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Channel: El Cine según TFV
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“FANNY Y ALEXANDER”, de INGMAR BERGMAN, en CINE ARCHIVO

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Nueva colaboración para Cine Archivo, en este caso comentando el montaje para televisión de la extraordinaria película de Ingmar Bergman Fanny y Alexander (Fanny och Alexander, 1982), con motivo de su reciente reedición en DVD a cargo de A Contracorriente: “fue, oficialmente, su último trabajo para el cine, por más que, oficiosamente, supusiera una nueva y ni mucho menos postrera incursión de su autor en la televisión. (…) La película que aquí nos ocupa conoció, asimismo, dos montajes, uno para cines de 188 minutos —que fue el que se alzó con cuatro premios Oscar, los correspondientes a Mejor Película de Habla No Inglesa, Fotografía (Sven Nykvist), Dirección Artística (Anna Asp y Susanne Lingheim) y Vestuario (Marik Vos-Lundh)—, y otro para televisión, de 312 minutos, repartidos en cinco episodios. Bergman siempre consideró que el montaje televisivo era el mejor; no podemos menos que darle la razón, hasta el punto de que el presente comentario se fundamenta precisamente en este montaje”.

Cine Archivo:
Clásicos de nuestro tiempo (Claqueta 73): Fanny y Alexander (1982):

El cine según TFV, en Facebook

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He abierto una página dedicada a este blog en Facebook, a fin de separar en la medida de lo posible los temas estrictamente cinematográficos de los personales (o, sencillamente, no cinematográficos). Como en este blog escribo lo que me apetece, faltaría más, mi intención es ir publicando aquí sobre aquellos temas en los que quiero extenderme, y dejar aparte otras cuestiones relacionadas con el cine sobre las que no deseo alargarme tanto limitándome a apuntarlas en la página del blog en Facebook. Los interesados en acceder a esta nueva página en Facebook pueden hacerlo "cliclando" en el icono de la "f" situado en el margen izquierdo de este blog, o a través del siguiente enlace:

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD”, JUNIO 2013, ya a la venta

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El avance de Thor: El mundo oscuro (Thor: The Dark World, 2013), de Alan Taylor, dentro de la sección Primeras Fotos, acapara la portada del núm. 336 de Imágenes de Actualidad, correspondiente al mes de junio. La misma sección ofrece asimismo avances de títulos como El juego de Ender (Ender’s Game, 2013), de Gavin Hood; Asalto al poder (White House Down, 2013), de Roland Emmerich; Snowpiercer (2013), de Bong Joon-ho; y 300: El ocaso de un imperio (300: The Rise of an Empire, 2014), de Noam Murro.
Entre los estrenos previstos para junio destaca fácilmente el de la esperadísima El Hombre de Acero (Man of Steel, 2013), de Zack Snyder, cuyo reportaje se complementa con un retrato de su principal protagonista, Henry Cavill. Otros estrenos destacados del mes son los de After Earth (ídem, 2013), complementado con una entrevista a su realizador, M. Night Shyamalan; y Trance(ídem, 2013), de Danny Boyle, acompañada a su vez de otra entrevista, en esta ocasión con su protagonista femenina, Rosario Dawson. Más películas destacadas/destacables: Monstruos University (Monsters University, 2013), la propuesta de Pixar para este verano firmada por Dan Scanlon;  Los becarios (The Internship, 2013), comedia de Shawn Levy protagonizada por Owen Wilson y Vince Vaughn; Ahora me ves… (Now You See Me, 2013), film de acción “mágica” de Louis Leterrier (cuyo estreno en España se ha aplazado a última hora para el 17 de julio); Un invierno en la playa (Stuck in Love, 2013), comedia sentimental de Josh Boone; La mujer del quinto (La femme du Vème, 2011), de Pawel Pawlikowski; Turistas (Sightseers, 2012), del cada vez más reputado Ben Wheatley; y New York Shadows (Sombras de Nueva York) (2012), la nueva propuesta a contracorriente del español Juan Pinzás. A todo ello hay que añadir las secciones Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, las cuales, tras la marcha de Álex Faúndez el mes pasado, a partir de ahora correrán a cargo de un nuevo colaborador de la revista en Los Ángeles: Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, que hasta ahora firmaba Josep Parera, siendo reemplazado en estas lides por Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona Sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; Videojuegos, de Marc Roig; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.
El próximo estreno de After Earth ha sido la excusa para recuperar en la sección Cult Movie la película que lanzó a la fama a M. Night Shyamalan, El sexto sentido (The Sixth Sense, 1999): “Un poco como lo que ocurre con otra famosa película de ese mismo año asimismo comentada en esta sección, “El club de la lucha” (1999), de David Fincher (núm. 270), volver a ver “El sexto sentido” una vez conocida su ya célebre resolución permite apreciar en su justa medida la habilidad de la labor de M. Night Shyamalan al frente del guión y la realización. Lo mejor de “El sexto sentido” reside en su pericia para estar contando, aparentemente, «una película», y en realidad estar contando, efectivamente, «otra película»”.
Cierro mi contribución a este número con la críticade un film que, contra todo pronóstico (al menos, el mío), ha resulta ser más estimable de lo que prometía: la versión de El gran Gatsby (The Great Gatsby, 2013) que ha realizado Baz Luhrmann.

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“LA VIUDA ALEGRE”, de ERICH VON STROHEIM, y “LA VIEJA CASA OSCURA”, de WILLIAM CASTLE, en CINE ARCHIVO

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Cine Archivo acaba de renovar sus comentarios mensuales de novedades en formatos DVD y Blu-ray, dentro de los cuales hay nada menos que cuatro textos míos, dos de ellos escritos ex profeso este mes y otros dos que son recuperaciones de comentarios que ya había publicado en ese mismo portal tiempo atrás. Los dos primeros comentan la salida en DVD de La viuda alegre (The Merry Widow, 1925), la magnífica película de Erich von Stroheim, y La vieja casa oscura (The Old Dark House, 1963), una rara coproducción entre Hammer Films y William Castle realizada por este último. Los otros dos se corresponden con las ediciones en Blu-ray de, por un lado y como suele decirse, un clásico de toda la vida, Fort Apache (ídem, 1948), de John Ford, y por otro, un “clásico” más contemporáneo, Cosmópolis (Cosmopolis, 2012), de David Cronenberg, del cual también hablé en este blog en el momento de su estreno en cines (1).
La viuda alegre:Realizada por Erich von Stroheim entre “Avaricia” (1924) y “Marcha nupcial” (1928), no resulta difícil descubrir a simple vista varios puntos de contacto entre “La viuda alegre” (1925) y las dos citadas en primer lugar, sobre todo en lo que se refiere al dibujo grotesco de las pasiones humanas (“Avaricia”) y el gusto por ubicar la trama en escenarios cortesanos (“Marcha nupcial”), por más que esto último, unido a la descripción de un personaje femenino “puro” sometido a un proceso de degeneración por culpa de su contacto con las así llamadas clases privilegiadas, permite tender lazos entre “La viuda alegre” y la posterior “La reina Kelly” (1929)”.
La vieja casa oscura:La coproducción con Hammer a la que me refiero, y que en los Estados Unidos fue distribuida en 1963 por Columbia Pictures (…), no fue otra que “The Old Dark House”, inédita en salas de nuestro país y ahora editada en formato doméstico como “La vieja casa oscura”, que no es sino una nueva versión de la novela del escritor y dramaturgo J.B. Priestley, “Benighted” (1927), que ya había dado pie a la —digámoslo ya, muy superior— producción de Universal Pictures “El caserón de las sombras” (1932), dirigida por James Whale y protagonizada por Boris Karloff, Melvyn Douglas y Charles Laughton”.
Fort Apache:Cada vez que se habla de “Fort Apache” suele hacerse mención a la polémica en torno a su contenido militarista, lo cual parece pesar más en la opinión de algunos que su condición de primer eslabón de la así llamada Trilogía de la Caballería. Pero ponerse a discutir a estas alturas sobre el contenido ideológico del cine de John Ford empieza a resultar engorroso, puesto que pretender atacar o defender al autor de “¡Qué verde era mi valle!” (1941) desde posturas políticas de izquierdas o de derechas es un ejercicio fútil que, sobre todo, empobrece al arte en general y al cine en particular. Mal que pese a los lectores de Maquiavelo o de “El arte de la guerra”, ni la política ni la guerra nunca han sido ni serán un arte, pero el cine de Ford sí. Por otro lado, tan solo basta con mirar Fort Apache con el debido detenimiento para darse cuenta que cuesta encontrar otro “western” que muestre la vida militar de una manera tan desencantada como lo hace este magnífico film, uno de los mejores trabajos de Ford de finales de los cuarenta”.
Cosmópolis:Cronenberg ha tomado el libro de DeLillo y, convirtiéndolo él mismo en guión, lo que ha hecho es, en cierto sentido, apropiarse del mismo porque muchas de sus ideas coinciden en no poca medida con sus personales e intransferibles obsesiones cinematográficas. A mi entender, hay un reconocimiento por parte de Cronenberg de todas aquellas sugerencias de la novela de DeLillo con las cuales se identifica y que también forman parte de su propia obra cinematográfica, empezando por su notable carga metafórica. La visión que DeLillo proporciona en “Cosmópolis” de una sociedad en descomposición parece del gusto del mismo cineasta a quien se le deben otras parecidas metáforas de la degradación de la civilización y del ser humano”.


Cine Archivo:
DVD Cine Archivo:
La viuda alegre (1925): 
La vieja casa oscura (1963): 
Fort Apache (1948):
Cosmópolis(2012):

“DIRIGIDO POR…”, JUNIO 2013, ya a la venta

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Dirigido por… alcanza su número 434 dedicando su portada a un avance del así llamado cine veraniego, cuyo estreno en España tendrá lugar el próximo 5 de julio: Star Trek: En la oscuridad(Star Trek Into Darkness, 2013), de J.J. Abrams, de quien además se publica una entrevista. Firma la crítica Ángel Sala, quien asimismo hace otro tanto con la reseña destacada de Trance (ídem, 2013), de Danny Boyle.
La segunda y última parte del dossier dedicado a Howard Hawks se lleva la mayor cantidad de páginas de este número, ofreciendo aproximaciones a su cine desde el punto de vista de su aportación a la comedia; al cine bélico, esta última escrita por Antonio José Navarro; a sus contribuciones al cine musical, a cargo de Rafel Miret; a aquellas películas en las cuales Hawks participó parcialmente en la realización o solo como productor, comentadas por Juan Carlos Vizcaíno Martínez; se habla también de la famosa “mujer hawksiana”, y lo hacen Ramon Freixas & Joan Bassa; de la influencia de Hawks en la obra de realizadores modernos, faceta que aborda Ángel Sala; y finalmente, dos artículos, sobre los temas y elementos característicos del cine de Hawks, y sobre sus films más inclasificables y/u olvidados, ambos escritos por Quim Casas. Además, como complemento de los artículos dedicados a la comedia y el bélico chez Hawks, hay una serie de antologías: La fiera de mi niña (Jordi Batlle Caminal), Luna nueva (Beatriz Martínez), Bola de fuego (Ricardo Aldarondo), Me siento rejuvenecer (Lluís Satorras), La escuadrilla del amanecer (Quim Casas), The Road to Glory(Antonio José Navarro), El sargento York (Aldo Viganò) y Air Force (Jordi Batlle Caminal).
Un segundo bloque de gran contenido lo ocupa una minuciosa crónica del Festival de Cannes 2013, firmada entre Quim Casas, Ricardo Aldarondo y Carles Matamoros. Pero también hay más cosas interesantes: un extenso comentario del film de William Friedkin Killer Joe (ídem, 2011), con motivo de su reciente edición española en formato doméstico, dentro de la sección Flashrecent; otro sobre la 3ª temporada de la famosa serie Juego de tronos (Games of Thrones, 2011- ), que rubrica Tonio L. Alarcón para la sección Televisión; y uno sobre el ciclo de películas proyectadas en la Filmoteca de la Generalitat de Catalunya con motivo de la celebración del 69º Congreso de la FIAF(Federación Internacional de Archivos Fílmicos). Completan el número las secciones Pantalla Digital, de José María Latorre, Banda Sonora, de Joan Padrol, Críticas y Cinema Bis, este mes dedicada a Thriller: En grym film (1973), de Bo Arne Vibenius, que comenta Ramon Freixas.
Mi contribución a este número de Dirigido por… se ha centrado principalmente en el extenso artículo que he escrito sobre la comedia en el cine de Howard Hawks: “Un poco como John Ford, a Howard Hawks le gustaba insertar escenas o intermedios humorísticos en no pocas de sus producciones inscritas en otros géneros, tal es el caso, para mal, de “¡Hatari!” o, para bien, de “El Dorado”. Si consideramos que, para Hawks, los géneros codificados que abordó (“western”, aventuras, policíaco/«negro», bélico, musical) solían tener un carácter instrumental, en cuanto vehículos para unas obsesiones sólidamente expuestas y reconocibles a lo largo de su filmografía, podríamos ver que la comedia, que de un modo u otro impregna el resto de géneros tocados por Hawks, era el que le daba mayor juego a nivel narrativo, no solo por ese carácter de macro-género que flota alrededor de los demás sino sobre todo porque atesora de forma intrínseca un componente anárquico que casaba perfectamente con su particular sentido del humor”.
También firmo la crítica de un magnífico film de reciente estreno sobre el cual quiero efectuar una llamada de atención, pues me temo que corre el riesgo de pasar injustamente desapercibido: 360: Juego de destinos (360, 2011), del siempre interesante Fernando Meirelles.

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2ª parte del “dossier” BRIAN DE PALMA, en CINE ARCHIVO

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Cine Archivo acaba de difundir la segunda parte de su dossierdedicado a Brian De Palma, en el que he vuelto a colaborar defendiendo, a modo un poco de desafío personal, dos de las películas peor consideradas de este realizador de estos últimos años: La hoguera de las vanidades (The Bonfire of the Vanities, 1990) y Misión a Marte (Mission to Mars, 2000).
La hoguera de las vanidades:Una de las películas más malditas de Brian De Palma, si no la que más, es “La hoguera de las vanidades” (1990), adaptación de la famosísima novela homónima de Tom Wolfe y un título rodado además en un momento un tanto delicado a nivel comercial y de reconocimiento crítico del autor de “Femme Fatale” (2002): su trabajo inmediatamente anterior había sido el por lo demás nada desdeñable “Corazones de hierro” (1989), pero que se había saldado —como siempre— con división de opiniones, además de ser un fracaso en taquilla, y el siguiente sería uno de sus “thrillers” menos apreciados y asimismo de los menos exitosos (también de los menos conseguidos), “En nombre de Caín” (1992). Habría que esperar a la excelente “Atrapado por su pasado” (1993) para que De Palma recuperara parte de un prestigio, el suyo, ya de por sí sometido a constantes altibajos”.
Misión a Marte:Comprendo que, partiendo de la base de que “Misión a Marte” está dirigida por Brian De Palma, puede parecer una facilidad el “hablar bien” de ella, y más en el contexto de un “dossier” más o menos elegíaco como el que se publica en el presente portal. Mas lo cierto es que, aun estando lejos de parecerme una gran obra, creo que pueden decirse unas cuantas cosas a favor de “Misión a Marte”, otro de esos trabajos de De Palma que van creciendo en el recuerdo y ganando con cada revisión, hasta el punto de que me siento en posición de afirmar que nos hallamos ante una de las películas de ciencia ficción más extrañas y atípicas de estos últimos tiempos”.

Cine Archivo:
Especial Brian De Palma (Parte II, 1984-2007):
Problemas con la Gran Novela Americana: La hoguera de las vanidades (1990):
Amigos en el planeta rojo: Misión a Marte (2000):

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD”, JULIO-AGOSTO 2013, ya a la venta

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Imágenes de Actualidad llega a su núm. 337, ofreciendo su tradicional número bimestral de verano, destacando en su portada uno de los estrenos más esperados del estío: Guerra Mundial Z (World War Z, 2013), de Marc Forster.
No es, ni mucho menos, el único título hollywoodiensede gran espectáculo que veremos de aquí al mes de septiembre: al mismo hay que añadir otros alrededor de los cuales se ha ido creando una gran expectación, tal es el caso de Pacific Rim (ídem, 2013), de Guillermo del Toro; Elysium(ídem, 2013), de Neill Blomkamp; El Llanero Solitario (The Lone Ranger, 2013), de Gore Verbinski, cuyo reportaje se complementa con una entrevista a su principal protagonista, Johnny Depp; Lobezno inmortal (The Wolverine, 2013), de James Mangold; y el más inminente Star Trek: En la oscuridad(Star Trek Into Darkness, 2013), de J.J. Abrams, acompañado a su vez de una entrevista con el cada vez más reputado intérprete del villano de la función, Benedict Cumberbatch. Más estrenos destacados: Expediente Warren (The Conjuring, 2013), de James Wan; Juerga hasta el fin (This Is the End, 2013), de Seth Rogen y Evan Goldberg; The Purge: La noche de las bestias(The Purge, 2013), de James DeMonaco; El hipnotista (Hypnotisören, 2012), de Lasse Hallström; Red 2 (ídem, 2013), de Dean Parisot; Antes del anochecer(Before Midnight, 2013), de Richard Linklater; The Collection (ídem, 2011), de Marcus Dunstan; y R.I.P.D. Departamento de Policía Mortal (R.I.P.D., 2013), de Robert Schwentke [la cual, justo al cierre de esta edición, anunciaba que su estreno se atrasaba hasta el mes de septiembre]. Todo ello acompañado por las secciones Primeras Fotos, dentro de la cual se incluyen avances de los films Paranoia (2013), de Robert Luketic, The Family (2013), de Luc Besson, y Machete Kills (2013), de Robert Rodriguez; Además…; Críticas; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Gran Vía y Se Rueda, de Boquerini; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Él dice, ella dice; Noticias; Zona Sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Libros, de José María Latorre; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.
El estreno en España, el próximo 5 de julio, de Star Trek: En la oscuridad me ha dado pie para dedicar el Cult Movie de este mes a un título de la franquicia trekkie que guarda una estrecha relación con aquélla, Star Trek II: La ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, 1982), de Nicholas Meyer: “una de las películas preferidas de esta franquicia. A ello cabe unir que, al contrario que el primer largometraje de la misma, esta segunda peripecia fílmica del Enterprise es más modesta en todos los sentidos, no solo en el presupuestario, y se encuentra espiritualmente más cerca del concepto asimismo pequeño del original televisivo”.

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Forastero en tierra extraña: “EL HOMBRE DE ACERO”, de ZACK SNYDER

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] Mal que les pese a sus principales responsables, los guionistas y coproductores Christopher Nolan y David S. Goyer y el realizador Zack Snyder, el arranque de El Hombre de Acero(Man of Steel, 2013) no puede ser más convencional, en el contexto de lo que la película es: otra adaptación del célebre personaje del cómic creado por Jerry Siegel y Joe Shuster. Ese arranque consiste en un nuevo y breve paseo (demasiado breve) por el planeta Krypton, sorprendido en un momento particularmente conflictivo: la guerra civil emprendida por el general Zod (Michael Shannon) contra los más altos mandatarios del planeta, con el propósito, característico de todos los fascistas, de “arreglar las cosas” según su único y exclusivo criterio. Es en este contexto donde el científico kryptoniano Jor-El (Russell Crowe) y su esposa Lara (la maravillosa Ayelet Zurer, que por desgracia sale poco) ponen en marcha un desesperado plan para salvar la vida de su hijo recién nacido Kal-El, conscientes de que al planeta le queda poco tiempo de vida. La importancia de este “prólogo kryptoniano”, al parecer tan inevitable a la hora de mostrar los antecedentes del personaje de Superman como el asesinato de los padres de Bruce Wayne en el caso de Batman o el del tío Ben Parker en el de Spiderman, no reside en su resolución, tan deficiente como la de buena parte del resto del film, sino en el hecho de que sienta las bases dramáticas de toda la acción posterior: no solo proporciona la explicación de los futuros superpoderes de los que gozará el bebé Kal-El tan pronto empiece a crecer en la Tierra, su mundo de adopción, bajo los efectos, vigorizantes para la genética de un kryptoniano, de nuestro “sol amarillo” (aquí no se hace referencia alguna al “sol rojo” de Kypton), hasta que acabe convirtiéndose en el Superman que todos conocemos (ahora bajo los rasgos de Henry Cavill), sino que también apuntala los cimientos de los problemas que el futuro superhombre vivirá más adelante: primero, cuando sea consciente de que es radicalmente diferente al resto de la población de la Tierra, y más tarde, con la llegada a nuestro mundo, procedentes de la Zona Fantasma, del general Zod y su séquito de acólitos, inesperados supervivientes de la destrucción de Krypton y que en su vagabundeo de treinta años (treinta y tres, exactamente) han acabado llegando a nuestro mundo para conquistarlo.
Hasta aquí, la oferta de El Hombre de Acero no se diferencia en exceso, a nivel dramático, de la brindada en su día por el hoy muy respetado —en su época, no tanto— Superman(ídem, 1978) de Richard Donner y el hoy en día acaso menos venerado —en su época, en exceso— Superman II (ídem, 1980) de Richard Lester y Richard Donner (este último, como luego se supo, responsable de la mayor parte de su metraje), del cual recupera al personaje del general Zod (cuyos orígenes se remontan a los propios cómics de Superman, en concreto a abril de 1961, fecha de su primera aparición pública en el núm. 283 de Adventure Comics). Pero es tras ese “prólogo kryptoniano” cuando la película de Snyder empieza a marcar diferencias narrativas con sus predecesoras: apenas la cápsula que transporta al pequeño Kal-El penetra la atmósfera de nuestro mundo, la acción se “corta”, dando un salto hacia delante y mostrándonos al ya adulto Kal-El, conocido con el nombre terrestre de Clark y antes de convertirse en Superman, intentando pasar desapercibido a bordo de un barco de pesca, donde faena como uno más (incluso con exagerada torpeza: un compañero tiene que empujarle para salvarle la vida, ignorando, claro está, que la jaula metálica que se precipita encima de Clark sería incapaz de hacerle daño alguno). A partir de este momento, sobre todo en la primera mitad de sus muy largos 143 minutos de metraje, la trama se desarrolla mostrándonos por un lado las andanzas de un Clark empeñado en salvaguardar su condición de extraterrestre y deambulando por el mundo hasta encontrar una explicación sobre sus orígenes alienígenas, paralelamente a la exhibición de sus primeras pero todavía anónimas hazañas superheroicas —el rescate de unos obreros atrapados en una plataforma petrolífera en llamas; la escena en la que le “da una lección” a un pendenciero que trata de provocarle en el bar de carretera donde trabaja temporalmente como camarero (claramente inspirada en otra, mejor, de Superman II)—, la investigación llevada a cabo por la periodista del Daily Planet Lois Lane (Amy Adams) sobre su persona, y en particular, una serie de flashbacksque nos van mostrando episodios de la infancia y adolescencia de Clark (Cooper Timberline a los nueve años, Dylan Sprayberry a los trece), ilustrándonos sobre esos años de juventud vividos en Kansas junto a sus padres terrestres de adopción, Jonathan y Martha Kent (Kevin Costner y Diane Lane).
De este modo, y sobre todo en el primer tercio del relato, Nolan, Goyer y Snyder muestran las cartas de su replanteamiento (perdón: reboot) de Superman, esforzándose en marcar distancias narrativas y estéticas con el Superman de Donner y sus secuelas, entre ellas la firmada por Bryan Singer, Superman Returns (ídem, 2006). Hay que reconocer que, a nivel estrictamente narrativo, lo consiguen, y no solo por el hecho de que los mencionados flashbacks revelen el gusto de Nolan, Goyer —recuérdese su serie de televisión titulada, explícitamente, FlashForward (ídem, 2009-2010)— y también Snyder —véanse Watchmen(ídem, 2009) y Sucker Punch (ídem, 2011)— por los relatos discontinuos, sino ante el hecho, palpable, de que el clasicismo de Donner y (mal que pese) la elegancia de Singer han sido pasados por el filtro de la modernidad. Aquí es donde la película empieza a flojear. Si, como digo, la intención era marcar distancias con los films de Donner y Singer —no digamos con el firmado por Lester ya en solitario (Superman III, ídem, 1983), y con, Dios mío, el de Sidney J. Furie (Superman IV: En busca de la paz, Superman IV: The Quest for Peace, 1987)—, ese propósito se ha conseguido plenamente… pero para mal. Haciendo gala de una fealdad visual hasta la fecha inédita en él, Zack Snyder plantea su puesta en escena no solo a modo de inversión radical del lenguaje empleado por Donner y Singer, sino por el utilizado por él mismo hasta la fecha, decantándose por la cámara en mano, el zoom/reencuadre, los barridos de cámara y un montaje bastante corto, lo cual, unido a la larguísima cadena de escenas de destrucción que se adueña de la aproximadamente última hora de metraje, ha permitido establecer (fáciles) paralelismos con la labor del Michael Bay de la trilogía (pronto, cielos, tetralogía) Transformers.
El replanteamiento de Superman me parece perfecto en teoría: no hay ninguna obligación de repetir lo que ya hicieron en su día Donner y Singer (por más que les rinda homenaje a ambos insertando un plano del vuelo de Superman alrededor de la órbita terrestre que ya forma parte de la iconografía cinematográfica del personaje). No se trata, por tanto, ni de purismo ni de nostalgia, sino de la constatación de que el equipo Nolan-Goyer-Singer se ha equivocado, puesto que El Hombre de Acero, en sus líneas generales, no funciona. Ya he apuntado que el prólogo de Krypton me resulta excesivamente breve y acelerado, más que nada porque parece más preocupado en marcar esas distancias con el del Supermande Donner (la base de todos los errores del film) que en conferir espesor a una película que, en ese mismo prólogo y sin ir más lejos, “rediseña” el mundo de origen del superhéroe de una manera muy diferente a la del primer film, cierto…, pero el resultado es un híbrido nada original y poco atractivo entre las franquicias de Star Wars y Star Trek con toques a lo Dune (ídem, 1984), versión David Lynch, y carente de la más mínima densidad, más allá de la esforzadamente aportada por los actores; la fealdad de la fotografía (responsable: Amir Mokri), también marcando distancias, y de la planificación (esa penosa pelea cuerpo a cuerpo entre Jor-El y Zod), no dejan lugar a dudas de cuál será la pauta que, lamentablemente, domina la mayor parte del resto del relato. Tan pronto como la acción se traslada a nuestro planeta, el film continúa mostrándose igual de titubeante y ligeramente confuso. Los flashbacksno confieren densidad ni fuerza a la caracterización del personaje de Kal-El/Clark/Superman, y en el caso de que la película hubiese sido narrada de forma lineal, ergo convencional, el resultado hubiese sido el mismo; en cualquier caso, esos flashbacks se limitan a transmitir una aparienciade densidad, insisto, muy del gusto de sus autores, pero aquí en absoluto conseguida. Por ejemplo, las por algunos celebradas apariciones retrospectivas del personaje de Jonathan Kent a cargo de Kevin Costner no hacen otra cosa que entorpecer el desarrollo del relato, salpicándolo con las “ejemplares” lecciones de moral y ética que el granjero Kent trata de inculcarle a su superpoderoso hijo adoptivo para que emplee sus asombrosas cualidades en beneficio de sus semejantes: no puede evitarse la sensación de estar asistiendo a una especie de sermón. Para más inri, y como si a estas alturas todavía quedase gente en el mundo que aún no se ha dado cuenta de los evidentísimos paralelismos entre el personaje de Superman y la figura de Cristo, los responsables de El Hombre de Acero insertan una corta pero execrable escena en la que un dubitativo Clark acude a un sacerdote católico (el padre Leone: Coburn Gross) para aclarar sus dudas sobre lo que debe hacer, y aquél le contesta con el inapelable argumento de la fe… [Nota bene: No resisto la tentación de recomendar, al hilo de esta argumentación, el cuento de mi amiga Carme Tierz El martirio de San Superman, incluido en su volumen de relatos El libro de los milagros. Siete cuentos irreverentes (Jekyll & Jill. Zaragoza, 2012), donde se ironiza con algo asimismo apuntado en El Hombre de Acero: la educación recibida por el superhéroe de parte de sus padres en la Tierra: “he sido criado en Kansas; no puedo ser más americano…”, afirma Superman al respecto.]
Evidentemente, el problema de El Hombre de Aceroreside en su irregular puesta en escena, que por sí sola destroza la mayoría de las teóricamente interesantes ideas que el film presenta con respecto a sus precedentes fílmicos, tal cual es la presentación de Superman desde el punto de vista de su condición de alguien ajeno a la Tierra, es decir, la visión del hijo predilecto de Krypton como un alienígena con dificultades para adaptarse a vivir entre los humanos. No se trata solo de que los flashbacks se hagan farragosos, en el sentido de que se limitan a apuntar pinceladas superficiales sobre la soledad del joven Kal-El y los traumáticos recuerdos que han acabado forjando su personalidad: el aguantar una paliza de uno de los grandullones de su pueblo porque sabe que, en caso contrario, podría destrozar al agresor con facilidad; la secuencia del salvamento del autobús escolar (un vehículo que, asimismo, ya aparecía en el Superman de Donner); el momento de la muerte de Jonathan Kent, sin que Clark pueda evitarlo (equivalente, asimismo, al “tanto como puedo hacer, y no pude salvarle” que pronunciaba el adolescente Clark Kent / Jeff East tras la muerte, víctima de un ataque cardíaco, de Jonathan Kent / Glenn Ford, en la película de Donner). La cuestión reside en que la realización de Snyder hace gala aquí de un efectismo que estropea muchas atractivas sugerencias, tal es el caso del momento, alargado hasta el ahogo, en que el pequeño Clark empieza a ver los esqueletos y los órganos de las personas que tiene a su alrededor gracias a su descontrolada visión de rayos X; o las poco trabajadas secuencias que transcurren en el interior de la nave kryptoniana en el ártico, donde Clark indaga sobre sus orígenes extraterrestres y se produce su primer encuentro con Lois Lane (bastante inverosímil incluso en el contexto de un relato inspirado en un cómic de superhéroes); por no hablar, claro está, de la forzadísima historia de amor entre ambos: su  beso final resulta aquí más “obligado” que nunca; o las nada atractivas reapariciones —vía holograma— del difunto Jor-El, que como ya ocurría en la película original parecen una mera excusa para sacar el máximo partido a la cara estrella que lo interpreta, Marlon Brando en aquel caso y Russell Crowe en esta.
Todo lo afirmado no obsta para que haya algunos aspectos positivos, en particular en relación a los intérpretes: Henry Cavill resulta un convincente Hombre de Acero, a medio camino de la caballerosidad que transmitía el llorado Christopher Reeve y la inexperiencia del Tom Welling de la serie de televisión Smallville (ídem, 2001-2011), y sabe transmitir el desamparo que siente el superhéroe ante su peculiar situación de forastero en un planeta que le resulta extraño, resultando superior al blando Brandon Routh de Superman Returns (por más que este sea el único aspecto en el cual El Hombre de Acero supera al subvalorado film del ahora no menos injustamente devaluado Bryan Singer…); Crowe, Costner, Shannon y Laurence Fishburne (como el director del Daily Planet Perry White) aportan solidez a sus personajes, beneficiándolos; lo mismo puede decirse de Amy Adams, siempre convincente a pesar de que su Lois Lane carece de relieve y personalidad propia: podría ser cualquier otra periodista de cualquier otro medio de comunicación, y funcionaría con los mismos rasgos convencionales con los cuales está dibujada. Queda para el final el comentario de las secuencias de acción, en particular las que glosan las peleas de Superman contra el general Zod y sus esbirros, primero en las calles de un pueblo (en una secuencia que, de nuevo, vendría a ser una versión corregida y aumentada de otra muy parecida de Superman II), y luego en las de Nueva York, no Metrópolis (nunca se la menciona así), provocando una cadena de destrucción en la línea de otras secuencias de batalla del cine “superheroico”, como la que constituía el clímax de la sobrevalorada pero, a pesar de todo, mejor resuelta Los Vengadores (The Avengers, 2012, Joss Whedon). Snyder hace gala de su pericia para este tipo de secuencias que, si bien excesivamente largas, me parecen, dentro de lo malo que resulta su carácter repetitivo, lo más consecuente y coherente de un film que, antes de llegar a ese punto, ha fracasado previamente a la hora de conferir relieve a sus personajes y atractivo a lo que desarrolla. La acción es lo único que le queda para que, por paradójico que suene, el desastre no sea absoluto.
   

Viaje a Grecia: “ANTES DEL ANOCHECER”, de RICHARD LINKLATER

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] En 1995 el realizador norteamericano Richard Linklater estrenaba Antes del amanecer (Before Sunrise), película que nos mostraba el romance entre Jesse (Ethan Hawke), un estudiante norteamericano, y Celine (Julie Delpy), una joven francesa, tras conocerse casualmente en un tren y recalar durante unas horas en Viena. Nueve años después, Linklater y los mismos actores volvían a encontrarse en Antes del atardecer (Before Sunset, 2004), glosando precisamente el reencuentro asimismo casual de unos treintañeros Jesse y Celine en París, donde ambos se ponían al día el uno al otro de las vicisitudes vividas en esa última década, incluyendo el matrimonio fallido de Jesse, del cual había nacido un hijo. Precisamente Antes del anochecer (Before Midnight, 2013) arranca, otros nueve años más tarde, mostrándonos a un Jesse de cuarenta años despidiéndose de su hijo de 13 Hank (Seamus Davey-Fitzpatrick) en el aeropuerto de la localidad griega en cuyas inmediaciones el chico acaba de disfrutar de su parte de vacaciones de verano en compañía de su padre (su custodia legal sigue en manos de su madre), así como de la de la actual pareja de Jesse, que no es otra que Celine (una vez consolidado el lazo afectivo que se intuía se iba a consumar en la abierta escena final de Antes del atardecer), y sus hermanastras, las gemelas Ella y Nina (Jennifer y Charlotte Prior), fruto de la relación de Jesse y Celine. Por tanto, Antes del anochecer sorprende a los protagonistas de Antes del amanecery Antes del atardecer veraneando con sus hijas en la casa de Patrick, un viejo escritor griego que les ha invitado porque admira la obra literaria de Jesse, papel que corre a cargo del veterano director de fotografía Walter Lassally.
No es esta la única referencia cinematográfica indirecta que hallamos en esta película: en el papel de Ariadni, otra de las amistades de Patrick que veranea en su casa junto al mar acompañada de su marido Stefanos (Panos Koronis), descubrimos a la realizadora Athina Rachel Tsangari, firmante de Attenberg (2010), uno de los buques insignia del nuevo cine griego; por si fuera poco, interpretando a la joven Anna, la cual también disfruta del verano en el mismo lugar con su novio Achilleas (Yiannis Papadopoulos), está Ariane Labed, protagonista de Attenbergy Alps (ídem, 2011), esta última de Giorgos Lanthimos, el mismo director de otro moderno y reputado título heleno, Canino (Kynodontas, 2009). Pero hay otra referencia, que planea suavemente en el primer tercio del metraje y que se hace más o menos explícita a través de una línea de diálogo: la que se formula a Te querré siempre (Viaggio in Italia, 1954), la mejor y más bella película de Roberto Rossellini. Llegados a este punto, podría parecer por tanto que Antes del anochecer es el enésimo artefacto posmoderno o, como decía hace poco Quim Casas a propósito de El gran Gatsby, de Baz Luhrmann —Dirigido por…, núm. 424 (junio 2013)—, (re)posmoderno, en particular si comenzamos a considerar que la posmodernidad, denominación actual para un fenómeno ya añejo, empezó con el Godard de Al final de la escapada (À bout de souffle, 1960) y por tanto, dado el tiempo transcurrido, ya ha dejado de ser posmodernidad, por más que el término acabara poniéndose de moda a raíz sobre todo del éxito de Quentin Tarantino. Disquisiciones de este tipo aparte, Antes del anochecer no es un film que haga del guiño cinematográfico su razón de ser. Por no hacer, ni siquiera depende en exceso de Antes del amanecery Antes del atardecer, por mas que no resulte descabellado ver el conjunto, más que como la típica (y tópica) “trilogía”, como una misma película de casi seis horas, dada la admirable fluidez, maduración y coherencia que desprende dicho conjunto. Eso no quiere decir que nos hallemos ante una obra fresca y original a nivel estrictamente temático, habida cuenta de que el cine está lleno de historias de parejas que sufren el desgaste de su amor como consecuencia del paso del tiempo tal y como ocurre en Antes del anochecer, empezando por la misma Te querré siemprey acabando, por citar ejemplos cogidos al vuelo, con Dos en la carretera (Two for the Road, 1967, Stanley Donen) o Con los ojos cerrados (The Happy Ending, 1969, Richard Brooks).
A pesar de ello, si una virtud tiene Antes del anochecer(y tiene muchas otras) es que no pretende ni mucho menos ser “original” (acabamos de ver que no lo es), sino que más bien busca erigirse en una especie de homenaje a la tradición cultural que la precede y respalda. No es ninguna casualidad, en este sentido, que la acción transcurra en Grecia, la cuna de la civilización occidental, como tampoco lo es que este hecho se haga explícito en algunos diálogos, en particular la referencia verbal que efectúa Jesse en relación a Eurípides, en cuanto padre de la dramaturgia clásica. Pero Antes del anochecer tampoco pretende ser un artefacto enciclopédico a lo Peter Greenaway, dado que toda sus referencias culturales en muchas ocasiones están colocadas en primer término del relato pero sin que sean el auténtico objetivo del mismo. Es el caso, por ejemplo, de la secuencia en la que Jesse conversa con Patrick y Achilleas sobre la trama y el contenido de la nueva novela que está preparando, o en particular, la espléndida de la comida de Jesse y Celine en la mesa presidida por Patrick alrededor de la cual se sientan todos sus invitados, donde la conversación empieza girando en torno a temas culturales, para no tardar en derivar hacia las relaciones amorosas —todos los personajes presentes en la secuencia representan, de un modo u otro, los distintos estadios del amor: la juventud, la madurez, la vejez, la viudedad…—, y como no podía ser de otra manera, aquello que le pone fin a todo: la muerte. Llegados a este punto resulta relativamente fácil pensar en Eric Rohmer, Woody Allen o, si me apuran, Ingmar Bergman, pero Linklater tampoco pretende emparejarse con estos cineastas, por más que haya en sus métodos de trabajo cierto grado de proximidad.
Un detalle de puesta en escena que resume muy bien las intenciones y los resultados de este excelente film —el mejor de la “trilogía Antes del…” y el mejor de su irregular pero casi siempre interesante realizador— es el que se produce prácticamente en mitad de la no menos magnífica secuencia en la que, inmediatamente después de haber dejado a Hank en el aeropuerto, Jesse y Celine regresan en coche a la casa de Patrick: Linklater resuelve la conversación de los protagonistas dentro del vehículo, mientras sus niñas duermen en el asiento trasero, en virtud de dos excelentes planos medios de larga duración con la cámara colocada sobre la capota del mismo y enfocando directamente al parabrisas delantero. Acabo de mencionar que son dos planos cuando, en puridad de conceptos, son (o parecen) uno solo, a modo de largo plano-secuencia de casi 15 minutos de duración, que en un momento dado “se parte” en dos en virtud del detalle al que quiero referirme. En medio de su conversación, el coche de Jesse y Celine pasa muy cerca de una antiguas ruinas; entonces, Linklater “rompe” ese plano largo para insertar un breve plano de esas ruinas, desde el punto de vista de los ocupantes del vehículo; a renglón seguido, Jesse y Celine se lamentan por no haber aparcado cerca de esas ruinas para que las niñas pudiesen verlas, diciéndose cosas como “es cultura” o “somos unos padres horribles”. Puede verse en ello una simbólica síntesis del trasfondo de la película, entendida como crónica de unos seres humanos que son lo que son, sienten lo que sienten y viven lo que viven tanto por aquello que han aprendido y experimentado por sí mismos como por el hecho de ser los últimos receptores de una cultura que por ahora termina en ellos. Es más: ese inserto de las ruinas, colocado rápidamente en medio de un plano-secuencia (o si se prefiere, en medio de dos planos largos), puede interpretarse a modo de sutil llamada de atención sobre el papel que juega la cultura en el momento actual, convertida literalmente en algo que o bien se aprecia de pasada, o bien se deja de lado por culpa de la así llamada “velocidad de la vida moderna”, y no creo que haga falta citar de nuevo a Zygmunt Bauman.
Desde cierto punto de vista íntimamente relacionado con lo que acabamos de explicar, puede verse en el desarrollo posterior de los acontecimientos una compleja digresión sobre los mecanismos de representación de los sentimientos humanos en conflicto, es decir, a partir de que Jesse y Celine dan un paseo en solitario hasta el pueblo, en el cual la visita a una antiquísima capilla de frescos medio borrados vuelve a evocar la atmósfera melancólica de Te querré siempre—la misma que, acaso casualmente, evoca Olivier Assayas, en la escena de la visita a las ruinas de Pompeya de su también recientemente estrenada Después de mayo(Après mai, 2012)—, y sobre todo el momento culminante del relato, el “fin de semana romántico” también a solas de los protagonistas en un hotel, invitados por Ariadni y Achilleas, que deriva en una amarga discusión sobre su relación de pareja: las escenas del dormitorio pueden verse, fácilmente, como una variante corregida y perfeccionada de las desarrolladas por el propio Linklater en el motel que centraba la acción principal de Tape (2001). Hemos mencionado que Linklater pone en boca de Jesse a Eurípides; en cierto sentido, esto último, unido a la referencia a la asimismo citada película de Rossellini y al paisaje griego, entendido a su vez y de manera amplia como “paisaje cultural”, dota a Antes del anochecer de un soterrado carácter de representación de una especie de “drama universal” en el que Jesse y Celine no son sino las últimas piezas, los últimos sedimentos, de algo que viene “representándose” desde el inicio de los tiempos (unos tiempos que, según la convención que aquí se maneja con conciencia de serlo, arrancaron simbólicamente en la Grecia Clásica), y que primero el teatro (Eurípides) y ahora el cine reinterpretan una y otra vez en virtud de esa herencia cultural a la que la recurrencia ha acabado convirtiendo en algo parecido a un rito.
Resulta muy significativo de esto último que, en la última secuencia, tan abierta como la que cerraba Antes del atardecer, Jesse lleve a cabo un conato de (re)aproximación y recuperación del amor de Celine por medio de una especie de “representación teatral” (esa invención de Jesse, diciéndole a Celine que es un emisario venido del futuro que viene a advertirle que esa noche va a disfrutar del mejor sexo que haya tenido nunca con el hombre al que, pese a todo, ama y que, también a pesar de todo, la ama); asimismo es muy significativo que Antes del anochecer se cierre con ese bello travelling en retroceso que abandona a Jesse y Celine en la terraza del puerto mezclándolos así con el resto de parejas sentadas esa noche en la misma terraza, cada una de ellas con una historia en potencia que forma parte de ese drama universal o “cósmico” al que nos hemos referido líneas arriba; un movimiento de cámara que, conscientemente o no, evoca el carácter integrador del travelling en retroceso y con apertura de campo que concluía la extraordinaria ...Y el mundo marcha(The Crowd, 1928), de otro cineasta norteamericano con sentido de la universalidad, King Vidor.

Proceso de “fantasmación”: “AFTER EARTH”, de M. NIGHT SHYAMALAN

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] Llama la atención que, en las primeras secuencias de After Earth (ídem, 2013), se nos describa un “mundo futuro” con tan escaso énfasis que uno no puede menos que llegar la conclusión, a la vista de dicha presentación y en virtud del tono de las imágenes, que el componente futurista del relato tiene más bien escasa importancia y un relativo peso específico dentro del mismo, más allá de la presencia, casi anecdótica o meramente circunstancial, de “maquinitas” como un traje de seguridad que va cambiando de color en función del grado de peligro que experimenta la persona que lo lleva puesto, una especie de pastillas que contienen algo así como oxígeno enriquecido para poder respirar durante horas en una atmósfera adversa a los humanos, o una sofisticada arma blanca consistente en una barra cuyos dos extremos pueden desenvainar espadas, cuchillos o lanzas de hasta veinte tipos diferentes (sic). En definitiva, más que un relato inscrito en el género de la ciencia ficción futurista, After Earth es un relato de aventuras en el que la ciencia ficción es un mero telón de fondo que, en un momento dado, podría haber sido substituido por una ambientación desarrollada en nuestros días y sin necesidad alguna de movernos de nuestro planeta. Contribuye a ello el hecho de que parece ser que el proyecto parte de un argumento del actor y también productor del film Will Smith basado a su vez en un suceso real —la historia de un padre y un hijo que se perdieron yendo de excursión y tuvieron de aunar esfuerzos con tal de sobrevivir—, convertido en guión por Gary Whitta y, finalmente, puesto en manos del realizador y también coguionista M. Night Shyamalan, en el que es su primer trabajo de encargo tras haber estado durante años siendo uno de los cineastas más cotizados del Hollywood moderno —El sexto sentido (The Sixth Sense, 1999), El protegido (Unbreakable, 2000), Señales (Sings, 2002), El bosque (The Village, 2004)— y haberse convertido, de un tiempo a esta parte, en uno de los directores hollywoodienses más discutidos de estos últimos tiempos gracias a la mala recepción crítica y/o comercial de sus últimos trabajos tras las cámaras: La joven del agua (Lady in the Water, 2006), El incidente (The Happening, 2008) y Airbender, el último guerrero (The Last Airbender, 2010).
Dejando aparte que, al menos para mí, esa controversia que viene acompañando últimamente a Shyamalan no tiene el menor interés en sí misma considerada (ningún realizador es mejor o peor por el mero hecho de que “guste” o “no guste” a la mayoría), y que no tengo porqué aceptar ninguna opinión mayoritaria al respecto si considero que no está debidamente razonada (respetarla, sí, pero no aceptarla), y volviendo a After Earth, reitero que me resulta chocante el escaso énfasis que, en aquellas primeras secuencias, se hace con respecto al contexto futurista de la trama. Nos hallamos en el planeta Nova Prime, mundo colonizado por la raza humana tras haber abandonado el viejo planeta Tierra hace ya mil años como consecuencia del agotamiento de sus recursos naturales tras siglos y siglos de indiscriminada e irrespetuosa explotación de los mismos. En un prólogo explicativo, hay que reconocerlo, harto convencional, se nos informa de que el estamento militar formado por los Rangers se hizo cargo del exilio de la humanidad a Nova Prime; también, que los primeros colonizadores del nuevo planeta sufrieron el ataque de los ursa, seres monstruosos que a pesar de su ceguera se guían por las feromonas que desprende el cuerpo de una persona que tiene (lógicamente) miedo ante su aterradora presencia, y que tan solo un hombre, el general Cypher Raige (Will Smith), logró comprender y dominar la técnica que permitió acabar con la práctica totalidad de los ursa: lo que se conoce como “fantasmación”, esto es, el control sobre el propio miedo, que convierte a las personas en indetectables para los ursa y permite acabar con ellos con mayor facilidad. A falta de conocer exactamente cuál habrá sido la contribución al guión de los ya mencionados Smith (acreditado como autor del argumento) y Whitta (firmante del primer guión, luego retocado por Shyamalan), no me extrañaría que esta idea de los monstruos que se guían por el miedo, y que la única protección frente a los mismos consista en reprimir ese sentimiento de temor, fuese de la cosecha de su director, y más teniendo en cuenta que el miedo y el control del mismo es una idea que subyace, de un modo u otro, en la mayoría de sus películas.
Pero, como digo, y una vez rebasado ese prólogo formulario, por más que tenga la virtud de ponernos mínimamente en antecedentes, llama la atención la frialdad, el exceso de rigidez incluso, con que está descrito el modo de vida de la sociedad humana en Nova Prime, hasta el punto de que resulta razonable pensar que ese tono es deliberado. Tras una secuencia que dibuja el individualismo y la arrogancia de Kitai Raige (Jaden Smith), el hijo de Cypher, capaz de desobedecer una orden de su instructor y salirse por pura vanidad personal de una fila de aspirantes a pertenecer a los Rangers que corren por el desierto, tanto la siguiente escena, en la que el instructor jefe de Kitai, el comandante Velan (Glenn Morshover), le informa de que, a pesar de sus excelentes calificaciones académicas, su comportamiento en el entrenamiento físico le descalifica para formar parte de los Rangers, como las siguientes, que describen la vida cotidiana de Cypher y Kitai en su hogar, acompañados de la esposa del primero y madre del segundo, Faia (Sophie Okonedo), hacen gala, como digo, de una rigidez formal —el ritmo lento del plano/contraplano, la relativa desnudez de los escenarios futuristas, la “suavidad” de la partitura del siempre interesante James Newton Howard— que se ajusta bien al dibujo de la tirantez de las malas relaciones entre padre e hijo, tópicamente planteadas, es verdad, pero cuyo carácter convencional se diluye en el contexto de una atmósfera un tanto enrarecida. Incluso si no fuera porque Shyamalan cierra la secuencia en el hogar de los protagonistas con un movimiento de cámara a través de una ventana, abriendo el plano hasta descubrirnos el edificio “futurista” donde está situada su vivienda, casi habríamos olvidado que nos hallamos en otro planeta y en el mundo del mañana: este plano viene a ser una especie de recordatorio. En todo momento se tiene la sensación, pues, de que a Shyamalan le importa más bien poco la mencionada ambientación futurista y el insípido enfrentamiento generacional entre, por un lado, un militar con un exagerado sentido de la disciplina castrense pero que, en el fondo, se preocupa por su hijo aunque trate de disimularlo tras una apariencia de severidad, como si fuera un oficial de caballería  a lo John Ford, pero, cierto, mucho más esquemático (en un momento determinado, se insinúa una comparación con el obcecado capitán Ahab de Herman Melville); y por otro, un adolescente que arrastra un trauma de infancia —a los nueve años, presenció la muerte de su hermana mayor Senshi (Zoë Isabella Kravitz) a manos de un ursa—, que le ha convertido en lo que es: un chico con cualidades pero desnortado. Todo ello parece la base destinada a contentar a Will Smith, estrella y productor del film, y a su hijo Jaden, estrella en potencia gracias al nepotismo de su progenitor, y se nota.
No resulta de extrañar, en este sentido, que el interés algo apagado de After Earth en esas primeras escenas se eleva a partir del momento en que el relato entra en materia cuando el joven Kitai acompaña a su padre en un viaje espacial de rutina que, por culpa de una inoportuna lluvia de meteoritos, desemboca en un catastrófico aterrizaje forzoso en el planeta Tierra, convertido ahora en un espacio de exuberante vegetación tras un milenio de recuperación ecológica, pero también en un lugar peligroso para cualquier persona no habituada a moverse en él; como poco más o menos sentencia Cypher, la Tierra está poblada ahora por “todo tipo de criaturas diseñadas para matar seres humanos”. Es esta una de las ideas más interesantes de la película, por más que no se acabe de sacarle todo el provecho posible: que la Tierra del futuro se haya convertido en un mundo hostil para los seres humanos que casi acabaron con ella explotando desmesuradamente su medio ambiente, y ahora, en venganza, nuestro recuperado antiguo planeta se haya asegurado de que ningún humano sea capaz de sobrevivir en él durante mucho tiempo; de hecho, tiene cierta gracia algo en lo cual se insiste a lo largo de la trama, la necesidad de que Kitai inhale unas cápsulas de aire cada cierto período de horas, lo cual, además de servir de mecanismo para introducir suspense en la trama (el joven dispone de una reserva muy limitada de cargas de aire antes de llegar a su destino), señala irónicamente la posibilidad de que el aire de esa Tierra del mañana sea excesivamente puro para una raza humana acostumbrada a respirar pestilencia…
Es verdad que, llegados a este punto, las deficiencias del guión alcanzan su punto culminante, pues se nota demasiado que hasta aquí todo su planteamiento se ha visto reducido a una mecánica sucesión de hechos improbables destinados a dejar a padre e hijo en soledad: la casuallluvia de meteoritos; el casual“salto” en el espacio que conduce a la nave al planeta Tierra; el aterrizaje forzoso en el que, casualmente, mueren todos los tripulantes de la nave excepto Cypher y Kitai; o el hecho, ¡también casual!, de que la nave transportara a un ursa, ahora liberado y a sus anchas por la selva, para obligar a poner a prueba el valor del joven Kitai. A ello hay que añadir la poco entusiasmante labor interpretativa de los Smith, padre e hijo: Will Smith me parece un buen actor dramático (siempre lo he encontrado preferible a cuando hace comedia), pero en esta ocasión carga en exceso las tintas sobre su caracterización de militar-duro-pero-de-corazón-de-oro, y si bien no le faltan momentos afortunados, la mayor parte del tiempo se tiene la sensación de que confunde la rigidez del personaje con el haberse tragado un palo; en cuanto a Jaden Smith, su inmadurez interpretativa es manifiesta, y a duras penas consigue transmitir alguna de las emociones que experimenta su personaje, con la excepción de su esforzada aunque insuficiente performance en la escena, al pie del acantilado, cuando en medio de lágrimas le reprocha a su padre que siga considerándole un cobarde. Pero, a pesar de todo eso, y de que en sus líneas generales After Earth es una película insatisfactoria, no es menos cierto que hay momentos en los cuales la labor de puesta en escena logra mejorar muchos aspectos de esa trama al borde del ridículo.
Haciendo gala de una notable convicción visual, inusitada teniendo en cuenta que está al servicio de algo que roza el más absoluto de los vacíos —convicción que se daba incluso en ciertos instantes de su peor y más formulario trabajo, el justamente vilipendiado (este sí) Airbender, el último guerrero—, no es sino gracias a la planificación de Shyamalan que After Earth empieza a dar señales de vida. Señalo, en primer lugar, el logrado suspense de la escena en la que, desobedeciendo a su padre y las indicaciones de peligro de la cabina de carga de la nave espacial, Kitai intenta acercarse al enorme recipiente rocoso que mantiene prisionero a un ursa vivo; la planificación —que recuerda vagamente a la celebrada escena del cuchillo y la mano del alienígena bajo la puerta de la cocina de Señales— logra expresar una notable sensación de peligro sin que, en realidad, ocurra nada. Más tarde, tras el accidente de la nave y el planteamiento de la situación principal —Cypher, inmovilizado al tener las dos piernas rotas, envía a Kitai, siguiéndolo a distancia por medio de cámaras y radares, para que active una señal de emergencia que se encuentra en la otra mitad de la nave que ha caído cien kilómetros más allá de donde se encuentran—, la planificación pierde esa severidad formal de las primeras escenas en Nova Prime (como digo, quizá deliberada) y demuestra un notable sentido de la fisicidad. Apunto, por ejemplo, y poco después de que Kitai recobre el conocimiento entre los restos de la nave, ese inquietante plano de la cortina de plástico que se abre y cierra automáticamente, convirtiéndose de este modo en la frágil frontera que separa a Kitai de la inmadurez a la entrada en la vida adulta: un simple plástico es toda la frontera ante una aventura mortal en un planeta de atmósfera irrespirable. Shyamalan aprovecha muy bien los paisajes selváticos donde transcurre el resto del film hasta el final, tanto da que sean escenarios naturales de Costa Rica, escenarios creados mediante CGI o una combinación de ambas cosas, de tal manera que la aventura de Kitai y su recorrido a través de esa jungla llena de peligros adquiere una convicción hasta ahora inexistente: rocas, árboles, hierba, ríos y cataratas se sienten como tales, y atravesarlos entraña fatigas y dificultades (por más que las mismas, cierto es, no siempre se reflejen adecuadamente en el rostro impasible de Jaden Smith).
La presencia de los animales que acechan al joven protagonista tiene un gran peso específico: la enorme araña que se encarama a la mano de Kitai apenas empieza a trepar por una ladera; el ataque de los babuinos, excelentemente filmado; la pelea de Kitai y el águila en el nido de esta última contra los tigres de dientes de sable en defensa de los polluelos, asimismo muy bien rodada; en particular, ese bello momento en el cual, sorprendido por una de las rápidas y mortales heladas que ahora cubren esta Tierra del futuro, Kitai salva in extremis la vida gracias precisamente a esa misma águila, en una secuencia cuya fuerza se deriva, asimismo, de la brillantez de la planificación: primero vemos a Kitai desplomándose, aterido, en el suelo; a continuación, Shyamalan inserta un extraño plano subjetivo en cámara móvil desde el punto de vista del chico, como si “algo” o “alguien” estuviese tirando de él, arrastrándolo entre la hierba; luego, funde a negro; al cabo de unas horas (elipsis), Kitai recobra el conocimiento, a salvo del frío en un refugio natural; al salir, descubre lo ocurrido: el plano medio del chico con la parte inferior del encuadre cubierta por una masa informe, y a continuación, el plano general en ligero semipicado de Kitai mirando el cuerpo sin vida del águila (esa masa sin forma), hacen gala de un buen sentido de la expectativa.
Es una pena que Shyamalan estropee alguna que otra buena idea visual a base de subrayarla demasiado. Caso, por ejemplo, del momento en que Kitai rememora, en flashback, la muerte de su hermana Senshi entre las fauces de un ursa, mientras ella intentaba distraer al animal tras esconder a su hermano pequeño bajo una especie de tapa de cristal que impide que la criatura capte el miedo del niño: la planificación vuelve a ser de lo más sugerente —el plano general que muestra, a la izquierda del encuadre, al niño en su acristalado cubículo, mientras que, a la derecha del mismo, Senshi es atacada por el ursa; el contraplano del aterrorizado Kitai niño bajo esa misma tapa de cristal, filmado de tal manera que en la superficie de la misma se refleja el ataque del ursa contra la hermana—, pero el hecho de que se insista demasiado en este recuerdo traumático hace que esos bonitos encuadres se repitan y pierdan efectividad. Otro tanto puede afirmarse de esa escena —una de las pocas en las que la película juega con la iconografía heredada del cine de terror— en la que, en sueños, Kitai cree ver y hablar con su difunta hermana, ensoñación que se cierra de manera pesadillesca con el contraplano del rostro de Senshi cubierto de sangre. Similar impresión a la del flashback de la muerte de Senshi la suscita el momento culminante del relato, la pelea de Kitai contra el ursa, cuyo planteamiento y arranque inicial es excelente —los planos en el interior de la cueva, con ese detalle de una especie de serpiente que se arroja sobre un roedor a la luz de la linterna de Kitai; la persecución del chico por el ursa dentro de los estrechos recovecos de la caverna; la caída en el agua…—, pero cuya conclusión en lo alto de la montaña, con Kitai llevando a cabo la finalmente entendida y asimilada “fantasmación” que le hará invisible a los sentidos del monstruo antes de acabar con él, está correctamente filmada mas entra ya dentro de los estándares habituales de este tipo de secuencias. Finalmente, Kitai se habrá ganado el respeto de su padre, quien tras el rescate e incluso malherido pide a sus enfermeros que le pongan en pie para que pueda efectuar el saludo militar al muchacho, y este podrá, por fin, abrazarle. Ambigua conclusión de este proceso de “fantasmación” que, como apuntaba hace poco Jordi Costa, vendría a ser una simbólica manifestación del miedo del propio Shyamalan a acercarse al “monstruo” de la superproducción hollywoodiense, siempre dispuesto a “devorar” personalidades como la suya.
[Nota final: After Earth tiene todas las trazas de haber sido montada y remontada: un par de escenas que aparecen en los tráilers —el momento en que, durante el entrenamiento de los Rangers por la montaña, Kitai se burla de un compañero tocándole la cabeza en plena escalada; y, ya en la Tierra, la escena en la que una manada de algo parecido a cebras pasa muy cerca del muchacho sobre un arroyo— no aparecen en el film, por lo demás, tampoco muy largo (100 minutos); a ello hay que añadir la desaparición de las escenas en las que intervenía la actriz Isabelle Furhman (véase que su nombre aparece en el póster, probablemente preliminar, que encabeza estas líneas), lo cual permite sospechar que quizá el primer montaje era más extenso del que ha acabado estrenándose en cines. También es verdad que, en muchas ocasiones, los tráilers aprovechan planos descartados del montaje definitivo. El tiempo lo dirá.]
          

“DIRIGIDO POR…”, JULIO-AGOSTO 2013, ya a la venta

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El núm. 435 de Dirigido por…, correspondiente al período veraniego, dedica su portada a uno de los estrenos del estío, Pacific Rim (ídem, 2013), de Guillermo del Toro, cuya crítica firma Ángel Sala, autor asimismo del comentario crítico que aparece en este mismo número dedicado a Guerra Mundial Z (World War Z, 2013), de Marc Forster.
Los contenidos más extensos de este ejemplar los ocupan dos largos artículos dedicados a otros tantos y muy dispares realizadores. El primero es el estudio de Zack Snyder, escrito por Antonio José Navarro con motivo del reciente estreno de El Hombre de Acero (Man of Steel, 2013); Navarro también firma la crítica del nuevo y asimismo recientemente estrenado film de M. Night Shyamalan, After Earth (ídem, 2013). El segundo gran artículo es el dedicado a un extraordinario cineasta “clásico” muy poco abordado en nuestro país: el estudio de Albert Lewin, escrito por Quim Casas, quien también firma el comentario de la reciente edición en formatos domésticos del maravilloso film de Yasuhiro Ozu Cuentos de Tokio (Tôkyô monogatari, 1953), dentro de la sección Flashback. Otras películas objeto de extensos comentarios críticos son Antes del anochecer (Before Midnight, 2013), de Richard Linklater, dentro de un artículo que analiza toda la “trilogía Antes del…”, obra de Tonio L. Alarcón, y que se complementa con una entrevista con Linklater; El hipnotista (Hypnotisören, 2012), de Lasse Hallström, que comenta Israel Paredes Badía; La mejor oferta (La migliore offerta, 2013), de Giuseppe Tornatore, analizada por Anna Petrus; y Expediente Warren (The Conjuring, 2013), de James Wan, escrita por Roberto Alcover Oti, quien también firma una crónica de la primera edición del festival de cine fantástico Nocturna (Madrid) dentro de la sección Travelling. A todo ello hay que añadir la semblanza dedicada a Elías Querejetaque ofrecen Ramon Freixas y Joan Bassa con motivo del fallecimiento de este ilustre productor español; y la que le dedica Christian Aguilera al malogrado Ray Harryhausen dentro de la sección Paralelismos. Las secciones Pantalla Digital, de José María Latorre, Banda Sonora, de Joan Padrol, Críticas y En busca del cine perdido, dedicada a Manicomio(1954), de Fernando Fernán-Gómez y Luis M. Delgado, a cargo de Ramon Freixas en solitario, se añaden a los contenidos de este número.
Este mes he escrito, dentro de la sección Televisión, el comentario de la primera temporada de la magnífica serie Hannibal(ídem, 2013- ): “La primera de las muy agradables sorpresas que depara “Hannibal”, la serie, es que, pese a figurar como «basada en los personajes de “El dragón rojo”, de Thomas Harris», no es una nueva versión del libro ni un mero “exploit” de los largometrajes para el cine ya existentes, sino una profunda relectura de los personajes creados por Harris en su primera novela del ciclo Lecter –además de este último, el agente Will Graham y el inspector del FBI Jack Crawford–, de lo cual resulta una producción serial excelente y dotada de una llamativa personalidad propia”.
Firmo, asimismo, la crítica del film de animación de Dan Scanlon Monstruos University(Monsters University, 2013), secuela de Monstruos, S.A. (Monsters, Inc., 2001) que, aun siendo inferior a la primera entrega, tiene los suficientes alicientes como para merecer la atención de los cinéfilos.

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El futuro mira al pasado: “STAR TREK: EN LA OSCURIDAD”, de J.J. ABRAMS

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] Lo peor de Star Trek: En la oscuridad (Star Trek Into Darkness, 2013) lo hallamos en su primera secuencia pre-créditos, en sus líneas generales un mero alarde de espectacularidad destinado a, como suele decirse, “abrir boca” y “empezar a lo grande”. Dicho arranque consiste en una secuencia de acción “fuerte” en la que el espectador sorprende a la tripulación de la nave espacial Enterprise haciendo frente a una aparatosa situación de peligro dividida a su vez en dos acciones simultáneas: nos hallamos en el planeta Nibiru y, por un lado, el capitán Kirk (Chris Pine) y su amigo el Dr. “Bones” McCoy (Karl Urban) son perseguidos a través de una selva de arboleda roja (sic) por los primitivos habitantes del planeta, porque Kirk acaba de robarles un pergamino para ellos sagrado (si bien el propósito real de dicha sustracción es alejarles de su templo al pie del volcán, que es donde se halla el auténtico peligro); mientras que, por otra parte, el vulcano Spock (Zachary Quinto), Uhura (Zoe Saldana) y Sulu (John Cho), a bordo de una pequeña nave, intentan la arriesgadísima maniobra de depositar al primero en el cráter de ese volcán a punto de entrar en erupción, a fin de que coloque un dispositivo que la frene e impida así la destrucción del planeta entero. No es que la secuencia en sí sea mala; y, justo es señalarlo, está bien realizada: ahí están, para corroborarlo, los ingeniosos aunque algo fugaces planos generales en picado sobre el templo que nos permiten descubrir, primero, a Kirk y “Bones” dándose a la fuga, y luego a los salvajes con lanzas y arcos y flechas dándoles caza; y también, poco después, una escena en la que se plantea un dilema moral (algo, por lo demás, consubstancial a la franquicia trekkie): Spock queda aislado en la boca del volcán, a punto de entrar en plena actividad en tan solo 90 segundos, y resulta imposible rescatarle sin revelar a los habitantes del planeta la presencia de la Enterprise, ahora escondida bajo el mar; siguiendo su lógica implacable, que todos los trekkersconocen a la perfección, Spock sugiere a Kirk que le abandone a su suerte (el famoso “el interés de la mayoría es superior al interés de una minoría, o de uno solo”), algo que “Bones” recalca diciéndole al capitán que, si los papeles Kirk y Spock estuviesen invertidos en ese momento, en las mismas circunstancias el vulcano le dejaría morir…
A pesar de esos apuntes, no puede evitarse ni el carácter formulario de esta primera secuencia destinada principalmente a impresionar al patio de butacas, ni la sensación de que está resuelta con excesiva celeridad, para dar cabida al máximo de situaciones de peligro en el mínimo de tiempo dispersándolas en varias direcciones: a todo lo mencionado hay que añadir el salto prácticamente mortal sobre el mar que Kirk y “Bones” efectúan desde lo alto de un acantilado, el momento en que Uhura y Sulu tienen que abandonar su pequeña nave averiada y hundida bajo el agua, y cuando Scotty (Simon Pegg) ve a través de una pantalla a una enorme criatura marina rondando alrededor de la nave (sin que ello tenga luego la menor trascendencia dentro de la trama): uno casi tiene la certeza de que faltan planos (y es posible que sea así: volveremos a ello en el párrafo final). Tampoco termina de redimir a este arranque el hecho de que sea el sostén dramático de lo que se planteará a continuación: pese a haber salvado al planeta Nibiru de su segura destrucción, con el (previsible) rescate in extremis de su amigo el vulcano Kirk ha violado una de las normas fundamentales del manual de operaciones de la Flota Estelar, descubriendo ante una civilización primitiva la existencia de otras tecnológicamente avanzadas como la de la Tierraen el siglo XXIII, y por tanto alterando su evolución natural; en un golpe de guión asimismo muy trekkie, es el mismísimo Spock quien, cumpliendo con su deber como oficial de la Flota Estelar, ha redactado el informe que inculpa a Kirk pese a haberle salvado la vida en Nibiru, lo cual provoca la destitución de este último como comandante de la Enterprise, cuyo mando vuelve a recaer en el riguroso mentor de Kirk, el almirante Pike (Bruce Greenwood), si bien a última hora, y en un gesto de confianza hacia él, le permite permanecer a bordo de la nave en calidad de primer oficial.
Por fortuna, pasado este primer bloque, Star Trek: En la oscuridad entra en materia y, a los pocos minutos, “despega” en interés; y a pesar de que, como luego veremos, en su tercio final incurre de nuevo en algún que otro exceso, si bien más de guión que de puesta en escena, lo cierto es que esta secuela de Star Trek(ídem, 2009) (1) corrige bastantes de los defectos de la primera entrega y la mejora considerablemente. Se le pueda reprochar, y  probablemente se le reprochará, el hecho de que el film haga gala de una a ratos excesiva dependencia del así llamado “universo trekkie”, y que como consecuencia de ello una parte importante de su argumento y resolución visual estén enfocados con vistas a “darles gusto” a los trekkers. Es el caso de la (nueva e inevitable) aparición, en plan special guest star, de Leonard Nimoy, y en particular, las descaradas referencias a la popular Star Trek II: La ira de Khan(Star Trek II: The Wrath of Khan, 1982, Nicholas Meyer), que incluyen la recuperación del gran supervillano de esta última —y cuya auténtica primera aparición en el universo trekkie se produjo, como es bien sabido, en el episodio Space Seed (Marc Daniels, 1967) de la teleserie original de 1966-1969—, con vistas a convertirlo en el eje del primer enfrentamiento del mismo con los miembros de la tripulación de la Enterprise, lo cual se traduce en una repetición/variación de parte de la estructura del citado film de Meyer y, sobre todo, en la inclusión de algunos guiños muy evidentes: véase la crucial escena entre Kirk y Spock separados por el cristal de la puerta de acceso al generador de la nave, que culmina con el famoso grito de “¡Khaaan…!”. Ello no obsta para que haya otros elementos típicamente trekkiesbien dosificados e insertados con más habilidad dentro de la trama, tal es el caso de la que, de acuerdo con la renovada cronología de la franquicia, es la primera confrontación de la tripulación de la Enterprise contra los popularísimos klingons, dentro de una secuencia de acción —la del planeta Kronos—, por lo demás, tan bien resuelta como las del resto del film. Puestos a ahondar en el saldo de lo negativo, se nota demasiado que nos hallamos ante una película elefantiásica de casi 200 millones de dólares de presupuesto y casi dos horas y cuarto de metraje, lo cual resulta patente en el excesivo encadenado de sucesivos clímax de su última media hora, por más que, vuelvo a insistir, incluso semejante exceso de culminacionesestá excelentemente orquestado por el realizador J.J. Abrams, quien demuestra aquí una pericia para las escenas de acción superior a la del primer Star Trek —equivalente, salvando las distancias, al salto cualitativo en este terreno que demostró Christopher Nolan entre Batman Begins (ídem, 2005) y El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008)—, acaso como consecuencia de su fructífero paso por la “escuela de cine Steven Spielberg” que significó su anterior Súper 8 (Super 8, 2010) (2).
Dejando aparte lo más discutible del film a pesar, repito, de que no está mal planteado ni resuelto, el interés de Star Trek: En la oscuridad sube muchos enteros gracias a la minuciosa construcción de las dos logradas secuencias que siguen a continuación de todo aquel arranque. Sobre todo la primera, casi modélica: nos hallamos en Londres; Thomas Harewood y su esposa Rima (Noel Clarke y Nazneen Contractor) tienen una hija, Lucille (Anjini Taneja Azhar), que se está muriendo, víctima de una enfermedad incurable; el desesperado Thomas se tropieza con un hombre misterioso que se hace llamar John Harrison (Benedict Cumberbatch) y que le dice que puede salvar la vida de su hija; efectivamente, Harrison le facilita una probeta llena con su propia sangre, la cual, una vez administrada a la pequeña, la sana; poco después, la acción pasa a otro sector de la capital británica, a donde se dirige Thomas: la biblioteca de la Flota Estelar; una vez allí dentro, Thomas arroja algo parecido a un anillo que le ha dado Harrison dentro de un vaso de agua, y al momento, el lugar salta por los aires: mediante esa elegante elipsis, y sin necesidad de dar más explicaciones, se deduce que Harrison se ha “cobrado” el inmenso favor que les ha hecho a los Harewood. La otra secuencia a la que me refiero, y estrechamente relacionada con la que acabamos de describir, se produce en una sala de la sede de la Flota Estelar en San Francisco, durante una reunión de emergencia convocada por el almirante Marcus (Peter Weller) a la cual acude Kirk acompañando al comandante Pike; la secuencia, que guarda ecos de la excelente del atentado con helicóptero contra la reunión de mafiosos de El Padrino III (The Godfather, Part III, 1990, Francis Ford Coppola), culmina con un nuevo ataque de Harrison, en vez montado en una nave pequeña pero fuertemente armada, segundos después de que Kirk haya deducido, cuando ya es demasiado tarde, que el propósito del atentado en Londres no era otro sino el de poner a merced del asesino a los principales oficiales de la Flota Estelar en dicha sala de reuniones.
Una vez sobrepasadas estas dos buenas secuencias, el interés se mantiene gracias a que Abrams y sus guionistas, Roberto Orci, Alex Kurtzman y Damon Lindelof, trabajan la relación entre los personajes, asimismo superior a la esbozada en el primer Star Trek, de tal manera que los conflictos entre los mismos están bien dibujados y contribuyen, de un modo u otro, a la evolución de los protagonistas. Buena parte del relato gravita alrededor de la lección de humildad y responsabilidad que Kirk se ve obligado a aprender cuando, tal y como hemos visto al principio, ha sido capaz de arriesgar la Enterprisey la misión entera por seguir sus impulsos audaces y aventureros, y más tarde, movido por su sed de venganza contra Harrison, ve cómo con sus acciones está a punto de condenar a muerte a toda su tripulación (en dicho momento culminante, y aprendida cuando ya casi es demasiado tarde esta lección de humildad, Kirk se vuelve hacia el personal a su mando y les dice: “Lo siento…”); mientras que, por su parte, Spock se ve forzado a reconocer que su aparentemente impenetrable barrera de lógica vulcaniana no es más que una coraza que él mismo se ha creado contra el miedo y para ahorrarse el sufrimiento inherente a tener sentimientos humanos.
Juega a favor de todo ello que, en esta ocasión, la interacción entre Kirk y Spock y el resto de personajes recupera, poniéndolo moderadamente al día, el viejo juego dramático irónico-sentimental que se daba entre los mismos personajes en la teleserie de los sesenta, en particular los diálogos a tres bandas entre el carácter decidido de Kirk, la lógica de Spock y la mirada terrenal de “Bones”. Llama la atención, asimismo, que los héroes de la Enterprise entren en conflicto entre sí más que nunca: los reproches de Uhura hacia su amado Spock, a quien le echa en cara el no haber pensado en ella a la hora de tomar la decisión de dejarse morir al pie del volcán de Nibiru; el enfrentamiento verbal de Kirk con Scotty, quien le suplica que no suba a bordo de la nave los letales 72 torpedos de fotón que el almirante Marcus ha ordenado arrojar sobre Harrison, y que culmina con el primero aceptando la dimisión de su amigo; los apuros que el joven Chekov (Anton Yelchin) tiene que sufrir como consecuencia de la dimisión de Scotty, a quien se ve obligado a sustituir en el comprometido cargo de jefe de máquinas; el orgullo de Sulu, reflejo de sus futuras aspiraciones a tomar el mando de una nave espacial, cuando se ve temporalmente al frente de la Enterprise… En esta ocasión, los héroes de la franquicia trekkieparecen más humanos porque se arriesgan más y, en consecuencia, también se equivocan más: Kirk vacila ante el sugerente cuerpo semidesnudo de la Dra. Carol (Alice Eve); Spock también acabará dejándose llevar por las emociones humanas y el sentimiento de venganza; Scotty ahoga sus penas en alcohol; Chekov se siente agobiado ante las responsabilidades inherentes a su nuevo cargo en la Enterprise… Ahora bien, donde Star Trek: En la oscuridad gana enteros es en todo lo concerniente al villano de la función, Harrison/Khan, en gran medida gracias a la magnífica labor del siempre excelente Benedict Cumberbatch, quien confiere al personaje un carácter sombrío y  a la vez revestido de una rara dignidad; todos los actores están bien, pero cuando Cumberbatch está en escena, el interés se dispara: las escenas de Kirk, Spock y “Bones” hablando con Khan en su celda de pared de cristal recuerdan (y superan) unas muy parecidas, y en un decorado muy similar, vistas hace poco en Los Vengadores (The Avengers, 2012, Joss Whedon), tanta es la intensidad que les confiere el actor británico.
Un par de apuntes para terminar. Uno: en las espectaculares escenas finales, Abrams lleva a cabo un auto-guiño a su propia obra… a costa de la destrucción de la famosa isla situada en la bahía de San Francisco: ¿una maliciosa referencia a su propia, fracasada y a pesar de eso no tan despreciable serie de televisión Alcatraz (ídem, 2012)? Y dos: en los títulos de crédito figuran de nuevo Chris Hemsworth (George Kirk) y Jennifer Morrison (Winona Kirk), los padres del capitán que ya aparecían en el primer Star Trek, quienes no aparecen en ningún momento en pantalla; ¿es posible que lo hicieran en un primer montaje más largo, y concretamente en la escena en la que Kirk recupera el conocimiento en el hospital, precedida por un plano que sume la pantalla en una completa oscuridad mientras oímos de fondo fragmentos de las voces de los seres queridos del capitán de la Enterprise?     

(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2011/09/apuntes-sobre-el-cine-del-verano-y-2.html

“Dossier” ALEXANDER MACKENDRICK, en CINE ARCHIVO

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El dossier mensual del portal Cine Archivo dedicado a un realizador se centra este mes de julio en la obra del excepcional cineasta norteamericano Alexander Mackendrick. He contribuido al mismo con un comentario de una de sus mejores películas, la comedia Ealing El quinteto de la muerte (The Ladykillers, 1955). Asimismo, el portal recupera, incorporándolo a este dossier, un antiguo texto mío, publicado con motivo de la aparición en DVD de otra de sus obras maestras, Viento en las velas (A High Wind in Jamaica, 1965), que se centra no tanto en el film en sí como en la no menos maravillosa novela de Richard Hughes que la inspiró, Huracán en Jamaica.
El quinteto de la muerte:Además de una excepcional pieza de humor negro, probablemente sin parangón dentro de la historia del cine —basta con compararla con “Ladykillers”, el deplorable “remake” firmado por los hermanos Coen en 2004, para darse cuenta de ello—, “El quinteto de la muerte” acaba siendo un implacable discurso sobre la monstruosidad que se esconde, al acecho y sedienta de sangre, incluso tras la más dulce e inofensiva de las apariencias”.
Viento en las velas:conserva lo mejor de la novela de Hughes, la cual suscitaba tanta admiración en Mackendrick que incluso este último reconocía en una entrevista concedida a Antonio Castro y publicada en “Dirigido por…”, con esa humildad propia precisamente de muchos grandes cineastas, que todo el mérito de su película residía en el libro. No obstante, el tono es algo diferente al de la novela. Si en esta última la ironía y el deseo explícito de huir de las convenciones de la literatura clásica de aventuras son las notas predominantes, por el contrario el film parece abrazar, conscientemente, los rasgos visuales propios del cine “de piratas”, para una vez instalado cómodamente en su seno irlos violentando progresivamente. La densidad de la atmósfera y el peso dramático de los detalles van cargando la película de una tensión casi eléctrica, a tono con la turbiedad de los sentimientos humanos puestos en juego”.

Cine Archivo:
Especial Alexander Mackendrick:
Una adorable ancianita: El quinteto de la muerte (1955):
Adiós a la inocencia: Viento en las velas (1965):

Retrato de familia con asesino al fondo: “EL HIPNOTISTA”, de LASSE HALLSTRÖM

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] Hay cineastas que, desde cierto punto de vista, resultan inesperada y sorprendentemente “incómodos” por la sencilla razón de que practican un tipo de cine de tono medio (no calidad media: no es ni equivale a lo mismo) que en sus líneas generales no llama la atención. Son realizadores que, como el sueco Lasse Hallström, hacen gala de un estilo tan aparentemente sencillo y lleno de sutilidades, que acaba pasando desapercibido. Además, en el “caso Hallström” concurre la agravante de haber desarrollado el grueso de su filmografía en los Estados Unidos, como han hecho y siguen haciendo muchísimos grandes directores a lo largo de toda la historia del cine, lo cual suele venir acompañado (¡todavía!) de la consabida sospecha de haberse “vendido” al capital, “argumento” que invalida la relevancia artística de todo o casi todo lo que se produzca con su firma bajo el pabellón del país de la bandera de las barras y estrellas (no suele ocurrir con los realizadores de nacionalidad británica que triunfan en el cine estadounidense, o al menos yo no he oído muchas quejas al respecto de, por ejemplo, Ridley Scott o Christopher Nolan). A mayor inri, Hallström tampoco forma parte del “corrillo de los festivales”, pues sus películas carecen de la aureola de “prestigio especializado” que requieren los films que se proyectan en esos escaparates selectos, o considerados como tales.  
Pero lo peor, lo más imperdonable, aquello por lo cual Hallström se ha hecho merecedor de ser arrojado vivo al pozo sin fondo que muchos cinéfilos y no pocos críticos con alma de inquisidores reservan para los cineastas, dicen, sin interés, es que nuestro hombre es, horroricémonos, “irregular”; es decir, que de los treinta y cuatro títulos que ha rodado para televisión y cine entre 1973 y hasta el momento actual a caballo de las cinematografías sueca y norteamericana —treinta y cinco, si incluimos la película que actualmente tiene en preproducción, The Hundred-Foot Journey—, miren ustedes por dónde, resulta que no son todos buenos. Dejando aparte el hecho de que ni los mayores genios del cine o de cualquier otra rama artística poseen una obra enteramente magistral y sin fisura alguna —si nos podemos también “inquisidores”, hasta Hitchcock tiene un Juno and the Paycock (1929) en su carrera—, y que, ciñéndome a lo que le conozco, Hallström reúne en su filmografía algunas “vergüenzas” —y tampoco tan terribles: ABBA: The Movie, Querido John y quizá, a falta de haberla visto aún, Un lugar donde refugiarse—, incluso entre sus films que la inquisición más o menos “tolera” —Algo de que hablar, Chocolat—, además de una discutida versión de Casanova, no es menos cierto que este realizador ha brindado por otra parte un puñado de buenas y hasta excelentes películas —Mi vida como un perro, Querido intruso, ¿A quién ama Gilbert Grape?, Las normas de la casa de la sidra, Atando cabos, Una vida por delante, La gran estafa, Siempre a tu lado (Hachiko), La pesca del salmón en Yemen—, a modo de sólido contrapeso.
El hipnotista es el primer film que Hallström rueda en su país natal desde finales de los años ochenta, así como la versión cinematográfica de la novela homónima de Lars Kepler, seudónimo con el que firman el escritor sueco Alexander Ahndoril y su esposa Alexandra Coelho Ahndoril. A falta de haberla leído, las referencias que la comparan, positivamente, con Stieg Larsson no son las que me animan a emprender su lectura, y más teniendo en cuenta que el primer volumen de la celebrada “trilogía Millennium”, Los hombres que no amaban a las mujeres, me pareció de una mediocridad apabullante, hasta el punto de hacerme desistir de la lectura de las dos siguientes entregas; las adaptaciones cinematográficas de la misma también me dejaron frío, tanto la original sueca —Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (Män som hatar kvinnor, 2009, Niels Arden Oplev)— (1) como el no muy superior remake estadounidense —Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres (The Girl with the Dragon Tattoo, 2011)— a cargo de David Fincher (2). A falta de haber leído el original literario, adaptado al cine por el propio Hallström en colaboración con el guionista y también realizador Paolo Vacirca —y que, vuelvo a insistir dado que lo desconozco por mí mismo, las referencias que tengo apuntan a que es posible que la trama del libro haya sido “corregida”… a mejor—, lo primero que me llama la atención de El hipnotista: the moviees que, aun siendo un thriller, género que a Hallström no le resulta por completo desconocido, lo aborda, como suele ser habitual en él, de manera particular: La gran estafa estaba llena de humor negro y satírico, lo cual hacía de él un film de intriga policíaca poco convencional; su episodio piloto para la serie de televisión New Ámsterdam(New Amsterdam, 2008- ) gira alrededor de un agente de policía de Nueva York que es… inmortal; y El hipnotista, “palabro” con el que se ha bautizado en España la novela y la película (lo correcto sería “hipnotizador”), hace gala de una cualidad sin duda heredada de Hithcock, un cineasta tan famoso como en ocasiones malinterpretado: su sentido del mcguffin, de tal manera que —recordemos— la intriga policíaca en sí es muy importante para los personajes que pueblan la acción del film, pero reviste muy poca o casi ninguna importancia para el realizador. Sus intereses están enfocados en otro nivel de la narración.
¿Y cómo se percibe eso? Pues como solo saben hacerlo los cineastas que se expresan visualmente: con la cámara. La película se abre con una corta serie de imágenes aéreas que arrojan una visión panorámica de la ciudad de Estocolmo; la cámara avanza lentamente de izquierda a derecha del encuadre; ese movimiento de cámara aéreo se recupera, inversamente proporcional, en las escenas finales: la cámara se alza en vuelo (probablemente en una toma desde helicóptero) desde la casa que visita el agente de policía Joona Linna (Tobias Zilliacus), iniciando un movimiento ahora de derecha a izquierda del plano, enlazando con nuevas imágenes panorámicas sobre la ciudad; la diferencia estriba en que, en estos planos finales, nada más comenzar el movimiento aéreo sobre la casa, Hallström “corta” para mostrarnos a continuación el interior de la vivienda y a quién pertenece, la compañera de Joona en la policía Magdalena (Eva Melander), y cuál es el propósito de la visita de Joona, hacerle un regalo de Navidad a la siempre llorosa pequeña hija de esta última. Ese “corte”, esa interrupción de la narrativa convencional (lo usual hubiese sido “enlazar” el plano aéreo sobre el bloque de apartamentos donde vive Magdalena con el plano general aéreo más abierto sobre la ciudad) es la última señal de aviso de un relato que, bajo su estructura más o menos tradicional de “thrilleral uso”, vuelve a plantear, como no podía ser menos en su autor, una nueva digresión sobre la familia. Reflexión que culmina con ese apunte que acabamos de mencionar: el gesto de un solitario inspector de la policía judicial, absorbido por la comisión, investigación y resolución de un asesinato, en busca de un poco de calor hogareño, aunque sea ajeno. Un ciclo que se abre y se cierra sobre una gran ciudad, como dando a entender que en cada uno de esos edificios, de esos pisos, hay historias escondidas.
No es este, ni mucho menos, el único indicio de cuál es el tono del relato. Nada más empezar el mismo, y después de esas primeras panorámicas aéreas sobre Estocolmo, la cámara se detiene en unas instalaciones deportivas. En la pista central de las mismas será asesinado un hombre a cuchilladas; la planificación de las puñaladas es a base de montaje corto y primeros planos. El sentido tradicional de este tipo de planificación suele ser el de “escamotearnos” la identidad del asesino (es imposible ver quién es el autor de las puñaladas), “misterio” que se resolverá más adelante, dado que constituye el nudo de la intriga policíaca propiamente dicha: quién mató y cuál fue el móvil para hacerlo. Pero a la vista de cómo se desarrolla poco después el descubrimiento de los cadáveres de una mujer y una niña, asimismo cosidas a cuchilladas en su casa, y el hallazgo de un único superviviente —el adolescente Josef (Jonatan Bökman)—, malherido y en estado casi de coma, así como la relación de parentesco entre todas las víctimas —el hombre del polideportivo, profesor de educación física, era esposo de la mujer y padre del chico y la niña—, poco a poco empieza a afianzarse la impresión que luego acabará confirmándose: que los asesinatos no son sino la excusa para hablarnos de otras cosas; y que, para Hallström, los crímenes tan solo tienen la función de meros detonantes de su nueva digresión sobre los secretos de familia. De hecho resulta significativo que el descubrimiento de los cadáveres de la mujer y la niña estén visualizados por Hallström por medio de una serie de lentos movimientos de cámara, desde el punto de vista del inspector Joona, recorriendo las habitaciones de la casa, donde vemos, primero, a la niña, degollada y sentada en el sofá como si mirara la televisión, y luego, a la madre, grotescamente tirada sobre el suelo de la cocina; es decir, madre e hija aparecen, muertas, en los escenarios cotidianos donde, por costumbre, se identifican los estereotipos de los roles “madre” (cocina) y “niña pequeña” (ante una tele que emite dibujos animados).  
Bajo este punto de vista, digamos, “familiar”, puede entenderse El hipnotista, al menos en su versión cinematográfica chez Hallström, como la historia de unas familias en conflicto. Por un lado, la de un asesino que ha perpetrado sus crímenes múltiples con la secreta intención de “eliminar” a una familia para garantizar, así, la subsistencia de su propia “familia”; por otra parte, la familia que forman el psiquiatra e hipnotizador Erik Bark (Mikael Persbrandt), su esposa Simone (Lena Olin) y su también adolescente hijo Benjamin (Oscar Pettersson), la cual se ve accidentalmente implicada en los asesinatos. A mayor ahondamiento, el inspector Joona, a raíz de su toma de contacto profesional con el caso empieza a darse cuenta de su propia soledad, sobre todo a partir del momento en que conoce a Erik siguiendo la recomendación de la doctora Daniella (Helena af Sandeberg), quien le plantea la posibilidad de que el psiquiatra utilice la hipnosis para interrogar al hospitalizado y semiinconsciente Josef para que le proporcione pistas sobre lo ocurrido; de este modo, cuando se produce el misterioso secuestro de Benjamin, e implicado en el caso hasta el cuello a nivel personal, Joona es consciente de su incapacidad para comprender el dolor de Erik y Simone ante el secuestro de Benjamin porque él no tiene hijos. Llegados al clímax del relato, y una vez descubierto su modus operandi, descubriremos asimismo que, en su locura criminal, el asesino ha llegado a “adoptar” a Benjamin como si también fuera su propio hijo.
Más que el misterio que envuelve a los asesinatos y a la identidad de su responsable, lo que realmente le interesa a Hallström es el misterio de las relaciones humanas. De ahí que, a ratos, resulte más atractivo, más oscuro incluso, el “secreto” que rodea a las tirantes relaciones de Erik y Simone, y que se refleja tanto en gestos y miradas repletos de ambigüedades y silenciosos reproches —véase, por ejemplo, la diferencia de trato que Benjamin muestra hacia su madre, fría y distante, y hacia su padre, cálida y afectuosa—, como, especialmente, en ideas de puesta en escena que contribuyen a crear un clima malsano alrededor de la descripción de la vida cotidiana de la pareja. La presentación de Erik y Simone es, en este sentido, extraordinaria: Erik recibe a altas horas de la madrugada una llamada telefónica de Joona a través del teléfono móvil de Daniella, solicitando su presencia en el hospital para que le eche un vistazo a Josef; las escenas en las que Erik y Simone se despiertan en mitad de la noche están iluminadas, lógicamente, en penumbra, y los personajes aparecen prácticamente a oscuras; pero al día siguiente, después de que Erik haya regresado del hospital, y a pesar de que la escena transcurre a la luz de la mañana, la pareja aparece fotografiada a contraluz, hasta el punto de que casi no pueden distinguirse sus facciones: Erik y Simone son, de este modo, personas de rostros difuminados, seres humanos sumidos en su propia penumbra: la “oscuridad” que les persigue desde que, como iremos averiguando, Erik le fue infiel a Simone precisamente con Daniella, o desde que el psiquiatra fue públicamente inhabilitado para ejercer su profesión por haber denunciado a un hombre bajo la acusación de pederastia cuya confesión había conseguido arrancar mediante la hipnosis. Algo muy parecido ocurre en el momento de la presentación del personaje de la joven Evelyn (Emma Mehonic), crucial para el esclarecimiento de la intriga criminal: la chica es presentada, primeramente, de espaldas a la cámara, y luego, asimismo a contraluz: al principio es otro personaje sin rostro, sin “vida”; un rostro que “vivirá” solo cuando se decida a explicar (en primer plano frontal y perfectamente iluminado) los secretos que guarda en su interior.
El hipnotista resulta, desde esta perspectiva, un interesantísimo anti-thrilleren el cual, como digo, la intriga policíaca está resuelta por Hallström haciendo gala de un manifiesto desprecio hacia la misma (y con razón: es lo menos atractivo de la función), hasta el punto de que —de nuevo, salvando las distancias, un poco como el Brian De Palma de Femme Fatale (ídem, 2002)— el cineasta sueco llegar a poner a la vista del espectador algunas de las “pistas” en torno al misterio que rodea a los asesinatos, recurriendo en ocasiones a algo ya practicado en algunas de sus anteriores películas: la inserción de planos de contenido soterrado; y esto último, señores de la inquisición, solo está al alcance de un realizador que sabe construir planos y dotarlos de sentido y contenido en función del encuadre elegido. Si, por ejemplo, en Las normas de la casa de la sidra, le bastaba con mostrarnos al personaje de Arthur Rose (Delroy Lindo) poniéndolo en relación con los de Homer (Tobey Maguire) y su hija Rose Rose (Erykah Badu) dentro de un mismo plano general, y automáticamente sabíamos que Arthur era el responsable del embarazo de Rose Rose (en Las normas de la casa de la sidra, por cierto, y en relación con lo que acabamos de describir, también se producían cuchilladas autoinfligidas), algo muy parecido ocurre en El hipnotista. En atención a quien todavía no haya visto el film, y por lo tanto desee “sorprenderse” (si bien es mejor que no lea lo que describiré a continuación), en esta ocasión a Hallström le basta asimismo con insertar un plano de un personaje aparentemente anodino, entrando en una habitación, para que el espectador sepaque el mismo tendrá de un modo u otro un peso específico en el relato. Lo mismo puede aplicarse a la resolución de las escenas de “suspense” más violentas, que procuraremos no “destripar” tampoco en exceso, tal es el caso del plano picado sobre la habitación de Josef en el hospital (basta con fijarse en cómo están dispuestos los actores que salen en el mismo para intuir qué ha ocurrido realmente), o el momento del intento de asesinato del amigo de Simone y marchante de arte Shulman (Jan Waldekranz), planificado evitando por completo el “efecto sorpresa”. Ello no obsta para que, cuando es necesario, Hallström sepa imprimir tensión a los momentos de “suspense” que verdaderamente lo requieren, tal es el caso de la ingeniosa reconstrucción, vía hipnosis, de los recuerdos ocultos en la mente de Simone la noche que su hijo fue secuestrado, y en particular, el clímax del relato con el autobús y el lago helado, cuya resolución solo puedo calificar como modélica. Tengo muy claro que El hipnotista no se merecía los “palos” que he tenido ocasión de leer estos días, y que si bien respeto solo lo hago hasta cierto punto: en ocasiones como esta, el respeto hay que ganárselo a base de argumentos, no de vaguedades e ideas preconcebidas.    

(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2012/01/david-fincher-vs-stieg-larsson.html

CERRADO POR VACACIONES

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Voy a tomarme unos pocos días libres, en los cuales quiero olvidarme, entre otras cosas, de este blog. Dejo, a modo de homenaje tardío, una serie de refrescantes imágenes de la que sin duda fuera la estrella hollywoodiense más “veraniega” que haya habido: la simpática Esther Williams. ¡Hasta pronto!















THE JUNGLE GIRLS GONE WILD COLLECTION

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La empresa norteamericana Passport Video, filial de Passport International Entertainment, editó en formato DVD, sistema multizona, un gracioso pack que, bajo el título The Jungle Girls Gone Wild Collection, agrupaba en cinco discos nada menos que 11 largometrajes y un serial cuyos denominadores comunes consisten en tratarse de producciones de bajo presupuesto, estadounidenses la mayoría, centradas en las aventuras de lo que podríamos llamar “chicas selváticas” o “mujeres salvajes”, exótico subgénero que se encuentra a medio camino entre el cine de aventuras y la fantasía erótica, protagonizadas por muchachas siempre de raza blanca convertidas, según los casos, en versiones femeninas de Tarzán o en heroínas de tiempos remotos, habida cuenta de que algunos exponentes del subgénero y de la selección llevada a cabo por Passport Video se centran en mujeres de la prehistoria. Los títulos que integran este pack son, por orden cronológico: The Savage Girl (1932), de Harry L. Fraser; Jungle Bride (1933), de Harry O. Hoyt y Albert H. Kelley; el serial de doce capítulos Queen of the Jungle(1935), de Robert F. Hill; Jungle Siren(1942), de Sam Newfield; Nabonga(1944), también de Newfield; Blonde Savage (1947), de Steve Sekely; Queen of the Amazons (que en la mayoría de fichas consta como de 1947, si bien en la copia figura 1946), de Edward Finney; Prehistoric Women (1950), de Gregory (Gregg) C. Tallas; Bowanga Bowanga/Wild Women(1951), de Norman Dawn; Liane, Jungle Goddess (1956), la única del packque no es norteamericana, habida cuenta de que se trata de una producción nada menos que de la antigua Alemania Federal, cuyo título original es Liane, das mädchen aus dem urwald, y que fue dirigida por Eduard von Borsody; The Wild Women of Wongo (1958), de James L. Wolcott, salvo error del que suscribe la única de todo el pack que se encuentra editada en España en DVD, concretamente por la firma Llamentol y bajo el título de Las mujeres salvajes de Wongo, dentro de su colección Cult Monster Movies; y Virgin Sacrifice (1959), de Fernando Wagner. Ni que decir tiene que, dejando aparte el interés intrínseco de cada una de estas producciones en si mismas consideradas, el propósito de todas ellas era, en mayor o menor medida y con mejor o peor fortuna, dar rienda suelta a las fantasías sexuales del espectador masculino, ofreciéndoles el espectáculo voyeurista de hermosas actrices ligeras de ropa, prácticamente una transposición adulterada y exacerbada del mito del “buen salvaje” rousseauniano para solaz de instintos primarios.
The Savage Girl (1932) es una modestísima producción de Monarch Film Corporation, una de las productoras y distribuidoras independientes de cine de serie B que pulularon en Hollywood durante los años treinta y cuarenta, muchas con sede en la actual calle Gower de Los Ángeles y conocidas bajo la denominación común de Poverty Row (lo cual en ocasiones ha dado pie a alguna que otra confusión, habida cuenta que uno de estos pequeños estudios se llamaba… Poverty Row LLC), ofreciendo pequeños films que por lo general servían de relleno para los cines de programa doble. La película, en sí misma considerada, es una insignificancia que, a pesar de su breve duración (alrededor de una hora de metraje), consigue hacerse larga, sobre todo en su primer tercio, tedioso a más no poder y sin apenas atmósfera aventurera, pese a centrarse en el viaje a África llevado a cabo por un par de atildados caballeros, el joven Jim Franklin (Walter Byron) y el más maduro y acomodado Amos P. Stitch (Harry Myers), en el curso del cual descubren a una chica que vive en la selva (Rochelle Hudson), tan bella como inocente, sin que en ningún momento se nos explique cómo diablos ha ido a parar allí, acaso dando por sentado que los lectores de Edgar Rice Burroughs, o los espectadores de las películas que se hicieron a partir de sus libros, ya estaban advertidos sobre el “procedimiento habitual” del origen y crianza de los reyes y reinas blancos de la jungla. Ni que decir tiene que el apuesto Jim se enamorará de la muchacha, y que esta última mirará su amor puro y respetuoso con buenos ojos; y más si tenemos en cuenta que, para contrastar, comparece en la función otro personaje, el brutal guía de la expedición Alec Bernouth (Adolph Millar), quien desde el primer momento que pone sus ojos sobre la chica tan solo piensa en violarla…, haciendo un primer intento que es frustrado por un puñetazo de Jim en defensa de la virtud de la joven. Los últimos veinte minutos son los mejores, de puro divertidos, habida cuenta de que es cuando se precipitan todos los (delirantes) acontecimientos, con el malvado Bernouth convenciendo a una tribu de indígenas para que le ayuden en su plan de capturar a Jim y quitarlo de en medio, de cara a que él pueda perpetrar un segundo intento de violación de la savage girl; y cómo sufrirá una segunda frustración, no tanto por la oportuna intervención de Amos P. Stitch —el cual, incapaz de renunciar a sus comodidades habituales ni siquiera en África, se ha traído consigo su coche y a su chofer (Ted Adams), con los que lleva a cabo una desesperada operación de rescate de Jim—, como en particular gracias a la ayuda in extremis de… ¡un gorila amigo de la chica! (Charles Gemora, actor y maquillador que, se lo juro, siempre interpretó a gorilas y extraterrestres entre 1928 y 1958), el cual estrangula a Bernouth con su fuerte brazo.
Jungle Bride (1933) es otra ínfima producción de otra minúscula productora de serie B, I.E. Chadwick Productions, que fue distribuida por otra productora y distribuidora de cinéma bis más famosa y duradera, Monogram Pictures. Aún estando lejos de ser una maravilla, es un film superior a The Savage Girl: su nivel de producción se percibe como ligeramente más elevado, y el guión no es tan ingenuo, denotando incluso cierta elaboración. Asimismo, a diferencia de la película de Harry L. Fraser y del grueso de títulos que integran este packde DVD, la protagonista del film co-realizado por Harry O. Hoyt y Albert H. Kelley, Doris Evans (Anita Page), no es una “chica de la selva”, sino una bella muchacha “de ciudad” que anda siguiendo los pasos de Gordon Wayne (Charles Starrett), un apuesto actor sobre el cual pende la sospecha de ser el verdadero autor del asesinato por el cual el hermano de Doris se encuentra cumpliendo condena en prisión. El relato arranca precisamente en un barco de pasajeros con destino a Sudamérica, en el cual Gordon viaja en compañía de su amigo Eddie Stevens (Eddie Borden), y allí se encuentran también Doris y su novio, el periodista John Franklin (Kenneth Thompson), los cuales, convencidos de la culpabilidad de George, le vigilan de cerca a la espera de que, tarde o temprano, se delate. Ahora bien, desde el principio parece claro… que no hay nada claro, habida cuenta de que, ya en las primeras escenas, unos borrachos Gordon y Eddie se dedican a dar la tabarra a los pasajeros del barco con su guitarra y sus canciones etílicas; de repente, Gordon se pone a hablar en voz alta sobre las sospechas de asesinato que penden sobre él, dando a entender así que nada es lo que aparenta (como, finalmente, se descubre). Mas, a pesar de ello, el relato no gana en intensidad ni interés, si bien sube enteros cuando se produce el naufragio accidental del barco (en una rápida secuencia de desastre que, por cierto, no está nada mal, hasta el punto de elevar considerablemente el tono del film), y Gordon, Eddie, Doris y Franklin van a parar, los cuatro (¡ya es casualidad!), a un ignoto rincón de la costa africana. El tono general que domina el resto de la función está más cerca del melodrama romántico, con Doris enamorándose a su pesar de Gordon y este último haciendo balance de su pasado, que de la película de aventuras, a pesar de algún que otro apunte a lo Burroughs: un león intenta atacar a Doris, pero Gordon se interpone entre ellos y lucha cuerpo a cuerpo con el felino, cual Tarzán, hasta conseguir acabar con él a cuchilladas.
Queen of the Jungle (1935), serial producido por Herman Wohl Productions (quien figura como supervisor del mismo), es otra minucia característica de la época de su realización, por más que la misma dure nada menos de 197 minutos, repartidos en doce episodios. Lo primero que hay que apuntar rápidamente es que, a fin de ahorrar, Queen of the Jungle incluye mucho metraje procedente de otro serial de aventuras selváticas rodado en la época silente, The Jungle Goddess (1922), dirigido por James Conway y dividido en quince capítulos, si bien parece ser que del mismo tan solo se conservan actualmente dos episodios. Ese recurso al “material de archivo” procedente de The Jungle Goddess se nota muchísimo incluso en la copia de mala calidad que he tenido ocasión de ver, habida cuenta de que, dejando aparte que se percibe claramente la diferencia de textura en el celuloide de uno y otro, muchos de los fragmentos del serial silente ni siquiera fueron sonorizados para su incorporación a Queen of the Jungle. Curiosidades al margen, Queen of the Jungle es un serial todo lo más simpático, dada su modestia, pero para nada apasionante, a la vista de lo aburrido de sus resultados. Dirigido, como hemos señalado, por Robert F. Hill, un profesional que acredita nada menos que la friolera de 117 títulos como realizador facturados entre 1916 y 1966 (año de su fallecimiento), además de otros 50 como actor, y recordado entre los aficionados al fantástico por haber sido uno de los codirectores de dos de los seriales de ciencia ficción más famosos de su tiempo, Flash Gordon (ídem, 1936) y Marte ataca a la Tierra (Flash Gordon’s Trip to Mars, 1938), Queen of the Junglees un anodino relato aventurero que gira alrededor de Joan Lawrence (la exactriz infantil Mary Kornman, quien en los años 20 intervino en la célebre serie de Hal Roach “Our Gang”), una “reina de la selva” que, siendo niña, se perdió accidentalmente por la jungla (¡a bordo de un globo descontrolado!), hasta acabar convertida en monarca de los nativos. Llegada a adulta, Joan se ha convertido en una reina despótica y caprichosa, lo cual puede entenderse hasta cierto punto habida cuenta de que ha crecido sin que nadie se atreviera a educarla dada su condición “semi-divina”. De ahí que no se entiende que, cuando su amigo de la infancia David Worth (Reed Howes, estrella del western de serie B de los treinta), la encuentra veinte años después en una expedición financiada por el padre de Joan con el propósito de recuperarla, y tras salvarle la vida, la protagonista pierde todo su temperamento tiránico y se convierte en una joven dulce, risueña y ligeramente boba… El villano de la función es Kali (Lafe McKee), sacerdote de raza blanca (sic) que gobierna un pequeño reino a lo H. Ridder Haggard, aficionado, cómo no, a los sacrificios humanos y a coleccionar leones que alimenta con sus desdichadas víctimas. Por en medio pulula otra “diosa de la jungla” a la que los leopardos obedecen sin rechistar, y que corre a cargo de Elinor Field en los fragmentos de The Jungle Goddess reutilizados. Prácticamente nada más puede decirse de esta pequeñez, salvo anotar algún momento divertido: la pequeña Joan (Marylin Spinner), salvándose de morir en el pozo de los leones gracias a una ristra de petardos que llevaba consigo; o las involuntariamente hilarantes escenas en que, por culpa de un ponzoñoso bebedizo preparado por el pérfido Kali, Joan se queda temporalmente ciega, y a merced de cocodrilos y plantas carnívoras: suerte que David está siempre cerca para rescatarla…  
Jungle Siren (1942) es otra característica producción de bajo presupuesto llevada a cabo, en este caso, por una de las más conocidas productoras de serie B de la época del así llamado Hollywood clásico, o mejor dicho, de la época del Hollywood del sistema de estudios: la Producers ReleasingCorporation (PRC). Dirigida por un veterano del cinéma bis como Sam Newfield, en cuya filmografía, principalmente cinematográfica pero con alguna incursión en la televisión ya en los últimos años de su carrera (la cual está fechada entre 1926 y 1964), hallamos la friolera de más de 270 títulos, Jungle Siren recupera el tono ingenuo, casi naïve, de The Savage Girl, mezclándolo en esta ocasión con el panfleto propagandístico anti-nazi. En este sentido, téngase en cuenta el momento de la realización del film, en plena Segunda Guerra Mundial, y que incluso el Rey de los Monos acabaría teniendo al año siguiente sus más y sus menos con los alemanes en El triunfo de Tarzán (Tarzan Triumphs, 1943, William Thiele), la cual, como ya tuve ocasión de comentar en un dossier de cine de serie B publicado tiempo atrás en Dirigido por…, es el precedente más directo de Rambo: Acorralado, segunda parte (Rambo: First Blood II, 1985, George P. Cosmatos): las escenas en las que Tarzán (Johnny Weissmuller) se deshace uno a uno de los soldados nazis, valiéndose de sus conocimientos sobre la selva y su habilidad para moverse en ella, se encuentran en la base de la secuencia en la que Rambo (Sylvester Stallone) hace otro tanto con los soldados vietnamitas que le persiguen. Volviendo a Jungle Siren, su protagonista masculino es Larry “Buster” Crabbe, famoso intérprete de Flash Gordon en los seriales mencionados líneas atrás —y que también “fue” Tarzán, en Tarzán de la fieras (Tarzan the Fearless, 1933, de Robert F. Hill, el mismo director de esos seriales y de Queen of the Jungle)—, y su trama gira en torno a dos miembros del ejército norteamericano, el capitán Gary Hart (Crabbe) y el sargento Mike Jenkins (Paul Bryar), que son enviados por su superior a un ignoto rincón del África negra donde, se sospecha, los alemanes pueden estar intentando aprovecharse de algunas tribus indígenas en beneficio de sus planes contra los aliados. Efectivamente: un tal —no es broma— George Lukas  (Arno Frey), que por si alguien albergaba dudas al respecto exhibe con orgullo en su despacho un enorme retrato al óleo de Adolf Hitler (sic), tiene el propósito de sublevar a las tribus de la zona de cara a los intereses del Tercer Reich en África. Mas no cuentan con la decisiva intervención de Kuhlaya (Ann Corio, actriz asimismo especializada en papeles de chica “exótica” y/o “salvaje” dentro de la serie B de la época), una muchacha blanca que vive en la jungla la cual, desde el primer momento, hará frente a los maquiavélicos planes de Lukas para manipular a sus amigos indígenas —es impagable la primera secuencia en la que aparece en escena: Lukas se está “camelando” a los africanos con collares y baratijas, y apenas aparece Kuhlaya y conmina a sus amigos a que no se dejen engañar, estos, al segundo, arrojan con desprecio los regalos recibidos…—, y naturalmente, se asociará con Hart y Jenkins en su cruzada anti-nazi. Poco más puede decirse de este pequeño film, salvo que hay en él un conato de triángulo amoroso entre Kuhlaya, Hart y un segundo personaje femenino, la esposa del nazi Anna Lukas (Evelyn Wahl), que acabará redimiéndose (y sacrificándose) por amor, como suele ser habitual en estos casos; y el recurso a las convenciones asentadas por las doce películas de Tarzán protagonizadas por Weissmuller para Metro-Goldwyn-Mayer y RKO: aquí Kuhlaya también se hace acompañar por un chimpancé que hace “graciosidades”, equivalente a la célebre mona Chita. Tampoco falta otra convención, esta habitual en el cine hollywoodiense“de safaris” de casi todas las épocas: el baño de la bella Kuhlaya en el río, cuya desnudez disimulan palmeras y matorrales colocados estratégicamente ante la cámara.
Nabonga (1944) coincide con Jungle Siren en el hecho de tratarse de una producción del mismo estudio de serie B, PRC, dirigida por el mismo realizador, Sam Newfield, y con el mismo protagonista masculino, Larry “Buster” Crabbe. Por lo demás, muy poca cosa puede decirse de esta insignificancia, cuyos “méritos” hacen buena, por comparación, a Jungle Siren, que ya es decir, salvo algunos aspectos relativamente curiosos. Dato para lo que se conoce como mitómanos: se trata del primer trabajo para el cine de la actriz y cantante Julie London, muy popular en los Estados Unidos, a la que los cinéfilos recordarán por sus intervenciones en algunos excelentes westerns de Robert Parrish —Más rápido que el viento(Saddle the Wind, 1958), Más allá de Río Grande (The Wonderful Country, 1959)— y Anthony Mann —El hombre del Oeste (Man of the West, 1958)—. London encarna aquí a la “chica salvaje” del relato, Doreen Stockwell, la cual, como puede ya deducirse de su nombre y apellido, no se trata de una joven completamente asilvestrada, sino de alguien que, siendo niña, fue a parar accidentalmente a la selva y acabó bajo la protección de un (otro) gorila tan aparentemente fiero como, en el fondo, más bueno que el pan (interpretado por Ray Corrigan, actor de carácter habitual del serial y del cine de serie B que en muchas otras ocasiones repitió este papel de simio embutiéndose dentro de tan aparatoso disfraz); aclaremos que el título del film hace referencia al hecho de que el gorila se llama algo así como Nbongo (sic), de ahí que Doreen sería por tanto Nabonga, “hija” o “protegida de Nbongo”: sin comentarios… Por lo que se puede ver, hay un nuevo y muy claro paralelismo entre la heroína de Nabonga y Tarzán, ya que la película también nos detalla cómo fue a parar al corazón de África: siendo niña —la pequeña Doreen corre a cargo de Jackie Newfield, hija del realizador—, vemos cómo al principio del relato la protagonista viajaba en avioneta sobre África junto con su padre, T.F. Stockwell (Herbert Rawlinson), quien ha cometido un desfalco en el banco en el que trabajaba y lleva consigo un valioso botín en dinero; la avioneta se estrella en la selva, si bien sus tres ocupantes, Stockwell, su hija y el piloto (Jack Gardner) sobreviven; este último, avaricioso, descubre el botín que Stockwell lleva consigo e intenta que lo comparta con él, pero Stockwell asesina al piloto de un disparo, y Doreen es adoptada, como hemos dicho, por el bondadoso gorila. Pasan los años y es entonces cuando aparece por la selva un nuevo personaje, Ray Gorman (Crabbe), hijo de un ya fallecido antiguo cómplice del asimismo difunto Stockwell, cuyo propósito es encontrar el botín para redimir la memoria de su padre. Así será como Gorman conocerá a Doreen y a su gorila; y los problemas volverán a empezar cuando el avaricioso guía de la expedición de Gorman, Carl Hurst (Barton MacLane), intentará a su vez asesinar a Gorman y a Doreen para, claro está, hacerse con el dinero que esconde la chica de la jungla. En definitiva, 75 minutos bastante rutinarios, a pesar de lo retorcido de semejante trama argumental, entre los cuales destaca, empero, un momento involuntariamente desternillante: Marie (Fifi D’Orsay), la cómplice de Carl Hurst en su plan criminal, libera al gorila de Doreen de la jaula donde se encuentra prisionero tras haber sido capturado por Hurt para que no moleste,… ¡y la propia Marie será la primera víctima de la ira vengativa del simio que acaba de soltar!
Blonde Savage (1947), una producción de Ensign Productions of California distribuida en los Estados Unidos por PRC, tiene la nada desdeñable virtud de conseguir que, por comparación, la mayoría de las discretamente mediocres películas que componen este impagable pack de señoritas selváticas… parezcan buenas, pues la verdad es que este film de Steve Sekely —cineasta norteamericano de origen húngaro que en ocasiones firmaba, como aquí, como S.K. Seeley, y a quien se le “debe” la aburrida The Day of the Triffids (1962), según la famosa novela de John Wyndham El día de los trífidos— es malo de remate, y lo que quizá sea peor, rodado con un nulo sentido aventurero, lo cual es imperdonable en una película de estas características, por pequeña y modesta que sea. La trama, situada, cómo no, en África —el film empieza con un rótulo que indica: “Senobi, África”, sin más, como si en este continente no existiesen países: África entendida como convención, o si se prefiere, como entelequia—, gira en torno a la sempiterna expedición encabezada por el valeroso Steve Blake (Leif Erickson), a quien acompaña su amigo Hoppy Owens (Frank Jenks, asumiendo el cargante y bastante ingrato papel de “compañero gracioso” del héroe). Una vez en el corazón de la jungla, Steve y Hoppy descubren a una pareja, el matrimonio que forman el codicioso Mark Harper (Douglass Dumbrille) y su esposa, la sulfurosa Connie (Veda Ann Borg), que intentan, como también es lo habitual en estos casos, aprovecharse de la inocencia y buena fe de los indígenas, los cuales a su vez cuentan con su propia protectora, la cual es, lo han adivinado, la blonde savage del título: Meelah (Gale Sherwood), la cual, por cierto, tiene un peso relativamente secundario en el desarrollo de la trama, y además resulta, por comparación, mucho menos erótica y seductora que la pérfida Connie: por una vez, la madurez y altiva elegancia de la villana supera con creces a la joven rubia ataviada con un ligero atuendo selvático cuya procedencia, al igual que la de la propia Meelah, resultan completamente desconocidos. Si no conocen Blonde Savage, creo que podrán vivir perfectamente sin ella.
Queen of the Amazons (1947), dentro de sus obvias limitaciones, es una de las más potables producciones que integran el pack. No es una maravilla ni mucho menos; ni siquiera es una película decente (cinematográficamente hablando, se entiende), pero cuanto menos hay en ella algún que otro recurso de puesta en escena que le confiere cierto encanto, dentro de la mediocridad generalizada del producto. Producción de Screen Guild Productions, una modesta distribuidora también conocida como Screen Art Pictures Corp. (Queen of the Amazons fue su primera película), a diferencia del resto de títulos de ambientación africana que hemos mencionado, la película arranca en Asia, si bien la acción no tarda en trasladarse al Continente Negro gracias al ímpetu de Jean Preston (Patricia Morison), una mujer decidida a localizar el paradero de su prometido, desaparecido en una expedición meses atrás, para lo cual contrata a un intrépido guía de safaris, Gary Lambert (Robert Lowery). Al final resulta que el prometido de Jean, Wayne Monroe (Keith Richards), no solo no ha muerto, sino que incluso está sentimentalmente unido a Zita (Amira Moustafa), la reina de una tribu de amazonas de raza blanca; a mayor ahondamiento, mientras siguen el rastro de Wayne por la selva, Jean y Gary se enamoran, mas esta relación amorosa a cuatro bandas acabará felizmente, yéndose cada oveja con su (nueva) pareja. Queen of the Amazons es otro modesto despropósito que su realizador, el habitualmente productor Edward Finney (firmante de 45 títulos en esta última faceta, mientras que como director tan solo hizo cinco films), resuelve por la vía directa y sin preocuparse por puerilidades como estilo y puesta en escena, con una única excepción: los subrepticios insertos de un personaje misterioso del cual tan solo vemos su sombra proyectada en una pared, y cuyas salidas confieren al relato, ni que sea durante unos segundos, una determinada atmósfera. Queen of the Amazons llama la atención, como la mayoría de títulos de este pack, por su utilización de lo que se conoce como stock footage o “material de archivo”, en este caso, abundantes tomas documentales de paisajes, tribus y animales africanos, lo cual da pie, sin querer, a un momento de irresistible comicidad: la expedición de Jean y Gary se detiene momentáneamente en una tribu, donde son recibidos con alborozo…; tanto, que el director inserta, alegremente y sin prejuicios, una serie de imágenes documentales de bailes guerreros y músicos de la tribu perfectamente organizados y coreografiados, dando así la sensación de que el poblado entero estaba esperando la llegada de los blancos para empezar la fiesta (sic). Anotemos, finalmente, que la tribu de amazonas juega un papel más bien secundario en la trama, dejando aparte además de que tienen una apariencia muy poco guerrera (como es lo previsible en estos casos, todas sus componentes parecen chicas de portada de revista de moda), y que la explicación que se nos da sobre su origen es bastante ridícula: se nos dice que estas mujeres fueron las únicas supervivientes del naufragio de un barco que se fue a pique en las costas africanas; las imágenes que visualizan ese naufragio, por cierto, también tienen pinta de ser stock footage, en este caso procedente de otra película: lo digo porque, aunque fugaces, son sospechosamente buenas…      
Prehistoric Women (1950) depara todavía más carcajadas que Queen of the Amazons, que ya es decir. Producida por Alliance Productions, fue dirigida por Gregory C. Tallas, un cineasta norteamericano de origen griego (había nacido en Atenas el 25 de enero de 1909 con el nombre de Grigorios Thalassinos) que en ocasiones firmaba sus trabajos en el cine como Gregg C. Tallas y Greg Tallas, tanto como director o montador o, algo menos, guionista y productor, siendo su trabajo más conocido tras las cámaras La Atlántida (Siren of Atlantis, 1949), versión de la novela de Pierre Benoît en cuyo rodaje participaron, de manera no acreditada, los realizadores John Brahm y Arthur Ripley. Primera película en color de este pack(la copia en DVD, por cierto, es de una calidad pésima, como lo son casi todas las de este lote, hasta el punto de que las escenas nocturnas, además de oscurísimas, parecen rodadas en blanco y negro…), Prehistoric Women rompe con la ambientación africano-asiática de sus compañeras de pack para trasladarnos a una inconcreta época de la prehistoria. En este sentido, el film sigue la línea sentada en su momento por la exitosa primera versión de Hace un millón de años (One Million B.C., 1940, Hal Roach y Hal Roach Jr.). Como en esta, los personajes hablan un hipotético lenguaje primitivo, si bien el relato viene acompañado de una cansina voz en off que le confiere por un lado un pretendido aire didáctico, y por otro la hace todavía más risible, pues ese aire supuestamente riguroso y “científico” choca de frente con lo ridículo de su planteamiento dramático y lo patoso de la realización. Una de las poquísimas cosas que pueden decirse a su favor reside en el hecho de que, al contrario de la mayoría de “films prehistóricos”, no cae en el error histórico común de presentar a seres humanos conviviendo con dinosaurios, si bien la película da la impresión de que ello es así por falta de presupuesto; sospecha que queda corroborada en la breve secuencia en la cual un pájaro gigantesco, o una especie de pterodáctilo (no queda del todo claro, y menos si se ve el film en la misma mala copia que he visto yo), lanza de repente un ataque sorpresa: está muy claro que no había dinero para efectos especiales. Por lo demás, Prehistoric Woman es una película desvergonzadamente exploitation, que si destaca (y divierte) por algo es por su desprejuiciado y políticamente muy incorrecto tratamiento machista, sexista y misógino del dibujo de las relaciones hombre-mujer, por mediación de una trama que, bajo este punto de vista, no tiene desperdicio. Tigri (Laurette Luez) es la líder de una tribu de mujeres cavernícolas que, siendo niñas, huyeron bajo la protección de sus madres y la anciana de su clan, hartas del yugo opresor de los varones. La protagonista y sus compañeras capturan a Engor (Allan Nixon) y sus amigos, cuatro hombres procedentes de una tribu vecina donde, al contrario que en la de Tigri o la de sus padres, hombres y mujeres conviven en perfecta armonía (sic). El film se centra, básicamente, en el proceso que llevará a Tigri y a tres mujeres de su tribu a enamorarse de Engor y sus compañeros, respectivamente, aprendiendo los unos de los otros. Planteamiento bienintencionado, qué duda cabe, pero que se estrella por completo gracias al descarado recurso de estereotipos favorecedoramente masculinos empleados para retratar ese proceso de acercamiento, de tal manera que al principio Tigri y sus feroces guerreras maltratan a sus prisioneros varones, para poco a poco ir cediendo a los atractivos de su masculinidad (no olvidemos que se trata de mujeres jóvenes que han crecido sin tener hombres a mano…), de tal manera que no tardarán en girarse las tornas y los hombres, gracias a su virilidad y a que saben-darles-lo-que-necesitan, acabarán conquistando (ergo, sometiendo) a sus cautivadoras. Hay dos elementos que sirven de cohesión para este desvergonzado discurso sobre la guerra de los sexos: uno, el descubrimiento del fuego por parte de Engor, claro, que une a hombres y mujeres alrededor de una hoguera que les da calor por la noche y les permite dejar de comer la carne cruda; y dos, la pelea final de los cavernícolas contra un gigante brutal y sin escrúpulos (Johann Petursson, que medía 2,34 metros), el cual personifica todo lo que Engor y sus colegas no son: hombres que saben-tratar-a-las-mujeres. Anotar, asimismo, que el sexismo del film se reitera en varias ocasiones por mediación de unas escenas en las cuales Tigri y sus compañeras bailan sensualmente a la luz de la luna: la cámara recorre las piernas desnudas de las bailarinas con una nada disimulada delectación.
Bowanga Bowanga (1951), también conocida como Wild Women y subtitulada White Sirens of Africa(sic), es sin duda alguna una de las peores del lote, que ya es decir. Que sea mala, vale: sus compañeras de packtambién lo son, con lo cual coherencia no le falta; que sea, además, aburrida hasta decir basta, no tiene perdón. Dirigida y asimismo producida por Norman Dawn, cineasta de oscura trayectoria profesional que se remonta a 1919 y concluye precisamente con esta “joya”, la misma se centra en la enésima expedición por la selva, encabezada por tres hombres blancos —los comanda un tal Trent, encarnado por Lewis Wilson, actor asiduo del cine de serie B que interpretó a Batman en el serial homónimo de Lambert Hyllier de 1943—, que caen prisioneros de una tribu de mujeres guerrero de raza blanca. Su líder, acreditada como la Reina Bonga Bonga (sic), está interpretada por Dana Wilson, actriz neoyorquina que posteriormente se casó con Albert R. Broccoli, productor de la serie James Bond, pasando a llamarse Dana Broccoli. Mediocre hasta decir basta, el único interés relativamente divertido de Bowanga Bowanga reside en su descarado sexismo y su desvergonzada misoginia. Son impagables, en este sentido, las escenas en las cuales vemos las alborozadas reacciones de expectación de las amazonas cuando los tres hombres son traídos prisioneros a su campamento: no cuesta nada entender que hay apetito sexual entre ellas desde hace tiempo y que la sola visión de un varón puesto a su merced basta para ponerlas muy nerviosas… De hecho, el único intento de conflicto dramático se produce cuando la reina de las mujeres guerrero se propone quedarse con los tres hombres… para ella sola, lo cual provoca un rápido conato de rebeldía entre parte de sus guerreras, hasta el punto de que una se atreve a retarla en duelo para arrebatarle su hegemonía. El despropósito concluye gracias a la mediación de una joven guerrera de rubios cabellos que, apiadándose de los cautivos, les ayuda a escapar, eso sí…, largándose con ellos: la imagen que cierra el film, con los cuatro alejándose cogidos del brazo, dando saltitos y canturreando, no tiene desperdicio.
Liane, Jungle Goddess (1956), cuyo título original en alemán recordemos que es Liane, das mädchen aus dem urwald, nació a modo de respuesta, en versión femenina, a la oleada de películas de Tarzán de producción europea que, sobre todo a partir de los años sesenta, inundaron las pantallas de todo el mundo (me remito a lo que escribí al respecto en El accidentado periplo europeo del rey de los monos, dentro del libro colectivo Hecho en Europa: cine de géneros europeo, 1960-1979. Festival Peor… ¡Imposible! Gijón, 2009 —1—). Aun estando lejos de ser un buen film, Liane, das mädchen aus dem urwaldtampoco es de lo peor del pack, más bien al contrario: luce un aceptable nivel de producción, y el guión, aunque tópico y estereotipado como el que más, resulta ligeramente simpático, a tono con las pretensiones de una película que tampoco quiere ser nada más que una especie de cuento de hadas para adultos que, a la postre, roza prácticamente lo infantil. Adaptación de una novela de Anne-Day Helveg, autora de al menos una continuación literaria que dio pie, a su vez, a una secuela de este film, Liane, die weibe sklavin (Hermann Leitner, 1957) —más adelante, llegaría una tercera entrega: Liane, die Tochter des Dschungels(Leitner, 1961)—, Liane, das mädchen aus dem urwald marcó el principio y casi el final del efímero estrellato de la prematuramente malograda actriz ruso-alemana Marion Michael (1940-2007), quien con dieciséis años escasos protagonizó este relato “selvático” encarnando a Liane, una jovencísima “reina de la selva africana” que es descubierta por una expedición, entre cuyos miembros se encuentra el apuesto Thoren (Hardy Krüger, quien repetiría su personaje en las dos mencionadas secuelas). La trama guarda notables similitudes con la del famoso Tarzán de los monos de Burroughs —y la de la posterior y muy injustamente menospreciada película de Hugh Hudson Greystoke: La leyenda de Tarzán, el rey de los monos (Greystone: The Legend of Tarzan, Lord of the Apes, 1984)—, sobre todo a partir del momento en que se sospecha que Liane puede ser la nieta de un anciano y adinerado empresario de Hamburgo, Theo Amelongen (Rudolf Forster), cuya hija desapareció en la jungla años ha. El traslado de la chica a la mansión de Amelongen, acompañada por Thoren y un fiel servidor africano llamado —sic— Tanga (Jean-Pierre Faye), no hace sino provocar las iras del que hasta ese momento era el único heredero de la fortuna familiar, el pérfido sobrino de Amelongen, Viktor Schöninck, quien llevará a cabo todo tipo de maquinaciones contra la inocente muchacha; personaje este último que corre a cargo del inquietante actor austríaco Reggie Nalder, recordado sobre todo por haber sido el francotirador de El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1956, Alfred Hitchcock)…, y el vampiro “nosferatu” de la serie de televisión de Tobe Hooper El misterio de Salem’s Lot (Salem’s Lot, 1979). Llama la atención el cuidado puesto en disimular el evidente encanto erótico de Marion Michael, por ejemplo cubriendo púdicamente su semidesnudez con sus largos cabellos cual Lady Godiva, o convirtiendo un gesto con connotaciones sexuales —Liane toma la mano de Thoren y la coloca sobre uno de sus pechos— en una sencilla muestra de amistad.
The Wild Women of Wongo (1958) es una sublime ridiculez de la cual, no obstante, pueden apuntarse algunos datos curiosos (más que la película en sí, una basurilla donde las haya). En primer lugar, si bien figura como realizada por un tal James L. Wolcott, hay quien jura y perjura que la mayor parte del film fue dirigida nada menos que por… ¡Tennessee Williams! Aunque suene disparatado, es algo relativamente factible en el supuesto de que sea cierto el dato según el cual Wolcott era íntimo amigo de Williams, quien habría participado en el rodaje por el mero placer de divertirse filmando un producto completamente intrascendente (si es así, lo consiguió); a fin de cuentas, Wolcott tampoco desarrolló ninguna gran carrera tras las cámaras: su segundo y último trabajo como director fue la película recopilatoria The Best of Laurel and Hardy (1969). En el reparto hallamos a Ed Fury, pésimo actor procedente del mundo del bodybuilding que tan solo tres años después de haber participado en este engendro tuvo su “minuto de gloria” participando en algunos peplumsitalianos, entre ellos Mujeres violentas(La regina delle Amazzoni, 1960, Vittorio Sala), tres films donde encarnó a Ursus —Ursus (ídem, 1961, Carlo Campogalliani), Ursus nella valle dei leoni (Carlo Ludovico Bragaglia, 1961) y Ursus en la tierra del fuego (Ursus nella terri di fuoco, 1963, Giorgio Simonelli)—, y uno donde “fue” Maciste —Maciste contro lo sceicco (Domenico Paolella, 1962)—. Una tercera curiosidad consiste en una especie de “leyenda urbana” según la cual una jovencísima Adrienne Barbeau habría participado en el papel de una de las sexys “wild women”: el dato es completamente falso, no solo porque esta actriz tendría tan solo entre 12 ó 13 años cuando se rodó la película, sino que en realidad todo se trata de una confusión con el nombre de otra que sí que sale en ella, Adrienne Bourbeau, la cual posteriormente trabajó como ayudante de dirección en films de horror como Mako, el tiburón de la muerte (Mako: The Jaws of Death, 1976, William Grefe), El imperio de las hormigas (Empire of the Ants, 1977, Bert I. Gordon) y La casa de los horrores (The Funhouse, 1981, Tobe Hooper); además, basta con ver la película con un mínimo de atención para darse cuenta de que ninguna de las féminas que desfilan por la pantalla es la “carpenteriana” Barbeau. Lo mejor que se puede decir de The Wild Women of Wongo ya está dicho… El resto es una auténtica filfa, que arranca con una voz en off femenina (¡la de la “madre naturaleza”!), informándonos de que nos hallamos en tiempos “primitivos”. Es un decir: lo cierto es que los “prehistóricos” que salen en el relato parecen surgidos de una reunión de fin de semana de aficionados al cosplay: ¡hasta Prehistoric Women resulta más “salvaje”! Básicamente, la trama (de alguna manera hay que llamarla) gira alrededor de dos tribus, la de los habitantes de la isla de Wongo y la de los Goona; la llegada accidental de un apuesto guerrero de esta última al poblado a la orilla del mar de los primeros pone en evidencia algo que se confirmará más adelante: que la tribu de Wongo está formada por hombres feos y mujeres bellísimas, y que ocurre todo lo contrario en la de los Goona. El nudo del relato consistirá en el aparejamiento de los feos de Wongo con las feas de Goona, y viceversa: la escena final consiste en una serie de planos medios, en los cuales los hombres de Goona guiñan un ojo a la cámara tras emparejarse con las mujeres de Wongo y endilgarles sus cardos borriqueros a los tarados de Wongo. Semejante imbecilidad está sazonada por un burdo sentido del humor (¡ni siquiera los responsables del desaguisado son capaces de tomárselo en serio!), dentro de lo cual se lleva la palma los reiterados insertos de un papagayo diciendo “cosas divertidas” a modo de contrapunto burlesco (estén donde estén en la isla, siempre es el mismo papagayo: parece que va siguiendo a los personajes…); una reiterada exhibición de la belleza de las mujeres de Wongo (resulta fácil imaginar que las feas de Goona salen mucho menos), donde no faltan las consabidas escenas para solaz de erotómanos, tales como una de catfight sobre la arena de la playa (no hay barro), o las inevitables de los “bailes exóticos” de las “primitivas”, en uno de los cuales, y en presencia de una madura sacerdotisa que parece vivir aburridamente sentada todo el día en su incómodo trono de piedra (Zuni Dyer), esta última se transforma, por paso de montaje, en una bailarina joven y dinámica (la bailarina y coreógrafa del film Olga Suarez): ¡la magia del cine! The Wild Women of Wongo tiene cierta fama por una secuencia, la única mínimamente llamativa, en la cual la actriz protagonista, Jean Hawkshaw, se pelea bajo el agua con un caimán; la particularidad de la escena es que, en efecto, se trata de la propia actriz quien lleva a cabo la escena con un reptil de tamaño mediano; teniendo en cuenta que Hawkshaw jamás volvió a trabajar en el cine, y que esta escena submarina está rodada en las cristalinas aguas del parque natural de Silver Springs en Florida (muchas escenas de este tipo de numerosas famosas películas se han filmado allí), el cual era famoso por un espectáculo de sirenas similar al que tiene lugar actualmente en Weeki Wachee Springs, asimismo en Florida, cabe especular con que la mencionada Hawkshaw pudo haber salido elegida de un casting de “sirenas” locales.
Virgin Sacrifice (1959)“remata” este inefable pack con un bodrio a la altura de sus compañeras de edición en DVD, si bien no peor que algunas de las perlas que hemos mencionado en estas líneas. Al parecer primer y único trabajo para el cine del realizador Fernando Wagner, director de origen alemán, of course, conocido por su labor como director de teatro en Méjico y que luego se dedicó a dirigir para la televisión de ese país (también trabajó como actor: tiene un papel en Grupo salvaje/The Wild Bunch, 1969, Sam Peckinpah), Virgin Sacrifice es un minúsculo relato de aventuras que transcurre no en África, sino por los alrededores del Amazonas. Samson (David DaLie) es un cazador blanco que debe rescatar a la joven y —se supone— virginal Morena (Angélica Morales), la cual ha sido secuestrada por un pérfido jefe indio de la tribu Vicuni, Tumic (Antonio Gutiérrez), para ofrecerla en sacrificio a sus dioses. Samson está doblemente motivado para llevar a cabo ese rescate: Morena es la hija de su amigo Fernando (papel a cargo del propio director del film), y tiempo atrás —flashback mediante—, Samson espió de lejos el sacrificio de una muchacha (Linda Cordova) a manos de los Vicuni, sin que en esa ocasión tomara a tiempo la decisión de salvarle la vida: rescatar a Morena es, como suele decirse, su “segunda oportunidad” de cara a redimirse. La película está rodada, eso sí, en bellos paisajes naturales, probablemente también mejicanos, y como digo, no es de lo peor del pack, por más que sus 67 minutos acaban haciéndose largos por culpa, sobre todo, de la consabida inserción de inacabables y gratuitos números musicales “locales” (secuencia de la cantina). Un par de cosas llaman la atención, dentro de la mediocridad del conjunto. Primero, el avance de la permisividad en materia de censura que se percibe entre el primer título de este pack, The Savage Girl, y esta Virgin Sacrifice: el flashback del sacrificio de la primera chica ofrece un breve topless de la actriz. Segundo, y a falta de conocer con exactitud cómo se desarrolló la filmación de esta minucia, destaca la sensación de sufrimiento físico, que parece real, de la joven actriz Angélica Morales, en el que fue su único trabajo para el cine: en todas las escenas en las que la vemos maniatada y siendo arrastrada por la selva por Tumic y sus hombres, se tiene la sensación de que la intérprete está pasándolo mal de verdad; hay un momento en el que la chica resbala sobre una roca a la orilla de un arroyo, y el resbalón se diría que es auténtico (o Morales era una gran actriz, algo bastante dudoso viendo su trabajo en esta película); acaso por piedad, o quizá por sadismo, el realizador inserta en una escena un primer plano de sus pies desnudos, sucios y ensangrentados, pisando el duro terreno amazónico, y uno tiene serias dudas sobre si lo que mancha los pies de la pobre chica es maquillaje.  

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2009/08/hecho-en-europa-un-homenaje-al-cine-de.html

El significante y el significado: “THE CABIN IN THE WOODS”, de DREW GODDARD

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Primera cuestión: a pesar de que The Cabin in the Woods (2012), anunciada con motivo de sus frustrados intentos de estreno en salas españolas y luego en formatos domésticos como La cabaña del bosque o La cabaña en el bosque, figura como dirigida por el debutante y también coguionista Drew Goddard, mucha gente se refiere a este film casi como una obra de su otro coguionista y productor, Joss Whedon; ello es bastante comprensible, habida cuenta de que, antes de debutar en la realización con esta película, Goddard no solo ha sido guionista a las órdenes del anterior en dos de sus series de televisión más famosas —Buffy, cazavampiros (Buffy the Vampire Slayer, 1997-2003) y el spin-off de esta última Ángel (Angel, 1999-2004)—, sino que en cierto sentido The Cabin in the Woods recoge en parte el estilo de fantástico juvenil, a medio camino entre lo irónico y lo referencial, que nutría el espíritu de esas teleseries; por otro lado, a la espera de ver los siguientes trabajos como director de Goddard, pero sobre todo a la vista de la escasa personalidad que se percibe por el momento en su labor tras las cámaras, todavía es pronto para saber si nos hallamos ante un cineasta con voz propia o ante un subalterno dispuesto a ensuciarse con el trabajo que a su jefe no le apetece hacer por sí mismo.
Segunda cuestión: la historia del cine nos ha enseñado que, cuando un film empieza mostrándonos dos acciones en paralelo que a simple vista nada tienen que ver entre sí, no resulta difícil intuir que esas dos tramas acabarán confluyendo de una manera u otra. Efectivamente, eso ocurre tan pronto como se nos confirma que la descripción de la salida de fin de semana de cinco universitarios —Dana (Kristen Connolly), Curt (Chris Hemsworth), Jules (Anna Hutchinson), Marty (Fran Kranz) y Holden (Jesse Williams)— está estrechamente relacionada con la misteriosa actividad ante un sofisticado complejo de ordenadores que controla sistemas de vigilancia a distancia llevada a cabo por un par de tecnócratas —Sitterson (Richard Jenkins) y Hadley (Bradley Whitford)—, y que ambas acciones tienen como denominador común una-cabaña-en-medio-del-bosque donde los cinco jóvenes piensan pasar “el finde” y alrededor de la cual ese par de adultos están tramando algo que no tarda en intuirse que será feo, muy feo. Respecto a esto último, hay que reconocer que hay un bonito plano que expresa muy bien la estrecha relación entre ambos grupos de personajes: ese encuadre general abierto combinado con un movimiento panorámico de izquierda a derecha del encuadre, siguiendo al unísono la furgoneta donde viajan los jóvenes recorriendo una estrecho camino en la montaña y metiéndose en un túnel, y el vuelo de un ave que, de repente, se estrella mortalmente contra un inesperado muro invisible. 
A partir de aquí, The Cabin in the Woods desarrolla dos discursos, el significante (el que se deriva de lo que se ve) y el significado (el que dimana de lo que se intuye), o dicho de otra forma, ofrece cuanto menos dos grandes lecturas. Por un lado, desarrolla un relato de terror convencional, con la diferencia de que se trata de una narración “controlada” a distancia por los dos mencionados tecnócratas, quienes a través de su sofisticadísimo sistema por ordenador manipulan a placer a los cada vez más aterrorizados ocupantes de la cabaña, de cara a consumar así un oscuro propósito cuyo sentido no se desvela hasta los minutos finales. Pero, por otra parte, semejante planteamiento dramático da pie a un discurso (obvio, todo hay que decirlo) sobre el carácter manipulador y formulario de cierta parcela del actual cine de terror estadounidense. Bajo este punto de vista, los personajes de Sitterson y Hadley no serían sino una suerte de simbólicos demiurgos que manipulan los mecanismos capaces de desatar el miedo entre los muchachos a los que torturan sádicamente desde la comodidad de su sofisticado centro de control; ¿hace falta añadir que Sitterson y Hadley no serían sino los directores/guionistas de una “película” de terror que van “creando” sobre la marcha, recurriendo no por casualidad a todos los tópicos generados por el género a lo largo de un siglo de existencia como tal? Más aún: ¿acaso cuesta ver en The Cabin in the Woods un soterrado discurso sobre el papel que los “viejos” (los tecnócratas) juegan sobre los jóvenes (los estudiantes) a la hora de manipularlos a placer mediante la creación de ficciones de terror hechas a su medida? Idea que, por descontado, aquí está expuesta en relación con el cine de terror, pero que puede ampliarse tranquilamente a muchos aspectos del funcionamiento de la sociedad: un mundo en el que los adultos se aprovechan de quienes todavía no han crecido lo suficiente para alcanzar la experiencia y la madurez que les darían una oportunidad para sobrevivir a los horrores de la sociedad que esos mismo adultos han creado, convirtiendo a los jóvenes en la “carne de cañón” necesaria (dicen) para hacer que las cosas “funcionen”, bien sea para asegurar el negocio del cine, o en el peor de los casos, para mandarles a morir en las guerras.
La idea es ingeniosa y está expuesta con habilidad, por más que no se termine de sacarle todo el provecho a la misma por culpa de que sus responsables, Goddard, Whedon o ambos en comandita, se limitan a plantearla bien para luego resolverla mal, o casi. Aclaro rápidamente el “casi” porque, es de justicia reconocerlo, The Cabin in the Woods es un film de presupuesto generoso (30 millones de dólares), y ello redunda a favor de una filmación cuanto menos impecable (quizá demasiado: se echa en falta algo más de suciedad, a lo Rob Zombie, o el desparpajo de Sam Raimi, sin duda alguna un referente fundamental de esta película). Hay excelentes apuntes que elevan el tono de la función, tal es el caso del ya mencionado plano aéreo que nos descubre la existencia del muro invisible que rodea la zona en torno a la cabaña, el detalle de la ventana en forma de falso espejo visible por un lado y por el otro no (que expresa el carácter de “juego de espejos” del film: una película de terror que se mira a sí misma como película de terror), o —procurando no “destripar” demasiado, de cara a quienes todavía no lo hayan visto— el espectacular movimiento de cámara en retroceso que muestra a Dana y Marty dentro del ascensor de paredes acristaladas y nos descubre el universo de horrores ocultos al que han descendido. Respecto a esto último, apuntar que no deja de tener su gracia el hecho de que el film sea a ratos (sobre todo, en sus minutos finales), un completo muestrario o casi habría que decir que “bestiario” de las criaturas que han poblado las pesadillas creadas por el imaginario visual y temático del cine fantastique, y que todas ellas no sean sino un horripilante telón de fondo tras el cual se oculta el horror definitivo: el terror que no tiene forma, aquel que ni la más calenturienta imaginación es capaz de concebir, en un merecido homenaje final a H.P. Lovecraft.
La lástima es que, como digo, el o los responsables de The Cabin in the Woods no se atreven a ir más allá de ese planteamiento, y al mismo le falta mucho más mordiente, acaso porque el film es relativamente caro para tratarse de una producción inscrita en los márgenes del “cine de terror para adolescentes”, lo cual puede haber generado en sus autores un cierto miedo a “pasarse”: The Cabin in the Woods es una película de terror con cierto planteamiento, digamos, “intelectual”, pero al mismo tiempo no quiere —o no puede— dejar de ser una película de terror lo más “popular” posible. Ello se percibe en el recurso a ideas de guión y de puesta en escena que o bien se niegan a abandonar los (cómodos) márgenes del “terror para adolescentes”, proporcionando cierto tono ligero al relato que en nada le beneficia, o el recurso a esas convenciones que, en principio, se miran con perspectiva crítica para luego abrazarlas con toda la alegría del mundo: el movimiento de grúa que se acerca a la ventana de la habitación donde Dana se pasea en braguitas; la tópica caracterización de los personajes más jóvenes (la “sensata”, el “fortachón”, la “zorrita”, el “buen chico” y el “fumeta” con aires a lo Owen Wilson), que da pie a alguna escena tan estúpidamente gratuita como la del beso de Jules a la cabeza de lobo disecada; la aparición del redneck que atiende en la gasolinera (Tim De Zarn), que parece salido del Deliverance/Defensa de John Boorman o de cualquier epopeya de terror rural de Tobe Hooper; las insistentes referencias a Posesión infernal (The Evil Dead, 1981), que acaban siendo cansinas; el primer ataque de los zombis coincidiendo, cómo no, con el momento en que Curt y Jules salen a copular en medio de la floresta; la aparición en la última secuencia de una famosísima star hollywoodiense estrechamente vinculada al género fantástico… Ello no obsta para que, vuelvo a insistir, The Cabin in the Woods haga gala a ratos de cierta sofisticación visual; las escenas de acción están bien rodadas y el relato transcurre en sus líneas generales a muy buen ritmo y sin alargarse en exceso (95 minutos), por más que el conjunto transmita cierta sensación de obra parcialmente fallida: lo más interesante se intuye en los márgenes de un relato demasiado centrado en lo más obvio.  

El papel de la mujer en el cine de Pedro Almodóvar, en CineConElla

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He participado recientemente en una encuesta sobre el papel de la mujer en el cine de Pedro Almodóvar, la cual ha sido la base de un reportaje que publica la web CineConElla donde se recogen algunas de mis opiniones al respecto. Si bien es verdad que Almodóvar no es santo de mi devoción, como bien saben los seguidores de este blog (1), ello no obsta para que haya participado en dicha encuesta y sin verter ningún comentario negativo al respecto, pues entiendo que no se trataba de eso. Adjunto los enlaces al reportaje de CineConElla y a la encuesta que la misma web lleva a cabo entre los internautas sobre su “chica Almodóvar” favorita.

De musas y manchegos:
Elige a tu “chica Almodóvar” favorita:

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2009/04/pedro-almodovar-es-el-director-mas.html

Encuesta para CineConElla sobre el papel de la mujer en el cine de Almodóvar

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Como complemento a mi anterior entrada del blog (1), publico íntegramente la encuesta que me remitió Nerea Sirera, de la web CineConElla, en relación al mismo tema.

Almodóvar es quizás el director español que más protagonismo ha dado a la mujer en sus historias. De hecho, solo “La mala educación, que tiene al hombre como absoluto protagonista, prescinde un poco de esa figura femenina principal. El director dice que esto se debe a que se crió entre mujeres pero, ¿por qué crees que el director tiende a colocar a la mujer como el centro de sus películas? ¿Piensas que hay historias que se pueden contar mejor a través de ellas?
Colocar a un personaje de sexo masculino o de sexo femenino como protagonista depende tanto de las intenciones de lo que se quiere contar, en cine o en literatura, tanto da, como de las posibilidades expresivas que cada autor contemple en virtud de esa elección. Si Almodóvar se inclina por los personajes femeninos es porque considera que le sirven mejor para sus propósitos creativos, y en virtud de estos últimos, por tanto, prefiere contar historias desde el punto de vista de personajes femeninos.

Dentro de la plasmación del mundo femenino, Almodóvar tiende a presentar a sus mujeres en unos roles bastante concretos que además se repiten en todas sus películas: amas de casa, prostitutas, actrices, lesbianas, madres, mujeres maltratadas… ¿Por qué crees que el director coloca a las mujeres en estos papeles?
Porque a Almodóvar parece interesarle no tanto la mujer, en abstracto, como los arquetipos que la cultura ha ido creando a lo largo de la historia en torno a la mujer. De hecho, hay algo vagamente teatral u operístico en su cine, de ahí que, dentro de esa concepción un tanto artificial, le interesen los arquetipos femeninos como parte intrínseca de ese mismo artificio.

Al hilo de la anterior pregunta, su representación de la mujer ha ido cambiando a lo largo de los años y las películas. Así, por ejemplo, en “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, el director quiere mostrar a una mujer de los 80, que está empezando a ser libre, independiente y sexualmente liberada, mientras que en películas más recientes como “Volver, estas características se presuponen y ya no se remarcan tan explícitamente. ¿En qué aspectos ha ido cambiando la representación de la mujer en el cine del director manchego?
Como bien apuntas, tengo la impresión de que los personajes femeninos de los primeros films de su autor eran más representativos del momento de su realización, mientras que, con los años, Almodóvar ha radicalizado la presentación de la mujer como arquetipo intemporal, como figura no tan representativa del momento actual sino de una larga tradición cultural que se remonta a muy atrás en el tiempo. Digamos que, en el cine de Almodóvar, la mujer ya no parece tan actual, tan coyuntural, y sí en cambio más universal.

Almodóvar tiene una forma muy particular de mostrar la relación entre
mujeres. En su cine, las mujeres se ayudan entre ellas, actúan como cómplices y no se critican. ¿Por qué piensas que refleja el mundo femenino de esta forma? ¿Crees que el director quiere romper con el tradicional cliché de la mujer “mala” incapaz de ser amiga de otra mujer?
Es posible que sea así. De sus películas parece desprenderse una especie de “universo mujer” regido, por lo general, por la armonía y la solidaridad. No sabría decirte si eso responde a un ideal suyo, o se trata, pura y simplemente, de un (otro) artificio creado ex profeso con intenciones artísticas.


La sexualidad, tanto heterosexual como homosexual, es uno de los aspectos más tratados en el cine del director manchego, especialmente la femenina. ¿Piensas que las primeras cintas de Almodóvar, estrenadas en los 80, una época de gran cambio en España, pueden haber ayudado a la liberación de la mujer y la visibilidad de la homosexualidad y transexualidad?
No sé si ayudaron, pero de una manera u otra supusieron cierto avance en la normalización del hecho homosexual. Sobre todo en esos primeros films, Almodóvar jugaba con la homosexualidad desde un punto de vista provocativo, por más que pueda verse en ello una determinada reivindicación.

La religión también es un tema al que Almodóvar recurre en algunas de sus historias de distinta forma. En “Entre tinieblas, mostrando un convento muy particular con unas monjas sexualmente liberadas. En “La mala educación, tocando el tema de la pederastia y el abuso sexual de unos curas. ¿Qué importancia tiene la religión en su cine?
Más que el tema de la religión en sí, tengo la sensación de que a Almodóvar lo que le interesa es el tema de la educación religiosa, o de la vida condicionada bajo los efectos de un sistema educativo dominado por la religión católica. En este sentido, Almodóvar es hijo de su tiempo, puesto que de niño él todavía vivió durante muchos años los últimos coletazos del franquismo, y me parece perfectamente lógico que eso haya influido en él, como persona y como artista. Todos los que todavía nacimos bajo el régimen de Franco llevamos algo de esa herencia en nuestros genes.

Son muy conocidas las musas de Almodóvar: Chus Lampreave, Penélope Cruz, Carmen Maura, Victoria Abril o Marisa Paredes, entre otras. ¿Qué lleva al director a buscar siempre a las mismas actrices para representar sus personajes? ¿Crees que las mujeres representan uno de los distintivos del cine “almodovariano”?
Efectivamente. Del mismo modo que a Almodóvar parece gustarle jugar con los arquetipos femeninos, qué mejor manera de construir ese “universo mujer” que recurriendo una y otra vez a una serie de actrices con las que le gusta trabajar, o que encajan en sus propósitos artísticos.

Además de sus chicas, Pedro también ha contado en algunas películas con “chicos Almodóvar”: Lluís Homar, Javier Cámara, Gael García Bernal, Antonio Banderas o Miguel Bosé son algunos de ellos. ¿Qué papel tiene el hombre en sus películas?
Por lo general, el hombre, en las películas de Almodóvar, tiene el papel de detonante de los conflictos, sean cómicos o dramáticos, que luego sufren las mujeres. Ellos son los amantes, maridos o exmaridos que de una manera u otra han influido en las vidas de los personajes femeninos, condicionando sus existencias y obligándolas a reaccionar de una manera u otra.

¿Qué personaje femenino de las películas de Almodóvar destacarías?
Quizá los personajes femeninos más representativos del “universo mujer” del cine de Almodóvar sean, por un lado, la Carmen Maurade ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, y la Penélope Cruzde Volver: mujeres sufridas y sufridoras, pero al mismo tiempo luchadoras y emprendedoras, que salen adelante teniéndolo todo en contra. Tienen algo de heroínas de folletín, lo cual también “encaja” bien con el cine almodovariano.

El cine de Almodóvar arroja muchas imágenes icónicas protagonizadas por mujeres. ¿Hay alguna escena interpretada por ellas que te llame especialmente la atención?
Me remito de nuevo a los ejemplos mencionados en la respuesta anterior: Carmen Maura, “despachando” a su marido con una pata de jamón, en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, y Penélope Cruz, haciendo otro tanto con su examante en Volver. Es la rebelión de lo femenino contra la tiranía de lo masculino, entendido esto último en su acepción más retrógrada y primitiva.

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2013/07/el-papel-de-la-mujer-en-el-cine-de.html

Catálogo para casas encantadas: “EXPEDIENTE WARREN”, de JAMES WAN

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DEESTE FILM.] Hay que reconocer que ver un film de terror tan hábilmente planteado e inteligentemente resuelto como Expediente Warren (The Conjuring, 2013) resulta gratificante. La película, dicen que basada en un hecho real protagonizado por los auténticos Edward “Ed” Warren Miney (1926-2006) y Lorraine Rita Warren (n. 1927) (1), el matrimonio de investigadores de fenómenos paranormales más famoso y reputado de los Estados Unidos (baste mencionar que investigaron el celebérrimo “caso” de Amityville), llama la atención primeramente por su honestidad. Cualidad, por cierto, característica de la manera de afrontar el género fantástico de su director, James Wan, dejando aparte su popular aunque mediocre Saw (ídem, 2004), a falta de haber visto su incursión en el thriller, Sentencia de muerte (Death Sentence, 2007), y a pesar de que haya cedido recientemente a la es de suponer que muy bien remunerada “tentación” de firmar la nueva entrega de The Fast and the Furious, mala noticia donde las haya.
Cuando hablo de honestidad, me refiero al hecho de que Wan construye Expediente Warren llevando a cabo un respeto escrupuloso a la práctica totalidad de las convenciones del cine de “casas encantadas”, pero no hay en ello un mero mimetismo, y ni tan siquiera aparece aquello en lo que sería más fácil incurrir cuando se sigue una fórmula preestablecida: la rutina. Por el contrario, el realizador abraza esas convenciones con una singular mezcla de respeto y entusiasmo, sin pretender en primera instancia renovar nada; no obstante, el resultado hace gala de tanta alegría y convicción a la hora de filmar, que compensa sobradamente esa patente falta de originalidad y logra que la película transmita una sensación de frescura casi irresistible. Subrayo el “casi”: a nadie que haya visto un buen puñado de films sobre “casas encantadas” y similares se le escapan las fuentes de las que han bebido a tragos largos Wan y sus guionistas Chad y Carey Hayes, las cuales van desde el magistral The Haunting (1963) de Robert Wise —¿hay que interpretar como una especie de guiño la presencia en el reparto de la excelente Lili Taylor, quien fuera una de las protagonistas del horrible remake de The Haunting perpetrado por Jan De Bont en 1999?—, a la no menos excelente Al final de la escalera (The Changeling, 1980, Peter Medak) —el balancín “viviente” recuerda a la silla de ruedas de esta última—, pasando, claro está, por Poltergeist (Fenómenos extraños)(Poltergeist, 1982, Tobe Hooper) —la muñeca “Annabelle” vendría a ser un equivalente de aquel mortífero payaso de trapo— y al final, inesperadamente, El exorcista (The Exorcist, 1973, William Friedkin). También es cierto que Wan y sus colaboradores no se olvidan de incluir algún toque de “modernidad” destinado a sellar Expediente Warren como una producción de 2013, pese a que su acción transcurre en el año 1971: la secuencia, a lo found footage, del descenso al sótano de la casa maldita de los protagonistas, Lorraine y Ed Warren (Vera Farmiga y Patrick Wilson), filmados “realistamente” por el agente Brad (John Brotherton), quien les sigue con una pequeña cámara grabadora y les ilumina con un foco.
Aun tratándose de una interesante película —la mejor contribución de Wan al fantastique junto con su subvalorada Silencio desde el mal (Dead Silence, 2007), y por encima de su anterior y (esta sí) algo sobrevalorada Insidious (ídem, 2010), cuya secuela, por cierto, probablemente veremos antes de que acabe el año—, soy del parecer que el entusiasmo desatado alrededor de Expediente Warren resulta un tanto desproporcionado en virtud de sus méritos reales (que los tiene), de ahí que, haciendo un poco de abogado del diablo (nunca mejor dicho), quisiera detenerme primero en sus defectos (que también los tiene). No me refiero, por descontado, a esa “falta de originalidad” que he apuntado líneas atrás, la cual no es un defecto en sí misma considerada y menos actualmente, en pleno imperio del cine posmoderno o quizá ya “post-posmoderno” (habrá que ir pensando en una nueva denominación); por otra parte, subrayo, puede verse en ese recurso a las convenciones tradicionales del género una actitud respetuosa hacia un determinado repertorio que el tiempo ha consolidado ya como un patrón cultural a seguir (y mejorar) por las nuevas generaciones de cineastas.
Mis reparos se dirigen más bien hacia ciertas debilidades de guión y determinados recursos de realización puestos a su servicio, que dañan la excelente construcción narrativa de la cual hace gala el film en su conjunto, sobre todo en su a mi entender demasiado “estirado” tercio final. Por ejemplo, no me termina de convencer el intento, parcialmente fallido, de conferirle densidad al personaje de Lorraine Warren, la médium cuya elevada sensibilidad a la hora de captar fuerzas malignas la atormenta; en primer lugar, porque la actriz que la interpreta y que tampoco me ha convencido nunca, Vera Farmiga, no transmite tormento interior alguno; buena prueba de ello reside en la crucial secuencia de la primera visita de los Warren a la casa de campo encantada de la familia Perron, que da pie —lamentablemente— a la peor idea de puesta en escena del film: esos típicos insertos con la foto quemada y el inevitable subrayado sonoro en los cuales se repiten los planos/contraplanos de la primera entrada de Lorraine en la casa, con la protagonista viendo cómo asoma por las espaldas de sus habitantes la siniestra sombra del ente maligno que se está adueñando del lugar; es un recurso efectista que, indirectamente, pone al descubierto la escasa potencia dramática de Farmiga, cuyas miradas la primera vez que vemos esos encuadres no transmiten lo que deberían. También me parece un error la inserción del feo flashback sobre el endemoniado que, al hilo de la explicación que Ed Warren le da a Roger Perron (Ron Livingston), “ilustra” el momento en que Lorraine se vio cara a cara con el Mal Total, el Horror Absoluto, marcándola de por vida: la insinuación en off visual hubiese sido más elegante y sugestiva. Otro exceso es la caída de Lorraine por el estrecho conducto de ventilación que conduce hasta el sótano de la casa, tan aparatosa que resulta inverosímil que el personaje salga de la misma sin hacerse ninguna herida de gravedad. Asimismo hay un exceso de situaciones-límite en el tercio final del relato, de cara a conseguir un clímax espectacular y casi operístico, una orgía de fuerzas malignas desatadas que Wan orquesta con talento, si bien con dificultades para mantener el ritmo (algunas fuentes afirman que existen entre 20 y 30 minutos adicionales que fueron recortados del montaje definitivo de 112 minutos): véase, sin ir más lejos, cómo se rompe la tensión del exorcismo que está teniendo lugar en el sótano mediante la inserción en paralelo de las escenas en las que el ayudante de los Warren, Drew (Shannon Kook), busca por la casa a la pequeña de los Perron, April (Kyla Deaver).
Una vez dado al diablo lo que es del diablo, y al César lo que es del César —la imagen de la invisible figura humana que se intuye durante unos segundos bajo una sábana al viento está tomada del director’s cutde Paul Verhoeven para El hombre sin sombra (Hollow Man, 2000), si bien es verdad que en Expediente Warren la misma tiene un sentido narrativo más lógico: dentro del mismo plano, y en virtud de un hábil reencuadre, la apariencia fantasmal bajo la sábana “salta” a la siniestra figura femenina que se intuye tras una ventana de la casa—, como digo, todo ello es pecata minuta a la vista de los aspectos positivos del film, que compensan con creces esos reparos. A pesar, vuelvo a insistir, del carácter un tanto formulario de la realización, en el sentido de que echa mano de recursos muy conocidos a estas alturas, ello no obsta para reconocer el excelente provecho que Wan sabe extraer de los mismos: el talento no consiste solamente en innovar, sino también en reaprovechar lo ya existente y lograr, como aquí, algo que a pesar de todo transmite frescura.
Hay muchas cosas buenas que anotar en el haber del film. El prólogo, la historia de la muñeca “Annabelle”, está resuelto con elegancia. La llegada de la familia Perron a su nuevo hogar introduce las notas justas de inquietud, tales como el plano, muy clásico, que muestra el vehículo deteniéndose frente a la casa, con la cámara colocada dentro de la misma y recogiendo su llegada a través de una ventana de sucios cristales (insinuando de este modo el punto de vista “sobrenatural” de aquello que está al acecho dentro de la vivienda); y el plano general fijo con cámara móvil que recorre las principales estancias de la planta baja de la casa, siguiendo los movimientos de los Perron y los de la mudanza, mostrándole al espectador lo que pronto se convertirá en el “campo de batalla” del relato. La práctica totalidad de los momentos de suspense que se crean alrededor de ese ente perverso que hace presa en la familia Perron tiene mucha fuerza: cabe anotar esas escenas en las cuales las niñas juegan a una variante del juego del escondite, con una de ellas recorriendo la casa con los ojos vendados mientras las demás la guían dando palmadas desde sus escondites, o estrechamente relacionada con lo anterior, la lograda secuencia del acoso a la madre, Carolyn Perron (Lili Taylor, como siempre, la mejor de la función), que culmina en ese escalofriante plano, tan sencillo y eficaz, de las manos que surgen de la oscuridad dando unas palmadas a la luz de las cerillas encendidas que sostiene la aterrorizada mujer … No menos notables son los momentos del acoso a las niñas, especialmente la siniestra incursión del ente —muy a lo The Haunting— en la habitación donde duermen las hermanas Christine (Joey King) y Nancy (Hayley McFarland), estirando de los pies de la primera hasta despertarla, para luego acechar en la oscuridad desde detrás de la misma puerta de su dormitorio, detalle este a la altura del mejor M. Night Shyamalan.  
Los detalles, abundantes, contribuyen a mantener el elevado interés de la función: sin ánimo de ser exhaustivo, el momento en que, en virtud de un asimismo sencillo plano/contraplano, Lorraine “ve” los pies colgando del espectro ahorcado justo a espaldas de su marido, también muy Shyamalan; la atmósfera tensa y expectativa que se sabe crear alrededor de objetos como la colección de siniestros recuerdos de sus casos que llena la planta baja de la casa de los Warren, o la cajita de música con espejito que centra, entre otros, el magnífico encuadre que cierra la película; el plano medio combinado con travelling casi completamente circular alrededor de Lorraine mientras examina “psíquicamente” las malas vibraciones procedentes del sótano la primera vez que baja al mismo, un recurso visual también muy explotado pero que aquí tiene la adecuada funcionalidad narrativa; el movimiento de cámara semicircular alrededor de la casa de los Perron atacada por los cuervos, que concluye en la ventana a ras del suelo por el cual entra violentamente una de esas aves, yendo a para al sótano donde se está celebrando un desesperado exorcismo… Estos y otros instantes de parejo nivel de calidad son los que justifican el prestigio no digo que inmerecido si bien algo desbordado del cual goza en estos momentos Expediente Warren, a pesar, vuelvo a repetir aun a riesgo de ponerme pesado, de que el film me parezca en su conjunto una especie de catálogo de casi todos los clichés sobre casas encantadas, sin perjuicio del placer que proporciona el reencuentro con los mismos gracias a la labor de un cineasta que, por descontado, les saca un óptimo provecho, casi “redescubriéndolos” (y, de paso, “redescubriéndoselos” al espectador), mediante la excelente aplicación de los recursos de su arte: el trabajo con el contenido del plano y la disposición de los actores dentro del mismo; la magnífica labor del director de fotografía John R. Leonetti; el empleo del sonido, bien sea insertándolo con intencionalidad dramática, o bien empleando con no menos acierto narrativo los silencios; la efectividad de los movimientos de cámara, bien sea para mostrar algo, o bien para crear una atmósfera de incomodidad (p. e., las panorámicas que, en un par de ocasiones, “enderezan” o “invierten” la imagen, apuntando la existencia de una realidad trastornada, literalmente “vuelta del revés”). Esa condición de catálogo se combina hábilmente, paliándola, con la efectividad de la ejecución.   

(1) Para más información puede consultarse: http://en.wikipedia.org/wiki/Ed_and_Lorraine_Warren
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