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“EUFORIA” – “EL ÚLTIMO TESTIGO” – “LA SOLEDAD” – “EL DESAFÍO DEL BÚFALO BLANCO”

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[NOTA: Originalmente publicado el 12 de marzo de 2009 en la primera versión de mi blog en Blogspot.es.]
   
Euforia (Eyforiya, 2006), de Ivan Vyrypaev.- Hace poco he recuperado, vía grabación de televisión, esta película rusa que, si no me equivoco, pasó prácticamente desapercibida en el momento de su estreno en cines españoles y que, lo digo ya, me ha parecido extraordinaria, una de las mejores y más brillantes experimentaciones con el lenguaje “convencional” del cine que haya visto en años. Con franqueza, no comprendo que un film de semejante envergadura esté ya tan olvidado a tres años vista de su producción, porque a mi entender debería haber despertado el entusiasmo de todo ese sector de la crítica de cine española que siempre va proclamando que ya no existe experimentación en el cine actual; pues aquí la hay, y en abundancia. La trama propiamente dicha es una mera excusa para una puesta en escena que se dedica a dinamitar muchas soluciones propias de las películas, digamos, “normales”, pero hecha con un sentido determinado y aportando ideas frescas y renovadoras; dicha trama, deliberadamente sencilla, ya es de entrada toda una declaración de principios: una historia de amour fou, en virtud de la cual un hombre, Pavel (Maksim Ushakov), se enamora de una mujer, Vera (Polina Agureyeva), casada y madre de una hija, con la cual emprende una loca huida a través de la estepa rusa, siendo perseguidos por Valeri (Mikhail Okunev), el marido despechado; Euforia ataca desde el principio la noción preestablecida de que el cine siempre tiene que contar algo: su trama, en sí misma considerada, no tendría el menor interés, ni siquiera sentido, si no estuviese contada de la manera en que lo está. Premonitoriamente, la película se abre con una secuencia sin conexión argumental con el resto de la trama, pero que sirve para situar al espectador en un determinado contexto narrativo: un demente se sube a una moto y se lanza a toda velocidad por un camino rural; de repente, dicho camino se desvía en otros dos a izquierda y derecha, pero el demente no se detiene y elige un tercer camino, el del centro, a campo través; de este modo ya se nos está diciendo que el film no va a seguir ningún camino establecido, sino que va a ir a su aire. En efecto, en la secuencia siguiente, vemos en un largo plano general las deliberaciones de Pavel dichas en voz alta a un amigo; los dos están en medio del campo y Pavel no para de caminar de una dirección a otra, avisando a su amigo de que está locamente enamorado de Vera, una mujer a la que vio por casualidad y a la que desde entonces no ha podido quitarse de la cabeza; Pavel parece en todo momento tomar una determinada ruta para ir a buscar a Vera, tal y como es su propósito, pero no para de girar sobre sí mismo y de tomar otra dirección. Cuando se decide, se sube a su coche y emprende su viaje: una serie de extraordinarios planos aéreos siguen a lo lejos el periplo de Pavel, pero con la cámara volando en dirección contraria a la del coche del protagonista (una de las muchas violaciones de la narrativa convencional que atesora el film: la cámara no “vuela” hacia el lugar donde se dirige Pavel, sino al revés, “vuela” desde el punto de destino del personaje: una poética forma de poner en relación, antes de que se hayan visto siquiera, a Pavel y Vera). El reencuentro entre el hombre y la mujer, su conversión en amantes y su huida del hogar conyugal donde vive la segunda está narrada, asimismo, con un estilo sensorial y sensitivo, en el cual las imágenes, bellísimas, acaban imponiéndose sobre la propia lógica del relato, el cual acaba perdiendo toda su razón de ser en beneficio de otro “relato” no dramatúrgico, el que se desprende de la conjunción de esas imágenes; en el colmo de la osadía, el realizador Ivan Vyrypaev se va desprendiendo de la lógica narrativa habitual (o, si se prefiere, convencional) y no tiene miedo a la hora de concluir, a los 74 minutos de metraje, un relato en el que la poesía acaba imponiéndose sobre la prosa. Euforia es una extraordinaria película.

   


El último testigo (The Parallax View, 1974), de Alan J. Pakula.- El pasado mes de febrero, la revista Dirigido por… dedicó un dossier al cine político made in USA, compuesto por un artículo y una serie de antologías sobre películas clave de este género, subgénero o variante genérica, llámese como se quiera; aunque se propuso en su momento, particularmente eché en falta entre las antologías una dedicada al film de Alan J. Pakula El último testigo(aparecía, a pesar de todo, expresamente mencionada en el artículo de introducción a cargo de Antonio José Navarro), que me parece una de las muestras más interesantes de esta temática, además de la mejor película de su irregular autor junto con Todos los hombres del presidente (All the President’s Men, 1976) y Llega un jinete libre y salvaje (Comes a Horseman, 1978). La trama de El último testigo, urdida por David Giler, Lorenzo Semple Jr. y, según parece, un no acreditado Robert Towne, a partir de una novela de Loren Singer, es un thriller de conspiración política (o de “conspiranoia”) que describe la investigación que lleva a cabo un solitario periodista, Joseph Frady (Warren Beatty), en torno al asesinato de un senador cuyas características se parecen, no por casualidad, a las que supuestamente envolvieron el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, dado que la mayoría de testigos directos del magnicidio van muriendo en misteriosas circunstancias; al principio, el propio Frady se muestra escéptico ante la posibilidad de que exista una conspiración destinada a eliminar a los testigos directos del asesinato del senador, llevado a cabo según la “versión oficial” por un “loco solitario” (sic), pero a raíz de la muerte de una amiga suya, Lee Carter (Paula Prentiss), también periodista, que como él estuvo presente en aquellos dramáticos hechos y que inmediatamente antes de morir le hizo partícipe de sus sospechas y su temor a ser asimismo “eliminada”, Frady decide investigar por su cuenta. La película tiene, en este sentido, un tono fatalista nada despreciable y bastante arriesgado teniendo en cuenta que se trataba, a priori, de una producción comercial, pues como su mismo título español indica Frady es, de hecho, ese “último testigo” que conviene quitar de en medio para favorecer los oscuros intereses de una organización secreta directamente relacionada con el gobierno norteamericano. Por más que algunos detalles del proceso de investigación que lleva a cabo Frady están algo cogidos por los pelos en el guión (cuyo planteamiento, a pesar de todo, es más kafkiano y onírico que realista), y que la descripción del protagonista como un personaje solitario y desclasado resulta algo pobre (a lo cual no ayuda una poco convincente interpretación de Warren Beatty), El último testigo brilla a gran altura en sus momentos de suspense. Hay que destacar positivamente, en este sentido, la eficacia de la puesta en escena de Alan J. Pakula, sobria y sombría a partes iguales, dentro de la cual no falta la afición de este realizador a fotografiar sus ficciones en tonos muy oscuros (brillantemente servidos, como siempre, por el excelente operador Gordon Willis); secuencias como la pelea de Frady con el sheriff Wicker (Kelly Thordsen) a la orilla del río, acompañada en la pista de sonido únicamente con el estruendo del agua que es arrojada por el pantano y arrastra a ambos hombres, o el asesinato de George Hammond (Jim Davis) en el pabellón deportivo donde se está ensayando el discurso que va a pronunciar esa misma noche, hacen gala de un sentido de la composición visual insólitos hoy en día (no me resisto a dejar de señalar, dentro de la secuencia del asesinato de Hammond, ese plano general de larga duración en el cual vemos el pequeño vehículo conducido por este último, cuyo cadáver se ha desplomado sobre el volante tras haber sido tiroteado por la espalda, empujando siniestramente mesas y sillas sin control hasta detenerse).




La soledad (2007), de Jaime Rosales.- También he recuperado recientemente este celebrado film del director de Tiro en la cabeza (2008), y me ha producido la misma sensación que me produjo en su momento su ópera prima, Las horas del día (2003), o que me suscitan algunas propuestas de José Luís Guerín: que tanto este último como Rosales son cineastas a los que no les faltan ideas, pero las mismas no dan ni mucho menos para un largometraje. A falta de haber visto Tiro en la cabeza, todo se andará, La soledad reincide parcialmente en lo ensayado en Las horas del día; si en esta última se trataba de la visión, digamos, “cotidiana” sobre las vicisitudes de un asesino en serie (o, si se prefiere, de un hombre, sigamos diciendo, “normal” que, además, asesina…), La soledad gira a su vez sobre la visión “cotidiana” (mejor dicho: con pretensiones de cotidianeidad) de diversos personajes integrantes de una familia; aquí no hay un asesino, aunque uno de esos personajes será víctima directa de la violencia terrorista, en lo que parece un primer apunte de lo que luego Rosales desarrollaría en Tiro en la cabeza. El aspecto más llamativo (en realidad, el único) de La soledad consiste en su frecuente utilización de la técnica de la pantalla partida, que divide en dos el encuadre, de tal manera que a izquierda y derecha de la imagen se suceden paralelamente dos acciones separadas; la utilización de la misma admite, además, todo tipo de variantes: en ocasiones, la pantalla partida nos muestra dos espacios de un mismo escenario; en otras, se cubre con dos primeros planos de sendos personajes que están conversando, de tal manera que así conviven en el mismo encuadre el plano y el contraplano. No es la primera vez que se utiliza la pantalla partida, y no vamos a caer en la tentación de mencionar numerosos (y brillantes) ejemplos de su empleo a cargo de Brian de Palma. Hay que creer que su utilización en La soledad tiene un sentido; y, de hecho, lo tiene, pero el mismo aflora tan solo en determinados instantes: pienso, sobre todo, en la escena en la que Adela (Sonia Almarcha) conversa con su expareja y padre de su bebé sobre el trágico fallecimiento de este último en el atentado del cual Adela sobrevivió; en este momento concreto, la utilización de la doble pantalla expresa bien la separación existente entre ambos personajes, mostrándolos a cada uno dentro de su propio “mundo”: su propio lado de la pantalla. Pero es una idea que, insisto, por sí sola no basta para justificar el interés de 125 minutos de un metraje más bien insulso y afectado (hay momentos en que la pretendida naturalidad de los intérpretes se revela falsa e impostada), quedándose en un mera filigrana formalista que busca justificar cierta distancia física y emocional en el retrato de sus personajes: el plano general acaba convirtiéndose, más que la pantalla partida, en la principal figura de estilo; hay que creer, asimismo, que con ello se pretende no caer en el sentimentalismo, pero ello acaba resultando tan forzado que al final en lo que se cae es en la rutina y el aburrimiento: véase, sin ir más lejos, la escena de la muerte de la madre (Petra Martínez), que resulta de lo más previsible. Precisamente otro momento afortunado del film consiste en una “ruptura” formal con esa planificación: la escena del atentado; vemos a Adela viajando en el autobús con su pequeño; la cámara está situada dentro del vehículo, en plano general; de repente, Rosales corta y por primera vez inserta otro plano general en el exterior para mostrar al autobús en el que viajan Adela y el niño y a un segundo autobús deteniéndose en la parada: antes de que el primer autobús estalle, esa alteración en la regularidad de la planificación ya ha advertido al espectador de que, efectivamente, “algo” va a ocurrir…





El desafío del búfalo blanco (The White Buffalo, 1977), de J. Lee Thompson.- Editada en DVD por la firma EuroCine Films, en una copia, por cierto, de poca calidad, El desafío del búfalo blanco es una pequeña rareza que supuso, si no estoy equivocado, la segunda colaboración del realizador británico J. Lee Thompson con el actor norteamericano Charles Bronson, tras El temerario Ives (St. Ives, 1976), dentro de una relación profesional que se prolongaría casi hasta el final de las carreras de ambos, dentro de un último tramo en el que Bronson vivió una notable revalorización como estrella a raíz del éxito a principios de los ochenta de la secuela de El justiciero de la ciudad (Death Wish, 1974), aquí titulada Yo soy la justicia(Death Wish II, 1982), ambas firmadas por otro británico, Michael Winner. Cuando califico El desafío del búfalo blancocomo “pequeña” me refiero a sus resultados, dado que en el momento de su realización se trataba de una producción relativamente “grande”, esponsorizada por el italiano Dino De Laurentiis en la época en la cual produjo en los Estados Unidos títulos como el King Kong(ídem, 1976) de John Guillermin o el fallido Buffalo Bill y los indios (Buffalo Bill and the Indians, or Sitting Bull’s History Lesson, 1976) de Robert Altman; no por casualidad, el también italiano Carlo Rambaldi, uno de los creadores de los efectos especiales de esa misma versión de King Kong, asesoró la confección del animatronic del gigantesco búfalo blanco que aparece en este film. El film de Thompson es un híbrido entre el género del western, el cine de catástrofes y el “de monstruos”, variante temática animales salvajes, puesta de moda a raíz del colosal éxito del Tiburón (Jaws, 1975) de Steven Spielberg, respecto a la cual el propio De Laurentiis financió otro exponente, la nada despreciable Orca, la ballena asesina (Orca, 1977, Michael Anderson). A pesar de sus abundantes defectos —en parte acentuados, si cabe, por la mediocre calidad de la actual edición española en DVD—, El desafío del búfalo blanco merece siquiera una nota a pie de página dentro de la historia del western al plantear, a partir de una novela de Richard Sale adaptada al cine por su mismo autor, un curioso “encuentro en la cumbre” entre dos de los personajes históricos más legendarios dentro de la mitología del Salvaje Oeste: el pistolero Wild Bill Hickock (Bronson) y el jefe piel roja Caballo Loco (Will Sampson). La razón que les une no es la rivalidad (es bien sabido que Hickock era famoso por haber matado a muchos indios y Caballo Loco, por su parte, por su beligerancia contra los “rostros pálidos”), sino el deseo de acabar con un extraño enemigo común: un búfalo blanco de proporciones míticas que atormenta a Hickock por las noches, apareciéndose amenazador en sus pesadillas, y a Caballo Loco, que quiere vengarse del animal por haber irrumpido en el poblado de su tribu y haber matado, entre otros, a su propio hijo. Un detalle que refuerza el vínculo entre tan dispares, antagónicos asociados, reside en el hecho de que ambos ocultan sus verdaderos nombres porque sienten una mezcla de vergüenza y rabia hacia ese búfalo blanco, en el cual descargan sus obsesiones personales como si fueran inesperados émulos del capitán Achab en pos de su Moby Dick; Hickock se presenta bajo el nombre falso de James Otis, según dice para así pasar desapercibido entre sus muchos enemigos en un territorio cercano a aquél donde, se dice, vive el último gran búfalo blanco; asimismo, Caballo Loco se hace llamar Worm (gusano), y así quiere ser reconocido por lo menos hasta que acabe con el búfalo blanco; en ambos casos, lo que subyace es el hecho de que ninguno de los dos quiere reconocer, ni ante el mundo ni a sí mismos, que tienen miedo: que el búfalo blanco es algo que escapa por completo a su manera de ver las cosas. De ahí que, a pesar de su abuso de planos con teleobjetivo o de algunos feos encuadres tomados con ojo de pez (sobre todo, esos primeros planos del búfalo de marras), El desafío del búfalo blanco atesora a ratos una atmósfera fantástica, a medio camino entre lo legendario y lo terrorífico, que le proporciona cierta distinción. La resolución es, asimismo, sombría y poco complaciente, pues la aniquilación del animal no hace otra cosa que restituir el odio insalvable entre el pistolero blanco y el guerrero indio, quienes se separan como amigos pero también con la convicción de que, si vuelven a encontrarse, intentarán matarse el uno al otro.



El nacimiento de una ciudad: “DODGE, CIUDAD SIN LEY”, de MICHAEL CURTIZ

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[COINCIDIENDO CON LA PUBLICACIÓN ESTOS DÍAS EN “DIRIGIDO POR…” DE UN “DOSSIER” DEDICADO A LA FIGURA DEL REALIZADOR MICHAEL CURTIZ, RECUPERO AQUÍ UN VIEJO TEXTO MÍO SOBRE ESTE “WESTERN” DE CURTIZ, PUBLICADO ANTERIORMENTE EN EL PORTAL CINE ARCHIVO (1).]


Por más que el prestigio de Michael Curtiz pasa por su contribución al cine de aventuras —El capitán Blood (Captain Blood, 1935), La carga de la brigada ligera (The Charge of the Light Brigade, 1936), Robín de los bosques(The Adventures of Robin Hood, 1938, codirigida con William Keighley), The Sea Hawk (1940)—, y por haber firmado la-más-famosa-película-de-culto —Casablanca (ídem, 1942), que, por cierto, no se cuenta entre lo mejor del director—, no hay que echar en saco roto su aportación al western, género que no cultivó con frecuencia pero al cual legó algunos títulos de notable interés. Dodge, ciudad sin ley(Dodge City, 1939) es uno de ellos. Producida por la Warner con vistas a seguir explotando el rendimiento comercial de la pareja cinematográfica que por aquel entonces formaban Errol Flynn y Olivia De Havilland —quienes ya habían coincidido en El capitán Blood, La carga de la brigada ligera y Robín de los bosques, y volverían a hacerlo en Camino de Santa Fe (Santa Fe Trail, 1940), de nuevo a las órdenes de Curtiz, y en Murieron con las botas puestas (They Died With Their Boots On, 1941), bajo la batuta de Raoul Walsh—, Dodge, ciudad sin ley es una excelente película que demuestra el talento de Curtiz para crear ambientes y sugerir matices psicológicos de los personajes en el contexto de un relato narrado en todo momento con agilidad y dinamismo.


Dodge, ciudad sin ley es la historia de la ciudad que le da título, desde su fundación hasta su consolidación como una de las más prósperas al oeste de Chicago, en lo que puede verse una especie de versión metafórica de lo que fue la imposición de la civilización en el Salvaje Oeste. Una de las particularidades del film, la cual permite calibrar en gran medida su importancia dentro del género, reside en la vigorosa descripción del escenario principal, hasta el punto que este último acaba erigiéndose en el auténtico protagonista del relato. Para Curtiz y el guionista Robert Buckner, Dodge City no es tan solo un vistoso decorado fotografiado en color por Ray Rennahan y Sol Polito, sino por encima de todo un pueblo violento, palpitante, bullicioso y vivo. En sus calles, hacinadas y llenas de tiendas, donde el comercio abunda por doquier, suelen producirse aparatosos tiroteos. El saloonestá abarrotado de hombres que beben whisky, juegan a las cartas, intentan manosear a Ruby (Ann Sheridan) o a las otras coristas que actúan en el escenario y, por menos de nada, se lían a puñetazos. Ni que decir tiene que Dodge City, como todo lugar donde corre el dinero, es también el centro de atención de especuladores sin escrúpulos, como Jeff Surrett (Bruce Cabot), quien al amparo de la impunidad que le brinda el hecho de que en la ciudad nadie se atreva a ocupar el cargo de sheriff se permite exprimirla a fondo con la ayuda de su banda de hombres armados. Tan solo la voz de un hombre se atreve a cuestionar los métodos de Surrett: la de Joe Clemens (Frank McHugh), el periodista director del periódico local, personaje arquetipo con una larga tradición dentro del western que llega hasta Sin perdón (Unforgiven, 1992, Clint Eastwood). 


A esta localidad arriba Wade Hatton (Errol Flynn), un conductor de caravanas, en compañía de su socio Rusty Hart (Alan Hale). Hatton conoce Dodge City desde su fundación por el coronel Dodge (Henry O’Neill), pues de hecho fue a él a quien se le ocurrió bautizar la ciudad con el nombre de su fundador, y regresa allí con la intención de permanecer una temporada para descansar tras haber conducido a otra caravana de colonos que, viajando con sus reses, quiere instalarse en la ciudad. Curtiz se vale aquí de un procedimiento narrativo tradicional del cine norteamericano, consistente en la introducción de un personaje ajeno al escenario en el que se sitúa el relato para que aquél, y el espectador con él, vayan descubriendo el funcionamiento del mismo. De este modo, la evolución de Hatton (en el que se puede ver un trasunto de Wyatt Earp, quien también fue sheriffde Dodge City) corre paralela a la de la propia ciudad: el protagonista irá abandonando su intención inicial de irse del pueblo tras hacerse cargo del caos que reina en la ciudad y, sobre todo, del dolor que ello supone para los ciudadanos honrados que Surrett oprime bajo su yugo criminal.


Dicha evolución está marcada por diversas circunstancias. La primera, el carácter de Hatton, quien bajo su apariencia burlona (nada raro, estando interpretado por Flynn) esconde a alguien preocupado por el orden: admira al coronel Dodge por su impulso civilizador a la hora de fundar la ciudad, de la misma manera que desprecia a Surrett por su carácter de depredador sin escrúpulos (al principio del relato le reprocha que haya cazado bisontes en territorio indio únicamente para arrancarles la piel y sin importarle que los pieles rojas puedan pasar hambre por ello). La segunda circunstancia es de índole personal: Hatton está enamorado de Abbie Irving (Olivia De Havilland), una joven colono, pero no puede acercarse a ella y exteriorizar su afecto porque, poco antes de llegar al pueblo, mató en defensa propia al hermano menor de Abbie, Lee (William Lundigan), quien en un arrebato bravucón provocó una estampida del ganado con sus imprudentes disparos y a punto estuvo de matar a  Rusty.


La progresión narrativa de Dodge, ciudad sin ley resulta admirable gracias a su magnífica concatenación de causas y efectos. En el saloon, Ruby canta una canción nordista y los vaqueros que acompañan a Hatton y Rusty, heridos en su amor propio, replican entonando con aire desafiador una canción sureña, provocando así una pelea que arrasa todo el local (en una extraordinaria secuencia comparable, por concepción y sentido del humor, al Wellman de Más allá del Missouri [Across the Wide Missouri, 1951] o al Hathaway de Alaska, tierra de oro [North to Alaska, 1959]). A su llegada a la ciudad, Hatton y Rusty han simpatizado con un chiquillo, Harry Cole (Bobs Watson): no por casualidad, Harry es hijo de Matt Cole (John Litle), un colono asesinado por Yancy (Victor Jory), uno de los secuaces de Surrett, que tras la muerte de su padre ayuda a su familia cuidando los caballos de los clientes del saloona cambio de una moneda. Como consecuencia de un tiroteo, el niño hallará la muerte, arrastrado por un caballo, sin que la intervención de Hatton pueda evitarlo: la muerte del chiquillo decidirá al protagonista a aceptar el empleo de sheriff de Dodge City (Curtiz encadena la ingenua estrella de papel que Harry lucía en su pecho con la insignia de metal que ahora adorna la cartuchera de Hatton). Y si en la primera secuencia se producía una simbólica carrera entre un carromato y un ferrocarril donde viaja el coronel Dodge, que se saldaba con la clara victoria del “caballo de hierro”, su espléndido clímax vuelve a tener lugar en el tren, culminando el relato de manera circular: Hatton y Rusty hacen frente a Surrett y sus hombres en un vagón en llamas, y desde la locomotora abatirán a tiros a estos últimos mientras intentan huir a caballo.

(1)http://www.cinearchivo.com/site/Fichas/Ficha/FichaFilm.asp?IdPelicula=54879



“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de MAYO 2015, a la venta

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El núm. 357 de Imágenes de Actualidad destaca en su portada uno de los estrenos más espectaculares previstos para el mes próximo: el de Mad Max: Furia en la carretera(Mad Max: Fury Road, 2015), de George Miller, cuyo reportaje se complementa con el artículo Desiertos apocalípticos, centrado en otras películas de similar temática. También se destacan en la misma portada los dos films que ocupan este mes la sección Primeras Fotos: Misión: imposible. Nación secreta(Mission: Impossible – Rogue Nation, 2015), de Christopher McQuarrie; y 4 Fantásticos (Fantastic Four, 2015), de Josh Trank.


Otros contenidos destacados son los reportajes de la nueva versión de Poltergeist (ídem, 2015), de Gil Kenan, que se complementa con el artículo sobre la serie Franquicia maldita; Tomorrowland: El mundo del mañana(Tomorrowland, 2015), de Brad Bird, que se complementa a su vez con un retrato de su ascendente protagonista femenina, Britt Robertson, la cual también estrena entre nosotros otra película de la que asimismo se incluye reportaje, El viaje más largo (The Longest Ride, 2015), de George Tillman Jr.; Lazos de sangre (Blood Ties, 2013), de Guillaume Canet; Sweet Home (2015), de Rafa Martínez; Con la magia en los zapatos (The Cobbler, 2014), de Tom McCarthy; Nuestro último verano en Escocia (What We Did on Our Holiday, 2014), de Andy Hamilton y Guy Jenkin; Güeros (2014), de Alonso Ruizpalacios; It Follows (ídem, 2014), de David Robert Mitchell; La canción del mar (Song of the Sea, 2014), de Tomm Moore; El camino más largo para volver a casa (El camí més llarg per tornar a casa, 2014), de Sergi Pérez; y una entrevistacon Chris Evans y Chris Hemsworth, con motivo del inminente estreno de Vengadores: La era de Ultrón (Avengers: Age of Ultron, 2015), de Joss Whedon.


Dentro de la sección Series TV, hallamos reportajes de la segunda temporada de Penny Dreadful, la primera de Aquarius(estreno USA) y de la miniserie Wayward Pines, cuyo episodio piloto ha sido dirigido por M. Night Shyamalan, a quien hemos entrevistado. El número se completa con las secciones Noticias; Stars; Ranking; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Él dice, ella dice; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Gran Vía y Se rueda, de Boquerini; Zona Sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Además…; Críticas; Videojuegos, de Marc Roig; Libros, de Antonio José Navarro; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


Este mes hablo, dentro de la sección Cult Movie, de una famosa película de Dario Argento sobre la que ya me extendí en su día en este blog (1): Inferno (ídem, 1980): “Al igual que su anterior “Suspiria” (1977; ver Cult Movie en núm. 309), la siguiente película del realizador romano Dario Argento, “Inferno”, forma parte de lo que se conoce como la Trilogía de las Tres Madres, un triunvirato de brujas malvadas inspiradas, a su vez, en la lectura de «Levana and Our Ladies of Sorrow», poema en prosa contenido en la recopilación de ensayos fantástico-psicológicos de Thomas De Quincey «Suspiria De Profundis» (1845; «Suspiros de las profundidades»), nacido a su vez de las visiones que había tenido este escritor británico provocadas por el consumo de opiáceos, y donde se habla de la existencia de Tres Madres hechiceras que se oponen a las Tres Parcas y a las Tres Gracias. La primera hechicera, Mater Suspiriorum (La Madre de los Suspiros), se encontraba en la base de “Suspiria”; la segunda, Mater Tenebrarum (La Madre de las Tinieblas), en la de “Inferno”; y la tercera, Mater Lachrymarum (La Madre de las Lágrimas), en la posterior “La terza madre” (2007), inédita en cines españoles pero estrenada en formatos domésticos como “La madre del mal””.


También firmo un par de críticas; la primera, la de la gran película de Naomi Kawase Aguas tranquilas (Futatsume no mado, 2014), de la que también hablé extensamente en el blog (2)…,


…y, la segunda, la de la desafortunada comedia Mortdecai (ídem, 2015), dirigida por, a pesar de todo, el interesante David Koepp.



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“CHAPPIE” – “CENICIENTA” – “UNA NOCHE PARA SOBREVIVIR”

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[ADVERTENCIA: EN LOS PRESENTES ARTÍCULOS SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTOS FILMS.]


El inocente de titanio: Chappie(ídem, 2015), de Neill Blomkamp.- No le falta razón al amigo Tonio L. Alarcón cuando recalca, en su crítica de Chappie publicada en Imágenes de Actualidad (abril 2015), que la nueva película de Neill Blomkamp puede verse como una digresión sobre la inocencia. Por más que, por descontado, se puedan hallar (fáciles) paralelismos entre este film y títulos como Cortocircuito(Short Circuit, 1986, John Badham), y sobre todo RoboCop (ídem, 1987, Paul Verhoeven), Chappie discurre en el fondo por caminos asimismo muy cercanos a los de El enigma de Gaspar Hauser(Jeder für sich und Gott gegen alle, 1974, Werner Herzog), en lo que a su retrato de un inocente se refiere, remozado por el barniz filosófico-científico sobre las connotaciones religiosas de la temática de la inteligencia artificial apuntadas, entre otras, en Blade Runner(ídem, 1982, Ridley Scott). Lo mejor de todo es que, pese a esos puntos de contacto, Chappie hace gala de una voz y un estilo propios que, hasta la fecha, el firmante había sido incapaz de ver en las anteriores propuestas de su realizador, District 9 (ídem, 2009) y Elysium(ídem, 2013).


El arranque de Chappie, en forma de (falsos) noticiarios televisivos que nos informan que en la Johannesburgo de un futuro cercano los niveles de delincuencia han llegado a un punto tan crítico que el gobierno ha decidido emplear a una serie de robots-policía, los Scouts, para erradicar la oleada de violencia que se ha apoderado de la ciudad, no puede menos que recordarnos RoboCop o, sin ir más lejos, District 9. Pero Blomkamp no insiste en este procedimiento narrativo, dejándolo en un apunte, suficiente para situar al espectador en el contexto del relato. De hecho, la sencillez es, aquí, la mejor arma de Blomkamp y su esposa y coguionista Terri Tatchell, quienes arrojan una mirada directa y diáfana sobre situaciones y personajes, con vistas a plantear, como digo, una fábula sobre la inocencia con trasfondo de ciencia ficción que, contra todo pronóstico —y justo al contrario de lo que ocurría, negativamente hablando, en District 9 y Elysium—, va creciendo en complejidad y matices a medida que avanza el metraje. Chappiehace gala de una fuerza e intensidad ausentes, a mi entender, en los otros dos largometrajes de Blomkamp y que nacen, como digo, de la (aparente) simplicidad de su planteamiento; es decir, justo lo contrario de District 9 y Elysium, que partían de conceptos muy elaborados para, a partir de los mismos, ir decayendo en interés a base de encadenar facilidades y obviedades una detrás de otra. Ya he mencionado las evidentes influencias de Chappie, y puede que haya alguna más; pero lo relevante es que, una vez reconocidas y asumidas esas deudas, la película de Blomkamp no tarda en olvidarse de las mismas para tirar por otros derroteros.


Se le ha reprochado a Chappie que sus personajes, digamos, “de carne y hueso” sean superficiales (¡como si los de District 9 y Elysiumtuvieran, en cambio, una gran “complejidad”!): Deon Wilson (Dev Patel), el solitario informático que ha diseñado a los Scouts y que crea el programa de inteligencia artificial gracias al cual dará vida propia y conciencia de sí mismo al Scout averiado en acto de servicio que acabará convirtiéndose en Chappie (voz y gestos, vía “captura de movimiento”, de Sharlto Copley); Vincent Moore (Hugh Jackman), el exmilitar rival de Deon, que busca que fracase su programa Scout a fin de retirarlo y a cambio colocar el suyo propio: un enorme robot policía muy parecido (innegablemente) al ED-209 del excelente film de Verhoeven; la pareja de delincuentes encarnados —con sus mismos nombres— por Ninja y Yolandi, componentes del grupo musical sudafricano Die Antwoord, que quieren utilizar a Chappie para sus propio beneficio; o Michelle Bradley, la rígida directora de la empresa de robótica donde trabajan Deon y Vincent, interpretada —exhibiendo de nuevo su condición de icono para los fans del cine de ciencia ficción— por la veterana Sigourney Weaver. Desde luego que puede verse así, de la misma manera que también puede entenderse como otra forma de contrastar la inocencia pura e inmaculada de Chappie con las debilidades humanas de todos ellos, sea el miedo (Deon), la ambición (Vincent), la codicia (Ninja) o la falta de escrúpulos (Michelle). Por tanto, puede que se trate de un contraste fácil, pero dramáticamente hablando resulta muy eficaz.


Una vez planteado el relato, el mismo avanza con fluidez y acaba desembocando dentro de su primer tercio en un momento magnífico, de los mejores de la carrera de Blomkamp: esa escena, de una inesperada crueldad, en la que Ninja y su colega América (José Pablo Cantillo) abandonan a Chappie en un peligroso sector de la ciudad, para que aprenda-lo-que-es-la-vida a manos con otro puñado de marginados que, nada más verle, descargan en él todo su odio y violencia hacia la policía; la paradoja que sustenta la escena es que, dado su revestimiento de titanio, es completamente imposible que ninguno de esos muchachos desarmados pueda hacerle daño alguno a Chappie con sus piedras y palos, pero el inocente robot reacciona con otro tipo de “dolor”: con miedo. Coherente con este planteamiento, Blomkamp emplea la cámara lenta en el momento más cruento de la secuencia —el intento de quemar a Chappie con un cóctel Molotov—, sugiriendo, con este cambio de velocidad del paso de la imagen, que lo importante no es la acción externa (a velocidad normal), de la misma, sino más bien la acción interna(a velocidad ralentizada): el miedo de Chappie. La violencia de la escena no es tanto física como, sobre todo, moral. Una situación terrible que, en cierto sentido, se repite cuando Vincent y sus hombres capturan a Chappie, y asimismo indiferentes ante su miedo, le arrancan un brazo…; una vez más, la violencia física (la mutilación de un ser incapaz de sentir dolor) queda en segundo término ante la violencia moral.


Pasado ese punto sin retorno, se produce una interesante evolución en la caracterización de los personajes, de manera que, una vez plenamente asentada la pureza de sentimientos de Chappie, la interacción de este con quienes le rodean acaba modificando (ergo, haciéndolo madurar) el carácter de quienes le rodean. Destaca al respecto, en primer lugar, la relación paterno-materno-filial que se establece con Ninja y Yolandi: el robot se convierte, por así decirlo, en el hijo que la pareja no tiene; Ninja le enseña a ser “molón” (esto es, a caminar achuladamente, llevar collares, manejar armas, robar coches y, en definitiva, “dar miedo”); en cambio, Yolandi se transforma en una figura materna, que en un momento dado llega incluso a arroparle en su cama y leerle un cuento… A la chita callando, Chappie propone una curiosa digresión sobre las relaciones familiares que, por descontado, puede verse como una herencia de la obra maestra de Steven Spielberg A.I. Inteligencia artificial (A.I. Artificial Intelligence, 2001), donde ya se planteaba en profundidad, entre otras muchas cosas, la posibilidad de la “programación” de sentimientos familiares en personas y máquinas. A mayor ahondamiento, Deon acaba dándose cuenta, cual enésimo Moderno Prometeo, de la responsabilidad que ha contraído con Chappie a partir del momento en que el robot empieza a llamarle “creador” y a preguntarle por qué le ha hecho así para luego arrojarle a un mundo cruel y despiadado, y además, haciéndolo con un límite de tiempo: la batería de Chappie amenaza con descargarse en pocos días, y entonces, “morirá”… Blade Runnertambién aparece flotando por los márgenes del relato, pero, sea como fuere, la densidad de Chappie se eleva considerablemente.


Lo mejor de Chappie acaba siendo que todo ese denso trasfondo termina aposentándose en el seno de un relato que, a pesar de ello, es ágil y dinámico en todo momento, ofreciendo de propina las mejores y más vigorosas escenas de acción rodadas hasta la fecha por Blomkamp, logrando algo que tan solo se intentaba —y no se conseguía— en sus dos anteriores largometrajes: que dichas escenas de acción y el soterrado contenido crítico de las mismas fuera indisociable. Por ejemplo, el tiroteo que culmina con la avería del robot Scout que acabará convirtiéndose en Chappie: la espectacularidad de la redada de los robots policía se solapa armoniosamente con el hecho de que la misma se produce en un degradado barrio suburbial de esa Johannesburgo del futuro donde todavía flotan (aquí, mostrados sutilmente) los estragos de la miseria y degradación social del apartheid que eran la soterrada base temática de District 9, y en parte, de Elysium. No resulta de extrañar, por tanto, que en la pelea final de Chappie y su “familia” contra el engendro mecánico enviado por Vincent para destruirles, la violencia tenga asimismo un componente moral, e incluso ético: Chappie protege a “los suyos”, del mismo modo que Ninja y Yolandi acaban empuñando las armas para defender a “su hijo” de titanio; por tanto, y asimismo de una manera más efectiva que en sus dos primeros largometrajes, Blomkamp consigue transmitir dignidad y calor humanos.


Los minutos finales de Chappie me parecen, asimismo, brillantísimos. Coherente con la sencillez de su planteamiento, la película propone una última vuelta de tuerca al tema de la inteligencia artificial que, lejos de estar visto con trascendencia, Blomkamp convierte en un jocoso pero no por ello menos substancioso gag: un encadenado de situaciones al límite que se solventan por la vía de la transmisión informática de la mismísima conciencia humana (¡). Una aparente frivolidad que encaja perfectamente en el contexto “inocente” de un relato de ciencia ficción repleto de cargas de profundidad, pero sin pretender en momento alguno alardear de ellas.



Érase una vez… otra vez: Cenicienta(Cinderella, 2015), de Kenneth Branagh.- Me ha decepcionado mucho la nueva película de Kenneth Branagh, esta revisión a cargo de la propia Disney y en imagen real de su magnífica e infinitamente superior adaptación animada: Cenicienta (Cinderella, 1950, Clyde Jeromini, Wilfred Jackson y Hamilton Luske). Se ha dicho/se dirá que tampoco había que pedirle peras al olmo, que a fin de cuentas qué se podía esperar de un proyecto semejante, etc., etc. Disculpen la franqueza, pero me parece una enorme falta de respeto cultural el presuponer que una película basada en un cuento de hadas nunca-puede-ser-gran-cosa (sic); no obstante, creo que podía esperarse más, mucho más, de un realizador que ha firmado un puñado de excelentes (y dispares) adaptaciones de obras de Shakespeare —Enrique V (Henry V, 1989), Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing, 1993; la buena: no la de Joss Whedon), Hamlet (ídem, 1996), Trabajos de amor perdidos (Love’s Labour’s Lost, 2000)—, una para mí y para muy pocos extraordinaria adaptación de Mary Shelley —Frankenstein de Mary Shelley(Mary Shelley’s Frankenstein, 1994)—, una magistral adaptación de la ópera de Mozart —La flauta mágica (The Magic Flute, 2006)—, o un thriller también bastante mejor de lo que se dijo en su momento —Morir todavía (Dead Again, 1991)—, y que en sus últimos trabajos tras las cámaras ha ido exhibiendo una creciente (y preocupante) despersonalización: primero con Thor(ídem, 2011), y luego con las todavía peores Jack Ryan: Operación Sombra (Jack Ryan: Shadow Recruit, 2014) y esta Cenicienta de la cual hay poco, muy poco de bueno que comentar.


Incluso en sus peores trabajos como realizador (y este es uno de ellos), Branagh demuestra que sabe filmar. En este sentido, esta Cenicienta, versión 2015, hace gala de un exquisito acabado formal, como no podía ser menos tratándose de una producción de alto presupuesto con decorados del siempre genial Dante Ferretti, vestuario de Sandy Powell y partitura del no menos excelso Patrick Doyle, defendida además por un reparto de competencia más que demostrada a estas alturas: desde la siempre excelente Cate Blanchett (la madrastra) hasta una más que correcta Lily James (Ella, la Cenicienta). Pero, por más que técnicamente irreprochable, esta Cenicienta, narrativamente hablando, deja bastante que desear. No solo por el uso y abuso de una voz en offque llega a hacerse cargante, como sobre todo por la corrección (muy próxima a la desgana) con que Branagh planifica el film, y que va de los formularios planos/contraplanos de las escenas de conversación como a la indiscriminada inserción de planos generales y/o lo más abiertos posible de cara a exhibir el carísimo diseño de producción, pero cuya inclusión obedece casi siempre a criterios más decorativos que narrativos o mucho menos expresivos: las ideas de puesta en escena brillan por su ausencia.


Ello no obsta para que en la película, vista en su conjunto, no afloren aspectos de interés, tales como los matices psicológicos aportados al personaje de la madrastra y excelentemente expresados, faltaría más, por Cate Blanchett, en virtud de los cuales descubrimos que el personaje en el fondo no es sino una mujer aterrorizada ante la posibilidad de que su viudedad termine abocándola a la pobreza, como a tantas y tantas otras mujeres de su época. Y, cierto es, las escenas del hada madrina (Helena Bonham Carter) y el proceso de transformación de la calabaza, los ratones y los lagartos en carroza, criados y conductores, así como la trepidante (re)transformación a su condición original una vez llegada la medianoche, hacen gala de una efectividad que se agradece en el conjunto de un producto tan desangelado y discretamente aburrido.



Lazos de sangre: Una noche para sobrevivir (Run All Night, 2015), de Jaume Collet-Serra.- Ignoro si Una noche para sobrevivir es la mejor película del catalán afincado en los Estados Unidos Jaume Collet-Serra, por la sencilla razón de que sus dos aportaciones al cine de terror —La casa de cera (House of Wax, 2005) y La huérfana (Orphan, 2009)— me parecieron tan malas que, en su momento, dejé correr una cosita que realizó entre aquéllas y que se titulaba —¿alguien la recuerda?— ¡Goool 2!: Viviendo el sueño (Goal II: Living the Dream, 2007), y también sus dos anteriores colaboraciones con el actor irlandés Liam Neeson —Sin identidad(Unknown, 2011) y Non-Stop (Sin escalas)(Non-Stop, 2014)—; no obstante, a falta de completar mi conocimiento sobre la obra de Collet-Serra, e ignorando por tanto si me estaba perdiendo algo bueno o si la flauta ha sonado por casualidad, lo cierto es que Una noche para sobrevivir es el mejor trabajo que conozco de su realizador (lo cual es una apreciación muy fácil por mi parte teniendo en cuenta que me parece —ignorancia mediante— el único bueno).


En Una noche para sobrevivir abundan los así llamados lazos de sangre. Jimmy Conlon (Neeson) es un sicario irlandés, alcoholizado y avejentado, que trabaja a las órdenes de su jefe, pero también amigo, el gánster Shawn Maguire (Ed Harris). Por una rara casualidad, Mike Conlon (Joel Kinnaman), el hijo de Jimmy y conductor de limusinas, transporta a un par de mafiosos serbios que esa misma noche serán asesinados por Danny Maguire (Boyd Holbrook), hijo a su vez de Shawn. Danny intenta asesinar también a Mike, testigo del crimen que acaba de cometer. Jimmy, enterado del peligro que corre Mike, corre a defenderlo, matando a Danny justo antes de que este acabe con la vida de su hijo. A partir de ese momento, y a pesar del afecto que profesa hacia Jimmy y de ser consciente de que Danny no hacía más que darle problemas, Shawn jura vengar la muerte de su hijo, proponiéndose matar primero a Mike para que Jimmy pueda verlo antes de morir él mismo. Lazos de sangre que, como digo, acaban imponiéndose sobre otros lazos afectivos que se dan entre los personajes al margen del vínculo familiar: el impulso de Jimmy de salvar a Mike, con quien mantiene una relación pésima, hasta el punto de ni conocer siquiera a la familia de este último —su esposa Gabrielle (Génesis Rodríguez) y sus dos hijas, las nietas de Jimmy—, es superior al hecho de traicionar su larga amistad con Shawn; amistad, esta última, que se hace añicos a partir del momento en que Shawn, como padre, no puede hacer otra cosa sino vengar la muerte de Danny, aun siendo consciente de que, en idénticas circunstancias, probablemente él hubiese obrado de similar forma que Jimmy; en cambio, Mike acabará reconciliándose con su padre a lo largo de esa noche infernal e interminable, donde deberán huir juntos del acoso de los hombres de Shawn y de los agentes de policía al mando del detective Harding (Vincent D’Onofrio), un agente de la ley que lleva mucho tiempo siguiendo de cerca la pista de Jimmy.


A la vista de la mala impresión que me causaron en su momento La casa de ceray La huérfana, me sorprende gratamente la solidez, densidad y sentido de lo melodramático exhibidos por Collet-Serra en Una noche para sobrevivir, que demuestra que parece que ha afrontado este proyecto con ganas. Dejando aparte algunos tics formales destinados a hacernos recordar que la película es una producción cinematográfica fechada en 2015 —las imágenes ralentizadas y casi congeladas de la primera secuencia; los vertiginosos travellings aéreos digitalizados que nos llevan de un extremo a otro de la ciudad—, el film exhibe a cambio un tono duro, sucio y sórdido, a medio camino del thriller estadounidense de los años setenta y primeros ochenta (o setenterou ochentero, como se ha puesto de moda decir/escribir), bien acentuado por la tonalidad ocre de la fotografía y la elección de los escenarios, a lo cual ayuda en no poca medida la solidez de sus intérpretes, todos excelentes, sin perjuicio de que Liam Neeson, Ed Harris y Joel Kinnaman se lleven la palma.


Una noche para sobrevivir está construida alrededor de un largo flashback: en la primera secuencia, un movimiento de grúa en ostentoso picado nos descubre a Jimmy Conlon, en medio de un bosque y tumbado boca arriba, malherido (tiene un disparo de arma de fuego en el vientre); la acción retrocede para mostrarnos cómo ha llegado a encontrarse en tan terrible situación, adentrándonos en un relato que, contrariamente a lo que pueda parecer a simple vista, y a juzgar por el formalismo de ese arranque (los mencionados planos picado con grúa e imágenes a cámara lenta mostrando, “artísticamente”, cómo las balas arrancan astillas de los árboles), evita en todo momento el sensacionalismo para adentrarse, por el contrario, en una trama triste y melodramática. Jimmy es humillado por Danny, quien le obliga a hacer de Santa Claus en una fiesta de Navidad en casa de su padre, donde el protagonista causa un alboroto por culpa de llevar en el cuerpo una copa de más; Mike entrena boxeo con un chico negro que es amigo suyo, pero todavía arrastra el sinsabor de haber fracasado en su carrera como púgil, verse obligado a conducir limusinas para dar de comer a su familia, y sobre todo, el odiar a muerte a Jimmy, de quien detesta su modo de ganarse la vida y a quien no perdona el haberle abandonado poco después de la muerte de su madre.


Lo que, a priori, da pie a una situación de “suspense”, bien planteada por el guionista Brad Ingelsby y excelentemente resuelta por Collet-Serra con su labor tras las cámaras, no impide que, en todo momento, Una noche para sobreviviresté recorrida por un notable aliento trágico, donde el perfil psicológico de los personajes predomina en todo momento sobre la, no obstante, trepidante acción física (que la hay, y en abundancia). Incluso cuando se incorpora a la narración un personaje destinado, en apariencia, a aumentar la espectacularidad de la misma —el asesino a sueldo Andrew Price (Common), contratado por Shawn para “liquidar” a Jimmy y Mike—, la película no pierde de vista su planteamiento realista ni su tonalidad amarga y escéptica: un buen ejemplo de ello es la lograda secuencia en la que padre e hijo se esconden del acoso de Price en un miserable bloque de apartamentos que no tarda en ser asaltado por la policía, donde el espectáculo se solapa sin chirriar con la sordidez del dibujo de unos ambientes marcados por la pobreza y la marginalidad. 


“DIRIGIDO POR…”, MAYO 2015, ya a la venta

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It Follows (ídem, 2014), una de las películas de terror más comentadas del año, dirigida por David Robert Mitchell, y cuya reseña firma Diego Salgado, acapara la portada del núm. 455 de Dirigido por…


Otro destacado contenido del mes es un pequeño dossier que he coordinado en torno a la obra de Joss Whedon, con motivo del reciente estreno de Vengadores: La era de Ultrón (Avengers: Age of Ultron, 2015), cuya reseña ha escrito Antonio José Navarro. El dossier consta, en primer lugar, de un artículo en torno a su producción televisiva: Whedon en la pequeña pantalla. La total libertad creativa, escrito por Israel Paredes Badía, y se complementa con una serie de antologías de sus famosas series Buffy, cazavampiros (Buffy the Vampire Slayer, 1997-2003) [Tonio L. Alarcón], Angel(ídem, 1999-2004) [Antonio José Navarro], Firefly (2002-2003), Dr. Horrible’s Sing-Along Blog (2008) [Tonio L. Alarcón], Dollhouse(ídem, 2009-2010) [Héctor G. Barnés] y Agentes de S.H.I.E.L.D. (Agents of S.H.I.E.L.D., 2013- ) [Quim Casas]. A continuación, se aborda su labor cinematográfica: Whedon en el cine. Cámara y escritura, escrito por Quim Casas, y luego, antologías de sus producciones para la gran pantalla: Serenity (ídem, 2005), Los Vengadores (The Avengers, 2012) (1)[Quim Casas] y Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing, 2012) (2) [Israel Paredes Badía].


Dirigido por…continúa su dossier Michael Curtiz, con la segunda de sus tres entregas, la cual consta de los siguientes artículos: Las aventuras. De tradiciones, códigos y reconsideraciones, por Quim Casas; El cine negro. Sombra, expresión, carácter, por Ramon Freixas y Joan Bassa; y El musical. Más oficio que pasión, por Rafel Miret.


Destacamos, asimismo, las extensas reseñas dedicadas a Lazos de sangre (Blood Ties, 2013), de Guillaume Canet, y Una nueva amiga (Une nouvelle amie, 2014), de François Ozon, ambas escritas por Israel Paredes Badía; una entrevista con George Miller, con motivo del inminente estreno de Mad Max: Furia en la carretera (Mad Max: Fury Road, 2015), a cargo de Gabriel Lerman; la crónica del Festival de Cine Español de Málaga 2015, firmada por Boquerini; un artículo In Memoriam, en homenaje al recientemente fallecido Manoel de Oliveira, firmado por Anna Petrus; y, para la sección Televisión, sendos textos sobre la franquicia C.S.I., de Antonio José Navarro, y sobre la primera temporada de la serie española El Ministerio del Tiempo (2015), de Tonio L. Alarcón. El número se completa con la sección de novedades en formato doméstico Home Cinema, con textos a cargo de Juan Carlos Vizcaíno Martínez, Ramon Freixas, Quim Casas y Antonio José Navarro; la sección Banda Sonora, de Joan Padrol;  y la sección En busca del cine perdido, en la cual Joaquín Vallet Rodrigo comenta Curse of the Undead(1959), de Edward Dein.


Este mes, mi contribución escrita a la revista consiste, en primer lugar, en la antología de la mencionada serie de televisión creada por Joss Whedon Firefly


…así como la antología de la secuela cinematográfica de la anterior, Serenity.


También firmo las críticas de Fast & Furious 7(Furious 7, 2015), de James Wan (3)…;


El nuevo exótico Hotel Marigold (The Second Best Exotic Marigold Hotel, 2015), de John Madden…;


Cautivos (The Captive) (The Captive, 2014), de Atom Egoyan…;


La serie Divergente: Insurgente(Insurgent, 2015), de Robert Schwentke…;


…y Felices 140 (2015), de Gracia Querejeta.



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Superhéroes reciclados: “VENGADORES: LA ERA DE ULTRÓN”, de JOSS WHEDON

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Tal y como ya ocurría no solo en la primera entrega de Los Vengadores (The Avengers, 2012) (1), sino en la mayoría de los trabajos de Joss Whedon que le tienen a él tras las cámaras, Vengadores: La era de Ultrón (Avengers: Age of Ultron, 2015) es una película más interesante por lo que sugiere que por lo que enseña. Sugerencias que, como también suele ser habitual en su autor, tienen más valor a nivel teórico que a nivel expresivo; o dicho de otra manera: Whedon me parece, al menos por ahora, un cineasta más atractivo y personal como guionista que como metteur en scène. Eso no significa, ni mucho menos, que me parezca un mal director, pues lo cierto es que no le faltan méritos como tal, sino, sencillamente, que su talento, estimable, con la cámara me parece menos brillante que su talento, más notable, como guionista.


Vaya por delante que, al igual que Los Vengadores, Vengadores: La era de Ultrón me parece un buen film, pero ninguno de los dos me parece excepcional: hay algo en ellos de formulario, de preconcebido, que frustra o cuanto menos limita el brillo de su planteamiento y resolución, arrojando un saldo por debajo de lo que prometen y que solo esporádicamente dan. Sin ir más lejos, la primera secuencia de Vengadores: La era de Ultrón—el ataque de los Vengadores al castillo de Strucker (Thomas Kretschmann)— es tan aparentemente brillante como, en el fondo, relativamente decepcionante. Brilla, como digo, en lo que se refiere a su planificación y montaje, tan correcto y eficaz como suele ser habitual en Whedon; pero, a la postre, decepciona por lo que tiene de repetición de lo ya ensayado por su mismo director en Los Vengadores, hasta el punto de repetir aquí (con escasas variaciones) el plano más celebrado de la anterior película: el que, a base de encuadres y reencuadres “imposibles” digitalmente ensamblados, nos muestra a Iron Man (Robert Downey Jr.), Capitán América (Chris Evans), Thor (Chris Hemsworth), Viuda Negra (Scarlett Johansson), Ojo de Halcón (Jeremy Renner) y Hulk (Mark Ruffalo) abriéndose paso entre el ejército de Strucker, actuando como si fueran un solo ser, o como a Whedon le gusta tanto, como un equipo, idea temática esta harto recurrente en toda su obra. El plano es bonito, cierto, pero… ya lo habíamos visto (y, con franqueza, tampoco había para tanto). Sensación de déjà vu que acaba convirtiéndose en el principal handicapde Vengadores: La era de Ultrón.


Tal y como está planteada, Vengadores: La era de Ultrón es poco más que una reiteración de lo ya expuesto en Los Vengadores, sobre todo en lo que a construcción narrativa se refiere: empieza con la ya mencionada secuencia de acción “a lo grande” (por más que esto último es algo endémico en el blockbusternorteamericano actual); prosigue con un (reiterado) dibujo de la tirantez que se da entre el arrogante Tony Stark/Iron Man y el idealista Steve Rogers/Capitán América, sazonado con algunas gotas destinadas a burlarse del carácter anacrónico y pomposo del dios Thor; y culmina, por descontado, con otra secuencia de acción “a lo más grande todavía” —la “batalla final” en Sokovia, equivalente a la “batalla final” en Nueva York del anterior film—, además de retomar, pasados sus primeros títulos de crédito del final, al personaje de Thanos (Josh Brolin), cuya presencia ya se intuía en el epílogo de Los Vengadores y en Guardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy, 2014, James Gunn) (2).


Empero, esa reiteración viene acompañada de algunas ligeras variantes y/o pequeños giros argumentales, en virtud de los cuales se aprecia una evolución de los personajes protagonistas. Está, sobre todo (aunque, hasta cierto punto, resulte bastante previsible), el dibujo de la incipiente atracción amorosa entre Natasha Romanoff/Viuda Negra y Bruce Banner/Hulk, quienes se reconocen el uno al otro dada su condición de “monstruos”: Viuda Negra tranquiliza a Hulk (propiciando su transformación en el pacífico científico Bruce Banner) cantándole una especie de nana; y, una vez recuperada su forma humana, Bruce se aproxima a Natasha, tratándola con un cariño y un respeto que ella jamás ha conocido. Pero no se vayan todavía, aún hay más: Stark encuentra la horma de su zapato al darse cuenta de que su más reciente y altruista creación cibernética, Ultrón (James Spader), no solo no le obedece, sino que incluso se ha propuesto erradicar de cuajo todos los problemas del planeta Tierra… exterminando lo que, a su juicio, es la responsable directa de los mismos: ¡la raza humana! Ironías aparte (bastante obvias, por otro lado), Stark se da cuenta de que su exceso de orgullo y vanidad ha desembocado en una amenaza de proporciones planetarias y, quizá por primera vez en su vida, siente algo que nunca había experimentado: vergüenza de sí mismo. La idea tampoco está mal, pero —al igual que toda la película en su conjunto— suena a reciclaje: el cuestionamiento de la arrogancia de Stark ya se hallaba planteado de un modo u otro en las tres películas de la franquicia Iron Man, de las cuales se vuelven a retomar, como ya se hizo en Los Vengadores, los primeros planos de la cabeza del personaje dentro de la armadura de su creación.
  

El interés se eleva considerablemente (aunque menos de lo que sería de esperar) a partir del momento de la intrusión del personaje de Wanda Maximoff (Elizabeth Olsen), la superheroína conocida en los cómics como Bruja Escarlata —por más que no se la llame así en ningún momento del film—, militando al principio en el bando de Strucker y luego en el de Ultrón antes de unirse definitivamente a los Vengadores. Un interés que no nace del personaje en sí, una más bien convencional variante de los X-Men: ella y su “superveloz” hermano Pietro (Aaron Taylor-Johnson), el Quicksilver de los cómics, son mutantes marginados por una sociedad que no comprenden ni les comprende, al menos tal y como están presentados en la película. Más bien me refiero al hecho de que, como consecuencia de sus poderes mentales, Wanda/Bruja Escarlata sea capaz de penetrar en las mentes de Capitán América, Thor y Viuda Negra, y revelarnos —por medio de unos flashbacksun tanto molestos…— que Steve Rogers sigue románticamente enamorado de la agente Peggy Carter (Hayley Atwell); que el dios del trueno de Asgard tiene remordimientos de conciencia porque cree estar desatendiendo a su propio reino en su afán por proteger a los habitantes de la Tierra (y el interés amoroso que tiene en ella: el personaje encarnado por Natalie Portman en los por ahora dos films de la franquicia dedicada a Thor); y que Natasha fue, en el pasado, una niña inocente que desde muy joven, demasiado joven, fue obligada a convertirse en la letal máquina de matar que ahora es (en lo cual puede verse un anticipo de la posible película dedicada en exclusiva al personaje que, tarde o temprano, podría formar parte de los planes cinematográficos de los Marvel Studios). La idea de mostrar a estos superhéroes tan poderosos como seres que en el fondo esconden miedos, temores y dudas como cualquier hijo de vecino es sin duda alguna atractiva, pero también se queda en un mero apunte.


Con todo esto puede parecer que estoy diciendo que Vengadores: La era de Ultrónes una mala película, cuando lo cierto es que no lo es: tan solo resulta menos satisfactoria de lo que promete. Pero sin duda alguna también atesora puntos a favor. Se agradecen algunos toques de humor que contribuyen, más y mejor que cualquiera de las disquisiciones apuntadas en el párrafo anterior, a humanizar a los protagonistas: la escena en la que Steve Rogers y Tony Stark —este con su guante de Iron Man, y luego con la ayuda de su amigo James Rhode/Máquina de Guerra (Don Cheadle)— intentan levantar el martillo mágico de Thor, amén de divertida, expresa mejor que nada la amistad y el grado de compañerismo que ya existe a esas alturas entre los Vengadores. Rasgo de humor que reaparece, a modo de contrapunto disolvente, tras la secuencia de la presentación del nuevo miembro de los Vengadores, el superhéroe La Visión, quien se beneficia tanto de la labor del siempre excelente Paul Bettany como de ese detalle humorístico que enlaza con la escena antes mencionada: La Visión le entrega a Thor su martillo sin hacer, aparentemente, el menor esfuerzo… Cabe anotar en el haber de la película la inquietante escena de la primera aparición de Ultrón ante los Vengadores, convertido en un monigote robótico a medio montar pero mostrándose, a pesar de ello, amenazador y resolutivo: esta sí es una imagen digna de ser recordada.


Las fantasías de Melanie: “FANTASMAS DE MARTE”, de JOHN CARPENTER

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[NOTA PREVIA:Aunque doy por sentado que el argumento de esta película es sobradamente conocido a estas alturas, advierto que en el presente texto se revelan importantes detalles sobre su trama.] Hay películas que desafían los parámetros convencionales de la crítica de cine porque no ofrecen aquello que, aparentemente, prometen a simple vista, y que para ser apreciadas en su justa medida requieren un esfuerzo adicional por parte del espectador: una detenida observación, ecuánime y libre de prejuicios, de su puesta en escena. Fantasmas de Marte (Ghost of Mars, 2001) es una de esas películas. Y aunque soy consciente de que no es esta la opinión mayoritaria al respecto, el firmante rompe una lanza a favor de este incomprendido film de John Carpenter el cual, sin ser genial, también está muy lejos de resultar esa obra sin “nada demasiado intelectual, no vaya a darle un cortocircuito a los espectadores”, carente de sutileza (“no es una de las virtudes de John Carpenter”), en la que “lo importante es que si uno no se toma en serio lo que le cuentan, estará ante un pasatiempo parecido a una conversación entre parroquianos de un bar, oyéndoles hablar sobre el partido del domingo o sobre el ser y la nada con la misma facilidad”, en palabras que respeto pero que, desde luego, no comparto del colega Hilario J. Rodríguez (vertidas en su crítica Los héroes nunca se cansan, publicada en Dirigido por…, nº 305, octubre 2001, págs. 40-41).


En Fantasmas de Marte hay “dos películas” en una. La primera, la más aparente, es una reincidencia en temáticas, convicciones, personajes, escenarios y situaciones característicos del cine de su autor, bajo la forma de una trama de ciencia ficción futurista que bebe, a partes iguales, de la sempiterna fascinación del realizador hacia Howard Hawks, el western, y el “relato de grupo”, puesta de manifiesto en algunas de sus mejores películas, tales como Asalto en la comisaría del distrito 13 (Asault on Precinct 13, 1976), 1997: Rescate en Nueva York (Escape from New York, 1981) o La cosa (The Thing, 1982), por más que recupere el tema del fantasma, ausente en su cine desde La niebla (The Fog, 1979). El argumento, en principio sin grandes complicaciones, nos sitúa en Marte durante el año 2176, momento en el que las colonias terrestres han habilitado el planeta rojo de manera que un 80% de su superficie sea respirable. Al principio del relato, la teniente de policía Melanie Ballard (Natasha Henstridge) aparece, inconsciente y esposada a una litera, en el interior de un tren que ha regresado automáticamente a Chryse, una de las principales ciudades terrestres en suelo marciano. Una vez recuperada, Melanie responde ante un alto tribunal presidido por una Inquisidora (Rosemary Forsyth) sobre lo ocurrido en el curso de una misión de la cual la primera formaba parte, dirigida por la capitana Helena Braddock (Pam Grier), cuya finalidad era escoltar a un peligroso convicto, James “Desolación” Williams (Ice Cube), y traerlo de vuelta a Chryse para procesarlo por una serie de graves cargos por asesinato.


A partir de ese momento, el film adopta una estructura a base de flashbacks que, desde el punto de vista de Melanie (retengamos este detalle), nos informan de lo ocurrido en Shinning Canyon, la colonia minera donde debía producirse la recogida y puesta en custodia de Williams: al llegar, los policías se encontraron el lugar desierto, encontrando los cadáveres de algunos de sus habitantes, y, entre los escasos supervivientes, al delincuente que buscaban aún encerrado en su celda; Whitlock (Joanna Cassidy), la jefa de los trabajos de perforación en la mina, les informó que, al abrir una galería tapiada con un frágil muro decorado con inscripciones marcianas, liberaron accidentalmente una fuerza incontenible: los fantasmas de los antiguos habitantes de Marte, que rápidamente se apoderaron de los cuerpos de algunos de los mineros y empezaron a exterminar al resto; hasta el final de la película, Melanie describe cómo ella, sus compañeros y otras personas que fueron sumándose a su grupo (Whitlock, otros detenidos en la comisaría y hasta un par de compinches de Williams que intentaban liberarle), hicieron frente a los salvajes poseídos, siendo Melanie la única que ha regresado para contarlo.


En este primer nivel de percepción, lo que narra Fantasmas de Marte se circunscribe a una situación límite construida con escasos elementos y que se va desarrollando siguiendo las convenciones del “relato de grupo”, a saber, una rápida descripción de personajes metidos en un cerco del cual tan sólo pueden salir empleando la violencia, y cómo los miembros de ese mismo grupo van siendo diezmados tanto por la brutalidad del enemigo que les acorrala como por sus propios miedos y sus rencillas con sus compañeros o consigo mismos. Todo ello revestido por una estética visual y musical muy característica de Carpenter: desde la tipología heavy de los “fantasmas de Marte” hasta una banda sonora a base de guitarras eléctricas y sonido “metálico” compuesta, como viene siendo habitual, por el propio realizador, pasando por una visión brutal y sin adornos de la violencia. Esta es la película que casi todo el mundo vio, sin querer ir más allá.


Sin embargo, en el fondo de Fantasmas de Marte se agazapa una segunda película, mucho más interesante que la primera que le sirve de mero soporte, y que se va desvelando a los ojos del espectador en virtud de un sutil trabajo de puesta en escena, basado en un sugerente empleo del plano encadenado, que termina revelando sotto vocce un contenido mucho más complejo, profundo y sorprendente. Recordemos que Melanie está relatando lo ocurrido ante un tribunal y que su relato es visualizado mediante flashbacks, un procedimiento narrativo que no puede menos que hacernos pensar en el de Rashomon (ídem, 1950), la famosa película de Akira Kurosawa. Al principio de los recuerdos de Melanie, antes de que el tren que les conduce a Shinning Canyon llegue a su destino, vemos a la protagonista descansando en su litera y tomando drogas: unas pastillas blancas que le han creado dependencia, por más que no quiera reconocerlo (en un par de ocasiones la tildan de “drogata” y “colgada”); cuando la joven ingiere una de esas pastillas, su mente se sumerge en un plácido delirio que Carpenter visualiza con un plano de detalle del amuleto de Melanie, cuyo dibujo empieza a moverse por sí solo, y con planos encadenados de unas enormes olas marinas que se superponen a un primer plano de la muchacha. El empleo del plano encadenado, por lo que tiene de transición irreal entre imágenes sucesivas, resulta adecuado para expresar esa sensación de eufórica distorsión de la realidad que experimenta el drogadicto.


Sin embargo, lo más atractivo aún está por venir: cuando llegan a la colonia minera, Carpenter sigue empleando, aparentemente sin ninguna razón de ser, diversos planos encadenados que visualizan los movimientos de los policías armados que exploran el lugar, cruzando puertas y atisbando por los rincones en busca de algún indicio sobre lo ocurrido. Ahora bien, ¿esos nuevos planos encadenados son un mero recurso esteticista por parte del realizador? ¿O son, más bien, una sugerencia de que Melanie sigue bajo los efectos de las drogas que consume, proporcionándole esa visión distorsionada de la realidad, y que por tanto todo lo que, recordemos, está narrando ante un tribunal, no es otra cosa que una mera distorsión, hecha a su medida, de lo que realmente ha ocurrido?


Fantasmas de Marte se adentra, de este modo, en un terreno tan atractivo como resbaladizo, que a poco que uno se fije permite participar en un irresistible juego de irrealidades. De ahí que resulte absolutamente coherente con este planteamiento el hecho de que, en vez de narrar toda la aventura de una sola tirada, Carpenter prefiera ir interrumpiendo la narración de Melanie, y devolvernos brevemente a la sala del tribunal, a fin de que el propio espectador no “viva” el relato, vaya haciendo pausas y lo contemple con la debida distancia: en todo momento podemos estar asistiendo a la visualización de la fantasía de una joven en pleno “cuelgue”: la puesta en escena de una mentira. ¿Y qué se esconde tras las fantasías de Melanie? Retrocedamos un poco y mencionemos un dato, presente ya desde los mismos créditos del film por medio de un rótulo que nos informa de que, en el Marte futurista, el modelo social imperante es de tipo matriarcal: no por casualidad, el tribunal que escucha el relato de Melanie está compuesto íntegramente por mujeres. Tampoco estoy de acuerdo en que, como sigue diciendo nuestro amigo Rodríguez, “a Carpenter la cultura le resulta antes que nada enunciativa, solo de esa manera se explica que quiera hacer de la sociedad establecida en Marte un matriarcado y luego no desarrolle el tema en absoluto”, olvidando que nuestro cineasta no necesita, como otros, soltar peroratas para hacer notoria su postura: su discurso se transmite mejor y más efectivamente por medio de gestos, miradas y detalles.


Ya en la secuencia del tren anterior a la llegada a la colonia minera hemos presenciado los avances lésbicos de la capitana Braddock dirigidos hacia Melanie y su compañera, Bashira Kincaid (Clea DuVal), hasta el punto que esta última empieza a cuestionarse seriamente la posibilidad de ceder a los deseos de su superiora, a fin de escalar dentro de esta hipotética sociedad en la cual la mujer ha reemplazado al hombre en el papel de ente dominante y represor.


Todo el relato se desarrolla desde el punto de vista exclusivo de Melanie, hasta el punto de que hay episodios que no presenciamos porque ella misma no ha podido hacerlo (véase la escena en la que Williams la deja sin sentido de un puñetazo y se escabulle de los compañeros de Melanie, en off visual, mientras ella permanece sin conocimiento), y hay otros que, en cambio, son visualizados —también con planos encadenados— cuando es otro personaje el que le narra a la protagonista lo que ha presenciado, dándose así un complejo juego de flashbacks internos dentro de los flashbacks principales que constituyen el relato de Melanie ante el tribunal. De todo ello se deriva una narración eminentemente subjetiva, en la cual las situaciones y el resto de personajes que pueblan el relato están convenientemente deformados bajo la perspectiva alucinada y, por qué no, un tanto misógina de la protagonista.


Lo que subyace en el fondo de Fantasmas de Marte es, por tanto, una virulenta manifestación de las fantasías sexuales de la protagonista que, primero, adoptan la forma de un manto de niebla roja que se extiende por doquier como un flujo de sangre (¿menstrual?), y que luego se personifican en una turba de cuerpos poseídos por una especie de furia incontrolable que les obliga tanto a desgarrarse la carne como a penetrarse la piel con afilados adornos. 


¿Acaso no responde a una fantasía radical típicamente femenina el que Melanie vea en Jericho Butler (Jason Statham), su compañero policía, a alguien que constantemente intenta follársela, o que ella misma sienta, por un instante, la tentación de ceder impulsivamente a esa petición sexual? 


¿No es algo muy corriente, desde un punto de vista enfermizamente feminista, el considerar a los hombres una especie de imbéciles sin cerebro, capaces de dejarse encerrar por Melanie en una celda por culpa de un estúpido descuido, o que uno de esos mismos hombres se corte un dedo pulgar, a modo de simbólica castración, cuando quiere demostrar su hombría ante una mujer intentando... abrir una lata?


La conclusión de la película no deja lugar a dudas: al término de su relato, Melanie se retira a su habitación a descansar, siendo despertada por Williams (su compañero perfecto: ¿su amante ideal?), quien le entrega un arma y la anima a enfrentarse a los fantasmas marcianos que, bajo la forma de niebla roja, ya han llegado a las puertas de Chryse. El film concluye aquí, sin siquiera mostrarnos el desarrollo de la batalla que se avecina y, lo que es más importante, sin aclararnos si ese enemigo es tal y como nos lo ha descrito Melanie... o no. En Fantasmas de Marte, las almas en pena son, entre otras cosas, el reflejo del inconsciente insatisfecho.


“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de SEPTIEMBRE 2015, a la venta

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Los espectaculares contenidos de la sección Primeras Fotos vuelven a acaparar la portada del nuevo número de Imágenes de Actualidad, el. 360, correspondiente al mes de septiembre de 2015: Batman vs. Superman: El amanecer de la Justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, 2016), de Zack Snyder, avance que se complementa con un no menos llamativo artículo de Tonio L. Alarcón sobre el DC Extended Universe, Universo en expansión; Deadpool(2016), de Tim Miller; El renacido (The Revenant, 2015), de Alejandro G. Iñárritu; The Walk (2015), de Robert Zemeckis; y The Hateful Eight (2015), la nueva incursión en el western de Quentin Tarantino.  


Otros destacados contenidos del mes son los reportajes de: El corredor del laberinto: Las pruebas(Maze Runner: The Scorch Trials, 2015), de Wes Ball; La visita (The Visit, 2015), de M. Night Shyamalan; Everest (ídem, 2015), de Baltasar Kormákur; Irrational Man (ídem, 2015), que se complementa con una entrevista con su realizador, Woody Allen; Reina y patria (Queen and Country, 2014), de John Boorman; Una chica vuelve a casa sola de noche(A Girl Walks Home Alone at Night, 2014), de Ana Lily Amirpour; ¡Pisándonos los tacones! (Hot Pursuit, 2015), de Anne Fletcher; ma ma(2015), de Julio Medem; y El desconocido (2015), de Dani de la Torre.


Dentro de la sección Series TV, destaca Supergirl, que se complementa con una entrevista con su principal protagonista, Melissa Benoist; además de las series Minority Report y American Odyssey. Todo se redondea a su vez con las secciones Noticias; Stars; Ranking; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Él dice, ella dice; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Gran Vía y Se rueda, de Boquerini; Zona Sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Videojuegos, de Marc Roig; Además…; Críticas; Libros, de Antonio José Navarro; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


Con motivo del estreno de Reina y patria, y a modo de avance del estudio sobre John Boorman que publico en el inminente número de Dirigido por…, he dedicado el Cult Movie de este mes a una de las más interesantes e intensas películas de este realizador: Defensa/Deliverance(1972): “A falta de conocer por mí mismo «Liberación», la novela de James Dickey en la que se inspira “Deliverance”, lo primero que llama la atención de una revisión de esta película de John Boorman más de cuarenta años después de su estreno es comprobar de qué modo el realizador británico supo captar con tanta fuerza los aires de renovación que estaban recorriendo la cinematografía estadounidense durante la década de los setenta”.


Concluyo mi contribución mensual a la revista con la críticas de la magnífica Del revés (Inside Out, 2015), de Pete Docter y Ronaldo del Carmen;…


…la estupenda y divertida Misión: imposible. Nación secreta (Mission: Impossible – Rogue Nation, 2015), de Christopher McQuarrie;…


…y la irregular, pero aceptable, Operación U.N.C.L.E. (The Man from U.N.C.L.E., 2015), de Guy Ritchie.


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“DIRIGIDO POR…” de SEPTIEMBRE 2015, a la venta

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Irrational Man (ídem, 2015), de Woody Allen, es la película de portada del núm. 458 de Dirigido por… Firma la reseña Gerard Casau.


El veterano realizador británico John Boorman estrena su nueva película, Reina y patria (Queen & Country, 2014), cuyo comentario es de un servidor, así como el estudio dedicado a este cineasta con motivo, precisamente, de ese mismo estreno. Ello se complementa con una entrevista, que firma Ángel Sala.


Este mes publicamos la tercera y última entrega del dossier Marvel, compuesto en esta ocasión por las antologías dedicadas a X-Men(Tonio L. Alarcón), X-Men 2 (Héctor G. Barnés), X-Men: La decisión final(Israel Paredes Badía), X-Men: Primera generación (Javier Pulido), X-Men: Días del futuro pasado (Quim Casas), X-Men orígenes: Lobezno (Israel Paredes Badía), Lobezno inmortal (Roberto Alcover Oti), Spider-Man (escrita por mí), Spider-Man 2 (Héctor G. Barnés), Spider-Man 3 (Quim Casas), The Amazing Spider-Man (Tonio L. Alarcón), The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro (Javier Pulido), Blade(Ramon Freixas y Joan Bassa), Blade II (Roberto Morato), y Blade: Trinity (Nicolás Ruiz); y el artículo Los malditos de Marvel. Superhéroes sin identidad, de Diego Salgado.


Destaca, asimismo, un artículo sobre Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Maestros de la fantasía, escrito por Antonio José Navarro y Quim Casas, dentro de la sección Retrospectiva San Sebastián 2015; Jacques Tati. Edición integral de un cineasta total, de Israel Paredes Badía, para la sección Flashback; Historia y presente del cine de animación español, de Quim Casas, asimismo para la sección Flashback; la primera temporada de The Flash (ídem, 2014- ), comentada por Tonio L. Alarcón para la sección Televisión; la sección Home Cinema, con textos de Juan Carlos Vizcaíno Martínez, Quim Casas, Ramon Freixas & Joan Bassa, Antonio José Navarro y un servidor; la nueva sección Libros, ampliación de la ya existente, con textos de Ramon Freixas, Quim Casas, Israel Paredes Badía y Diego Salgado; la sección Banda Sonora, de Joan Padrol; y la sección Cinema Bis, que este mes incluye el film Labios rojos (1960), de Jesús Franco comentado por Ramon Freixas y Joan Bassa.


Ya me comentado que mi contribución a este número consiste, en primer lugar, en un estudio dedicado a John Boorman, con motivo del estreno este mes de Reina y patria.


También firmo la antología dedicada al primer Spider-Man de Sam Rami, dentro de la tercera y última parte del dossier Marvel.


Y, para completar este verano tan “marvelita”, asimismo firmo las críticas de la nada despreciable Ant-Man (ídem, 2015), de Peyton Reed…;


…y de Cuatro Fantásticos(Fantastic Four, 2015), de Josh Trank: otra película bastante mejor de lo que se ha dicho.


Concluyo mi participación en este número de Dirigido por… con la pequeña reseña de una gran película de humor negro de Jacques Tourneur en la sección Home Cinema: La comedia de los terrores (The Comedy of Terrors, 1963), ahora reeditada en formato doméstico como La comedia de los horrores.


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“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de OCTUBRE 2015, a la venta

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Uno de los estrenos más espectaculares previstos para este mes de octubre, Marte (The Martian) (The Martian, 2015), es el principal tema del portada del núm. 361 de Imágenes de Actualidad. El extenso reportaje de este film se complementa con una entrevista con su famoso realizador, Ridley Scott


El número incluye reportajes de otros títulos no menos atractivos, como La cumbre escarlata (Crimson Peak, 2015), de Guillermo del Toro; Regresión (Regression, 2015), que se completa con una entrevista con su director, Alejandro Amenábar; Black Mass (ídem, 2015), de Scott Cooper, complementado a su vez con una entrevista con su principal protagonista, Johnny Depp; Pan (Viaje a Nunca Jamás)(Pan, 2015), de Joe Wright; Hitman: Agente 47 (Hitman: Agent 47, 2015), de Aleksander Bach; Lejos de los hombres (Loin des hommes, 2014), de David Oelhoffen; Yo, él y Raquel (Me and Earl and the Dying Girl, 2015), de Alfonso Gómez-Rejón; Golpe de estado (No Escape, 2015), de John Erick Dowdle; Mi gran noche (2015), complementado con una entrevista con el realizador Álex de la Iglesia; Paranormal Activity: Dimensión Fantasma (Paranormal Activity: The Ghost Dimension, 2015), de Gregory Plotkin, que incluye una entrevistacon su productor, Jason Blum; y La camarera Lynn (Das zimmermädchen Lynn, 2014), de Ingo Haeb.


La información se completa con las secciones Primeras Fotos, con avances de Joy(2015), de David O. Russell, Legend (2015), de Brian Helgeland, y La chica danesa (The Danish Girl, 2015), de Tom Hooper; Series TV, con avances de The Leftovers T.2, The Walking Dead T.6, Ash vs. Evil Dead y The Flash T.2; Noticias; Stars; Ranking; Hollywood Boulevard y Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Él dice, ella dice; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Gran Vía y Se rueda, de Boquerini; Zona Sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Videojuegos, de Marc Roig; Además…; Críticas; Libros, de Antonio José Navarro; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


El estreno de Regresión es lo que me ha dado pie para dedicar el Cult Movie del mes a una de las películas más famosas de Amenábar, Los otros (2001): “Hay que reconocer que si una de las intenciones de Alejandro Amenábar era conseguir una película, como suele decirse, con proyección internacional, no hay más remedio que reconocer que con “Los otros” lo consiguió plenamente. “Los otros” es más un buen producto que una buena película. Sin duda alguna, es una producción solvente, excelentemente filmada, que se beneficia mucho de la calidad de un buen equipo técnico y de la buena labor de sus intérpretes. Pero, dejando aparte sus deudas con Henry James, Jack Clayton, Herk Harvey, M. Night Shyamalan, el Robert Wise de la magistral “The Haunting” (1963) o el Peter Medak de “Al final de la escalera” (1980), como film fantástico “Los otros” deja bastante que desear”.


También he contribuido a este número con el reportaje, comentado, de El rostro de un ángel (The Face of an Angel, 2014), un film de Michael Winterbottom harto polémico, por su presunta mediocridad (sic), y por el cual me atrevo a romper una lanza.


Este mes también firmo las críticas de Ricki (Ricki and the Flash, 2015), de Jonathan Demme (mucho mejor de lo que me esperaba de ella)…,


Una segunda oportunidad (En chance til, 2014), de Susanne Bier (muy interesante)…,


Everest (ídem, 2015), de Baltasar Kormákur (bastante floja)…,


…y Corazón silencioso(Stille hjerte, 2014), de Bille August (también interesante).


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Y los sueños, sueños son: “PHANTASMA”, de DON COSCARELLI

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[NOTA PREVIA: Aunque el argumento de esta película es sobradamente conocido, advierto que en el presente texto se revelan importantes detalles sobre su trama.] A pesar de su título, Phantasma (Phantasm, 1979); de que buena parte de su trama transcurre en el escenario de un suntuoso edificio funerario a modo de mausoleo, con sus paredes recubiertas de nichos, y rodeado por un enorme cementerio con toda su parafernalia de ataúdes, tumbas, criptas, lápidas y cruces de piedra; y de la presencia de un singular personaje al que tan solo conoceremos como el Hombre Alto (Angus Scrimm), notable por su capacidad para aparecer y desaparecer en los momentos más insospechados, y de salir siempre indemne aunque en una escena le amputan de un cuchillazo los dedos de una mano, de la cual brota una inesperada sangre amarillenta (sic); a pesar de todo eso, como digo, esta modesta película escrita y dirigida por Don Coscarelli no es un film sobre almas en pena, sino, como se desvela en sus escenas finales, ¡un relato de extraterrestres!



Viéndola desde la perspectiva de sus, por así llamarlos, planteamientos teóricos, Phantasma es un completo disparate que si alguna gracia tiene, insisto, desde este exclusivo punto de vista, es por el desparpajo de su propuesta. Ahí es nada mezclar la iconografía escenográfica habitual del cine de terror gótico con una resolución que apunta, directamente, hacia el género de la ciencia ficción: el propósito del Hombre Alto y su ejército de enanos encapuchados –en los cuales muchos han querido ver, no sin razón, una copia de los populares Jawas de La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977, George Lucas)—, y de los asesinatos perpetrados por el primero, no es sino engrosar el cómputo de cadáveres del cementerio, a fin de aprovechar los cuerpos sin vida para resucitarlos, y convertirlos en los enanos de marras, para que puedan resistir así (se dice) las elevadas temperaturas del planeta de origen del Hombre Alto. 


Todo ello aderezado con pintorescos detalles como el de esa ya legendaria bola voladora que recorre los pasillos de la casa de pompas fúnebres y se incrusta en el cráneo del primer incauto que se cruza en su vuelo, fijándose en la cara gracias a sus afiladas cuchillas antes de rematar la faena con un taladro que perfora las cabezas y va expulsando a chorros la sangre de sus víctimas por su parte trasera.

El tiempo no ha tratado del todo mal a este pequeño film de horror, más famoso por la mitología fandom creada a su alrededor que por sus méritos reales pero que, a pesar de sus cuantiosos defectos, no es una propuesta carente por completo de interés. Si a pesar de la pobreza de sus medios de producción, de sus pedestres efectos especiales, de sus mediocres intérpretes, y del tono kitschdel lanzamiento publicitario que conoció en el momento de su estreno (“¡Si esta película no le aterroriza, es que está usted muerto!”), Phantasma sigue viéndose con simpatía, eso se debe a un aspecto que todavía hoy es su mejor baza, y que compensa sus abundantes carencias: su carácter onírico. Recordemos su trazado argumental: al principio del relato, un joven, Tommy (Bill Cone), es asesinado en misteriosas circunstancias; a su funeral acude su mejor amigo, Jody (Bill Thornbury), acompañado a su vez de otro amigo suyo, Reggie (Reggie Bannister); Jody le comenta a Reggie que está preocupado por su hermano menor, Mike (A. Michael Baldwin, acreditado como Michael Baldwin), de 13 años, todavía traumatizado por la reciente muerte de los padres de ambos. Hacia el final de la película, descubriremos que absolutamente todo lo que hemos visto hasta ese momento no era sino una larguísima pesadilla de Mike; que no solo sus padres están muertos, sino también su hermano Jody, cuya presencia ha “exorcisado” en sus sueños; y que desde la muerte de Jody, Mike vive con Reggie, a quien también hemos visto “morir” a manos del Hombre Alto (dentro de la pesadilla de Mike), pero que en la “realidad” (la vigilia de Mike) continúa vivo. 


El famosísimo golpe de efecto final vuelve a introducirnos, inesperadamente, en el mundo de las pesadillas: el Hombre Alto se aparece en el dormitorio de Mike, y este es arrastrado hacia la oscuridad por unas garras que brotan de un espejo a sus espaldas…


La primera secuencia es un buen ejemplo del estilo a la vez tosco y directo del film. Es de noche. La cámara recorre un cementerio y se detiene en una lápida, tras la cual asoman las piernas de un hombre y una mujer, copulando; luego sabremos que el hombre es el tal Tommy, el amigo de Jody muerto en circunstancias que contemplaremos a continuación. La planificación alterna primeros planos de Tommy y de la mujer rubia sentada sobre él. De repente, la rubia empuña un cuchillo y asesina a Tommy. Antes de morir, la mirada del hombre se concentra en el rostro impasible de su asesina; una corta serie de primeros planos del rostro y los ojos de la rubia se cierra con un primer plano del Hombre Alto, sugiriendo algo que luego se confirmará: ¡que el Hombre Alto ha adoptado la forma (y el sexo) de la mujer rubia para acabar con su víctima!


Ya he mencionado que el contenido onírico de Phantasmaes lo que, paradójicamente, le confiere todo su sentido a su “sinsentido”, amén de justificar las aparentes insensateces de su guión: como todo en la película es un sueño, cualquier cosa es posible. Consciente de las posibilidades de este planteamiento, Coscarelli —en el que probablemente sea el más potable de sus trabajos, junto con El señor de las bestias (The Beastmaster, 1982)— se emplea a fondo a la hora de dinamitar la noción tradicional de “relato”, acumulando una detrás de otra una serie de imágenes, en ocasiones, no exentas de atractivo. Es el caso de esa aparición ligeramente ralentizada del Hombre Alto, paseando por las calles del pueblo, y deteniéndose brevemente ante el camión de helados de Reggie para disfrutar, por unos segundos, del vaho helado que sale de la puerta trasera del vehículo (detalle que, justo es reconocerlo, luego se justifica a nivel dramático cuando conocemos el dato sobre las elevadísimas temperaturas del planeta de origen del Hombre Alto); una imagen cuya irrealidad se justifica por el hecho de estar tomada desde el punto de vista subjetivo del joven Mike (recordemos: el “soñador” que está “soñando” la película).


Otra idea atractiva reside en todo lo que guarda relación con el misterioso portal que permite el acceso al mundo del Hombre Alto. Dicho portal se encuentra en una luminosa habitación de blancas paredes, con dos barras paralelas de metal puestas de pie. Mike introduce su mano entre ellas, y la misma desaparece en el interior de la nada. De pronto, el chico es absorbido por una fuerza invisible al interior de esa misma nada, y aparece sobrevolando el cielo escarlata del planeta del Hombre Alto, un mundo reseco y desértico donde los enanos encapuchados avanzan en una larguísima hilera que se pierde en el horizonte. Rescatado por Joy y Reggie, que le han sujetado a tiempo, Mike sabe que la única manera de desbaratar los planes del Hombre Alto es destruir ese portal. 


Secuencias atrás, hemos visto a Joy y Reggie tocando la guitarra y cantando una canción que el primero acaba de componer; luego, vemos a Reggie probando la acústica de su guitarra con un pequeño diapasón. A Reggie se le ocurre que las dos barras paralelas son, en efecto, una especie de diapasón; las toca al unísono y, de inmediato, cesa la vibración de la habitación, y todos los cuerpos de los enanos almacenados en barriles de plástico en esa misma habitación comienzan a salir disparados a través del portal hacia el planeta del Hombre Alto. La concepción de la secuencia es, por descontado, un delirio, pero a nivel estrictamente fantástico, funciona.


Hay otras cosas que funcionan en virtud de ese planteamiento todo-es-posible-dentro-del-mundo-de-los-sueños, caso de la popular escena en que Mike se va a dormir y tiene una breve pero intensa pesadilla en la que su cama se traslada mágicamente en medio del cementerio, con el Hombre Alto detrás de su cabecera y la brusca aparición de dos muertos vivientes que brotan del suelo a ambos lados de la cama y se arrojan sobre el muchacho. 


O ese bonito detalle de las viejas fotografías de tonos sepias que, al mirarlas, parecen “cobrar vida” (ergo, movimiento), descubriéndonos que el conductor de una antigua calesa fúnebre no es sino el Hombre Alto, mirando amenazadora hacia el objetivo de la cámara; lo cual, y a riesgo de exagerar (lo reconozco), casi parece un modesto precedente del plano que cierra El resplandor (The Shining, 1980, Stanley Kubrick). 


Otro momento, en cambio, roza el ridículo, por más que lo pedestre de su realización mueva a la simpatía: la secuencia en la que Mike, Jody y Reggie se enfrentan a una especie de raro engendro arácnido; en particular, esos planos en los que vemos a los actores gesticulando cuando fingen que la pequeña pero agresiva “cosa” que han envuelto en una chaqueta intenta escapar para atacarles. 


Pero, incluso en sus peores momentos, Phantasma nunca pierde de vista esa concepción ingenua pero efectiva, en virtud de la cual dentro del terreno de lo fantástico no hay nada que no sea posible incluir en una película donde lo único que marca los límites es la imaginación, sea cual fuere la extravagante manera en la que aquélla se manifieste.


“DIRIGIDO POR…” de OCTUBRE 2015, a la venta

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El número 459 de Dirigido por… dedica su portada a la primera entrega de un dossieren dos partes dedicado a François Truffaut, bajo el genérico Más de 30 años sin Truffaut. [Nota bene: La portada que reproduzco aquí no es la definitiva.]


La primera entrega del mencionado dossier se compone de los siguientes artículos: Volver, otra vez, a Truffaut, de Quim Casas; Cine y experiencia personal, de Carles Balagué; Cortometrajes, de Quim Casas; Truffaut actor, de Quim Casas; El ciclo Antoine Doinel, que ha escrito un servidor; y Truffaut se viste de negro, de Rafel Miret.


El estreno de Regresión (2015), cuya crítica rubrica Quim Casas, nos ha dado pie a incluir asimismo un estudio dedicado a su realizador, Alejandro Amenábar, que firma Héctor G. Barnés.


Otros destacados contenidos son las extensas reseñas de Marte (The Martian) (The Martian, 2015), de Ridley Scott, que ha escrito Antonio José Navarro; Taxi Teherán (Taxi, 2015), de Jafar Panahi, analizada por Aurélien Le Genissel; y La visita (The Visit, 2015), de M. Night Shyamalan, que también he escrito yo. El número se completa con la crónica del Festival de Cine de San Sebastián 2015, elaborada por Diego Salgado; la crónica del Festival de Cine de Toronto 2015, escrita por Marc Servitje; el comentario de True Detective T.2, a cargo de Quim Casas, para la sección Televisión; dentro de la sección Filmoteca, el artículo de Rafel Miret Orson Welles: Films inacabados y para televisión; la sección Home Cinema, con textos de Juan Carlos Vizcaíno Martínez, Quim Casas, Ramon Freixas, Tonio L. Alarcón, Antonio José Navarro y de nuevo un servidor; la sección Libros, con comentarios de Quim Casas, Ramon Freixas, Israel Paredes Badía y Diego Salgado; la sección Banda Sonora, de Joan Padrol; y la sección Cinema Bis, donde abordo un comentario del film de Eugenio Martín Pánico en el Transiberiano(1972).


Como digo, mi contribución a este número consiste, en primer lugar, en el artículo dedicado a El ciclo Antoine Doinel, dentro del dossier François Truffaut.


Al mismo le sigue una crítica extensa de la magnífica película de M. Night Shyamalan La visita.


También firmo una serie de críticas de recientes estrenos: Atrapa la bandera (2015), de Enrique Gato…;


Corazón silencioso (Stille hjerte, 2014), de Bille August, que ya comenté, en versión reducida, en el último número de Imágenes de Actualidad(1)…;


Una segunda oportunidad (En chance til, 2014), de Susanne Bier, asimismo reseñada en versión pequeña en Imágenes de Actualidad(1)…;


…y ma ma (2015), de Julio Medem, según como se mire, bastante más “aterradora” que La visita.


Asimismo comento, para la sección Home Cinema, dos películas de Clarence Brown: La bella libertina (The Gorgeous Hussy, 1936) y La delicia de los idiotas (Idiot’s Delight, 1939).


Y, para la sección Cinema Bis, el entrañable film de Eugenio Martín Pánico en el Transiberiano.



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El paso del tiempo: “VIAJE A SILS MARIA”, de OLIVIER ASSAYAS

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Si no fuera por el notable interés de su propuesta, y sobre todo por un puñado de momentos magníficos que refuerzan y consolidan ese mismo interés, casi me sentiría tentado de afirmar (aún a riesgo de que parezca una boutade) que Viaje a Sils Maria (Sils Maria/ Clouds of Sils Maria, 2014) no está, ni por asomo, a la altura de su prestigio, o cuanto menos, que sin ser ni mucho menos despreciable, no hay para tanto. Vaya por delante, insisto, en que me ha parecido una muy interesante película en sus líneas generales, superior sin ir más lejos a la anterior propuesta de Olivier Assayas, la meramente simpática Después de mayo (Après mai, 2012), pero menos atractiva y sugerente que el mejor trabajo que le conozco hasta la fecha, Las horas del verano (L’heure d’été, 2008) (1).


Acabo de mencionar el adjetivo “sugerente”. En Viaje a Sils Maria hay buenas sugerencias, o mejor dicho, buenas ideas sugeridas; luego volveremos sobre ellas. Pero también acumula un puñado de conceptos mal planteados y peor resueltos, y subrayo mi sorpresa procediendo de un realizador tan directo y poco pretencioso como Assayas, quien hasta la fecha ha sabido labrarse una excelente filmografía sin caer en ninguna de las torpezas en las que, a ratos, incurre en Viaje a Sils Maria, por más que varias de las mismas obedezcan a una intención deliberada. Algunos de esos defectos se derivan, paradójicamente, de uno de sus aspectos más atractivos: lo que el film tiene de discurso soterrado o en segundo término sobre el estado actual del cine, personificado/ simbolizado en las figuras de sus dos principales protagonistas: Juliette Binoche, que interpreta a la veterana actriz de teatro y cine Maria Enders, y Kristen Stewart, que se hace cargo de la asistente personal de la anterior, Valentine.


El contraste entre Binoche y Stewart da pie a una digresión sobre el cine que, de tan obvia, roza el sonrojo. Binoche ha sido y, para muchos (entre los que no me incluyo), sigue siendo el paradigma de la actriz versátil, hipersensible y polifacética al servicio del así llamado “cine de autor”, preferentemente de nacionalidad europea. En cambio, Stewart vendría a representar todo lo contrario: el símbolo de la estrella de Hollywood pagada de sí misma (y “pagada” con muchos millones de dólares), puesta antes al servicio del comercio que del arte (algo que, si se conoce bien la carrera de Stewart, principalmente enfocada hacia el cine indieestadounidense y dejando aparte su participación en la saga Crepúsculo y similares, está más lejos de la realidad de lo que pueda parecer a simple vista). Sería fácil pensar que ambas actrices, en cierto sentido, se interpretan a sí mismas, o mejor dicho, a las imágenes mayoritariamente popularizadas que corren sobre ellas. De hecho, hay momentos en que la película juega con ese contraste: la escena en la que Maria y Valentine se bañan en el lago, la primera desnuda y la segunda en ropa interior, se erige en una especie de compendio de esas imágenes preconcebidas/ prefabricadas: Binoche se arroja al agua sin ropa, consciente a sus 50 años que nada tiene que esconder ni demostrar a estas alturas de su carrera, mientras que Stewart no se quita ni sostenes ni bragas porque su desnudo probablemente es de los que se venden caro, mucho más de lo que los productores de Viaje a Sils Maria se podrían permitir.


Por otro lado, ese contraste, digamos, “metafílmico” no se da únicamente entre Binoche y Stewart, sino también (y de una manera mucho más sutil) entre Binoche y una fugaz Angela Winkler, quien interpreta a Rosa Melchior, la reciente viuda de Wilhelm Melchior, el autor de La serpiente de Maloja, la misma pieza teatral que veinte años atrás lanzó al estrellato a Maria Enders. Puede decirse que casi hay tanta distancia entre las carreras de Binoche y Stewart como entre la de la primera y Winkler, quien fuera la heroína de varios títulos representativos del Nuevo Cine Alemán: El honor perdido de Katharina Blum (Die verlorene ehre der Katharina Blum, 1975, Volker Schlöndorff y Margarethe von Trotta), Alemania en otoño(Deutschland im herbst, 1978, VV.AA.), La mujer zurda (Die linkshändige frau, 1978, Peter Handke), El cuchillo en la cabeza (Messer im kopf, 1978, Reinhard Hauff), El tambor de hojalata (Die blechtrommel, 1979, Schlöndorff)… Otro cine, otra época. 
   

No son los únicos contrastes existentes en el film. Hay otro, más de brocha gorda todavía, que a punto está de destrozar la película. Me refiero al que se produce entre Maria y Jo-Ann Ellis (Chlöe Grace Moretz, la mejor del reparto), la actriz hollywoodiense de 19 años elegida para ser la protagonista de un nuevo montaje de La serpiente de Maloja. Jo-Ann, su mundo, su forma de vivir y de entender la existencia son la antítesis de Maria: bebe, se droga, folla, se ve envuelta en frecuentes escándalos por su comportamiento y sus comentarios soeces, y sobre todo, es la comidilla de la “prensa del corazón” y trending topic constante en la Internet. Para más inri, Jo-Ann acostumbra a protagonizar superproducciones de Hollywood de bajísimo nivel intelectual; concretamente, ¡horror!, de superhéroes. Todo ello da pie a Assayas para incorporar una serie de burlescas escenas supuestamente sacadas de Internet y centradas en Jo-Ann y su excéntrica conducta, y en particular, una horrible secuencia de uno de los supuestos films de temática “superheroica” de la actriz. Más allá del hecho, claro está, de que el personaje y la presencia de Chlöe Grace Moretz sea un guiño malicioso a la participación de esta actriz en las dos entregas de Kick-Ass en particular y al cine de superhéroes en general, el resultado me parece demasiado facilón e impropio de un Assayas que hasta la fecha, tanto en sus películas como en sus declaraciones a la prensa, jamás se había mostrado tan burdamente pretencioso. Fernando Trueba le aplaudiría con ganas.


Por suerte, y como explicaba al principio, el interés de Viaje a Sils Maria no termina ahí. Dejando aparte ese comentario coyuntural sobre Internet y el actual cine de superhéroes, que como tales nacen viejos y desfasados al estar expresados de manera tan superficial, el film de Olivier Assayas vuelve a ser —como, de una manera u otra, ya lo eran Irma Vep (1996), Finales de agosto, principios de septiembre (Fin août, début septiembre, 1998), Les destinées sentimentales (2000), Clean(2004), Boarding Gate (2007) (2), Las horas del verano y Después de mayo— un relato sobre el paso del tiempo. Maria Enders ha recibido la oferta de protagonizar junto con Jo-Ann Ellis un nuevo montaje teatral de La serpiente de Maloja, la obra de Wilhelm Melchior que narra la tensa relación profesional y también amorosa que se da entre dos mujeres, la primera de ellas joven y decidida que acaba de entrar en una gran empresa dirigida, precisamente, por la otra mujer, mayor que ella; como digo, Maria alcanzó la fama encarnando a la mujer joven, pero ahora, veinte años más tarde, lo que el director de teatro y cine Klaus Diesterweg (Lars Eidinger) le propone es que interprete a la mujer mayor, cediéndole el papel de la joven a Jo-Ann. En un primer momento, Maria se niega a aceptar la oferta, dice, porque ella conoce perfectamente el papel del personaje joven de la obra que la lanzó a la fama y no sabe cómo interpretar al de la mujer mayor. No cuesta demasiado ver en esa negativa inicial un deseo inconsciente de negarse a aceptar algo obvio: que, veinte años después, ya no puede interpretar a una chica de 18 años porque ya dobla esa edad: porque se ha hecho vieja. Pero no es solo que Maria sea incapaz de aceptar su madurez. Lo que la deja perpleja es más bien el hecho de sentirse todavía una persona con mentalidad joven o juvenil, para descubrir que, a ojos del resto del mundo, ya es “vieja”.


La reflexión que lleva a cabo Assayas sobre ese discurrir del tiempo tiene matices muy complejos. Por un lado, Maria tiene una identificación personal con la joven protagonista de La serpiente de Maloja por varias razones: no solo porque protagonizó esa pieza cuando tenía la misma edad del personaje, sino sobre todo porque el autor de la obra, Wilhelm Melchior, la escribió teniéndola a ella en mente. Nunca queda del todo claro si, en el pasado, Maria y Melchior fueron amantes, pero lo que resulta diáfano es que entre ambos existía un gran afecto. A mayor ahondamiento, la película empieza mostrándonos a Maria y Valentine viajando en tren para asistir a un homenaje que se le va a rendir a Melchior; con tan mala suerte que, poco antes de llegar a su destino, Maria recibe la noticia de que Melchior acaba de morir… De este modo, lo que al principio iba a ser un cálido reencuentro con un viejo amigo (o un antiguo amante), se convierte en un acto fúnebre: la muerte interfiere, siempre inoportuna, en la vida, y le recuerda a Maria su madurez, y de paso, su mortalidad. Puede interpretarse esa negativa inicial a encarnar a la mujer mayor de La serpiente de Malojacomo una resistencia de la protagonista a aceptar, una vez alcanzada lo que se conoce como “mediana edad”, que ya se encuentra más cerca de la muerte que de la juventud: encarnar a esa mujer mayor es como una especie de paso previo a su propia desaparición.


La relación entre Maria y Valentine termina de completar dicho discurso. Muy significativas resultan las secuencias (espléndidas) en las que, con la ayuda de Valentine, Maria ensaya el papel de la mujer mayor de La serpiente de Maloja. La primera da la réplica a la segunda, recitando o leyendo el papel de la joven protagonista de la pieza de Melchior: para “darle el pie” a Maria, como se dice en argot teatral. Pero Assayas reviste estas secuencias de una atractiva ambigüedad, construyéndolas de tal manera que, en más de una ocasión, parece que a lo que estamos asistiendo no es a un ensayo teatral, sino más bien (o simultáneamente) a un duelo entre Maria y Valentine: un enfrentamiento dialéctico que tiene mucho, claro está, de enfrentamiento generacional. Esto último queda muy claro cuando, después de haber ido al cine a ver la última “película de superhéroes” protagonizada por Jo-Ann Ellis, Maria y Valentine se van a tomar una copa, y la primera no puede evitar reírse a carcajadas de los intentos de la segunda de analizar el estúpido film que acaban de ver, pretendiendo encontrarle una profundidad de la que, para Maria, carece.


A medida que avanzan los ensayos, las discusiones entre Maria y Valentine, interpretando a las protagonistas de La serpiente de Maloja, van dando paso a las conversaciones, primero, y disputas, después, que se dan entre ambas mujeres, como consecuencia de sus diferentes maneras de entender la vida. Es significativo ese momento en que Maria espía a Valentine mientras esta duerme, ebria y echada sobre la cama con los pantalones a medio bajar, dejando al descubierto su trasero apenas cubierto por un pequeñísimo tanga: lo que fascina a Maria de Valentine no es, como pueda parecer a simple vista, su cuerpo (aunque el eco de la relación de las protagonistas de La serpiente de Malojapueda sugerir la existencia de un componente lésbico), sino el hecho de tratarse de una joven cuyo sentido de la existencia no coincide para nada con el suyo. Valentine es, para Maria, alguien que habla con admiración del cine de superhéroes (sic); que tiene una vida sentimental en apariencia tan desordenada como la de la promiscua Jo-Ann (la noche que Maria la observa tirada en la cama, Valentine acaba de regresar de una cita amorosa que, a juzgar por todos los indicios, ha salido mal); y que viste de una manera que la asombra.


Buena parte de la acción de Viaje a Sils Mariatiene lugar en el enclave que proporciona su nombre al título del film: una localidad situada en el cantón suizo de Graübunden, también conocida con el nombre de Sils im Engadin, cerca del paso de Maloja, lugar donde se produce el curioso fenómeno meteorológico de “la serpiente de Maloja”, una corriente de nubes que atraviesa un paso montañoso adoptando una forma parecida a la de un reptil y que, claro está, da título a la obra de teatro del malogrado Wilhelm Melchior. En ausencia de la viuda de este último, Maria y Valentine se alojan en la vivienda del difunto, lo cual contribuye a reforzar el peso emocional del pasado que ahora agobia a Maria. La primera vez que vemos a Maria subiendo a lo alto de la montaña es en compañía de Rosa Melchior. Entonces, Assayas inserta un plano general tomado de manera que vemos a ambas mujeres apareciendo tras el horizonte después de haber subido a pie una colina. Mucho más tarde, cerca del final del relato, Assayas muestra a Maria y Valentine subiendo esa misma montaña para presenciar el fenómeno de la “serpiente de Maloja”, e inserta un plano general con la cámara colocada exactamente en el mismo ángulo del que hemos visto antes con Maria y Rosa, solo que ahora es tan solo Maria la que sube por la colina: detrás suyo, Valentine ha desaparecido. Maria intenta buscarla, pero nunca la encuentra. ¿Valentine ha desaparecido misteriosamente? ¿O, sencillamente, desaparece del relato, y por ende de la vida de Maria, cuando su función como ayudante de esta última, su función de contraste con Maria, su función como personaje, ha concluido?


La extraña desaparición de Valentine de la vida de Maria viene a ser una especie de simbólico anticipo de la secuencia final de Viaje a Sils Maria, que tiene lugar tiempo después durante los ensayos del nuevo montaje teatral de La serpiente de Maloja protagonizada por Maria Enders y Jo-Ann Ellis. Tras ensayar una dramática escena, Maria le comenta a Jo-Ann si le importaría dejarle hacer un pequeño gesto destinado a recalcar el solitario destino de su personaje de mujer mayor tras haber sido abandonada por su joven amante. Pero Jo-Ann se niega a concederle ese minúsculo momento de lucimiento, y con una hipócrita sonrisa de suficiencia en los labios, le explica que eso no es necesario: que el personaje interpretado por Maria no es el centro de atención de la obra, sino el encarnado por Jo-Ann. O dicho de otra manera: que el personaje de la mujer mayor ya no le importa a nadie porque la propia Maria Enders tampoco le importa a nadie. El film concluye con una imagen de Maria, sentada en una silla, y dándose cuenta de que, probablemente, en el pasado ella también fue una imbécil joven, arrogante y con ganas de comerse el mundo, y que acaba de ser reemplazada y avergonzada por otra imbécil que, a su vez, en el futuro, será sustituida y humillada por la nueva imbécil de turno.      

(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2010/04/dos-films-de-olivier-assayas-clean-y.html

Mi comentario de “REGRESIÓN”, de ALEJANDRO AMENÁBAR, para “CAMBIO 16”

Almas solitarias: “IRRATIONAL MAN”, de WOODY ALLEN

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] De un tiempo a esta parte se ha convertido en un lugar común el afirmar que el cine de Woody Allen ya no es tan creativo, arriesgado ni experimental como era antes (ni tan bueno). Pero, claro, todo depende del color con que se mire, pues incluso en sus momentos, digamos, álgidos de apreciación crítica, entre finales de los setenta y hasta bien entrados los años noventa —para entendernos, entre Annie Hall (ídem, 1977) y Balas sobre Broadway (Bullets over Broadway, 1994)—, lo cierto es que su cine resultaba tan irregular como lo es ahora, pues incluso en esos supuestos “años dorados” a Annie Hall le seguía un melodrama tan mediocre como Interiores (Interiors, 1978); a Hannah y sus hermanas (Hannah and her Sisters, 1986), dos obras tan discutibles como Días de radio (Radio Days, 1987) y September (ídem, 1987), esta última particularmente fallida, o una tan sobrevalorada como Otra mujer(Another Woman, 1988); y entre dos films tan magníficos como Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors, 1989) y Sombras y niebla(Shadows and Fog, 1991) —este, para mi gusto, su mejor trabajo junto con Manhattan (ídem, 1979)—, se insertaba una pieza tan poco conseguida como Alice(ídem, 1990). Decir, como se dijo en una época, que cada nueva película de Allen era una obra maestra estaba fuera de lugar; pero afirmar que ahora no se encuentra en su mejor nivel también me parece inexacto.


El balance del cine de Allen de estas últimas dos décadas no me parece que esté en absoluto tan por debajo de la media de los tiempos en los que era más apreciado. Ya me he expresado en más de una ocasión a favor de Match Point (ídem, 2005), El sueño de Cassandra (Cassandra’s Dream, 2007), la siempre denostada Vicky Cristina Barcelona (ídem, 2008) (1), Conocerás al hombre de tus sueños(You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010) (2), Midnight in Paris (ídem, 2011) y Magia a la luz de la luna (Magic in the Moonlight, 2014), estas tres últimas mucho mejores de lo que se dijo. También lo he hecho a favor de Blue Jasmine(ídem, 2013) (3), mejor considerada que las anteriores gracias en no poca medida a la excepcional interpretación de su actriz protagonista, Cate Blanchett. No puedo hablar tan bien de la muy mediocre Scoop (ídem, 2006), o de las discretas Si la cosa funciona(Whatever Works, 2009) (4) y A Roma con amor (To Rome with Love, 2012) (5).


Llegado el momento de comentar Irrational Man(ídem, 2015), su última propuesta hasta la fecha, si hay algo que, de entrada, me ha llamado la atención positivamente de esta película es el hecho de que Allen siga conservando, mal que pese y por mucho que se haya dicho lo contrario, el talante experimentador que siempre ha recorrido, con mejor o peor fortuna, el conjunto de su filmografía. Lo que más me ha interesado de Irrational Man no es el hecho de que, por más que haya sido promocionada de esa manera, no se trate de una comedia, si bien tampoco es un drama en sentido estricto (como tampoco lo eran, para no retroceder demasiado atrás en el tiempo, ni Conocerás al hombre de tus sueños ni Blue Jasmine); ni tampoco el hecho de que recupere, en parte, el toque de thriller policíaco que tan bien empleó en Delitos y faltas o, en clave de comedia —esta sí, y de las buenas—, en Misterioso asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mystery, 1993). Todo esto está muy bien en sí mismo considerado, pero nada que Allen no haya ensayado en otras ocasiones. Me parece más interesante el empleo de la voz en off, siempre tan impopular, el hecho de que en Irrational Man no haya una, sino dos voces over, exponiendo en voz alta los pensamientos de sus principales protagonistas, Abe (Joaquin Phoenix) y Jill (Emma Stone), y construyendo a partir de las mismas buena parte del sentido del relato.


Abe es un profesor de filosofía que acaba de ser trasladado a la universidad donde estudia Jill, más joven que él. Escéptico y alcoholizado, Abe no cree en muchas de las cosas que enseña y está convencido de que su existencia es una pura banalidad. Por puro tedio, mantiene una relación sexual esporádica con Rita (Parker Posey), una mujer casada tan aburrida como él de su rutina cotidiana. Por su parte, Jill lleva una existencia, en apariencia, diametralmente opuesta: es joven y llena de ilusiones, y tiene un novio, Roy (Jamie Blackley), con el que tiene planes de convivencia y/ o boda a corto plazo. Pero, cada uno a su manera, Abe y Jill son inconformistas. Ambos son, en el fondo, dos solitarios que buscan paliar de distinta manera esas soledades: Abe, con el alcohol y el sexo (por orden de preferencia); Jill, concentrándose en sus estudios, como si intentara descubrir en ellos esa entelequia llamada sentido de la vida. Como digo, la voz en off de ambos personajes nos describe sus inquietudes más íntimas y personales por separado. Resulta casi natural que entre ellos acabe surgiendo una relación: los dos se sienten atraídos el uno por el otro porque se reconocen mutuamente entre sí como dos inadaptados sociales que no terminan de encajar en un mundo que no comprenden ni les comprende. Jill se siente fascinada por Abe y su conducta antisocial e inconformista, todo lo contrario de su novio Roy, serio-y-formal donde los haya; y a Abe le gusta Jill porque ve en ella la vieja llama que prendió en su interior cuando era más joven. Jill termina enamorándose de Abe, si bien este último insiste en rechazar una y otra vez sus avances amorosos, no tanto por los años que les separan (tampoco tantos) como, sobre todo, por la conciencia que tiene Abe de su imposibilidad de recuperar la ilusión de la juventud que caracteriza a Jill, a la que teme impregnar de sus tristeza y nihilismo: a la que teme estropear.


Una vez consolidada la peculiar naturaleza de la relación entre Abe y Jill, esa mezcla de fascinación intelectual y amor no correspondido, el relato da un giro inesperado que provoca una sorprendente evolución en el carácter de unos personajes, hasta ese momento, en cierto sentido, estancados el uno en el otro. Tomando algo en una cafetería, Abe y Jill oyen a sus espaldas la conversación de un grupo de personas sentado en una mesa contigua a la suya. Una mujer llamada Carol (Susan Pourfar) les explica a tres amigos suyos (Gary Wilmes, David Aaron Baker y Nancy Villone) que su exmarido está a punto de arrebatarle la custodia de sus hijos menores de edad gracias a que es buen amigo de un tal juez Spangler (Tom Kemp), el magistrado encargado de juzgar el procedimiento de custodia, y que sabe que se la concederá al padre de los niños aun sabiendo que aquél jamás los cuidará como hasta ahora ha hecho la madre. Eso provoca que en la mente de Abe germine una sorprendente idea: asesinará al juez Spangler, a fin de evitar que esa pobre mujer pierda a sus pequeños y que un padre desalmado se salga con la suya.


Como siempre en Allen, no es ajena a esa situación la pincelada intelectual tan característica de él, introducida en los diálogos secuencias atrás, relativa a la figura de Fiodor Dostoyevski y a una de sus más famosas novelas, Crimen y castigo. Lo que mueve al protagonista masculino de Irrational Mana cometer el asesinato del juez Spangler es comparable, hasta cierto punto, con la decisión de matar del protagonista de Crimen y castigo. La gran diferencia estriba en que, tras cometer el crimen, Abe no solo no siente el menor remordimiento de conciencia, sino que incluso llega a barajar muy seriamente… la posibilidad de matar a Jill tan pronto como esta termina enterándose de que es el responsable de un asesinato, y sufre en su lugar esos remordimientos, conminándole una y otra vez de que tiene que entregarse a la policía. Puede afirmarse que, en cierto modo, la personalidad del protagonista de Crimen y castigose divide así en la de los dos protagonistas de Irrational Man, de ahí la absoluta coherencia del uso de dos voces en off para expresar los pensamientos/ sentimientos de dos seres humanos que creían estar muy cerca el uno del otro, hasta que acaban descubriendo que eso no era más que una ilusión. ¿Cuántas relaciones de pareja no tienen, en mayor o menor medida, un componente de autoengaño por parte de sus componentes?


Esta es, si cabe, la más amarga de las conclusiones a las que llega esta interesante película que es Irrational Man, crónica del proceso de reconocimiento de dos seres humanos convencidos de que había un vínculo sólido e inquebrantable entre ellos, forjado a base de respeto intelectual y sentimental, y que al final acaban descubriendo cómo se alza entre ellos una barrera infranqueable: nada más concebir la idea del crimen, durante su ejecución y después del mismo, el carácter de Abe sufre una notable transformación, convirtiéndose en una persona más alegre y optimista, absolutamente convencido como está de que por fin ha encontrado un sentido a su existencia; en cambio, cuando Jill consigue que Abe le confirme sus sospechas, revelándole la autoría del asesinato del juez, es la hasta entonces simpática, vitalista y dicharachera muchacha la que cambia, convirtiéndose en alguien repleto de temores y dudas, de miedos e incertidumbres. Un momento magnífico al respecto es aquél en el que Jill mira en la distancia a Abe, de pie y a la orilla de un lago: en uno de los planos más bellos del último cine de Allen, Abe aparece desde el punto de vista de Jill como una figura borrosa, distorsionada por la luminiscencia que la luz del sol arranca de la superficie del agua, a tono con esa nueva perspectiva que ahora tiene Jill de él: para la muchacha, Abe ahora es, asimismo, un hombre “borroso”, de contornos morales y éticos poco claros. 




“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de NOVIEMBRE 2015, a la venta

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Una espectacular imagen promocional de Jennifer Lawrence en Los juegos del hambre: Sinsajo – Parte 2(The Hunger Games: Mockingjay – Part 2, 2015), de Francis Lawrence, es la portada del núm. 362 de Imágenes de Actualidad.  


Otros destacados reportajes de estrenos previstos para las próximas semanas son los de: SPECTRE(ídem, 2015), de Sam Mendes, que se complementa con el artículo Groovy Bond Girls!; Sicario(ídem, 2015), de Denis Villenueve, complementado a su vez con una entrevista con uno de sus protagonistas, Benicio Del Toro, y con un retrato de su principal protagonista, Emily Blunt; Ocho apellidos catalanes (2015), de Emilio Martínez-Lázaro; El viaje de Arlo (The Good Dinosaur, 2015), de Peter Sohn; Sinister 2 (ídem, 2015), de Ciaran Foy; Straight Outta Compton (ídem, 2015), de F. Gary Gray; Deuda de honor (The Homesman, 2014), de y con Tommy Lee Jones; Coche policial (Cop Car, 2015), de Jon Watts; Una pastelería en Tokio(An, 2015), de Naomi Kawase; Isla Bonita (2015), de y con Fernando Colomo; The Assassin (Nie Yinniang, 2015), de Hou Hsiao-hsien; y Dragon Ball Z: La resurrección de F (Dragon Ball Z: Fukkatsu no F, 2015), de Tadayoshi Namamuro.


A todo ello hay que añadir las secciones Primeras Fotos, con avances de El libro de la selva (The Jungle Book, 2016, Jon Favreau), La hora decisiva (The Finest Hours, 2015, Craig Gillespie), Buscando a Dory (Finding Dory, 2016, Andrew Stanton y Angus MacLane), y ¡Ave, César! (Hail Caesar!, 2015, Joel y Ethan Coen); Series TV, con avances de Jessica Jones T.1 (complementado este último con entrevistas a dos de sus protagonistas, Krysten Ritter y David Tennant), Daredevil T.1, y Unbreakable Kimmy Schmidt T.1; Noticias; Stars; Ranking; Hollywood Boulevardy Hollywood Babilonia, de Nacho González Asturias; Él dice, ella dice; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Gran Vía y Se rueda, de Boquerini; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Además…; Críticas; Libros, de Antonio José Navarro; y BSO y DVD & Blu-ray, de Ruiz de Villalobos.


Nunca digas nunca jamás (Never Say Never Again, 1983), de Irvin Kershner, es el Cult Movie que he escrito este mes como consecuencia, claro está, del próximo estreno de la nueva película de la serie James Bond, SPECTRE: ““Nunca digas nunca jamás” tiene una relativamente exagerada «buena fama», hasta el punto de estar todavía hoy considerada una de las mejores películas de la serie Bond. No pretendo afirmar lo contrario, pues en honor a la verdad la película de Kershner tiene muchos puntos a su favor: no solo, por descontado, la recuperación de Connery en el papel del agente 007 (a pesar de que su maquillaje y peluquín le confieren un inquietante parecido físico con Paco Morán), sino también su atractivo elenco, sus excelentes medios de producción, sus logradas escenas de acción y, sobre todo, la ligereza y agudo sentido del humor de los que hace gala la propuesta gracias, en no poca medida, al talento narrativo de Kershner”.


Firmo, asimismo, las críticas de (la magnífica) La cumbre escarlata (Crimson Peak, 2015), de Guillermo del Toro…,


…(la interesante) El desconocido (2015), de Dani de la Torre…,


…y (la aceptable) Regresión(2015), de Alejandro Amenábar.



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¡FELIZ HALLOWEEN!

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“Los vampiros del mar (Piraña II)”, de James Cameron:


“Arrástrame al infierno”, de Sam Raimi + “Anticristo”, de Lars von Trier (1ª parte):


“Arrástrame al infierno”, de Sam Raimi + “Anticristo”, de Lars von Trier (2ª parte):


“[Rec] 2”, de Jaume Balagueró y Paco Plaza:


“Suspiria”, de Dario Argento:


“Phenomena”, de Dario Argento:


“Paranormal Activity”, de Oren Peli:


“Paranormal Activity” (los finales alternativos):


“La herencia Valdemar”, de José Luis Alemán:


“El hombre lobo”, de Joe Johnston:


“El circo de los extraños”, de Paul Weitz:


“The Mermaids of Tiburon”, de John M. Lamb:


“Pesadilla en Elm Street (El origen)”, de Samuel Bayer + “Splice: Experimento mortal”, de Vincenzo Natali:


“Los ojos de Julia”, de Guillem Morales:


“Inferno”, de Dario Argento:


“Paranormal Activity 3”, de Henry Joost y Ariel Schulman + “La cosa” (2011), de Matthijs van Heijningen Jr.:


“La mujer de negro”, de James Watkins:


“[Rec] 3: Génesis”, de Paco Plaza:


“Twixt”, de Francis Ford Coppola:


“Prometheus”, de Ridley Scott:


“La brigada de los maleficios” (episodio “Los colmillos de Alexis”):


“The Lords of Salem”, de Rob Zombie:


“Fin”, de Jorge Torregrossa:


“Mamá”, de Andy Muschietti:


“La cabaña en el bosque”, de Drew Goddard:



“Posesión infernal” (2013), de Fede Álvarez:


“Expediente Warren”, de James Wan:


“The Purge: La noche de las bestias”, de James DeMonaco:


“Guerra Mundial Z”, de Marc Forster:


“Frankenstein Unbound”, de Roger Corman:


“Byzantium”, de Neil Jordan:


“Las brujas de Zugarramurdi”, de Álex de la Iglesia:


“[Rec]”, de Jaume Balagueró y Paco Plaza + “Haunted”, de Lewis Gilbert:


“Carrie”, de Kimberly Peirce:


“Solo los amantes sobreviven”, de Jim Jarmusch:


“I Am a Ghost”, de H.P. Mendoza:


“Las brujas de Eastwick”, de George Miller:


“Under the Skin”, de Jonathan Glazer:


“It Follows”, de David Robert Mitchell:


“El exorcista”, de William Friedkin:


“Los cronocrímenes”, de Nacho Vigalondo:


“Fantasmas de Marte”, de John Carpenter:


“Phantasma”, de Don Coscarelli:




“DIRIGIDO POR…” de NOVIEMBRE 2015, a la venta

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El puente de los espías (Bridge of Spies, 2015), cuyo estreno en España está anunciado para el 4 de diciembre, es la película de portada del núm. 460 de Dirigido por…, cuya crítica, firmada por Diego Salgado, se ofrece avanzada como primicia. Dicha reseña se complementa con una entrevistacon el realizador del film, Steven Spielberg.


El dossier Más de 30 años sin Truffaut dedica su segunda y última entrega a la obra de François Truffaut, dividida en esta ocasión en los siguientes contenidos: Truffaut y la Nouvelle Vague (Joaquín Vallet Rodrigo), Una cierta tendencia crítica (Quim Casas), El amor: ¿solución de un problema o problema sin solución? (Ramon Freixas y Joan Bassa), Confesiones a la luz de las velas (Ricardo Aldarondo), El arte como artificio(Antonio José Navarro), Entre libros y pieles (Tonio L. Alarcón), La herencia de Truffaut (Israel Paredes Badía), El hombre que amaba la música (Joan Padrol), Truffaut en la cinemateque (Rafel Miret) y filmografía (Jaume Genover).


También aparecen destacadas las críticas de La cumbre escarlata (Crimson Peak, 2015), de Guillermo del Toro [Carlos Tejeda]; SPECTRE (ídem, 2015), de Sam Mendes [Carlos Tejeda]; Sicario(ídem, 2015), de Denis Villenueve [Diego Salgado]; Deuda de honor (The Homesman, 2014), de Tommy Lee Jones [Héctor G. Barnés]; Una pastelería en Tokio(An, 2015), de Naomi Kawase [Óscar Brox]; y The Assassin (Nie yin niang, 2015), de Hou Hsiao-hsien [Quim Casas].


El número se completa con la crónica del Festival de Sitges 2015[Roberto Alcover Oti]; el comentario de la serie Les Revenants (ídem, 2012-2015), dentro de la sección Televisión[Quim Casas]; las dos versiones de la novela de Lion Feuchtwanger El judío Süss, firmadas por Lothar Mendes (1934) y Veit Harlan (1940), dentro de la sección En busca del cine perdido [Antonio José Navarro]; las necrológicas de John Guillermin [escrita por un servidor] y Chantal Akerman [Quim Casas], para la sección In Memoriam; la sección Home Cinema [Juan Carlos Vizcaíno Martínez, Tonio L. Alarcón, Quim Casas, Antonio José Navarro y, de nuevo, un servidor]; las secciones de Librosy de Banda sonora [Joan Padrol]; y el comentario del film de Gordon Parks Jr. Super Fly (1972), dentro de la sección Cinema Bis [Antonio José Navarro].


Contribuyo a este número de Dirigido por… con algunos textos para la sección de críticas. En primer lugar, la del excelente film de John Erick Dowdle Golpe de estado (No Escape, 2015)…;


…y luego, las de los bastante menos conseguidos Pan (Viaje a Nunca Jamás) (Pan, 2015), de Joe Wright…,


…y Segundo origen (Segon origen, 2015), de Carles Porta y Bigas Luna.


Firmo, también, la necrológica del malogrado cineasta británico John Guillermin.


Asimismo, he hecho un pequeño comentario del gran film dirigido por Laurence Olivier Ricardo III (Richard III, 1955), para la sección Home Cinema.


Y otro, para la sección Cine On-Line, de Under the Skin (2013), de Jonathan Glazer, sobre la cual ya hablé extensamente en este blog (1).


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Las MEJORES PELÍCULAS de 2014-2015, según “DIRIGIDO POR…”

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Tal y como ya hizo el año pasado (1), la Filmoteca de la Generalitat de Catalunya pidió a la revista Dirigido por… una lista de las diez mejores películas estrenadas en cines en España, en este caso entre el 31 de octubre de 2014 y el 31 de octubre de 2015, con vistas a realizar, a partir de esa lista y de las solicitadas a otros medios, un ciclo con las mejores películas del último año estrenadas, insisto, entre esas fechas, de ahí que el lector pueda echar en falta films notorios que ya se habrán estrenado o se estrenarán en cines españoles entre el 1 de noviembre y el 31 de diciembre de 2015, ausentes en virtud del criterio establecido por Filmoteca. El resultado, susceptible de no ser compartido (¡como debe ser!), vuelve a ser producto de un simple cálculo matemático, consistente en sumar las puntuaciones de las películas estrenadas en ese período que aparecen mensualmente en el Cuadro Crítico de la revista. La lista solicitada era, de nuevo, de diez títulos, pero el resultado final es, una vez más, de catorce películas, como consecuencia de los empates de votos en los puestos números 8 (tres films) y 10 (otros tres); las películas más votadas, de menor a mayor, son:


En el número 10: empate entre MAPS TO THE STARS, de David Cronenberg (2),…


JAUJA, de Lisandro Alonso, y…


DEL REVÉS, de Pete Docter y Ronnie del Carmen.


En el número 9: VIAJE A SILS MARIA, de Olivier Assayas (3).


En el número 8: empate entre PURO VICIO, de Paul Thomas Anderson,…


BERNIE, de Richard Linklater, y…


BIRDMAN, de Alejandro González Iñárritu (4).


En el número 7: BABADOOK, de Jennifer Kent.


En el número 6: MR. TURNER, de Mike Leigh (5).


En el número 5: AGUAS TRANQUILAS, de Naomi Kawase (6).


En el número 4: INTERSTELLAR, de Christopher Nolan.


En el número 3: MAD MAX: FURIA EN LA CARRETERA, de George Miller (7).


En el número 2: NIGHTCRAWLER, de Dan Gilroy.


En el número 1: IT FOLLOWS, de David Robert Mitchell (8).


“MARTE (THE MARTIAN)”, de RIDLEY SCOTT: unos apuntes

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[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Me sorprende que apenas nadie o casi nadie haya establecido puntos de conexión entre Marte (The Martian) (The Martian, 2015) y Gravity (ídem, 2013), cuando ambas películas comparten, por encima de todo, algo que ya comenté en mi texto sobre el film de Alfonso Cuarón, al cual me remito (1): el hecho de que ni Gravity, ni ahora Marte, sean cine de ciencia ficción y ni mucho menos cine fantástico, sino más bien dramas o, si se prefiere, películas de aventuras situadas en el espacio sideral. Más allá de la disertación que se puede hacer en materia de distinción de géneros cinematográficos, me parece muy claro que Marte no es auténtico cine fantástico, y que su no-pertenencia a este género influye muchísimo en el tono de su planteamiento y resolución. Doy por sentado que a estas alturas nadie creerá que el hecho de que una película transcurra en un futuro más o menos cercano, y que especule con algo todavía no realizado como es un viaje de exploración a Marte, baste para considerarla como perteneciente al género de la ciencia ficción. Marte, el film de Ridley Scott (estupendo, lo adelanto), puede, como digo, pasar por ciencia ficción desde un punto de vista puramente teórico, pero lo cierto es que su realizador le imprime un tono en absoluto fantastique, y más cercano, vuelvo a insistir, al drama o al cine de aventuras.


Que Marte no sea ciencia ficción ni cine fantástico no tiene nada que ver con sus méritos fílmicos, que los tiene, pero ello permite arrojar una (otra) enésima reflexión sobre la naturaleza del cine como narrador de historias, y en particular, como creador de atmósferas. A falta de conocer por mí mismo El marciano, la novela de Andy Weir en la que el film se inspira, pero que a juzgar por las referencias es una obra cargada de datos científicos destinados a convertir su planteamiento argumental —la supervivencia de un cosmonauta solitario en Marte durante un larguísimo período de tiempo— en algo verosímil (lo cual excluye, de entrada, la noción misma de fantástico), entra dentro de lo lógico el sospechar que la tonalidad, hasta cierto punto, “real” del libro de Weir ha determinado de forma decisiva el planteamiento del guión, escrito por Drew Goddard (y, según esas mismas referencias, bastante fiel al original literario), y sobre todo, la puesta en escena de Scott. Desde luego, a nivel de realización, Marte tiene poco que ver ni con Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979), ni con Blade Runner (ídem, 1982), y ni tan siquiera con Prometheus (ídem, 2012) (2), a pesar de su proximidad en el tiempo, pues se diferencia de ellas en su, hasta cierto punto, tratamiento realista.


Por otro lado, y dejando aparte el hecho de que no sea una película fantástica (por más que se desarrolle en su práctica totalidad en un escenario, también relativamente, “fantástico”), ello no obsta para que nos hallemos ante un film interesante, y a ratos, intenso. A pesar de tener que soportar de nuevo a un actor tan mediocre como Matt Damon en el papel protagonista, lo cierto es que la odisea del cosmonauta Mark Watney, abandonado a su suerte en la superficie del Planeta Rojo, funciona muy bien gracias a la minuciosidad de los detalles diseminados a lo largo de la trama, y en particular, del provecho que sabe sacarles Scott. El realizador filma asimismo de manera minuciosa y muy precisa todo el proceso de supervivencia de Watney, logrando que la aparente curiosidad que parece haber experimentado el propio Scott hacia este relato situado al límite de lo posible se transmita al espectador. El nacimiento del primer brote de un cultivo de patatas destinado a alimentar a Watney tan pronto como se le acaben las provisiones en menos de dos meses tiene, por ejemplo, tanta fuerza como esa pared de plástico que el protagonista coloca en una de las ventanas de su refugio, rota por una de las violentas tormentas de arena que asolan regularmente el planeta, y que para él es la diferencia entre la vida y la muerte: si el plástico cede mientras él se encuentra desprevenido o dormido, ello puede suponer el fin para él; en una imagen muy bella, vemos cómo ese plástico se mueve adelante y atrás, impulsado como la brisa marciana, convirtiéndolo así en un simbólico “corazón” que, dada su fragilidad, corre el riesgo de fallar en cualquier momento. Pero estos detalles son, precisamente, los que demuestran que, en Marte, impera el realismo (o una determinada concepción cinematográfica, hollywoodiense si se quiere, del mismo) sobre lo fantástico.


Otra opinión que ha circulado estos días sobre la película, y que comparto menos que lo relativo a su naturaleza fantástica, reside en el hecho de que se diga que el film tiene mucho sentido del humor. Perplejidad. A pesar, cierto es, de algún que otro detalle humorístico, o que puede considerarse como tal (personalmente, no lo tengo muy claro), como el fallido primer experimento de Witney con la bombona de gas que acaba de manera explosiva; a pesar de eso, como digo, no me ha parecido en absoluto que Marte sea una película que se caracterice por su sentido del humor. Entiendo que a lo que se refiere todo el mundo es al hecho de que el protagonista afronta su situación con grandes dosis personales/ particulares de sentido del humor, lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que el film lo tenga. O a que hay una notable ironía en el dibujo de la NASA, cuyos responsables se ven  casi “obligados” a rescatar a Witney, cueste lo que cueste, a fin de no dar una “mala imagen”; pero eso es ironía, no humor: no son lo mismo, por más que en ocasiones puedan coincidir (hay ironía sin humor, pero no hay humor sin ironía). A nivel personal, prefiero que Marte no sea (pues no lo es) una película “humorística”, sobre todo teniendo en cuenta anteriores y nada halagüeñas incursiones de Ridley Scott en un terreno cercano al de la comedia: todavía recuerdo, con escalofríos, Los impostores (Matchstick Men, 2003) y Un buen año (A Good Year, 2006). Lo que sí que es cierto es que Marte retrata de manera directa, frontal y sin cortapisas la actitud irónica de Witney, alguien que intenta animarse a sí mismo en todo momento, consciente de que, si deja de hacerlo, eso puede significarle el desánimo, la inacción y, finalmente, la muerte. Pero eso, reitero, es una cualidad del personaje, no de la película. Tampoco entiendo que el optimismo que acaba desprendiendo el film, que concluye, como era de prever, con el rescate in extremis del protagonista, sea visto como un defecto. El optimismo o el pesimismo de un film suele depender siempre de la honradez y honestidad de su planteamiento. En este sentido, Martejuega sus cartas con limpieza y sinceridad, y más teniendo en cuenta que, más que por ver si Witney conseguirá salvarse, lo más atractivo de la película reside en el cómo logrará hacerlo.

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