[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Creo que cualquiera que conozca mínimamente la obra del californiano Walter Hill esperaba con cierto interés este “retorno” del cineasta al género sobre el que sustentó el grueso de su prestigio, y más si se tiene en cuenta que el realizador ha estado ausente de las “pantallas grandes” desde su interesante Invicto, por más que en estos últimos tiempo haya desarrollado una atractiva labor en televisión (la serie Deadwood y la miniserie Broken Tail). La lástima es que, a pesar de algunos fragmentos que nos permiten recordar lo mejor del firmante de Driver, The Warriors (Los amos de la noche), Forajidos de leyenda, La presa, Traición sin límites, Wild Bill y la mencionada Invicto, Una bala en la cabeza (Bullet to the Head, 2012) se inscribe más bien en el sector de menor interés de la filmografía de su autor —el que a mi entender forman Límite: 48 horas, Calles de fuego, Johnny el Guapo, El tiempo de los intrusos, Gerónimo, una leyenda y El último hombre—, y a ratos, se acerca peligrosamente a lo peor de su principal responsable, caso de Danko: Calor rojo y 48 horas más.
Como Límite: 48 horas y su secuela, o como Danko: Calor rojo, Una bala en la cabeza vuelve a ser una buddy-movie o “película de colegas”, en la línea no creada pero sí consolidada por Hill en el primero de los films citados. Nada hay de malo en ello a priori, si no fuera porque esta nueva variante de la película policíaca sobre colegas-dispares-pero-unidos-por-las-circunstancias, el sicario al mejor postor James Bonamo, alias Jimmy Bobo (Sylvester Stallone), y el agente de policía fuera-de-su-jurisdicción Taylor Kwon (Sung Kang), no va más allá de lo planteado por Hill en sus anteriores emparejamientos de un agente de policía blanco y rudo y un pequeño delincuente negro y emperifollado, o de un agente de policía de la antigua Unión Soviética y uno estadounidense. Tampoco habría nada que reprocharle a Una bala en la cabeza por el hecho de ser un film formulario o que sigue una fórmula si no fuera porque se nota tanto, y eso le resta atractivo. Dicho de otro modo, y desde el punto de vista de lo que cuenta, Una bala en la cabeza no tiene el menor interés, más allá de servir como ejercicio nostálgico para quienes todavía suspiran por el cine de acción de los eighteen, en el cual, cierto, hubo bastantes cosas buenas, pero también muchas más de pésima calidad, y entre estas últimas figuran la mayoría de las producciones “de” o “con” Mr. Stallone; y es que una cosa es la simpatía personal que pueda despertar —y vaya por delante que a mí me la despierta— el veterano protagonista de Una bala en la cabeza con su actitud asumidamente kitsch de estrella-venida-a-menos-pero-todavía-de-buen-ver, y otra muy diferente es que ahora empecemos a olvidarnos de los sudores fríos que nos provocaron en su momento (y siguen provocándolos en la actualidad) cosas escritas y/o dirigidas y protagonizadas por este señor del calibre de Rambo, Rocky IV o Yo, el Halcón.
A pesar de lo afirmado; de que puede suscribirse —y suscribo— la opinión del colega Sergi Grau, quien me aseguraba que Una bala en la cabeza es más una película “de” Stallone que “de” Walter Hill, y de que este último asume a ratos algunos de los peores tics del cine comercial “ochentero” con una convicción digna de mejor causa (esos fundidos a blanco, aquí ligeramente anaranjados, con acompañamiento sonoro tipo ¡¡fuumm!!, tan irritantes como lo eran hace treinta años, y de los que tan solo David Lynch supo sacar provecho expresivo); y aunque podemos añadir a ese saldo la pobreza de la caracterización de los personajes, tanto “los buenos” —Bobo, Kwon y Lisa (Sarah Shahi), la sexy hija del primero sobre la cual flota al principio un tonto equívoco en torno a su relación con el protagonista— como “los malos” —el sicario amante de la violencia Keegan (Jason Momoa) y quienes le pagan, el corrupto Robert Knomo Moreal (Adewale Akinnuoye-Agbaje) y el “picapleitos” Marcus Baptiste (Christian Slater)—; a pesar, como digo, de todo ello, Una bala en la cabeza acaba siendo una aceptable declaración de principios por parte del equipo Stallone-Hill. Por lo menos, como nueva reivindicación por parte de Stallone del cine de acción que le hizo famoso, tiene más consistencia y credibilidad, y menos “graciosidades”, que el temible díptico —pronto, trilogía— de Los mercenarios. Y si eso es así es porque, aunque rebajado, el viejo buen estilo de Hill reflota en momentos puntuales que elevan el nivel de la función, y esto sí que realmente resulta de agradecer.
Bajo este punto de vista, vale la pena olvidarse de la trama de Una bala en la cabeza y detenerse, en cambio, en los detalles y las texturas que, estos sí, retrotraen de forma agradable y a ratos eficaz ese cine “ochentero” (e incluso de más atrás) que tan poco se practica en estos momentos en el cine norteamericano. Sobre todo las escenas de acción hacen gala de esa rudeza y “fisicidad” características de lo mejor del género: los tiros y los puñetazos parece que “duelen” gracias a la manera sencilla y directa de Hill de filmarlos, lo cual reluce puntualmente en la primera secuencia, la del asesinato “por encargo” en el apartamento a cargo de Bobo y su colega Louis Blanchard (Jon Seda); el posterior asesinato de este último a manos de Keegan en la barra del bar y la inmediatamente posterior primera escaramuza cuerpo a cuerpo de Bobo con Keegan en los lavabos del mismo local; la pelea de Bobo con Ronnie Earl (Brian Van Holt) en la sauna, que viene a ser una versión corregida pero por suerte mejorada del arranque de Danko: Calor rojo; y, desde luego, el clímax final en la planta industrial abandonada, el rescate en la misma de Lisa a cargo de Bobo y Kwon, y la (esperada) pelea final, ¡a hachazos!, entre Bobo y Keegan. Es en estos instantes donde Hill ofrece sus mejores encuadres, tal es el caso del plano congelado que, en el prólogo, presenta a Bobo salvándole la vida a Kwon, y que da inicio al largo flashback que cubre prácticamente la primera hora del relato (por más que ese plano congelado haga añorar la brillante forma como Hill los empleó en la superior Invicto); o el plano submarino, desde el punto de vista del cadáver de Ronnie hundiéndose en la piscina de la sauna, por medio del cual vemos a Bobo alejándose tras haber “despachado” a aquél. También se agradece, en el contexto del relato, las dosis de dureza de los personajes y que Hill los muestre con una considerable carga antipática: destaca, en este sentido, el tono cruel y a la vez irónico de la tortura de Baptiste a manos de Bobo y Kwon para hacerle “cantar”; o la exclamación de Robert Knomo un segundo antes de morir a manos del anárquico Keegan: “no puedes fiarte de alguien a quien no le importa el dinero”…