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“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de FEBRERO 2019, a la venta

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Alita: Ángel de combate (Alita: Battle Angel, 2019), producción de James Cameron dirigida por Robert Rodriguez, es la película que acapara la portada del núm. 398 de Imágenes de Actualidad. El extenso reportaje de este film se complementa con un retratode su protagonista, Rosa Salazar, y con el artículo Esto no hay quien lo anime.


Otros títulos destacados en portada son los reportajes de Destroyer: Una mujer herida(Destroyer, 2018, Karin Kusama), que se complementa con una entrevista con su protagonista, Nicole Kidman; Green Book (ídem, 2018), que se complementa con una entrevista con su director, Peter Farrelly; La Lego película 2 (The Lego Movie 2: The Second Part, 2019, Mike Mitchell y Trisha Gum), que se complementa con el artículo Legos en la materia; dentro de la sección Televisión, la tercera temporada de True Detective (ídem, 2018- ); y, dentro de la sección Primeras Fotos, los avances de Aladdin (ídem, 2019, Guy Ritchie), Hellboy (ídem, 2019, Neil Marshall) y la serie de televisión Cristal Oscuro: La era de la resistencia(The Dark Crystal: The Age of Resistance, 2019, Louis Leterrier).


El número se completa con los reportajes de Dragon Ball Super;: Broly (Doragon Boru Supa: Burori, 2018, Tatsuya Naganime), Cómo entrenar a tu dragón 3 (How to Train Your Dragon: The Hidden World, 2019, Dean DeBlois), Feliz día de tu muerte 2 (Happy Death Day 2U, 2019, Christopher Landon), Holmes & Watson (ídem, 2018, Etan Cohen), The Prodigy (ídem, 2018, Nicholas McCarthy), Verano del 84 (Summer of 84, 2018, RKSS), High Life (ídem, 2018, Claire Denis), White Boy Rick (ídem, 2018, Yann Demange), Mug (Twarz, 2018, Margorzata Szumowska), Cafarnaúm (Capharnaüm, 2018, Nadine Labaki), María, reina de Escocia (Mary, Queen of the Scots, 2018, Josie Rourke), y Una cuestión de género (On the Basis of Sex, 2018, Mimi Leder). Y con las secciones Televisión, donde también se habla de la primera temporada de la serie The Umbrella Academy(ídem, 2018) y el estreno en streamingde Lukas(ídem, 2018, Julien Leclerq); Además…, con otros estrenos del mes; Hollywood Boulevard, de Josep Parera, y Hollywood Babilonia, de Álex Faúndez; News; Stars; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Críticas; Libros, de Óscar Brox; y BSO y DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


Este mes comento en la sección Cult Movie la famosa película de Peter Weir El club de los poetas muertos (Dead Poets Society, 1989), con motivo del 30 aniversario de su estreno: “No debe entenderse como algo negativo cuando afirmamos que “El club de los poetas muertos” no es una película personal de Peter Weir, sino un encargo. El cine puede ser personal y no por eso ser bueno, y por el contrario, puede ser impersonal, mas no por ello malo. El propio Weir ha reconocido en infinidad de ocasiones, y sin ningún tipo de problema, que asumió la realización de “El club de los poetas muertos”, sencillamente, porque le gustaba el guión de Tom Schulman, y porque de este modo ocupaba un año de tiempo mientras preparaba el film que quería hacer a continuación, “Matrimonio de conveniencia”, este sí, aunque a simple vista no lo parezca, una obra más personal, más «weireana» (y perdón por la palabreja), que “El club de los poetas muertos””.


También firmo la crítica de la, para mí, muy mediocre, terriblemente decepcionante Bumblebee(ídem, 2018, Travis Knight): cuesta creer que la ha dirigido el mismo realizador de la extraordinaria Kubo y las dos cuerdas mágicas



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“DIRIGIDO POR…” de FEBRERO 2019, ya a la venta

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Dirigido por…, núm. 496, destaca en su portada sus dos principales contenidos: un dossierdedicado a Lars von Trier. Arte y provocación, y la primera entrega de un dossier dividido en dos partes sobre El cine alemán bajo el nazismo.


El dossier Lars von Trier, coordinado por Quim Casas, consta de los siguientes artículos: Desafíos, dogmas y paradojas (Quim Casas), La “trilogía” europea. “El elemento del crimen”, “Epidemic” y “Europa”(Israel Paredes Badía), La trilogía Corazón de Oro. “Rompiendo las olas”, “Los idiotas” y “Bailar en la oscuridad” (Gerard Casau), “El reino” I y II. Tragicomedia en dos actos (y una versión americana) (Tonio L. Alarcón), Estados Unidos somos todos. “Dogville” y “Manderlay”(Elisa McCausland y Diego Salgado), Trilogía de la depresión. “Anticristo”, “Melancolía” y “Nymphomaniac” (que ha escrito un servidor), Los prólogos e intermedios del demiurgo. “Medea”, “Cinco condiciones” y “El jefe de todo esto”(Ángel Sala), y La casa de Jack. Don’t you come back no more (Joaquín Vallet Rodrigo).


La primera entrega del dossierEl cine alemán bajo el nazismo, asimismo coordinado por Quim Casas, se compone del artículo El cine nacionalsocialista. El cine como propaganda [Marco da Costa], y de las antologías de El flecha Quex (Hans Steinhoff, 1933) [Héctor G. Barnés], Viktor und Victoria (Reinhold Schünzel, 1933) [Joaquín Vallet Rodrigo], Oro(Karl Hartl, 1934) [Quim Casas], El hijo perdido (Luis Trenker, 1934) [Nicolás Ruiz], El triunfo de la voluntad (1934) + Olimpiada (1938), ambas de Leni Riefenstahl [Carles Balagué], Fährmann Maria (Frank Wysbar, 1936) [Emilio M. Luna], Los Rothschild (Erich Waschneck, 1940) [Héctor G. Barnés], El judío Süss (Veit Harlan, 1940) [Joaquín Vallet Rodrigo], Ohm Krüger (Hans Steinhoff, 1941) [Israel Paredes Badía] y Romanza en tono menor (Helmut Käutner, 1943) [Juan Carlos Vizcaíno Martínez].


También aparecen destacadas en portada las extensas reseñas dedicadas a Green Book (ídem, 2018, Peter Farrelly) [Diego Salgado], High Life (ídem, 2018, Claire Denis) [Ángel Sala], El libro de imágenes (Le livre d’images, 2018, Jean-Luc Godard) [Israel Paredes Badía] y Destroyer: Una mujer herida(Destroyer, 2018, Karyn Kusama) [Álvaro Peña]; y, dentro de la sección Streaming/ TV, los comentarios de la miniserie La chica del tambor (The Little Drummer Girl, 2018, Park Chan-wook) [Quim Casas] y de Black Mirror: Bandersnatch (ídem, 2018, David Slade) [que he escrito yo].


Otros contenidos son las reseñas destacadas de Glass (Cristal) (Glass, 2019, M. Night Shyamalan) [Quim Casas], El blues de Beale Street (If Beale Street Could Talk, 2018, Barry Jenkins) [Quim Casas], Mug (Twarz, 2018, Malgorzata Szumowska) [Joaquín Vallet Rodrigo], White Boy Rick (ídem, 2018, Yann Demange) [Israel Paredes Badía], El vicio del poder (Vice, 2018, Adam McKay) [Quim Casas] y María, reina de Escocia (Mary, Queen of the Scots, 2018, Josie Rourke) [Israel Paredes Badía]. La sección In Memoriam, que este mes recuerda a Mrinal Sen. El cineasta del compromiso (Joaquín Vallet Rodrigo). Los comentarios, también dentro de la sección Streaming / TV, de la serie de televisión La tierra de las mareas (Tidelands, 2018) y el film La sirenita (The Little Mermaid, 2018, Blake Harris y Chris Bouchard) [comentados conjuntamente por mí], y la serie Wild Wild Country (ídem, 2018, Chapman y Maclain Way) [Joaquín Torán]. La sección Críticas, con reseñas de otros estrenos. La sección Home Cinema, con comentarios de novedades en formato domésticos a cargo de Quim Casas y Ramón Alfonso. La sección Libros, con comentarios de novedades bibliográficas escritos por Quim Casas, Israel Paredes Badía y Óscar Brox. La sección Banda Sonora, de Joan Padrol. Y la sección En busca del cine perdido, en la cual Juan Carlos Vizcaíno Martínez analiza Bedelia(1946), de Lance Comfort.


Ya he avanzado que he contribuido al dossierLars von Trier con el artículo Trilogía de la depresión. “Anticristo”, “Melancolía” y “Nymphomaniac”, donde hablo –a falta de haber visto La casa de Jacken el momento de escribir estas líneas– de las que me parecen las tres mejores películas de este director, sobre todo Anticristoy Nymphomaniac.


También comento, para la sección Streaming / TV, el más que interesante episodio de Black Mirror: Bandersnatch que ha dirigido David Slade, mas un comentario conjunto de la serie La tierra de las mareas y la película La sirenita.


Y, para la sección de críticas, firmo los comentarios de Creed II: La leyenda de Rocky (Creed II, 2018, Steven Caple Jr.) y Cambio de reinas (L’échange des princesses, 2017, Marc Dugain).


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“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” (+ “ALITA: ÁNGEL DE COMBATE”) + “DIRIGIDO POR…” MARZO 2019, a la venta

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Como no podía ser de otro modo, Capitana Marvel (Captain Marvel, 2019) es la película de portada del núm. 399 de Imágenes de Actualidad. El reportaje de este film se complementa con entrevistascon su protagonista, Brie Larson, y sus realizadores, Anna Boden y Ryan Fleck, y con un artículo sobre el personaje en los cómics, ¡Oh capitán, mi capitán!


También se destacan en portada los estrenos de Dolor y gloria (2019), de Pedro Almodóvar; El niño que pudo ser rey(The Boy Who Would Be King, 2019, Joe Cornish), que se complementa con el artículo Más Arturos que en el cielo; 70 binladens (2019), que se complementa con una entrevista con su director, Koldo Serra; y Nosotros (Us, 2019, Jordan Peele).


El número se completa con los reportajes de Mirai, mi hermana pequeña (Mirai no Mirai, 2018, Mamoru Hosoda), La noche devora el mundo (La nuit a dévoré le monde, 2018, Dominique Rocher), Escape Room (ídem, 2019, Adam Robitel) –que se complementa con el artículo Sin escape (ganar o morir)–, Feedback(2019) –que se complementa con una entrevistacon su director, Pedro C. Alonso–, Bienvenidos a Marwen (Welcome to Marwen, 2018, Robert Zemeckis), El Gordo y el Flaco (Stan & Ollie) (Stan & Ollie, 2018, Jon S. Baird), Van Gogh, a las puertas de la eternidad (At Eternity’s Gate, 2018, Julian Schnabel), Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo(Beautiful Boy, 2018, Felix van Groeningen), Maya (ídem, 2018, Mia Hansen-Love) y La mujer de la montaña (Kona fer i strid, 2018, Benedikt Erlingsson). Y con las secciones Televisión, donde se comenta el estreno en streamingde La protectora (Close, 2019, Vicki Jewson), The Boy Who Harnessed the Wind(ídem, 2019, Chiwetel Ejiofor) y ¿No es romántico? (Isn’t It Romantic?, 2019, Todd Strauss-Schulson); Además…, con otros estrenos del mes; Hollywood Boulevard, de Ramón Cudeiro, y Hollywood Babilonia, de Héctor Adama; News; Stars; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Críticas; Libros, de Óscar Brox; y BSO y DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


Con motivo del estreno de Mula (The Mule, 2018), recupero en la sección Cult Movie una de las más famosas incursiones de Clint Eastwood en el género del thriller: En la línea de fuego (In the Line of Fire, 1993, Wolfgang Petersen): “Por más que, como hemos visto, la película no fue inicialmente concebida a la medida de Clint Eastwood, está muy claro que la incorporación a la cabecera de reparto de la estrella de “Sin perdón” condicionó el resultado: “En la línea de fuego” hubiese sido otro film con Hoffman, Redford, Connery, Caan, Jones, Hackman o Kilmer. Eastwood imprime a Frank Horrigan ese estilo lacónico tan característico del intérprete del Hombre Sin Nombre de los “eurowesterns” italianos de Sergio Leone y del protagonista de “Harry el sucio” (Don Siegel, 1971). A ello hay que sumar, cómo no, la presencia en la banda sonora de Ennio Morricone”.


Mi contribución a este número de Imágenes de Actualidad se cierra con las críticas de Alita: Ángel de combate(Alita: Batle Angel, 2019, Robert Rodriguez), de la cual ofrezco aquí y a continuación su versión íntegra, y de la popular y oscarizadaGreen Book (ídem, 2018, Peter Farrelly).



La cyborg de Zalem: “ALITA: ÁNGEL DE COMBATE”, de ROBERT RODRÍGUEZ
Robert Rodriguez puede gustar o no (a mí, particularmente, poco), pero hay que reconocerle su habilidad para adaptarse a conveniencia a los creadores con los que en ocasiones ha colaborado y que le superan en cuanto a estilo y personalidad, bien sea Quentin Tarantino (para quien dirigió Abierto hasta el amanecer, y junto al cual participó en el proyecto colectivo Four Rooms), Frank Miller (las dos entregas de Sin City), y ahora James Cameron, coguionista y coproductor de un proyecto que durante años estuvo tentado de hacer el propio Cameron poniéndose tras las cámaras y que el autor de Titanic ha preferido dejar correr, en beneficio de las secuelas de Avatar, cediendo las riendas de la dirección a Rodriguez. El resultado, Alita: Ángel de combate, adaptación del famoso manga de Yukito Kushiro, es posiblemente la mejor película de Rodriguez hasta la fecha.


Alita: Ángel de combate, the movie, supone una singular fusión, tan arriesgada como conseguida, entre los estilos de Rodriguez y Cameron: nos hallamos ante un relato de acción futurista que bebe a tragos largos de la fascinación por la tecnología del firmante de Terminator y Terminator 2: El juicio final, de las cuales el film de Rodriguez recupera en parte su discurso en torno a la humanización de las máquinas y la maquinización de los seres humanos. Su protagonista, Alita (Rosa Salazar), es una cyborg cuyos pedazos fueron lanzados desde lo alto de la ciudad flotante de Zalem, siendo recogidos por el Dr. Dyson Ido (Christoph Waltz), un científico especialista en cibernética que la reconstruyó y le insufló de nuevo la vida. Pero este planteamiento «tan Cameron» está resuelto por Rodriguez con una agradable ausencia de pretensiones, no exenta, a pesar de ello, de bellas imágenes y buenos momentos de puesta en escena. Por otro lado, ¿cabe interpretar como una ironía metafílmica el hecho de que el gran villano oculto de la función, Nova (un no acreditado Edward Norton), guarde un notable parecido físico con Cameron, convertido –como el soberano de Zalem– en una especie de gurú de la tecnología (cinematográfica) que reina sobre los (cineastas) pobres hacinados a sus pies en lo que se conoce como la Ciudad de Hierro?


Elucubraciones personales aparte, Alita: Ángel de combate–la cual, aviso para navegantes, concluye con un final abierto, de cara a las preceptivas secuelas–, es la película más elegante y fluida, narrativamente hablando, de su director. Sorprende, con agrado, la sencillez con que Rodriguez resuelve el proceso de creación de Alita y su proceso de descubrimiento del mundo, filmado con eficacia y montado con elegancia. La futurista Ciudad de Hierro está vista con sentido de lo cotidiano, a pesar de la espectacularidad del diseño de producción y la brillantez de los efectos visuales (por una vez y sin que sirva de precedente, ver este film en 3D es una experiencia gratificante). Hay un evidente cariño en el trazado de los personajes, tanto los de Alita, Ido o Hugo (Keenan Johnson), el muchacho con el cual Alita vivirá su primer amor (platónico, cierto: la película tampoco se atreve a entrar en ciertas escabrosidades), como incluso en lo que se refiere a los villanos –Vector (Mahershala Ali), los cyborgs Zapan (Ed Skrein) y Grewishka (Jackie Earle Haley)–, o a los más ambiguos –Chiren (Jennifer Connelly), la exesposa de Ido y colaboradora de Vector–, reforzado por la excelente labor de los intérpretes. Y, sobre todo, hay un cuidado en la construcción de los encuadres y en la dosificación de las (magníficas) secuencias de acción, que convierten a Alita: Ángel de combate en un título inesperadamente logrado, por encima de lo que se podía esperar de él. El único «pero» que se le podría echar en cara es su excesiva dependencia de antecedentes previos –Blade Runner, RoboCop o, en particular, el Steven Spielberg de A.I. Inteligencia artificialy Ready Player One, una obra maestra cuya influencia ya se hacía notar en la producción animada Ralph rompe Intenet–, pero que no consiguen estropear el interés del resultado.



Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar, es la película que acapara la portada del núm. 497 de Dirigido por… Firma su reseña Israel Paredes Badía.


Otras extensas críticas destacadas en la tapa son las de Mula, de Clint Eastwood, y Van Gogh, a las puertas de la eternidad, de Julian Schnabel, ambas a cargo de Quim Casas, y Bienvenidos a Marwen, de Robert Zemeckis, que comenta Israel Paredes Badía.


También se destacan en la portada sendos artículos dedicados a Narciso Ibáñez Serrador. Cartas de amor al fantástico, que ha escrito un servidor, y a la reivindicada Alice Guy. Pionera y misterio, que se complementa con una entrevista con su tataranieta, Alice-Guy Peeters, todo ello elaborado por Elisa McCausland y Diego Salgado.


Finalmente, destacamos la segunda y última entrega del dossier El cine alemán bajo el nazismo (que tomen nota los directores españoles, y sobre todo, que no se desanimen: aunque en un país gobierne la extrema derecha, también puede hacerse buen cine), el cual consta del artículo de Marco da Costa El “star system” de Goebbels, y las antologías de Allotria (Willi Forst, 1936) [Juan Carlos Vizcaíno Martínez], La golondrina cautiva + La habanera(Douglas Sirk, 1937) [Israel Paredes Badía], Sherlock Holmes (Karl Hartl, 1937) [Diego Salgado], El tigre de Esnapur / La tumba india(Richard Eichberg, 1938) [Quim Casas], Dunia, la novia eterna (Gustav Ucicky, 1940) [Ángel Sala], Stukas (Karl Ritter, 1941) [Diego Salgado], El Gran Rey (Veit Harlan, 1942) [Nicolás Ruiz], Las aventuras del barón Munchhausen (Josef von Báky, 1943) [escrita por mí], Titanic(Herbert Selpin, 1943) [también mía], Paracelsus (G.W. Pabst, 1943) [Tonio L. Alarcón], Ensueño (Harald Braun, 1944) [Nicolás Ruiz], Kolberg(Veit Harlan, 1945) [Emilio M. Luna], Tierra baja (Leni Riefenstahl, 1954) [Carles Balagué] y el documental Prisionero del paraíso (Malcolm Clarke y Stuart Sender, 2002) [Rafel Miret].


El número se completa con las reseñas también destacadas de Alita: Ángel de combate [Quim Casas], 70 binladens [Tonio L. Alarcón], Maya [que también he escrito yo] y Pájaros de verano(Ciro Guerra y Cristina Gallego, 2018) [Emilio M. Luna]. La crónica del Festival de Berlín 2019[Ángel Sala y Albert Galera]. El artículo Two Virgins. El cine de Yoko Ono y John Lennon [Ramón Alfonso]. La sección Críticas, con otras reseñas de estrenos del mes. La sección Opinión, donde hablo de El Óscar y el estado de las cosas. La sección In Memoriam, dedicada a Jonas Mekas y Dusan Makavejev [Ramón Alfonso]. La sección Streaming / TV, con comentarios de Velvet Buzzsaw (ídem, 2019, Dan Gilroy) [Quim Casas], Sex Education T.1 (ídem, 2019- ) [asimismo firmado por mí], la serie Ash vs. Evil Dead (ídem, 2015-2018) [Joaquín Torán], la serie Conversaciones con asesinos: Las cintas de Ted Bundy (Conversations with a Killer: The Ted Bundy Tapes, 2019, Joe Berlinger) [Quim Casas], Fuego abierto (Nobi, 2014, Shinya Tsukamoto) [Nicolás Ruiz], High Flying Bird (ídem, 2019, Steven Soderbergh) [Quim Casas], la serie Kingdom (ídem, 2019- ) [Nicolás Ruiz], Succession T.1 (ídem, 2018- ) [Joaquín Torán] y la serie Channel Zero: The Dream Door (ídem, 2018) [Joaquín Torán]. La sección Home Cinema, con comentarios de Juan Carlos Vizcaíno Martínez y Ramón Alfonso. La sección Libros, con comentarios de Quim Casas, Israel Paredes Badía y Óscar Brox. La sección Banda Sonora, de Joan Padrol. Y la sección Cinema Bis, donde comento el film de Steve De Jarnatt 70 minutos para huir (Miracle Mile, 1988).


Mi contribución a este número de Dirigido por… consiste, como ya he mencionado, en el artículo Narciso Ibáñez Serrador. Cartas de amor al fantástico, donde me centro en su producción audiovisual de temática fantástica, esto es, la serie Historias para no dormiry los largometrajes La residencia y ¿Quién puede matar a un niño?


También firmo un par de antologías para la segunda parte del dossierdedicado a El cine alemán bajo el nazismo: las de Las aventuras del barón Munchhausen y Titanic.


Hablo, en la sección Opinión, de El Óscar y el estado de las cosas.


Comento, para Streaming / TV, la muy simpática serie Sex Education, que está bastante por encima de lo que uno podía esperarse de ella.


He escrito, asimismo, la reseña, destacada, de Maya, de Mia Hansen-Love, y las reseñas para la sección Críticas de El candidato (The Front Runner, 2018, Jason Reitman), Cómo entrenar a tu dragón 3 (How To Train Your Dragon: The Hidden World, 2019, Dean DeBlois) y Feliz día de tu muerte 2(Happy Death Day 2U, 2019, Christopher Landon).


Y, para la sección Cinema Bis, una película, para mí, excelente: 70 minutos para huir, de Steve De Jarnatt.


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N.º 400 de “IMÁGENES DE ACTUALIDAD”, a la venta

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Imágenes de Actualidad alcanza este mes de abril de 2019 su n.º 400, efeméride que celebramos de una manera muy especial, en primer lugar, con un artículo conmemorativo, y luego, dedicando la portada al estreno de la octava y última temporada de Juego de tronos, cuyo reportaje se complementa con una entrevista con una de sus estrellas, Kit Harington.


Otros contenidos destacados en portada son los reportajes dedicados a Dumbo (ídem, 2019), el cual se complementa con una entrevista con su director, Tim Burton; Vengadores: Endgame (Avengers: Endgame, 2019, Anthony y Joe Russo), que se complementa a su vez con el artículo dedicado a los artistas gráficos españoles que trabajan para la Casa de las Ideas Marvel made in Spain; ¡Shazam! (Shazam!, 2019, David F. Sandberg); la nueva versión de Cementerio de animales (Pet Sematary, 2019, Kevin Kölsch y Dennis Widmyer), que se complementa con el artículo en torno a otras obras de Stephen King que han sido adaptadas en un par de ocasiones, Dos veces King; la sección de Televisión, que además de Juego de tronos habla de la serie española Justo antes de Cristo (2019), en un reportaje complementado a su vez con una entrevista con sus creadores, Pepón Montero y Juan Maidagán; y los avances, dentro de la sección Primeras Fotos, de Érase una vez en… Hollywood (Once Upon a Time in Hollywood, 2019, Quentin Tarantino) y Spider-Man: Lejos de casa (Spider-Man: Far from Home, 2019, Jon Watts).


Completando el número, hallamos también reportajes de: La espía roja (Red Joan, 2018, Trevor Nunn), La Llorona (The Curse of La Llorona, 2019, Michael Chavez), Quiero comerme tu páncreas (Kimi no suizou o tabetai, 2018, Shin’ichiro Ushijima), Identidad borrada (Boy Erased, 2018), de y con Joel Edgerton, Asher (ídem, 2018, Michael Caton-Jones), Gracias a Dios (Grâce à Dieu, 2019, François Ozon), Mentes brillantes (Première année, 2018, Thomas Lilti), y 7 razones para huir (7 raons per fugir, 2019, Esteve Soler, Gerard Quinto y David Torras). Y, también, las secciones habituales: Además…, con otros estrenos del mes; Hollywood Boulevard, de Ramón Cudeiro, y Hollywood Babilonia, de Héctor Adama; News; Stars; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Críticas; Libros, de Óscar Brox; y BSO y DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


Este mes, el Cult Movie es doblemente especial. No solo porque gire alrededor de un famoso film del cual este año se cumple el 50 aniversario de su estreno: Cowboy de medianoche (Midnight Cowboy, 1969), de John Schlesinger: “un título un tanto paradójico, habida cuenta de que por un lado se le nota mucho su carácter coyuntural, pero al mismo tiempo el hecho de que sea un film tan anclado en una determinada época del cine norteamericano en lo que a temáticas y estética se refiere le proporciona un atractivo adicional visto a ojos de hoy”. A ello hay que unir el hecho de que, el próximo 21 de abril, dicha película será proyectada en el espectacular cine Phenomena Experience de Barcelona, en una sesión especial especialmente dedicada al n.º 400 de la revista. De ahí que, en esta ocasión, el Cult Movie se complemente con unaentrevistacon el responsable de Phenomena Experience, Nacho Cerdà.


Mi contribución se cierra con un par de críticas: la de la simpática El Gordo y el Flaco (Stan & Ollie) (Stan & Ollie, 2018, Jon S. Baird), y la de la película de zombis más aburrida de la historia del cine fantástico, La noche devora el mundo (La nuit a dévoré le monde, 2018, Dominique Rocher).


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“DIRIGIDO POR…” ABRIL 2019, a la venta

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Con evidente retraso por mi parte (acostumbro a hacer este tipo de anuncio coincidiendo con la reciente salida de la revista al mercado), Dirigido por... publica su núm. 498, dedicando su bella portada de abril a la primera entrega de un dossier en dos partes dedicado a otro de los grandes cineastas del conocido como Hollywood Clásico: Otto Preminger. Entre la autoría y la popularidad.


La primera parte de este dossier se compone de los siguientes artículos temático-recopilatorios en torno a las primeras etapas de su carrera como realizador: Preminger antes de “Laura” (Quim Casas), El film “noir”(Joaquín Vallet Rodrigo), Ecos lubitschianos, nostalgia y melancolía(Juan Carlos Vizcaíno Martínez), Mujeres frente al amor (Ricardo Aldarondo) y Argumentos polémicos: Sexualidad y drogadicción (Diego Salgado).


El estreno de Dobles vidas (Doubles vies, 2018), cuya reseña firma Albert Galera, nos ha dado pie a dedicarle un dossier a su realizador: Olivier Assayas. Maestro del cine francés contemporáneo, el cual se compone de los siguientes textos, asimismo, temático-recopilatorios de las diversas etapas de su filmografía: Adolescentes en conflicto (Israel Paredes Badía), Escritos, músicas y el cine desde el cine (Quim Casas), Años de madurez (que ha escrito un servidor) y Entre el pasado y el futuro (Óscar Brox).


También  destacan las reseñas de Gracias a Dios(Grâce à Dieu, 2018, François Ozon) (Israel Paredes Badía), Largo viaje hacia la noche (Di qiu zui hou de ye wan, 2018, Bi Gan) (Ramón Alfonso), Dumbo (ídem, 2019, Tim Burton) (Quim Casas) y Nosotros(Us, 2019, Jordan Peele) (Quim Casas); y el artículo In Memoriamdedicado a Stanley Donen. El musical pierde a su último representante(Rafel Miret).


El número se completa con las reseñas también destacadas de Keepers: El misterio del faro (Keepers / The Vanishing, 2018, Kristoffer Nyholm) (también escrita por mí), Identidad borrada (Boy Erased, 2018, Joel Edgerton) (Israel Paredes Badía), 7 razones para huir(Gerard Quinto, Esteve Soler y David Torras) (Joaquín Vallet Rodrigo), y Mentes brillantes (Première année, 2018, Thomas Lilti) (Nicolás Ruiz). Críticas, con otras reseñas de estrenos del mes. Panorámica, con el artículo El interés del cine rumano(Augusto M. Torres). Streaming / TV, con comentarios de Berlín Alexanderplatz (Berlin Alexanderplatz, 1980, Rainer Werner Fassbinder) (Ramón Alfonso), True Detective T.3(True Detective III, 2019) (Quim Casas), Triple frontera (Triple Frontier, 2019, J.C. Chandor) (que firmo yo), Muñeca rusa T.1(Russian Doll, 2019) (Nicolás Ruiz), ¿No es romántico? (Isn't It Romantic, 2019, Todd Strauss-Schulson) (también mía), Brexit(ídem, 2019, Toby Haynes) (Héctor G. Barnés) y La orden T.1 (The Order, 2019) (asimismo mía).  Home Cinema, con comentarios de Juan Carlos Vizcaíno Martínez y Ramón Alfonso. Libros, con comentarios de Quim Casas, Israel Paredes Badía y Óscar Brox. Banda Sonora, de Joan Padrol. Y En busca del cine perdido, donde Juan Carlos Vizcaíno Martínez analiza Road Gang (Louis King, 1936).


Como ya he señalado, mi contribución a este número de Dirigido por...consiste, en primer lugar, en el artículo Años de madurez, para el dossierOlivier Assayas, donde comento Finales de agosto, principios de septiembre, Les destinées sentimentales, Demonlover, Clean y Boarding Gate.


También firmo las críticas de Keepers: El misterio del faro, Feedback(ídem, 2019, Pedro C. Alonso) y El niño que pudo ser rey (The Kid Who Would Be King, 2019, Joe Cornish).


Y para la sección Streaming / TV, los comentarios de Triple frontera, ¿No es romántico? y la serie La orden.


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“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” + “DIRIGIDO POR…” MAYO 2019, a la venta

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La nueva versión, o reboot, de Hellboy (ídem, 2019, Neil Marshall) acapara la portada del núm. 401 de Imágenes de Actualidad. El extenso reportaje en torno a este film se completa con una entrevista con su protagonista, David Harbour, y el artículo en torno al original gráfico Heredero de los infiernos.


Destacan asimismo en portada los estrenos de la nueva versión en imagen real de Aladdin (ídem, 2019, Guy Ritchie), que se complementa con el retratode su protagonista femenina, Naomi Scott, y de Pokémon: Detective Pikachu (ídem, 2019, Rob Letterman), que se complementa con el artículo sobre la franquicia ¡Te elijo a ti!, así como una entrevistacon los realizadores Anthony y Joe Russo, con motivo del estreno de Vengadores: Endgame.


El número se completa con los reportajes de Keepers: El misterio del faro (Keepers/ The Vanishing, 2018, Kristoffer Nyholm), El año de la plaga (Carlos Martín Ferrera, 2018), Los hermanos Sisters (The Sisters Brothers, 2018, Jacques Audiard), Okko, el hostal y sus fantasmas (Waka Okami Wa Shigakusei!, 2018, Kitaro Kosaka), El hijo (Brightburn, 2019, David Yarovesky), que se complementa con el artículo Superhéroes del mal rollo, Casi imposible (Long Shot, 2018, Jonathan Levine), Un hombre fiel (L’homme fidèle, 2018, Louis Garrel), La viuda (Greta, 2018, Neil Jordan), La última lección (L’heure de la sortie, 2018, Sébastien Marnier), y La tragedia de Peterloo (Peterloo, 2019, Mike Leigh, y con el reportaje especial dedicado a Larry Cohen, genio y figura. A todo ello hay que añadir las secciones Además…, con otros estrenos del mes; Televisión, donde se comenta los estrenos en streaming de Réplicas (Replicas, 2018, Jeffrey Nachmanoff) y El tutor (Diego Arjona, 2018); Porque lo digo yo, de Josep Parera; Hollywood Babilonia, de Héctor Adama; News; Stars; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Críticas; Libros, de Óscar Brox y Tonio L. Alarcón; y BSO y DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


Este mes he dedicado el Cult Movie a un título, creo yo, divertido: Golpe en la Pequeña China (Big Trouble in Little China, 1986), de John Carpenter: “Dentro de la filmografía de John Carpenter, “Golpe en la Pequeña China” ocupa un lugar cercano al de su díptico dedicado a Plissken el Serpiente: “1997: Rescate en Nueva York” y “2013: Rescate en Los Ángeles”: la presencia de Kurt Russell protagonizando las tres películas no es en absoluto casual. Del mismo modo que, sobre todo la primera de las mencionadas, era un sentido homenaje al cine de género, erigiéndose en una calculada mezcla de “western”, “thriller” y ciencia ficción, “Golpe en la Pequeña China” vuelve a ser otro “mix” genérico, en este caso del cine de artes marciales y también fantástico de Hong Kong, combinado con toques de relato “pulp”, de nuevo el “western” y de los seriales de aventuras norteamericanos de los años 30 y 40. Lo cual sirvió para que se la considerara, equivocadamente, como una mera imitación de Indiana Jones, cuando en realidad lo que ocurría era/ es que la película de Carpenter y las de Steven Spielberg producidas por George Lucas compartían/ comparten las mismas fuentes de inspiración”.


Cierro mi contribución a este número con la crítica de la más que simpática Dumbo (ídem, 2019, Tim Burton).




La segunda y última parte del dossierdedicado a Otto Preminger acapara la portada del núm. 499 de Dirigido por…


Dicha segunda entrega se compone de los siguientes artículos: Los musicales(Carles Balagué), Géneros versus melodrama (Juan Carlos Vizcaíno Martínez), Jean Seberg según Otto Preminger: la construcción de un icono(Valerio Carando), La modernización del thriller judicial (Héctor G. Barnés), La superproducción comprometida(que ha escrito un servidor), El drama como puzle: “El rapto de Bunny Lake” (Quim Casas), Buscando una nueva identidad (Israel Paredes Badía), Espías sin identidad (Ángel Sala), Los músicos (Joan Padrol), Grafismo y relato en Saul Bass (Quim Casas) y filmografía.


El número también incluye las críticas destacadas de Vengadores: Endgame (Quim Casas), La tragedia de Peterloo (Israel Paredes Badía), que se complementa con una entrevista con su director, Mike Leigh (Quim Casas), Los hermanos Sisters (Quim Casas), La viuda (Jordi Ardid) y Sombra(Shadow, 2018, Zhang Yimou) (Ángel Sala).


Otros destacables contenidos son las reseñas de An Elephant Sitting Still (Da xiang xi di er zuo, 2018, Hu Bo), ¡Shazam!(Shazam!, 2019, David F. Sandberg) (Elisa McCausland y Diego Salgado), El bailarín (The White Crow, 2018, Ralph Fiennes) (Quim Casas) y Love Me Not (Lluís Miñarro, 2019) (Rafel Miret). Los artículos In Memoriam dedicados a Agnès Varda. Dos o tres cosas que sé de ella (Ramón Alfonso) y a Larry Cohen. El horror independiente (Joaquín Vallet Rodrigo). La sección Críticas, con reseñas de otros estrenos cinematográficos del mes. Streaming / TV, con comentarios de la serie Love, Death & Robots (ídem, 2019- ), escrito por mí, Emboscada final (The Highwaymen, 2019, John Lee Hancock), también escrito por mí, la miniserie Press (ídem, 2018) (Joaquín Torán), The Dirt (ídem, 2019, Jeff Tremaine), la serie Lo que hacemos en las sombras(What We Do in the Shadows, 2019- ) (Tariq Porter), Fruitvale Station (ídem, 2013, Ryan Coogler) (Nicolás Ruiz), The Silence (ídem, 2019, John R. Leonetti) (Joaquín Torán), El tutor (Tonio L. Alarcón) y The Giver (ídem, 2014, Phillip Noyce) (Joaquín Vallet Rodrigo). Home Cinema, con comentarios de novedades en formato físico escritos por Juan Carlos Vizcaíno Martínez, Nicolás Ruiz y Ramón Alfonso. Libros, con comentarios de novedades editoriales a cargo de Quim Casas, Israel Paredes Badía y Óscar Brox. Banda Sonora, de Joan Padrol. Y Cinema Bis, donde comento Inocentada sangrienta (April Fool’s Day, 1986, Fred Walton).


Como he avanzado, mi contribución a este número consiste, en primer lugar, en un artículo para el dossier dedicado a Otto Preminger, La superproducción comprometida, donde comento Éxodo (Exodus, 1960), El cardenal (The Cardinal, 1963), La noche deseada (Hurry Sundown, 1967) y Rosebud (Desafío al mundo) (Rosebud, 1975).


Comento, para la sección Streaming / TV, la serie de animación Love, Death & Robots y el film de John Lee Hancock Emboscada final.


Para la sección Críticas, firmo la reseña de Cementerio de animales (Pet Sematary, 2019, Kevin Kölsch y Dennis Widmyer).


Y, para Cinema Bis, la insólita Inocentada sangrienta.

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Terror en el molino: “IL MULINO DELLE DONNE DI PIETRA”, de GIORGIO FERRONI

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[NOTA BENE: EL PRESENTE TEXTO ES LA VERSIÓN ÍNTEGRA DE MI COMENTARIO DE ESTE MISMO FILM PUBLICADO EN “DIRIGIDO POR…”, NÚM. 495, ENERO 2019, SECCIÓN CINEMA BIS (1).] 


Como recuerda con acierto Luigi Cozzi en la edición italiana en DVD de Il mulino delle donne di pietra (1960) a cargo de la firma Sinister Film (sic), esta película dirigida y en parte escrita por Giorgio Ferroni (1908-1981) guarda claro ecos estéticos del cine de terror de Hammer Films: su excelente fotografía, firmada por Pier Ludovico Pavoni, hace gala de una brillante paleta cromática que certifica la reputación del film como primera película del cine de terror italiano rodada en color. Pero no es esa la única referencia que podemos rastrear en Il mulino delle donne di pietra: nada más empezar el film, en su primera secuencia, un barquero a la orilla de un río llamando a la embarcación usando una campana hace pensar, fugazmente, en una célebre imagen de La bruja vampiro (Vampyr, 1932, Carl Theodor Dreyer). La trama guarda indiscutibles ecos de los célebres “crímenes del museo de cera”, populares sobre todo gracias a las adaptaciones firmadas por Michael Curtiz en 1933 y por André de Toth en 1953. Por otro lado, y siguiendo aquí al especialista transalpino Roberto Curti, parece ser que, aunque en sus títulos de crédito consta que Il mulino delle donne di pietra está basada en un relato del escritor holandés Pieter van Weigen “publicado en el libro “Flemish Tales”” (sic), lo cual resulta plausible a simple vista dado que la película está ambientada en la Holanda de finales del siglo XIX, la realidad es que ni ese autor ni ese volumen han existido nunca (2). Eso explica que en la mayoría de las fuentes no figuren con claridad sus guionistas, si bien hay cierta coincidencia en señalar entre estos a Remigio Del Grosso, Ugo Liberatore, Giorgio Stegani y al propio Ferroni, a los cuales se añade Louis Souvat como responsable de los diálogos de la versión francesa, dado que Francia era país coproductor. A pesar de ello, y más allá de su condición de exploit de éxitos anteriores del cine de horror, dado su carácter de modesta producción bis, a la película de Ferroni no le faltan méritos en sí misma considerada.


Como digo, Il mulino delle donne di pietratranscurre en los últimos años de la Holanda decimonónica, una elección de escenario alejado de Italia característica del cine de terror italiano en esos primeros años de existencia –y de otros géneros populares cultivados en Italia por esa misma época, como el western  o la ciencia ficción–, como bien demuestran los títulos seminales del género firmados por Riccardo Freda –I vampiri (1957)–, Mario Bava –La máscara del demonio (La maschera del demonio, 1960)– y Antonio Margheriti –Danza macabra (1964) e I lunghi capelli della morte (1964)–, o imitaciones, no por ello despreciables, como las de Camillo Mastrocinque –La maldición de los Karnstein (La cripta e l’incubo, 1964) y Un angelo per Satana (1966)–, o como 5 tombe per un medium (Massimo Pupillo, 1965), que también comenté en la sección Cinema Bis de Dirigido por…(3). La trama de Il mulino delle donne di pietra roza lo delirante. El joven estudiante Hans von Armin (Pierre Brice) es enviado a la vivienda del reputado profesor de arte y afamado escultor Gregorius Wahl (Herbert A.E. Böhme) para que estudie un carillón de la propiedad de este último. Wahl vive en un enorme molino rehabilitado que conserva intacto el mecanismo, ahora utilizado para poner en funcionamiento un extraño espectáculo con las tenebrosas esculturas de figuras femeninas de Wahl, que se desplazan automáticamente sobre un carril, lo cual provoca que la vivienda del escultor sea conocida como “el molino de las mujeres de piedra”. Una vez allí, Hans conoce a la hija de Wahl, la bella Elfie (Scilla Gabel), de la cual se enamora. Pero la joven muere en circunstancias misteriosas, cuando no macabras, lo que obliga a Hans a abandonar el molino, so pena de perder la razón. Finalmente, descubriremos que todo ha sido un complot organizado por Wahl y el médico que vive también en el molino y atiende a Elfie, el Dr. Loren Bohlem (Wolfgang Preiss), quienes han asesinado impunemente a jóvenes mujeres de los alrededores con vistas a extraerles la sangre, vía transfusión, a fin de paliar la extraña dolencia sanguínea de Elfie –un poco como en la magistral Ojos sin rostro (Les yeux sans visage, 1960, Georges Franju)–, la cual no solo no ha muerto, sino además que es cómplice del complot. Las esculturas del espectáculo de Wahl no son sino los cadáveres de sus víctimas recubiertos de cera, con vistas a deshacerse de los cuerpos sin levantar sospechas. Hans y su amigo Ralf (Marco Guglielmi) llegarán justo a tiempo para salvar a su amiga Liselotte (Dany Carrel), quien a punto está de morir a manos de los habitantes del molino porque su sangre es la que proporcionaría la cura definitiva para Elfie.


Los principales méritos de Il mulino delle donne di pietra y de otros films de terror italianos de su misma época y circunstancias residen en su lograda atmósfera. En este sentido, a pesar de lo delirante de su trama y de la labor más bien mediocre de sus intérpretes, la película brilla con notable intensidad gracias a Giorgio Ferroni, realizador que suele ser invocado, sobre todo, gracias a su contribución al péplum –entre la cual destaca la agradable La guerra de Troya (La guerra di Troia, 1961)–, quien supo dotar a Il mulino delle donne di pietra de una excelente cualidad plástica, apoyándose en un sólido trabajo de elaboración de unos encuadres donde los detalles van impregnando la trama y le confieren una gran densidad. Resultan inolvidables momentos como la primera vez que Elfie se aparece ante Hans: las manos de la muchacha apartan, lentamente, una cortina; antes de que Hans tenga tiempo de reaccionar, Elfie ha desaparecido tras ese mismo cortinaje, y al rato, sus gritos desesperados atronarán detrás de los muros. Wahl advierte a Hans de que Elfie está gravemente enferma y que cualquier sobresalto es capaz de provocarle la muerte; desde el punto de vista de Hans, enamorado de la muchacha, Elfie es una especie de muerta en vida, o al menos alguien que parece existir en un plano intermedio entre la vida y la muerte, lo cual justifica los toques macabro-necrófilos de sus memorables apariciones posteriores: cuando Hans la ve en lo alto de la escalera de caracol, la muchacha parece un fantasma (o, mejor dicho, una de las “mujeres de piedra” que esculpe su padre); Hans entra en el dormitorio de Elfie y descubre a la joven con un provocativo vestido rojo y echada en la cama, de tal manera que a primera vista parece muerta; a continuación, Ferroni emplea una elipsis para mostrar la escena en la que hacen el amor, no tanto para eludir la visualización del acto sexual como acaso para evitar el mostrar a la joven haciendo nada que pueda hacerla parecer humana (ergo, viva); más adelante, Elfie sufre un ataque en presencia de Hans y, aparentemente, muere; en una extraordinaria secuencia onírica propiciada por una droga que el Dr. Loren ha vertido en su bebida, Hans sufre una macabra alucinación en la cual ve o cree ver a Elfie regresando de entre los muertos, y que incluye un par de imágenes antológicas: el rostro fantasmal de Elfie asomando en la oscuridad detrás de aquel mismo cortinaje, y el hallazgo de su cadáver en la cripta familiar por parte de Hans. Si bien es verdad que, tras este magnífico bloque puramente fantastique, la película incurre en la consabida “explicación racional”, desembocando en un clímax más convencional, incendio purificador incluido, queda para el recuerdo la imagen de las “mujeres de piedra” de Wahl quemándose y dejando al descubierto bajo sus rostros de cera las calaveras de las víctimas del escultor.


(2) En su libro «Italian Gothic Horror Films, 1957-1969» (2015). McFarland. Jefferson, Carolina del Norte. Pág. 50. El dato se cita en la página en inglés dedicada al film en Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Mill_of_the_Stone_Women#cite_note-FOOTNOTECurti201550-2.
(3) DIRIGIDO POR..., núm. 385 (febrero 2018), pág. 90.

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” JUNIO 2019, a la venta

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La película de superhéroes del mes, en este caso X-Men: Fénix Oscura (Dark Phoenix, 2019), es el tema principal de la portada del n.º 402 de Imágenes de Actualidad. El extenso reportaje del film se complementa con una entrevista con su director, guionista y productor, Simon Kinberg.


También se destacan los estrenos de Men in Black: International (ídem, 2019, F. Gary Gray), cuyo reportaje se complementa con el artículo en torno a otros rebootsBorrón y cuenta nueva; Godzilla: Rey de los monstruos (Godzilla: King of the Monsters, 2019), que se complementa a su vez con una entrevistacon su director, Michael (Mike) Dougherty, y con el reportaje especial Godzilla sale poco; John Wick: Capítulo 3 – Parabellum (John Wick: Chapter 3 – Parabellum, 2019, Chad Stahelski), que se complementa con el artículo Keanu Reeves es el mejor luchador; Toy Story 4 (ídem, 2019, Josh Cooley); el rebootde Muñeco diabólico (Child’s Play, 2019, Lars Klevberg); Rocketman (ídem, 2019, Dexter Fletcher); Venganza bajo cero (Cold Pursuit, 2019, Hans Petter Moland); y, dentro de la sección Televisión, los reportajes dedicados a la segunda temporada de Cobra Kai (ídem, 2018- ), que se complementa con una entrevista con su protagonista, Ralph Macchio, a NOS4A2 (ídem, 2019- ), y a Alta mar (2019- ).


El número también incluye los reportajes dedicados a El sótano de Ma (Ma, 2019, Tate Taylor), Memorias de un asesino (Salinjaui Gieokbeob, 2017, Won Shin-yeon), Mr. Link: El origen perdido (Missing Link, 2019, Chris Butler), Tolkien(ídem, 2019), que se complementa con una entrevistacon su director, Dome Karukoski, En los 90 (Mid90s, 2018, Jonah Hill), Touch Me Not (No me toques) (Touch Me Not, 2018, Adina Pintilie), y Los Japón (Álvaro Díaz Lorenzo, 2019); Porque lo digo yo, de Josep Parera; Stars; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Críticas; Libros, de Óscar Brox y Tonio L. Alarcón; y BSOy DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


El Cult Movie de este mes lo dedico a Toma el dinero y corre(Take the Money and Run, 1969), primer film dirigido por Woody Allen, con motivo del 50 aniversario de su estreno: “No cuesta demasiado ver “Toma el dinero y corre”, en cuanto ópera prima como realizador de Woody Allen, un borrador de posteriores logros suyos. El tono documental, o si se prefiere, de falso documental, constituye un precedente del que brillaría, en todo su esplendor, en “Zelig” (1983); no olvidemos que, en un primer momento, Allen también quiso hacer “Toma el dinero y corre” en blanco y negro. La presencia de un narrador en “off” reaparece, en forma de coro griego, en “Poderosa Afrodita” (1995). Las referencias al mundo del crimen también se hallan en “Broadway Danny Rose” (1984), “Delitos y faltas” (1989), “Misterioso asesinato en Manhattan” (1993), “Balas sobre Broadway” (1994), “Granujas de medio pelo” (2000), “La maldición del escorpión de jade” (2001) y “Cassandra’s Dream (El sueño de Cassandra)” (2007)”.


También firmo la crítica de La Llorona (The Curse of La Llorona, 2019, Michael Chaves).


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N.º 500 de “DIRIGIDO POR…”, a la venta

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Dirigido por…alcanza su n.º 500 este mes de junio de 2019, acontecimiento que hemos querido celebrar a lo grande con un número extra de 100 páginas.


El contenido principal de este número conmemorativo ofrece, en primer lugar, un editorial firmado por mí como coordinador de la revista, Razones para una celebración, seguido de toda una curiosidad: el primer análisis extenso de La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971) publicado en nuestra revista, escrito por Antonio Castro e incluido en su estudio sobre Stanley Kubrick publicado en el n.º 41, con motivo de la sesión especial dedicada a la revista que el próximo 5 de junio celebrará Filmoteca Española en el Cine Doré de Madrid, y que contará con la presencia de Mirito Torreiro e Israel Paredes Badía, representantes de distintas generaciones de colaboradores de Dirigido por… Este primer bloque de contenidos especiales se cierra con un homenaje a nuestros colaboradores habituales desaparecidos: José María Latorre, Ramon Freixas, Javier Coma, Domènec Font, Samuel R. César, Enric Ripoll-Freixas y Jaume Genover, con motivo del cual reproducimos una de las últimas críticas publicadas en Dirigido por… por Latorre, Wilson (ídem, 1944, Henry King), y la última de Freixas, Milano odia: la polizia non puó sparare (Umberto Lenzi, 1974).


Este bloque deja paso al segundo y más extenso: el dossier El mejor cine del siglo XXI (2000-2018), el cual consta de un artículo introductorio obra de Quim Casas, El cine del siglo XX: solo dos décadas, seguido de una votación en la que hemos pedido a colaboradores de la revista, antiguos y actuales, así como a amigos de otros medios y a firmas invitadas, que eligieran las 5 mejores películas españolas y las 10 mejores extranjeras realizadas entre los años 2000 y 2018. A partir de dicha votación, hemos elaborado una serie de antologías de los films más votados, acompañados, según los casos, de pequeñas entrevistas o de artículos temáticos, destinado todo ello a ofrecer una amplia visión de conjunto: La isla mínima, de Alberto Rodríguez (comentada por un servidor), que se complementa con una entrevista con su director (obra de Quim Casas), En construcción, de José Luis Guerín (Miguel Marías), complementada a su vez con una entrevista con su realizador (Albert Galera), Hable con ella, de Pedro Almodóvar (Valerio Carando), el artículo Cine español. Fragmentos de una cinematografía (Joaquín Vallet Rodrigo), Blancanieves, de Pablo Berger (Quim Casas), [Rec], de Jaume Balagueró y Paco Plaza (Ángel Sala), El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro (Joaquín Torán), Magical Girl, de Carlos Vermut (Ramón Alfonso), Verano 1993, de Carla Simon (Esteve Riambau), No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu (Tonio L. Alarcón), Historia de mi muerte, de Albert Serra (Diego Salgado), el artículo Documental español contemporáneo. Una mirada hacia los márgenes de la industria(Mirito Torreiro), Mulholland Drive, de David Lynch (Aurélien Le Genissel), Deseando amar, de Wong Kar-wai (Óscar Brox), el artículo Cines asiáticos. Presente y futuro (Quim Casas), Match Point, de Woody Allen (Iván Cerdán Bermúdez), La gran belleza, de Paolo Sorrentino (Carlos Tejeda), Mad Max: Furia en la carretera, de George Miller (Antonio José Navarro), El viaje de Chihiro, de Hayao Miyazaki (Albert Galera), el artículo Cine de animación. Esplendor y monopolio de un género (también escrito por mí), El árbol de la vida, de Terrence Malick (Israel Paredes Badía), La cinta blanca, de Michael Haneke (que asimismo firmo yo), El bosque, de M. Night Shyamalan (Héctor G. Barnés), The Turin Horse, de Béla Tarr (Lluis Miñarro Albero), Kill Bill, de Quentin Tarantino (Tonio L. Alarcón), Brokeback Mountain, de Ang Lee (Juan Carlos Vizcaíno Martínez), It Follows, de David Robert Mitchell (Joaquín Vallet Rodrigo), Pozos de ambición, de Paul Thomas Anderson (Alexander Zárate), Zodiac, de David Fincher (Juan Carlos Vizcaíno Martínez), Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas, de Apichatpong Weerasethakul (Anna Petrus), 4 meses, 3 semanas, 2 días, de Cristian Mungiu (Rafel Miret), Million Dollar Baby, de Clint Eastwood (Jordi Batlle Caminal), Melancolía, de Lars von Trier (Álvaro Peña), Carol, de Todd Haynes (Israel Paredes Badía), y el artículo Hollywood vs. Europa. Nunca nada es igual (Héctor G. Barnés).


El número se completa con la crítica destacada de La ceniza es el blanco más puro (Jiang hu er nv, 2018, Jia Zhang-ke) (Israel Paredes Badía); la crónica del Festival de Cannes 2019 (Ricardo Aldarondo y Carlos Elorza); dentro de la sección Streaming / TV, los comentarios de la primera temporada de The Twilight Zone (ídem, 2019- ) (Tonio L. Alarcón), la octava de Juego de tronos (Game of Thrones, 2011-2019) (que escribe un servidor) y la miniserie Fosse/Verdon (ídem, 2019) (Quim Casas). Y, como siempre, la sección Críticas, con reseñas de otros estrenos cinematográficos del mes. Home Cinema, con comentarios de novedades en formato físico escritos por Quim Casas, Israel Paredes Badía y Ramón Alfonso. Libros, con comentarios de novedades editoriales a cargo de Quim Casas, Israel Paredes Badía y Óscar Brox. Banda Sonora, de Joan Padrol. Y En busca del cine perdido, que este mes incluye un comentario de Picadilly(E.A. Dupont, 1929) a cargo de Juan Carlos Vizcaíno Martinez.


Mi contribución a este número tan especial consiste, como ya he mencionado, en el editorial Razones para una celebración y, ya dentro del dossier El mejor cine del siglo XXI (2000-2018), las antologías de La isla mínima y La cinta blanca, y el artículo Cine de animación. Esplendor y monopolio de un género.


También firmo, para Streaming / TV, la reseña de la tan comentada (y criticada) octava temporada de la serie Juego de tronos.


Y la crítica de la recientemente estrenada Rocketman (ídem, 2019, Dexter Fletcher).


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¿Existe Bunny?: “EL RAPTO DE BUNNY LAKE”, de OTTO PREMINGER

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[NOTA BENE: EL PRESENTE ARTÍCULO ES UN COMPLEMENTO DEL “DOSSIER” SOBRE OTTO PREMINGER PUBLICADO EN LOS NÚMS. 408 (1)y 409 (2) DE “DIRIGIDO POR…”.]


El rapto de Bunny Lake (1965) se abre con unos excelentes títulos de crédito de Saul Bass, en los que una mano va desgarrando un velo negro tras el cual se ocultan los genéricos. También durante el desarrollo de este film de Otto Preminger asistiremos al levantamiento del velo que cubre el misterio de la desaparición de Bunny Lake, una niña que, efectivamente, tan solo parece existir en la imaginación de su madre, Ann Lake (Carol Lynley), y en la de su tío Steven (Keir Dullea), hermano de Ann, una pareja norteamericana instalada en Londres desde hace menos de una semana. Aquí se encuentra, en mi opinión, el mayor interés de esta magnífica película de Otto Preminger, sin duda uno de sus mejores trabajos dentro de una década, la de los sesenta, en la que desarrolló films tan brillantes –cito mis preferencias– como Tempestad sobre Washington (1962), El cardenal (1963), Primera victoria (1965) y La noche deseada(1967). Lo mejor, como digo, de El rapto de Bunny Lake reside no en el esclarecimiento, a nivel argumental, de si existe o no Bunny; de si, caso de ser real, averiguar si la niña ha sido secuestrada o simplemente se ha extraviado; sino en la magnífica forma con que Preminger juega con lo que parece sery lo que es, consiguiendo así un clima enrarecido y de desasosiego en el que el espectador llega a no estar seguro de nada de lo que está viendo, a pesar de que todo lo que Preminger le enseña está mostrado, aparentemente, de manera transparente y lineal. Por eso El rapto de Bunny Lake es, ante todo, un film sobre las apariencias en el que lo más fascinante reside, insisto, no en saber qué o quién se oculta realmente tras dicha apariencia, sino en la representación de un mundo poblado de seres que ocultan, incluso celosamente, sus verdaderos sentimientos, la ignota realidad de su personalidad interior. No costaría nada afirmar que El rapto de Bunny Lake es la película más hitchcockiana de Preminger.


La primera mitad de El rapto de Bunny Lake resulta chocante y reveladora, porque permite comprobar que la tan cacareada “objetividad” del cine de Preminger (defendida, entre muchos otros, por el malogrado José Luis Guarner) resulta, como mínimo, cuestionable, pues bastan esos cuarenta y tantos primeros minutos de proyección para darse cuenta de ello. Resulta un tanto exagerado afirmar que El rapto de Bunny Lake es la obra de un cineasta “objetivo”, puesto que desde esas primeras imágenes Preminger conduce al film hacia el terreno de la incertidumbre y la inquietud, y lo hace, además, con una puesta en escena muy subjetiva, por más que la misma empiece mostrándonos estampas habituales de la vida cotidiana de los personajes protagonistas: Ann saliendo a toda prisa del parvulario donde (dice ella) ha dejado a Bunny, porque tiene que atender a los empleados de mudanzas que ya están en su nuevo piso; Steven recorriendo Londres también a toda velocidad en su descapotable para realizar sus menesteres habituales; los dos hermanos conversando por teléfono… Todo parece muy normal, pero más adelante comprobaremos que lo anormal hace rato que se ha aposentado sobre el relato, y ello en virtud de dos importantes detalles: 1) Preminger no muestra a Bunny entrando en el parvulario de la mano de su madre, pues tan solo hemos visto a Ann hablando con la cocinera del establecimiento (Lucie Mannheim) y explicándole que, siguiendo las instrucciones que le ha dado por teléfono una de las responsables del parvulario, ha dejado a la niña en lo que llaman “la habitación del primer día” (sic); y 2) asimismo, y poco después, hemos visto a Ann dejando unos enseres frente al espejo del cuarto de baño, entre ellos un cepillo y un peine infantiles. Todo ello apoyará dramáticamente las posteriores sospechas del inspector de policía Newhouse (Laurence Olivier) sobre la hipotética existencia de la niña, cuya presencia física Preminger ha escamoteado al espectador desde el principio: nadie ha visto a Bunny, su nombre no consta en los registros de la escuela, la madre y su tío no llevan encima ninguna fotografía de ella, y la única existente –la de su pasaporte– ha desaparecido misteriosamente del apartamento, junto con el resto de enseres de la pequeña. Es asimismo extraño –y, en parte, un anticipo de lo que revelará en los minutos finales de la película– que, entre los enseres depositados por Ann en ese mismo cuarto de baño figuren los de Steven –una maquinilla de afeitar–, lo cual indica un uso común de esa misma vivienda y de ese mismo aseo. La cuestión radica en que, tal y como nos ha presentado Preminger a estos personajes en esos primeros minutos, Ann y Steven parecen, a simple vista, marido y mujer, cuando en realidad son hermanos: Ann, afirma, es una madre soltera que rechazó casarse con el padre biológico de Bunny.


A medida que el film avanza, esos componentes misteriosos de los personajes de Ann y Steven irán adquiriendo mayor espesor y complejidad. En vez de centrarse en las pesquisas que la policía realiza para averiguar el paradero de Bunny (¿no habría sido esa la alternativa emprendida por un director empeñado en ser “objetivo”?), Preminger opta por profundizar en la psicología de los protagonistas y tantear la opción más difícil y subjetiva: arañar lo intangible (el misterio que rodea a Ann y Steven), bucear en lo desconocido, explorar lo irracional. Es entonces cuando El rapto de Bunny Lake va dejando de lado su estructura de film policíaco y se adentra en un terreno próximo al del cine fantástico. Ténganse en cuenta el enorme peso que tienen en el relato los recuerdos de infancia de Ann y Steven, los cuales siempre están puestos en boca de estos últimos y sin recurrir en ningún momento a su visualización mediante flashbacks, lo cual contribuye a hacerlos más inquietantes, por ambiguos: ¿Ann y Steven dicen la verdad, o están mintiendo? En este sentido, esos recuerdos infantiles, unidos a otras referencias al lado fantasioso (¿perverso?) de la infancia, van impregnando el desarrollo del film, cargándolo de turbiedad. Ann habla de su amiga imaginaria de la infancia con la misma vehemencia con que defiende la existencia de la pequeña. La Sra. Ford(Martita Hunt), la vieja gobernanta del parvulario y una mujer “que parece una bruja” (como dice Steven), escucha con extraña delectación grabaciones en las que los niños le explican sus pesadillas e historias imaginarias, y de este modo se entretiene en analizar los sueños de los infantes, poniéndolos en relación con sus miedos infantiles. Ese vínculo entre los temores de la infancia y los temores de los adultos aparece, asimismo, en el hecho de que Ann llame a su hija con el apodo de Bunny, que era el nombre de su imaginaria amiga invisible de cuando ella misma era niña; y es, además, la base de la locura homicida de Steven, quien con el secuestro y posterior intento de asesinato de Bunny pretende eliminar el obstáculo que le separa de Ann, su incestuoso amor de infancia. Esto último es un indicio de otro elemento muy importante de cara al sentido del relato: el componente sexual. No hay que olvidar que Ann es una madre soltera, o sea, una representación de lo impúdico. Está, por otro lado, el personaje secundario pero, en este mismo sentido, revelador del Sr. Wilson (Noël Coward), el casero de Ann y Steven, quien tiene el apartamento que les ha alquilado decorado con máscaras africanas, representación, a su vez, de lo salvaje y lo primitivo (no por casualidad, una de esas máscaras, la de la fertilidad, será depositada por Wilson sobre la cama de Ann); Wilson, además, se insinúa sexualmente a la joven, alardeando de las cicatrices dejadas sobre su cuerpo a modo de recuerdos de sus batallas eróticas, y afirma poseer un látigo que perteneció… ¡al marqués de Sade!


Dicha combinación de locura y juegos infantiles con toque incestuoso planea sobre la forma como Preminger concibe aquí la puesta en escena, sugiriendo el trasfondo turbulento que va aflorando paulatinamente en El rapto de Bunny Lakeexclusivamente mediante la elección del encuadre, del movimiento de cámara y la iluminación en blanco y negro (portentosa) del director de fotografía Denys Coop y el aquí operador Gerry Fisher. Señalo al respecto los extraordinarios travellings que van siguiendo los movimientos de Ann en el parvulario, recorriendo sus dependencias y abriendo y cerrando puertas, que hacen partícipe al espectador de la creciente angustia de la mujer y convierten ese escenario cotidiano en un espacio con algo de amenazador. Apunto, asimismo, la modélica secuencia de Ann visitando la tienda de reparación de muñecas atendida por un anciano (Finlay Currie): la protagonista recorre el oscuro sótano del establecimiento con un quinqué, en una imagen de claras reminiscencias góticas. O la hábil secuencia de la huida de Ann de la clínica donde ha sido confinada por Steven, ocultándose entre máquinas y turbinas rugientes, goteantes, que parecen representar simbólicamente la turbación de la propia Ann; ese soberbio encuadre, en la misma secuencia, en el cual vemos a Ann corriendo por un pasillo, donde la profundidad de campo permite ver a la joven desaparecer literalmente en el interior de las tinieblas, en otro apunte de connotaciones góticas del cual se diría tomó buena nota David Lynch. Todo ello confluye, brillantemente, en una de las más bellas secuencias del cine de Preminger: la del juego nocturno en el jardín, en la cual Ann intenta seguirle la corriente al enajenado Steven a fin de que este último no descargue su ira sobre Bunny, momento en el cual se dan cita todos los elementos apuntados: la locura y el deseo incestuoso, los hermanos que parecen esposos, las connotaciones sexuales de los juegos infantiles, los niños que no pueden impedir el hacerse adultos y pretenden seguir siendo niños en un mundo de adultos –adultos como el astuto inspector Newhouse o el libidinoso Sr. Wilson–, y la aparición final de una niña hasta ese momento inexistente: tras la detención de Steven, y al despedirse de Ann, el inspector Newhouse apostilla que ella y Bunny pueden irse a descansar “ahora que ya existe…”.


(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2019/05/imagenes-de-actualidad-dirigido-por.html

El eco triple: “LA MÁSCARA Y LA PIEL”, de MICHAEL APTED

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Si se me permite el artificio del argumento que voy a exponer a continuación, desde cierto punto de vista las adaptaciones al cine de las novelas y cuentos del novelista, dramaturgo, ensayista y guionista cinematográfico de nacionalidad británica Herbert Ernest Bates (1905-1974), en arte H.E. Bates –y no incluyo aquí las numerosas adaptaciones para la televisión–, resumirían, si no todas, al menos sí unas cuantas tendencias de la cinematografía británica. Bajo esta perspectiva, la primera versión para el cine de una de sus novelas, The Purple Plain(1947), convertida para la ocasión por Robert Parrish en Llanura roja (1954) y protagonizada por el actor norteamericano Gregory Peck, vendría a ser un buen ejemplo de la colonización que el cine estadounidense llevó a cabo durante la década de los cincuenta del pasado siglo en el seno de la industria cinematográfica de la Gran Bretaña.El zorro y la raposa (1971), una rareza escrita y dirigida por Frank Nesbitt, sería un cruce entre la tradición y la modernidad, simbolizada la primera en la presencia en el reparto de una veterana figura como John Mills, y personificada la segunda en la de una joven (y fugaz) estrella de una generación posterior, Carol White. Finalmente, tanto Un mes en el lago (1995), de John Irvin, como la desconocida en España Feast of July (1995), de Christopher Menaul –a partir de la novela The Feast of July (1954)–, se erigirían en exponentes de cierto estilo de producción que durante los años ochenta y noventa exhibieron una tendencia, que todavía perdura en la actualidad, de “actualización” de un estilo tradicional de cine británico, por ambientación de época y por puesta en escena, que busca poner al día los parámetros temáticos y estilísticos del cine británico “clásico”, o considerado como tal.


Algo muy parecido ocurre con la película que aquí nos ocupa, La máscara y la piel, adaptación de una obra de de Bates en formato novella –novela corta, o cuento largo, de menos de cien páginas– titulada The Triple Echo (1970), “El eco triple”, que es asimismo el título original de esta producción dirigida por Michael Apted en 1972, también conocida con el (burdo) título de Soldier in Skirts, “Soldado con faldas” (sic) con motivo de su estreno en los Estados Unidos. Se trata de una producción de Senta Productions, la única realizada por esta productora, y con distribución de Hemdale, compañía que entre 1970 y 1989 distribuyó una serie de títulos a caballo de la cinematografía británica, la norteamericana y ocasionalmente la canadiense –Images (1972), de Robert Altman; Inglaterra me hizo (1973), de Peter Duffell, según la novela de Graham Greene; Oro(1974), de Peter Hunt; Tommy (1975), de Ken Russell; Gritar al diablo(1976), también de Peter Hunt; The Disappearance (1977), de Stuart Cooper; El pasaje (1979), de J. Lee Thompson; Sol ardiente (1979), de Richard C. Sarafian; Scandalous (1984), de Rob Cohen–, cuyo denominador común vendría a ser su deseo de aprovecharse de la infraestructura empresarial del cine estadounidense y su presencia en el mercado internacional para plantar en este último producciones muy británicas que fueran al mismo tiempo “para todo el público del mundo”.


A mayor ahondamiento, La máscara y la piel contaba con la presencia en el reparto de Glenda Jackson y Oliver Reed, dos de los intérpretes británicos con mayor proyección internacional en el momento de su realización: Jackson se había hecho famosa (y ganado su primer Oscar como Mejor Actriz) protagonizando a las órdenes de Ken Russell Mujeres enamoradas (1969) –esta, junto a Oliver Reed– y La pasión de vivir (1970), y acababa de intervenir en Domingo, maldito domingo (1971), de John Schlesinger, mientras que Reed tenía en su haber otro famoso film con Russell, Los demonios (1971), con quien volvería a trabajar en la ya mencionada Tommy. Pero si por algo destaca la película que nos ocupa es el hecho de suponer el debut en el cine del ya mencionado cineasta británico Michael Apted, tras una larga trayectoria previa en la televisión desarrollada entre 1963 y 1970, algo sintomático de otro fenómeno característico del cine británico de entre mediados de los sesenta y principios de los setenta: el “salto” a la gran pantalla de numerosos profesionales forjados en la televisión británica.


Por más que Apted no es de los que “cotizan alto” en el baremo de la crítica española, por culpa (todo hay que decirlo) de la mediocridad de algunas de sus propuestas dirigidas con capital parcial o totalmente norteamericano –cosas tan terribles, hay que reconocerlo, como Estado crítico (1987), Sola en la penumbra (1994), Nell (1994) y Nunca más (2002)–, es injusto despacharlo sin más por estos títulos teniendo en cuenta que en su haber hay un buen puñado de obras correctas y/ o apreciables a caballo del cine de Gran Bretaña y los Estados Unidos: la muy curiosa Agatha (1979); la digna Gorilas en la niebla (1988); la irregular pero atractiva Corazón trueno (1992); uno de los mejores “Bond film” de Pierce Brosnan, El mundo nunca es suficiente (1999); la mejor entrega de la saga Las crónicas de Narnia: La travesía del Viajero del Alba(2010); y, sobre todo, el estupendo y, por desgracia, rápidamente olvidado thriller ambientado en la Segunda Guerra Mundial Enigma (2001). ¡Hay cineastas que, con peores alforjas que las suyas, gozan de una mayor reputación! A falta de conocer el cien por cien de su filmografía –setenta y cinco títulos para televisión y cine entre 1963 y 2014 no son moco de pavo–, La máscara y la piel se revela a simple vista una de las películas más curiosas, interesantes y conseguidas de su director. Con un planteamiento dramático que hoy en día muchos calificarían como “minimalista”, dadas sus características formales –escasez de personajes principales y de escenarios en los cuales se ubica la acción–, el film narra la relación que se establece, en primer lugar, entre Alice (Glenda Jackson), una granjera, y Barton (Brian Deacon), un soldado británico algo más joven que ella y que está disfrutando de un permiso. Nos hallamos en plena Segunda Guerra Mundial: nada más empezar el film, un plano nos muestra un par de avionetas efectuando un vuelo casi rasante sobre la granja de la protagonista femenina; más tarde, descubriremos que en un bosquecillo cercano reposan los restos de un caza alemán que, como le explica Alice a Barton, fue derribado “durante la batalla de Inglaterra del año pasado” (la célebre campaña aérea de la Alemania nazi contra el Reino Unido que tuvo lugar entre julio y octubre de 1940 y se saldó con la heroica victoria de la RAFsobre la Luftwaffe).


El contexto histórico del relato es importante, y con él su substrato social, moral y ético, sobre todo cuando la trama desarrolla su nudo: Alice, cuyo marido está, según tiene noticia, prisionero en un campo de concentración japonés, y puede que ni siquiera esté vivo (la última postal que recibió firmada por él está fechada seis meses atrás), se enamora de Barton y ambos devienen amantes. Incapaz de abandonar a Alice y de volver al frente, Barton deserta del ejército no regresando a su destacamento una vez finalizado el permiso del que estaba disfrutando. Consciente de que, en tiempo de guerra, la deserción de Barton será severamente castigada, Alice urde un plan desesperado para esconderle en su propia casa: recluirle en la misma, y además…, hacerle vestirse con ropa de mujer, fingiendo que se trata de una supuesta hermana suya, “Kathy”, que ha ido a visitarla. Todo parece ir bien hasta la llegada de un sargento del ejército inglés (Oliver Reed), pendenciero y mujeriego, ¡que queda prendado de “Kathy”! Contra todo pronóstico, Barton/ “Kathy” acepta temerariamente una proposición del sargento de ir con él al baile de Navidad que se celebra en el cuartel; pero hay que entender que, antes de llegar a esta situación, el travestismo forzado de Barton ha generado en él el inesperado descubrimiento de su “lado femenino”, o si se prefiere, de una homosexualidad no reconocida. Finalmente, se produce el (previsible) desastre: el sargento intenta propasarse con “Kathy”, hasta que descubre su verdadera sexualidad. Enfurecido y humillado, logra reconocer la foto de Barton entre los expedientes de los soldados desertores, y con la legitimidad que le proporciona el haber identificado a un “traidor a la patria” toma unos cuantos hombres y se dirige hacia la granja de Alice para detener a Barton y, de paso, ajustarle las cuentas, desencadenando una resolución de notable dramatismo.


La máscara y la piel es un relato marcado por el signo de la fatalidad, algo que Apted se encarga de recalcar en numerosos instantes por medio de secos apuntes que señalan hacia la idea de la muerte. Ya hemos indicado un par de ellos, relacionados con la guerra: ese plano general de los cazas de la RAF sobrevolando la granja de Alice, y la presencia de los restos de un caza alemán caído en combate entre la arboleda, que en un momento dado causa la inquietud de Barton, recordándole de qué ha huido y qué es lo que le espera en el supuesto de que deje a Alice y regrese a su destacamento, alimentando por tanto su decisión final de desertar. No son los únicos apuntes: Alice pasea por los alrededores de su granja con una escopeta de doble cañón, y con la misma está a punto de disparar a Barton la primera vez que le ve; del marido de Alice, lo hemos dicho también, se nos dice que está prisionero de los japoneses, y sobre el ánimo de su esposa, y ante la ausencia de noticias recientes, pende la posibilidad de que haya muerto; Alice tiene un viejo perro, en realidad propiedad de su esposo, que al principio le gruñe a Barton cada vez que le ve; posteriormente, el animal deja de amenazar a Barton a partir del momento en que el joven empieza a utilizar ropa del marido de Alice que esta le presta; más adelante, el perro contrae una grave enfermedad y la única alternativa para que deje de sufrir es sacrificarlo: Alice y Barton salen al exterior con el animal y la primera se propone matarlo con la escopeta, pero en el último momento no se siente capaz de hacerlo y deja que Barton lo haga en su lugar. Desde otro punto de vista, en la procacidad sexual del sargento y su colega de juergas Stan (Gavin Richards) no se esconde sino la desesperación propia de los soldados en guerra que saben que hoy están vivos y mañana quizá no: su alegría, sus borracheras, sus ansias de copular a cualquier precio, no son sino formas de ahuyentar su miedo a la muerte.


El proceso de transformación de Barton en “mujer” tiene connotaciones de muy diversa índole. Antes de que Alice tome la decisión de disfrazar a su amante y que este acepte la descabellada propuesta no sin dudas, hemos visto a la propia Alice, que al principio del relato lleva ropa más o menos “de hombre” para llevar a cabo cómodamente las faenas del campo, convirtiéndose también en “mujer”, es decir, vistiéndose con ropa femenina, o considerada como tal, para recibir a Barton en una de sus frecuentes visitas a la granja. Dicho de otro modo, La máscara y la piel puede verse como la descripción del proceso de recuperación de su feminidad por parte de una mujer que hace demasiado tiempo que está sola y, se supone, sin pareja que la satisfaga sexualmente. De la misma manera que también es el dibujo de otro descubrimiento de índole sexual, el asimismo mencionado de la “feminidad” u homosexualidad soterrada de Barton tan pronto como se pone ropa “de mujer” y no solo empieza a sentirse cómoda con ella, sino que incluso llega a adoptar ciertas (inconscientes) actitudes femeninas en su relación con Alice. En un momento dado, sus discusiones dejan de ser de hombre-mujer y su relación deviene una especie de simulacro de relación “hermana mayor” (Alice) - “hermana menor” (Barton): este último está harto de su vida de reclusión en la granja y, movido por un ambiguo impulso, acepta la invitación del sargento de ir al baile navideño, en lo que puede verse un gesto de liberación y al mismo tiempo de condenación: esa decisión airada será la que precipitará la tragedia.



Ya hemos señalado que, cuando debutó en el cine con este film, Apted acreditaba una amplia experiencia previa en la televisión, y más concretamente en el terreno del documental. Esa herencia se hace notar en las imágenes de La máscara y la piel, una película seca y realista en la que hasta los movimientos de cámara tienen un talante más descriptivo que estético: es el caso del travelling que acompaña a Alice saliendo de su casa para servirle la comida a Barton (que, en cierto sentido, viene a expresar la “liberación” de la mujer del peso de su hogar gracias al renovado sentimiento amoroso que experimenta al lado del joven soldado); o el que acompaña a Barton en su desesperada carrera para huir del campamento, tras haber golpeado al sargento para librarse de su  acoso: el travelling parece aquí una expresión del deseo soterrado del personaje de escapar no ya de la violencia del sargento, como de una faceta de sí mismo que acaba de descubrir de la forma más turbulenta posible. Pese a esa sequedad, hay momentos en que la fotografía del veterano John Coquillon confiere a la película una calidez y sensualidad que contrasta sobremanera con toda esa aspereza. Es el caso de la erótica escena de la comida de Alice y Barton al aire libre interrumpida por la lluvia, cuya atmósfera propicia el primer abrazo de amor de la pareja. O, sobre todo, el vistoso efecto fotográfico del momento culminante del film, con el cual concluye: ese reflejo solar en el cristal de la ventana desde la cual Alice ha disparado contra Barton; parece ser que el relato original de H.E. Bates termina con Alice matando no a Barton, sino al sargento, y que la detonación del disparo de su escopeta es lo que provoca ese “eco triple”; pero, al menos en la versión cinematográfica, el acto de Alice se equipara así al sacrificio del perro y tiene con respecto a Barton idéntica intención: la de ahorrarle sufrimientos, en un último y fatídico gesto de amor.



Qué difícil es ser santa: “SANTA JUANA”, de OTTO PREMINGER

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[NOTA BENE: EL PRESENTE ARTÍCULO ES UN COMPLEMENTO DEL “DOSSIER” SOBRE OTTO PREMINGER PUBLICADO EN LOS NÚMS. 408 (1)y 409 (2) DE “DIRIGIDO POR…”.] Digámoslo de entrada: Saint Joan (1957), film de Otto Preminger inédito en España, aunque ha sido emitido en alguna ocasión por televisión, y editado en DVD como Santa Juana, me parece una de las mejores visiones que haya dado el cine en torno a Juana de Orleáns, a la altura de obras maestras del calibre de La pasión de Juana de Arco (1928), de Carl Theodor Dreyer, y Le procés de Jeanne d’Arc (1961), de Robert Bresson. Ese es un mérito que hay que atribuir en gran medida a la labor tras la cámara del realizador austriaco afincado en los Estados Unidos Otto Preminger, gran cineasta tan lamentablemente olvidado hoy en día, a pesar de contar con una filmografía llena de títulos de extraordinario interés: por citar algunos a vista de pájaro, Laura, Ambiciosa, Cara de ángel, Río sin retorno, Carmen Jones, Anatomía de un asesinato, Tempestad sobre Washington, El cardenal, Primera victoria, El rapto de Bunny Lake(3) o La noche deseada. En opinión del que suscribe, Santa Juana se encuentra entre lo más brillante legado por este director elegante y meticuloso, potente y despiadado, cuya predilección por los temas “fuertes” y las adaptaciones de obras literarias se amoldaba perfectamente con una notabilísima tendencia a la experimentación (véase, sin ir más lejos, Carmen Jones: un film musical que adapta Carmen, de Bizet, a la lengua inglesa, en un relato interpretado por un reparto íntegramente de raza negra y ambientado en la actualidad: ¡para que luego digan que en la época del Hollywood “clásico” no se hacían experimentos!).


Santa Juana se saldó con un notable fracaso comercial, a pesar de que su estreno en los Estados Unidos vino precedido de una campaña publicitaria apoyada en gran medida en su condición de vehículo de lanzamiento al estrellato de su protagonista femenina, la malograda actriz Jean Seberg, en su debut en el cine. A pesar de ello, era difícil que Santa Juana triunfara en taquilla, dado que nos hallamos ante una producción áspera, controvertida y con marchamo intelectual, que venía a ser una respuesta, entre comillas, “seria” al kolossalhollywoodiensecaracterístico de los años cincuenta, tipo Quo Vadis?, de Mervyn LeRoy, La túnica sagrada, de Henry Koster, Los diez mandamientos, de Cecil B. De Mille, o Ben-Hur, de William Wyler. El material de partida ya era, de entrada, exigente: una adaptación de la pieza teatral homónima de George Bernard Shaw, que el célebre dramaturgo británico había escrito precisamente con la intención de poner en cuestión la presunta santidad de Juana de Orleáns y que, desde el momento de su estreno, había sido vista en algunos sectores como una burla abierta hacia el pueblo francés (sic). Quizá para atemperar hasta cierto punto el cinismo del original escénico, Preminger encomendó la redacción del guion al no menos famoso novelista inglés Graham Greene, con la esperanza de que este último, católico practicante, suavizara el sarcasmo característico de Bernard Shaw.


A pesar de eso, o quizá precisamente gracias a eso, Santa Juana acaba siendo una obra ambivalente y llena de insólitos matices, en la que el descarnado sentido del humor de Bernard Shaw se compagina perfectamente con el humanismo de Greene. Contando, además, con el concurso de un magnífico elenco de intérpretes –con la relativa salvedad de Jean Seberg, a cuya Juana le falta un mayor toque de locura y distancia–, Preminger logró una excelente película, en la que llama la atención, en primer lugar, el respeto a la estructura dramática del original teatral: el film transcurre en su práctica totalidad en interiores, e incluso cuando muestra algunas escenas en exteriores estas tienen un elevado componente teatral, realzado por el (evidente) recurso a decorados erigidos en estudio y por el tono frío, un tanto neutro, de la fotografía en blanco y negro de Georges Perinal. De ahí que algunos de los momentos, digamos, “culminantes” de la función sean simplificados por Preminger en aras del intimismo: así, por ejemplo, la resolución elíptica de la secuencia de la conquista de Orleáns por el ejército que comanda Juana con la ayuda de Dunois (Richard Todd), o el de la captura de Juana por los ingleses tras la coronación como rey del Delfín de Francia (Richard Widmark); Preminger “escamotea” al espectador la espectacularidad de las secuencias de batalla para ofrecer, a cambio, un relato que se mueve en el terreno de lo reflexivo.


Llaman la atención otros recursos de puesta en escena que se mueven, asimismo, dentro esa ambivalencia apuntada líneas arriba. A su llegada al castillo del Delfín, un soldado intenta abusar de Juana por su condición de mujer, pero cuando va a hacerlo, tras haber oído una advertencia de labios de la joven, cae al suelo, muerto: Preminger filma la escena en ligero semipicado, como si la escena estuviera vista, por así decirlo, desde el punto de vista de Dios; resultado de todo ello es que, de repente, los soldados y oficiales escépticos empiezan a creer que, en efecto, Juana es una enviada de Dios. Pero, a continuación, esa misma idea no tardará en tener su irónica réplica: cuando Juana se enfrenta con el arzobispo de Rheims (Finlay Currie), su cara a cara es filmado por Preminger también en semipicado, con la enorme figura del clérigo ocupando buena parte del encuadre mientras que, casi en segundo término, una Juana más diminuta que nunca planta cara a quien se proclama el representante legítimo que Dios en la tierra, ¡y que es el primero en desconfiar abiertamente de su santidad! Es un buen resumen visual del amargo discurso que va desarrollando la película a lo largo de su metraje, de tal manera que la bondad y pureza de espíritu de Juana acaban no teniendo cabida en un mundo gobernado por personajes tan temibles como el arzobispo, el embajador inglés Warwick (John Gielgud), el inquisidor Cauchon (Anton Walbrook) –cuyo nombre, por cierto, suena muy parecido a “cochon”, cerdo en francés–, o el fanático clérigo Stogumber (Harry Andrews), todos ellos empeñados en acabar con Juana, en reprimir su “molesta” santidad, que no hace otra cosa que interferir sus planes mundanos y el orden establecido; las palabras de Juana con las que se cierra el film, afirmando que el mundo no está preparado para santos, resultan demoledoras. Santa Juana es una bella digresión sobre la imposibilidad de la santidad en un mundo corrupto que mira con escepticismo la bondad y la nobleza, confundiéndolas con estupidez y mediocridad. 



“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” JULIO-AGOSTO 2019, a la venta

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Pues no, en este número veraniego correspondiente a los meses de julio y agosto Imágenes de Actualidad, n.º 403, no dedica en esta ocasión su (doble) portada a ninguna película de superhéroes (aunque sí que hay un poco de cine de superhéroes en su interior…), sino a Fast & Furious: Hobbs & Shaw (Fast & Furious Presents: Hobbs & Shaw, 2019, David Leitch), cuyo reportaje se complementa con el artículo Parejas de acción, parejas de hecho.


La portada también anuncia los reportajes dedicados a El rey león (The Lion King, 2019, Jon Favreau); Érase una vez en… Hollywood (Once Upon A Time in Hollywood, 2019, Quentin Tarantino), que se complementa con el artículo Érase una vez en la mente de Tarantino; Spider-Man: Lejos de casa (Spider-Man: Far from Home, 2019, Jon Watts), que se complementa con una entrevista con su protagonista, Tom Holland; Annabelle vuelve a casa(Annabelle Comes Home, 2019, Gary Dauberman); Infierno bajo el agua(Crawl, 2019, Alexandre Aja); Yesterday (ídem, 2019, Danny Boyle); una entrevista con André Ovredal y Guillermo del Toro, realizador y productor de Historias de miedo para contar en la oscuridad(Scary Stories to Tell in the Dark, 2019); y, para la sección Televisión, el reportaje dedicado a la tercera temporada de Strangers Things(ídem, 2016- ), que se acompaña con el artículo Tu tele de verano.


El número se completa con los reportajes Especial animación, que incluye los reportajes dedicados a Mascotas 2 (The Secret Life of Pets 2, 2019, Chris Renaud y Jonathan del Val), Angry Birds 2: La película (The Angry Birds Movie 2, 2019, Thurop Van Orman), Playmobil: La película (Playmobil: The Movie, 2019, Lino DiSalvo) y Elcano y Magallanes, la primera vuelta al mundo (Ángel Alonso, 2019); Súper empollonas (Booksmart, 2019, Olivia Wilde); Quien a hierro mata (Paco Plaza, 2019); Los muertos no mueren (The Dead Don’t Die, 2019, Jim Jarmusch); Midsommar (ídem, 2019, Ari Aster); Bosque maldito (The Hole in the Ground, 2019, Lee Cronin); El emperador de París (L’Empereur de Paris, 2018, Jean-François Richet); Wild Rose (ídem, 2018, Tom Harper); y Diego Maradona (ídem, 2019, Asif Kapadia). El reportaje especial dedicado al parque de atracciones “Star Wars: Galaxy’s Edge” en Los Ángeles. Y con las secciones Stars; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Críticas; Libros, de Óscar Brox y Tonio L. Alarcón; y BSO y DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


Con motivo del 75 aniversario del desembarco de Normandía, he dedicado el Cult Movie a la famosa película de Steven Spielberg Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998): “Resulta indiscutible que, guste o no, “Salvar al soldado Ryan” supuso un antes y un después en el cine bélico, hasta el punto que son ya incontables las películas, incluso de realizadores de prestigio, que han mostrado influencias de lo logrado por Spielberg: desde “Windtalkers” (John Woo, 2002) a “Hasta el último hombre” (Mel Gibson, 2016), pasando por “Ciudad de vida y muerte” (2009, Lu Chuan). Su representación del desembarco de Normandía –que, si bien notabilísima, no es superior al clímax del relato, la extraordinaria batalla final en la (ficticia) localidad francesa de Ramelle– deja en paños menores a la de films como “El día más largo” (VV.AA., 1962) o el sobrevalorado “Uno Rojo: División de choque” (Samuel Fuller, 1980)”.


Cierro mi contribución a este número con la crítica de Men in Black: International (ídem, 2019, F. Gary Gray).


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Un mito de cristal: “FEDORA”, de BILLY WILDER

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Muchos aficionados al cine recordarán a Tom Tryon, actor norteamericano nacido en Hartford (Connecticut) el 14 de enero de 1926 y fallecido en Los Ángeles, el 4 de septiembre de 1991, a la edad de 65 años, víctima de un cáncer de estómago, veinte años después de haberse retirado del cine. Debutó como intérprete en la televisión a mediados de los años cincuenta y lo hizo en el cine poco después. Empezó a ganarse cierta notoriedad gracias a su intervención en títulos tan variopintos como el film de ciencia ficción de serie B I Married a Monster from Outer Space (Gene Fowler Jr., 1958) –editado en DVD por L’Atelier 13 como Me casé con un monstruo del espacio exterior, y a pesar de su risible título, una película mejor de lo que parece–, La historia de Ruth (Henry Koster, 1960) y la famosa superproducción bélica El día más largo (Ken Annakin, Andrew Marton y Bernhard Wicki, 1962); pero sería a raíz de su elección por el realizador Otto Preminger para que fuera el protagonista de El cardenal (1963), adaptación de una novela de Henry Morton Robinson, cuando su carrera alcanzaría un relativo punto culminante. Y decimos “relativo” porque la pésima relación personal de Tryon con el tiránico Preminger desanimó notablemente a la joven e incipiente estrella, quien tras ese film rodó otra importante película con el mismo director, Primera victoria (1965), si bien en un papel secundario, y fue espaciando sus posteriores trabajos como actor, sobre todo para televisión, hasta su retirada definitiva de la profesión a principios de los setenta.


Como digo, muchos cinéfilos recordarán a Tom Tryon, el actor, pero quizá no sean tantos quienes recuerden a Thomas Tryon, el escritor. Puede decirse que en 1971 “moría”, simbólicamente hablando, el actor Tom Tryon, y “nacía”, asimismo metafóricamente, el escritor Thomas Tryon, quien ese año publicaba su primera novela, El otro, con un fulminante éxito de crítica y público. A la misma le seguiría Harvest Home (1973), que salvo error del que suscribe carece de edición española, y Lady (1974), esta sí editada en España por Argos Vergara en 1977; hasta 1995, cuatro años después de su muerte, Tryon publicaría más libros: otras cinco novelas, de nuevo y salvo error inéditas en nuestro país –Wings of the Morning (1988), The Night of the Moonbow (1989), In the Fire of Spring (1991), The Adventures of Opal and Cupid (1992) y Night Magic (1995)–, y un par de libros de relatos, el también inédito All That Glitters (1986) y el que nos interesa destacar aquí: Crowned Heads (1976), editado en España por Argos Vergara en 1977 con el título de Mitos de cristal y compuesto a su vez por cuatro novellaso cuentos largos, mas un relato corto, la primera de aquéllas Fedora–las otras tres se titulan Lorna, Bobbitt y Willie, y el cuento que remata el volumen, Tiempos difíciles–, base de la película de Billy Wilder que aquí evocamos y que es, hasta la fecha, la última vez que una obra literaria de Tryon ha servido de base para un film. Esto último ocurrió en otras dos ocasiones: como es notorio, Robert Mulligan adaptó El otro en su magnífica película homónima de 1972, y Harvest Home dio pie a una miniserie de televisión que goza de cierta reputación: The Dark Secret of Harvest Home (1978), dirigida por Leo Penn (el padre de Sean y Chris Penn), y protagonizada nada menos que por Bette Davis, Donald Pleasence y una joven Rosanna Arquette.


Cuando Billy Wilder se hizo cargo de la adaptación de la novella de Tryon, era perfectamente consciente de que el film, debido a su argumento y a la presencia de William Holden en el principal papel masculino, iba a evocar inmediatamente El crepúsculo de los dioses (1950), mas era algo que le traía sin cuidado. A los numerosos problemas de producción que sufrió la película –la mala relación de Wilder con la actriz protagonista, Marthe Keller, el desfase de presupuesto, las dificultades para lograr un montaje definitivo, lo cual supuso la eliminación de hasta doce minutos– hubo que añadir, posteriormente, la pésima recepción crítica, sobre todo en los Estados Unidos, donde fue masacrada con saña. Todo ello ha contribuido a convertir Fedora(1978) en una de las obras malditas de su director. Y si bien es verdad que, en sus líneas generales, se trata de un film fallido, no es menos cierto que tampoco había para tanto, habida cuenta de que el conjunto no está desprovisto de interés.  


En este sentido, no cuesta ver en Fedora una película que se puede encuadrar en cierta tendencia, que se hizo patente en otros veteranos realizadores de una generación cercana a la de Wilder y que también habían brillado en la época de lo que se conoce como Hollywood Clásico, los cuales en el ocaso de sus carreras llevaron a cabo sendos “cantos del cine” desde variadas perspectivas. Dos años antes que Wilder, Vincente Minnelli y Elia Kazan finiquitaban sus carreras con Nina(1976) y El último magnate (1976), respectivamente; y, otros dos después, Nicholas Ray accedía a filmar su propia agonía, en connivencia con Wim Wenders, en Relámpago sobre el agua (1980). Eran, asimismo, los años en que otros realizadores más jóvenes fracasaban estrepitosamente en la taquilla con otras evocaciones de ese mismo Hollywood Clásico, como James Ivory, con Fiesta salvaje (1975); Peter Bogdanovich, por partida doble, con At Long Last Love (1975) y Nickelodeon. Así empezó Hollywood(1976); o los británicos John Schlesinger, con Como plaga de langosta (1975), y Ken Russell, con Valentino (1977).


Desde este punto de vista, la principal diferencia de Fedora con respecto a los mencionados títulos de Kazan, Ivory, Bogdanovich, Schlesinger y Russell es que se trata de una evocación del Viejo Hollywood hecha con una deliberada renuncia al glamour. Puede que las limitaciones presupuestarias de la película terminaran acentuando este aspecto de una manera no del todo voluntaria por parte de Wilder, pero a pesar de ello llama la atención el estilo seco y casi desnudo con el cual el veterano realizador austríaco hizo frente a un material sobre la decadencia de ese Viejo Hollywood desde una perspectiva, asimismo, “vieja”: hay momentos en que la visión que el film ofrece de la decadencia del Hollywood Clásico y, al mismo tiempo, del propio Wilder acaban siendo indisociables. Hay que señalar, además, que al contrario que la mayoría de películas citadas anteriormente, Fedora no es una película retro; ni siquiera lo es en aquellos momentos en los cuales la acción retrocede en el tiempo para recrear ese Viejo Hollywood Clásico que en ningún momento parece ni viejo ni clásico, sino exactamente lo que Wilder, creo, pretendía que fuera: más que una recreación, una mera representaciónde un tiempo ya pasado, de algo que no existía ya cuando el realizador hizo este film.  


No es de extrañar, en este sentido, que Wilder y su guionista habitual, I.A.L. Diamond, alteraran en parte el argumento de la excelente novella de Tryon, convirtiendo a su protagonista masculino, Barry Detweiller (Holden), en un viejo productor de Hollywood que anda detrás de la antigua estrella de la pantalla Fedora (Marthe Keller) a fin de ofrecerle un guion que podría ser el fulgurante retorno al cine de esta última y, de paso, una última oportunidad de oro para Detweiller de remontar su maltrecha carrera en la así llamada Meca del Cine; un poco, salvando las distancias, lo que le estaba pasando al propio Wilder, que antes de Fedora había firmado una película estupenda que, a pesar de ello, había fracasado en taquilla: Primera plana (1974), esta sí decididamente cercana al cine retro, o por lo menos mucho más retro que Fedora. Tampoco resulta descabellado ver en las alteraciones que Wilder y Diamond efectuaron sobre la trama de Tryon cierto propósito de convertir Fedorano en el nostálgico monumento al cine del pasado que se pretendió ver en el momento de su estreno (y que, probablemente por eso mismo, frustró tantas expectativas en este sentido), sino más bien una especie de “deconstrucción” casi brechtiana de los mecanismos narrativos del Viejo Hollywood. Salvando las distancias, Fedora jugaría en la carrera de Wilder el papel que jugó la todavía tan lamentablemente incomprendida Family Plot (La trama) (1976) en la de Alfred Hitchcock, no por casualidad también rodada por esos años, es decir, sendos stripteaseestilísticos de sus autores, una exhibición impúdica y al desnudo de los mecanismos de su propio cine, pero con una gran diferencia: lo que en Hitchcock fue un denso autoanálisis en profundidad, en el Wilder de Fedora era un honesto pero un tanto desolador reconocimiento público de que su cine, fuera del contexto en el cual nació, creció y maduró, ya no daba más de sí.


Esto es lo que convierte a Fedora en una película agónica y un tanto fantasmagórica, y ese sigue siendo, a pesar de sus imperfecciones, su punto fuerte: su abrazo, consciente y casi desesperado, de ciertas convenciones hollywoodienses“clásicas” con la plena conciencia de que no son sino convenciones. Como decía, Wilder y Diamond alteraron sobre todo la estructura del relato original de Tryon, en el cual el protagonista masculino, el citado Barry Detweiler, no es como en el film un productor de cine, sino un periodista y escritor empeñado en escribir un libro sobre la retirada estrella de cine Fedora; el Detweiler de Tryon también es, como el Detweiler de Wilder, un admirador de Fedora, pero mientras que, en la novella, el primero guarda de la segunda un platónico recuerdo de juventud con motivo de un encuentro casual en un museo de París, en la película, el joven Detweiler (Stephen Collins) fue un amante de una noche de la estrella, durante el rodaje de una de las películas de esta última en la cual él trabajaba como ayudante de dirección. Y, así como Tryon construye su relato en torno a la narración en primera persona que Detweiler le hace a una amiga y colega periodista de “la verdad sobre Fedora” poco después del anuncio de la muerte de esta última, y le explica cómo llegó a deducir por sí mismo cuál era el secreto de la misteriosa eterna juventud de la estrella, en cambio Wilder y Diamond desvelan ese secreto a Detweiler, y de paso al espectador, por medio de subrepticios flashbacksque arrancan con motivo de la asistencia de Detweiler al funeral de Fedora.



Dicho de otro modo: lo que en Tryon es una mirada “objetiva” y “periodística”, se convierte para Wilder en un pretexto para una exhibición de narrativa “clásica”, tal y como se entendía en el Viejo Hollywood. Ello explica que esos flashbacksque nos descubren que, en efecto, la auténtica Fedora no es sino la anciana condesa Sobryanski (Hildegard Knef), y que la “Fedora” misteriosamente joven que se acaba de suicidar no era sino su hija Antonia, idéntica a ella, son una especie de simbólico equivalente de lo que, bajo cierto punto de vista, era el cine del Hollywood Clásico: un maravilloso artificio bajo el cual se hallaba una gran mentira. Ni que decir tiene que la muerte de Fedora, el mito, equivale a la muerte de un Hollywood también mítico (o, si se prefiere, mitificado), del mismo modo que Fedora, el film, termina adoptando la forma de un cántico fúnebre sobre una determinada manera de entender el cine y entonado, además, por quien fuera uno de sus máximos valedores. Es ese punto artificioso que flota en muchos momentos de esta extraña película, reforzado por una partitura musical tan “clásica” como excesiva, tan suntuosa como demodé de Miklos Rozsa, o por las no menos fantasmagóricas apariciones especiales de Henry Fonda y Michael York interpretándose a sí mismos (“personajes” añadidos por Wilder y Diamond con respecto al relato de Tryon), lo que otorga –vuelvo a insistir: por encima de sus imperfecciones y titubeos, que los tiene– un valor especial a esta melancólica Fedora, auténtico “final” de la carrera de Billy Wilder a pesar de que, tres años después, filmara otro fantasmagórico intento de reverdecer laureles en formato de comedia-de-viejos-camaradas, titulado Aquí un amigo (1981).


Amo a Jesús: “CAMINO”, de JAVIER FESSER

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No dejó de ser una sorpresa que un film de las características de Camino(2008) viniera firmado por un realizador que, hasta ese momento, había manifestado un estilo más bien frívolo, si bien ocasionalmente brillante, en sus dos anteriores largometrajes, El milagro de P. Tinto (1998) y La gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003). Pero, en su tercer y mejor largometraje hasta la fecha –incluyendo aquí sus posteriores y simplemente simpáticos Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo (2014) y Campeones(2018), este último particularmente sobrevalorado–, Javier Fesser vuelve a hacer gala de su personalidad, y además de una forma corregida, aumentada y mejorada, la misma que le convierte en uno de los más atípicos y originales realizadores del actual cine español: un director más preocupado por narrar en imágenes que la mayoría de cineastas nacionales de su generación. En el momento de su estreno, y supongo que todavía hoy, tras haber ganado seis premios Goya –los correspondientes a mejor película, director, actriz protagonista (Carme Elias), actor de reparto (Jordi Dauder), actriz revelación (Nerea Camacho) y guion original–, hubo cierta polémica alrededor de este film por su condición o no de supuestamente fidedigno retrato del Opus Dei. Pero, más allá de las controversias abiertas al respecto, y que a la hora de la verdad no acabaron levantando demasiada polvareda (quizá, probablemente, gracias a que los principales implicados en la cuestión, los miembros del Opus Dei, prefirieron guardar un cauto silencio), lo cierto es que Camino es, con todas sus irregularidades –que las tiene–, una película harto interesante y, sin duda alguna, una de los más notables de “nuestra” cinematografía de estos últimos años.


Uno de los aspectos que mejor funciona del film es su agudo contraste entre las fantasías infantiles de la pequeña Camino (Nerea Camacho) y la cruda realidad del mundo que la rodea, un entorno educativo fuertemente religioso y conservador personificado en la figura materna, Gloria (Carme Elias), que movida por una fe inquebrantable, exacerbada, en el límite de lo humano, intenta encauzar a su hija más pequeña para que siga los pasos de su hija mayor, Nuria (Manuela Vellés), que en esos momentos está internada en un centro del Opus Dei con vistas a lograr el acceso definitivo a lo que se conoce como “la Obra”. El tono narrativo de la película oscila, en función del punto de vista que adopta a cada momento, entre el carácter onírico de los sueños/ ensueños/ pesadillas de la pequeña Camino (en una serie de espectaculares secuencias que entroncan, indudablemente, con las formas fantasiosas características de los dos primeros largos de Fesser), y la atmósfera más cotidiana, realista, ascética casi, de los fragmentos del film situados, por así decirlo, en el “mundo real” (sobre todo, en las secuencias que nos describen las supuestas interioridades del Opus Dei). Pero, a pesar del peso específico de ese “mundo real”, hay en general un tono más o menos onírico, como de cuento, que flota a lo largo de todo el relato, incluso en sus momentos más ásperos: véase, por ejemplo, las escenas en las cuales la niña es sometida a toda una larga serie de tratamientos médicos y quirúrgicos, cuya teórica crudeza queda en cierta medida paliada, o cuanto menos “poetizada”, en virtud del tratamiento no del todo realista que le confiere Fesser; incluso en los momentos, de nuevo teóricamente, más “realistas”, los relativos al Opus Dei, la sobriedad de la puesta en escena les confiere una pátina ligeramente distanciada: véase, al respecto, el detallismo casi enfermizo con que se describen determinados rituales cotidianos de “la Obra”, como las misas (en las cuales solo están presentes hombres en la capilla: las mujeres, separadas de los varones, escuchan la eucaristía en una habitación contigua y a través de una ventanilla abierta), las comidas (que van precedidas de un escrupuloso “ritual”: las mujeres sirven los alimentos y abandonan el comedor, cerrándose la puerta por la cual han salido con un cerrojo, antes de permitir la entrada de los hombres por otra puerta, asimismo, con cerrojo) y hasta el mero hecho de telefonear a la familia (la escena en la cual vemos a Nuria hablando por teléfono con los suyos está rodada en un plano general construido de tal manera que, en un extremo del mismo, veamos a la encargada de instruir a la chica, sentada muy cerca de ella, espiando con el consentimiento de la chica esa conversación teóricamente privada…).


Un punto de inflexión del relato, que da pie a que sus secuencias finales acaben alcanzando una intensidad realmente convincente, consiste en la resolución de la historia de amor infantil de Camino y Jesús (Lucas Manzano), un niño de su edad del cual se ha enamorado ingenuamente. El hecho de que este chiquillo se llame Jesús (por más que todo el mundo le apoda Cuco) da pie a una tremenda ironía (Camino es, en el fondo, una película muy irónica: hay momentos teóricamente “dulces” llenos de mucha mala leche); ironía que dice mucho a favor de la sensibilidad de Javier Fesser: en su agonía, destrozada por una serie de tumores en su cabeza y columna vertebral que están matándola, la pequeña Camino afirma a quienes la acompañan en su lecho de dolor que quiere “estar con Jesús”; naturalmente, quienes la escuchan –su madre y diversos miembros del Opus Dei, entre ellos Don Luís (Jordi Dauder)– interpretan que la niña se refiere a Jesucristo… y no al pequeño Cuco: el auténtico amor de Camino.



Es tan solo uno de los numerosos apuntes admirables de un film que a pesar, insisto, de no estar exento de defectos –ciertas reiteraciones de guion que acaban alargando su un tanto excesivo metraje–, acaba funcionando a base de convicción en lo que cuenta y gracias a la fuerza de sus mejores secuencias: señalo al respecto ese momento inquietante en el cual Camino, postrada en su cama del hospital, le pide a su padre, José (Mariano Venancio), que filme con su cámara portátil un rincón de la habitación donde, según ella, está sentado Dios (la supuesta filmación de José, por cierto, se recupera en los títulos de crédito finales, y concluye con una aviesa mancha en el celuloide en forma de triángulo: la representación de la Santísima Trinidad); señalo, asimismo, el impactante momento de la muerte de José en accidente de carretera, resuelto por Fesser en un único y espectacular plano general; sobre todo, las escenas finales del film, en las cuales la agonía y muerte de la pequeña Camino se contrapone, en montaje paralelo, a la representación de La Cenicienta por el grupo de niños de su escuela (entre ellos, su amado Jesús/ Cuco), el momento en el que Nuria acude al hospital para asistir al deceso de su hermana pequeña (la muchacha, imbuida por el “lavado de cerebro” que le han practicado en “la Obra”, rechaza coger un taxi, signo de ostentación, y se traslada al centro hospitalario en autobús, aún sabiendo que con ello tardará más y que puede no llegar a tiempo de ver viva a Camino por última vez…) y la fantasía final de la niña (sueña que baila con Jesús en un campo de flores de dibujos animados; de hecho, en el film hay una referencia explícita a la versión disneyana de La Cenicienta; asimismo, esas flores mágicas que brotan en la imaginación de la niña van incluso más allá de los márgenes de su fantasía: su hermana Nuria la olfatea y exclama que Camino huele a flores, “como una santa”: en un momento anterior del film hemos oído decir que Bernadette Subirous también olía así en el instante de su fallecimiento…). Caminoacaba siendo, así, un canto a la fantasía y la imaginación como vías de escape a un mundo gris que solo ofrece tristeza y represión incluso con la promesa de alcanzar el paraíso. Los excelentes trabajos interpretativos de Nerea Camacho, Carme Elias, Mariano Venancio y Jordi Dauder contribuyen sobremanera a elevar sus méritos.


“DIRIGIDO POR…”, JULIO-AGOSTO 2019, a la venta

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Érase una vez en… Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood, 2019) es la esperadísima película que ilustra la portada del n.º 501 de Dirigido por… La crítica de este film, escrita por Ángel Sala, se complementa con una entrevista con su realizador, Quentin Tarantino, y con el artículo El nuevo Hollywood de 1968-1969, firmado por Quim Casas.


Publicamos un dossierespecial verano que se titula Terror animal, lo ha coordinado un servidor, y dentro del mismo se engloban antologías de películas de variopintos géneros que tienen en común la presencia en sus tramas de animales peligrosos: Doble asesinato en la calle Morgue, de Robert Florey (Juan Carlos Vizcaíno Martínez), El asesino diabólico, de Edward Sutherland (Joaquín Vallet Rodrigo), El libro de la selva, de Zoltan Korda (Héctor G. Barnés), Cuando ruge la marabunta, de Byron Haskin (Quim Casas), La senda de los elefantes, de William Dieterle (Emilio M. Luna), 20.000 leguas de viaje submarino, de Richard Fleischer (Óscar Brox), Track of the Cat, de William A. Wellman (escrita por mí), Moby Dick, de John Huston (Iván Cerdán), Safari en Malasia, de Phil Karlson (Albert Galera), Arma de dos filos, de Samuel Fuller (Ramón Alfonso), Ssssilbido de muerte, de Bernard L. Kowalski (Juan Carlos Vizcaíno Martínez), Tiburón, de Steven Spielberg (Ramón Alfonso), Orca, la ballena asesina, de Michael Anderson (Iván Cerdán), El desafío del búfalo blanco, de J. Lee Thompson (Ángel Sala), El perro, de Antonio Isasi-Isasmendi (Joaquín Vallet Rodrigo), Piraña, de Joe Dante (Joaquín Torán), El enjambre, de Irwin Allen (que firma un servidor), La bestia bajo el asfalto, de Lewis Teague (Quim Casas), Perro blanco, de Samuel Fuller (Joaquín Vallet Rodrigo), Cujo, de Lewis Teague (Ángel Sala), Atracción diabólica, de George A. Romero (también escrita por mí), Aracnofobia, de Frank Marshall (Israel Paredes Badía), Los demonios de la noche, de Stephen Hopkins (Ángel Sala), El desafío, de Lee Tamahori (Israel Paredes Badía), Mandíbulas, de Steve Miner (Tariq Porter), El territorio de la bestia, de Greg McLean (Óscar Brox), El arrecife, de Andrew Traucki (Álvaro Peña), Piraña 3D, de Alexandre Aja (Israel Paredes Badía), Infierno azul, de Jaume Collet Serra (también firmada por un servidor) y A 47 metros, de Johannes Roberts (José Luis Salvador Estébenez).


Otros contenidos son las críticas destacadas de Los muertos no mueren (The Dead Don’t Die, 2019, Jim Jarmusch) [Quim Casas], El peral salvaje (Ahlat agaci, 2018, Nuri Bilge Ceylan) [Israel Paredes Badía], Godzilla: Rey de los monstruos (Godzilla: King of the Monsters, 2019, Michael Dougherty) [que he escrito yo], El cocinero de los últimos deseos (The Last Recipe: Kirin no shita no kioku, 2017, Yôjirô Takita) [Nicolás Ruiz], Toy Story 4 (ídem, 2019, Josh Cooley) [Quim Casas], Utoya. 22 de julio (Utoya 22. Juli, 2018, Erik Poppe) [Israel Paredes Badía], El emperador de París (L’Empereur de Paris, 2018, Jean-François Richet) [Quim Casas] y Yesterday (ídem, 2019, Danny Boyle) [Israel Paredes Badía]; y el artículo Visiones de Cine, en el cual Quim Casas, Ramón Alfonso y Albert Galera comentan cinco documentales que A Contracorriente irá estrenando a lo largo de este verano: Varda por Agnès (Varda par Agnès, 2019, Agnès Varda y Didier Rouget), An Accidental Studio (ídem, 2019, Bill Jones, Kim Leggatt y Ben Timlett), Entendiendo a Ingmar Bergman (Ingmar Bergman – Vernächtnis Eines Jahrhunertgenis, 2018, Margarethe von Trotta y Felix Moeller), La mirada de Orson Welles(The Eyes of Orson Welles, 2018, Mark Cousins), El gran Buster(The Great Buster, 2018, Peter Bogdanovich) y Buscando la perfección(L’empire de la perfection, 2018, Julien Faraut).


A todo ello hay que añadir las secciones Críticas, con reseñas de otros estrenos en salas del mes; Streaming / TV, con comentarios destacados de la miniserie Chernobyl (ídem, 2019) [Quim Casas], Rolling Thunder Review: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese (ídem, 2019, Martin Scorsese) [Quim Casas], la quinta temporada de Black Mirror (ídem, 2019) [que comento yo], y Extremadamente cruel, malvado y perverso (Extremely Wicked, Shockingly Evil and Vile, 2019, Joe Berlinger) [Quim Casas], además de otros comentarios a cargo de Nicolás Ruiz, Joaquín Torán y Tariq Porter; Home Cinema, con comentarios de novedades en formato físico a cargo de Juan Carlos Vizcaíno Martínez, Joaquín Vallet Rodrigo, Ramón Alfonso, Albert Galera y un servidor; Libros, con comentarios de novedades editoriales escritos por Quim Casas, Israel Paredes Badía y Óscar Brox; Banda Sonora, de Joan Padrol; y Cinema Bis, donde comento el film de Hideo Nakata Kaosu / Chaos(2000).


Como ya he avanzado, mi contribución a este número consiste en cuatro antologías para el dossier Terror animal, las dedicadas a Track of the Cat, de William A. Wellman, El enjambre, de Irwin Allen, Atracción diabólica, de George A. Romero, e Infierno azul, de Jaume Collet Serra, de la cual ya hablé extensamente en este mismo blog (1).


A ello hay que añadir mis reseñas de Godzilla: Rey de los monstruos, la quinta temporada de Black Mirror para la sección Streaming / TV, Aladdín (Aladdin, 2019, Guy Ritchie) para la sección Críticas, Las cicatrices de Drácula (Scars of Dracula, 1970, Roy Ward Baker) para la sección Home Cinema, y Kaosu/ Chaos para la sección Cinema Bis.  



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La temporada final: “JUEGO DE TRONOS” T.8

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[ADVERTENCIA:  EN EL PRESENTE TEXTO, QUE ES LA VERSIÓN ÍNTEGRA DE MI COMENTARIO DE ESTA SERIE PUBLICADO EN “DIRIGIDO POR…”, NÚM. 500, JUNIO 2019, SECCIÓN STREAMING / TV (1), SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA.]


Acompañada de unas polémicas tan absurdas como incomprensibles, la octava y última temporada de Juego de tronos (Game of Thrones, 2011-2019) no ha hecho sino reafirmar, con todos sus defectos, pero también con no pocos méritos, el interés de esta serie, cuya popularidad puede enturbiar el aprecio de sus virtudes. Que yo recuerde, no ha habido una última temporada de una serie de televisión que haya levantado tanta polvareda a nivel popular, o por lo menos no la ha habido desde que se emitió el episodio final de Perdidos (Lost, 2004-2010), como lo ha hecho el cierre de Juego de tronos. Una expectativa, todo hay que decirlo, perfectamente prefabricada por sus responsables, los creadores y guionistas principales David Benioff y D.B. Weiss y la cadena HBO, quienes ya empezaron a echar leña al fuego con el anuncio de que esta octava y última temporada no iba a emitirse en 2018, faltando por tanto a la cita anual con los seguidores de la serie establecida desde 2011, sino que lo haría en 2019 a causa de la complejidad de su producción, digna de cualquier película de Hollywood que ya suele consumir un par de años entre preproducción, rodaje y postproducción. Desde entonces y hasta ahora se fue creando un caldo de cultivo entre los fans acérrimos y más impacientes que, llegado por fin el momento de la emisión de la tan esperada temporada final, ha desembocado en un fenómeno con signos de histeria colectiva que, probablemente, habrá sido económicamente muy fructífero para HBO, pero que, desde otra perspectiva, ha desatado una auténtica oleada de insensatez. 


Puede comprenderse, hasta cierto punto, el encariñamiento que algunos espectadores pueden haberse hecho con respecto a ciertos personajes de la serie, digamos, «positivos» (o, como suele decirse vulgarmente, «los buenos»), tal es el caso de Tyrion Lannister (Peter Dinklage), Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) –la principal generadora de controversia de toda esta temporada–, Jon Nieve (Kit Harington) y las hermanas Arya y Sansa Stark (Maisie Williams y Sophie Turner); de la misma manera que podemos aceptar, dentro de esa misma lógica, más emocional que racional, el «odio» hacia los personajes «negativos», «los malos», caso de Cersei Lannister (Lena Headey), su incestuoso hermano y amante Jamie (Nikolaj Coster-Waldau) –a pesar de la evolución «positiva» que ha ido experimentando este personaje desde que empezó a recibir dolorosas lecciones de humildad a raíz de la mutilación de su mano derecha–, o el despiadado nuevo amante de Cersei, Euron Greyjoy (Pilou Asbaek). Siempre y cuando tengamos claro que ese encariñamiento y ese odio hacia personajes de ficción es cuanto menos relativo, y que lo que excede de los márgenes de lo racional tan solo puede calificarse como de infantil e inmaduro.


Desde luego que esta octava temporada no ha sido, ni mucho menos, perfecta (¿alguna de las anteriores lo es?), pero tampoco ha sido, ni de lejos, el desastre pregonado por un fandom sin nada mejor que hacer. Estamos de acuerdo en que algunas de las quejas, si bien exageradas, han sido cuanto menos razonables: los problemas técnicos que dificultaron el visionado del tercer episodio y uno de los más espectaculares, «The Long Night»; o, cierto, el famoso vaso de plástico de café con leche que se «coló» durante unos segundos, pero de manera perfectamente visible, en uno de los planos del cuarto episodio, «The Last of the Starks». Pero la reacción visceral desatada por los episodios quinto y sexto, «The Bells» y «The Iron Throne», motivada por la «revelación» (?) de algo que ya se iba intuyendo a lo largo de las anteriores temporadas, que bajo la aparentemente dulce y ecuánime Daenerys no había sino una reina que poco a poco había ido creciendo en soberbia y actitudes dictatoriales a medida que iba aumentando su poder, y que ha dado pie a iniciativas tan estúpidas como la recogida de un millón de firmas en Change.org para solicitar a HBO que reescriba y cambie el final de la serie, tan solo puede calificarse, vuelvo a repetir, de infantil e inmadura.


Anécdotas aparte, los tres primeros episodios de esta octava temporada se han centrado en el enfrentamiento de los reinos del Norte liderados por Jon Nieve contra el ejército de los Caminantes Blancos comandados por el Rey de la Noche (Vladimir Furdik), mientras que los tres restantes lo han hecho alrededor de la conquista de Desembarco del Rey, sede de gobierno de la despótica Cersei Lannister. Esta temporada, la más corta en número de episodios si bien los cuatro últimos rondan los 80 minutos de duración, ha ofrecido, mal que pese, algunos de los mejores momentos de toda la serie. No es el caso del primer episodio, «Winterfell», dirigido por David Nutter y correcto en sus líneas generales, pero que no deja de ser un capítulo de introducción, o mejor dicho, de transición entre el espléndido séptimo y último capítulo de la séptima temporada –«The Dragon and the Wolf», de Jeremy Podeswa– y esta octava temporada, por más que atesora una imagen memorable: el hallazgo del cadáver de un niño, cuyo cuerpo ha sido colgado en una pared y «adornado» colocando a su alrededor varios brazos humanos cortados.


Mucho mejor es el segundo episodio, «A Knight of the Seven Kingdoms», también realizado por Nutter; lo cual demuestra, por enésima vez, hasta qué punto son decisivos los showrunners en materia de atmósfera y densidad narrativa de las series, por encima de las teóricas aportaciones de los realizadores, por lo general de segunda fila, que se hacen cargo de la puesta en imágenes. Sobre todo, en su segunda mitad, este episodio hace gala, como digo, de atmósfera, admirable, y de densidad, consistente, alrededor de la tensa espera nocturna de los personajes atrincherados en Invernalia mientras aguardan el ataque de los Caminantes Blancos. Sombría premonición de muerte que culmina en dos escenas tan humanas como emotivas: Arya perdiendo la virginidad en brazos de Gendry (Joe Dempsie), por si acaso ambos no llegan a ver la luz del nuevo día; y, sobre todo, el momento en que Jamie Lannister nombra «caballero» a la guerrera Brienne de Tarth (Gwendoline Christie).


El tercer episodio, el ya mencionado «The Long Night», firmado por Miguel Sapochnik, es tan atractivo como irregular, a ratos tan brillante como, en otros, relativamente decepcionante: el ya clásico «episodio de batalla» que en las primeras temporadas corría a cargo de Neil Marshall. No se le puede negar espectacularidad, por encima de la media de cualquier producción televisiva a nivel internacional, ni tampoco algunas hermosas imágenes y buenos momentos de puesta en escena: la carga nocturna de la caballería liderada por el valeroso Jorah Mormont (Iain Glen) contra el ejército de los Caminantes Blancos, y cómo aquélla es literalmente «tragada» por la oscuridad, es digna de aplauso. Pero sus 80 minutos de escenas de batalla, unidos a los ya mencionados problemas de visionado (por más que esto no entrara dentro de la voluntad de sus responsables), culminan con un golpe de efecto de guion cuyo carácter artificioso se nota demasiado: Arya Stark salva el día matando, en el último segundo, al Rey de la Noche, y con él a todo el ejército de los Caminantes Blancos de un plumazo...


Este golpe de efecto pone en evidencia algo que, en líneas generales, se ha hecho patente a lo largo de esta temporada: una cierta sensación de prisa con tal de acabar de una vez una serie que, a priori, poco más podía dar de sí una vez adaptados e incluso rebasados de sobra los libros de la saga literaria de George R.R. Martin en los que se inspiran. Pese a todo, vuelvo a insistir, el cuarto episodio, «The Last of the Starks», de nuevo firmado por Nutter, eleva el nivel de la serie con una segunda mitad excelente, en la cual brillan con luz propia dos grandes secuencias: el ataque con flechas gigantes contra la flota de Daenerys lanzado a traición y con alevosía por Euron Greyjoy, que culmina con la muerte de uno de los dos dragones supervivientes de la popular khaleesi de blancos cabellos; y la tensa pero fallida conversación de paz con Cersei a las puertas de Desembarco del Rey, que concluye fatídicamente con el asesinato a sangre fría de Missandei (Nathalie Emmanuel), la consejera y amiga de Daenerys y compañera sentimental del fiel comandante del ejército de esta última, conocido como «Gusano Gris» (Jacob Anderson).


Las dos secuencias mencionadas y lo que ambas desarrollan se encuentran en la base dramática que justifica la sangrienta venganza de Daenerys, con la complicidad de un no menos vengativo «Gusano Gris», que se encuentra en la base del quinto episodio, «The Bells», realizado por Sapochnik, y que me parece el mejor episodio de esta temporada y uno de los mejores de toda la serie. Nos hallamos de nuevo ante otro «episodio de batalla», otros 80 minutos de escenas de muerte, pero mucho mejor desarrollados que en «The Long Night», y con una intensidad dramática digna de encomio. Los momentos culminantes de la trama, tales como el esperado duelo final de Sandor «El Perro» Clegane (Rory McCann) contra su monstruoso hermano Lord Gregor «La Montaña» (Hafþór Júlíus Björnsson), o el destino final de Cersei y Jamie Lannister, se integran perfectamente dentro de la espectacular y a la vez aterradora visualización –muy «11-S»– de la venganza de Daenerys, a lomos de su ahora único dragón, sobre la ciudad de Desembarco del Rey. Hay, incluso, una buena idea de puesta en escena al principio de este episodio: cuando Tyrion visita a Daenerys en sus aposentos, un plano pone en relación al primero con el relieve de una cabeza de dragón en la pared, sugiriendo de este modo que Tyrion no va a hablar con la reina a la que adoraba, sino con un «dragón» humano que, como pronto veremos, quiere dar rienda suelta a su venganza.


Precisamente una de las más bellas imágenes del sexto episodio, «The Iron Throne», dirigido para la ocasión por Benioff y Weiss, consiste en ese plano en el que, por un momento, las gigantescas alas del dragón, aterrizando varios metros detrás de Daenerys mientras esta se dirige hacia su ejército tras haber arrasado Desembarco del Rey, provoca que, por unos instantes, parezca que es la propia Daenerys la que tiene esas alas de dragón que se diría brotan de su espalda, reafirmando la idea de que la khaleesiha dejado atrás su humanidad para convertirse, definitivamente, en una especie de mujer-dragón. Aunque menos intenso que el quinto episodio, este sexto se encuentra, en sus líneas generales, a la altura de los mejores momentos de los capítulos segundo y cuarto de esta temporada. El clímax del episodio, y con él de la serie entera, se produce, curiosamente, dentro de su primera mitad: consciente de que su amada Daenerys se ha convertido en un monstruo, Jon Nieve la asesina; y, en otro golpe de efecto de guion, pese a todo más interesante y poético que el de la victoria de Arya Stark sobre el Rey de la Noche en el clímax de «The Long Night», el dragón de Daenerys no acaba con Nieve tras ver que acaba de apuñalar mortalmente a su «madre», como sería lo lógico, sino que funde con su aliento de fuego al auténtico «culpable» de todo lo que ha ocurrido a lo largo de toda la serie, ¡el Trono de Hierro!, antes de cargar con el cadáver de Daenerys y emprender el vuelo. El episodio concluye con una resolución, creo yo, deliberadamente abierta: Bran Stark (Isaac Hempstead Wright) es nombrado por consenso rey de los Siete Reinos, o, mejor dicho, de los Seis Reinos: su hermana Sansa mantendrá la independencia del suyo; mientras que Jon Nieve, condenado al exilio en la Guardia de la Noche por el asesinato de Daenerys, y Arya Stark, dirigiendo una expedición hacia el oeste, «donde acaban los mapas», parten en busca de nuevas aventuras. ¿Llegaremos algún día a verlas? Quién sabe.


(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2019/05/n-500-de-dirigido-por-la-venta.html

La conciencia del rey: “BECKET”, de PETER GLENVILLE

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Becket (1964) representa un estilo de película que, en la actualidad y ahora más que nunca, resulta prácticamente inexistente: una superproducción de Hollywood para público adulto, o si se prefiere, un film de temática compleja sin renunciar a las reglas del gran espectáculo hollywoodiense. Nada hay de malo en ello, más bien al contrario, y sobre todo si ese espectáculo está, como aquí, puesto al servicio de una trama absorbente y de un trabajo de realización más que competente, que hace de Becket, vuelvo a insistir, un ejemplo de una manera de entender el cine ahora más que nunca en declive. Adaptación de una prestigiosa obra de teatro de Jean Anouilh a cargo del guionista Edward Anhalt (a título anecdótico: ganador del único premio Óscar, el de Mejor Guion Adaptado, de los doce a los cuales llegó a aspirar), Becket es un film cuyo elemento más llamativo (aunque no necesariamente el mejor: el resto está a su altura) reside en el extraordinario duelo interpretativo de dos actores en la cima de su talento, Richard Burton y Peter O’Toole, cuya labor es de entrada un claro incentivo de cara al visionado de una película que, a pesar de ello y con independencia del placer que proporciona (o debería proporcionar) semejante alarde de arte dramático, hace gala de no pocas cualidades.


Es de justicia reconocer que, además de Burton y O’Toole y del texto aportado por Anouilh, Becket se beneficia excepcionalmente de otros muchos elementos de gran calidad, como son la labor de sus grandes intérpretes de su reparto (John Gielgud, Gino Cervi, Paolo Stoppa, Donald Wolfit, Martita Hunt, Felix Aylmer) y de un inmejorable equipo de colaboradores en apartados técnico-artísticos como Geoffrey Unsworth (fotografía), Laurence Rosenthal (música), John Bryan (decoración), Margaret Furse (vestuario) y Anne V. Coates (montaje). Es curioso, pero cuando se habla de Becket suele dejarse de lado, detrás de todos esos nombres que he mencionado, y acaso como consecuencia del olvido que arrastra actualmente, el de la persona que, paradójicamente, se encargó de coordinar el trabajo de todos los anteriores: su realizador, el británico Peter Glenville, autor de una filmografía corta (únicamente siete largometrajes) pero interesante en sus líneas generales, en la cual hallamos títulos tan dignos de ser recordados como El prisionero (1955), Yo y el coronel (1958) o la adaptación de Tennessee Williams Verano y humo (1961), los cuales junto con Becket bastarían para dedicarle, cuanto menos, un recuerdo.


El conflicto dramático de Becket se articula alrededor del enfrentamiento dialéctico, basado a su vez en hechos históricos, que se produce entre el rey de Inglaterra Enrique II (O’Toole) y su amigo y consejero Thomas Becket (Burton), en particular a raíz del momento en el cual el primero decide investir al segundo, que ya es su Lord Canciller, con el cargo de arzobispo de Canterbury. Es a partir de este momento cuando se producirá una ruptura sin remisión entre ambos amigos, fundamentada en la negativa de Becket a plegarse a los deseos del monarca, que intenta utilizar el alto puesto religioso de su amigo con finalidades políticas. Pero antes de que tenga lugar ese choque, y que concluye fatídicamente con la orden dada por el rey de asesinar a su viejo camarada (de hecho, el film empieza mostrándonos a Enrique visitando la tumba de Becket, momento a partir del cual el relato desarrolla un largo flashback que abarca toda la película y que nos pone en antecedentes sobre lo ocurrido con anterioridad), Becket desarrolla previamente y con minuciosidad el dibujo de la relación entre ambos hombres. Descubrimos así que, a pesar del cariño y la lealtad que profesa hacia su rey, Becket mira con malos ojos sus excesos con la bebida y, sobre todo, con las mujeres, a las cuales trata como una mercancía para tomarla a su gusto, saciarse con ella y a continuación arrojarla como si fuera un desperdicio: uno de los mejores y más intensos momentos se produce en la primera mitad del relato, justo cuando Enrique se encapricha con una joven (Jennifer Hilary), hija de los campesinos que han dado cobijo al rey y a Becket de la lluvia, y decide poseerla, sin tener ningún miramiento con sus anfitriones; Enrique aparta la cortina que da acceso al humilde aposento de la muchacha, y descubre horrorizado que esta ha preferido quitarse la vida a permitir que el monarca la ultraje a su capricho.


Esta secuencia marca, en cierto sentido, el tono de un film en el cual, vuelvo a repetir a riesgo de ponerme pesado, los grandes medios con los cuales fue realizado están puestos al servicio de lo que se narra. Será a partir de este momento cuando intuiremos que la relación de amistad que vincula a Becket con el rey es más turbulenta de lo que pueda parecer a simple vista: que, en cierto modo, Becket es el reverso positivo de Enrique, aquella persona a la cual este último siempre necesita tener a su lado para reafirmarse a sí misma; aquella persona cuya opinión valora más que la de nadie; aquella persona que le recuerda, con su bondad, sensatez, inteligencia y absoluta lealtad, todo lo bueno que hay en el mundo y que él, astuto, maquiavélico, retorcido y ladino, no puede permitirse mientras ciña sobre su cabeza la corona de rey de Inglaterra. Una relación turbulenta en la cual se intuye, desde luego, cierta atracción homosexual, lo cual también explicaría la obsesión del monarca por ir saltando de lecho en lecho y de mujer en mujer, como si necesitara un recordatorio constante de su hombría y virilidad.



En consonancia con semejante planteamiento dramático, Peter Glenville construye Becket como si fuera una gigantesca representación teatral, en lo que la película tiene de relato de “exposición de ideas”, pero sin descuidar por ello elementos estrictamente cinematográficos. De ahí esa utilización de los excelentes recursos puestos a su disposición, y que se traduce en un tratamiento visual y plástico de elevada categoría, sobre todo en lo que concierne a las escenas en interiores: hay momentos en los cuales muchas de las escenas entre Becket y Enrique que transcurren en la corte de este último tienen un cariz gótico y siniestro, casi de película de terror, reforzado por los opresivos decorados, la manera de iluminarlos y el sentido de lo claustrofóbico exhibido Glenville en su planificación. Por el contrario, el momento culminante del relato, esto es, el asesinato de Thomas Becket en la catedral de Canterbury juega con los gigantescos espacios abiertos del interior de un templo convertido, así, en una especie de suntuoso altar de sacrificios en el cual el protagonista pierde la vida por mantenerse fiel a sí mismo: es decir, por haberle llevado la contraria a su amado rey por primera y última vez.

¡Liberad a Woody!: “TOY STORY 4”, de JOSH COOLEY

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Antes de ver Toy Story 4 (ídem, 2019, Josh Cooley), resultaba lógico pensar que una cuarta entrega difícilmente podría no ya superar sino tan siquiera igualar los grandes logros de la franquicia animada de Disney/ Pixar inaugurada por Toy Story(ídem, 1995, John Lasseter) y brillantemente proseguida en Toy Story 2(ídem, 1999, Lasseter, Ash Brannon y Lee Unkrich) y Toy Story 3 (ídem, 2010, Unkrich). La sorpresa, en este sentido, es total y absoluta: a riesgo de equivocarme (hace tiempo que no he vuelto a ver ninguna de las tres películas anteriores, con lo que no guardo un recuerdo fresco de las mismas), Toy Story 4 no solo está a la altura de los títulos de la serie que la preceden, sino que incluso me atrevería a decir que los supera.


Como ya tuve ocasión de escribir en su momento desde las páginas de Dirigido por…con motivo del estreno de Toy Story 3, una de las mejores cosas que logró Pixar con el primer Toy Story fue devolverle no ya al cine de animación en particular, sino al cine en general, una vivificante sensación de descubrimientocomo en contadas ocasiones ha vuelto a verse desde entonces. Lo meritorio de Toy Story no residía en su infantil trama argumental (dicho sea sin intención peyorativa), ni siquiera en el vigoroso tratamiento narrativo de la misma (el cual, dicho también de paso, no tenía nada de infantil), sino sobre todo en su demostración de una nueva tecnología de la imagen que se enseñaba sin gratuitos exhibicionismos, dado que se encontraba plenamente integrada dentro de las necesidades dramáticas de la trama (y vuelvo a subrayar que, por más que temáticamente pueda ser o considerarse infantil, una trama siempre tiene necesidades dramáticas, las cuales nada tienen que ver con «el tema» y sí mucho, en cambio, con una labor de tratamiento y desarrollo plenamente adultos enfocada hacia esa nebulosa parcela de la creatividad humana conocida como “arte”). Dicho de una manera sencilla, y a riesgo de incurrir en el tic del relato de “batallitas” personales, la primera vez que vi Toy Story pensé que era una película que, con independencia de que gustara o no, sin duda alguna ofrecía una nueva perspectiva del espectáculo cinematográfico como no se había visto antes, salvo en esporádicas tentativas previas y parciales. Lo cierto es que el film en cuestión no solo convenció, sino que además gustó, y mucho, dando el pistoletazo de salida al actual imperio Pixar.     
  

Vaya por delante asimismo que, tal y como tuve ocasión de comentar en Dirigido por… con motivo de sus respectivos estrenos, tanto Toy Story como Toy Story 2 son excelentes películas..., con independencia de sus nada disimulados discursos conservadores sobre el conformismo (el descubrimiento, a la fuerza, que en Toy Story llevaba a cabo el juguete cosmonauta Buzz Lightyear de su mera condición de... juguete) y la resignación (el proceso emocional que, en Toy Story 2, llevaba al equipo de juguetes a aceptar que, a medida que fuera haciéndose mayor, “su niño” Andy iría arrinconándoles en beneficio de otros juegos/ juguetes más acordes con su edad). En este sentido, Toy Story 3 daba un paso más allá en este discurso, con los juguetes protagonistas viéndose ante la encrucijada de ir a parar o bien al desván (equivalente, para ellos, a la “jubilación”), o en el peor de los casos a una bolsa de basura (“la muerte”), a partir del momento en que «su» Andy se ha convertido en un preuniversitario que, según la convención social establecida, ya no quiere/ no puede/ no debe jugar con cosas-de-niños. La diferencia con respecto a sus predecesoras consistía en que el destino de los juguetes, en un giro final tan artero como ingeniosamente resuelto, se resolvía con un cierre circular de la trilogía dejándola astutamente como estaba al principio, con los juguetes convertidos en los nuevos amigos-para-siempre de una niña pequeña que volcará en ellos su amor ingenuo y su imaginación (repitámoslo de nuevo) infantil.


Toy Story 4 arranca donde concluyó la anterior entrega, con Woody, Buzz y sus amigos siendo los juguetes favoritos de aquella niña, Bonnie. Tras dos brillantes secuencias, los flashback del rescate de un coche de juguete que está a punto de ser arrastrado por un torrente hacia el alcantarillado, y otro en que, a base de imágenes y música, encadena en un solo plano el paso del tiempo mientras Andy juega con esos juguetes, la acción no tarda en ofrecer un par de giros excelentemente planteados y resueltos: la nueva dueña de los juguetes, Bonnie, ya no tiene a Woody entre sus preferidos, sino a su versión femenina, Dolly, la cowgirl que conocimos en Toy Story 2 (a la que, incluso, le coloca la estrella de sheriff de Woody), lo cual provoca en el cowboy la sensación de que su final como juguete, almacenado en el desván, recordemos, está cerca… Para más inri, en su primer día en la escuela primaria, Bonnie construye con un tenedor de plástico, cordel, plastilina y un palito de madera su propio juguete, al que bautiza como Forky, y que se convierte de inmediato en su favorito: otro golpe para la autoestima de Woody. En su crítica publicada en el pasado número de Dirigido por…(1), Quim Casas titulaba su crítica de Toy Story 4“La emancipación de los juguetes”. Es una definición muy precisa del substrato de esta nueva entrega: contrariamente a lo que defiende Woody, que se ha tomado como una cuestión de honor la felicidad de Bonnie porque, asegura, esa es la sagrada misión de todo juguete, hacer feliz a “su” niño o niña, Toy Story 4da un paso más allá respecto a los tres films que lo preceden, mostrando minuciosamente el proceso que lleva a Woody a dar un giro a su existencia como juguete y abrazar algo que hasta ahora desconocía: la libertad. Proceso que vendrá marcado por la presencia de dos fuertes personajes femeninos: por un lado, Bo Peep, la pastora de porcelana de una lámpara infantil que, un buen día, decidió escaparse junto con sus tres ovejas (y, de paso, rompiéndole el corazón a Woody), para vivir en libertad; y, por otro, Gabby Gabby, una muñeca que vive en una tienda de antigüedades y que sueña, por el contrario, con realizarsecomo juguete, consiguiendo por primera vez aquello de lo cual Woody y sus colegas han disfrutado siempre: la satisfacción, como juguetes, de hacer feliz a un infante.


Si el guion, escrito por Andrew Stanton y Stephany Folsom a partir de un argumento elaborado por ambos junto con John Lasseter, Valerie LaPointe, Rashida Jones, Will McCormack, Maritn Hynes y el realizador Josh Cooley, solo pueda calificarse como de magnífico, no lo es menos su puesta en imágenes. Si cabe, como decía al principio de estas líneas, Toy Story 4 hace gala de una inventiva que la erige en uno de los mejores trabajos de los Pixar Animation Studios de estos últimos años. Los nuevos personajes funcionan excelentemente: desde el rudimentario Forky, con su recurrente obsesión –la antítesis de los juguetes– de arrojarse a la basura, porque está convencido de que ese es su destino, hasta la decidida Bo Peep, convencida de que solo ella puede decidir sobre su propia vida, pasando por Gabby Gabby y el pequeño imperio de terror que ha erigido en la tienda de antigüedades gracias a un ejército de inquietantes muñecos de ventrílocuo a sus órdenes, la antipática pareja de peluches Ducky y Bunny, que maldicen el hecho de estar siempre cogidos/ cosidos de/ por la mano pero que a la hora de la verdad son incapaces de vivir separados el uno del otro, o el frustrado motorista Duke Caboom, que tan solo vive para cumplir con su sino, esto es, ejecutar con su motocicleta el salto mortal perfecto. ¡Toy Story 4 es un drama del destino!


Más allá, asimismo, del envidiable nivel de perfección técnica de la animación, Toy Story 4 avanza y crece a cada instante gracias a la modélica construcción de todas y cada una de sus secuencias. Ya hemos mencionado algunas: el rescate del coche de juguete; el juego del pequeño Andy en un único plano que marca el paso del tiempo; la espléndida en la que Woody se esconde dentro de la mochila de la niña para acompañarla en su primer día de escuela; los “intentos de suicidio” de Forky cada vez que ve un cubo de basura o una papelera rebosante de desperdicios… A todo ello habría que añadir las extraordinarias secuencias en la mencionada tienda de antigüedades –espléndida la inclusión del detalle del vinilo donde suena Midnight, the Stars and You (1934), que era la misma canción que sonaba al final de El resplandor (The Shining, 1980, Stanley Kubrick): un guiño divertido y a la vez inteligente–, así como en la feria, cuya descripción desbordaría las intenciones de estas líneas. Toy Story 4 es una obra maestra del cine, no solo el de animación, y la enésima demostración de que este género sigue acumulando los mayores niveles de inventiva en la actualidad.

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2019/07/dirigido-por-julio-agosto-2019-la-venta.html

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” SEPTIEMBRE 2019, a la venta

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La monumental secuela de cerca de tres horas de duración It: Capítulo 2 (It Chapter Two, 2019) es la película de portada del n.º 404 de Imágenes de Actualidad. El extenso reportaje de este film se complementa con una entrevista con su realizador, Andy Muschietti, y con el artículo El niño que era Stephen King, sobre el tratamiento de la infancia en la obra de este célebre escritor.


Otros títulos del mes destacados en portada son: Ad Astra (ídem, 2019, James Gray); Anna(ídem, 2019, Luc Besson), que se complementa con el artículo EuropaCorp. El “blockbuster” de la vieja Europa; Downton Abbey (ídem, 2019, Michael Engler); Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar, 2019); y Dora y la ciudad perdida (Dora and the Lost City of Gold, 2019, James Bobin), que se complementa con el retrato de su protagonista, Isabela Moner; los avances de Mulan (ídem, 2020, Nikki Caro), Puñales por la espalda (Knives Out, 2019, Rian Johnson) y The King’s Man: La primera misión (The King’s Man, 2020, Matthew Vaughn); el reportaje sobre la Comic Con 2019; y, en la sección Televisión, los de las series En el corredor de la muerte, Criminal y ÉliteT.2.


Este número también incluye reportajes dedicados a: Objetivo: Washington D.C. (Angel Has Fallen, 2019, Ric Roman Waugh), Stuber Express (Stuber, 2019, Michael Dowse), A dos metros de ti (Five Feet Apart, 2019, Justin Baldoni), En mil pedazos (A Million Little Pieces, 2018, Sam Taylor-Johnson), y Hotel Bombay (Hotel Mumbai, 2018, Anthony Maras); el reportaje especial La guerra de los juguetes; y las secciones Porque lo digo yo, de Josep Parera; Stars; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Críticas; Libros, de Óscar Brox y Tonio L. Alarcón; y BSOy DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


Prometo que, como consecuencia de una lamentable casualidad, este mes coincide en la sección Cult Movie la conmemoración del 50 aniversario del estreno de una película con el imprevisto homenaje póstumo a uno de sus protagonistas, recientemente fallecido: Peter Fonda. Me estoy refiriendo, claro está, a Easy Rider (Buscando mi destino)(Easy Rider, 1969), de y con Dennis Hopper: “En cierto sentido, en “Easy Rider” hay dos películas en una. La primera, lo que el film en sí mismo considerado es. La segunda, aquello en lo que se ha convertido con el paso del tiempo: una reliquia de una época no ya del cine sino de un pedazo de la historia de los Estados Unidos, una película repleta de valores coyunturales al margen de lo cinematográfico, más allá de las referencias a una estética, a una manera de entender el cine, que a día de hoy resulta prácticamente inexistente. Como reflejo de un tiempo y un lugar, “Easy Rider” tiene un valor indiscutible; no por casualidad, desde 1998, se encuentra protegida por el Registro Nacional de Films de la Bibiloteca del Congreso de los EE.UU. para películas «cultural, histórica o estéticamente significativas»”.


También firmo un par de críticas: las dedicadas a El rey león (The Lion King, 2019, Jon Favreau) y Venganza bajo cero (Cold Pursuit, 2019, Hans Petter Moland).


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