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La ambivalencia como estilo: “EL TRUCO FINAL (EL PRESTIGIO)”, de CHRISTOPHER NOLAN

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[NOTA PREVIA: AUNQUE DOY POR HECHO QUE, A ESTAS ALTURAS, LA TRAMA DE ESTA PELÍCULA ES SOBRADAMENTE CONOCIDA, ADVIERTO, DADO QUE SE TRATA DE UN FILM NO MUY ALEJADO EN EL TIEMPO, DE QUE EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE DESVELAN ASPECTOS FUNDAMENTALES DE SU ARGUMENTO.]


El truco final (El prestigio) (The Prestige, 2006) adapta la novela El prestigio, de Christopher Priest, publicada entre nosotros por Minotauro. No voy a extenderme sobre esta última, por lo cual, aparte de recomendar su lectura dado que se trata de un libro de gran calidad, me limitaré a señalar algunas de sus chocantes diferencias respecto a la adaptación cinematográfica urdida por Christopher Nolan en estrecha colaboración con su propio hermano, Jonathan Nolan, este último cofirmante del guion. Si, como en mi caso, se tiene ocasión de leer la novela después de haber visto el film, la primera sorpresa que depara su lectura consiste en descubrir que el libro sitúa la acción de sus primeros capítulos en época actual, momento en que un descendiente del mago Alfred Borden (encarnado en la película por Christian Bale) conoce a una descendiente de Robert Angier (Hugh Jackman, en el film), y a partir de ese momento se reconstruye la historia de sus respectivas familias y el odio que las enfrenta a raíz del primer enfrentamiento entre sus respectivos tatarabuelos, el cual se remonta al Londres victoriano, espacio y tiempo en los cuales se desarrolla el grueso de la película. Lo primero que cabe preguntarse es: ¿por qué los hermanos Nolan decidieron no seguir fielmente la excelente novela de Priest y, por el contrario, se atrevieron a darle un nuevo enfoque? Puede haber muchas razones para ello, mas mi teoría particular al respecto es que Nolan veía en el libro de Priest un pretexto para desarrollar otra de sus elaboradas ficciones que juegan con el tiempo, el espacio y el, digamos, desarrollo convencional  de cualquier relato al uso (planteamiento, nudo, desenlace), y quizá quiso jugar con las expectativas de quienes ya conocían la novela, ofreciéndoles a cambio algo diferente: una especie de juego de manos dirigido a los lectores del libro, de tal manera que ni siquiera estos últimos estuviesen seguros de qué terreno estaban pisando, poniéndolos en igualdad de condiciones respecto al espectador del film que desconociese la novela.


El truco final (El prestigio), en sus líneas generales, se encuentra espiritualmente cerca de Memento (ídem, 2000), con la que coincide hasta cierto punto en su anhelo por experimentar con los mecanismos convencionales de la narración cinematográfica. Si en esta última se trataba, explicado rápidamente, de un relato contado “al revés”, cuya narración “arranca” por el final y “concluye” por el principio, de tal manera que cada nueva secuencia es la que precede a la que acabamos de ver, El truco final (El prestigio) opta por una narrativa aparentemente más tradicional cuyo orden lineal, por así decirlo, se va “rompiendo” mediante la inserción de una compleja serie de flashbacks que nos informan sobre el pasado de los personajes y van añadiendo sutiles matices a los hechos narrados “en presente”.


No es de extrañar, en este mismo sentido, que el oficio de magos de los personajes protagonistas y, además, el contexto en el cual se desarrolla el relato (el mundo del teatro de variedades con todo su artificio), redunde en beneficio de una película en la cual prácticamente todas y cada una de sus imágenes tienen un doble sentido o, como mínimo, un sentido oculto o no evidente a simple vista, pero cuya doblez está puesta de manifiesto en todo momento. Salvando las distancias, en El truco final (El prestigio) Christopher Nolan recurre a una técnica similar a la empleada por M. Night Shyamalan, sobre todo en El sexto sentido (The Sixth Sense, 1999), en virtud de la cual la información necesaria para comprender la entraña del relato está en todo momento a la vista del espectador, por más que no lo parezca en primera instancia. En este sentido, El truco final (El prestigio) es uno de esos films que necesitan de un segundo visionado para terminar de captar todas sus sugerencias, y además tiene la no menos insólita particularidad de que, una vez revisada y con conciencia del “truco final” al cual hace referencia su título español, se revela a los ojos del espectador como una obra sutilmente distinta respecto a la impresión dejada en su primer visionado; de una manera un tanto especial, parece “otra” película.


Más que de ambigüedad (diccionario en mano: cualidad de ambiguo; referido al lenguaje, que puede entenderse de varios modos o admitir distintas interpretaciones; referido a una persona, aquélla que, con sus palabras o comportamiento, vela o no define claramente sus actitudes u opiniones), a la hora de hablar de El truco final (El prestigio) resulta más exacto hablar de ambivalencia: condición de lo que se presta a dos interpretaciones opuestas. El truco final (El prestigio) es, por tanto, un film ambivalente; y lo es con independencia de que sus personajes puedan ser o adoptar en determinadas ocasiones comportamientos y actitudes ambiguos. En particular, el de Olivia Wenscombe, la ayudante de mago interpretada por Scarlett Johansson, la cual en un momento del relato juega a cuatro manos con una misma baraja: ha sido inicialmente contratada por Angier para ser, primero, su ayudante, luego su amante y más tarde su espía, fingiendo que la ha despedido para que a continuación la contrate Borden, se gane su confianza y, así, pueda robarle el diario donde tiene anotados todos sus trucos; Olivia deviene también ayudante, amante y espía de Borden, quien sabe desde el primer momento que Angier la ha enviado y acaba entregándole un falso diario; aquella misma ambigüedad vuelve a estar favorecida nuevamente, como ya hemos apuntado, por el contexto teatral, artificioso, que se erige en telón de fondo de la trama.


La ambivalencia de El truco final (El prestigio) se desarrolla, por tanto, en virtud de la fuerza que el realizador extrae de gestos y miradas, de manera que cada uno de ellos sugiere más cosas de las que, en principio, muestra o parece mostrar a simple vista. Los ejemplos abundan, pero nos centraremos sobre todo en dos que resumen en esencia toda la película. Durante uno de los primeros flashbacks, asistimos al nacimiento de la rivalidad entre Angier y Borden, en principio por culpa de un desgraciado accidente: la joven esposa de Angier, Julia (Piper Perabo), llevaba a cabo un número de escapismo dentro de un tanque lleno de agua; Borden insiste en que el número puede mejorarse, y propone atar las muñecas de Julia con un nudo especial, algo que Cutter (Michael Caine), el ingeniero que trabaja para ambos magos, desaconseja, dada la dificultad de desatar dicho nudo bajo el agua; una noche, Julia lleva a cabo su número de escapismo; ella y Borden cruzan, por un segundo, una mirada de conformidad entre ellos (o, mejor dicho, algo que parece una mirada de conformidad) en el momento en que el segundo ata las muñecas de la primera; resultado: Julia no consigue desatarse y, antes de que Cutter rompa el duro cristal del tanque con su hacha, muere ahogada. A partir de ese momento, Angier culpa directamente a Borden de la muerte de su mujer, convencido de que la ató con un nudo imposible de deshacer. Durante el funeral de Julie, Angier interpela a Borden, preguntándole qué clase de nudo hizo, y Borden contesta, convencido: “No lo sé…”. Naturalmente, a simple vista parece que Borden está contestando así tan solo para excusarse; pero, en la práctica, como se descubre al final del film, sabremos que está diciendo la verdad: que no sabe qué nudo le hizo a Julia porque, sencillamente, él no lo hizo… sino su hermano gemelo: su “truco final”.


Yendo más lejos, cuando Angier, cegado por su odio vengativo hacia Borden, se propone descubrir cómo este último lleva a cabo el truco conocido como El Hombre Transportado, se niega a escuchar a Cutter cuando este último le dice que, en su opinión, Borden sencillamente utiliza “un doble”. Dicho de otro modo: cuando Borden contesta a la pregunta de Angier “No lo sé…”, o cuando Cutter afirma que lo que hace Borden es usar “un doble”, dichas respuestas son ambivalentes: van dirigidas tanto a los personajes entre sí como, asimismo, al propio espectador de la película, al cual se le está diciendo de este modo lo que realmenteha ocurrido, por más que ello no sea evidente a simple vista: que el Borden que contesta a Angier quizá no es el mismo que ató las muñecas de Julia (porque hay “otro Borden”), y que Borden quizá usa un doble para su truco del Hombre Transportado (su oculto hermano gemelo). O sea, los personajes están diciendo la verdad sobre lo ocurrido, pero en ese punto del relato el espectador se siente más identificado con Angier, cuya joven y bonita esposa hemos visto morir estúpida y trágicamente, y mucho menos con Borden, quien es presentado como alguien más bien oscuro y antipático que en ocasiones trata a su propia mujer, Sarah (Rebecca Hall), con una rara frialdad. Extraña conducta que, como también se desvela al final del relato, forma parte de su misma ambivalencia: hay ocasiones en las cuales Sarah le reprocha a su marido que, cuando le dice que la quiere, no siempre suena “de verdad”; naturalmente, ello tiene su razón de ser en que su marido no siempre es quien aparenta…



Otro ejemplo de la apasionante ambivalencia del relato reside en su curioso contrapunto más o menos científico. Está, por un lado, el relieve del personaje de Cutter, quien como ingeniero a las órdenes de los magos que le contratan conoce a la perfección sus secretos: él sabe a ciencia cierta, por ejemplo, que el canario que desaparece dentro de la jaula que, aparentemente, se desvanece debajo de un pañuelo, no es el mismo que luego “reaparece” a los ojos del público, sino que en realidad está muerto: aplastado y oculto bajo el doble fondo de la mesa donde reposa la jaula. También resulta atractiva la incorporación al relato del personaje real del científico Nikola Tesla (David Bowie), el cual al principio aparece llevando a cabo experimentos eléctricos inspirados en los auténticos llevados a cabo por el verdadero Tesla para acabar, paradójicamente, construyendo el invento imposible que permitirá a Angier superar el truco del Hombre Transportado de Borden, con funestas consecuencias. Resulta aterradora la conclusión del relato, con Borden siendo ajusticiado en la horca, falsamente acusado del asesinato de Angier, mientras su hermano gemelo (su “truco final”) ajusta las cuentas con este último, matándolo de verdad en un tenebroso decorado donde reposan los efectos directos del odio y la ambición ciega de Angier: los cadáveres de sus propios dobles, creados cada noche por la máquina de Tesla durante su espectáculo de magia, y cuyo cruel destino es morir ahogados –como Julia– dentro de los tanques de agua preparados al efecto. 


La pesca de la ballena blanca: “MOBY DICK”, de JOHN HUSTON

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Rodada entre dos de sus películas más extrañas, la mediocre La burla del diablo(Beat the Devil, 1953) y la excelente Solo Dios lo sabe (Heaven Knows, Mr. Allison, 1957), no me resulta difícil ver en Moby Dick (ídem, 1956) uno de los mejores trabajos de John Huston, acaso el más perfecto junto con Dublineses (The Dead. 1987), su admirable adaptación del relato de James Joyce Los muertos. Las razones del enorme interés de Moby Dick van más allá de lo obvio, es decir, del hecho de que se trate de una versión de la-maravillosa-novela-de-Herman Melville, pues del mismo modo que, como se ha dicho en infinidad de ocasiones, el film de Huston no apura a fondo toda la riqueza del inmenso original literario, lo cierto es que tampoco lo pretende, pero a pesar de ello consigue a cambio llevar hasta sus últimas consecuencias una inteligente lectura del mismo, fruto de la magnífica labor de adaptación al cine llevada a cabo por el propio Huston  junto con Ray Bradbury.


Haciendo gala de una gran comprensión del libro de Melville, y siendo conscientes de que resultaba materialmente imposible condensar todo su complejísimo contenido en un largometraje de menos de dos horas de duración, Huston y Bradbury se concentraron principalmente en una de las más vistosas lecturas que ofrece la novela, procurando desarrollarla tan a fondo como les fuera posible partiendo, como digo, de las limitaciones (y convenciones) establecidas en torno a un largometraje de Hollywood de alto presupuesto. De este modo, sus esfuerzos se dirigieron a destacar lo que el libro de Melville tiene de simbólica interpretación de la lucha del Hombre contra Dios, de tal manera que Moby Dick, la gigantesca ballena blanca, vendría a ser una representación de la divinidad contra la cual se rebela a su vez un representante de esa humanidad reprimida bajo el yugo de lo divino, el capitán Ahab (Gregory Peck), con la finalidad de destruirla, o lo que es casi lo mismo: con la intención de liberar al Hombre de la tiranía de Dios. Un discurso, digamos, “blasfemo” que asimismo desarrollaría en parte el cineasta checo Milos Forman en su célebre –y discutida– Amadeus(ídem, 1984), a partir de la obra de teatro homónima de Peter Shaffer.


No es casual en este sentido que, por ejemplo, el sermón que pronuncia el padre Mapple (Orson Welles) desde lo alto del púlpito de su iglesia en forma de proa de barco (sic) tenga como tema el temor de Dios, y que además desarrolle esa temática haciendo alusión a la famosa parábola bíblica de Jonás y la ballena: Melville propone –y Huston y Bradbury recogen con fidelidad y admirable capacidad de síntesis– que la lucha del capitán Ahab contra Moby Dick, la ballena que le mutiló, no es sino una representación de la lucha del Hombre contra Dios; que, como explica el padre Mapple en su sermón, obedecer los designios divinos supone para el hombre “desobedecerse a sí mismo”, o dicho de otra manera, que para ser un buen cristiano hay que renunciar a los propios pensamientos y a la propia personalidad; y que, en ocasiones, cumplir los designios de Dios le provoca dolor y sufrimiento al Hombre, dado que este último no está llamado a comprender aquéllos. Por eso mismo, Ahab es el capitán de un barco ballenero que en el pasado fue gravemente herido por Moby Dick, la ballena blanca (o cachalote blanco), quien le arrancó la pierna izquierda (la cual reemplaza con una pieza hecha de mandíbula de ballena), y de la que se quiere vengar por haberle herido –en sus propias palabras– “en cuerpo y alma”: Ahab no acepta el incomprensible dolor que inflige Dios a sus criaturas, ese “temor de Dios”, y en consecuencia, se rebela contra el mismo. Mas lo relevante de esta apasionante interpretación del libro de Melville reside en la brillantísima manera como Huston y Bradbury suplieron plasmarla en el film, y sobre todo por parte del realizador, cómo supo expresarla en imágenes.  


Desde este punto de vista, Moby Dick, versión Huston, es una apasionante digresión sobre la inmutabilidad de la religión que el cineasta visualiza admirablemente llenando el relato de excelentes apuntes en forma de sombríos augurios, tanto da que adopten los modos de la religión cristiana como de otros cultos “paganos”: puede ser tanto el siniestro mal agüero sobre cuál será el destino de Ahab y de su barco ballenero, el Pequod, que pronuncia un extraño personaje con un nombre de resonancias bíblicas, Elías (Royal Dano), ante Ismael (Richard Basehart) y su amigo Queequeg (Friedrich von Ledebur); como el que adopta la forma de la religión más ortodoxa: el sermón de padre Mapple, donde hallamos otro apunte premonitorio: el travelling que recorre las lápidas en la pared de la iglesia que recuerdan los nombres de los marineros muertos en el mar. Asimismo, y ya en el océano, el capitán Ahab implica a su tripulación en la búsqueda y captura de Moby Dick por medio de una especie de ritual pagano libado con ron, convirtiendo su arenga contra la ballena blanca es una especie de comunión blasfema contra Dios. Más adelante, Queequeg ve una premonición de su muerte inminente en los pequeños huesos que utiliza para ver el futuro, y le encarga al carpintero de a bordo que le construya un ataúd a su medida: el mismo que será la tabla de salvación de Ismael, único superviviente de la tragedia del Pequod, y que centra el bellísimo plano que cierra la película. Y, en medio de una violentísima tormenta, Ahab apaga con su mano el verde luminiscente del fuego de San Telmo que ilumina su arpón y cubre los palos mayores de su barco. Asimismo, todas las admirables escenas del acoso a la ballena blanca en alta mar están cargadas de detalles atmosféricos que contribuyen a reforzar el carácter metafórico del relato, tal es el caso de aquello que señala la proximidad de Moby Dick: ese olor a tierra que desprende, “como si hubiera una isla donde hoy hay isla alguna”, o la bandada de gaviotas que siempre escolta al gigantesco cetáceo blanco, que parecen anticipar los extraordinarios “pájaros” de Alfred Hitchcock.  


Si todo esto ya bastaría para considerar a Moby Dick un film admirable, no es ni mucho menos el único mérito de una película que no dudaría en considerar una de las más bellas a la hora de mostrar la vida y el quehacer rutinarios de la marinería, junto con otras dos obras maestras por las cuales, lo confieso, tengo una especial debilidad: El demonio del mar (Down to the Sea in Ships, 1949), de Henry Hathaway, y Master & Commander: Al otro lado del mundo (Master & Commander: The Far Side of the World, 2003), de Peter Weir. Resulta obligado destacar en este sentido el gran trabajo conjunto llevado a cabo por Huston con ese gran director de fotografía que fue Oswald Morris (los no menos notables Freddie Francis y Arthur Ibbetson se ocuparon, respectivamente, de la fotografía de la segunda unidad y de la operación de cámara), confiriéndole al film una pátina de colores como de postal antigua, la cual, combinada con la planificación enfática de un Huston más inspirado que nunca da pie a momentos de una formidable plasticidad. Tal es el caso de la extraordinaria secuencia de la partida del Pequod, con ese conmovedor contrapunto de los rostros de las mujeres llenos de tristeza por la marcha durante tres años, y quizá para nunca volver, de esposos e hijos; o de las escenas del Pequod en un mar en calma chicha, en las cuales Huston contrapone los planos del disco solar, adormeciendo perezosamente a los marineros, con esa onza de oro español ofrecida por Ahab como recompensa a quien aviste primero a Moby Dick y que, clavada en el mástil, se convierte a la luz del sol en otro pequeño y brillante “disco solar” que “abrasa” a los hombres del Pequod bajo el calor bochornoso de la obsesión de su capitán.


Otro aspecto que el Moby Dick de Huston retoma del Moby Dick de Melville reside en su inteligente digresión sobre el punto de vista. Al principio del film, y con gran fidelidad al original literario, vemos a Ismael recorriendo una serie de hermosos paisajes rurales camino del mar, al cual llega siguiendo el cauce de arroyos y ríos que acaban desembocando en el océano. Es entonces cuando el protagonista pronuncia la famosa primera frase de la novela de Melville: “Llamadme Ismael”. Una frase cuya popularidad dentro de la literatura norteamericana sería equivalente al “Ser o no ser” dentro de la británica o al “En un lugar de La Mancha” de la española, y que además introduce en la película una pauta narrativa, en virtud de la cual se nos advierte desde el principio que vamos a asistir a un relato narrado desde el punto de vista subjetivo de un personaje, Ismael, cuya narración over acompaña numerosos momentos de la función: Moby Dick es uno de esos raros films en los que la voz en offestá magníficamente dosificada. Llama la atención el cuidado que Huston y Bradbury pusieron a la hora de convertir la obsesión de Ahab es una postura vital, que no vitalista (Moby Dickes, como en Melville, la crónica de un proceso de autodestrucción), algo que queda perfectamente reflejado en la magnífica secuencia del encuentro de Ahab con Boomer (James Robertson Justice), el capitán de otro ballenero que asimismo fue mutilado por Moby Dick: Boomer perdió la mano izquierda, que ahora substituye por la punta de un arpón (ideal, dice, “para abrir barriles de ron”), y que al contrario que Ahab no guarda ningún rencor hacia el cetáceo que le hirió; de lo cual se deduce que el odio de Ahab hacia Moby Dick no solo tiene mucho de rebelión contra Dios, tal y como hemos explicado, sino también de afrenta personal: Ahab siempre se refiere a la herida que la ballena le infligió en cuerpo y alma como “un insulto”. Tampoco faltan apuntes que permiten deducir, como en la novela, que Ahab contagia su obsesión por Moby Dick a su tripulación, desatando así una especie de histeria colectiva en virtud de la cual los miembros del Pequod acaban viendo aquello que Ahab quieren que vea, incluso una gigantesca ballena blanca que quizá no existe sino en la enfebrecida imaginación de Ahab y todos los balleneros; resulta asimismo significativo de ese proceso de alienación al cual Ahab somete a sus hombres el hecho de que incluso el más racional de todos ellos, el segundo de a bordo Starbuck (Leo Genn), acabe al final contagiado de esa misma histeria y conduzca a los marineros a su cargo a morir aplastados por la misma ballena blanca que ha acabado con la vida de Ahab.  

“BASADA EN HECHOS REALES” + “THE CLOVERFIELD PARADOX” + “SICARIO: EL DÍA DEL SOLDADO” + “ANT-MAN Y LA AVISPA”

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTOS FILMS.]


Yo, yo misma y Ella: Basada en hechos reales (D’après une histoire vraie, 2017), de Roman Polanski. Resulta sorprendente comprobar que a estas alturas todavía hay quien se asombra al ver cómo las gasta el autor de El cuchillo en el agua, Repulsión, Callejón sin salida, El baile de los vampiros, La semilla del diablo, El quimérico inquilino, Tess, Lunas de hiel, La muerte y la doncella, La novena puerta, El pianista, El escritor, Un dios salvaje, La Venus de las pieles y, por descontado, su versión de Oliver Twist(2005), no reconocida aún como lo que es: una de las mejores y más personales lecturas de la novela homónima de Charles Dickens de estos últimos años. A falta de conocer por mí mismo la novela homónima de Delphine de Vigan de la cual ha partido, colaborando en tareas de guion con el interesante Olivier Assayas, curioso binomio, Roman Polanski desarrolla en Basada en hechos reales una brillante digresión sobre el proceso de creación artística que tiene todas las trazas, a simple vista, de un thriller de posesión psicológica: la que lleva a cabo la joven Elle, o “Ella” (Eva Green), sobre la persona de una escritora de éxito, Delphine Dayrieux (Emmanuelle Seigner), coincidiendo con la publicación de la última novela de esta última, y además, con un inesperado bloqueo creativo: ese miedo a la hoja en blanco, o al documento de Word en blanco, que tan bien conocemos –y no es vanidad: me limito a constatar un hecho– quienes todavía practicamos el oficio de juntaletras. Desde luego que Basada en hechos realesguarda ecos de tantos y tantos otros relatos enfermizos tan queridos por su autor, la mayoría citados líneas arriba. Pero, a diferencia de en otras ocasiones, Polanski pone en práctica aquí una puesta en escena aparentemente sencilla, y en el fondo de una elaborada complejidad, en la que la supuesta “limpieza” de la planificación se combina, con rara armonía, con un sutil tratamiento subjetivo de las imágenes, de manera que la forma y el fondo, el continente y el contenido, conviven sin dificultades. Basta con ver la manera como Polanski planifica el primer encuentro de Delphine y Elle en la librería donde la primera está firmando ejemplares para sus admiradores –magníficas Emmanuelle Seigner y Eva Green–, y en particular de qué forma Elle “se aparece”, de un plano a otro, coincidiendo no por casualidad con la primera vez que vemos el rostro de Delphine en contraplano (sugiriendo, de este modo, y en sentido literal, que la una no puede existir sin la otra); o el plano subjetivo, desde el punto de vista de Delphine, cuando esta última, con la pierna escayolada, intenta bajar a la bodega por una empinada escalera. Mucho mejor de lo que se ha dicho, Basada en hechos reales presenta uno de los trabajos de puesta en escena más elaborados que hemos tenido ocasión de ver en cine en estos últimos meses.



Terror en el espacio: The Cloverfield Paradox (ídem, 2018), de Julius Onah. Es bien sabido a estas alturas que la relativa fama de esta película se debe, principalmente, a las curiosas circunstancias que rodearon su estreno en la plataforma Netflix, donde la película fue anunciada y puesta a disposición de los usuarios de dicha plataforma… tan solo media hora después de haberse hecho públicos dichos anuncio y disponibilidad. Anécdotas aparte, creo que la mejor manera de abordar The Cloverfield Paradox consiste en olvidarse, en primer lugar, de esa efeméride, así como de su (relativa) pertenencia a la franquicia formada, por ahora, junto con las excelentes Monstruoso (Cloverfield, 2008, Matt Reeves) y Calle Cloverfield 10 (10 Cloverfield Lane, 2016, Dan Trachtenberg), y verla tal cual es: una esforzada variante de ideas y ecos visuales y estéticos de Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979, Ridley Scott) y de sucedáneos como Sunshine (ídem, 2007, Danny Boyle) o la reciente Life (Vida)(Life, 2017, Daniel Espinosa) (1), con la cual, por cierto, The Cloverfield Paradox guarda más de un punto de contacto: la secuencia, en esta última, en la que la cosmonauta china Tam (Ziyi Zhang) está a punto de perecer ahogada dentro de una estancia inundada de la estación espacial, a lo Alien: Resurrección (Alien: Resurrection, 1997, Jean-Pierre Jeunet), recuerda vagamente otra escena de asfixia, la que se producía en Life (Vida) alrededor de la cosmonauta rusa Ekaterina (Olga Dihovichnaya) cuando a esta se le anega la escafandra. He mencionado Sunshine, el irregular aunque estimable film de ciencia ficción de Danny Boyle cuyo principal mérito consistía en la recuperación, siquiera en parte, del pesimismo del cine de ciencia ficción norteamericano y británico de los años sesenta y hasta mediados de los setenta (punto límite: La guerra de las galaxias/ Star Wars, 1977, George Lucas). Sunshine, recordemos, consistía en la descripción de una misión espacial convertida, en la práctica, en un viaje hacia una muerte segura. The Cloverfield Paradox recupera, también parcialmente, ese pesimismo, aunque con menor saldo de bajas que en la película de Boyle: aquí la misión espacial consiste en la celebración de un experimento a bordo de un laboratorio en órbita alrededor de la Tierra, destinado a crear y controlar una nueva fuente de energía que impida la próxima aniquilación de la raza humana por culpa del agotamiento de los recursos; un experimento que da pie a la denominada “paradoja Cloverfield”: el laboratorio y sus tripulantes van a parar a otra dimensión espacio-temporal. El planteamiento es sugestivo; los actores, competentes; y la realización de Julius Onah, correcta; sin más. Pero el conjunto desprende una frialdad que malogra la práctica totalidad de sus intenciones.



Más allá de Río Grande: Sicario: El día del soldado (Sicario: Day of the Soldado, 2018), de Stefano Sollima. Hacer la continuación de una obra maestra es siempre una papeleta, y si no, que se lo pregunten al pobre Peter Hyams cuando se atrevió a “mancillar” 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968, Stanley Kubrick) con su modesta 2010: Odisea dos (2010, 1984), o al propio Denis Villeneuve, el realizador de aquella extraordinaria película a la que me refería al principio de estas líneas, Sicario (ídem, 2015), cuando se puso al frente de la tampoco tan despreciable Blade Runner 2049 (ídem, 2017) (2). Es por eso que la opción elegida por el realizador italiano Stefano Sollima, hijo de Sergio Sollima, a la hora de hacer frente a Sicario: El día del soldado me parece la más inteligente. No ha pretendido imitar a Villeneuve, por más que su film conserva en no poca medida el tono de la película anterior, algo muy difícil o prácticamente imposible de soslayar cuando se trata de una producción en la cual repiten su guionista, el realizador de la excelente Wind River (ídem, 2017) Taylor Sheridan, y sus dos estupendos protagonistas, Benicio del Toro y Josh Brolin. Pero, a pesar de ello, El día del soldadohace gala de una poderosa personalidad propia: no pretende ser, como el primer Sicario, un thriller con atmósfera de pesadilla –como también lo eran, ciñéndonos de nuevo al cine de Villeneuve, Prisioneros(Prisoners, 2013), e incluso, parcialmente, Blade Runner 2049–, sino que se decanta por una estructura y construcción narrativas más propias del policíaco norteamericano de los años 70, e incluso, del western. Dicho muy rápidamente, si Villeneuve es amigo de la abstracción, Stefano Sollima lo es de la concreción. Comprendo que, dicho así, puede parecer una facilidad, pero hay en el trabajo de Sollima hijo una fisicidad y un sentido de la eficacia que no pueden menos que hacernos pensar –aun sin ánimo de establecer comparaciones– en las celebradas contribuciones al spaghetti western y al poliziesco de Sollima padre. Y, por más que inferior al primer Sicario, El día del soldado me parece un magnífico thriller, directo y conciso, concreto, en el que sorprende, agradablemente, su transición de lo más grande a lo más pequeño, de lo colectivo a lo individual, de lo épico a lo intimista: lo que empieza siendo una gigantesca operación encubierta del gobierno de los Estados Unidos contra los cárteles de la droga de México supervisada por el sarcástico Matt Graver (Brolin), acaba derivando en una bella historia de amistad y amor paterno-filial entre el implacable Alejandro (Del Toro) e Isabel Reyes (espléndida Isabela Moner, toda una revelación), la hija preadolescente de un capo de la droga mexicano convertida en excusa para iniciar una guerra entre bandas al otro lado del Río Grande. Salpicada de excelentes secuencias de acción, hay en El día del soldadoestupendos apuntes que refuerzan el perfil psicológico de los personajes, en particular el de Alejandro, de quien se sugieren detalles sobre su pasado que condicionaron, y mucho, su vocación de asesino al servicio del gobierno USA: el momento en el que remata a un abogado que trabaja para un cártel, pidiéndole que se ponga las gafas para que le mire a la cara, y a continuación acribillándole mediante una rápida pulsación del gatillo de su pistola, es extraordinario.



Marvel “ligero”: Ant-Man y la Avispa (Ant-Man and the Wasp, 2018), de Peyton Reed. A pesar de que la secuencia post-créditos finales relaciona directamente a Ant-Man y la Avispa con el clímax de Vengadores: Infinity War (Avengers: Infinity War, 2018, Anthony y Joe Russo) (3), la segunda entrega de las aventuras del Hombre Hormiga de Marvel hace gala de la misma ligereza, ausencia de pretensiones y sentido del humor del primer film, Ant-Man (ídem, 2015, Peyton Reed). Puede que ello vuelva a deberse a la labor tras las cámaras de un realizador que, como el mencionado Reed, ha desarrollado el grueso de su carrera en el terreno de la comedia, o también al deseo del productor de las películas de Marvel, Kevin Feige, por ofrecer films, digamos, más “ligeros” –cf. Spider-Man: Homecoming (ídem, 2017, Jon Watts), el penoso Thor: Ragnarok (ídem, 2017, Taika Waititi) (4)–, en medio de la gravedad/ solemnidad que ofertan Black Panther (ídem, 2018, Ryan Coogler) o la mencionada Vengadores: Infinity War. Sea como fuere, lo cierto es que, sin por ello desmerecer los méritos de Black Panther y Vengadores: Infinity War, una vez más la ausencia de pretensiones y la comicidad, bien dosificada, de Ant-Man y la Avispa resultan de agradecer, y ayudan a que la franquicia centrada en el Hombre Hormiga haga gala de algo mínimamente parecido a una personalidad propia dentro de las limitaciones/ restricciones de producción/ creatividad establecidas por Feige. Llama la atención el tratamiento de comedia de numerosas situaciones; sobre todo las relacionadas con los personajes secundarios: cf. el disparatado diálogo que se produce entre Luis (Michael Peña) y Sonny Burch (Walton Goggins) y sus esbirros cuando se le inocula al primero algo parecido a un “suero de la verdad”. Pero esto no solo no molesta en el conjunto de una película que sabe verse a sí misma con ironía, sino que incluso –y como ya ocurría en el primer Ant-Man– refuerza el carácter surrealista del conjunto de un film que, además, ofrece abundantes (y divertidas) ideas visuales que estrechan los ya de por sí frágiles lazos que separan lo cómico de lo fantástico: los toques “mágicos” de las secuencias de acción, propiciados por las habilidades de Scott Lang/ Ant-Man (Paul Rudd) y su compañera Hope Van Dyne/ La Avispa (Evangeline Lilly) para aumentar y disminuir de tamaño a voluntad, convierten las escenas de lucha o las de persecución en un estimulante carrusel de golpes de ingenio. También cabe anotar en el saldo de lo positivo el tono kitsch de las secuencias en las que el Dr. Hank Pym (Michael Douglas) penetra en el mundo microscópico para rescatar a su largo tiempo perdida esposa, y primera Avispa, Janet (Michelle Pfeiffer); y el detalle, por más que no esté desarrollado en profundidad, que convertir a la villana Fantasma (Hannah John-Kamen) en un ser atormentado que arrastra como si fuera una maldición sus superpoderes: cada vez que los átomos de su cuerpo se revolucionan, Fantasma sufre una indecible agonía que tan solo puede paliar mediante frecuentes sesiones de descanso dentro de una cámara aislada.



Muerte en Venecia: “EL PLACER DE LOS EXTRAÑOS”, de PAUL SCHRADER

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Es posible que el espacio un tanto incómodo que ocupa El placer de los extraños (The Comfort of Strangers, 1990) en el seno de la filmografía de Paul Schrader se deba principalmente a que se trata, como suele decirse de manera injustamente despectiva, de un “encargo”, sensación que se acrecienta ante el hecho de que, al contrario de lo que suele ser habitual en él, el realizador estadounidense no parte de un guion propio, sino de uno escrito por Harold Pinter, y basado a su vez en otro material ajeno: la magnífica novela de Ian McEwan El placer del viajero. Sin embargo, nada de todo eso debería nublar la perspectiva sobre esta gran película, habida cuenta de que no puede haber mayor coherencia que la elección para este proyecto de un director como Schrader, más preocupado en la creación de atmósferas y en explorar los sentimientos más íntimos de sus personajes que en el desarrollo de un relato ortodoxo con planteamiento, nudo y desenlace. Por otro lado, tampoco resulta en absoluto desatinado ver en la labor de puesta en escena de Schrader el equivalente a la de un director de orquesta con talento que sabe coordinar y sacar el mayor provecho posible de sus talentosos colaboradores: no solo Pinter y McEwan, por descontado, sino también sus intérpretes y el director de fotografía Dante Spinotti, quienes dan lo mejor de sí mismos; acaso el único que desentone en parte sea Angelo Badalamenti, responsable de una partitura musical excesivamente deudora de la sonoridad de Nino Rota, a quien imita en no pocos momentos y puede que deliberadamente, erigiéndose en la única aportación que chirría, por su falta de originalidad, en el conjunto de una film, por lo demás, extremadamente personal.


Si, como en mi caso, se ha tenido la ocasión de leer la novela de Ian McEwan después de haber visto por primera vez la película, resulta entonces altamente sugestivo el comprobar la meritoria adaptación llevada a cabo por Pinter y Schrader. El libro, probablemente uno de los mejores de McEwan o cuanto menos de los mejores que he tenido ocasión de leerle, hace gala de un lenguaje exquisito y una narración repleta de sugerencias, que va avanzando y prendiendo en el ánimo del lector a golpe de densidad. Una primera característica de la novela reside en el hecho de que, por más que su acción transcurra íntegramente en Venecia, en ningún momento se menciona ni el nombre de esta ciudad, ni el de sus espacios históricos más populares, ni siquiera el de las famosísimas góndolas. Sin embargo, Venecia, o, mejor dicho, una Venecia subjetiva y mental que impregna a los personajes como el agua de lluvia, flota constantemente a lo largo de toda la narración.


Por el contrario, la película arranca mostrándonos, de manera explícita, que nos hallamos en Venecia; no obstante, la Venecia que muestra El placer de los extraños no es la ciudad turística que todos conocemos (o creemos conocer), ni siquiera el lugar dibujado con mordacidad por David Lean en Locuras de verano (Summertime, 1955) para contrastarlo con la soledad de la solterona encarnada por Katharine Hepburn. La Venecia de El placer de los extraños es, a primera vista, un espacio perfectamente reconocible, pero a medida que los protagonistas, Mary (la lamentablemente malograda Natasha Richardson) y Colin (Rupert Everett), se internan por sus calles, y junto a ellos la cámara de Schrader, la ciudad deja de ser esa celebrada atracción para turistas y se convierte en un lugar cerrado, claustrofóbico y agobiante, donde Mary y Colin se pierden con pasmosa facilidad, en una perfecta visualización simbólica de la tela de araña donde aquellos andan extraviados, tejida por el misterioso Robert (Christopher Walken) y su no menos extraña esposa Caroline (Helen Mirren). Dicho de otro modo, si en El placer del viajero, McEwan elude la mención directa de la ciudad de Venecia, en El placer de los extraños Schrader parte de su presentación inicial para convertirla, al igual que hace McEwan, en otra cosa: un laberinto dentro del cual los infelices Mary y Colin acabarán siendo las víctimas inocentes y un tanto ingenuas de un perverso juego erótico-criminal que va más allá de su imaginación.


La película adapta con notable fidelidad el original literario, hasta el punto de que no pocas líneas de diálogo, e incluso muchos de sus detalles –por ejemplo, la escena en la cual Mary reordena los cabellos del cadáver de Colin, echado sobre la mesa de la morgue, alegando que le han peinado mal…–, están tomados del mismo de manera textual. Yendo más lejos, y avanzándonos al terrible clímax de la función, en el libro McEwan escribe, cuando narra dicha sangrienta resolución, que desde el punto de vista de una narcotizada Mary todo transcurre como “a cámara lenta”; precisamente, Schrader cierra esta crucial secuencia empleando asimismo el ralentí: un extraordinario plano en cámara lenta combinado con grúa en retroceso, que parte del instante en que Colin es degollado por Robert, en presencia y con la complicidad de Caroline y ante una indefensa Mary, y continúa retrocediendo hasta plano general muy abierto, integrando a los cuatro protagonistas del drama como si fuesen otras piezas del exquisito decorado. Puede pensarse que los principales méritos de El placer de los extraños residen en la novela de McEwan; pero, si bien es verdad que esta última proporciona un excelente material de partida, no es menos cierto que el film de Schrader es válido en sí mismo considerado por haber sabido extraer un extraordinario provecho del libro, al cual además reinterpreta de manera, vuelvo a insistir, muy personal. Creo que no hallamos ante una de esas raras ocasiones en las cuales tanto los lectores de la novela que luego vean la película como los espectadores del film que más tarde lean el libro encontrarán motivos de satisfacción.


El gran mérito de Schrader a la hora de llevar a la pantalla El placer del viajero residió en su talento para adaptar, con la colaboración de Pinter, las mejores ideas del libro de McEwan, para luego elaborar a partir de ellas una filigrana cinematográfica que roza la perfección: ahora mismo, me siento tentado de considerar El placer de los extrañosel mejor film de su director, y no me faltarían razones para ello. Apunto en primer lugar la elaborada estética de la película, la cual recoge previos ensayos de su director en materia de utilización de la luz, el color y la composición de los encuadres –American Gigolo (ídem, 1980), El beso de la pantera (Cat People, 1982), Mishima (ídem, 1985)–, y se avanza incluso a Posibilidad de escape (Light Sleeper, 1992) en la manera como integra la belleza de la arquitectura y el arte venecianos dentro del plano. De este modo, tanto el antiguo hotel donde se alojan Mary y Colin como el viejo palazzodonde viven Robert y Caroline casi parecen tener vida propia; así, el pesode dichos ambientes sirve a su vez de agudo contraste, por un lado, con la ingenuidad de Mary y Colin, una convencional pareja de ingleses ajenos a ese mundo antiguo, tradicional, casi ancestral al cual pertenecen Robert y Caroline.


Expresado de otra manera, Mary y Colin parecen no encajar en ese mundo, esa ciudad por la cual no saben moverse sin la ayuda de mapas y que tan solo parece ofrecerles callejones estrechos y laberínticos, esa Venecia a la cual han acudido para pasar sus vacaciones y que no hace sino incomodarles, recordándoles indirectamente sus propios problemas de pareja: Mary y Colin se pierden por Venecia porque ellos mismos están, en cierto sentido, “perdidos”: cansados de formar una pareja que no parece ir a ninguna parte –Mary tiene dos hijos de un anterior matrimonio, y tras ya siete años de relación ella y Colin ni siquiera viven juntos–, y en la cual ni siquiera el sexo termina de funcionar. No es casual, en este sentido, que, tras conocer a Robert y Caroline, representantes de ese mundo que desconocen, representaciones de una manera de entender las relaciones de pareja y la vida en general sobre la cual lo ignoran todo, Mary y Colin regresen a su hotel, vean rebrotar su libido y den rienda suelta a un apetito sexual largo tiempo aletargado, dormido: “perdido”.


Schrader sabe expresar, en términos estrictamente visuales, el doble proceso de relación que se da entre las dos parejas protagonistas. Por un lado, el que lleva a Robert a elegir a Mary y Colin como víctimas propicias para sus ocultos deseos, y a captar su atención; por el otro, la fascinación que Robert y Caroline despiertan en aquellos, de tal forma que para Mary y Colin devienen algo irresistible a la par que peligroso: una atracción hacia el peligro, hacia lo desconocido, que funciona como si fuera una adicción a una droga misteriosa y de efectos imprevisibles. Resulta modélica en este sentido la construcción del relato y la sutil expresión de ese doble proceso. En las primeras secuencias, el realizador sabe introducir una mirada diferente, perversa, mediante un recurso tan sencillo como eficaz; mientras pasean cerca de los canales, Mary y Colin son fotografiados a distancia por alguien (un inserto en plano fijo y en blanco y negro desde el punto de vista de un tercer personaje: luego sabremos que se trata de Robert); más adelante, el realizador deja claro que, en efecto, alguien está siguiendo a Mary y Colin, y ello se produce en esa escena en la cual este último accede a tomar una fotografía de unos turistas con una cámara prestada, y Schrader inserta a continuación un segundo plano fijo en blanco y negro, desde el punto de vista de la cámara de Robert, captando el gesto de Colin.


Como en el libro de McEwan, Robert –un extraordinario Christopher Walken– se presenta amistosamente ante los extraviados Mary y Colin, y les lleva a un bar del cual luego sabremos que es de su propiedad, y donde entre abundantes copas de vino les cuenta la historia de su infancia: el relato de su relación con su enérgico padre, un temible personaje amante de la disciplina, y con sus cuatro hermanas mayores, a las cuales su padre castigó por una travesura confesada por Robert, y cómo sus hermanas luego se vengaron cruelmente de él. Pero, a diferencia de la novela, la película concluye con Robert volviendo a relatar a los policías que le están interrogando por el asesinato de Colin esa misma historia de su infancia. Es un bonito modo de expresar el carácter reaccionario, cerrado, obsesivo y criminal de un personaje nacido y educado en un ambiente autoritario, repleto de hostilidad y de menosprecio hacia las mujeres, que bajo sus elegantes maneras y refinada educación no esconde sino un reprimido y un peligroso amigo de la violencia; como la propia Caroline llega a confesarle a Mary, Robert la golpea mientras practican el sexo, y la mujer, aunque asustada y dolorida pero no menos reprimida que su marido, ha acabado encontrando también cierto placer perverso en ello…



Schrader sabe crear alrededor del personaje de Robert la adecuada atmósfera opresiva; por ejemplo, en la secuencia del bar, y mientras aquel desgrana su relato a Mary y Colin, el realizador inserta una serie de planos del resto de personas, hombres y mujeres, presentes en el local, como sugiriendo de este modo que hay algo oculto tanto en las motivaciones de Robert como en esas mismas personas de las cuales nada sabemos: sus miradas, sus gestos, sus actitudes, parecen insinuar algo misterioso. También hay apuntes que señalan hacia las tendencias homosexuales de Robert, caso de los inquietantes personajes masculinos que va saludando camino del bar o los que se encuentran en ese mismo local. Mary y Colin se despiertan, desnudos, en el dormitorio que Robert y Caroline han dispuesto para ellos en su propia casa; poco después, Caroline le confiesa a Mary que ha entrado en su habitación y ha estado mirándoles un rato mientras dormían. Más tarde, un comentario aparentemente inofensivo de Colin provoca una airada reacción de Robert, quien le golpea en el estómago; Colin guarda silencio sobre este suceso, quizá convencido de que sin querer puede haber ofendido a su anfitrión, o acaso demasiado perturbado ante esa inesperada brutalidad por parte del refinado Robert… Todo ese caudal de turbación guarda un paralelismo con los miedos y deseos de Mary y Colin, quienes no se atreven a sincerarse en torno a los problemas de su relación de pareja y son incapaces de entender y mucho menos de controlar la situación creada alrededor suyo por Robert y Caroline: es por eso que, al final, aquellos acudirán a la llamada de estos últimos, como moscas a la miel, dispuestas a ser devoradas por las arañas que los han elegido para colmar sus perversiones.                 

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de SEPTIEMBRE 2018, a la venta

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El núm. 393 de Imágenes de Actualidad dedica su portada a Predator (The Predator, 2018), cuyo reportaje se complementa con una entrevista con su guionista y director, Shane Black, y con el artículo Depredadores de papel.


También se destacan en portada los estrenos de Milla 22 (Mile 22, 2018, Peter Berg), que se complementa con una entrevista con su protagonista, Mark Wahlberg; La monja (The Nun, 2018, Corin Hardy); Christopher Robin (ídem, 2018), que viene acompañado de una entrevista con su realizador, Marc Forster; y Mary y la flor de la bruja(Meari to majo no hana, 2017, Hiromasa Yonebayashi). Dentro de la sección Series TV, los estrenos de Patrick Melrose (ídem, 2018), Maniac (ídem, 2018), The Innocents (ídem, 2018), Wolf Creek (ídem, 2016- ) y la segunda temporada de Iron Fist (ídem, 2017- ). Y los avances, dentro de la sección News, de Aquaman(ídem, 2018, James Wan) y Glass (Cristal) (Glass, 2019, M. Night Shyamalan).


El número se completa con los reportajes dedicados a Revenge (ídem, 2017, Coralie Fargeat), que se complementa con el artículo Venganza oscura; Alpha(ídem, 2018, Albert Hughes); La aparición (L’apparition, 2018, Xavier Giannoli); El capitán (Der hauptmann, 2017, Robert Schwntke); El escándalo Ted Kennedy (Chappaquidick, 2017, John Curran); El Reino (Rodrigo Sorogoyen, 2018); Kings (Deniz Gamze Ergüven, 2017), que se complementa con el artículo Iconos de la blaxploitation; y el artículo Welcome Back, Jacko!, con motivo de la reposición de Moonwalker (ídem, 1988, Jerry Kramer y Colin Chilvers). Y, como siempre, las secciones Hollywood Boulevard, de Josep Parera, y Hollywood Babilonia, de Álex Faúndez; News; Stars; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Se rueda, de Boquerini; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Críticas; Libros, de Óscar Brox; y BSO y DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


El Cult Movie de este mes lo dedico a una, como siempre, estupenda película de Brian de Palma, Impacto (Blow Out, 1981): “una (¡otra!) de las muchas grandes películas de Brian de Palma que, salvo honrosas excepciones (recuerdo una defensa a cargo de José Luis Guarner desde las páginas de «Fotogramas»), no fue bien recibida en España en el momento de su estreno. Es, también (y dicho sea sin intención peyorativa), una de las obras de su filmografía que acusa mayores influencias de la estética del “giallo”, junto con “Fascinación”, “Vestida para matar” y “Doble cuerpo” –los «rojos» de la excelente fotografía de Vilmos Zsigmond; los guantes negros y sádicos métodos para matar que emplea el sicario Burke–, por más que su primera y engañosa secuencia es un malévolo guiño al “slasher” norteamericano de la época: “La noche de Halloween” (John Carpenter, 1978; núm. 198), “Viernes 13” (Sean S. Cunningham, 1980) y sus respectivas secuelas estaban arrasando en ese momento”.


Mi contribución a este número incluye, finalmente, un par de críticas: las dedicadas a Los Increíbles 2 (Incredibles 2, 2018, Brad Bird) y Misión: Imposible – Fallout (Mission: Impossible – Fallout, 2018, Christopher McQuarrie.


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“DIRIGIDO POR…” de SEPTIEMBRE 2018, a la venta

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Milla 22 (Mile 22, 2018), de Peter Berg, cuya reseña firma Israel Paredes Badía, es la película de portada del núm. 491 de Dirigido por…


Uno de los principales contenidos de este número es la primera parte de un estudioen dos entregas dedicado al malogrado realizador de origen checo Milos Forman, y que ha escrito un servidor.


El otro contenido fuerte del mes es la segunda y última entrega del dossier dedicado al Spaghetti Western, y que consta de los siguientes artículos: La violencia en el western europeo. El día de la ira [Antonio José Navarro], Profesionales para una masacre. Los rostros del Oesteall’italiana [Javier G. Romero], Sergio Corbucci. Épica nihilista [Diego Salgado], Tonino Valerii. El más “clásico” del spaghetti western [Israel Paredes Badía] y Antonio Margheriti. Cruce de caminos [José Luis Salvador Estébenez].


También se destacan en portada una entrevista exclusiva con Shane Black, quien nos habla de Predator(The Predator, 2018); y las críticas de La aparición (L’apparition, 2018, Xavier Giannoli), que firma quien esto suscribe, The Rider (ídem, 2017, Chloé Zhao) [Quim Casas] y Mary y la flor de la bruja (Meari to majo no hana, 2017, Hiromasa Yonebayashi) [Joaquín Vallet Rodrigo].


Otros contenidos son las críticas del documental Desenterrando Sad Hill (Guillermo de Oliveira, 2017), que asimismo firmo yo; dentro de la sección Televisión, los comentarios de Friends [Tonio L. Alarcón], la primera temporada de Heridas abiertas (Sharp Objects, 2018) [Quim Casas] y la segunda de El cuento de la criada (The Handmaid’s Tale, 2017- ) [Joaquín Torán]; para la sección Flashrecent, el comentario del estreno directo a VOD y formatos domésticos del film de Steven Soderbergh Perturbada (Unsane, 2018) [Ángel Sala]; para la sección In Memoriam, un perfil del malogrado director de fotografía Robby Müller[Christian Aguilera]; la sección Cine On-Line, con comentarios de Roberto Alcover Oti, Nicolás Ruiz, Joaquín Torán y Ramón Alfonso; la sección Home Cinema, con comentarios de Juan Carlos Vizcaíno Martínez y Ramón Alfonso, y uno mío; la sección Libros, con comentarios de Quim Casas, Carles Balagué e Israel Paredes Badía; la sección Banda Sonora, de Joan Padrol; y, para la sección Cinema Bis, un comentario mío del film de Sergio Sollima El juramento del Corsario Negro(Il Corsaro Nero, 1976).


Como ya he avanzado, y aparte de la primera entrega de mi estudio dedicado a Milos Forman, este mes firmo las reseñas destacadas de la película de Xavier Giannoli La aparición, y del documental de Guillermo de Oliveira Desenterrando Sad Hill.


Firmo, para la sección de Críticas, los comentarios dedicados a The Equalizer 2 (ídem, 2018, Antoine Fuqua) y Megalodón (The Meg, 2018, Jon Turteltaub).


Para la sección Home Cinema, la nada despreciable Errementari (El herrero y el diablo) (Errementari, 2017, Pablo Urkijo Alijo).


Y, para Cinema Bis, la asimismo mencionada El juramento del Corsario Negro.


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La abadía del Mal: “LA MONJA”, de CORIN HARDY

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Es una pena que en La monja (The Nun, 2018) haya tantas concesiones de cara a la galería, porque lo que plantea, cómo lo hace y cómo lo resuelve no carece de interés, o al menos, de posibilidades. Acaso es verdad que tampoco podía esperarse mucho de una película que no deja de ser un spin-off de un éxito precedente: recordemos que el satánico personaje del demonio Valak, la monja para los amigos (Bonnie Aarons), hizo su primera aparición estelar en la primera secuela de la franquicia de los Warren creada por James Wan para Warner Bros., Expediente Warren: El caso Enfield (The Conjuring 2, 2016) (1), y una segunda aparición, como “estrella invitada”, en otra secuela basada, a su vez, en ¡otro! spin-off de la franquicia Warren, Annabelle: Creation (ídem, 2017, David F. Sandberg). Pero, teniendo en cuenta que esta última era muy superior a la primera entrega, la mediocre y aburrida Annabelle (ídem, 2014, John R. Leonetti), siempre cabía la posibilidad de que La monja estuviese bien. Y lo cierto es que, a pesar de los pesares, en sus líneas generales lo está, aunque sus resultados queden por debajo de las dos películas de Wan sobre los Warren o del film de Sandberg.


Como digo, el principal problema de La monja, y que perjudica mucho el resultado, reside en sus continuas concesiones a la comercialidad. En cierto sentido, y salvo honrosas excepciones, el cine fantástico actual, variante cine de terror o de horror (no son lo mismo), vuelve a estar afectado de un molestísimo tic que sobrecargó al género a principios de los años ochenta, esto es, el exceso de “sustos”, o como los llama el amigo Tonio L. Alarcón, “sustos de gato”. En el caso concreto de La monja, hay momentos en que la saturación de dichos “sustos” no solo llega a hacerse cargante, por repetitivos, sino también porque hay momentos en los que, efectivamente, el “susto de gato” estropea más de una buena escena. Es el caso, por ejemplo, de ese momento en el que la joven novicia Irene (Taissa Farmiga) descubre a la monja/ Valak a sus espaldas en la capilla reflejándose en un espejo; una imagen bellamente inquietante, o inquietantemente bella, que el realizador contratado al efecto, Corin Hardy, no quiere (o no puede) que disfrutemos, destrozándola con el consabido “susto”: la monja suelta el alarido, “inevitable” en este tipo de escenas, rompiendo el atmosférico efecto gótico de la escena.


Insisto en lo de que es una pena porque, como digo, lo que por otro lado ofrece La monja tampoco es tan desdeñable. He mencionado lo gótico. Desde este punto de vista, la película de Corin Hardy hace gala de un más que notable esfuerzo en materia de construcción de una atmósfera gótica: con el inestimable apoyo de un excelente diseño de producción, el film lanza una generosa oferta de imaginería gótica, que incluye una abadía oscura y tenebrosa cuyos muros repletos de crucifijos la erigen en un inesperado templo del Mal, un cementerio desvencijado y repleto de cruces y lápidas caóticamente plantadas, y en particular, un respeto casi fervoroso a la regla básica del género gótico, tanto el literario como el cinematográfico: la existencia en la abadía de una estancia donde está absolutamente prohibido entrar, so pena de perder la vida en ello, tal y como ilustra, sin ir más lejos, la primera secuencia: ese lugar que se franquea tras una pesada puerta de madera cerrada siempre con llave, en la cual puede leerse, grabada, la expresión latina “Finit hic Deo” (“Aquí termina Dios”). Ese respeto, casi cariñoso, por lo gótico resulta de agradecer.


No resulta de extrañar, en este sentido, que los mejores momentos de la película sean, precisamente, los más góticos, o al menos los más cercanos a la imaginería gótica. Señalo al respecto las escenas de las inquietantes conversaciones del padre Burke (Demián Bichir) y la hermana Irene con la madre superiora (Lynnette Gaza), una figura vestida de negro de los pies a la cabeza y de la que nunca veremos su rostro, cubierto por un velo asimismo oscuro; los amenazadores paseos de los protagonistas por el interior de la abadía de noche, a la luz de una linterna o de una vela, con la presencia subrepticia de tenebrosas figuras en el fondo de los encuadres que el realizador sabe mostrar, aquí, sin el “susto” de marras; la lograda secuencia en la que la hermana Irene y el resto de monjas de la abadía se reúnen para rezar desesperadamente en la capilla, a modo de protección contra las fuerzas sobrenaturales desatadas por la monja; la aparición de las espectrales monjas sin rostro que atacan al padre Burke en el corredor…


Otro aspecto positivo del film es que la presencia del Mal es aquí muy física, tangible, palpable, como lo es también, por otro lado, la presencia de Bien. En este sentido –y como apunta de nuevo Alarcón en su crítica para Imágenes de Actualidad–, y salvando todas las distancias del mundo, hay en La monja algo del viejo cine de terror de Hammer Films, en lo que se refiere a la exhibición, casi fetichista, de la imaginería religiosa. A la profusa y ya mencionada exhibición de cruces y crucifijos, muchos de los cuales con tendencia a girarse y ponerse cabeza abajo para anunciar la cercana presencia del Diablo –como ya ocurría, sin ir más lejos, en El caso Enfield–, hay que añadir el peso que tienen ese crucifijo del padre Burke que se calienta, poniéndose al rojo vivo, cuando incinera a una monja poseída; la decisión de la novicia Irene de tomar los votos para, de este modo, poder enfrentarse, como “esposa de Dios”, al Mal en estado puro representado por la monja; el frasco que contiene el arma definitiva para destruir a Valak: una esfera de cristal que contiene la sangre de Cristo; el clímax final en los sótanos inundados de la abadía, en el cual el ahogamiento de la hermana Irene a manos de la monja viene a erigirse en una versión blasfema del bautismo por inmersión… Vuelvo a insistir en que es una pena que estos y otros apuntes de interés se vean a cambio descompensados por los aborrecibles “sustos” que, en vez de sumergir al espectador en la acción, lo que en realidad hacen es arrancarlede la misma (y devolverle a la seguridad cotidianade su butaca); o por los no menos inevitables, pero por suerte no muy cargantes, guiños a otras producciones terroríficas: la escena en la que, intentando desenterrar al padre Burke, enterrado vivo en un ataúd, la pala que emplea la hermana Irene atraviesa la madera de la caja y se detiene muy cerca del rostro del sacerdote…, como en un célebre momento del film de Lucio FulciMiedo en la ciudad de los muertos vivientes(La paura/ Paura nella città dei morti viventi, 1980); o la escena en la que “el franchute” (Jonas Bloquet) atraviesa una estancia llena de amenazadoras, aunque inmóviles, monjas-zombis con el rostro cubierto, que parece inspirada en Silent Hill (ídem, 2006, Christophe Gans).

(1) Expediente Warren: http://elcineseguntfv.blogspot.com/2013/07/catalogo-para-casas-encantadas.html
Expediente Warren: El caso Enfield: http://elcineseguntfv.blogspot.com/2016/06/aqui-tambien-vive-el-horror-expediente.html

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de OCTUBRE 2018, a la venta

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La noche de Halloween (Halloween, 2018, David Gordon Green), secuela directa del clásico homónimo de John Carpenter, es la película de portada del núm. 394 de Imágenes de Actualidad, cuyo reportaje se complementa con un retrato de su protagonista, Jamie Lee Curtis, y con el artículo Los hermanos bastardos de Michael.


Otros importantes contenidos destacados en portada son el Primeras Fotos de Capitana Marvel (Captain Marvel, 2019, Anna Bowden y Ryan Fleck). Los estrenos de First Man (El primer hombre) (First Man, 2018, Damien Chazelle), que se complementa con una entrevista con sus protagonistas, Ryan Gosling y Claire Foy; Ha nacido una estrella (A Star is Born, 2018), de y con Bradley Cooper, que se complementa con una entrevista con su protagonista femenina, Lady Gaga; La casa del reloj en la pared (The House with a Clock in Its Walls, 2018, Eli Roth); y Venom (ídem, 2018, Ruben Fleischer), que se complementa con el artículo Venom hay más de uno. Y la sección Series TV, que incluye reportajes de la primera temporada de The Purge (ídem, 2018), la miniserie La maldición de Hill House (The Haunting of Hill House, 2018, Mike Flanagan) y la primera temporada de Gigantes (Enrique Urbizu, 2018).


A todo ello hay que añadir los reportajes dedicados a Un pequeño favor (A Simple Favor, 2018, Paul Feig), Searching (ídem, 2018, Aneesh Chaganty), Desenterrando Sad Hill(Guillermo de Oliveira, 2018), Quién te cantará (Carlos Vermut, 2018), Slender Man (ídem, 2018, Sylvain White) –que se complementa con el artículo Creepypastas. Miedito para millennials–, Oreina (Ciervo) (Oreina, 2018, Koldo Almandoz), Clímax (Climax, 2018, Gaspar Noé), Matar o morir (Peppermint) (Peppermint, 2018, Pierre Morel), Gauguin: Viaje a Tahití (Gauguin – Voyage de Tahiti, 2017, Édouard Deluc), El reverendo (First Reformed, 2017, Paul Schrader), y La sombra de la ley(2018), que se complementa con una entrevistacon su director, Dani de la Torre. A todo ello hay que sumar las secciones Hollywood Boulevard, de Josep Parera, y Hollywood Babilonia, de Álex Faúndez; News; Stars; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Se rueda, de Boquerini; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Críticas; Libros, de Óscar Brox; y BSO y DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


Grease (ídem, 1978, Randal Kleiser), que este año conmemora el 40 aniversario de su estreno, es la película que ocupa la sección Cult Movie: “un pariente cercano de otras comedias adolescentes de la época como “Desmadre a la americana” (John Landis, 1978), estrenada en los EE.UU. tan solo un mes después de “Grease” (¡a España no llegó hasta el 6 de agosto del año siguiente!: eran otros tiempos), “Los incorregibles albóndigas” (Ivan Reitman, 1979) o la primera entrega de “Porky’s” (Bob Clark, 1981), que de lo que podríamos llamar el canon musical del Hollywood clásico, es decir, los clásicos de Vincente Minnelli o del dúo Stanley Donen & Gene Kelly”.


También firmo un par de críticas: las dedicadas a Yucatán(Daniel Monzón, 2018) y Alpha (ídem, 2018, Albert Hughes).


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“DIRIGIDO POR…” de OCTUBRE 2018, a la venta

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El núm. 492 de Dirigido por... dedica su portada a First Man (El primer hombre)(First Man, 2018), cuya reseña, escrita por Israel Paredes Badía, se complementa con una entrevista con el realizador Damien Chazelle.


También se destaca en portada la segunda y última parte del estudio dedicado al malogrado Milos Forman que firma quien esto suscribe.


Asimismo, la portada destaca las reseñas dedicadas a El reverendo (First Reformed, 2017, Paul Schrader), asimismo escrita por mí; Clímax (Climax, 2018, Gaspar Noé), que firman Elisa McCausland y Diego Salgado; Petra (Jaime Rosales, 2018), escrita por Quim Casas; Cold War (Zimma wojna, 2018, Pawel Pawlikowski), también reseñada por Quim Casas; Quién te cantará (Carlos Vermut, 2018), firmada por Diego Salgado; Oreina (Ciervo) (Oreina, 2018, Koldo Almandoz), escrita por Quim Casas; y Gauguin: Viaje a Tahití (Gauguin - Voyage de Tahiti, 2017, Edouard Deluc), que también firmo yo. En este mismo cupo de reseñas destacadas se encuentra la de El Reino (Rodrigo Sorogoyen, 2018), firmada por Diego Salgado, Madame Hyde (ídem, 2017, Serge Bozon), comentada por Quim Casas, La casa del reloj en la pared (The House With a Clock in its Walls, 2018, Eli Roth), que reseña Israel Paredes Badía, y las de Predator (The Predator, 2018, Shane Black) y El capitán (Der Hauptmann, 2017, Robert Schwentke), que asimismo reseño yo.


Otros contenidos son el estudio dedicado a Peter Berg. Supervivencia(s) en Hollywood, escrito por Israel Paredes Badía con motivo del reciente estreno de Milla 22; las crónicas de los festivales de Venecia [Víctor Esquirol Molina], San Sebastián[Elisa McCausland y Diego Salgado] y Toronto[Marc Servitje]; el artículo que ha escrito Ricardo Aldarondo sobre la realizadora objeto de una retrospectiva este año en Donostia, Muriel Box. Mirada social femenina; el artículo especial de Manuel Vidaz Estévez Mayo del 68. Bajo los adoquines, el cine; la sección Televisión, con comentarios de la primera temporada de Comisario Maigret (2016) [Joaquín Torán] y la primera de Killing Eve (ídem, 2016) [Nicolás Ruiz]; la sección Home Cinema, con comentarios de Emilio M. Luna, Joaquín Torán y Ramón Alfonso; la sección Libros, con comentarios de Quim Casas, Israel Paredes Badía y Óscar Brox; la sección Banda Sonora, de Joan Padrol; y, para la sección En busca del cine perdido, un comentario de Juan Carlos Vizcaíno Martínez sobre el film de Albert Finney Charlie Bubbles (ídem, 1968).


Ya he avanzado que, aparte de la segunda entrega del estudio dedicado a Milos Forman, mi contribución a este número de Dirigido por... consiste, en primer lugar, en la crítica de la magnífica nueva película de Paul Schrader, El reverendo.


También firmo las críticas de Predator, El capitán y Gauguin: Viaje a Tahití.


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Hombres del mar: “EL JURAMENTO DEL CORSARIO NEGRO”, de SERGIO SOLLIMA

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A mi amigo Jesús (“Chus”) Parrado.

[NOTA BENE: EL PRESENTE TEXTO ES LA VERSIÓN ÍNTEGRA DE MI COMENTARIO DE ESTE MISMO FILM PUBLICADO EN “DIRIGIDO POR…”, NÚM. 491, SEPTIEMBRE 2018, SECCIÓN CINEMA BIS.] Estos días en los que Dirigido por... ha reivindicado, en sus números de julio-agosto y septiembre de este año (1), a los principales cineastas del spaghetti western o eurowesternitaliano, entre ellos a Sergio Sollima (1921-2015), no está de más recordar que, aparte de sus tres celebradas aportaciones a este género –El halcón y la presa (La resa dei conti, 1966), Cara a cara (Faccia a faccia, 1967), ¡Corre, Cuchillo... corre!(Corri uomo corri, 1968)–, Sollima cuenta en el haber de su no muy extensa filmografía con un par de importantes contribuciones al poliziescoCiudad violenta(Città violenta, 1970), Revolver(1973)–, además de algunos títulos, en los primeros años de su carrera, adscritos al cine de espionaje nacido a la sombra de las películas de James Bond –Agente S3S: pasaporte para el infierno (Agente 3S3: Passaporto per l’Inferno, 1965), 3S3, agente especial (Agente 3S3, massacro al sole, 1966), Consigna: Tánger 67 (Requiem per un agente segreto, 1966), los dos primeros firmados con el seudónimo Simon Sterling–, el thrillerEl cerebro del mal (Il diavolo nel cervello, 1972) y, en los últimos años de su carrera (período 1976-1998), abundantes trabajos para televisión. El más famoso de estos últimos fue, sin duda alguna, la miniserie de seis episodios Sandokán(Sandokan, 1976), adaptación de las aventuras del célebre personaje creado por Emilio Salgari cuyo éxito internacional alcanzó tales proporciones que dio pie, ese mismo año, a la preparación y el estreno de un largometraje para el cine elaborado a la sombra de ese triunfo. Nos referimos a El juramento del Corsario Negro (Il Corsaro Nero, 1976), en la cual repitieron Sollima como coguionista y director, el actor indio Kabir Bedi y la actriz francesa Carole Lauré en los papeles protagonistas, el también guionista Alberto Silvestri, los músicos Guido y Maurizio De Angelis, y el montador Alberto Gallitti, partiendo nuevamente de una obra de Salgari. 
           

A falta de haber visto El Corsario Negro(Il Corsaro Nero, 1971), dirigida por Lorenzo Gicca Palli bajo el seudónimo de Vincent Thomas (sic), protagonizada nada menos que por los inefables Terence Hill y Bud Spencer y que, por lo visto, no tiene absolutamente nada que ver con la creación de Salgari, la trama de El juramento del Corsario Negro de Sollima está basada en dos de las tres novelas que Salgari escribió sobre este personaje, El Corsario Negro (1898) y La reina de los caribes (1901); la tercera, Yolanda, la hija del Corsario Negro (1905), daría pie a la película homónima de Mario Soldati de 1953. Sollima funde hábilmente los dos primeros libros de Salgari. Del primero toma la idea de que Emilio di Roccabruna, conde de Ventimiglia y Valpenta, apodado el Corsario Negro (Bedi), se enamore accidentalmente de Honorata de Van Guld (Lauré), la cual resulta ser nada menos que la hija de su mortal enemigo el duque de Van Guld (Mel Ferrer), de quien ha jurado vengarse no solo porque asesinó a sus padres, sino porque acaba de hacer lo mismo con sus dos hermanos menores, el Corsario Rojo (Jackie Basehart) y el Corsario Verde (Nicolò Piccolomini). Del segundo libro recupera al personaje de Yara (Sonja Jeannine), la joven india caribeña que, en la novela, es una princesa que se enamora del Corsario Negro (ella es la “reina de los caribes” a los que se refiere el título), y en el film, se une a su venganza contra Van Guld por la masacre de su pueblo. La lectura de Salgari efectuada por Sollima incluye detalles tan fieles a los originales literarios como que el Corsario Negro, roto de dolor, se vea obligado a cumplir su juramento de venganza contra Van Guld abandonando a Honorata en alta mar a bordo de un bote, lo cual va acompañado del comentario en voz alta de otros dos personajes asimismo presentes en las novelas, los subalternos del Corsario Negro Carnaux (Sal Borgese) y Van Stiller (Franco Fantasia), quienes exclaman: “¡Mira! ¡El Corsario Negro llora!”, que es justo la frase final de El Corsario Negro de Salgari (lástima que la escasa potencia interpretativa de Kadir Bedi juegue en contra de la teórica intensidad de la escena). Asimismo, Sollima incluye en la trama –como también le gustaba al propio Salgari– a personajes históricos y acontecimientos reales, tal es el caso de la presencia del famoso pirata Henry Morgan (1635-1688) –encarnado en la película por Angelo Infanti– y el saqueo filibustero a Maracaibo (1669).


Pese a manejar convenciones, El juramento del Corsario Negro sorprende, agradablemente, por la sencillez y cariño con que están dibujados los personajes secundarios: la pícara amistad-rivalidad de Carnaux y Van Stiller; la historia de amor no consumada entre Yara y José (Tony Renis), el marinero español que está enamorado de la muchacha india; la nobleza del conde de Lerma (Mariano Rigillo), un aristócrata español hemofílico que ayuda a escapar al Corsario Negro... a cambio de que este le proporcione en combate una muerte rápida y digna de un caballero; el tono burlesco-vodevilesco del episodio protagonizado por el Corsario Negro y la marquesa de Bermejo (Dagmar Lassander); o la caracterización de los piratas de la isla de Tortuga: la ironía en torno a Morgan (cuyo apellido, lejos todavía de su posterior fama, ningún pirata consigue recordar), el pintoresco filibustero que abandonó los hábitos para ejercer la piratería (sic), o la violencia que caracteriza al Olonés (Edoardo Faieta, acreditado como Eddy Fay), rebautizado como El Polaco (?) en la versión doblada al castellano: resulta inolvidable ese sarcástico momento en que, para convencer a un grupo de dominicos de que acerquen las escaleras que los piratas utilizarán para escalar los muros de Maracaibo, el Olonés mata sin contemplaciones, detrás de un árbol, al prior de los monjes...  


A pesar de la sobreabundancia de zoomsy reencuadres con teleobjetivo que sazonan la mayor parte del metraje, tics del cine de la época que marcan a fuego el momento de su realización, puede verse y entenderse El juramento del Corsario Negro como una especie de despedida y cierre de una importante etapa del cine de género italiano dedicada específicamente al así llamado cine de piratas. Llama la atención el hecho de que, a pesar de mantenerse fiel a la mayoría de convenciones de este género o subgénero, la puesta en escena de Sollima no olvida el tono abrupto y determinadas soluciones estéticas características del spaguetti y el poliziesco: pienso, por ejemplo, en los grandes primeros planos de los ojos de los personajes lanzándose miradas de odio, a lo Leone; o ese momento en el que, por una vez, el teleobjetivo tiene una eficaz cualidad expresiva: el plano en el que una puerta de acceso a la fortaleza de Maracaibo es destruida de un cañonazo, y en medio del polvo blanco levantado por la detonación vemos aparecer al Corsario Negro florete en mano, como si fuera un ser mitológico.


Al vigor de las escenas de acción, con momentos tan notables como los duelos a espada, los abordajes, el ataque a Maracaibo o la ingeniosa estratagema que emplea Morgan para abordar el barco de Van Guld (el actor y antiguo especialista Franco Fantasia, ya mencionado, supervisó las escenas de esgrima), hay que añadir la subrepticia atmósfera fantástica que salpica el relato, patente en momentos como ese en el que el Corsario Negro ve o creer ver los cadáveres de sus hermanos corsarios en vez de los de dos indios asesinados por los españoles, las apariciones fantasmales de los hermanos del Corsario Negro, o en particular la secuencia nocturna en la que el protagonista hace un pacto satánico favorable a su venganza antes de arrojar los cuerpos de sus hermanos al mar. Sollima crea una hermosa relación visual entre el plano en el que, a la izquierda del encuadre, Van Guld escucha en primer término la entrada de los corsarios Rojo y Verde en la fiesta, ambos en plano general y a la derecha del mismo encuadre, y un plano posterior e inversamente proporcional, en el cual es el primer plano del rostro del Corsario Negro el que ocupa el margen derecho del encuadre, mientras que a la izquierda vemos a Honorata, en plano medio, tras haberse descubierto que es la hija de Van Guld. Señalemos, asimismo, el sombrío movimiento panorámico de la cámara, de casi 360º, que muestra la desolación del poblado de Yara tras el ataque de los españoles; los solemnes travellings que acompañan a Honorata, de pie en el bote, en el momento en que es abandonada a su suerte en el océano; o la abrupta elipsis con la que se resuelve el asesinato, a manos de Van Guld, del Corsario Rojo: el primer plano de Van Guld, apuntando su pistola hacia la cámara, se corta bruscamente, sin que tan siquiera lleguemos a oír la detonación del arma que siega, con la misma brusquedad, la vida del hermano mediano del Corsario Negro. Anotar, finalmente, que la secuencia de la fuga submarina del Corsario Negro –escondido dentro de un barril que luego es arrojado al mar– parece un guiño a una secuencia y situación similares que se producían en un episodio de Sandokán.


(1) “Dossier” Spaghetti Western en Dirigido por…, números 490: http://elcineseguntfv.blogspot.com/2018/07/dirigido-por-de-julio-agosto-2018-la.html, y 491: http://elcineseguntfv.blogspot.com/2018/09/dirigido-por-de-septiembre-2018-la-venta.html

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de NOVIEMBRE 2018, a la venta

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El núm. 395 de Imágenes de Actualidad dedica el espacio principal de su portada a Millennium: Lo que no te mata te hace más fuerte (The Girl in the Spider’s Web, 2018), cuyo reportaje se complementa con una entrevista con su realizador, Fede Álvarez.


También se destacan en la tapa los estrenos de Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald (Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald, 2018, David Yates), que se complementa con entrevistas con sus protagonistas, Eddie Redmayne y Katherine Waterston; Overlord (ídem, 2018, Julius Avery); Bohemian Rhapsody (ídem, 2018, Bryan Singer); Mandy (ídem, 2018, Panos Cosmatos); Superlópez (Javier Ruiz Caldera, 2018), que se complementa con el reportaje Lo mejor de Superlópez; El cascanueces y los cuatro reinos (The Nutcracker and the Four Realms, 2018, Lasse Hallström y Joe Johnston); y Malos tiempos en El Royale (Bad Times at the El Royale, 2018), que se complementa con una entrevista con su guionista y realizador, Drew Goddard.


El número se completa con los reportajes dedicados a Maquia, una historia de amor inmortal (Sayonara No Asa Ni Yakusoku No Hana o Kazarô, 2018, Mari Okada); Nación salvaje (Assassination Nation, 2018, Sam Levinson); Ghostland (ídem, 2018, Pascal Laugier); Historias de fantasmas (Ghost Stories, 2017, Andy Nyman y Jeremy Dyson); Infiltrado en el KKKlan (BlacKkKlansman, 2018, Spike Lee); Viudas(Widows, 2018, Steve McQueen); The Guilty (Den Skyldige, 2018, Gustav Möller); Leto (ídem, 2018, Kirill Serebrennikov); y el artículo Pa’fuera lo malo. El fenómeno popular del cine cutre. Y con las secciones Series TV, con reportajes de Arde Madrid (2018), El mundo oculto de Sabrina (Chilling Adventures of Sabrina, 2018) y Élite (2018); Hollywood Boulevard, de Josep Parera, y Hollywood Babilonia, de Álex Faúndez; News; Stars; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Se rueda, de Boquerini; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Críticas; Libros, de Óscar Brox; y BSO y DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


He dedicado el Cult Movie de este mes a un famoso film musical que está de nuevo de actualidad tras el estreno en Madrid de un nuevo montaje escénico y el anuncio de una nueva versión que dirigirá Steven Spielberg: West Side Story (ídem, 1961), de Robert Wise y Jerome Robbins. “No deja de resultar chocante que, en el momento de su estreno y todavía hoy, “West Side Story” esté considerado uno de los films musicales más renovadores del género, cuando lo cierto es que no se trata, ni mucho menos, de una película tan innovadora como se pretende. (…) Además, por si fuera poco, al film se le notan, y mucho, sus orígenes escénicos, hasta el punto de que la mayoría de sus números musicales, salvo honrosas excepciones, acusan notablemente la presencia de la «cuarta pared». Dicho de otro modo, la posición de la cámara ocupa el mismo lugar que el espectador desde su asiento cuando asiste a un espectáculo teatral, y esa regla, en “West Side Story”, tan solo se rompe en determinados números musicales que, no por casualidad, son los mejores, en cuanto son los más cinematográficos de todo el film”.


Concluyo mi participación en este número con las críticas de la extraordinaria película de Rodrigo Sorogoyen El Reino (2018) y de la aceptable de Ruben Fleischer Venom (ídem, 2018).


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“DIRIGIDO POR…” de NOVIEMBRE 2018, a la venta

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El dossier Perlas del cine negro británico, que ha coordinado un servidor, es el principal tema de portada del núm. 493 de Dirigido por… El mismo está compuesto, en primer lugar, por un artículo dedicado al realizador más importante de la etapa clásica del género, Basil Dearden, que ha escrito Joaquín Vallet Rodrigo, y luego, por una serie de antologías de films representativos del género de entre los años 40 y los 60: Su nombre en los periódicos(1940), de Carol Reed [Joaquín Vallet Rodrigo]; Green for Danger (1946), de Sidney Gilliat [Héctor G. Barnés]; Dear Murderer (1947), de Arthur Crabtree [Quim Casas]; It Always Rains on Sunday (1947), de Robert Hamer [Emilio M. Luna]; Larga es la noche (1947), de Carol Reed [Juan Carlos Vizcaíno Martínez]; Brighton Rock (1948), de John Boulting [Joaquín Vallet Rodrigo]; The Spider and the Fly (1949), de Robert Hamer [Ramón Alfonso]; The Woman in Question (1950), de Anthony Asquith [Israel Paredes Badía]; Me hicieron un fugitivo (1950), de Alberto Cavalcanti [Tonio L. Alarcón]; Chantaje criminal (1952), de Terence Fisher [Ramón Alfonso]; Street Corner (1953), de Muriel Box [Israel Paredes Badía]; El tigre dormido (1954), de Joseph Losey [Quim Casas]; Tiger in the Smoke (1956), de Roy Ward Baker [Juan Carlos Vizcaíno Martínez]; Hell Is a City (1960), de Val Guest [Quim Casas]; El criminal(1960), de Joseph Losey [Óscar Brox]; El robo al banco de Inglaterra (1960), de John Guillermin [escrita por mí]; Hasta el último aliento (1960), de John Guillermin [Israel Paredes Badía]; Cash on Demand (1961), de Quentin Lawrence [también escrita por mí]; The Girl Hunters (1963), de Roy Rowland [Quim Casas]; y Plan siniestro (1964), de Bryan Forbes [asimismo reseñada por quien esto suscribe].


También se destacan en portada las reseñas de Malos tiempos en El Royale (Bad Times at the El Royale, 2018), escrita por Elisa McCausland y Diego Salgado, y que se complementa con una entrevista con el director del film, Drew Goddard; Bohemian Rhapsody (ídem, 2018, Bryan Singer), escrita por mí; Infiltrado en el KKKlan(BlacKkKlansman, 2018, Spike Lee), comentada por Israel Paredes Badía; y La noche de Halloween (Halloween, 2018, David Gordon Green), que analiza Quim Casas. A ello hay que añadir los comentarios, para la sección Televisión, de las series Gigantes(2018), escrito por Quim Casas, y La maldición de Hill House (The Haunting of Hill House, 2018, Mike Flanagan) y Maniac (ídem, 2018, Cary Joji Fukunaga), ambas reseñadas también por mí. Y la crónica del Festival de Sitges 2018, escrita por Roberto Alcover Oti.


El número se completa con las reseñas destacadas de La sombra de la ley (Dani de la Torre, 2018), que firmo yo, El árbol de la sangre (Julio Médem, 2018), que comenta Israel Paredes Badía, Mandy(ídem, 2018, Panos Cosmatos), analizada por Nicolás Ruiz, Overlord (ídem, 2018, Julius Avery), reseñada por Álvaro Peña, Ghostland (ídem, 2018, Pascale Laugier), que suscribe Nicolás Ruiz, y Entre dos aguas (Isaki Lacuesta, 2018), analizada por Diego Salgado; la sección Críticas, con comentarios de otros estrenos; la sección Flashback, en la cual Quim Casas analiza la monumental película de Ryusuke Hamaguchi Happy Hour (Happy awâ, 2015); la sección Cine On-Line, con comentarios de Quim Casas, Nicolás Ruiz, Ramón Alfonso y un servidor; la sección Home Cinema, con comentarios de Joaquín Vallet Rodrigo, Joaquín Torán y Ramón Alfonso; la sección Libros, con comentarios de Quim Casas, Israel Paredes Badía y Óscar Brox; la sección Banda Sonora, de Joan Padrol; y la sección Cinema Bis, en la que hablo del interesantísimo film de Victor Hanbury, Lance Comfort y Max Greene Contraespionaje (Hotel Reserve, 1944).


Como ya he avanzado, mi contribución a este número de Dirigido por… consiste, en primer lugar, en la extensa crítica de la notable Bohemian Rhapsody, de Bryan Singer (y Dexter Fletcher).


También firmo tres antologías para el dossierPerlas del cine negro británico que he coordinado: la agradable El robo al banco de Inglaterra, de John Guillermin, y las magníficas Cash on Demand, de Quentin Lawrence, y Plan siniestro, de Bryan Forbes.


He escrito, para la sección de Televisión, los comentarios de dos miniseries harto interesantes: La maldición de Hill House, de Mike Flanagan, y Maniac, de Cary Joji Fukunaga.


Reseño la atractiva La sombra de la ley, de Dani de la Torre, y, dentro de la sección Críticas, el más que simpático film de Andy Nyman y Jeremy Dyson Historias de fantasmas (Ghost Stories, 2017).


Para la sección Cine On-Line, comento la excelente Noche de lobos (Hold the Dark, 2018), de Jeremy Saulnier, y la apreciable The Lodgers (ídem, 2017), de Brian O’Malley.


Y, para la sección Cinema Bis, la excelente Contraespionaje, de Victor Hanbury, Lance Comfort y Max Greene.


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Anatomía de un asesinato: “IMPACTO”, de BRIAN DE PALMA

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[NOTA BENE: EL PRESENTE TEXTO ES UNA VERSIÓN AMPLIADA DEL COMENTARIO CRÍTICO SOBRE ESTE MISMO FILM QUE ESCRIBÍ PARA LA SECCIÓN CULT MOVIE DE “IMÁGENES DE ACTUALIDAD”, NÚM. 393, SEPTIEMBRE 2018 (1).] La historia es bien conocida a estas alturas. En 1959 Julio Cortázar publicaba su famoso cuento Las babas del diablo (dentro de la colección de relatos Las armas secretas), la historia de un fotógrafo que, tras haber estado tomando instantáneas por un jardín de París, al revelarlas descubre accidentalmente en ellas la perpetración de un asesinato. En 1966 Michelangelo Antonioni, en colaboración con los guionistas Tonino Guerra y Edward Bond (para los diálogos en inglés), tomaba el cuento de Cortázar y a partir del mismo realizaba Blow Up (Deseo de una mañana de verano) (Blow Up, 1966), trasladando la acción a Londres. Ocho años después, Francis Ford Coppola retomaba en parte esa idea sin citar explícitamente a Cortázar, y sustituyendo la fotografía por una grabación de sonido, y París y Londres por San Francisco, dirigía a partir de un guion propio La conversación (The Conversation, 1974). La imagen y el sonido que, combinados, conducen a la revelación de la comisión de un crimen es la premisa sobre la que se sustenta Impacto (1981), Blow Out en su título original en inglés, película respecto a la cual su guionista y realizador, Brian de Palma, realizaba las siguientes declaraciones:


“[Blow Up y La conversación] Son dos de mis películas favoritas. Ironías del destino, la película de Antonioni ha envejecido bastante mal. No consigo verla de nuevo, me aburre enseguida. Debe de ser porque está demasiado anclada en la moda de su época. Pero ha sido para mí una gran fuente de inspiración. Para mayor sorpresa mía, hay mucha gente ahora que prefiere “Impacto” a “Blow Up”, cosa que no sucedía en absoluto cuando se estrenó mi película. En cambio “La conversación” sigue siendo una gran película que vuelvo a ver con regularidad. Es una de las mejores de Francis. La idea era extraordinaria, aunque en realidad en el guion haya una trampa bastante gorda porque se cambia el sentido de una frase oída. A “La conversación” le pasa un poco lo que a “De entre los muertos” [Vertigo, 1958, Alfred Hitchcock], en plena película hay un problema de guion, pero las imágenes son tan fabulosas, [Gene] Hackman es tan fantástico, la dirección de actores es tan pasmosa que ni se nota. (…) A “La conversación” le pasa lo que a “Impacto”, es una historia que solo la puede contar el cine. Por eso mismo me pareció en su día tan interesante “Blow Up”. Participé en una emisión de televisión inglesa hace poco y vi la escena en que David Hemmings mira la foto con Vanessa Redgrave junto a la barrera: luego la cámara vuelve a él y se oye el sonido, es algo mágico, es cine en estado puro. Funciona de maravilla. Creo que “Impacto” tiene esa misma virtud: se comprende cómo van sincronizadas la imagen y el sonido –que es lo propio del cine–. ¡Y de propina es lo que permite resolver un misterio! Eso es, en mi opinión, lo que hace que “Impacto” resulte tan original” (Brian De Palma por Brian De Palma. Samuel Blumenfeld y Laurent Vachaud. Alba Editorial, 2003).


Impacto es una (¡otra!) de las muchas interesantes películas de Brian de Palma que no fue bien recibida por la crítica española en el momento de su estreno, salvo honrosas excepciones (recuerdo una defensa a cargo de José Luis Guarner desde las páginas de la revista Fotogramas), saldándose además con un notable fracaso comercial (solo consiguió entre 12 y 14 millones de dólares recaudados en cines norteamericanos, sobre un presupuesto de 18 millones), lo cual ha contribuido a mantener esa impresión generalizada en torno a ella en calidad de fiasco, algo que ningún crítico de cine que se considere como tal debería atreverse a aseverar en base a un argumento tan peregrino como el de la taquilla. Es, también (y dicho sea sin intención peyorativa), una de las obras de su filmografía que acusa mayores influencias de la estética del giallo, junto con Fascinación (Obsession, 1976), Vestida para matar (Dressed to Kill, 1980) y Doble cuerpo (Body Double, 1984) los “rojos” de la excelente fotografía de Vilmos Zsigmond; los guantes negros y sádicos métodos para matar que emplea el sicario Burke (John Lithgow), por más que su primera y, cómo no tratándose de De Palma, “engañosa” secuencia sea un malévolo guiño al slasher norteamericano de la época –La noche de Halloween (Halloween, 1978), de John Carpenter, Viernes 13 (Friday the 13th, 1980), de Sean S. Cunningham, y sus respectivas e interminables secuelas estaban arrasando en ese momento, y dejando aparte el hecho de que, de una manera relativamente similar a La furia (The Fury. 1978), Impacto se revela una obra dramáticamente cercana a los parámetros de cierto “thrillerde conspiración” característico de los años setenta, del estilo de Los tres días del Cóndor (Three Days of the Condor, 1975), de Sydney Pollack, o El último testigo (The Parallax View, 1974) y Todos los hombres del presidente (All the President’s Men, 1976), ambos de Alan J. Pakula, por más que, tal y como ya sucedía en La furia, Impacto toma prestados elementos dramáticos de ese tipo de thrillers de “conspiranoia” como mero telón de fondo para lo que acaba siendo un genuino film de suspense donde, por descontado, vuelve a flotar la perenne sombra de Alfred Hitchcock.


Impacto ofrece algunos de los movimientos de cámara más logrados del cine de De Palma. El film se abre, precisamente, con una extraña secuencia, construida alrededor de dos largos planos-secuencia con cámara móvil y no un único plano-secuencia, como suele escribirse, porque en un momento dado hay un corte de montaje que, como ya he apuntado, reúne buena parte de los tópicos del slasher: el punto de vista de la cámara se corresponde, se supone, con el del típico psycho-killer que espía desde el exterior y a través de las ventanas lo que ocurre en el interior de lo que tiene toda la pinta de ser un internado-para-señoritas; el evidente voyeurismo de la secuencia está subrayado por los toques erótico-sexuales del panorama que otea el intruso a través de esas mismas ventanas (dos chicas bailando en ropa interior, otra follándose a su novio, otra más en su dormitorio masturbándose, otra desnuda en la ducha); la “cámara-criminal” se desplaza hacia un extremo del decorado, entra por una puerta abierta, avanza por un pasillo hasta un cuarto de baño donde está la joven que se ducha (en el espejo de dicha estancia se refleja brevemente “el asesino”), y cuchillo en mano, el delincuente arranca la cortina y amenaza a la muchacha, la cual lanza un grito… ridículo.


Es entonces, y solo entonces, que advertimos que esa primera secuencia no es sino un fragmento de una (mala) película de terror producida por el estudio de cine de bajo presupuesto para el cual el protagonista de Impacto, Jack Terry (John Travolta), trabaja como ingeniero de sonido. Esta irónica secuencia, que precede a los títulos de crédito, proporciona diversas claves: la misma nos viene a decir que vamos a presenciar un relato en el cual el simulacro y el artificio inherentes al arte cinematográfico van a ser muy importantes, o dicho de una manera más sencilla y hitchcockiana, un relato donde las apariencias engañan. Relato, como digo, en el cual la tecnología del cine va a ocupar un lugar primordial. Además, la secuencia proporciona un punto de partida dramático que será el motor inicial de la acción: la necesidad que tiene Jack, para complacer al productor del último bodrio que está sonorizando, de encontrar un grito de mujer que sea más convincente y aterrador que el hiriente quejido proferido por esa actriz, la de la ducha, que tan solo ha sido contratada se dicepor sus tetas” (sic). Resulta asimismo muy irónico que esa enésima referencia a la celebérrima secuencia de Psicosis(Psycho, 1960) esté aquí deliberadamente utilizada por De Palma como aquello en lo que finalmente ha acabado convirtiéndose a base de su explotación sin miramientos: un (otro) tópico; no es tampoco la primera vez que De Palma mira con ironía esa famosa escena: recuérdese el gag de la ducha y el desatascador deEl fantasma del Paraíso (Phantom of the Paradise, 1974).


Otro movimiento de cámara de gran belleza es la impresionante grúa que parte de la imagen de Burke, apuñalando el cadáver de una mujer a la que acaba de asesinar por error, y se desplaza lateralmente hacia la izquierda, atravesando las calles, hasta detenerse en la joven que era el auténtico objetivo del asesino, Sally (Nancy Allen); es una imagen que encierra cierto fatalismo, habida cuenta de que muestra hasta qué punto el criminal está cerca de la muchacha y que es cuestión de poco tiempo el que dé con ella. El tercer movimiento de cámara al que me refiero es, si cabe, tanto o más desconcertante que los planos-secuencia que precede a los créditos: el continuo giro de 360º de la cámara que se produce en el momento en que Jack registra su laboratorio y descubre que todas sus grabaciones de audio, sus pruebas del delito, han sido borradas; llama la atención el hecho de que la cámara no siga las evoluciones del protagonista, como sería lo usual, sino que se mueva con independencia de hacia dónde lo hace Jack, quien en ocasiones queda fuera de campo, pero sin que por ello deje de estar claro el sentido de la escena; no puede menos que verse en ello una hermosa metáfora de la situación del protagonista, alguien atrapado en una espiral de acontecimientos que se ve cada vez más incapaz de controlar, expresada en ese movimiento circular de la cámara que, literalmente, no le sigue los pasos, sino que va por su cuenta, a contracorriente de la voluntad de Jack.


Un cuarto movimiento de cámara es ese lentísimo travelling asimismo circular, combinado con plano medio y en contrapicado de los personajes que aparecen en él, en el cual vemos a Jack abrazando el cadáver de Sally bajo un cielo nocturno irrealmente iluminado por los fuegos artificiales: un movimiento de cámara que, en cierto sentido, parece venir a resumir a los anteriormente descritos: una película de terror barata provocó que los destinos de Jack y Sally se cruzaran (planos-secuencia precréditos), un asesino que ronda a Sally amenazaba con acabar con su vida (plano en grúa Burke-Sally), una espiral de acontecimientos ha desbordado a Jack (giro de 360º) y ha desembocado, inexorablemente, en el sacrificio de la muchacha, en uno de los finales más pesimistas de la carrera de su director.


Puede verse Impacto como una especie de digresión sobre la naturaleza “vampírica” del cine y su capacidad para alterar la vida real de las personas. Dejando aparte el hecho de que, como explica él mismo (y que De Palma ilustra por medio de un flashback excelentemente resuelto), Jack trabajó para la policía colocando micrófonos ocultos, labor que abandonó porque en el curso de una “misión” un agente acabó muerto como consecuencia indirecta de un error técnico suyo, no hay que olvidar que una de las razones por las cuales el protagonista está tan firmemente convencido de que el accidente de coche que ha acabado con la vida del gobernador no ha sido tal, sino un atentado, reside en que tiene tanto los oídos (es, recordemos, ingeniero de sonido) como los ojos (recrea el accidente-atentado montando imágenes con la ayuda de una moviola), cinematográficamente acostumbrados a percibir el artificio, bien sea este un sonido (la grabación de un disparo), o bien una imagen (el fotograma en el que se percibe el fogonazo del disparo que ha reventado la rueda del coche y provocado que se precipitara al lago).


Esto último queda claro en la ejemplar secuencia en la que vemos a Jack, de noche y grabando sonidos naturales que quiere incorporar a sus archivos de sonido momentos antes de que se produzca la caída del coche al agua: De Palma se vale del sonido, cierto, pero en perfecta coordinación con la imagen, para mostrar la minuciosidad con que Jack resuelve su trabajo. El protagonista dirige su micrófono de grabación a larga distancia, y el realizador visualiza el origen de los sonidos grabados por Jack (la brisa que agita la arboleda, una rana, un búho, una pareja de enamorados) “aproximándose” a los mismos mediante un cuidado montaje de planos que combinan la apertura de foco (planos cada vez más “abiertos”, y por tanto, cada vez más lejos del personaje de Jack) hasta “alcanzar” aquello que el protagonista está grabando, captado en unos encuadres muy de su gusto: esos primeros planos de un personaje o un objeto en primer término del encuadre ocupando el margen izquierdo o derecho del plano en formato panorámico, mientras que el segundo término lo ocupan otros personajes en plano medio o plano general, logrando de este modo una especie de efecto parecido al de la “pantalla partida” que también es muy recurrente en su cine.  


Esto explica que haya otros momentos en los cuales la planificación de De Palma convierte la mirada de Jack en el punto de vista de un experto en cineque mira la realidad que le rodea y sabe detectar en ella los elementos “de película” (ergo, falsos) que contiene. Por ejemplo, la escena del rescate submarino de Sally, atrapada dentro del coche que se está llenando de agua, está planificada por De Palma convirtiendo las ventanillas del vehículo en simbólicas “pantallas” que muestran esas “falsas realidades”: una “inocente” joven que está en-el-lugar-equivocado-y-en-el-momento-equivocado (aunque la verdad es que, como luego sabremos, Sally fue contratada para poner en evidencia al gobernador al que acompañaba), y un hombre fallecido de manera accidental (en realidad, asesinado). De Palma recurre en otras ocasiones a esos encuadres panorámicos “partidos” que he mencionado líneas arriba para expresar esa asociación cinematográfica que Jack lleva a cabo con el misterio del accidente que le ha costado la vida al gobernador. Es el caso, por ejemplo, del plano que asocia a Jack con Lawrence Henry (John McMartin), el hombre del gabinete del difunto gobernador al que conoce en el hospital y que le pide que guarde silencio sobre la presencia de Sally en el coche; o el plano que, situado en la imaginación de Jack, reconstruye el reventón de la rueda de ese mismo vehículo como consecuencia del disparo de un francotirador.


Como buena parte de sus películas —El fantasma del Paraíso, Carrie (ídem, 1976), La furia, El precio del poder (Scarface, 1983), Corazones de hierro (Casualties of War, 1989), Atrapado por su pasado (Carlito’s Way, 1993), La dalia negra (The Black Dahlia, 2006), Redacted (ídem, 2007)—, Impactoes un film trágico. Jack es un hombre solo, enfrentado a una conspiración gigantesca que le sobrepasa. Sally acabará siendo víctima de un juego que está asimismo por encima de sus posibilidades. Incluso un personaje absolutamente desconectado de toda esa intriga, la prostituta que presta sus “servicios” en la estación de tren de Filadelfia (Deborah Everton), perecerá a manos del sádico Burke, quien ameniza su espera (se ha citado con Sally) cometiendo con ella un nuevo y gratuito asesinato, como siempre en De Palma, excelentemente rodado. A mayor ahondamiento, ¿acaso no hay en el parecido físico entre las actrices Nancy Allen y Deborah Everton un malévolo apunte sobre la personalidad misógina de Burke, ese asesino que no distingue entre sus víctimas femeninas porque todas le parecen iguales? Recordemos que, secuencias atrás, se ha equivocado, asesinando a otra chica a la que ha confundido con Sally.


La “gratuidad” inherente a la secuencia del asesinato de la prostituta, que en puridad de conceptos no aporta nada relevante a la intriga del film, vuelve a demostrar hasta qué punto ha asimilado nuestro realizador las lecciones de Hitchcock, quien en no pocas ocasiones también fue acusado de ser gratuito cf. la famosa secuencia de la avioneta de Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959), mediante la inserción de secuencias cuyo carácter “caprichoso” rompe con la lógica convencional del relato. Como le matizaba al respecto François Truffaut a Hitchcock en el célebre libro-entrevista que el primero dedicó al segundo, ese tipo de secuencias son ideas de director. A fin de cuentas, y viéndolo de otra manera, ¿qué es la intriga de Impacto sino un capricho del destino? Anotar al respecto el “falso” suspense del clímax del relato, el intento de rescate de Sally por Jack cuando está a punto de morir a manos de Burke durante la parada de la Libertad de Filadelfia, festividad que actúa aquí a modo de mordaz ironía y como telón de fondo, como digo, de un suspense que De Palma alarga hasta el paroxismo mediante la cámara lenta, y que culmina con Jack matando a Burke, cierto, ¡pero antes este ha asesinado ya a Sally! Giro fatalista muy De Palma que se remata con otra ironía más sangrante todavía: un Jack hundido y desmoralizado “reaprovecha” el grito de muerte de Sally (el protagonista estaba grabando toda su conversación con Burke a distancia) para incorporarlo al cutre film de terror del principio: cada repetición del grito parece perforarle el alma, a modo de expiación eterna por su responsabilidad en esa muerte. En consonancia con la idiosincrasia del personaje, este malévolo detalle que cierra Impacto vuelve a ser estrictamente cinematográfico.



Las MEJORES PELÍCULAS de 2017-2018, según “DIRIGIDO POR…”

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Como todos los años, la Filmoteca de la Generalitat de Catalunya ha pedido a Dirigido por…una lista de las mejores películas estrenadas en España entre el 1 de noviembre de 2017 y el 1 de noviembre de 2018, con vistas a realizar, a partir de la misma y de las solicitadas a otros medios, un ciclo con las mejores películas del último año estrenadas entre esas fechas, de ahí que el lector pueda echar en falta films notorios que ya se habrán estrenado o se estrenarán en cines españoles a partir del 2 de noviembre y hasta el 31 de diciembre de este año, ausentes en virtud del criterio establecido por Filmoteca. La lista solicitada era de diez títulos, pero el resultado final, computado a partir de las puntuaciones de los colaboradores de la revista, es de catorce películas, como consecuencia de los empates de votos en los puestos números 8, 6, 5 y 2. Los films más votados, de menos a más, son:

En el número 10: AMANTE POR UN DÍA, de Philippe Garrel.

En el número 9: BRAWL ON CELL BLOCK 99, de S. Craig Zahler.

En el número 8: empate entre READY PLAYE ONE, de Steven Spielberg…
…y LUCKY, de John Carroll Lynch.

En el número 7: WONDERSTRUCK: EL MUSEO DE LAS MARAVILLAS, de Todd Haynes.

En el número 6: empate entre CALL ME BY YOUR NAME, de Luca Guadagnino…
…y COLD WAR, de Pawel Pawlikowski.

En el número 5: empate entre THE DISASTER ARTIST, de James Franco…
…y MOLLY’S GAME, de Aaron Sorkin.

En el número 4: EL REVERENDO, de Paul Schrader.

En el número 3: A GHOST STORY, de David Lowery.

En el número 2: empate entre LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO, de Steven Spìelberg…
…y EL HILO INVISIBLE, de Paul Thomas Anderson.

En el número 1: TRES ANUNCIOS EN LAS AFUERAS, de Martin McDonagh.

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de DICIEMBRE 2018, a la venta

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Imágenes de Actualidad dedica la portada de su núm. 396, para variar, a… ¡cine de superhéroes! Destaca en la misma el estreno de Spider-Man: Un nuevo universo(Spider-Man: Into the Spider-Verse, 2018, Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman), cuyo reportaje se complementa con una entrevista con sus productores, los también guionistas y realizadores Chris Miller y Phil Lord.


Otros importantes contenidos destacados en la portada son el estreno de Aquaman (ídem, 2018, James Wan), cuyo reportaje se complementa con el artículo sobre las mejores aventuras del personaje en el mundo del cómic Impactos acuáticos; El regreso de Mary Poppins (Mary Poppins Returns, 2018, Rob Marshall), cuyo reportaje se complementa a su vez con el artículo sobre las producciones Disney de imagen real La caja blanca de Disney; y dentro de la sección Televisión, reportajes dedicados a la novena temporada de The Walking Dead (ídem, 2010- ), el cual se complementa con una entrevista con su productora ejecutiva, Gale Anne Hurd, y con el reportaje del film de Alfonso Cuarón Roma (2018), que llegara a cines y a plataformas digitales este mismo mes de diciembre.


También hallamos reportajes dedicados a Robin Hood (ídem, 2018, Otto Bathurst); Bumblebee (ídem, 2018, Travis Knight); Mortal Engines (ídem, 2018, Christian Rivers); Ralph rompe Internet(Ralph Breaks the Internet, 2018, Rich Moore y Phil Johnson); Suspiria(ídem, 2018, Luca Guadagnino); Eliminado: Dark Web (Unfriended: Dark Web, 2018, Stephen Susco); Ana y el Apocalipsis (Anna and the Apocalypse), que se complementa con una entrevistacon su director, John McPhail; Durante la tormenta (Oriol Paulo, 2018); Lo que esconde Silver Lake (Under the Silver Lake, 2018, David Robert Mitchell); Silvio (y los otros)(Loro, 2018, Paolo Sorrentino); Un asunto de familia (Manbiki kazoku, 2018, Hirokazu Kore-eda); Como la vida misma (Life Itself, 2018, Dan Fogelman); Galveston (ídem, 2018, Mélanie Laurent); Juliet, desnuda (Juliet, Naked, 2018, Jesse Peretz); y Perdidos en París (Paris pieds nus, 2016, Dominique Abel y Fiona Gordon). Y las secciones Además…, con otros estrenos del mes; Hollywood Boulevard, de Josep Parera, y Hollywood Babilonia, de Álex Faúndez; News; Stars; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Se rueda, de Boquerini; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Críticas; Libros, de Óscar Brox; y BSO y DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


El estreno este diciembre de El regreso de Mary Poppins es la excusa para que comente, en la sección Cult Movie, la película original, esto es, Mary Poppins (ídem, 1964, Robert Stevenson): “Con todas las insuficiencias y servidumbres características del cine Disney, “Mary Poppins” sigue siendo, incluso vista a ojos de hoy, la mejor película Disney en imagen real de su época, y una de las mejores de su historia. Es, asimismo, uno de los films mejor realizados por Stevenson para Disney, quien demuestra aquí una elegancia de formas y una efectividad de resultados muy superior a otros trabajos disneyanos suyos –cf. “Los hijos del capitán Grant”, “Un gato del F.B.I.”, “Ahí va ese bólido” y su secuela “Herbie, un volante loco”, o “Un candidato muy peludo”–, y que no volvería a demostrar, ni que fuera vagamente, hasta la simpática “La isla del fin del mundo””.


También firmo, para la sección Críticas, las reseñas de Millennium: Lo que no te mata te hace más fuerte (The Girl in the Spider’s Web, 2018, Fede Álvarez) y El árbol de la sangre (Julio Medem, 2018).


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“DIRIGIDO POR…” de DICIEMBRE 2018, a la venta

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Dirigido por…cierra el año, cinematográficamente hablando, con su número 494, dedicando su portada a la que se anuncia como una de las grandes películas que veremos este mes, e incluso como una de las mejores de este año que se acaba: Roma(ídem, 2018), cuya reseña firman Elisa McCausland y Diego Salgado, y que se complementa con una entrevista con su realizador, Alfonso Cuarón, y además, con un estudio que firma Ramón Alfonso.


Otros notables contenidos del número destacados en la tapa son las extensas reseñas de Los fantasmas de Ismael(Les fantômes d’Ismaël, 2017, Arnaud Desplechin) [Israel Paredes Badía]; Suspiria(ídem, 2018, Luca Guadagnino) [Quim Casas], que se complementa con el artículo dedicado a La Trilogía de las Madres de Argento [Tonio L. Alarcón]; Un asunto de familia (Manbiki kazoku, 2018, Hirokazu Kore-eda) [que firma un servidor]; y Lo que esconde Silver Lake (Under the Silver Lake, 2018, David Robert Mitchell) [Israel Paredes Badía]. Los comentarios, dentro de la sección Streaming / TV, dedicados a Al otro lado del viento (The Other Side of the Wind, 2018, Orson Welles) [también escrito por mí], La balada de Buster Scruggs (The Ballad of Buster Scruggs, 2018, Joel y Ethan Coen) [Quim Casas], y a las series de televisión Castle Rock (ídem, 2018) [Quim Casas], Camping (ídem, 2018) [Quim Casas] y Comisario Maigret T.2 (Maigret, 2018) [Joaquín Torán]. Y las crónicas de los festivales de Sevilla [Gerard Casau], Gijón [Gerard Casau] y Zinebi de Bilbao [Joaquín Vallet Rodrigo].


Completando el número, hallamos las reseñas destacadas de Ana y el Apocalipsis (Anna and the Apocalypse, 2017, John McPhail) [Nicolás Ruiz], Tres caras (Se rokh, 2018, Jafar Panahi) [Emilio M. Luna], Perdidos en París (Paris pieds nus, 2016, Dominique Abel y Fiona Gordon) [Joaquín Vallet], Ralph rompe Internet(Ralph Breaks the Internet, 2018, Rich Moore y Phil Johnston) [Elisa McCausand y Diego Salgado], Fahrenheit 11/9 (ídem, 2018, Michael Moore) [Diego Salgado] y Viudas(Widows, 2018, Steve McQueen) [que también he escrito]. La sección Críticas, con reseñas de otros estrenos. La sección Opinión, en la cual hablo de El ayer y el hoy del cine en V.O.La crónica de la Semana de Cine Fantástico y de Terror de Donostia [Álvaro Pita]. La sección Home Cinema, con comentarios de novedades en formato domésticos a cargo de Quim Casas, Juan Carlos Vizcaíno Martínez y Ramón Alfonso. La sección Cine On-Line, con comentarios de Quim Casas, Israel Paredes Badía, Héctor G. Barnés, Joaquín Vallet y un servidor. La sección Libros, con comentarios de Quim Casas, Israel Paredes Badía y Óscar Brox. La sección Banda Sonora, de Joan Padrol. Y la sección En busca del cine perdido, en la cual Valerio Carando nos habla de Umano, non umano (Mario Schifano, 1972).


Ya he avanzado que contribuyo a este número de Dirigido por… firmando, en primer lugar, la reseña de la extraordinaria película de Hirokazu Kore-eda Un asunto de familia.


Para la sección Streaming / TV, una reseña sobre el hasta ahora inacabado film de Orson Welles Al otro lado del viento.


Para la sección de Opinión, un artículo sobre El ayer y el hoy del cine en V.O., en torno a las salas de exhibición de cine extranjero en versión original subtitulada.


También firmo la crítica de la excelente película de Steve McQueen Viudas.


Para la sección Cine On-Line, un comentario del irregular film de Gareth Evans El apóstol(Apostle, 2018).


Y, para la sección Críticas, reseñas de Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald (Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald, 2018, David Yates) y El cascanueces y los cuatro reinos(The Nutcracker and the Four Realms, 2018, Lasse Hallström y Joe Johnston).


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El terror “intelectual”: “SUSPIRIA”, de LUCA GUADAGNINO

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Hay que reconocer que una primera e importante virtud de esta nueva versión de Suspiria (ídem, 2018) con respecto a la película homónima original realizada en 1977 por Dario Argento (1) es que trata de alejarse al máximo de esta. La trama delirante, la exuberancia del diseño de producción y de los colores, y sobre todo, el descarado desprecio del verosímil exhibido por Argento en la que, sin duda, es una de sus mejores películas, deja paso en la versión realizada por Luca Guadagnino, a partir de un guion escrito por David Kajganich –a quien se le debe el libreto de la injustamente infravalorada Invasión (The Invasion, 2007, Oliver Hirschbiegel)–, a un sombrío relato narrado con parsimonia, de decorados fríos y colores pálidos, que hace gala de una puesta en escena seca y cerebral.


Como no podía ser menos tratándose de un film estrenado en 2018, la Suspiria de Guadagnino es una película cinéfila, si bien lo es de una manera no tan descaradamente posmoderna como es habitual hoy en día, es decir, alardeando del guiño por el guiño o de la cita por la cita. Por el contrario, la cinefilia exhibida por este film tiene, al menos, una determinada intencionalidad(se esté de acuerdo, y guste o no, la misma). La acción tiene lugar en la ciudad de Berlín en 1977, es decir, el mismo año que se estrenó la Suspiria de Argento; pero, como ya he señalado, Guadagnino no pretende imitar a aquélla, lo cual es de agradecer, sino más bien fijar un tiempo (finales de los años setenta del pasado siglo) y un lugar (Berlín, en vez de la Friburgo de Argento), con vistas a ofrecer, sotto vocce, un retrato del contexto social y político de dicha época y dicho lugar. Llama la atención, por tanto, que la Suspiria de Guadagnino dedique una generosa porción de su ya de por sí largo, muy largo metraje (¡152 minutos!), a incluir referencias a sucesos de la crónica político-negra de la época –los atentados de la banda terrorista Baader-Meinhof–, y en particular, detalle con minuciosidad las vicisitudes de un personaje secundario: el doctor en psiquiatría Josef Klemperer, el mismo que, al principio de la película, recibe en su humilde despacho a Patricia (una Chloë Grace Moretz vista y no vista), una asustada alumna de la escuela de baile Helena Markos, y de quien luego se nos contará, como digo muy detalladamente, sus esfuerzos por conocer lo que ocurre en la mencionada escuela visitando una comisaría de policía, lo cual le exige pasar los pesados controles burocráticos que se imponían a todos aquellos que iban y venían al otro lado del famoso Muro de Berlín. Insisto en que se puede estar o no de acuerdo con esta opción por parte de Guadagnino, pero lo cierto es que su versión de Suspiriapretende ser, también, un retrato de la Berlín de 1977. Otro aspecto cinéfilo llamativo reside en el hecho de que el elenco de actrices que interpreta al equipo de profesoras de la escuela de baile de Helena Markos está integrado en parte por viejas glorias del cine de autor europeo de los años setenta y ochenta: ahí están las alemanas Ingrid Caven (Miss Vendegast) y Angela Winkler (Miss Tanner) y la holandesa Renée Soutendijk (Miss Huller), por citar a las más notorias. Evocación de un cine de otra época que Guadagnino refuerza introduciendo, subrepticiamente, zooms y reencuadres (no muchos, por fortuna) característicos de aquélla. Más convencional, y metida con calzador, resulta la aparición, en plan “estrella invitada”, de la protagonista de la Suspiria de Argento, Jessica Harper, interpretando a la supuestamente fallecida esposa del Dr. Klemperer.


El problema de todas esas referencias, que no están mal en sí mismas consideradas, consiste en que nunca terminan de integrarse satisfactoriamente en el conjunto del relato, dando la impresión de que su inclusión obedece a la intención de dotar a esta nueva Suspiria de un aire de “respetabilidad”, a fin de que no se diga –horror– que se trata “tan solo” de una “película de terror”. Porque Guadagnino, encumbrado recientemente al podio de los autores gracias a la reputación de sus dos anteriores trabajos, Cegados por el sol (A Bigger Splash, 2015) y Call Me by Your Name (ídem, 2017), parece mirarse el género fantástico desde una fría distancia intelectual durante la mayor parte del metraje de “su” Suspiria, hasta el punto de que, como digo, las peripecias del personaje del Dr. Klemperer, el trasfondo del Berlín de los setenta y la presencia icónica de las mencionadas actrices europeas parecen pertenecer a otra u otras películas completamente diferentes de aquella en la que están incluidas, no aportando nada específico al meollo principal del relato. No resulta de extrañar que el film dure más de dos horas y media, pues con semejante planteamiento podría haberse ido tranquilamente a las tres horas de metraje. Y más si tenemos en cuenta que, en resumidas cuentas, las referencias a la Baader-Meinhof no aportan nada substancial a la trama, salvo, quizá, para sugerir una especie de contraposición entre el terror “real” de las acciones violentas de la Fracción del Ejército Rojo y el terror “irreal”, sobrenatural, que se produce dentro de los muros de la escuela, pero que, tal y como está planteada, carece del más mínimo interés; y que los guiños al cine europeo de los 70-80 por mediación de la presencia de las excelentes veteranas que lo representan no tiene más valor que el anecdótico, como anecdótico resulta el suicidio de Miss Griffith (Sylvie Testud), la silenciosa profesora que no parece encajar con el resto de sus diabólicas compañeras y que se quita la vida en un gesto que tiene mucho de liberador. Lo mismo puede decirse del hecho de que Tilda Swinton interprete –por lo demás, tan excelentemente como siempre– nada menos que a tres personajes: el mencionado Dr. Klemperer (su labor, aquí, es particularmente brillante), así como a la profesora de baile y reputada coreógrafa Madame Blanc y a la mismísima Helena Markos; más allá de la exhibición de poderío dramático de la actriz británica, esa triple performance, fuera de su valor en sí misma considerada, no tiene ningún sentido, y, si lo tiene, particularmente el que suscribe no sabe vérselo.


Mal que le pese a Guadagnino, “su” Suspiriafunciona mejor cuando se decide a ser lo que, en principio, se supone que es: una película de terror. En este sentido, y a pesar de las muchas pegas que se le pueden poner al film (y tan solo acabo de empezar), hay que reconocer que a esta nueva Suspiria no le faltan ni buenos momentos de “suspense” ni una más que aceptable atmósfera, por más que, voy avanzándolo, la película acumula asimismo fragmentos que dejan bastante que desear (sobre todo lo que refiere a su horrible clímax), y acaba resultando mucho más convencional de lo que, probablemente, a Guadagnino le hubiese gustado. Pero, como digo, sería injusto no reconocerle algunos méritos, que los tiene. El arranque del film, con la llegada de la protagonista, Susie Bannion (Dakota Johnson), a la escuela, resulta sugestivo: como ya he indicado, la frialdad del decorado y la calculada precisión de los movimientos de cámara, hasta cierto punto muy a lo Kubrick de El resplandor (The Shinning, 1980), contribuyen a ir creando una densa atmósfera. Dentro de esos primeros minutos, se produce el que, sin duda, es el mejor, más puramente terrorífico momento de toda la película: la dura y cruel escena en la que el baile de Susie en presencia de Madame Blanc y el resto de alumnas provoca un doloroso efecto en el cuerpo de Olga (Elena Fokina), la bailarina que ha decidido abandonar la escuela; sobre la base de un angustioso montaje en paralelo, vemos cómo –gracias a un “toque mágico” de Madame Blanc en los pies y manos de Susie– los movimientos de baile de la protagonista se traducen en golpes, caídas y roturas de huesos de Olga, encerrada en otra sala de baile de la escuela cuyas paredes están recubiertas de espejos.


Otros recursos se revelan, empero, más convencionales, tal es el caso de las abundantes pesadillas de Susie, según parece como consecuencia de una infancia traumática, en la cual vio morir a su propia madre (Malgorzata Bela) en tristes circunstancias: Guadagnino recurre al inserto de planos cortos de imágenes de impacto, muchas de ellas entrevistas en los tráileres promocionales (unas manos arañando el suelo, una chica reptando de manera imposible por el marco de una puerta, otra con el rostro cubierto de gusanos, Susie y Madame Blanc enzarzadas en una extraña coreografía, etc.), que pretenden crear una sensación de malestar, pero eso se consigue tan solo a medias. Funcionan mejor los recursos, por así decirlo, más “clásicos”: cf. las incursiones del personaje de Sara (Mia Goth), la mejor amiga de Susie en la escuela, por los tenebrosos pasillos de esta, tras descubrir una puerta secreta escondida en la sala de baile de los espejos.


Pero incluso en esos momentos, por lo demás correctamente resueltos, se hace patente que, mal que le pese a Guadagnino, “su” Suspiriafunciona cuando el realizador abraza las convenciones del género, y en cambio empeora cuando intenta alejarse de ellas mediante recursos “artísticos” mal entendidos y peor resueltos. Es el caso, sin ir más lejos, de la segunda y definitiva incursión de Sara por los pasillos de la escuela, al mismo tiempo que Susie y el resto de las bailarinas interpretan una sofisticada coreografía de Madame Blanc ante el público. Dejando aparte el hecho de que la secuencia está, de entrada, mal planteada –no se entiende que, en una película tan larga como esta, Guadagnino sitúe a Sara directamente en medio de un oscuro pasillo, maquillada y vestida para participar en el ballet, sin que hayamos visto cómo ha llegado hasta ahí–, dicha secuencia se acaba resolviendo sobre la base de un (otro) montaje en paralelo, tanto o más previsible que el de la secuencia del asesinato “mágico” de Olga: mientras Susie y sus compañeras van bailando, Sara va siendo acosada por horripilantes apariciones y sufre la aparatosa rotura de una de sus piernas, en un vano intento por parte de Guadagnino de convertir la escena en una especie de “sinfonía del horror”.


Pero nada de esto sería particularmente grave si no fuera porque, finalmente, la Suspiria de Guadagnino concluye con la que, con franqueza, me parece la peor secuencia que haya dado el cine de terror de estos últimos años: la del aquelarre presidido por Helena Markos y organizado por Madame Blanc, en el cual participan, desnudas, todas las maestras y alumnas de la escuela, la cual incluye una revelación que le da la vuelta por completo a la Suspiria de Argento –¡Susie es, en realidad, la reencarnación humana de Mater Lacrimarum, la Madre de las Lágrimas!–, y “culmina” en un aborrecible festival de explosiones de cuerpos humanos y salpicaduras de sangre rodadas con feos ralentíes, tan mal planteado y, sobre todo, tan mal filmado, que hace pensar en los peores momentos de Lamberto Bava o Joe D’Amato. Como lo oyen. Y, a pesar de que, en sus minutos finales, la Suspiria de Guadagnino recupera el tono sobrio de la mayor parte del relato, la secuencia del aquelarre ha dejado antes tan mal sabor de boca que pone fácil, muy fácil, destrozar los méritos parciales (que, a pesar de todo, los tiene) de una película no exenta de ideas en sus líneas generales, pero que en la práctica no desarrolla bien la mayoría de ellas.




“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de ENERO 2019, a la venta

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¡Ya es año nuevo en Imágenes de Actualidad! Y, para celebrarlo, la revista ofrece en su número 397 su tradicional avance del cine más esperado del año con el extenso reportaje 100 películas para 2019.


También se destacan en portada los estrenos en cines de Creed II: La leyenda de Rocky (Creed II, 2018), cuyo reportaje se complementa con las entrevistascon su protagonista principal, Michael B. Jordan, y con su realizador, Steven Caple Jr., y con el artículo Sangre, sudor y lágrimas: Los villanos de la saga de Rocky Balboa; Glass (Cristal) (Glass, 2019, M. Night Shyamalan); y La favorita (The Favourite, 2018, Yorgos Lanthimos); y, dentro de la sección de Televisión, el estreno en streamingde A ciegas (Bird Box, 2018, Suzanne Bier).


El número se completa con los reportajes de otros estrenos en salas: Astérix: El secreto de la pócima mágica(Asterix: Le secret de la potion magique, 2018, Alexandre Astier y Louis Clichy); Familia al instante (Instant Family, 2018, Sean Anders); El vicio del poder (Vice, 2018, Adam McKay); La casa de Jack (The House That Jack Built, 2018, Lars von Trier); Atardecer (Sunset)(Napszállta, 2018, Lászlo Nemes); El blues de Beale Street (If Beale Street Could Talk, 2018, Barry Jenkins); Border (Gräns, 2018, Ali Abbasi); y El gran baño (Le grand bain, 2018, Gilles Lellouche). A ello hay que añadir el artículo ¡Por el poder de Grayskull!; y las secciones Televisión, donde también se habla del estreno en streamingde la nueva versión de Superfly (SuperFly, 2018, Director X.), y de la segunda temporada de la serie española Vergüenza (2018- ); Además…, con otros estrenos del mes; Hollywood Boulevard, de Josep Parera, y Hollywood Babilonia, de Álex Faúndez; News; Stars; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Críticas; Libros, de Óscar Brox; y BSO y DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


La reposición en salas de La lista de Schindler (Schindler’s List, 1993), de Steven Spielberg, con motivo del 25 aniversario de su estreno, es la película de este mes en la sección Cult Movie: “Veinticinco años después de su estreno, el film sigue dividiendo, entusiasmando a unos e irritando a otros, lo cual siempre es estimulante. Pero también, y por más que esto tienda a despreciarse o minimizarse, “La lista de Schindler” es, cinematográficamente hablando, una obra magnífica. Lo mejor de Spielberg en general y de “La lista de Schindler” en particular reside en su concepción del cine entendido como sucesión y asociación de imágenes hechas con la absoluta convicción de que ellas mismas se bastan y sobran para explicar y expresar cualquier idea, pensamiento o sentimiento”.


Mi contribución a este número se cierra con las críticas de la muy comentada (y más bien sobrevalorada) Roma (2018), de Alfonso Cuarón, y la estupenda Ralph rompe Internet (Ralph Breaks the Internet, 2018, Rich Moore y Phil Johnston).


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El semidiós que vino del mar: “AQUAMAN”, de JAMES WAN

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] La primera y grata sorpresa que depara Aquaman (ídem, 2018) es que, contrariamente a lo que afirma su lanzamiento publicitario, no es, realmente, una película “de superhéroes”, o perteneciente al género/ subgénero/ tendencia genérica de las adaptaciones al cine de superhéroes del cómic, en este caso el personaje de DC Cómics creado por Mort Weisinger y Paul Norris, sino más bien un film de aventuras fantásticas, o si se prefiere, una película de género fantástico pasada por el tamiz de lo aventurero. Dicho de otro modo, y para entendernos, el Arthur Curry/ Aquaman encarnado por Jason Momoa está espiritualmente más cerca de Hércules, Maciste, Ursus o cualesquiera otros personajes/ héroes de la mitología grecorromana y/ o del género péplum, de los cuales hay en el film que ha realizado James Wan más de una referencia, que del Universo DC. La prueba de esto es que, más allá de una brevísima referencia verbal a los acontecimientos narrados en Liga de la Justicia(Justice League, 2017, Zack Snyder) (1), Aquaman funciona con completa independencia con respecto a los personajes con los que, se supone, comparte “universo”, esto es, Superman, Batman, Wonder Woman y Flash. Vaya por delante que con esta afirmación no pretendo decir que Aquaman esté bien porque no parece “cine de superhéroes”, y con ello caer en el consabido tópico de que el-cine-de-superhéroes-es-malo por el mero hecho de serlo. Me limito a constatar algo que se desprende de la propia película en sí misma considerada.


Al igual que ocurría, pongamos por caso y salvando las distancias, con uno de los más interesantes films de superhéroes de Marvel, Doctor Strange (Doctor Extraño) (Doctor Strange, 2016, Scott Derrickson) (2), el hecho de poner al frente de Aquaman a un realizador especializado en cine fantástico pero que, además, ha demostrado tener también muy buena mano para las escenas de acción/ el cine de acción –Sentencia de muerte (Death Sentence, 2007) (3), Fast & Furious 7 (Furious Seven, 2015) (4)–, es algo que se nota, positivamente, en el resultado. Explicándolo en términos muy generales, el grueso del cine de superhéroes de Marvel –el protagonizado por Iron Man, Spider-Man, Black Panther, Ant-Man, la Avispa, los Vengadores, los Guardianes de la Galaxia, Hulk o los X-Men–, y DC –el que gira alrededor de los ya mencionados Superman, Batman y la Liga de la Justicia–, beben, sobre todo, del género de la ciencia ficción, y en concreto de un estilo de ciencia ficción tecnológica, para entendernos, “a lo” James Cameron. Pero, dejando aparte la personalidad intrínseca y el mayor o menor acierto de cada film, también hay excepciones a esta regla. Los dos primeros Batman de Tim Burton eran, recordemos, fantasías góticas; los dos siguientes que realizó Joel Schumacher eran… de Joel Schumacher. La conocida como Trilogía del Caballero Oscuro de Christopher Nolan oscilaba entre el híbrido gótico de Burton y la ciencia ficción –Batman Begins (ídem, 2005)–, el thriller policíaco de los 70-80 –El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008) (5)– y de nuevo la ciencia ficción –El caballero oscuro: La leyenda renace (The Dark Knight Rises, 2012) (6)–, si bien en el primer y el último caso se trata de una ciencia ficción más metafórica y filosófica, más pesimista incluso, que la practicada luego por Marvel. Las dos primeras películas sobre el Capitán América, la excelente Capitán América: El primer Vengador(Captain America: The First Avenger, 2011, Joe Johnston) (7) y Capitán América: El Soldado de Invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014, Anthony y Joe Russo) (8), bebían a tragos largos del cine bélico y el thriller“conspiranoico”, respectivamente; en cambio, Capitán América: Civil War (Captain America: Civil War, 2016, Anthony y Joe Russo) (9) regresaba al estilo de ciencia ficción impuesto por las franquicias Iron Man/ Los Vengadores. Un punto y aparte fue Escuadrón suicida (Suicide Squad, 2016, David Ayer) (10), una película que por eso mismo me imagino que nos gusta a muy pocos, dado que no era sino una reformulación del cine de realizadores ya “viejos” para el público joven de hoy en día, John Carpenter y Walter Hill, antes que “cine de superhéroes" al uso. Logan(ídem, 2017, James Mangold) (11) se desmarcaba de todas ellas ofreciendo una extraordinaria aproximación al personaje de Lobezno desde la perspectiva del Americana. Desde este punto de vista, los únicos films de superhéroes que comparten el trasfondo mítico-mitológico-legendario que exhibe Aquaman serían las tres entregas dedicadas a las aventuras de Thor –si bien cada vez menos: sobre todo, la horrible y paródica Thor: Ragnarok(ídem, 2017, Taika Waititi) (12)– y la simpática Wonder Woman (ídem, 2017, Patty Jenkins) (13).


Por tanto, más que “cine superhéroes”, que como acabamos de ver es una especie de “macrogénero” que engloba o puede englobar a muchos otros, Aquaman es un film de aventuras fantásticas, o un film fantástico de tono aventurero. Ambas tonalidades, la fantástica y la aventurera, no se excluyen mutuamente, y están muy marcadas, y unidas con armonía, a lo largo de todo el metraje. Al igual que Hércules, Arthur Curry/ Aquaman es hijo de un dios y un humano, en su caso hijo de una “diosa” o más bien semidiosa, la reina atlante Atlanna (Nicole Kidman), y un humilde farero, Tom Curry (Temuera Morrison), y por tanto, él mismo una especie de semidiós. Una vez llegado a adulto, y convertido en miembro activo de la Liga de la Justicia –por más que, insisto de nuevo, apenas se hace referencia a la pertenencia del personaje  a ese equipo superheroico y a los DC Cómics–, Aquaman se ve envuelto en una intriga palaciega que transcurre en las profundidades del océano, más concretamente en Atlantis: su hermanastro por parte de madre, el rey Orm (Patrick Wison), aspira a convertirse en monarca único de todos los reinos de seres, humanos unos, otros no, que respiran y viven debajo del agua, con vistas a lanzar luego un ataque masivo contra la humanidad que habita la tierra firme, para castigarla por la contaminación de los mares. Y lo cierto es que, a pesar de que este detalle ecológico está incluido con vistas a darle a la trama un toque de actualidad, James Wan pasa bastante por encima para centrarse, sobre todo, en lo que el relato tiene de invocación a lo maravilloso.


La narración en off que abre el film, la del propio Aquaman relatando sus orígenes, incluye una referencia verbal a Jules Verne (añado rápidamente que la narración del origen del héroe no es en absoluto ni una invención ni algo exclusivo de los cómics de superhéroes); en un momento dado, vemos un ejemplar de La sombra sobre Innsmouth (1936), la novela de H.P. Lovecraft que tanto influyera en Albert Sánchez Piñol, y lovecraftianos parecen los hombres peces que, en un momento dado, atacan ferozmente a Aquaman y la princesa atlante Mera (Amber Heard); Aquaman y Orm tienen un primer enfrentamiento cuerpo a cuerpo en el centro de un gigantesco coliseo bajo el mar situado justo encima de un mar de lava en ebullición; en su huida de Atlantis, Aquaman y Mera se esconden dentro de las fauces de una ballena (como Pinocho, puntualiza Aquaman a una Mera que desconoce al personaje de Carlo Collodi); la película incluye una parada en un rincón de la costa de Sicilia plagado de ruinas del imperio romano, y en concreto, de los restos de la estatua de un dios que proporcionarán una clave para hacer avanzar la trama; el principal propósito de Aquaman para enfrentarse y derrocar a Orm consiste en hallar el misterioso paradero del legendario tridente de Atlan (Graham McTavish), el primer gran rey de Atlantis, en lo cual puede verse una clarísima referencia al dios del mar griego Poseidón, Neptuno para los romanos (por no faltar, no falta a la cita el flashback, con estética de péplum pasada por el filtro de la imagen CGI, que nos muestra el antiguo esplendor y posterior hundimiento de Atlantis); y, por descontado, el film es un festival de reinos imaginarios poblados por atlantes, criaturas fabulosas y monstruos gigantescos, todo visualizado con lujosos medios y que Wan presenta, asimismo, desde la perspectiva de la maravilla.


A pesar de que, en sus líneas generales, el guion de Aquaman resulta bastante convencional, cuando no demasiado efectista en lo que se refiere a su desarrollo dramático –como bien señala el amigo Diego Salgado en su crítica de film para Dirigido por…, hay un exceso de escenas que son interrumpidas, bruscamente, por una explosión destinada a anunciar el arranque de una nueva secuencia de acción–, sus defectos quedan sobradamente compensados por el caudal de imaginación y fantasía que ofrece a cambio en sus mejores momentos. Es el caso de la memorable escena en la que el Arthur niño (Kaan Guldur) es acosado por dos chicos mayores en el acuario, y cómo los animales marinos al otro lado del cristal amenazan con romper el mismo con tal de defenderlo. A renglón seguido, el “imposible” travellingsubmarino que pone en relación el final de esta secuencia con el inicio de la siguiente, pasando del interior del acuario al fondo del océano donde navega el submarino ruso que será objeto del ataque de los piratas. El plano fijo que relaciona a Arthur y su padre Tom en la furgoneta aparcada en el muelle del pueblo con la princesa Mera, surgiendo del mar al fondo del encuadre, en una elegante manera de combinar y armonizar, en un mismo encuadre, lo excepcional y lo cotidiano, la realidad y la fantasía. El momento en que Mera salva a Tom de morir ahogado, extrayéndole mágicamente, gracias a sus poderes, el agua que el hombre tiene en sus pulmones; la escena en la que Mera logra activar la llave que abre el secreto del rey Atlan usando esos mismos poderes para extraer una gota de sudor de la frente de Aquaman, necesaria para activar el mecanismo; o ese instante en que, a falta de agua, Mera emplea el vino de una bodega como arma contra los asesinos enviados por Orm para matar a Aquaman y a ella en Sicilia. El ataque de los mencionados hombres peces al pequeño barco en el que navegan Aquaman y Mera, en una escena deudora, cómo no tratándose de Wan, de la iconografía del cine de terror. Pocos después, hay unos bellos planos submarinos de Aquaman y Mera, descendiendo al oscuro interior de una fosa alumbrados con la única luz de unas bengalas rojas y rodeados de cientos de esos mismos hombres peces…


También hay bonitos detalles auspiciados por la brillantez de la escenografía: ese barco antiguo cuyo interior se mantiene seco gracias a una cámara de aire, donde se reúnen en secreto Aquaman, Mera y el visir atlante Vulko (Willem Dafoe) antes de ser atacados por los hombres de Orm. E, incluso, detalles de humor afortunados: en la pelea en Sicilia, el capitán atlante Murk (Ludi Lin) ve roto de un golpe el cristal del casco lleno de agua que necesita para respirar cuando está en tierra firme y, para no ahogarse, mete la cabeza en un inodoro… Wan tiene muy claro que un relato protagonizado por personas que pueden respirar bajo el agua y que proceden de una civilización milenaria escondida en las profundidades del océano tan solo puede ser un relato fantástico. En consecuencia, la planificación está en consonancia con esta idea, confiriendo a la película una tonalidad completamente fantasiosa.


Tono que se halla presente, asimismo, en la mayoría de las escenas de acción. Gracias al CGI, el cual no es, ni mucho menos, esa maldición que ha venido a acabar con el cine sino una herramienta más con posibilidades de expresión artística si sabe utilizarse con talento, la mayoría de las secuencias de acción tienen esa misma cualidad fantastiquea la que me estoy refiriendo todo el rato. Es el caso del momento en que Atlanna lucha contra los guerreros atlantes que irrumpen en la vivienda junto al faro que comparte con Tom y su pequeño hijo Arthur, el futuro Aquaman: como ya hiciera en su momento Bryan Singer, ese buen director hoy maldecido y arrinconado a pesar del éxito popular de Bohemian Rhapsody (ídem, 2018), en X-Men 2(X2, 2003), Wan resuelve la pelea empleando planos generales trucados digitalmente que siguen, sin cortar, los ágiles movimientos de la reina atlante dentro del encuadre “despachando” a sus enemigos; algunos de esos planos trucados, que prolongan digitalmente los movimientos de los personajes dentro del encuadre con un dinamismo que una cámara convencional no puede registrar siguiendo al unísono esa misma dinámica, reaparecen en la mencionada pelea de Aquaman y Orm en el coliseo de Atlantis y en su pelea final sobre la cubierta de la nave atlante en medio del océano; por no hablar de los espléndidos planos de larga duración, prácticamente planos-secuencia, que jalonan diversos momentos de la brillante pelea de Aquaman y Mera contra los guerreros atlantes en el pueblecito siciliano: incluso en algo así, Aquaman busca distinguirse y diferenciarse del film de acción/ de superhéroes al uso, recurriendo, como digo, a una planificación “fantástica”. Por otra parte, cuando Wan recurre a la planificación fragmentada y el plano corto en las escenas de acción, lo hace adoptando un significativo cambio de perspectiva: es el caso de la secuencia del asimismo mencionado asalto al submarino ruso por los piratas, que a continuación es rescatado por Aquaman: en esta ocasión, quienes luchan, matan y mueren no son atlantes, sino hombres normales y corrientes, y el atlante justiciero que ataca a los piratas es, desde el punto de vista de estos últimos, un “monstruo” dotado de una fuerza sobrehumana y capaz de resistir el impacto de balazos y granadas.


Aquaman, repito una vez más, es una buena película de aventuras fantásticas, a pesar, por descontado, de que no está exenta de defectos. El principal de ellos es la incorporación de Manta Negra (Yahya Abdul-Mateen II), un personaje metido con calzador cuya eliminación de la trama no hubiese afectado a esta en absoluto, y que se limita a dar pie, en la consabida secuencia post-créditos, al anuncio de una más que posible segunda parte, dado el excelente funcionamiento comercial del film en el momento de escribir estas líneas. Los demás personajes tampoco resultan particularmente brillantes, empezando por el propio Aquaman, cuyas “frases graciosas” a ratos resultan algo cargantes (más allá del inesperado sentido del humor demostrado por Jason Momoa). Tampoco puede evitarse la sensación de que, a pesar de la fantasía de su diseño de producción, la película es, casi me atrevería a decir que inevitablemente, deudora de anteriores logros visuales y estéticos de franquicias como Star Wars, Indiana Jones o El Señor de los Anillos/ El hobbit, lo cual coarta un poco la creatividad demostrada en sus mejores instantes. Pero acaso esto último no deje de ser algo consubstancial al cine de James Wan, un realizador que, incluso en sus excelentes producciones inscritas dentro del cine de terror (Insidious, Silencio desde el mal, Expediente Warren 1 & 2), ha demostrado ser antes un renovador que un innovador, un hábil manipulador de formas preestablecidas que un auténtico creador de formas. Tiempo al tiempo.



“DIRIGIDO POR…” de ENERO 2019 + “DURANTE LA TORMENTA”

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El núm. 495 de Dirigido por… empieza el año dedicando su portada a sus dos contenidos principales, ambos centrados en otros tantos y malogrados realizadores: un dossier que homenajea a Bernardo Bertolucci, y un estudio que hace otro tanto con Nicolas Roeg.


El dossier Bernardo Bertolucci, que ha coordinado un servidor, se compone de los siguientes textos: un artículo introductorio, El plano como verso[Diego Salgado], y antologías de todos sus largometrajes de ficción: La commare secca [Héctor G. Barnés], Antes de la revolución [Rafel Miret], Partner [Ramón Alfonso], El conformista [Quim Casas], La estrategia de la araña [Carles Balagué], El último tango en París[Tonio L. Alarcón], Novecento [escrita por mí], La luna [Ricardo Aldarondo], La historia de un hombre ridículo [Joaquín Torán], El último emperador [Israel Paredes Badía], El cielo protector[Albert Galera], Pequeño Buda [Álvaro Peña], Belleza robada [Valerio Carando], Asediada [José Luis Salvador Estébenez], Soñadores [Joaquín Vallet Rodrigo] y Tú y yo [Juan Carlos Vizcaíno Martínez].


El artículo dedicado a Nicolas Roeg. Temas, enfoques y estructurases obra de Quim Casas.


También se destacan en portada las extensas reseñas dedicadas a La favorita (The Favourite, 2018) [Diego Salgado], que se complementa con una entrevistacon su director, Yorgos Lanthimos; La casa de Jack (The House That Jack Built, 2018, Lars von Trier) [Quim Casas]; Viaje a Nara (Visión) (Vision/ Voyage à Yoshino, 2018, Naomi Kawase) [asimismo firmada por un servidor]; y Atardecer (Napszálita, 2018, Lászlo Nemes) [Israel Paredes Badía]. Y, dentro de la sección Streaming / TV (la cual, por cierto, a partir de ahora incluye lo que hasta el mes pasado era la sección Cine On-Line, la cual desaparece, absorbida por la anterior), los comentarios de la miniserie Fuga en Dannemora (Escape to Dannemora, 2018, Ben Stiller) [Quim Casas] y la primera temporada de Narcos: México (Narcos: Mexico, 2018) (o, según como se mire, “cuarta temporada” de Narcos) [Nicolás Ruiz].


Otros notables contenidos del número son las reseñas de Spider-Man: Un nuevo universo (Spider-Man: Into the Spider-Verse, 2018, Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman) [escrita también por mí], Silvio (y los otros) (Loro, 2018, Paolo Sorrentino) [Israel Paredes Badía], Bumblebee (ídem, 2018, Travis Knight) [Diego Salgado] y Aquaman(ídem, 2018, James Wan) [Elisa McCausland y Diego Salgado]. Los comentarios, también dentro de la sección Streaming / TV, de A ciegas (Bird Box, 2018, Susanne Bier) [Israel Paredes Badía], La Ciudad y la Ciudad (The City and the City, 2018, Tom Shankland) [Joaquín Torán], Mowgli: La leyenda de la selva (Mowgli/ Mowgli: Legend of the Jungle, 2018, Andy Serkis) [que también comento yo], El rey proscrito (Outlaw King, 2018, David Mackenzie) [asimismo mía], Amanecer oscuro (Future World, 2018, James Franco y Bruce Thierry Cheung) [Iván Cerdán Bermúdez] y Vida privada (Private Life, 2018, Tamara Jenkins) [Israel Paredes Badía]. La sección Críticas, con reseñas de otros estrenos. La sección Opinión, en la cual Quim Casas nos habla de El cine era y (también) será en blanco y negro. El artículo sobre la faceta como realizador cinematográfico de Norman Mailer. El cine de los tipos duros [Ramón Alfonso]. La sección Home Cinema, con comentarios de novedades en formato domésticos a cargo de Joaquín Torán, Valerio Carando y Ramón Alfonso. La sección Libros, con comentarios de novedades bibliográficas escritos por Quim Casas, Israel Paredes Badía y Óscar Brox. La sección Banda Sonora, de Joan Padrol. Y la sección Cinema Bis, en la cual comento la película de Giorgio Ferroni Il mulino delle donne di pietra(1960).


Como ya he avanzado, aparte de coordinarlo, he escrito para el dossieren homenaje a Bernardo Bertolucci la antología de Novecento, una ambiciosa película a la que, lo adelanto aquí, el tiempo no ha tratado demasiado bien.


También firmo la reseña destacada del nuevo film de Naomi Kawase Viaje a Nara (Visión), que, si bien no está a la altura de sus mejores trabajos, atesora mucho más interés del que se ha dicho.


Asimismo, he escrito las reseñas de la estupenda película de animación Spider-Man: Un nuevo universo, quizá no tan magistral como se está diciendo estos días, pero sin duda alguna muy encomiable, y la aceptable El regreso de Mary Poppins (Mary Poppins Returns, 2018, Rob Marshall).


Para Streaming / TV, comento dos largometrajes: el irregular Mowgli: La leyenda de la selva, de Andy Serkis, y el notable El rey proscrito, de David Mackenzie.


Y, finalmente, para Cinema Bis, un notable film gótico de la edad de oro del género en Italia: Il mulino delle donne di pietra, de Giorgio Ferroni.



(Adenda): Atrapada en el tiempo: “DURANTE LA TORMENTA”, de ORIOL PAULO
[Nota bene: Publico aquí esta reseña mía que, por motivos de espacio, no pudo ser incluida en el último número de Dirigido por…] Durante la tormenta (2018) parte de una idea interesante de la que no se termina de sacar todo su potencial. La película arranca la noche del 9 de noviembre de 1989, el día de la caída del muro de Berlín, anécdota histórica que aparece en un viejo monitor de televisión con vistas a situar al espectador en una determinada cronología. Un niño, Nico (Julio Bohigas), es testigo accidental de lo que parece un acto de violencia doméstica en la vivienda de sus vecinos, pero antes de que pueda denunciarlo muere accidentalmente, atropellado por una furgoneta. Pero hete aquí que, mucho tiempo después, Vera (Adriana Ugarte), una joven madre de familia, vive junto a su esposo David (Álvaro Monte) y su hija de cuatro años en la misma casa donde vivió Nico con su madre, y en otra noche de un 9 de noviembre «conecta» a través de ese viejo televisor con el Nico de 1989, por mediación del misterioso efecto de una extraña tormenta que tuvo lugar esa fatídica noche y que se repite ahora, lo cual permite a Vera prevenir a Nico e impedir que muera atropellado. Resultado: Vera pierde el conocimiento, y cuando lo recupera, descubre que esa alteración del pasado ha afectado por completo a su presente: David ya no es su esposo, y su hija nunca ha nacido... Este planteamiento da pie, como digo, a un concepto atractivo, aunque no se termina de sacar del mismo toda su fuerza: la posibilidad, por así decirlo, de convertir la película en «dos películas», narrando paralelamente las peripecias de Vera y sus arduos esfuerzos por restablecer la línea temporal rota antes de que se disipe la tormenta, y las pesquisas del pequeño Nico a fin de demostrar que Ángel (Javier Gutiérrez), su vecino, es el asesino de su propia esposa, Hilda (Clara Segura). Oriol Paulo, coguionista y realizador del film, reincide en las virtudes y defectos de sus dos anteriores trabajos tras las cámaras, El cuerpo (2012) y Contratiempo (2016); en el saldo de lo positivo, un sentido honesto y eficaz del cine de género muy de agradecer, aunque todavía le falte el brío de Enrique Urbizu o Dani de la Torre; en el saldo negativo, su tendencia a recurrir, y abusar, de los giros de guion y golpes de efecto narrativos que convierten sus películas en juguetes caprichosos más que en obras cinematográficamente consistentes, y en particular, ese miedo a que el espectador «se pierda», bombardeándole de vez en cuando con repetición de encuadres destinados a «refrescar memorias». Ello no obsta para que Durante la tormenta haga gala de estimables momentos de «suspense» –la primera secuencia; el regreso de Vera a su antigua vivienda; la entrada de Nico en la casa de Ángel y todo lo que allí presencia a escondidas–, los cuales por lo general consiguen situarla por encima de la excesivamente tramposa Contratiempo, por más que pese sobre el conjunto una cierta pretenciosidad: Contratiempo fue un sorprendente éxito de taquilla a nivel internacional, y en esta ocasión Paulo tira la casa por la ventana con un exceso de metraje (128 minutos), que se hace patente en la sucesión de «finales» de su último tercio. Pese a todo, Durante la tormenta es una estimable aportación al cine fantástico español, y acaba haciéndose simpática ni que sea por el entusiasmo que a ratos desprende.


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