[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] No es la primera vez que el realizador danés Thomas Vinterberg ha hecho gala de su interés, gusto o inclinación (táchese lo que no proceda) hacia el dibujo hostil de la sociedad contemporánea: recuérdese, sin ir más lejos, la película del fútil movimiento Dogma95 que cimentó su prestigio, Celebración (Festen, 1998), la cual giraba en torno a las dramáticas consecuencias de un aniversario de boda sacudido por el exceso de ventilación de trapos sucios de una familia durante el curso de esa velada, y que puede verse como un precedente siquiera parcial de la primera mitad de Melancolía(Melancholia, 2011), de Lars von Trier (1); su extraña It’s All About Love (2003), la historia de amor crepuscular de una joven pareja al borde del divorcio…, con el fin del mundo como telón de fondo (2); su interesante Querida Wendy (Dear Wendy, 2004), en torno a la pasión enfermiza por las armas de fuego de un grupo de muchachos; o su melodramática, si bien fallida, Submarino (ídem, 2010), en torno a dos hermanos cuya tendencia a la autodestrucción arranca desde la muerte accidental de su hermano más pequeño, apenas un recién nacido (3); nada puedo opinar en torno a la comedia Cuando un hombre vuelve a casa (En mand kommer hjem, 2007), dado que no la he visto, si bien su planteamiento argumental también parece girar, como las anteriores, en torno a conflictivas relaciones de familia con el fondo de un ácido retrato social.
Muchos de esos conceptos reaparecen en el más reciente film de Vinterberg, La caza (Jagten, 2012), el cual, como Celebración y Submarino, vuelve a arrojar una mirada cruel sobre determinados hábitos sociales y el concepto estándar de relaciones familiares, en este caso a través de la historia de Lucas (un magnífico Mads Mikkelsen), un profesor de párvulos separado y padre de un hijo adolescente, Marcus (Lasse Fogelstrom), al cual solo puede ver en-fines-de-semana-alternos, vive con la única compañía de su perrita y cuya existencia deviene un infierno a partir del momento en que una de sus alumnas, la pequeña de 5 años Klara (Annika Wedderkopp), que además es la hija menor de uno de sus mejores amigos, Theo (Thomas Bo Larsen), insinúa que Lucas ha podido cometer algún tipo de abuso sexual sobre su persona. La credibilidad del protagonista, no ya como docente sino incluso como ser humano, se hace añicos por culpa de las gravísimas sombras de sospecha que se abaten sobre él desde todos los ángulos (la escuela, los amigos, el pueblo donde vive), del mismo modo que, salvando las distancias, la confesión del protagonista de Celebración en mitad de la fiesta de aniversario de boda de sus padres destrozaba la respetabilidad de todo su núcleo familiar, o el traumático sentimiento de culpa que arrastran desde su infancia los hermanos protagonistas de Submarinoha condicionado la totalidad de su existencia. Pero también reaparece, en parte, la fascinación por las armas de fuego de Querida Wendy, si bien aquí relacionándola con el dibujo social que se propone de fondo: Lucas y sus amigos forman parte de un club de caza, y periódicamente quedan para cazar venados; uno de los miembros del grupo es Bruun (Lars Ranthe), el único amigo de Lucas que en los peores momentos sigue creyendo en su inocencia y padrino de su hijo Marcus, a quien en las escenas finales regala un rifle de caza que certifica ante los demás el momento en que “el niño” pasa a ser oficialmente “un hombre”.
Thomas Vinterberg, autor del guión junto con Tobias Lindholm (su co-guionista en Submarino), pone mucho cuidado desde el principio en dejar bien claro que la “acusación” de la niña contra Lucas carece de fundamento alguno. Resulta excelente, en este sentido, la minuciosidad con que están construidas las secuencias anteriores al desencadenamiento del drama del protagonista, en las cuales vemos a Lucas mostrándose afectuoso y juguetón con los niños y niñas de los que se ocupa, y cómo el déficit de atención que arrastra la pequeña Klara —cuyos padres, Theo y su esposa Agnes (Anne Louise Hassing), discuten con frecuencia—, unido a una pequeña broma que le gastan sus hermanos mayores —le enseñan unas fotos pornográficas donde aparecen “pitos” erectos—, acaba desencadenando una confusión afectiva en la niña, propia de sus pocos años, con respecto a Lucas: la niña vuelca en este último el cariño que no recibe o cree no recibir de sus padres; Klara le regala (anónimamente) a Lucas un juguete en forma de corazón, pero intuyendo que ha sido la pequeña quien se lo ha obsequiado y siendo consciente de su situación familiar, Lucas rechaza el regalo; enfadada, la niña le dice a la directora de la escuela, Grethe (Susse Wold), que Lucas le ha enseñado “el pito” y que este “apuntaba hacia arriba” (sic). El efecto de esa inconsciente declaración será demoledor. Pero lo más interesante de La caza no reside, a mi entender, en el suspense que se crea alrededor de la situación de Lucas y el descubrir cómo logrará salir de la misma (por más que todo ello sea de por sí apasionante gracias a la fuerza que Vinterberg le imprime), sino —y, de nuevo, como en Celebración, pero corregido y aumentado— todo el corrosivo caudal de sugerencias sobre el modo de vida de la sociedad, o al menos de una parte de ella, que acaba saliendo a relucir a raíz de ese turbio asunto.
Dejando aparte el hecho de que la película apunta a otra idea de penosa actualidad estos días en nuestro país, la triste realidad de los así llamados “juicios paralelos”, y sin por ello pretender minorizar la gravedad de esta cuestión, lo que subyace en el fondo de La caza es el retrato terrible y sin concesiones de una sociedad que saca a la luz lo peor de sí misma apenas se produce una mínima sospecha ni tan siquiera confirmada de vulneración del orden establecido. No cuesta demasiado ver un obvio paralelismo en el hecho de que Lucas y sus amigos sean cazadores de venados y la “cacería” a la que el protagonista se ve sometido por sus semejantes sin permitirle que dé explicación alguna en su defensa: Lucas es y será para siempre una persona “marcada” por el signo de la ignominia y el prejuicio, como se encarga de perfilar la extraordinaria secuencia final. Pero lo más aterrador reside en la manera como Vinterberg dibuja con precisión un sistema social basado en ritos aparentemente “civilizados” y que, a poco que se rasque en su superficie, dejan al descubierto el poso de barbarie y de pasiones y sentimientos primitivos que ocultan; véase, sin ir más lejos, cómo la camaradería de los amigos y compañeros de cacería de Lucas, inicialmente dibujada a través de la participación del protagonista en salidas campestres, bromas y cenas acompañadas de canciones y regadas con alcohol, se hace literalmente añicos —con la única excepción de Bruun— tan pronto como se desencadena el drama, poniendo de relieve la fragilidad de todas esas apariencias. No se trata solo (que también) de la aguda reflexión que plantea el film en torno a la necesidad del ser humano de pertenecer a un grupo, sino de la pavorosa facilidad con la que una persona puede ser excluida no ya del grupo, sino del mundo entero, en virtud de prejuicios e ideas preconcebidas como la que asevera que los-niños-nunca-mienten (sic).
Otro acierto de esta magnífica película, que me parece la mejor de Vinterberg hasta la fecha o al menos la mejor de las que le conozco, reside en que, sin dejar de mostrar la condición de Lucas como víctima de una injusticia insoportable, no se olvida de dibujar los aspectos menos favorecedores de la psicología del protagonista. Lejos de ser alguien pasivo y que acepta con sumisión la asfixiante presión de su entorno, Lucas lucha por su dignidad y su autoestima. Pero, de la misma manera que la sociedad que le rodea saca a relucir sus aspectos más “animalescos” contra su persona, el protagonista se revuelve asimismo con fiereza cuando es llevado al extremo: véase, por ejemplo, la durísima secuencia del supermercado a donde Lucas acude intentando comprar, en la cual el personaje acaba respondiendo con la misma gratuita brutalidad de la cual ha sido objeto un momento antes. O cómo reacciona ante las dudas de su amante Nadja (Alexandra Rapaport), la cocinera que trabaja en su mismo colegio de párvulos y con la cual acaba de iniciar una relación amorosa, echándola de su casa. O ese momento extremo en que, con el rostro lleno de las cicatrices, Lucas se presenta en la iglesia del pueblo para la misa de Navidad, ceremonia de paz y reconciliación que —de nuevo, como en Celebración— deviene un doloroso ejercicio de hipocresía social en la cual aquello que se predica, el amor, la caridad, la piedad y la comprensión hacia los semejantes, brilla por su ausencia. Esta secuencia, tensa hasta decir basta, apunta asimismo una cuestión colateral que flota a lo largo del relato pero que aquí se hace un poco más evidente: la temática de la fe; más allá del hecho de que la comunidad retratada dé la espalda a Lucas —¿un nombre bíblico acaso por casualidad?—, demostrando que no creen verdaderamente en aquello de lo que presumen creer, además se contrapone la fe del protagonista, que se sabe inocente a los ojos de Dios, y la fe de Theo, a quien Lucas le reprocha precisamente su falta de fe en su amistad; el gesto posterior de Theo, visitando a Lucas en su casa y llevándole comida y bebida, tiene mucho de acto de contrición.
Resulta admirable la sobriedad con que Vinterberg muestra esta trama en el borde mismo del tremendismo, pero sin incurrir nunca en él, y ello gracias a una puesta en escena de corte naturalista: una mirada que observa sin intervenir y muestra sin interferir, descargando los mejores momentos en la captación de gestos que expresan mejor que mil palabras el fondo de dolor de lo narrado: la visita de Lucas a casa de Theo y Agnes para intentar explicarles lo ocurrido, y la airada reacción de la mujer; el momento en que Lucas asusta sin querer a su propio hijo Marcus, creyendo que se trata de alguien que intenta forzar la vivienda de su casa (un vecino airado: cualquier vecino airado); el injusto “castigo” que recibe Marcus en casa de los padres de Klara cuando intenta que la pequeña diga la verdad; Bruun descubriendo a Lucas en su jardín, cavando bajo la lluvia la tumba para su perrita… Ello no obsta para que no haya apuntes sofisticados en su labor, si bien tan sutiles que fácilmente pueden pasar desapercibidos, tal es el caso del plano general abierto que cierra la escena en la que el desesperado Lucas intenta hablar con Grethe en el jardín de la escuela (que expresa tanto la incomodidad de la mujer, quien rechaza hablar con Lucas porque teme las repercusiones legales que pueda sufrir si lo hace, como la distancia, física pero también emocional, que se ha abierto entre ambos personajes); o la soterrada tensión que flota en las ambiguas miradas que Lucas recibe, un año después de esos terribles hechos, cuando él, Nadja (reconciliada) y Marcus asisten a la partida de caza en la cual este último recibirá de manos de su padrino su primer rifle de caza…, y donde, poco después, el propio Lucas estará cerca de morir de un balazo nada accidental disparado por alguien que ni perdona ni olvida: tanto da, en este sentido, quién haya jalado el gatillo y quién sea la figura que, a contraluz, le mira y desaparece en medio del bosque: Lucas será para siempre un hombre marcado.
(2) Véase mi comentario en Cine Archivo: http://www.cinearchivo.com/site/Fichas/Ficha/FichaFilm.asp?IdPelicula=79252
(3) Véase mi crítica publicada en Dirigido por…, núm. 404 (octubre 2010): http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2010/10/dirigido-por-octubre-2010-ya-la-venta.html