de libre interpretación como estas últimas. Según Stone, «de manera deliberada, hemos filmado y sobre todo montado la película de forma muy fracturada: nunca está uno seguro de dónde está, todo resulta muy confuso… Y existen diversos “niveles” mezclados: con un personaje es “lo real”, con otro, lo inconsciente; el sonido tiene también diferentes niveles; se pasa del futuro al pasado… De hecho, los tres tiempos narrativos -pasado, presente y futuro- están entrelazados. (…) Hay escenas que no “son”, su rango narrativo es “quizá”, “posiblemente”, “y si hubiera sido así” o “imaginemos que”…».


3. Ciertamente, esta premisa no es nueva. Ya la ensayó Orson Welles en Fraude(Vérités et mensonges / F for Fake, 1974). La idea de mezclar reportaje y ficción en el contexto de la aproximación a una figura pública norteamericana del siglo XX también la había intentado —con mucha torpeza— Larry Cohen en The Private Files of J. Edgar Hoover (1977) (2). Y el asesinato de Kennedy se encuentra en la inspiración, indirecta pero evidente, de películas como Acción ejecutiva (Executive Action, 1973, David Miller), El último testigo (The Parallax View, 1974, Alan J. Pakula) —un título que no hubiese desentonado en este dossier— o la hoy olvidada I… como Ícaro (I… comme Icare, 1979, Henri Verneuil). Pero ninguna de estas propuestas (ni siquiera la de Welles) resulta tan brillante formalmente como lo logrado por Stone en JFK, caso abierto junto con, vuelvo a insistir, sus montadores, Joe Hutshing y Pietro Scalia, así como su director de fotografía, Robert Richardson, y su espléndido despliegue de tonos en blanco y negro y en color, de tal manera que las largas explicaciones teóricas en torno a pistas, testigos, sospechosos y reconstrucciones de hechos —en particular, el asesinato de Kennedy, la persecución, detención y asesinato del supuesto autor del magnicidio, Lee Harvey Oswald (Gary Oldman), y la entrevista de Garrison con un misterioso informante que responde al nombre de coronel X (Donald Sutherland)—, donde se mezclan grupos paramilitares anticastristas, agentes de la CIA y el FBI, mafiosos, homosexuales y militares, mantienen en todo momento un admirable equilibrio entre lo didáctico y lo dramático, lo descriptivo y lo especulativo, lo real y lo imaginado. JFK, caso abierto, ciertamente, es un film «de tesis»: se puede o no compartir las teorías que propone; se le puede reprochar, como de hecho se le viene haciendo desde el momento de su estreno, que no haya en él el menor acercamiento crítico hacia la figura de Kennedy. Pero, con todos esos reparos, a los cuales podemos añadir otros, consubstanciales al cine de Stone (cierto efectismo formal que a veces beneficia el impacto en perjuicio de la reflexión: Stone tiene el dudoso honor de ser uno de los principales instigadores de uno de los más execrables tropos del cine contemporáneo: el irritante fundido en blanco acompañado de un estruendoso efecto sonoro), JFK, caso abierto es, en cuanto experimento con el montaje, una obra apasionante.


4. Otro reproche que suele aflorar cada vez que se habla de esta película reside en la aparente superficialidad del personaje protagonista y la descripción de su entorno familiar. Es una opinión que no comparto, pues Garrison me parece, por el contrario, el personaje mejor perfilado del relato: un caballero sureño a la antigua usanza, tradicional y conservador, en cuya creciente obsesión por averiguar la verdad hay algo de cruzada personal contra el pecado: en una de sus reuniones con sus ayudantes, le dice a una de ellos que no diga palabrotas (sic); hablando con la prensa, a poco de empezar el proceso judicial contra Clay Shaw (Tommy Lee Jones), exclama: «¡Que se abra el cielo!»… Y si bien es verdad que las escenas conyugales en las cuales Garrison discute con su esposa Liz (Sissy Spacek) son lo más convencional del film, incluso aquéllas acaban teniendo un sentido muy interesante: la voz del personaje de Liz —descrita, asimismo, como una clásica mujer americana de clase acomodada, familiar y sin complicaciones— acaba siendo, en cierto sentido, la voz de gran parte de la sociedad estadounidense que durante años aceptó la versión oficial del gobierno, según la cual Lee Harvey Oswald mató al presidente actuando en solitario; de ahí que, tras el posterior asesinato de Robert Kennedy, Liz acabe creyendo que su marido puede tener razón, que la muerte de dos hermanos Kennedy con tan escasos años de diferencia no puede ser una simple casualidad…, del mismo modo que, al igual que ella, acabó pensándolo ese mismo sector de incrédulos.

(1) En una entrevista elaborada por Antonio Weinrichter y publicada en el núm. 199 (febrero 1992).
(2) Film inédito en España, conoció una edición en formato VHS con el título de Los archivos secretos del F.B.I.


Como epílogo musical, una reproducción de un fragmento de la magnífica partitura compuesta para este film por John Williams, en concreto el titulado Arlington, el cual, sin ánimo de pontificar, me parece el más bello jamás compuesto por Williams para el cine (que ya es decir dentro de una carrera tan brillante como la suya):


“IMÁGENES DE ACTUALIDAD”, DICIEMBRE 2013, ya a la venta

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Imágenes de Actualidad cierra el año 2013 con su núm. 341 y una lustrosa portada dedicada a la película que ocupa este mes la sección Primeras Fotos, uno de los previsibles hits de taquilla del año que ya está en puertas: X-Men: Días del futuro pasado(X-Men: Days of Future Past, 2014), de Bryan Singer.


La actualidad cinematográfica para diciembre está marcada por los estrenos que aparecen destacados en este número, y que son: El hobbit: La desolación de Smaug(The Hobbit: The Desolation of Smaug, 2013), de Peter Jackson; la nueva versión de Carrie(ídem, 2013), de la cual nos habla en una entrevistasu realizadora, Kimberly Peirce; Bienvenidos al fin del mundo (The World’s End, 2013), de Edgar Wright; otro remake, el de Oldboy (ídem, 2013), a cargo de Spike Lee; una nueva versión más, la de La vida secreta de Walter Mitty(The Secret Life of Walter Mitty, 2013), de y con Ben Stiller, y co-protagonizado por Kristen Wiig, a quien hemos dedicado un retrato; Diana(ídem, 2013), de Oliver Hirschbiegel, que se complementa con una entrevista a su protagonista, Naomi Watts; 12 años de esclavitud (12 Years A Slave, 2013), de Steve McQueen; Le Week-End (ídem, 2013), de Roger Michell; una nueva adaptación, en este caso de una clásico de Shakespeare, a cargo de Joss Whedon: Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing, 2013); De tal padre, tal hijo (Soshite Chichi ni naru, 2013), de Hirokazu Kore-eda; y ¿Qué hacemos con Maisie?(What Maisie, Knew, 2012), de Scott McGehee y David Siegel, a partir de una novela de Henry James. A todo ello hemos de añadir las secciones Primera Imagen; Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


Coincidiendo con el dossier que dedica estos días Dirigido por… al realizador Sam Peckinpah, firmo este mes el Cult Moviededicándolo a una de sus más populares películas, La huida (The Getaway, 1972): “Sin ser su mejor contribución al género policíaco (ese honor le corresponde, con justicia, a la por lo demás genéricamente atípica “Quiero la cabeza de Alfredo García”), “La huida” hace gala de no pocas virtudes características no tanto del cine de Peckinpah como del cada vez más añorado y reivindicado cine estadounidense de los años setenta. Como buena parte de la filmografía peckinpahniana, el film propone un ambiguo retrato de personajes en torno a los cuales se debate la cuestión de la pureza y la impureza, de manera que, si bien «Doc» y Carol no dejan de ser delincuentes que, en ocasiones, se comportan muy violentamente, hay entre ellos una sólida e imperecedera historia de amor que les confiere cierto grado de nobleza y de superioridad moral con respecto a los detestables personajes de su entorno”.


También firmo un par de críticas, las de la interesante El juego de Ender (Ender’s Game, 2013), de Gavin Hood, y la más bien discreta Thor: El mundo oscuro (Thor: The Dark World, 2013), de Alan Taylor.


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Especial WOODY ALLEN (1). “BLUE JASMINE”: Jasmine la triste

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] Lo mejor de Blue Jasmine(ídem, 2013), que no me parece el mejor Woody Allen de estos últimos años pero sin duda es un film interesante, reside en su brillante construcción narrativa. La película arranca presentándonos al personaje de Jasmine (Cate Blanchett) dándole, como suele decirse, “la brasa” a una anciana pasajera (Joy Carlin) que ha tenido la desgracia de tocarle en suerte el asiento contiguo al de Jasmine en el avión de pasajeros donde ambas mujeres viajan desde Nueva York a San Francisco; Jasmine habla y habla, y la dama del asiento de al lado se limita a escucharla, situación que se prolonga, una vez que el avión ha llegado a su destino, en la rampa de salida de pasajeros y el punto de recogida de maletas; para que quede claro que en todo este rato Jasmine no ha parado de hablar, y la dama no ha hecho otra cosa que escuchar (a la fuerza), esta última así lo expresa a su marido (Richard Conti), que viene a recogerla al aeropuerto. Más adelante, Jasmine toma un taxi y se presenta en la casa de Ginger (Sally Hawkins), su hermana, en realidad su hermanastra, pues tanto ella como Jasmine fueron adoptadas, tal y como a esta última le gusta aclarar de inmediato tan pronto como sale el tema a la conversación. Ginger trabaja como cajera en un supermercado, vive en un humilde apartamento con sus dos pequeños hijos, cuya custodia comparte con su exmarido Augie (un inesperado Andrew Dice Clay), y tiene un novio, Chili (Bobby Cannavale), tan modesto como ella, con el que está haciendo planes de convivencia. Desde el primer momento queda claro (en no poca medida, gracias a la extraordinaria interpretación de Cate Blanchett) que Jasmine es una mujer demasiado refinada, con demasiada “clase”, para integrarse en el ambiente y con las personas de clase media-baja por donde se mueve Ginger, pero sus apuros económicos son tan grandes y graves que se ve en la obligación de soportar la situación, para Jasmine humillante, de tener que vivir con Ginger “una temporada” hasta que reorganice su vida. Detalle significativo y muy representativo del carácter de Jasmine: pese a estar arruinada, y para estupefacción de su hermana, ha volado de Nueva York a San Francisco en primera clase…
 

 
Una serie de flashbacks, excelentemente integrados en el seno de la narración “en presente” y a los cuales se accede sin transición, al albur de un gesto o un fragmento de diálogo de los acontecimientos desarrollados en la actualidad, nos van dibujando el pasado de Jasmine: su matrimonio con Hal (Alec Baldwin), un adinerado broker de Wall Street junto al cual disfrutaba de una vida repleta de lujo y comodidades, o mejor dicho, lo que se entiende por tales: un caro apartamento con piscina en Park Avenue, comidas y cenas suntuosas, y líneas de crédito generosas en las tiendas más caras de Manhattan… Una felicidad artificial que escondía, cómo no, una falsa realidad a la que la fantasiosa Jasmine, la sofisticada Jasmine, se entregó con los ojos cerrados, hasta el punto de ser incapaz de ver, hasta que ya resultó ser demasiado tarde, que su marido llevaba años y años siéndole infiel con otras muchas mujeres literalmente delante de sus narices (Jasmine conocía a todas las amantes de su esposo ignorando, o acaso queriendo ignorarlo voluntariamente, su condición de concubinas de su cónyuge), y que además Hal estaba metido en “negocios sucios” que terminarían (vía denuncia) conduciéndole a la cárcel…, donde acabaría sus días suicidándose. Los hechos del pasado de Jasmine guardan una estrecha interrelación con sus actividades en el presente, de tal manera que, gracias a esa progresiva información dosificada sobre lo que fue la existencia de la protagonista antes de dar con sus huesos en San Francisco, descubrimos (y comprendemos) que el personaje de Jasmine en la actualidad es el resultado de la modelación del mismo en base a su incapacidad para asumir este presente para ella aciago. Se ha dicho, no sin razón, que Jasmine vendría a ser una variante o puesta al día de la Blanche DuBoisimaginada por Tennessee Williams en su famosísima obra teatral Un tranvía llamado deseo, no por casualidad interpretada por Blanchett en el montaje representado a lo largo de 2009 en Washington y Sydney bajo la dirección de Liv Ullmann y que no sería de extrañar que Allen conociera e incluso hubiese visto; similitud que brilla en todo su esplendor en lo que atañe a la relación amorosa de Jasmine con Dwight (Peter Sarsgaard), el adinerado hombre de negocios que nada sabe sobre su pasado porque ella misma ha procurado ocultárselo escrupulosamente y al que ve como una posible tabla de salvación de cara a recuperar el estatus social perdido. Pero también, y salvando las distancias, la Jasmine de Allen guarda ecos de Lily Bart, la infortunada heroína de la novela de Edith Wharton La casa de la alegría, admirablemente adaptada por Terence Davies en el film homónimo de 2000: otra dama de la alta sociedad neoyorquina a la que también sorprende la pobreza, y con ella, la conciencia de que es un ser inútil y desvalido ante el mundo como consecuencia de su educación privilegiada.
 

 
Allen desarrolla con gran habilidad la tragedia de Jasmine, pues no es sino esencialmente trágico un personaje enfrentado a un destino insuperable, de tal manera que esa continua interrelación presente-pasado no solo contribuye a ir enriqueciendo el perfil psicológico de la protagonista, sino también a que no decaiga el interés de la narración. Dicho de otra manera, Blue Jasmine es una de esas raras películas en las que su narración a base de flashbacks no es una mera maniobra destinada a dotar al relato de una apariencia de densidad en realidad inexistente (no son pocos los films que hoy en día recurren a esta estratagema narrativa para aparentar un espesor psicológico del cual en realidad carecen: basta con ordenar cronológicamente lo que narran para darse cuenta de ello; eso suele ocurrir, por ejemplo, en el cine de Alejandro González Iñárritu). Por el contrario, la película crece a medida que lo hace la información suministrada en torno al personaje central, alcanzando colofones tan espléndidos como ese momento en que, tomando una copa (una de las muchas que toma...) en compañía de Ginger, Chili y el amigo de este último, Eddie (Max Casella), al cual los dos primeros intentan “emparejar” con Jasmine (¿puede haber algo más incómodo en esta vida?), la protagonista explica que su esposo Hal murió en la cárcel ahorcándose en su celda, detallando con amargura que un ahorcado no suele morir por asfixia sino como consecuencia de la rotura de su cuello; o, más adelante, la revelación de que Hal fue detenido por la policía y acabó en “chirona”… como consecuencia del chivatazo de la propia Jasmine, en un arranque de despecho por las infidelidades de su marido y ante la amenaza inminente por parte de este último de abandonarla por otra mujer.
 

 
En el cine de Allen están presentes los retratos de mujeres pasivas-agresivas: Geraldine Page, en Interiores (Interiors, 1978); Charlotte Rampling, en la excelente y menospreciada Recuerdos… (Stardust Memories, 1980); Mia Farrow, en Maridos y mujeres (Husbands and Wifes, 1992); Radha Mitchell, en la fallida Melinda y Melinda (Melinda and Melinda, 2004); Scarlett Johansson, en Match Point (ídem, 2005), todavía a día de hoy la última gran película de su realizador… Pero probablemente ninguna de ellas sea tan frágil como la Jasmine del presente film, salvo quizá las dos mencionadas en primer lugar, asimismo afectadas por un trastorno mental que las conduce a la infelicidad y la locura, al igual que la protagonista de esta película, por su incapacidad para hacer frente a lo que se conoce como “realidad cotidiana”. Sin perjuicio de la buena labor de todo el elenco, incluida una excelente Sally Hawkins —por más que, a mi entender, su episodio de infidelidad a Chili con Al (Louis C.K.) sea lo peor y más prescindible del film: por suerte, no dura mucho—, es Cate Blanchett, actriz, y Jasmine, personaje, los que acaparan los mejores momentos de una función en la cual Allen hace gala de un ironía cruel (¿hay alguna que no lo sea?) en su enésima mirada sobre la estupidez del ser humano.
 

 
Llama la atención, tal y como ya ocurría en otra buena y subvalorada película suya de estos últimos años, El sueño de Casandra(Cassandra’s Dream, 2007), que Allen demuestre una actitud de comprensión hacia los personajes intelectualmente menos formados, caso de Ginger o Chili, en detrimento de la más “culta” (abandonó los estudios a punto de acabar antropología) y a pesar de todo más necia Jasmine. Puede especularse con dos posibilidades: que, o bien con el paso de los años el cineasta ha comprendido que el bagaje cultural no siempre es el mejor recurso para hacer frente a las alegrías y sinsabores de la existencia humana, lo cual ha aumentado su escepticismo ante los personajes intelectuales (recuérdense, sin ir muy lejos, el canto al hedonismo con el cual se cerraba la mencionada Melinda y Melinda, o la moraleja escéptica con la que concluía Si la cosa funciona / Whatever Works, 2009 —1—); o, acaso desde un punto de vista quizá más práctico, desde que Allen protagoniza con menos frecuencia sus películas, básicamente por cuestiones de edad (este 1 de diciembre cumple 78 años), el realizador ha ido reduciendo el protagonismo de los personajes intelectuales que él solía encarnar (mejor dicho, el único personaje que solía encarnar), centrando su mirada en otro tipo de personajes, digamos, más a ras de suelo.
 

 
Sea como fuere, Blue Jasmine, qué título más adecuado, es la crónica del descenso a los infiernos de la cotidianeidad de una mujer que durante mucho, demasiado tiempo, ha estado viviendo dentro de una bella burbuja de cristal. Ni qué decir tiene que, bajo cierto punto de vista y tal y como también se ha dicho estos días, el film puede interpretarse como una especie de fábula sobre la crisis económica, personificada en la figura de una mujer que antaño fue rica y caprichosa, y que ahora, pobre pero igualmente caprichosa, intenta aparentar una “clase” que ya no tiene porque carece del mucho dinero que la respalde. Ya he mencionado que Jasmine es un personaje esencialmente trágico, sometido a lo largo de todo el metraje a una serie de humillaciones, algunas derivadas de la diferencia existente entre su carácter y comportamiento con el de los personajes del entorno “pobre” en el cual se ve metida, caso del ya mencionado intento de “emparejamiento” (sic) con Eddie. Pero quizá la peor de las humillaciones sea, desde su punto de vista, aquélla que sufre a manos del Dr. Flicker (Michael Stuhlbarg), el dentista de San Francisco en cuya recepción trabaja, quien se le insinúa en diversas ocasiones y, finalmente, llega a propasarse con ella: dejando aparte (pero sin minimizarla) la agresión sexual, lo más humillante, como digo, para Jasmine es el hecho de que, como ya ha dejado de pertenecer a la clase de los poderosos y ha entrado de cabeza en la de los “pobres”, se ha convertido en alguien a merced de los que ahora son más ricos que ella, como el Dr. Flicker. Pocas veces ha estado Allen tan cerca, como aquí, de la tragedia.

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2009/10/la-caja-kovak-si-la-cosa-funciona-el.html

Especial WOODY ALLEN (2). “VICKY CRISTINA BARCELONA”: Un Allen falsamente maldito

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[NOTA PREVIA: Este artículo se publicó originalmente el 6 de noviembre de 2008 en mi anterior versión de este blog en Blogspot.es.] He de empezar con una confesión: una de las primeras razones que me han decidido a hacer este blog sobre cine era la de poder contar con un espacio propio para expresar una opinión respecto a esta controvertida película de Woody Allen, sobre la cual han corrido ríos de tinta muy negativos en su mayoría, al menos entre la así llamada prensa especializada española y sobre todo la catalana, que acaso por cuestiones de proximidad geográfica quizá se siente con más autoridad que ninguna otra para opinar tajantemente sobre un film que, cierto es, ha venido precedido de una campaña publicitaria que de entrada invita al rechazo (apoyo financiero desde instancias públicas, quejas de realizadores locales protestando por un supuesto trato de favor hacia Allen a la hora de rodar en la Ciudad Condal, sospechas sobre el carácter propagandístico y enfocado hacia intereses turísticos del Ayuntamiento de Barcelona por parte del film, que se ha traducido, dicen, en la aportación de un millón de euros de las arcas municipales para la financiación de la película, etc., etc.). No voy a negar nada de todo esto o de cualquier otra siniestra conspiración que se haya urdido en torno a Vicky Cristina Barcelona porque no estoy en posición de hacerlo y, como dije el primer día, este blog es parar hablar de cine (sin que eso suponga negar, por descontado, las implicaciones políticas, sociales, económicas o de cualquier otra índole que rodean al cinematógrafo en cuanto manifestación artística relevante).
 

 
Hecha esta introducción, por desgracia muy necesaria en estos tiempos en los cuales, en materia cinematográfica, se tiende a confundir en demasiadas ocasiones el grano con la paja, la gimnasia con la magnesia y el tocino con la velocidad, creo que Vicky Cristina Barcelona, aún estando lejos de las mejores obras de su autor (que, a mi entender, son Manhattan, Sombras y niebla, Delitos y faltas y Match Point, esta última no menos polémica por razones relativamente similares a la del título que aquí nos ocupa), no se merece en absoluto el varapalo recibido en nuestro país, pues el film no solo no me parece tan malo sino, por el contrario bastante interesante, hasta el punto de erigirse en la mejor y más divertida comedia de su director desde Celebrity (1998).
 

 
Disculpen la franqueza, pero no consigo comprender ni mucho menos compartir las furiosas opiniones que se han vertido contra esta película, señalando groseramente con el dedo sus supuestos defectos, pareceres que naturalmente respeto pero que siendo benevolente solo puedo interpretarlos como el resultado de la precipitación. El primer gran reproche que se le ha hecho a Vicky Cristina Barcelona reside en su mirada supuestamente “turística”, y por lo tanto superficial, sobre el escenario de la Ciudad Condaldonde transcurre el grueso de la acción. Primera estupefacción por mi parte: si no recuerdo mal, ya antes de su estreno se venía diciendo, e incluso aceptando con cierta normalidad, que esa supuesta visión turística de Barcelona era (es) resultado del punto de vista de las protagonistas femeninas, Cristina (Scarlett Johansson) y Vicky (Rebecca Hall), dos turistas norteamericanas que acuden a la Ciudad Condal durante sus vacaciones y atraídas por sus tesoros artísticos: las obras de Antoni Gaudí, las Ramblas, Miró… Pues bien, llega el momento del estreno y toda esa previa “comprensión” se desvanece por completo. Puede alegarse a favor de los decepcionados al respecto que todavía no habían visto el film (con lo cual toda esa argumentación sobre el punto de vista no era sino una mera expectativa: un prejuicio); pero, incluso habiéndolo visto, me resulta incomprensible que todo lo que se sepa decir de esta película sea calificarla como “turística”: me parece una reducción simplista y equivocada, primero porque las escenas en las cuales vemos a Cristina, Vicky y otros turistas visitando monumentos o espacios típicos de Barcelona (y de Oviedo, que también “sale”) están reducidas al mínimo, pues la mayoría de ellas se resuelven mediante insertos de escasos segundos de duración; y sobre todo, porque ese supuesto contenido “turístico” es el aspecto más secundario de un film que cuenta muchas otras cosas.
 

 
Otra opinión adversa a Vicky Cristina Barcelona, esta particularmente polémica y que pone nerviosa a mucha gente, es la que afirma que Woody Allen no ha sabido “conectar” con la realidad social de la Barcelona actual y, por ende, de la Cataluñay la Españaactuales, recurriendo a no pocos tópicos sobre el modo de vida en la península ibérica. La prensa catalana se ha subido por las paredes al comprobar, horrorizada, que Allen se atreve a reírse de un tema que aquí carece de connotaciones humorísticas: la identidad catalana; el personaje de Vicky, se nos dice, está completando sus estudios mediante una tesis sobre “la identidad catalana” (sic); alguien en la película hace un malicioso comentario verbal al respecto, diciendo poco más o menos que, cuando haya acabado de estudiar “eso”, Vicky podrá seguir adelante con su vida, entre cuyos planes más inmediatos figura el contraer matrimonio con su prometido Doug (Chris Messina). Que alguien se burle de una cuestión que para los catalanes no tiene nada de graciosa, y lo haga además en una producción cinematográfica de alcance internacional financiada, para más inri, en Cataluña mismo, puede sentar mal… siempre y cuando uno se la tome excesivamente en serio. Porque, y volviendo a la cuestión del punto de vista, ¿acaso no es normal que para unos personajes de nacionalidad norteamericana, tan ajenos a esa realidad catalana/española, “la identidad catalana” no les suene más que a una cuestión local que quiere estudiar una chica neoyorquina por curiosidad, por exotismo, antes de hacer una “buena boda” para luego olvidarse de ello para siempre? Viéndolo desde otros puntos de vista, y por favor que no se enfade nadie, ¿no será una manera de decir por parte de Allen, un extranjero en tierra extraña, que la cuestión de “la identidad catalana” es menos importante de lo que a nosotros nos parece?, ¿o, sencillamente, que no sabemos reírnos de nosotros mismos (o, cuanto menos, que no sabe hacerlo la así llamada prensa especializada)?
   

 
Todo ello equivale a no haber entendido el tono caricaturesco, y por tanto irreal, que domina el relato; y si bien es verdad que Allen se ríe de los tópicos de “lo español” (y, ¡ay!, también de los de “lo catalán”), no es menos cierto que los personajes de nacionalidad norteamericana están retratados con no menos ironía y crueldad. Dejando aparte el hecho de que resulta absurdo exigirle a un cineasta extranjero que en contadas ocasiones ha visitado nuestro país (donde, se dice, “se le quiere tanto”) un profundo conocimiento que no se le exige al resto de la producción cinematográfica nacional (quizá una de las más acríticas y menos auto-reflexivas del mundo), está muy claro que lo que ofrece Vicky Cristina Barcelona es una caricatura de España, de Cataluña y de los Estados Unidos (y, por añadidura, muy divertida). Si alguien se siente ofendido e incomodado por ella quizá sea porque resulta más dolorosamente acertada de lo que pueda parecer a simple vista. Allen se pronuncia respecto a España desde el tópico, pero ¿acaso no hay en el tópico algo de verdad? El tópico, cierto, no es una verdad universal, un axioma que deba tomarse al pie de la letra ni nada por el estilo; Allen lo sabe, y por eso mismo adopta ese tono cómico y desprejuiciado. Naturalmente, ni todos los españoles, ni todos los catalanes, ni los barceloneses, ni los ovetenses “son” como los personajes de Juan Antonio (Javier Bardem) y María Elena (Penélope Cruz), extravertidos, temperamentales, amantes del vino y del sexo, gritones, explosivos, celosos, pasionales… pero negar que no haya un fondo de realidad en todo ello me parece, honestamente, no conocernos a nosotros mismos. Con Vicky Cristina Barcelona, Allen coloca frente al espectador español un espejo deformante que nos devuelve un reflejo provinciano que no está alejado de una determinada verdad.
 

 
He mencionado la palabra tono. A mi modo de ver, el interés de Vicky Cristina Barcelona y lo que le confiere todo su sentido reside en la tonalidad adoptada por Allen a la hora de narrarla. Tono que nace a partir del tratamiento fílmico que el realizador neoyorquino sabe imprimir con su labor tras la cámara, en una enésima demostración de que una cosa es la película que se “lee” (o se “escucha”) y otra bien distinta la película que se “mira” y se “ve”. La tonalidad del film está muy bien marcada desde el principio: Allen lo abre con un plano general con apertura del iris justo encima del mural de Miró que adorna la fachada del barcelonés aeropuerto de El Prat, poniendo dicha imagen en relación con Cristina y Vicky, recién llegadas a territorio catalán y subiendo sus maletas en un taxi. La voz en off que acompaña al relato, tan criticada y que en absoluto se limita a expresar lo que ya están mostrando las imágenes (como también se ha afirmado con insistencia digna de mejor causa), crea una primera atmósfera como de cuento de hadas, un equivalente del clásico “érase una vez…” que provoca un primer efecto de distanciamiento con el espectador, abonándole el terreno de cara a una trama no-realista, cínica y más bien reflexiva. Por añadidura, pueden interpretarse como guiños al cine mudo el recurso a la apertura y cierre del iris y a la voz en off (que aquí sería un equivalente a los rótulos), ya presentes en otros títulos de su director con aires de falso reportaje que asimismo provocaban idéntico efecto de distancia con el espectador (por ejemplo, Zelig, Acordes y desacuerdos o la antes mencionada Celebrity).

Como siempre en el cine de Allen, los personajes de esta película no son aquello que dicen ser, o mejor dicho, no son lo que aparentan. Tras la (insistamos) tópica imagen de las dos turistas extranjeras que llegan a Barcelona atraídas por una turística —esta sí— fascinación por el “sabor local” (recuérdese la primera escena en el aeropuerto), se esconden dos mujeres llenas de anhelos secretos: Cristina, la joven rubia que hace turismo por aburrimiento, porque en ese momento no tiene nada mejor que hacer, y que disfraza con pretensiones “intelectualoides” lo que no es más que una búsqueda de experiencias marcadas bajo el signo de lo sexual; y Vicky, la chica morena, estudiosa-y-seria porque nunca se ha planteado la posibilidad de no ser estudiosa ni seria (esto es, promiscua como su amiga Cristina), y que está a punto de contraer un matrimonio, casi, de conveniencia (con un prometido adinerado-y-guapo: un partido que una chica estudiosa-y-seria como ella no-puede-dejar-escapar).
 


La irrupción de Juan Antonio en las vidas de Cristina y Vicky da pie al que probablemente sea el mejor momento del film: las muchachas se encuentran en una galería de arte con motivo de la inauguración de una exposición; Allen muestra a las jóvenes en plano americano; de repente, corta y pasa a plano medio en el momento en que Vicky mira más allá del encuadre a Juan Antonio (este fuera de campo), comentándole a Cristina que el hombre que está al otro lado de la sala le ha llamado la atención y haciendo que su amiga también se vuelva y mire hacia esa misma dirección; a continuación, en vez de insertar un contraplano de Juan Antonio, como sería lo usual, lo que hace es volver al plano americano anterior de Cristina y Vicky y solo después inserta un plano medio en el que vemos por primera vez a Juan Antonio, apoyado en una columna, con una llamativa camisa roja y tomando una copa. Esa ruptura de la planificación ortodoxa permite que el espectador se centre en las miradas de Cristina y Vicky, y en lo que sugiere ese gesto: de este modo, Juan Antonio apareceen sus vidas como la respuesta a aquellos anhelos insatisfechos, como el punto de ruptura que las chicas andan buscando, la una de manera consciente (Cristina), la otra inconscientemente (Vicky): un pintor “español” y “bohemio” al que le gustan las mujeres y el vino; que las lleva a Oviedo ¡en avioneta particular!; con el que escuchan, claro, guitarra española; y que acaba acostándose con las dos: primero con Cristina, la rubia, la más accesible y predispuesta, y luego con Vicky, la morena, la más difícil pero en el fondo también predispuesta.
 


Ese contraste de pareceres entre Cristina y Vicky es explotado a fondo por Allen de cara a conseguir un estudio de personajes mucho más agudo de lo que se ha pregonado estos días. En la hilarante secuencia posterior en el restaurante, donde Juan Antonio aborda a las chicas y las invita a viajar a Oviedo, Cristina no tarda en sentirse atraída por la atrevida verborrea del español (lo cual dice mucho tanto del personaje de Cristina como del de Juan Antonio), mientras que Vicky, erigida en voz de la razón, se resiste ante la disparatada proposición de Juan Antonio: coger una avioneta en plena noche y largarse hacia Oviedo como si tal cosa. Aparte de la brillantez de los diálogos, tan habitual en Allen (excepto aquí, dice la opinión mayoritaria), la secuencia del restaurante pone a las claras el tono de farsa que va a dominar el resto del relato, con lo cual nadie puede llamarse a engaño. También resulta sintomática de ese mismo tono, y del excelente dibujo de los personajes, la resolución de las sucesivas seducciones amorosas de Cristina y Vicky por parte de Juan Antonio. Este visita a Cristina en su dormitorio pero la chica, ahíta de comida y vino, acaba vomitando, frustrando ese primer intento (en una clara demostración del carácter visceral y epidérmico de su relación: todo depende, en resumidas cuentas, de tener o no el organismo a punto para el sexo). Posteriormente, el segundo y exitoso intento de Juan Antonio (apostillado brillantemente por la irónica voz en off: “En esta ocasión, Cristina retuvo su comida”) concluye con un gran primer plano de Juan Antonio y Cristina besándose desnudos en la cama: a fin de cuentas, es lo que estaban buscando ambos personajes y al final han logrado alcanzar su objetivo.
 


En cambio, para seducir a la menos predispuesta Vicky, Juan Antonio tiene que llevar a cabo una estrategia más elaborada: primero, la lleva a la granja de su viejo padre en Oviedo (este último, un progenitor a la altura de su hijo, recuerda a la exmujer de Juan Antonio, María Elena, del siguiente modo: “Todavía tengo sueños eróticos con ella”); y, más tarde, a un concierto de guitarra flamenca, tras el cual logrará tirársela en el parque. La música que, dicen, está aquí tan mal utilizada, juega un papel fundamental; una escena que ha horrorizado a mucha gente consiste en aquélla en la que Juan Antonio y Vicky conversan por los alrededores de la granja del padre mientras suena de fondo una melodía típicamente catalana: “El noi de la mare”; ¿música catalana para ambientar una escena que transcurre en Oviedo? Vuelvo a insistir: parece que todo el cine que Allen hubiese realizado anteriormente se haya olvidado por completo y ya nadie recuerda cómo suele emplear la música el director de Manhattan a modo de eco psicológico-musical que expresa el estado de ánimo de los personajes: si se oye “El noi de la mare” es porque Vicky está absorta en sus propias cavilaciones, su propio mundo (ella está en España para-estudiar-la-identidad-catalana, se dice a sí misma, no para-flirtear-con-un-pintor-español); a mayor ahondamiento, la conversación posterior entre ambos personajes gira en torno a los estudios sobre Cataluña que Vicky ha venido a realizar. Más tarde, en la secuencia del concierto nocturno de guitarra española al aire libre, la cámara va trazando panorámicas que ponen en relación a Juan Antonio y Vicky, dibujándose sutilmente un proceso de seducción que pasa por el amor, compartido por ambos personajes, hacia la música. Tras el recital, dicha seducción culmina en el parque, secuencia que Allen resuelve sobre una serie de primeros planos encadenados de Juan Antonio y Vicky mirándose, y cerrando la secuencia con una imagen al ralentí de los dos abrazándose y echándose en el suelo: el tono melifluo de esos primeros planos/contraplanos encadenados, y el efecto artificial de la cámara lenta para mostrar ese abrazo de deseo, ponen de relieve la falsedad y el artificio del momento: la relación entre Juan Antonio y Vicky también es una falsedad que está destinada a durar lo que dure su coito sobre la hierba. Más adelante, en sus posteriores reencuentros con Juan Antonio, y en una nueva utilización dramática de la música, la guitarra española habrá sustituido a la música catalana en la mente de Vicky.
 

 
Un aspecto final que quisiera señalar, frecuentemente citado como otro irresponsable defecto de esta película tan menospreciada e incomprendida (siempre a mi entender, naturalmente), reside en la utilización de sus actores, en particular Scarlett Johansson, Javier Bardem y Penélope Cruz. Se ha dicho hasta la saciedad, y es bien cierto, que ninguno de los tres actúa realmente, sino que se limitan a prestar sus cuerpos a unos personajes que parecen directamente salidos de las respectivas imágenes que proyectan cada uno de ellos. Estoy completamente de acuerdo: Johansson, Bardem y Cruz no interpretan, en el sentido literal de la expresión (o, al menos, no lo parece), sino que actúan en virtud de esos estereotipos que personifican; pero esto último, que a tanta gente le parece un defecto, a mí me parece otra virtud del film. Allen, que ha trabajado con muchos y muy buenos actores a lo largo de su carrera, conoce perfectamente las limitaciones interpretativas de sus intérpretes (que, mal que les pese a sus respectivos admiradores, las tienen). Sin ir más lejos, viendo cómo trataba el realizador a Scarlett Johansson en Match Point(donde ofrecía una jugosa caricatura de la actriz, presentándola como una mediocre intérprete teatral que tan solo sabe llamar la atención por una belleza turgente a un paso del sobrepeso), y viendo cómo la trata aquí, presentándola como una típica chica-rubia-americana tras cuyas pretensiones de artista no hay absolutamente nada consistente (por si fuera poco, se dice de ella que acaba de dirigir un cortometraje… tal y como ha hecho Johansson en la vida real), nadie diría que la actriz es, como se han hartado de afirmar en todos lados, “su musa”.


Sea como fuere, tanto si Johansson, Bardem y Cruz se han prestado expresamente a ese juego como si no se han dado cuenta (me inclino, aún a riesgo de equivocarme gravemente, por esta segunda opción), lo cierto es que el último tercio del relato, que se centra en la insólita relación à troisentre Cristina, Juan Antonio y María Elena en la masía del segundo, propone bajo su chispeante apariencia de comedia de enredo un soterrado y nada despreciable discurso en torno a las diferencias culturales, del cual salen triunfadores, con todos sus defectos, Juan Antonio y María Elena, más ruidosos y temperamentales, pero también más sinceros y apasionados que Cristina en su manera de entender y vivir el arte, y de los cuales la joven yanqui se aprovecha a fondo, utilizándolos en su propio beneficio. Resulta sintomática la escena, divertidísima, en la que María Elena se pone a despotricar contra Cristina la primera vez que se la encuentra en la masía conviviendo con Juan Antonio: la temperamental española suelta improperios, naturalmente, en castellano, y Juan Antonio, por respeto a Cristina, le va diciendo que hable “en inglés... en inglés…”: ¡la presencia de una sola persona de los todopoderosos Estados Unidos es suficiente para que los demás bajen la cabeza y se esfuercen en hablar en su mismo idioma para no ofenderla ni hacer que se sienta incómoda o desplazada! (dicho sea de paso: ¿no ocurre algo muy parecido en Cataluña con la lengua catalana?; ¿acaso al final resultará que Allen comprende “la identidad catalana” mejor de lo que se ha pregonado?). Cristina aprende de Juan Antonio y María Elena pintura y fotografía, se acuesta con ambos a la vez o por separado, para luego abandonarlos con la misma inconsciencia e indiferencia con que les conoció: el “¡Niñata de mierda!” que le grita María Elena en la escena en la que les dice que piensa dejarles está más que justificado.
 

 
Vicky Cristina Barcelona no es, a pesar de todo, una película redonda. Personalmente creo que falla la historia secundaria protagonizada por la también norteamericana Judy Nash (Patricia Clarkson) y su romance adúltero con Jay (un fugaz Abel Folk), destinados a servir de irónico contrapunto a las dudas y temores que asaltan a Vicky cuando, tras su noche de sexo en la hierba con Juan Antonio, empieza a considerar seriamente la posibilidad de no casarse con Doug. Hay algún momento resuelto con torpeza: intentando asesinar a Juan Antonio en un nuevo ataque de celos, a María Elena se le escapa un tiro que hiere levemente a Vicky en la mano. Y la fotografía del habitualmente excelente Javier Aguirresarobe carece de la densidad que siempre le ha caracterizado: al igual que la mayoría de películas de Allen de estos últimos años, se echa en falta en Vicky Cristina Barcelona una estética más elaborada (lo cual, por cierto, choca con el supuesto carácter “turístico” del proyecto). Pero, con todos sus defectos, el film de Woody Allen está lejos de ser un divertimento frívolo y sin sustancia, erigiéndose en cambio en un relato cargado de mucha mala leche. Como me comentaba un amigo al salir de la proyección, el cineasta neoyorquino no se casa con nadie. A lo cual añadiría que en esta ocasión ha demostrado ser un auténtico cabrón.
 

“DIRIGIDO POR…” de DICIEMBRE 2013, ya a la venta

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La esperada película de Steve McQueen 12 años de esclavitud (12 Years a Slave, 2013) es el film de portada del núm. 439 de Dirigido por…, correspondiente al mes de diciembre. La crítica del mismo se complementa con una entrevistacon el propio Steve McQueen.


Ahora bien, el contenido más extenso de este número es la segunda parte del dossierdedicado a Sam Peckinpah, que este mes se completa, en primer lugar, con una serie de artículos que abordan determinados aspectos de su filmografía, tal es el caso de la delimitación de sus principales elementos de estilo, temática que aborda Quim Casas; la largo tiempo controvertida cuestión de su uso de la violencia como arma expresiva, analizada por Antonio José Navarro; y una aproximación a los diversos problemas que tuvo con la mayoría de productores para los cuales trabajó, incluyendo los proyectos que no llegó a realizar, llevada a cabo por Tonio L. Alarcón. A continuación, una serie de antologías de todas y cada una de las películas de Peckinpah rodadas fuera del ámbito genérico del western (que fueron abordadas el mes pasado): Perros de paja (Straw Dogs, 1971), por Antonio José Navarro; La huida (The Getaway, 1972), por Gerard Casau; Quiero la cabeza de Alfredo García (Bring Me the Head of Alfredo Garcia, 1974), por Tonio L. Alarcón; Aristócratas del crimen(The Killer Elite, 1975), por Beatriz Martínez; La cruz de hierro (Cross of Iron, 1975), por Tonio L. Alarcón; Convoy (ídem, 1978), por Ángel Sala; y Clave: Omega (The Osterman Weekend, 1983). Entre las antologías se incluye un artículo sobre los remakes de dos films de Peckinpah, La huida (The Getaway, 1994, Roger Donaldson) y Perros de paja (Straw Dogs, 2011, Rod Lurie), que firman Ramon Freixas y Joan Bassa.


La actualidad cinematográfica del momento es abordada a través de las reseñas de las más destacadas películas a estrenar este diciembre-enero, como son: A propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis, 2013), de Joel y Ethan Coen (Tonio L. Alarcón); El consejero (The Counselor, 2013), de Ridley Scott (Antonio José Navarro); La gran belleza (La grande bellezza, 2013), de Paolo Sorrentino (Héctor G. Barnés); De tal padre, tal hijo(Soshite chichi ni naru, 2013), de Hirokazu Kore-eda (Quim Casas); Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing, 2013), de Joss Whedon (Héctor G. Barnés); y Carrie (ídem, 2013), de Kimberly Peirce (Antonio José Navarro). A todo ello hay que sumar sendas crónicas de las últimas ediciones de los festivales de cine de Gijón(Rafel Miret), Sevilla (Gerard Casau) y la Semana de Cine de Terror de Donostia (Antonio José Navarro); y dos comentarios para la sección Televisión, centrados en las series American Horror Story: Asylum(ídem, 2011- ) y The Americans (ídem, 2013- ), respectivamente elaborados por Antonio José Navarro y Quim Casas; este último también comenta un par de novedades en formato doméstico dentro de la sección Flashback: Declive (Downhill, 1927), de Alfred Hitchcock, y La línea general / Lo viejo y lo nuevo (Staroye i novoye, 1929), de S.M. Eisenstein. Completan este número de diciembre las secciones de Críticas; Pantalla Digital, de José María Latorre; Banda Sonora, de Joan Padrol; y En busca del cine perdido, dedicada este mes al film de Francisco Rovira Beleta Expreso de Andalucía (1956).


Mi contribución mensual se centra, en primer lugar, en la crítica de la mencionada película de Steve McQueen 12 años de esclavitud: “quizá sea demasiado pronto para «bendecir» a Steve McQueen con la sacrosanta etiqueta de «autor»; suponiendo, claro está, que eso sea necesario para reconocer las bondades de su película, la cual, por encima de estas consideraciones o de otras de este estilo que dejamos para los adictos al aparentemente incurable «síndrome Orson Welles», se revela como un brillante melodrama”.


Asimismo, firmo la antología de un film del dossierPeckinpah por el cual siempre he sentido algo más que simpatía, Clave: Omega: “A pesar de que, se dice, el principal interés de Peckinpah a la hora de abordar esta producción era de tipo profesional –no había vuelto a dirigir desde “Convoy” (ídem, 1978), estrenada cinco años atrás, y anhelaba hacer algo para romper esa racha de inactividad–; que “Clave: Omega” supondría su último gran enfrentamiento con los productores del film (el cual se tradujo en recortes y alteraciones del montaje definitivo); y, sobre todo, que nos hallamos ante una película que no suele gozar de mucha estima entre los, sigamos diciendo, “peckinpahnianos de pro”, “Clave: Omega” no solo no me parece una obra desdeñable, sino incluso la mejor de su realizador desde “La cruz de hierro” (“Cross of Iron”, 1977) y un más que digno cierre de su filmografía”.


Concluyo mi participación con otras tres críticas, la primera de ellas destacada (y destacable): la del interesante film de Scott McGehee y David Siegel ¿Qué hacemos con Maisie? (What Maisie Knew, 2012); la apreciable producción española de Joan Cutrina Alpha (2013); y la más endeble de Stefan Ruzowitzky titulada en España, miren ustedes por dónde…, La huida (Deadfall, 2012).

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“UN HOMBRE, CINCO BALAS”, de CARLOS AGUILAR, en CINE ARCHIVO

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Cine Archivo publica estos días mi comentario de la cinéfila novela de Carlos Aguilar Un hombre, cinco balas. Un homenaje al eurowestern, en formato de novela ilustrada con fotografías de intérpretes del género que se corresponden con los personajes del propio relato, que al mismo tiempo mira con nostalgia la edad dorada del “bolsilibro” o “novelas de a duro”.

Cine Archivo:
Libros:
“Un hombre, cinco balas”:

Nueva versión, no “remake”: “CARRIE”, de KIMBERLY PEIRCE

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] En la primera secuencia de esta nueva versión de Carrie (ídem, 2013), asistimos a una escena inédita tanto en la versión homónima de Brian De Palma de 1976 como, si no me equivoco, en la asimismo homónima novela de Stephen King (insisto, puedo estar equivocado: hará como treinta años que la leí). Me refiero al momento en que Margaret White (Julianne Moore) da a luz a su hija. La secuencia está construida con malicia: mientras se van insertando en montaje paralelo los primeros títulos de crédito, vemos en primer lugar el plano general de una casa; sobre esta imagen, oímos en offel grito de una mujer; en los siguientes planos, la cámara penetra en el interior de la vivienda y se dirige, haciendo cortos travellings, hacia el lugar de origen de los gritos y gemidos de dolor femeninos, mientras vemos en los escalones que conducen hacia ese lugar, en el piso superior, vestigios tales como un ejemplar de la Biblia abierto y sobre un charco de algo que parece agua (en realidad, líquido amniótico), y cómo ese rastro acuático se va mezclando con gotas de sangre. Llegamos así al dormitorio de Margaret: la mujer está tumbada en la cama, retorciéndose dolorida como consecuencia de algo que ella no parece comprender pero el espectador ya ha deducido: un parto. En un momento dado, la cámara se coloca en picado sobre la parturienta, la cual ha implorado a la Virgen María que la ayude en lo que ella cree que es la hora de su muerte; la imagen en picado se centra en un plano medio/casi primer plano de Margaret; de repente, hay un momento de quietud, y la cámara desciende sobre la mujer, corrigiendo el ángulo en picado hasta colocarse en posición horizontal. No tardaremos en ver cómo entre las piernas de Margaret asomará un bebé, que la mujer “descubre” lentamente levantando su falda como si no supiera qué le está pasando (en realidad no lo sabe, como más tarde averiguaremos; para ella, lo que “crecía” en su vientre, dirá, era “un tumor…”). El descenso de la cámara parece sugerir, por tanto, una especie de “descenso” a la realidad, valga la redundancia, por parte de una mujer enajenada que cree estar en un plano “superior” de espiritualidad como consecuencia de su fanático sentimiento religioso.


Más avanzada la proyección hay un plano con grúa que tiene un sentido bastante parecido. Tiene lugar en la secuencia en la cual la profesora de gimnasia del instituto, la señorita Desjardin (Judy Greer), castiga a las condiscípulas de Carrie (Chloë Grace Moretz) por haberse burlado cruelmente de ella en las duchas, obligándolas a llevar a cabo una serie de duros ejercicios gimnásticos, so pena de ser expulsadas de la escuela y perderse, con ello, la esperada fiesta de graduación que está a un mes de celebrarse. La principal responsable de las burlas contra Carrie, la engreída Chris (Portia Doubleday), se niega a aceptar ese castigo, y en consecuencia, la señorita Desjardin la echa del grupo de gimnasia, y por ende, de la escuela. Hacia el final de esta secuencia, la cámara traza un movimiento de grúa de arriba abajo, como sugiriendo que la posición de “superioridad” de Chris, presentada como “la líder” del grupo de chicas de su edad de la escuela, se ha venido literalmente abajo: que la maleducada Chris acaba asimismo de “descender a la realidad”. Lo que se desprende tanto de la secuencia comentada en primer lugar como de esta es algo que define muy bien el tono de esta nueva versión de Carrie: su continuo vaivén entre lo fantástico y lo realista, de tal manera que nos hallamos ante una adaptación que respeta notablemente el trasfondo melodramático del original de Stephen King, con vistas a alejarse en la medida de lo posible del tono grandguiñolescode la versión de De Palma. Evidentemente que puede preferirse esta última por lo que tenía de “sinfonía del horror”: al autor de Vestida para matar (Dressed to Kill, 1980), que es homenajeado en la escena en la que vemos a Carrie duchándose antes de empezar a menstruar (la planificación recuerda tanto a la de Vestida para matar como a la del primer Carrie) nunca le ha interesado la trascendencia; y está muy claro, asimismo, que el libro de King le atraía en la medida que podía extraer del mismo material para ese grand guiñol. Por el contrario, creo que la realizadora Kimberly Peirce ha llevado a cabo un notable esfuerzo por regresar a la novela de King y volver a ponerla en imágenes de una manera que no se parece a la de De Palma, o al menos no se parece en exceso, aun explicando en esencia la misma trama.


La principal diferencia entre Carrie-1976 y Carrie-2013 es, por tanto, de tono. Si en la versión de De Palma la protagonista (Sissy Spacek) era una especie de patético monstruo sin conciencia de serlo, una criatura deformada por la nociva influencia fanática y reaccionaria de la madre (Piper Laurie) con la que siempre ha convivido y bajo cuya égida ha crecido en soledad y aislamiento, la Carrie de la versión de Peirce es una adolescente condicionada y atemorizada tanto por la “mala educación” que le ha dado su demente madre como por el hecho de sentirse despreciada por las constantes burlas de sus compañeros de escuela; es inevitable, signo de los tiempos, que los tormentos de la Carrie de 2013 estén dibujados a la sombra del estigma social de lo que se conoce como bullying o “acoso escolar”, y que se incluyan detalles modernizadores de la trama original como el empleo de la filmación con teléfono móvil de la humillación de Carrie en las duchas y la posterior difusión pública del vídeo vía Internet. Pero nada de todo eso molesta, e incluso resulta lógico y necesario, porque no interfiere en la esencia del relato: la presentación de una Carrie más decidida y consciente de su situación que la de la versión de 1976 e incluso puede que la de la novela de King. Una Carrie que vive un doble proceso de conciencia de su propia sexualidad y de los poderes telekinéticos que posee. No me parece casual en este sentido, y lo considero uno de los aciertos de esta nueva versión, que desde el primer momento se establezca una relación entre el despertar a la sexualidad de la protagonista y el “despertar” de sus poderes mentales, más directa todavía que en la lectura de De Palma e incluso que en el libro. De hecho, esta versión añade con respecto a sus precedentes otra secuencia que me parece significativa: aquélla en la que vemos a la protagonista y sus compañeras de clase jugar un partido de voleibol en la piscina del instituto; en la misma, hay un plano submarino que efectúa una panorámica voyeurística por las piernas desnudas de las chicas hasta detenerse en las de Carrie, en un rincón de la piscina e incapaz de participar en el juego. Puede entenderse como un apunte sobre el posible lesbianismo reprimido de la protagonista, lo cual no solo sería una explicación plausible para una parte de su conducta sino que tampoco resultaría de extrañar viniendo este film firmado por la misma realizadora de Boys Don’t Cry (ídem, 1999), su estimable melodrama sobre la discriminación y la identidad sexual (además, cabe anotar la existencia de Naissance des pieuvres (2007), una producción francesa escrita y dirigida por Céline Sciamma cuya acción gira alrededor de una piscina parisina que sirve como telón de fondo a la historia de la atracción lésbica de una adolescente por otra). No obstante, me inclino a pensar que dicho plano es más bien un apunte del pronto descubrimiento de la sensualidad por parte de la protagonista o, como hubiese escrito tiempo atrás el colega Antonio Weinrichter, su genitalidad.


Ese descubrimiento se produce en la escena de las duchas, y como decía, va acompañado de las primeras manifestaciones de los poderes telekinéticos de Carrie: cuando la joven está en el suelo, mientras las demás chicas le van arrojando tampones, vemos subrepticiamente cómo los aparta mentalmente de su cuerpo; poco después de la llegada de la señorita Desjardin, Carrie provoca involuntariamente el chispazo de un fluorescente. Ese vínculo entre el nacimiento simultáneo de su sexualidad y sus poderes está mostrado maliciosamente en escenas como, por ejemplo, aquélla en la que Carrie se entusiasma viendo un vídeo por Internet en el cual aparece filmada una actividad telekinésica (en un gesto que se corresponde, irónicamente, con el de tantos y tantos adolescentes que lo que suelen ver en Internet son vídeos pornográficos); o esa otra en la que, en la soledad de su dormitorio, Carrie pone a prueba sus poderes levantando mentalmente diversos libros e incluso su propia cama: su demente madre oye ruidos y sube corriendo, castrador cuchillo de cocina en mano, a ver qué ocurre, pero antes Carrie ha tenido tiempo de detenerse y apagar la luz, fingiendo que está dormida (situación que se corresponde, asimismo, con la de los adolescentes que son sorprendidos por sus padres mientras se masturban en sus camas). A la inversa, resulta destacable que el personaje de la madre de Carrie manifieste su agresividad y lo peor de su locura usando en ocasiones una violencia física que también tiene connotaciones sexuales, sobre todo en lo que se refiere, claro está, al empleo de armas fálicas: las enormes tijeras con las cuales, en la primera secuencia, tiene la tentación de acabar con la recién nacida Carrie; el momento en que se hiere en un muslo mientras le entrega a una clienta el “obsceno” vestido de noche que acaba de coserle; la pelea final de Margaret contra la para ella “endemoniada” Carrie, de nuevo llena de apuntes maliciosos: madre e hija van en camisón y pijama, es decir, con ropa para meterse en la cama, y la primera intentará asesinar a la segunda “penetrándola” con un cuchillo… No hay que olvidar que la razón oculta de la hostilidad de Margaret hacia el descubrimiento de la genitalidad que está llevando a cabo su hija reside en el hecho, confesado por ella misma, de que disfrutócon el pecado gracias al cual Carrie fue concebida, y lo que no puede soportar es la idea de ver a su hija disfrutando(¿acaso no es esto último, en esencia, la base de todo fanatismo religioso: la idea, insoportable para el fanático, de que el “pecador” goce con la práctica de lo que aquél considera “el mal”?).


Nótese que vengo hablando de esta película refiriéndome a ella como “nueva versión” y no como “remake”. Creo que el gran mérito de Carrie-2013 consiste por tanto en su interés como nuevo planteamiento de la historia urdida por King, y haciéndolo sin apenas incurrir en una mera repetición mimética de lo logrado por De Palma. Es evidente que hay secuencias sumamente parecidas, pero no copiadas, algo perfectamente lógico si se está contando la misma historia. Lo afirmado no significa, por descontado, que esta nueva versión no carezca de defectos: más allá del hecho de que Chloë Grace Moretz y Julianne Moore acaso no consigan superar a Sissy Spacek y Piper Laurie, por más que el trabajo de ambas resulte muy digno (Moretz logra transmitir la fragilidad de su personaje, y Moore, parecer tan desagradable como requiere el suyo sin por ello cargar las tintas), hay ciertas servidumbres al cine actual que estropean un poco el atractivo del conjunto, tales como algunos gratuitos planos de exhibición de los efectos visuales que no aportan nada (cf. la imagen al ralentí del rostro de Chris atravesando el cristal del parabrisas); o la poco convincente escena final en el cementerio, que intenta parecerse, sin ser igual, a la de la versión de De Palma: ya que dicen que la versión de Peirce es más fiel a la novela que la primera (opinión que no termino de compartir: por lo que recuerdo de mi lejana lectura de libro, la de De Palma lo era mucho), acaso hubiese sido más sugerente respetar la conclusión de la obra de King y añadir el sugerente detalle de la embarazada Sue (Gabriella Wilde) menstruando ante la tumba de Carrie. Mas todo ello es pecata minuta teniendo en cuenta la solidez de un conjunto que, al igual de la primera versión, juega convincentemente con ciertas convenciones visuales y narrativas del cine para adolescentes made in USA, pero ofreciendo a cambio un relato poco gratificante para el público juvenil: la secuencia en la que la despechada Chris, su violento novio Billy (Alex Russell) y un par de colegas entran de noche en una pocilga para matar a un cerdo cuya sangre usarán para humillar a Carrie en la fiesta de graduación hace gala de una inesperada crueldad.

“Dossier” JOHN CARPENTER, en CINE ARCHIVO

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John Carpenter es la personalidad elegida en esta ocasión para protagonizar el nuevo dossier en dos partes de Cine Archivo. Dentro de esta primera entrega (la segunda se publicará a principios de enero), me ha tocado en suerte el comentario de uno de sus más brillantes trabajos, La niebla (The Fog, 1980): “Existe un relativo consenso a la hora de considerar “La noche de Halloween” (1978), “La niebla” (1980) y “La cosa” (1982) las tres mejores películas de John Carpenter, y no seré yo quien diga otra cosa; es más, caso de tener que elegir tan solo una, tendría problemas a la hora de decidirme entre la milimétrica construcción narrativa de la primera o la densa atmósfera lovecraftiana de la tercera, por más que a la hora de la verdad, y acaso por cuestiones subjetivas de sintonía personal, quizá acabaría inclinándome por la segunda de las mencionadas. De ahí que, sin por ello despreciar ni “La noche de Halloween” ni “La cosa”, “La niebla” me parece, si no la mejor película de su director, sin duda sí la más atractiva”.

Cine Archivo:
Especial John Carpenter (Parte I, 1974-1987):
La maldición de Antonio Bay: La niebla (1980):

No es Shakespeare todo lo que reluce: “MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES”, de JOSS WHEDON

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] No hay nada como que un, ejem, “autor” se ponga de moda para que cualquier cosa que haga sea recibida como agua de mayo. Ahora toca “hablar bien” de Joss Whedon, un realizador apreciable, cierto —ni Serenity(ídem, 2005) ni Los Vengadores (The Avengers, 2012) estaban mal (1)—, pero a mi entender todavía lejos, muy lejos de merecer esa borrosa categoría de “genio” que de un tiempo a esta parte se otorga al primero que cae en gracia, sea o no gracioso. Comprendo que esto que voy a decir a continuación sonará a opinión “de viejo”, y más en estos momentos en los que hay que ser “joven”, o parecerlo, para no perder el carro de la modernidad (lo cual, dicho sea de paso, tampoco tiene nada de novedoso: es algo, asimismo, muy viejo), pero lo cierto es que, mal que pese, Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing, 2013), “de Joss Whedon”, como dicen los carteles con insistencia (y arrogancia) digna de mejor causa, ponen de relieve que una cosa es hacer un (buen) relato de ciencia ficción para jóvenes o una (buena) adaptación de un cómic de superhéroes y otra bien distinta, como la noche y el día, vérselas con un texto de William Shakespeare. Ahora bien, tampoco hay que echarle “la culpa” (suponiendo, claro está, que el hacer cine bien o mal sea una cuestión de culpabilidad) al pobre Whedon por haberse limitado a hacer una producción más bien pequeña y modesta, probablemente poco o nada pretenciosa, rodada en su propia casa (con piscina: lo de “pobre” no era textual), y con intérpretes que son o bien amigos suyos, o bien afines a su —así lo llaman— universo creativo, o ambas cosas. Sospecho, más bien, que es más la cohorte de admiradores del “creador” —así se les llama también; sobre todo si, como Whedon, se trata de profesionales procedentes y/o relacionados con el mundo de los seriales televisivos—, como digo, la que se ha dedicado a poner por las nubes esta, vuelto a insistir, sencilla y nada pretenciosa adaptación de Shakespeare, cuyos resultados están, en coherencia con esa misma sencillez, a la altura de sus pocas pretensiones.


Mucho ruido y pocas nueces, versión Whedon, es una peliculita que no hace otra cosa que marcar ciertas distancias con respecto a otras adaptaciones al cine de Shakespeare mediante el recurso de la adaptación a la época actual y el filtro “distanciador” que proporciona la últimamente cada vez más de moda fotografía en blanco y negro (“el color” de los realizadores que se sienten “artistas”). De este modo, como se viene diciendo y haciendo desde hace mucho tiempo (Whedon no se ha inventado nada), las versiones de Shakespeare que juegan deliberadamente al anacronismo por medio de su traslación a escenarios contemporáneos —para entendernos, en la línea del mediocre Richard III (ídem, 1995) de Richard Loncraine, del muchísimo más logrado Titus (ídem, 1999) de Julie Taymor, o del estimable aunque irregular Coriolanus (ídem, 2011) de Ralph Fiennes—, no buscan sino demostrarnos la validez artística, intemporal y universal del verso shakespeariano. Y la foto blanquinegra, por tanto no-realista, vendría a ser un recurso estético destinado a crear un determinado efecto de distanciamiento con respecto a la realidad empírica del espectador, lo cual redunda a favor del carácter de representaciónde las imágenes; o, dicho de otra manera, sería una forma de traducir en imágenes la esencia teatral del original escénico. Todo esto, aplicado a Mucho ruido y pocas nueces“de” Whedon, me parece irreprochable. Los problemas del film son de otra índole.


Esta adaptación de Mucho ruido y pocas nueces tiene muy poco interés, más allá de la curiosidad que deparan o pueden deparar a personas que han visto poco cine basado en Shakespeare aquellos elementos de ambientación y estética mencionados. En sus mejores momentos (pocos), la película hace gala de una planificación poco más que correcta, puesta al servicio de los actores y el recitado de los mismos. Podría decirse que se trata de una puesta en escena, por tanto, supeditada a la teatralidad, tal y como la entendían realizadores como George Cukor, Otto Preminger, Jean-Marie Straub o Franco Zeffirelli, mas no es el caso: no hay en Whedon el menor esfuerzo (me atrevería a decir que ni el menor interés) en realzar dicha teatralidad, sino tan solo en registrarla con su cámara. Hay que reconocer, justicia obliga, que los excelentes intérpretes del film contribuyen en no poca medida a impedir que la función sea poco más que teatro filmado (que no es lo mismo que cine teatral), pues en no pocas ocasiones su arte dramático inyecta dinamismo a la insipidez de los encuadres, pero eso no es suficiente para que la película remonte el vuelo más allá del texto (a no ser, claro está, que todavía se confunda buen cine con buen guión u, horror, con buenos diálogos). Tampoco se puede negar que, a ratos, Whedon intenta capturar cierta esencia de lo teatral mediante una realización que recurre esporádicamente a realzar el efecto “cuarta pared”, tal es el caso de dos de las escenas más humorísticas del original shakespeariano: aquélla en la que Leonato (Clark Gregg), don Pedro (Reed Diamond) y Claudio (Fran Kranz) mantienen una (falsa) conversación destinada a ser oída por un Benedicto (Alexis Denisof) escondido detrás suyo, de cara a convencer a este último de que Beatriz (Amy Acker) está locamente enamorada de él; y a la inversa, la que se produce poco después entre Hero (Jillian Morgese) y la criada Margarita (Ashley Johnson), oída a escondidas por Beatriz, para convencerla a su vez de que Benedicto no puede vivir sin su amor. En ambos casos, las cómicas maniobras de Benedicto y Beatriz destinadas a pasar desapercibidos (él, en el jardín; ella, en la cocina) están mostradas mediante una planificación, digamos, “frontal”, en la cual la cámara viene a suplir la “cuarta pared” representada por el punto de vista del espectador de teatro, esto es, el que mira de frente hacia el escenario.


Poco más de bueno puede decirse de esta desangelada adaptación de Mucho ruido y pocas nueces, salvo que el “genio” Whedon no hace otra cosa que añadir de su cosecha unas primeras escenas destinadas a expresar en imágenes (se agradece) algo que tan solo se sugiere en el original shakespeariano, como es la existencia de una previa relación amorosa entre Benedicto y Beatriz que se encuentra en la base de su posterior resentimiento y continuas batallas verbales; o el más bien caprichoso cambio de sexo del personaje de Conrado (aquí la actriz Riki Lindhome), fiel compañero(a) de don John (Sean Maher), ¿destinado quizá a “suavizar” de forma políticamente correcta el hipotético vínculo homosexual que parece darse entre ambos en el original shakespeariano? Por no hablar de los feos flashbacks que ilustran brevemente el ya mencionado escarceo amoroso previo entre Benedicto y Beatriz, sin duda lo peor del film. Sé que si establezco comparaciones con la extraordinaria versión de Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing, 1993) de Kenneth Branagh incurro en una facilidad, pero no hay más que ver cómo resuelven ambos cineastas momentos como el funeral por la (falsa) muerte de Hero, o todas las apariciones del descacharrante personaje de Dogberry (allí Michael Keaton, aquí Nathan Fillion): el resultado “canta”. De acuerdo: por contrapartida, a Branagh no se le dan demasiado bien los superhéroes (cf. Thor, ídem, 2011), pero el cineasta irlandés actualmente no goza de tanta patente de corso como la que ahora arropa al firmante de The Avengers: Age of Ultron (2015), de la cual antes de haberla visto todo el mundo ya va diciendo que será-muy-buena por el mero hecho de venir firmada por él. Sic transit gloria mundi; o como decía Shakespeare, “algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande”.     

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2012/05/los-vengadores-de-joss-whedon-telegrama.html

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD”, ENERO 2014, ya a la venta

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El año nuevo ha llegado a Imágenes de Actualidad, cuyo núm. 342 ofrece una brillante portada dedicada a la que probablemente será una de las películas más comentadas por los cinéfilos a principios de 2014: El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), protagonizada por Leonardo DiCaprio, de quien además se incluye una entrevista.


No es, ni mucho menos, el único contenido de interés del número. El mismo se completa con extensos reportajes sobre los films más destacados del momento, tal es el caso de Al encuentro del Sr. Banks (Searching Mr. Banks, 2013), de John Lee Hancock, cuyo reportaje se completa con una entrevista con su protagonista masculino, Tom Hanks; Nymphomaniac (ídem, 2013), de Lars von Trier; La leyenda del samurái (47 Ronin) (47 Ronin, 2013), de Carl Eric Rinsch; Agosto (August: Osange County, 2013), de John Wells; La gran revancha (Grudge Match, 2013), de Peter Segal; Redención(Hummingbird, 2013), de Steven Knight; The Grandmaster (ídem, 2013), de Wong Kar-wai; A propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis, 2013), de Joel y Ethan Coen; El único superviviente (Lone Survivor, 2013), de Peter Berg; y Mandela: Del mito al hombre (Mandela: Long Walk to Freedom, 2013), de Justin Chadwick. Además, como todos los meses, de las secciones habituales: Primeras Fotos, que en esta ocasión incluye avances de Capitán América: El Soldado de Invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014, Anthony y Joe Russo), Noé (Noah, 2014, Darren Aronofsky) y Divergente (Divergent, 2014, Neil Burger); Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


El Cult Movie del mes se dedica, ex profeso, a la primera colaboración entre Scorsese y DiCaprio, Gangs of New York (ídem, 2002): “Como siempre en Scorsese, el clima de “Gangs of New York” está dominado por una explosiva violencia que exterioriza sentimientos internos de los personajes, dentro de un contexto histórico que favorece todavía más la presencia de las referencias religiosas que en sus relatos ambientados en época moderna. La comunión entre violencia y religión queda aquí muy clara en la utilización de las armas blancas: la navaja de afeitar que Amsterdam hereda de su padre está manchada de sangre; el reverendo le dice a su hijo que la sangre nunca debe limpiarse de la hoja; dicha navaja está escondida dentro de un estuche que lleva grabado una pequeña cruz; más adelante, el ya adulto Amsterdam reza, cuchillo en mano, pidiendo a Dios que le dé fuerzas para consumar su venganza; antes de su pelea final contra Bill, el joven se hace un corte en la mejilla con esa navaja, en el mismo lugar donde su padre se cortó al afeitarse”.



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Lo mejor de la temporada 2012-2013, según “DIRIGIDO POR…”

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En fecha reciente, Filmoteca de la Generalitat de Catalunya pidió a la revista Dirigido por…una votación de las diez mejores películas del año según el criterio de la publicación y estrenadas en salas comerciales entre el 31 de octubre de 2012 y el 31 de octubre de 2013, con vistas a realizar a partir de dicha selección y de las realizadas por otras publicaciones su ya habitual ciclo de lo mejor del año. Eso explica que en el resultado final haya películas estrenadas en los dos últimos meses de 2012 y que no aparezcan films estrenados a finales de 2013, o que (como luego veremos) ello haya afectado a los votos o “estrellas” otorgados a ciertos títulos. La selección que presento en este blog ha sido realizada en base a un criterio puramente objetivo, dado que lo que se ha hecho ha consistido sencillamente en una suma de las “estrellas” que aparecen cada mes en el Cuadro Crítico dentro de la sección Críticas de la revista y con las cuales diecisiete colaboradores de Dirigido por… valoramos, desde las 0 estrellas hasta las 5 estrellas, las películas estrenadas en salas. En la presente selección aparecen hasta 22 títulos, y ello en base a los empates en el recuento de “estrellas” que se producen en los puestos número 7, 8, 9 y 10.

1.- The Master (ídem, 2013), de Paul Thomas Anderson. Estrellas: 61.

2.- Holy Motors (ídem, 2012), de Léos Carax (1). Estrellas: 59.

3.- Mud(ídem, 2013), de Jeff Nichols. Estrellas: 56.

4.- La noche más oscura (Zero Dark Thirty, 2013), de Kathryn Bigelow (2). Estrellas: 47.

5.- Gravity(ídem, 2013), de Alfonso Cuarón (3). Estrellas: 39.

6.- Django desencadenado (Django Unchained, 2012), de Quentin Tarantino (4). Estrellas: 38.

7.- Amor(Amour, 2012), de Michael Haneke (5). Estrellas: 37. Ex aequo con…

To the Wonder (ídem, 2012), de Terrence Malick (6);…

The Lords of Salem (ídem, 2012), de Rob Zombie (7);…

Turistas(Sightseers, 2012), de Ben Wheatley;…

Tú y yo (Io e te, 2012), de Bernardo Bertolucci; y…

Expediente Warren (The Conjuring, 2013), de James Wan (8).

8.- Antes del anochecer (Before Midnight, 2012), de Richard Linklater (9). Estrellas: 36. Ex aequo con…

Skyfall(ídem, 2012), de Sam Mendes (10); y…

Siete psicópatas (Seven Psychopaths, 2012), de Martin McDonagh.

9.- Tabú(Tabu, 2012), de Miguel Gomes (11). Estrellas: 31. Ex aequo con:

Trance(ídem, 2013), de Danny Boyle; y…

En otro país (Da-reun na-ra-e-seo, 2012), de Hong Sang-soo.

10.- De óxido y hueso (De rouille et d’os, 2012), de Jacques Audiard. Estrellas: 30. Ex aequo con…

Bestias del sur salvaje (Beasts of the Southern Wild, 2012), de Benh Zeitlin;…

El atlas de las nubes (Cloud Atlas, 2012), de Lana & Andy Wachowski y Tom Tykwer (12); y…

…  Un verano ardiente (Un été brülant, 2011), de Philippe Garrel.

Hay que interpretar como una consecuencia de que dicha votación fuera hasta el pasado 31 de octubre el hecho de que una de las más celebradas películas de 2013, La vida de Adèle (La vie d’Adèle, 2013), no figure entre las más votadas (solo 24 estrellas), pues al cierre del recuento el título de Abdellatif Kechiche acababa de estrenarse en España (el 25 de octubre) y todavía no había sido visto ni puntuado por la mayoría de colaboradores de la revista. Anotemos que otras películas que se encontraban entre las más puntuadas, pero ya por debajo de las 30 estrellas, fueron El capital (Le capital, 2012), de Costa-Gavras (29 estrellas); En la casa (Dans la maison, 2012), de François Ozon (28 estrellas), y Stoker (ídem, 2013), de Park Chan-wook (ambas con 28 estrellas); y La vida de Pi (Life of Pi, 2012), de Ang Lee (23 estrellas).


A TODOS LOS LECTORES DE ESTE BLOG, Y A TODO EL MUNDO EN GENERAL, LES DESEO FELICES FIESTAS Y UN MÁS FELIZ AÑO NUEVO

Darth Vader, una sinfonía trágica: JOHN WILLIAMS y la música para la saga “STAR WARS”

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[NOTA PREVIA: Este artículo se publicó originalmente en noviembre de 2008 en mi anterior versión de este blog en Blogspot.es.] No descubro nada nuevo cuando explico que, en más de una ocasión, George Lucas ha afirmado que su famosa saga Star Wars es en realidad la historia de un personaje: Darth Vader, físicamente encarnado por el actor británico Dave Prowse pero cuya voz, en la versión original en inglés, correspondía al intérprete norteamericano James Earl Jones. Desde su irrupción en pantalla, en la primera secuencia de La guerra de las galaxias (Star Wars / Star Wars: Episode IV. A New Hope, 1977), Darth Vader se convirtió en uno de los más llamativos villanos del cine de estas últimas décadas. Lucas no fue ajeno al impacto popular de este personaje, de ahí que centrara buena parte de la acción de las dos siguientes entregas de la serie, El Imperio contraataca (The Empire Strikes Back / Star Wars: Episode V. The Empire Strikes Back, 1980, Irvin Kershner) y El retorno del Jedi (Return of the Jedi / Star Wars: Episode VI. Return of the Jedi, 1983, Richard Marquand), en su proceso de redención, descubriéndonos, primero, que Vader había sido un antiguo y brillante exalumno Jedi de Obi-Wan Kenobi (Alec Guinness) y que, sorpresa, además era nada menos que el padre de Luke Skywalker (Mark Hamill), el héroe principal de la primera trilogía; para acabar mostrándonos su redención final, a costa de su propia vida, para salvar a su hijo del ataque mortal del Emperador galáctico (Ian McDiarmind). A mayor ahondamiento, Lucas concibió la primera trilogía, situada cronológicamente antes de la ya existente cuyos tres episodios dirigió personalmente, y con irregular fortuna, para mostrarnos la evolución que convertía al joven e impulsivo caballero Jedi Anakin Skywalker en Darth Vader, primero mostrándolo como un niño bajos los rasgos del actor infantil Jake Lloyd en Star Wars: Episodio I. La amenaza fantasma (Star Wars: Episode I. The Phantom Menace, 1999), y luego, más maduro, bajo los de Hayden Christensen, en Star Wars: Episodio II. El ataque de los clones (Star Wars: Episode II. Attack of the Clones, 2002) y Star Wars: Episodio III. La venganza de los Sith (Star Wars: Episode III. Revenge of the Sith, 2005).


John Williams, es bien sabido, tuvo a su cargo la composición del comentario musical de toda la saga, en una labor no solo popularísima, que le encumbró entre los más famosos compositores de bandas sonoras para el cine de estos últimos años, sino también muy brillante. Si bien sus partituras para la saga galáctica escrita, producida y parcialmente dirigida por George Lucas en ocasiones han sido objeto de severas críticas por el presunto carácter rimbombante de las mismas, me temo que, como casi siempre, lo que ocurre es que los árboles no dejan ver (en este caso, oír) el bosque; porque, dejando a un lado el carácter épico y tono sinfónico de sus partituras, lo cierto es que también hay en ellas inteligentes comentarios musicales en torno a los personajes que bien merecen una consideración. En concreto, hay una serie de temas en al menos cinco de los seis episodios de la serie centrados en Darth Vader que demuestran hasta qué punto Williams es, también, un músico que sabe expresar ideas y pensamientos de los personajes y que no es, como suele decirse, bastante estúpidamente, un mero “compositor de fanfarrias”, buena prueba por parte de quienes afirman eso de que no conocen la carrera de Williams ni la variedad de composiciones y estilos que ha llegado a desarrollar (cf. Missouri / The Missouri Breaks, 1976, Arthur Penn, una partitura interpretada en su integridad por… ¡una harmónica!). 


Para El Imperio contraataca, Williams recuperó los principales temas musicales de La guerra de las galaxias y compuso uno nuevo y muy llamativo que, cuando suena por primera vez en la película, se relaciona inmediatamente con el personaje de Vader. Me refiero a la “marcha imperial”, de corte marcial, que se oye en la secuencia en la que vemos, dentro del primer tercio del film, una inmensa flota de naves imperiales que pretende destruir el bastión rebelde en el planeta Hoth; en esta misma secuencia, el tema marcial del Imperio suena asimismo sobre la imagen de presentación de Vader, un primer plano del casco del personaje, vuelto de espaldas a la cámara y mirando por un ventanal una hermosa constelación estelar, que le confiere una aureola siniestra y casi demiúrgica, como si fuese una especie de divinidad que parece dominar el espacio sideral que está contemplando.  


Casi huelga decir que los mejores momentos de El retorno del Jedi son los relativos al enfrentamiento paterno-filial (o edípico, como se dijo en su día) entre Darth Vader y Luke Skywalker. Para ilustrar esta segunda gran pelea con espadas láser entre ambos personajes (la primera, recordemos, tuvo lugar en el memorable clímax de El Imperio contraataca), Williams recurre a unos tenebrosos coros mediante los que expresa el carácter trágico que subyace en el enfrentamiento: un combate a muerte entre padre e hijo; un padre que debe matar a su hijo por fidelidad a su Emperador; un hijo que debe matar a su padre para sobrevivir y, también, por fidelidad a la causa de los rebeldes; un hijo que sabe que, si mata a su padre, se convertirá, como él, en un nuevo caballero oscuro (ya saben: el famoso Lado Oscuro de la Fuerza), y que, si no lo mata, morirán sus amigos... La sutilidad musical de Williams reaparece en todo su esplendor, y al mismo tiempo de una manera tan íntima y delicada que casi no se percibe, al final de ese enfrentamiento: muerto ya el Emperador, arrojado por Vader a un inmenso pozo, y con el propio Vader agonizando como consecuencia de las descargas mortales que han destrozado su cuerpo, el villano redimido fallece en brazos de su hijo Luke, no sin antes revelarle el deformado pero verdadero rostro humano, el de Anakin Skywalker (con los rasgos del actor Sebastian Shaw), que se esconde bajo su casco; entonces, coincidiendo con el fin de Vader-Anakin, Williams introduce suavemente las notas principales de la marcha marcial de El Imperio contraataca, las cuales van disminuyendo su sonoridad hasta extinguirse por completo; dicho de otro modo, muere el personaje y al mismo tiempo muere “su música” y todo lo que la misma simbolizaba. 


Con el inicio de la nueva trilogía, John Williams no se descuidó a la hora de añadir nuevos matices al comentario musical del personaje de Anakin Skywalker, cuyo proceso de transformación en el malvado Darth Vader es el nudo de estas nuevas tres entregas. Así, en La amenaza fantasma, llama la atención la música de la secuencia de presentación del pequeño Anakin, justo en el momento en que es descubierto por la también joven reina Amidala (Natalie Portman) trabajando en un taller. El tema musical de Williams tiene una sonoridad melancólica y un tanto patética, hasta el punto de incluir, sutilmente, algunas notas del ya mencionado tema marcial de El Imperio contraataca, sugiriendo de este modo cuál va a ser el trágico destino de ese niño en apariencia inofensivo.


La melancolía es la nota predominante del excelente tema de amor que ilustra el romance juvenil entre Anakin y Amidala en un par de momentos clave de El ataque de los clones, al inicio de su atracción amorosa y justo al final, cuando contraen matrimonio en secreto, como sugiriendo de este modo que su relación no va a tener, ni mucho menos, un “final feliz”. Pocas veces un tema de amor para una película ha sonado tan triste y tan melodramático, y eso, sin duda alguna, es mérito exclusivo de Williams, no de Lucas, quien firma aquí la entrega más endeble de su saga galáctica.


Ya hemos mencionado la utilización que hace Williams de los coros en la escena de la pelea final entre Luke Skywalker y su padre en el clímax de El retorno del Jedi. Los coros, musicalmente vinculados de este modo a “las fuerzas del mal”, el Imperio galáctico y los caballeros Jedi corrompidos por el Lado Oscuro que están a su servicio, ya reaparecían en La amenaza fantasma, sobre todo en el espectacular tema musical con orquesta y coros que ilustraba musicalmente la pelea entre Qui-Gon Jinn (Liam Neeson) y su por aquel entonces discípulo Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor) contra el guerrero de los Sith Darth Maul (Ray Park). Pues bien, los coros reaparecen en todo su esplendor en el nuevo tema musical compuesto por Williams para La venganza de los Sith y, asimismo, asociado al destino de Anakin Skywalker, en particular durante su dramático duelo final contra su maestro Obi-Wan. Los coros de este fragmento musical sugieren de nuevo tragedia, patetismo, maledicencia, desesperación, a tono con la definitiva caída en el vacío, en el Lado Oscuro, del joven caballero Jedi destinado a convertirse en Darth Vader, un personaje maldito cuya redención, como ya hemos visto, tendrá que esperar muchos años. 

Un drama del destino: “EL CONSEJERO”, de RIDLEY SCOTT

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] El consejero (The Counselor, 2013) hace gala de una de las mejores construcciones narrativas de todo el último cine del firmante de Prometheus (ídem, 2012). Puede que ello se deba más al interesante guión de Cormac McCarthy que a la habilidad de Ridley Scott, un cineasta tan brillante como frecuentemente necesitado de buenos soportes dramáticos para funcionar a pleno rendimiento; pero, aun en el supuesto de que así fuere, y sin perjuicio de las bondades del libreto del escritor de La carretera, también sería mérito de Scott el haber hecho gala de una buena comprensión del texto que se traía entre manos y haberlo puesto en solfa con eficacia. 


La trama de El consejero hace gala de un estilo aparentemente inconexo, en el sentido de que va progresando en base al encadenado de dos tipos de secuencias que se van alternando en paralelo a lo largo del relato. Están, por un lado, las secuencias llamadas “dialogadas” o “de diálogo”, que constituyen las principales dado que es en ellas donde el aquí guionista McCarthy vuelca el mayor peso por lo que tienen de descripción de la psicología de los personajes. Dichas secuencias se van alternando con otras, más breves (tanto que, en ocasiones, consisten en escenas cortas o incluso en meros planos de transición), que al contrario que las descritas en primer lugar son mucho menos dialogadas, cuando no carecen por completo de diálogos, como si en cierta manera formaran parte de un relato diferente. Un buen ejemplo de lo afirmado, y que con escasas variaciones se va repitiendo a lo largo de la narración, lo vemos en los primeros minutos de metraje: El consejero“arranca” con el plano de una carretera situada en la frontera entre México y los Estados Unidos (unos carteles en la misma así nos lo indican), y por la misma circula, a toda velocidad, un solitario motorista; pasamos entonces a un dormitorio donde el abogado sin nombre protagonista del film (Michael Fassbender) está haciendo el amor con su novia Laura (Penélope Cruz). Tanto en un caso como en otro, carecemos de más datos al respecto: ignoramos (de momento) quién es aquel motorista, y poco o nada sabemos en torno a los personajes del abogado y Laura, pero la siguientes secuencias, respetando escrupulosamente esa alternancia entre las dialogadas y las que podríamos definir como descriptivas, irán proporcionando al espectador, siempre indirectamente, la información que necesita para construir el engranaje argumental.


Llama la atención, positivamente, que a pesar de las abundancia de diálogos en las secuencias construidas alrededor de los mismos, El consejero no parezca un film teatral sino, por el contrario, muy cinematográfico. Hay un momento, empero, en que en una de esas secuencias la película cede a la tentación de “visualizar” algo que se explica en los diálogos, lo cual, a falta de haber leído el texto de McCarthy (se encuentra editado por Mondadori), ignoro si se encuentra asimismo descrito en el original literario de un modo aparte de la descripción que proporcionan del mismo los diálogos o si, por el contrario, se trata de una idea de Ridley Scott (lo parece). Me refiero a la celebrada secuencia (por lo demás, no mal resuelta) en la que, como digo, se visualiza la explicación del excéntrico episodio erótico que Reiner (Javier Bardem) le cuenta al abogado protagonizado por la amante del primero, Malkina (Cameron Diaz), la noche que esta última tuvo la ocurrencia de “follarse” el deportivo descapotable de Reiner, encaramándose sin bragas sobre el parabrisas del vehículo y frotando su sexo contra el cristal hasta correrse…; es el único momento del film en el que, como digo, se visualiza gratuitamente algo que está de sobras explicado en los diálogos, y no le veo mayor razón de ser que la de erigirse en el mero añadido de una secuencia vistosa, concebida y ejecutada de cara al lucimiento físico de Diaz y su body double


Es una pena que el film incurra en esta gratuidad, siendo así que buena parte de su fuerza se deposita, al contrario que en esta secuencia, en la potencia que tienen los diálogos y, sobre todo, en su capacidad para anticipar los momentos de mayor crudeza. Es el caso de la espléndida explicación (otra) que Reiner le da al abogado con respecto a la existencia de un siniestro aparato con un lazo de metal, preparado para estrangular lentamente a las víctimas a las que les es colocado y que termina seccionando las arterias del cuello y desatando una aparatosa hemorragia, que no es sino el método elegido por el cártel para deshacerse del intermediario Westray (Brad Pitt). O de la no menos excelente descripción que le proporciona este último al abogado sobre las tristemente célebres snuff movies (en concreto, la existencia de una en la cual una mujer es decapitada y violada, por este orden…), que da pie a una extraordinaria elipsis: el momento en que el abogado recibe en su miserable escondrijo un sobre que contiene un disco que lleva escrito, en español, “Hola!”; ello es suficiente para que el abogado y el público sepan al unísono cuál ha sido el trágico destino de Laura a manos de los asesinos del cártel que previamente la han secuestrado (para dejárselo más claro al espectador despistado, Ridley Scott inserta a continuación una corta secuencia en la que un camión de la basura arroja un montón de desperdicios a un vertedero: entre ellos está el cadáver de una mujer, cuyo llamativo vestido rojo permite identificarla como Laura).


A tenor de lo explicado, casi huelga decir a estas alturas que El consejero es, más que un film policíaco, una especie de drama fatalista del cual llama positivamente la atención, como digo, la ambivalencia de la mayoría de los personajes protagonistas: desde ese abogado excesivamente pagado de sí mismo que cree que podrá meterse “un poco” en el negocio del narcotráfico para ganar un dinero fácil y rápido (creyendo, por tanto, que podrá controlar algo de por sí incontrolable), hasta Reiner, ese traficante que en el fondo no es sino un necio que se ha hecho rico demasiado rápido y que anda metido en un negocio que le viene excesivamente grande, pasando por Westray, ese intermediario que, a pesar de su aparente astucia, caerá en la trampa más vieja del mundo —una rubia (la gatuna Natalie Dormer) contratada para seducirle y robarle información— y no sobrevivirá a la misma. Los actores defienden bastante bien estos personajes: desde el siempre excelente Michael Fassbender hasta unos Javier Bardem y Brad Pitt más entonados que se costumbre, pasando por una aceptable Penélope Cruz; únicamente desentona Cameron Diaz, absolutamente incapaz de transmitir la vesania de su personaje de Malkina, y  más atractivo por ciertos detalles que aportan el guión y la realización —su presentación, viendo a los guepardos que utiliza de mascotas cómo cazan conejos; el tatuaje, de leopardo o de guepardo, que cubre parte de su espalda, a modo de simbólica representación de su faceta animal salvaje—, que por la labor de esta siempre pésima actriz.


También funciona bien la mencionada interrelación y alternancia entre las secuencias dialogadas y las que no lo son, que consiguen que el relato vaya creciendo en interés a base de impregnación. Destaco, por ejemplo, la interrelación que se da entre dos secuencias que, en apariencia, nada tienen que ver entre sí, pero que acaban erigiéndose en una de las principales claves de la narración: la visita del abogado a una clienta que cumple condena en prisión, Ruth (reencuentro con la excelente Rosie Perez), y que le pide a modo de favor personal que ayude a su hijo a pagar una multa de tráfico por conducir su motocicleta con exceso de velocidad; ello guarda una estrecha relación con el posterior asesinato de ese motorista, que no es sino el mismo que hemos visto en el ya mencionado plano de apertura de la película; todo lo cual se remata con esa breve escena en la que, inmediatamente después de la muerte de su hijo, Ruth se despierta en su celda, instintivamente, y acaricia la imagen de infancia de su hijo en una foto que tiene pegada junto al camastro… He dicho que El consejero es, más bien, una especie de “drama del destino”: otro de sus aspectos más conseguidos reside, precisamente, en que desde el primer momento se tiene la intuición de que lo que se propone el abogado no puede sino acabar mal; tanto Reiner como Westray le aconsejan que no lo haga, pues intuyen que el abogado no está “preparado”; o, como le explica por teléfono el abogado mexicano (Rubén Blades), el mundo en el que ha entrado no es el que conoce: es “otro mundo” donde las reglas de la razón y la lógica que siempre han regido la existencia del abogado aquí no sirven absolutamente para nada. No hay más que ver la situación absurda que desencadena todo su drama: tanto da que el abogado se limitara a pagar la multa de tráfico del motorista luego asesinado por hacerle un favor a una clienta: eso es razón “suficiente” para que el cártel le haga directamente responsable de la pérdida de un alijo de 20 millones de dólares, deuda que se cobrará con la sangre de Reiner, Westray y Laura.


Otro aspecto que creo que vale la pena mencionar reside en el tono seco y cortante de sus escenas de violencia. Ello se debe, vuelvo a insistir, en el hecho de que dichos momentos violentos forman parte del bloque de secuencias descriptivas con poco o ningún diálogo a las que me vengo refiriendo desde el principio, y que vienen a ser un contrapunto asimismo seco y austero dado su carácter de efecto directo e inmediato de las secuencias de diálogo que en buena medida les sirven de causa. Expresado de otra manera: así como las secuencias dialogadas vienen a establecer unas determinadas pautas en torno al carácter de los personajes y el peligrosísimo entorno en el que se mueven, las secuencias del segundo tipo son una representación práctica del funcionamiento de ese entorno y, en consecuencia, va directas al grano, sin más prolegómenos ni florituras. De ahí, como digo, la sequedad de las escenas de violencia (las más llamativas, dada su naturaleza espectacular): el ataque al camión de aguas residuales (detalle significativo) por parte de dos sicarios disfrazados de policías de carretera; la muerte de Reiner a manos de otros matones pagados por el cártel; sobre todo, la espléndida secuencia, muy bien construida, del asesinato del motorista mediante el sádico método de su decapitación por medio de un cable de acero tensado y sádicamente colocado en mitad de la carretera. Incluso el asesinato de Westray en las calles de Londres, aun siendo más elaborado, hace gala de un tono que pone de relieve lo que de cotidiano tiene esa muerte desde el punto de vista de unas personas que han hecho del crimen su forma de vida habitual: Ridley Scott crea un cierto “suspense” mediante ese detalle de un hombre con chándal al cual vemos acercarse a Westray por la espalda; en realidad, ese hombre no es sino un transeúnte: el asesino es un segundo hombre, también con chándal y aparentemente haciendo footing, quien atrapará a Westray con el terrible lazo mortal.


La sequedad de esos momentos violentos guarda una estrecha relación, así, con esas otras secuencias no menos austeras en las cuales vemos, por ejemplo, cómo el camión con el alijo es sometido a un proceso de limpieza (de la sangre que salpica los asientos de los conductores asesinados), reparación (de los agujeros de bala) y puesta a punto; o con ese momento, sarcástico y cruel hasta decir basta, en el que vemos cómo ese camión llega a su destino en Los Ángeles, y descubrimos, gracias a los personajes secundarios encarnados por los siempre excelentes John Leguizamo y Dean Norris, cómo entre su cargamento secreto hay un barril que contiene el cadáver en descomposición de un hombre asesinado vayan ustedes a saber por qué y del cual había que deshacerse fuera como fuese… Todo ello forma parte del mismo engranaje criminal. El consejero es una interesante película que, por descontado, no es perfecta ni está exenta de defectos; como siempre en Ridley Scott, hay algunos planos esteticistas que le son muy característicos y que van “salpicando” el tapiz visual del conjunto (entre ellos, sus ya famosos encuadres con “gotitas” de lluvia), por más que en ningún instante lleguen a imponerse en demasía. A fin de cuentas, la belleza de un diamante no se deriva de su perfección sino, todo lo contrario, de las pequeñísimas imperfecciones imperceptibles a simple vista que le dan relieve propio, tal y como le explica al abogado el tratante de joyas que interpreta, breve pero brillantemente, Bruno Ganz. Me consta que El consejero ha sido objeto de todo tipo de chistes y chanzas de segunda fila por parte de críticos mediocres con vocación frustrada de humoristas: cuenta les tendrá.
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